Ozan Tekin
Este texto es la introducción de Ozan en un taller de Marx21 en Barcelona, el 2 de junio de 2017.
Hola camaradas, es muy probable que oigáis todo el tiempo que pasan muchas cosas malas en Turquía. Bueno, la mayoría de lo que habéis oído es cierto.
Tuvimos el proceso de paz con el movimiento kurdo que fue abandonado por el gobierno hace dos años. Con esto se reiniciaron los enfrentamientos y éstos se han cobrado miles de vidas. Tuvimos un intento de golpe militar el año pasado, en el que 250 personas fueron asesinadas por los golpistas. Ahora estamos viviendo bajo estado de emergencia: decenas de miles de personas han sido encarceladas o han perdido su empleo en el sector público debido a decretos gubernamentales. Pero esto no ocurre porque “los musulmanes vivan en un mundo paralelo”, como afirmaron tanto el primer ministro húngaro, el racista Víctor Orban, como un informe oficial del gobierno británico sobre la migración del año pasado.
Vivimos en un mundo donde el consenso neoliberal entre la élite global está rompiendo, con incertidumbres sobre lo que vendrá después. Esto crea gran inestabilidad en todo el mundo, tanto económica como política. En otras palabras, cuando el movimiento 15M surgió aquí, cuando se produjo la primavera árabe y otras muchas luchas en todo el mundo, en Turquía tuvimos el movimiento Occupy Gezi y el proceso de paz con los kurdos.
Pero a medida de que las cosas iban girando globalmente hacia la derecha —y líderes autoritarios como Trump o movimientos fascistas como el FN de Le Pen iban fortaleciéndose— Turquía también se vio afectada por esta ola.
En abril de 2017 tuvimos un referéndum sobre un cambio a un sistema presidencial, junto con enmiendas constitucionales; todo ello diseñado para dar más poder al presidente Erdogan.
El MHP, el partido fascista de Turquía (que recibe más del 10% de los votos; con 40 diputados es la cuarta fuerza en el parlamento), ya se había aliado con Erdogan y su AKP, justo después del fallido intento de golpe militar de julio de 2016. Ambos partidos hicieron la campaña por el “Sí” en el referéndum. Su cuota electoral —sumando los votos del partido de Erdogan, el AKP, y del fascista MHP— es casi el 62%, pero el “Sí” sólo ganó por el ligero margen del 51,5% frente al 48,5%.
Llamaron a su coalición “local y nacional”: una señal de que todo el discurso de la derecha sobre el nacionalismo turco volvía a la política del país, en una fuerte ruptura con el proceso de paz. Esta coalición “local y nacional” con los fascistas le costó a Erdogan el 11% del voto. Aún así, Erdogan consiguió la aprobación de su propuesta y ahora es fuerte… a pesar de que tendrá que enfrentarse a muchos problemas en la carrera hacia las elecciones presidenciales de 2019.
Tildar a Erdogan simplemente de “dictador” es un error, ya que aún disfruta de un enorme apoyo público. Llamar a sus votantes (la mitad de la población turca) “retrógradas”, “borregos”, etc. no nos ayuda tampoco. Voy a intentar explicar la dinámica tras el ascenso del AKP.
La subida de Erdogan
Erdogan y sus amigos se escindieron del partido islámico clásico de Turquía a principios de los años 2000 para formar un partido de centro derecha más amplio, más “moderado”. Es un partito conservador parecido a los demócrata—cristianos en Europa.
En ese momento Turquía estaba gobernada por una coalición de centro-derecha, centro-izquierda y el partido fascista. Con la crisis económica de 2001, todos ellos fueron fulminados, todos quedaron fuera del parlamento en las elecciones de 2002. Erdogan llegó al poder con el 34% del voto popular. Fue una figura popular entre la gente islamista y también obtuvo votos de los partidos de centro derecha que se despedazaron.
