Paco Priego 
Ayer murió un ladrón. De guante blanco, sí, pero ladrón. Ayer murió un ladrón, y además murió de forma violenta, presuntamente por su propia mano. Ayer un ladrón condenado como tal, que se encontraba en libertad y sin medidas cautelares por su buen comportamiento, a la espera de que su sentencia fuese firme para ingresar en prisión, se retiró a la lujosa finca donde en tiempos más felices para él gustaba de practicar la caza, y a primera hora de la mañana se montó en su lujoso auto, tomó su lujosa escopeta, y en un ejercicio de contorsionismo digno del Circ du Soleil, se descerrajó (presuntamente) un nada lujoso tiro en el pecho. Ayer murió un ladrón, y hoy nos dicen que a los muertos hay que dejarlos descansar en paz, que las cosas se dicen en vida, y que incluso los seres odiosos tienen seres queridos que sufren viendo como su muerte se convierte en motivo de celebración.
Hoy seguirá el carrusel de especulaciones, que empezó ayer mismo, con el cadaver de quien se habia convertido en uno de los grandes símbolos de la corrupción y de la quiebra del sistema bancario español todavía caliente, sobre las causas de que el otrora todopoderoso magnate de la banca hubiera decidido salir, presuntamente, siempre presuntamente, de la historia por la puerta de atrás. También seguirán, como no, las teorías de la conspiración que inevitablemente se pusieron en marcha en el mismo momento en que el gran público tuvo conocimiento de una muerte tan propia de una buena novela negra, pero estas teorías no me resultan tan interesantes como las primeras que he citado, las que elaboran los que, aceptando el escenario de suicidio, intentan explicar como es posible que alguien que en su día gozó del favor de los poderosos, a los que trataba de igual a igual, haya acabado sus días de esta manera.
Ayer mismo ya pudimos escuchar algunas elocubraciones. Se nos habló de la triste existencia que llevaba en los últimos tiempos el finado. Como no podía salir de su casa sin ser insultado. Como los mismos que en sus días de gloria presumian de su amistad ahora le evitaban como si fuese un apestado. Como el que un día era el invitado estrella de cualquier acontecimiento social que se preciase, ahora no tenía quien le contestara al teléfono. Como incluso aquellos que aún le dirigían la palabra, evitaban cuidadosamente ser vistos en público junto a él. Como todo esto, en una persona acostumbrada a codearse con el poder, a ser adulada, a vivir gozando del respeto y la envidia ajenas, podría haberle hecho caer en la tentación de acabar con el calvario particular que estaba viviendo por la vía rápida.
Pues bien, permitanme decir ¿y qué si es así? ¿Ahora hay que tenerle lástima, llorar por él, y sentirnos culpables por haberle llamado ladrón? ¡No haber robado, si no podías soportar que se te llamase ladrón! Eso son gajes del oficio, y si no podías soportar la caida en desgracia que implica que te pillen con las manos en la masa, había una solución muy facil: haber sido honrado. Lástima sentiré por tantas personas a las que las andanzas delictivas de este sujeto llevaron a la ruina, por todos aquellos a quienes estafó sus humildes ahorros, y acabaron perdiendo cuanto tenían. Por aquellos que por su culpa incluso llegaron a tomar el mismo camino que su estafador ha acabado tomando, y cuya muerte apenas ocupo unos segundos en los noticiarios. Es por las víctimas por quienes hay que sentir pena, no por los verdugos. Lo más benévolo que se puede sentir por la muerte de un verdugo es indiferencia.
Hoy nos dicen que está muy feo alegrarse de las desgracias ajenas, y tienen razón, pero permitanme que les diga que, cuando esas desgracias le acontecen a según que personajes, es muy difícil reprimir una sonrisa de satisfacción y poner cara de circustancias, mientras por dentro no paras de repetirte: «pena ningua. Se lo merecía. Nadie escapa de su karma». Sinceramente, lo único por lo que me entristece profundamente este suceso es por la cantidad de secretos turbios que serán enterrados con el fallecido, y que probablemente ya jamás verán la luz. Eso es lo más lamentable del caso, y no los chistes de pésimo gusto que puedan hacerse a costa de una persona que, con sus acciones, se había hecho acreedora del odio que se le profesaba.
Tanta paz lleves como descanso dejas, Miguel Blesa.


Paco Priego, @Akratamondo, es militante de Marx21. Este artículo fue publicado primero en el blog del autor, Planeta Caspa