John Molyneux

1 de febrero de 2017

Socialist Worker (Irlanda)

Nunca ha habido una toma de posesión presidencial en Estados Unidos como la de Donald Trump. En 670 ciudades de todo el mundo —desde Melbourne hasta Copenhague— la gente tomó las calles para protestar en la mayor manifestación mundial desde las grandes marchas contra la Guerra de Irak de 2003.

La participación en las protestas fue, por supuesto, mucho mayor en Estados Unidos. Allí las cifras de participantes fueron impresionantes –cerca de 500.000 en Washington, 750.000 en Los Ángeles, 250.000 en Nueva York y más de 100.00 en ciudades como Boston, Chicago, Portland o Seattle. Incluso en Austin, Texas hubo una concentración de 50,000. Alrededor de cuatro millones de personas en todo el país.

En Londres, hubo una manifestación en la que participaron casi 100.000 personas. En Irlanda, hubo 5.000 personas en la marcha de las mujeres el sábado en Dublín y otras 300 personas el viernes por la noche, además de concentraciones en Galway, Sligo y Cork.

En todas partes fueron las Marchas de las Mujeres las que captaron el interés de la gente y lograron un apoyo masivo. Esto fue en respuesta a la misoginia vil, abierta y repetida de Trump y la clara amenaza que su administración plantea al derecho de las mujeres a elegir.

Pero las manifestaciones no se limitaron a las mujeres. Todos los grupos amenazados por el Trumpismo se unieron: gente de color, activistas de Black Lives Matter, personas musulmanas, palestinos, personas LGBT Q, sindicalistas y ambientalistas.

Las protestas parecen haber sido en todas partes maravillosas celebraciones de unidad y solidaridad y son un faro de esperanza en un mundo oscurecido.

Oleada derechista

La victoria de Trump en noviembre forma parte de una oleada creciente de fuerzas racistas y de extrema derecha a nivel internacional y alentó a todos los fascistas y reaccionarios desde Marine Le Pen y Nigel Farage al Ku Klux Klan y al “Alt-Right”.

Pero la escalada de protestas nos recuerda que en realidad Donald Trump NO representa a la mayoría del pueblo estadounidense. En realidad perdió en el voto popular y sólo le fue entregada la presidencia debido a un sistema electoral totalmente antidemocrático. Y nos recuerdan también que habría perdido aún por más si se hubiera enfrentado a un candidato mejor que Hillary Clinton.

Después de la ola de manifestaciones que se produjeron inmediatamente después de la elección de Trump y la impresionante movilización en apoyo del candidato Bernie Sanders, junto con Black Lives Matter y Standing Rock, está claro que hay una nueva izquierda y una nueva generación de resistencia en Estados Unidos y que hay una audiencia masiva y potencial para esto en otros lugares también.

Resistencia

¡Y se necesitará resistencia! Nadie puede estar seguro en este momento lo que Trump hará o lo que será capaz de hacer, pero sabemos lo que quiere hacer. Sus nombramientos no dejan lugar a dudas.

Steve Bannon, anteriormente director de la web de noticias Breitbart y de la corriente ideológica fascista Alt-Right, un racista declarado, es consejero presidencial y estratega jefe del equipo de Trump; Steven Mnuchin, Secretario del Tesoro, anteriormente de Goldman Sachs y un gestor de fondos de cobertura reconocido por su agresiva postura de excluir a propietarios de viviendas; General James ‘Mad Dog’ Mathis, Secretario de Defensa, un Comandante de Marina de EE.UU. en Afganistán e Irak; Jeff Sessions, Procurador General de Alabama, con un récord de oposición a la inmigración, al matrimonio entre personas del mismo sexo y a los derechos de los homosexuales en el ejército.

La lista continúa: Ben Carson, Secretario de Vivienda, un fundamentalista cristiano adventista del Séptimo Día que niega la evolución y el cambio climático y se opone al aborto incluso en casos de violación e incesto; Wilbur Ross, Secretario de Comercio, banquero y multimillonario conocido como «el rey de la bancarrota» por comprar empresas en quiebra y venderlas por una fortuna; Rick Perry, Secretario de Energía, Gobernador de Texas, homófobo declarado y defensor de la pena de muerte que vetó la prohibición de ejecutar a las personas con discapacidad intelectual.

Y sobre todo está el secretario de Estado, Rex Tillerson, consejero delegado de ExxonMobile, la mayor compañía petrolera del mundo y principal patrocinador de la negación del cambio climático. Este es el gobierno de extrema derecha más extremo de la historia de Estados Unidos, dedicado a revertir el progreso en todos los frentes.

El discurso de inauguración de Trump, co-escrito por Steve Bannon, también señaló sus intenciones: tosco y mezquino, contenía sólo una idea: el nacionalismo americano agresivo.

Aquellos que esperan ciegamente que gritar «¡América primero!» beneficiará a los trabajadores que han sido dejados atrás por la globalización neoliberal van a sufrir una amarga decepción. Descubrirán que el patriotismo en voz alta sólo servirá como cobertura para más ataques a sus derechos y estándares de vida, incluso si son blancos.

Esta es la razón por la cual la resistencia será tan esencial. Sin ella, Trump y su pandilla harán retroceder todas las conquistas que las mujeres hayan conseguido desde los años sesenta, cada pequeño paso hacia adelante para los afroamericanos desde el Movimiento por los Derechos Civiles y todo intento de limitar el cambio climático. Al mismo tiempo, profundizarán y no disminuirán la pobreza y la desigualdad que ya es una característica del capitalismo estadounidense.

Y nunca debemos olvidar que lo que sucede en Estados Unidos afecta en todas partes del mundo, económica, política y culturalmente.

Pero eso es precisamente lo que hace que las grandes demostraciones estadounidenses y mundiales anti-Trump sean tan inspiradoras. Muestran no sólo la posibilidad de detener Trump en cada paso que de, sino también de construir un movimiento para un mundo mejor.