Dani Romero
[Català]
A estas alturas, se hace imposible recordar cuántos escándalos de corrupción lleva el Partido Popular en los últimos años. Desde la Gurtel, Bárcenas, Púnica, Lezo… Todos ellos implicando a altos cargos, hasta el punto de que cuesta encontrar a un dirigente del PP que no aparezca, como poco, relacionado con algún caso de corrupción.
La idea de un gobierno que mantiene una estructura mafiosa, cobrando sobornos de empresarios a los que beneficia, colocando y sobornando a su vez a jueces y fiscales afines para ocultar la corrupción y comprando periodistas para defenderles en los medios, ya no es una idea o una suposición. Es la realidad con la que despertamos cada día al ver las noticias.
Y esto mismo podría haberse dicho cuando se destapó por ejemplo el caso de los pagos en B dentro del PP. La corrupción es tal que llevamos ya varias veces con la sensación de “esto hará caer al gobierno.”
“¡Mariano, Mariano, no llegas al verano!”, se cantaba en alguna concentración espontánea en la primavera de 2014 cuando ya afloraban casos de corrupción de inmensa magnitud para el PP. Pero Mariano llegó, aguantó, llegaron las elecciones y aun perdiendo millones de votos, siguió siendo el partido más votado.
Y siguió por supuesto el reguero interminable de casos de corrupción, que no dejan de mermar la confianza en el PP, y en el sistema político, pero parece que siempre volvemos a estar en el límite de lo tolerable y nunca se termina de rebasar. ¿Hasta cuándo?
Quizás habría que plantearse la cuestión desde una óptica negativa y preguntarse “¿por qué iba a dimitir el gobierno más corrupto de la historia, en el que hay más altos cargos implicados que libres de sospecha?” Mientras no sea legalmente inviable, mientras no haya ministros o presidentes encarcelados, ¿por qué iba a caer un gobierno corrupto?
La clase dirigente no tiene ningún problema con que haya corrupción; de hecho, ellos son la corrupción. Las grandes empresas del Ibex 35, los corruptores, quienes tienen el poder económico y manejan el político, no van a forzar la caída de “su” gobierno. Mientras les sirvan para sus intereses, los apoyarán. Y a día de hoy, el PP, con el apoyo de Ciudadanos y, aun con sus divisiones, del PSOE, sigue teniendo la fuerza necesaria para implementar las políticas de austeridad que exigen la UE (Bruselas dio de plazo hasta 2018 al nuevo gobierno para aprobar más recortes), así como la burguesía del estado español.
El problema no es la falta de información, ni de conciencia, ni siquiera de alternativas políticas en el plano electoral. El problema es que no hay un movimiento popular que verdaderamente esté poniendo en peligro la “estabilidad” de su corrupto sistema. Dicen que al PP la corrupción no le pasa factura… pero es que somos la clase trabajadora quienes hemos de cobrársela.
De hecho, fueron los movimientos sociales y las mareas quienes detuvieron la privatización del Canal de Isabel II, epicentro del último gran caso de corrupción del PP de Madrid. O la Marea Blanca la que paralizó la privatización de hospitales públicos, sobre cuyo proceso había también sombras de empresas opacas y paraísos fiscales.
No basta con tener información y concienciar a la gente sobre los verdaderos intereses de quienes gobiernan. Necesitamos movilización y organización social para que empiecen a preocuparse de verdad. Mientras tanto, se harán un lavado de cara hasta la siguiente.
De momento, ha habido una cacerolada en la sede del PP. Este es el tipo de acción que necesitamos para empezar a poner contra las cuerdas a un gobierno corrupto hasta la médula, y a partir de ahí abrir la puerta a un cambio de régimen que mire por los intereses de la mayoría.