Pero ganó su verdadera popularidad en las elecciones de 2007, tras llevar 5 años en el poder bajo amenazas constantes de un golpe militar a manos del ejército y de los republicanos kemalistas.
La historia turca moderna, a partir de la fundación de la república, viene condicionada por los golpes militares y el dominio de los generales sobre toda clase de actividad civil y política. Turquía nunca tuvo elecciones en los primeros 27 años de su existencia. Tras llegar a un sistema parlamentario pluralista con elecciones libres y justas, se han producido cuatro golpes militares exitosos, con otros tantos intentos fallidos. Todos los golpes de Estado fueron justificados por el ejército con referencia a dos “amenazas” a la existencia del estado: 1- la aplicación de la Sharia por los islamistas para destruir el secularismo, 2- El peligro de separación por parte de los kurdos.
Así que el ejército se basó en la clase media-alta laica, sobre todo de las grandes ciudades de Turquía, la gente que constituye la base electoral del partido republicano kemalista CHP. Éste es el principal partido de la oposición actual: dice ser socialdemócrata, pero en realidad fue el partido gobernante durante el período de partido único. Es fuertemente nacionalista y muy hostil hacia los kurdos, los refugiados, etc.
Por otro lado, millones de kurdos y otros musulmanes de a pie (con esto no me refiero sólo a los islamistas, sino también a millones de personas de la clase trabajadora que creen en la religión) fueron expulsados de la vida política. Ésta es la razón por la que ha habido tantos golpes militares. Cada vez que el ejército toma el control, en las próximas elecciones la masa del pueblo vota por el partido de la oposición. Así que el ejército tiene que intervenir una y otra vez. Y ésta es la razón por la que los kurdos comenzaron a organizarse y a luchar; lo que llevó a una insurgencia de 30 años en el sureste de Turquía que se cobró cerca de 50.000 vidas.
Así que entre 2002 y 2007, cuando el AKP estaba bajo la amenaza descarada de los generales, Erdogan usó una táctica muy inteligente para ampliar su base: apeló a los sectores más oprimidos de la sociedad turca. Ofreció una vida decente a la gente corriente trabajadora, tanto económica como socialmente. La economía iba creciendo y los salarios y condiciones laborales mejoraron ligeramente. Prometió una lucha contra las prohibiciones que el estado kemalista aplicaba a la gente religiosa de a pie: por ejemplo, a las mujeres no se les permitía ir a la universidad con hiyab, lo que provocó mucho conflicto.
Apeló a los kurdos. En 2005 organizó un mitin en Diyarbakir, capital del territorio kurdo en Turquía. Al hablar allí fue el primer representante estatal turco en reconocer públicamente que la cuestión kurda existe, que el Estado turco ha cometido muchos errores y que quiere resolverlo. En este período, los debates sobre el genocidio armenio de 1915 llegaron por primera vez a los principales medios de comunicación. La dirección del AKP suavizó la hostilidad contra Armenia; el ex presidente fue a la capital armenia, Ereván, para ver un partido de fútbol con el presidente armenio. Hubo mejoras respecto a las torturas y las demás formas de maltrato bajo custodia policial.
Erdogan no hizo esto porque fuese una persona agradable. Es que hubo luchas sociales sobre todos estos temas. Y dependía del apoyo social para evitar que los militares lo expulsaran. De esta manera alcanzó el 47% de los votos en 2007 y el 50% en 2011.
Así que a principios de 2013, se inició el proceso de paz con los movimientos kurdos. Éste fue un momento muy, muy significativo en la historia turca, porque por primera vez el Estado reconoció a Abdullah Ocalan —el encarcelado líder del principal partido kurdo, el PKK— como a un negociador.
Pero durante el resto de 2013, se produjeron un montón de cambios. En junio tuvimos las protestas del parque de Gezi, que duraron casi un mes. Millones de personas salieron a las calles contra la agenda derechista y neoliberal del AKP.
