El antisemitismo crece una vez más, un vil racismo impulsado por la extrema derecha europea. En Europa del este y Grecia, los partidos populistas y neo-nazis lo promueven abiertamente. En Europa occidental, los fascistas se atreven cada vez más a revelar su naturaleza antisemita.

Por Rob Ferguson, profesor de secundaria, militante del Socialist Workers Party, y activista de Stand Up To Racism (GB). Trabaja activamente contra la islamofobia y el antisemitismo.

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En Hungría, el partido neonazi Jobbik, que recibió el 20% de los votos en las legislativas de 2014, culpa a la gente judía —“sionistas”— de la crisis financiera y de la crisis de los refugiados.

En Eslovaquia, el partido antisemita y fascista, “Partido del Pueblo – Nuestra Eslovaquia”, acaba de ganar un 8% de los votos. En Ucrania, fascistas y neonazis promueven discursos antisemitas, tanto en Kiev como en Donbas. Los nazis griegos de Amanecer Dorado también culpan a la gente judía de la crisis. En Bélgica, Laurent Louis, líder de “Debout Les Belges!” (“En pie los belgas”), mantiene que el Holocausto fue financiado por los sionistas. En Francia Jean-Marie Le Pen persiste en su mensaje, poco disfrazado, antisemita.

Este auge del antisemitismo en la derecha exige análisis y estrategia.

Sin embargo, la cuestión del antisemitismo no se limita a una lucha contra la extrema derecha. La izquierda y el movimiento antiimperialista están sometidos a acusaciones de antisemitismo por parte de los defensores del Estado de Israel y el lobby pro-guerra.

Además, una minoría de musulmanes se deja llevar por ideas antisemitas. Son casos concretos y no se deben exagerar, pero tampoco pueden ser ignorados.

Por último y lo más importante, el antisemitismo surge en el contexto de la marea islamófoba y racista que está alimentando el ascenso del fascismo y de la extrema derecha populista.

En este contexto, es esencial comprender tanto la naturaleza de la amenaza como su carácter político. Hay mucho en juego.

El antisemitismo: un arma de reacción

El antisemitismo surgió como un arma de reacción en el siglo XIX. Sus raíces fueron el rechazo a la Ilustración y a la Revolución Francesa de 1789. Mientras las revoluciones se extendían por Europa en 1848, se utilizó el antisemitismo para combatir las demandas de derechos civiles y sufragio universal. Los antisemitas presentaron estas luchas como una conspiración judía “de fuera” que buscaba la dominación y la destrucción del orden establecido. Los nazis desarrollaron esta misma formulación.

Debemos entender esta historia para abordar el aumento del antisemitismo en Europa hoy.

Hungría fue uno de los estados más afectados por la crisis de 2008. Un tercio de los hogares húngaros sacó hipotecas a bajo interés en francos suizos o euros. La mitad de los hogares tenía préstamos en moneda extranjera. Cuando el florín húngaro se derrumbó, el pago de intereses se disparó. La clase media se vio empobrecida, igual que muchos trabajadores con salarios bajos.

Jobbik surgió de la nada para convertirse en el tercer partido más grande en el parlamento y el partido más popular entre los votantes jóvenes. Su ala paramilitar, la Guardia Húngara, utiliza el emblema fascista de la SGM, la Cruz Flechada, que impulsó el Holocausto en Hungría.

Manejan una terminología supuestamente “antisionista” para ocultar su odio hacia la gente judía, con referencias a un “lobby sionista” y el control “judío” de la política exterior de EEUU. Este es el antiimperialismo de los tontos, como cuando la Alemania nazi presentó a sus rivales imperialistas, EEUU y Gran Bretaña, como a títeres de “la banca judía”.

Esto queda de manifiesto en la cruzada que lleva a cabo Jobbik contra la gente refugiada. Sus diputados exigieron leyes para permitir al ejército disparar contra las personas que crucen la frontera.

No es casualidad que el antisemitismo sea más fuerte allá donde la crisis financiera de 2008 golpeó más. Hungría y Grecia sirven como ejemplos importantes. Sin embargo, difieren en un aspecto clave. Amanecer Dorado está, por ahora, mucho más aislado que Jobbik. Esto es una consecuencia directa de la actividad de la izquierda griega, del movimiento antifascista, Keerfa, y del impacto de la lucha obrera de masas.

En Europa occidental, la mayor parte de la extrema derecha (aunque no toda) evita el antisemitismo abierto. Sin embargo, sería un error pensar que esto no puede cambiar. Las organizaciones fascistas siempre minimizan o incluso niegan su antisemitismo cuando lo consideran necesario.

En cualquier caso, existen muchas pruebas de la continua influencia del antisemitismo en el Front National (FN). Muestra de ello son sus campañas contra la “matanza ritual” (halal y kosher) y la circuncisión masculina, impulsadas también por Alternativa para Alemania.

Aunque las ideas de la “islamización” de Europa y América nos recuerdan al antisemitismo del s.XX, es poco probable que el islam reemplace completamente a la gente judía como al archienemigo del fascismo. Pueden presentar el islam como una amenaza para la “cultura”, los “valores” y la “seguridad”; ¡más difícil sería presentar a la inmigración musulmana como quien controla las finanzas del mundo o como la mano oculta detrás del poder militar de EEUU!

