Marx21
[En català]
Las acciones del grupo de la juventud independentista, Arran —contra un autobús turístico, pinchando las ruedas de unas bicicletas…— han provocado muchas reacciones. Este texto trata brevemente el problema de fondo de la masificación turística; la hipocresía de muchas de las críticas contra Arran; y al final sugiere una manera más colectiva de luchar contra este problema.
El turismo: una cuestión de clase
Sólo hay que intentar hacer la compra en el mercado de la Boqueria para tener claro que Barcelona tiene un problema de exceso de turismo. Las cifras confirman esta sensación.
Según Estadístiques de turisme 2016. Barcelona: ciutat i entorn, la ciudad de Barcelona (con una población de 1,6 millones de personas) tuvo casi diez millones de turistas en el año 2016. En comparación, en 1990 fueron alrededor de dos millones; y en el año 2000 tal vez tres millones y medio. Las cifras para 2017, hasta el mes de junio, indican un aumento de un 12% respecto a 2016.
Nos dicen que este turismo beneficia la ciudad económicamente. ¿Es cierto?
En el periódico 20 Minutos del 27/02/17 podíamos leer: “El Mobile World Congress tendrá un impacto económico de 465 millones de euros”. La gran pregunta es, ¿dónde va a parar todo ese dinero? Se supone que principalmente a hoteles, restaurantes de lujo, salas de conferencias… Tampoco olvidemos a las ETTs que seguramente se enriquecen con la diferencia entre lo que cobran a sus clientes y los sueldos que pagan a los ejércitos de personas que hacen posibles los grandes eventos.
El mismo principio se aplica al gran “éxito” de Barcelona como base de cruceros. Algunos días, decenas de miles de personas llegan en estas fábricas flotantes de cambio climático y suben la Rambla. Las personas que trabajan en los quioscos de la Rambla están agobiadas por el flujo de gente, pero sus ingresos personales no aumentan como resultado; se supone que los dueños de los quioscos sí sacan algo, pero tampoco es tanto.
Donde sí se socializan un poco los ingresos del turismo masificado es con el alquiler de pisos. Aquí sí, las personas que pueden alquilar a turistas pueden sacar beneficios. El criterio de clase sigue aplicándose, sin embargo. No es lo mismo una persona mayor que alquila una habitación en su casa para poder llegar a fin de más, que un empresario que obtiene mucho dinero gestionando diversos pisos (como es el caso de Mark Serra, conocido tuitero de derechas, destapado hace unos meses en La Directa). Y sobre todo, quien más enriquece son las empresas, como Airbnb, que prevé beneficios de cerca de 400 millones de euros para 2017; algunas previsiones dicen que llegará a beneficios de tres mil millones de euros en 2020.
Todo esto hace subir el precio de la vivienda. Una persona que quiere un piso para vivir, mientras trabaja por un sueldo indigno, no puede competir con lo que pueden pagar turistas por el alojamiento de vacaciones. El turismo se convierte en un elemento clave de la gentrificación que desde hace años afecta a ciudades como Barcelona. Los barrios anteriormente baratos y pobres —a menudo cerca del centro y con mucho carácter— atraen la atención de gente con dinero, que empieza a adquirir pisos, montar negocios a costa del comercio de proximidad para residentes, subir los precios… Al final, como en la película La invasión de los ladrones de cuerpos, al ocupar el cuerpo, lo convertirán en otra cosa, sin alma… pero el daño ya estará hecho. Este proceso ya ha comenzado en Barcelona.
Finalmente, hay que decir que el problema es el negocio del turismo, no principalmente los clientes de este negocio. Las pintadas que se ven en Barcelona de “Tourist, you are the terrorist”, o “Tourist, go home”, son simplemente estúpidas. Algunos turistas son francamente unos maleducados e impresentables, pero la mayoría son personas normales y corrientes que trabajan gran parte del año y quieren descansar unos días o unas semanas. Hoy en día la mayoría de la clase trabajadora europea se puede permitir salir de casa para hacer vacaciones. No son el enemigo, al igual que una persona trabajadora barcelonesa que va de viaje a Londres o Venecia no tiene la culpa de la gentrificación que está causando tantos problemas en estas ciudades. De hecho, el propio grupo Arran ha declarado que “La gran mayoría de los turistas son clase trabajadora, como nosotros”.
Tanto lo bueno como lo malo de las personas que llegan como turistas a Barcelona refleja lo que el capitalismo nos ha hecho como seres humanos: una parte de solidaridad, pero también a menudo una buena dosis de alienación.