Y en diciembre de 2013, Erdogan rompió su alianza con los gulenistas. Gulen es un clérigo religioso que vive en el exilio en Estados Unidos. Lleva 40 años construyendo un movimiento que en teoría funciona como una entidad caritativa religiosa, pero en realidad trata de formar cuadros para ocupar puestos en la burocracia estatal. Erdogan confió en los gulenistas desde el principio, para ocupar puestos estatales: en el departamento de policía, en el poder judicial y en otras posiciones del funcionariado.
Así que cuando rompió con Gulen, Erdogan pasó a aliarse con los generales kemalistas que habían intentado derrocarlo. La mayoría de ellos fueron encarcelados entre 2008 y 2011, debido a intentos de golpe militar; los liberó a todos.
Erdogan abandonó el proceso de paz en marzo de 2015 mientras hacía campaña a favor de su candidatura presidencial durante las elecciones generales y pasó a impulsar una fuerte campaña contra el importante partido kurdo, el HDP. El objetivo del ataque era lograr que el HDP cayera por debajo del umbral del 10%. Sin embargo, el HDP tuvo un gran éxito en las elecciones, logrando un 13%. El AKP perdió una quinta parte de su voto, quedándose sin mayoría absoluta y en consecuencia fue incapaz de formar un gobierno por si solo.
Esto intensificó la alianza entre Erdogan y la dirección tradicional del ejército. Se centraron en: 1- evitar el surgimiento de un estado kurdo en Rojava, 2- detener el crecimiento del HDP, y 3- perseguir y eliminar a los gulenistas de toda la estructura estatal.
El AKP repitió las elecciones en noviembre de 2015 y, utilizando argumentos en torno a la estabilidad, consiguió volver al 50%. Pero la crisis no había terminado. Erdogan destituyó al primer ministro Davutoglu, al que había designado en 2014. Esto era un reflejo de las tensiones dentro del AKP que ya llevaban dos años produciéndose.
En julio de 2016, hubo un terrible intento de golpe militar, liderado por los gulenistas pero que incluyó también una coalición más amplia con fuerzas kemalistas. El fallido golpe de estado se cobró 250 vidas y los golpistas incluso bombardearon el parlamento. Millones de personas salieron a las calles para detenerlos.
Erdogan secuestró la resistencia popular: contagió un tono muy nacionalista a las manifestaciones —excluyendo así al pueblo kurdo del consenso social contra el golpe— y giró hacia su derecha, para aliarse con el partido fascista, el MHP.
Por lo tanto, la alianza “local y nacional” era ahora aún más amplia. Generales tradicionalistas; un gobierno con el 50% del voto; y también los fascistas con sus propios cuadros dentro del ejército. Erdogan declaró el estado de emergencia y comenzó a dirigir el país por decretos. Decenas de miles de personas fueron despedidas de sus trabajos o encarceladas.
Se argumentó que todas las operaciones iban dirigidas contra los gulenistas. Pero sus víctimas abarcaron a activistas de izquierdas, kurdos e incluso a partidarios del AKP que no tenían nada que ver con el golpe, o que incluso lo habían combatido activamente en las calles.
Así, la atmósfera general de descontento en todo el país llevó a los resultados del referéndum del pasado mes de abril. Representan una victoria aritmética, pero una derrota política, para Erdogan. Perdió todas las ciudades más grandes de Turquía, incluso Ankara y Estambul, que siempre había ganado desde hace 20 años. Incluso perdió en los supuestos feudos del AKP dentro de Estambul.
El papel de la izquierda
Sin embargo, esta crisis no conducirá automáticamente a la derrota de Erdogan. En 2015 logró maniobrar para ganar una mayoría tres meses después de sufrir una seria derrota electoral. Así que una gran pregunta es qué debería hacer la izquierda para contribuir a la salida de Erdogan. El principal argumento de la izquierda es que todas las fuerzas hostiles a Erdogan deberían unirse.
