Maria Dantas
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El pasado sábado una manifestación masiva sacudió Barcelona en respuesta a los atentados del 17 de agosto, que han causado 16 muertos y muchos más heridos. La movilización fue un enorme éxito para los movimientos sociales y el pueblo catalán.

Los ataques podrían haber conducido a un auge de la islamofobia y de los movimientos fascistas, en la actualidad muy debilitados en Catalunya por el trabajo de Unitat Contra el Feixisme i el Racisme. La propia manifestación podría haber sido un caldo de cultivo para sentimientos racistas y apoyo a la intervención represiva del estado, como ocurrió en Francia tras el ataque a la revista Charlie Hebdo.

También existía el precedente de las manifestaciones antiterroristas de los ochenta y noventa, contra acciones de ETA. En éstas, no sólo el PP y el PSOE, sino también Izquierda Unida mostraron su apoyo a la brutal represión hacia el movimiento nacionalista vasco.

La manifestación, convocada apresuradamente por el ayuntamiento de Barcelona y posteriormente respaldada por la Generalitat, se presentó como un acto por la paz y la solidaridad. Partiendo de esa base, el ayuntamiento invitó a los movimientos sociales a participar activamente en la preparación.

Sin embargo, pronto salió a la luz que el gobierno español, alto cargos del Partido Popular y la familia real dirigirían la marcha. Esto cambió las cosas.

Debido a la presión de la izquierda, especialmente el anuncio de la CUP de que no participaría en la marcha en esas condiciones, los organizadores acordaron que el PP y el rey no encabezarían la marcha. No obstante, aunque en un segundo lugar, aún estarían presentes.

Esto planteó un dilema para los movimientos sociales y la izquierda.

Debates
Algunos argumentaron que no era el momento para enzarzarse en discusiones políticas y que nuestra presencia en la marcha debería limitarse a recordar a las víctimas.

Otros mantuvieron la postura de que la manifestación inevitablemente reforzaría la imagen y los intereses del gobierno y se negaron a participar.

Sin embargo, la posición mayoritaria fue que había margen suficiente para dar a la manifestación el significado que debería tener: es decir, para disputársela al gobierno.

Una semana frenética de reuniones entre representantes de diferentes movimientos, incluyendo sindicatos, entidades independentistas, el movimiento contra la guerra y, especialmente, el movimiento contra el racismo, incluyendo Unitat Contra el Feixisme i el Racisme y los organizadores de la multitudinaria manifestación a favor de la acogida de refugiados el pasado 18 de febrero, tuvo como fruto una declaración acordada por cerca de 200 grupos.

La declaración denuncia el nefasto papel desempeñado por el PP en la guerra de Irak y la ocupación que sentó las bases para el surgimiento de ISIS. También critica a la familia real española, íntimos amigos de la monarquía saudí y activa en la venta de armas a este país. El texto rechaza la implantación de medidas “de seguridad” represivas y exige que se acepten más refugiados.
En un tiempo récord, se fabricaron unas 50.000 pancartas con mensajes a favor de la paz y en contra de la islamofobia en un tiempo récord. Dos pancartas de 15 metros de longitud resumían los mensajes principales: “Sus políticas, nuestras muertes” y “Paz, solidaridad, convivencia en la diversidad”.

La manifestación estuvo repleta del color azul acordado por las entidades convocantes (en camisetas, pancartas…) y los eslóganes de los movimientos, con gritos contra la islamofobia y la guerra y denunciando la hipocresía del gobierno y el rey; por ejemplo, “Quien quiere paz no trafica con armas”. Algunos manifestantes sostuvieron una pancarta enorme con este mensaje detrás de las cabezas del bloque gubernamental.

Éxito
La derecha ha reaccionado de dos maneras contradictorias. Por un lado, han decidido ignorar estas imágenes; mediante ángulos de cámara cuidadosamente elegidos -cuando no simple Photoshop-, han intentado ocultar las pancartas críticas y las banderas independentistas que también estuvieron presentes.  Por otro, acusan a los independentistas de haber secuestrado, boicoteado, destrozado… la manifestación.

Un mero vistazo a las imágenes de las manifestaciones contra ETA orquestadas por el gobierno, saturadas de banderas españolas y mensajes nacionalistas, revela la hipocresía de estos ataques. Desde el primer momento, el PP ha tratado de utilizar la conmoción causada por los atentados para fortalecerse y debilitar al movimiento independentista.

Su fracaso es patente, y la manifestación supuso una gran victoria para los movimientos sociales.

No obstante, la actuación del ayuntamiento barcelonés y el gobierno catalán plantea serias cuestiones para la izquierda. Si los políticos catalanes no han sido capaces de poner en cuestión la participación del rey y el PP en la manifestación, ¿lo serán de afrontar los retos mucho más desafiantes que surgirán conforme el referéndum del uno de octubre se aproxime?

Por otro lado, aunque los mensajes contra el racismo inundaron la manifestación, no hay lugar para la complacencia. La lucha contra la islamofobia y el fascismo debe continuar y aumentar.

Pero la lección que deja la manifestación es que el resultado de estas luchas no depende sólo de una minoría de activistas de izquierdas. Podemos obtener apoyo masivo si sabemos cómo buscarlo y construirlo.


Maria Dantas es miembro de Marx21 y activista de UCFR. Participó en la organización de la acción de los movimientos sociales.