Hipocresía ante las acciones de Arran
Este es el contexto de las famosas acciones recientes de Arran. No es ninguna sorpresa que no hayan gustado a los partidos institucionales. El consejero de la Presidencia, Jordi Turull, las ha condenado, advirtiendo contra el uso de la “violencia”. El portavoz del PP en el Ayuntamiento de Barcelona, Alberto Fernández Díaz, ha hablado de “turismo borroka” y ha dicho que “en los últimos meses se han repetido las acciones violentas contra activos turísticos de la ciudad”. El mismo ayuntamiento, gobernado por Barcelona En Común y el PSC, también se ha sumado a las condenas.
En el último artículo citado leemos que según “un turista holandés que… viajaba con sus hijos”, la acción contra el autobús “creó un gran malestar entre los viajeros, algunos de los cuales creyeron que se trataba de un ataque yihadista”. De la obsesión con ataques “yihadistas” tienen la culpa los políticos y los medios, pero sí se entiende que la acción de Arran causó malestar entre las personas en el bus.
Aunque eso no quita el hecho de que las reacciones de los dirigentes políticos revelan, como siempre, un grado elevadísimo de hipocresía. Todas estas fuerzas políticas han justificado el uso de la violencia… por parte de los cuerpos policiales; y violencia directamente contra personas, no acciones simbólicas contra objetos. Recordemos el caso de Ester Quintana, que perdió un ojo a causa de una intervención policial autorizada por Felip Puig de Convergència (ahora PedeCat). El ayuntamiento es responsable de la Guardia Urbana, implicada en diferentes casos de abusos físicos contra manteros, sin ir más lejos. Y el PP, huelga decirlo, tiene un largo historial de impulsar la violencia, como la guerra contra Irak de 2003. Y si pintar un autobús es violencia, ¿no lo es mucho más desalojar a una familia, o cortarle la luz o el gas?
Las declaraciones ante las acciones de Arran representan un intento de caza de brujas. Existe el peligro de detenciones de activistas por su presunta participación en las acciones, y del intento de criminalizar al movimiento. Recordemos que media docena de activistas antifascistas se encuentran bajo la amenaza de condenas de 17 años de prisión por una presunta pelea con neonazis en la terraza de un bar, el 12 de octubre de 2013.
Habrá que responder ante cualquier intento de represión hacia Arran y su militancia.
Pero señalar la hipocresía de las críticas del establishment y rechazar la posible represión no debe conllevar estar de acuerdo con sus acciones. Éstas sí que son criticables políticamente. (Incluso Quim Arrufat, de su secretariado nacional, ha desmarcado la CUP de las acciones de Arran.)
Movilizaciones vecinales reales
La situación explicada respecto al turismo y la gentrificación asociada no ha quedado sin respuesta. Entre las primeras grandes protestas destaca la de la Barceloneta (Vea este vídeo de Beteve del 08/19/14, “Los vecinos de la Barceloneta se manifiestan cada noche desde el domingo para pedir el cierre de los pisos turísticos ilegales que, afirman, hay en el barrio.”)
Actualmente, hay muchas iniciativas; algunas impulsadas por las asociaciones vecinales tradicionales, otras por espacios inspirados en el 15M o similares. Muchas se reúnen en espacios como la plataforma Pisos Turístics No! o l’Assemblea de Barris per un Turisme Sostenible (ABTS).
Evidentemente, no existe un modelo único de lucha política, y seguramente hay muchas diferencias entre estos movimientos. Lo que tienen en común muchos espacios como éstos es que representan la participación activa de gente trabajadora en la lucha social. Deben unir a los y las habitantes de los barrios, sea cual sea su país de origen, y sin importar si son de la izquierda radical o del PSC; independentistas, federalistas o unionistas… El intento de proteger sus barrios ante el negocio turístico puede llevar a algunas personas a cuestionar más aspectos del sistema, y a querer cambiar sus vidas de manera más general.
Este proceso de participación directa, de concienciación —en el fondo de autoemancipació— de los y las trabajadoras no se puede sustituir con la acción de otras personas que actúan “en nuestro nombre”.
La crítica más fundamental a las acciones de Arran no es por el “radicalismo” de dañar un bus o unas bicicletas, sino por su falta de radicalismo real. En el modelo dominante de la política, unas pocas personas “hacen” la política, y el resto las votamos o no; las aplaudimos o no; las vemos o no en Polonia… pero no hacemos política. La política nos la hacen. En la tradición guerrillera, en lugar de unos pocos políticos institucionales, los protagonistas son unos pocos guerrilleros, pero el resto sigue igual. La mayoría de las personas sólo observan (y quizás cliquen “me gusta”) mientras otras personas actúan.
Sabemos que el negocio turístico es una parte más del capitalismo. Hay que pinchar las ruedas del sistema capitalista y para eso no basta con el entusiasmo de un grupo reducido; sólo lo puede hacer la clase trabajadora.
Reportaje de protestas en Venecia