Esto incluiría al CHP, el partido nacionalista kemalista que es hostil a la gente refugiada de Siria, que se opuso al proceso de paz con los kurdos, y que apoyó al gobierno de Erdogan en la eliminación de los diputados y líderes del HDP del parlamento. Incluso incluye a elementos del partido fascista MHP: una facción muy grande de éste rompió con su línea oficial para decir “No” en el referéndum. Si abandonas los principios de la izquierda y el movimiento obrero, puedes llegar a ver a un fascista como a un “progresista” porque se opone al gobierno en términos de “laicismo”.
La otra opción es intentar ganar a secciones de la base del AKP hacia una alternativa de izquierda. La abrumadora mayoría de la clase trabajadora vota al AKP. Cuando vas a la huelga de los trabajadores metalúrgicos, ves a “los fanáticos de Erdogan” —como ellos mismos se llaman— haciendo huelga y manifestándose contra sus jefes… pero también contra su gobierno que es el que apoya a los jefes. Son estas secciones de la sociedad las que constituyeron el 70% de la opinión pública que apoyaba el proceso de paz con los movimientos kurdos. Y estas personas no son “borregos” que siguen cualquier cosa que dice Erdogan. Uno de cada cinco votantes de Erdogan lo abandonó en las elecciones de junio de 2015.
En mi partido, DSIP, decimos que esta cuestión es tanto aritmética como política. Si quieres enfrentarte y derrotar a un partido que tiene el apoyo del 50%, necesitas que una parte de esta gente cambie de lado, no basta con unir a todas las demás fuerzas. Además, la izquierda no puede unirse con nacionalistas, fascistas o la clase alta elitista. Nuestro objetivo es ganar a la clase trabajadora en las luchas.
Así que abogamos por una alternativa amplia, un movimiento contra los kemalistas y Erdogan, que apele a las bases votantes del AKP, incluso si votaron “Sí” en el referéndum, para unirlos a las alas más progresistas dentro de la campaña por el “No”.
Existe base para tal alternativa. Demirtas, el líder del partido kurdo, el HDP, se esforzó mucho en seguir una línea así en 2015, cuando duplicó sus votos (en comparación con el voto tradicional de los partidos kurdos) y al menos dos tercios de los nuevos votos procedían de antiguos seguidores del AKP.
Pero estas alianzas más amplias no surgen por sí mismas. Un tema clave es también quién la iniciará y construirá. Aquí tenéis un montón de experiencias con Podemos, CUP y otros espacios. Los partidos o alianzas más amplios conllevan muchos problemas.
Así que además de promover y participar en estos posibles espacios, tenemos la tarea crucial de construir una organización revolucionaria. Sólo mediante la construcción de un núcleo militante de activistas socialistas, tendremos la oportunidad de arrastrar a las coaliciones y a los movimientos más amplios hacia la izquierda.
Miremos cómo toda la izquierda radical en el Reino Unido se unió para apoyar a Corbyn, lo que ayuda al líder laborista, un reformista de izquierdas, a mantenerse firme frente a la derecha, el Estado y la cúpula del Partido Laborista
Pero otro ejemplo es Syriza en Grecia… donde el reformismo de izquierdas llevó al movimiento obrero a hacer concesiones y acuerdos con la Troika, desmoralizando así a millones de personas.
Pero aún así vemos grandes huelgas generales en Grecia y esto es gracias en parte a la existencia de una izquierda radical, alrededor de ANTARSYA, que está luchando y construyendo sobre una base anticapitalista.
En Turquía, en el DSIP, tenemos años de experiencia en impulsar campañas en torno al racismo, cambio climático, migración, derechos LGBTI, contra la guerra, etc. Ahora necesitamos un DSIP más grande si vamos a construir una amplia alternativa para llenar el vacío que existe en el espacio político turco.
En Catalunya y en todo el Estado español también necesitamos un núcleo marxista revolucionario de activistas. Únete a Marx21 y ayúdanos a construir uno.