Por tanto, sería un error suponer que el auge antisemita en los países europeos más golpeados por la crisis no puede extenderse a la Europa occidental.

“El nuevo antisemitismo”: Los peligros de la división

La amenaza planteada por el resurgir del antisemitismo en la extrema derecha debe ser el punto de partida para la izquierda. Sin embargo, el terreno político se ha complicado.

El primer problema es que la acusación de antisemitismo se dirige, con creciente ferocidad, contra la izquierda. Hace tiempo que las y los defensores del Estado de Israel demuestran que no tienen ningún reparo en confundir el antisionismo y el antisemitismo. Tras la guerra árabo-israelí de 1967, decían que la izquierda y quienes defendían al pueblo palestino promovían el odio contra los judíos, tras una máscara antisionista.

Este discurso se ha reconfigurado ante los nuevos desafíos para el sionismo y el imperialismo: la revolución iraní; las dos intifadas; el ascenso de Hamas; el movimiento para el Boicot, Desinversión y Sanciones… y sobre todo la “guerra contra el terror”. Abundan textos que presentan a la izquierda, la gente musulmana, los Estados árabes, la solidaridad con la lucha palestina y el movimiento anti-guerra, como a los impulsores de la hostilidad hacia la gente judía.

La islamofobia es un factor clave en este ataque. Sus impulsores promueven sistemáticamente la noción de una comunidad musulmana hostil a los valores liberales occidentales y “vulnerable al extremismo”. Denis MacShane, que fue ministro con Tony Blair y presidió el Inter-Grupo Parlamentario contra el Antisemitismo, declaró que “el islamismo ha desatado el nuevo antisemitismo del s.XXI”.

Dejando aparte sus manipulaciones acerca de Israel, el discurso del “nuevo antisemitismo” nos divide frente al antisemitismo de la derecha. Roger Cukierman, presidente del CRIF (la principal organización de la comunidad judía en Francia) escribió en 2002 que el éxito electoral de Jean-Marie Le Pen del FN “servirá para reducir el antisemitismo islámico y el comportamiento anti-israelí, ya que su voto envía un mensaje a los musulmanes para que se comporten pacíficamente”. Tuvo que retirar sus palabras, pero afirmó en 2015 que Marine Le Pen era “irreprochable personalmente” respecto al antisemitismo.

Francia tiene las poblaciones judía y musulmana más grandes de Europa; los fascistas del Front National acumularon siete millones de votos en las elecciones regionales del año pasado. Si algún país demuestra la necesidad de unirnos contra el fascismo y la extrema derecha, es Francia. Por desgracia, el hecho de que gran parte de la izquierda francesa no ha luchado contra la islamofobia estatal —apoyando la prohibición de velo y el niqab y equiparando el “terrorismo” a la fuerza militar del imperialismo— sólo ha empeorado las cosas.

La izquierda debe volver a aprender las lecciones. La unidad no es automática. El discurso del “nuevo antisemitismo” puede arraigar entre la gente joven judía a la que la izquierda debería movilizar contra el FN, y contribuye a ahuyentar a la juventud musulmana. Así se siembran divisiones en nuestro lado y se da vía libre a los antisemitas de verdad.

Finalmente, esto nos lleva a otro reto. Una minoría dentro de la comunidad musulmana ha respondido a la marea reaccionaria del imperialismo y la guerra, la islamofobia, y la expulsión del pueblo palestino, con actitudes que minimizan o relativizan el Holocausto, o aún peor, negando el Holocausto y fomentado mentiras abiertamente antisemitas, por ejemplo de una conspiración sionista/judía.

En Oriente Medio, los Estados del Golfo, en particular, impulsan discursos brutalmente antisemitas, no antisionistas. Debemos condenarlos firmemente. Su antisemitismo sirve precisamente para ocultar sus tratos y alianzas con el imperialismo y su larga historia de traición abyecta; utilizan la lucha palestina para promover sus propios objetivos regionales. Por encima de todo temen, y con razón, que la lucha palestina pueda actuar como el detonante de la revolución que los derrote. El antisemitismo les permite presentarse como enemigos del sionismo, a la vez que frena las políticas de clase.

Por otro lado, equiparar el sionismo y el nazismo es un grave error que sólo refuerza los argumentos de quienes defienden al Estado de Israel. No ayuda que cada aventura imperialista se justifique diciendo que ha surgido un “nuevo Hitler”, o con acusaciones vacías de “islamofascismo”. No obstante, dichas equiparaciones no nos ayudan a entender el carácter del sionismo ni del fascismo o a luchar contra ellos.

¿En qué principios, entonces, debe basarse la estrategia de la izquierda? Primero, y sobre todo, hay que insistir en que el antisemitismo es un arma de la derecha, como siempre lo ha sido. Es una amenaza para la gente judía, musulmana, de izquierdas y para todo el movimiento obrero.

En segundo lugar, la islamofobia es ahora la principal arma del fascismo europeo y debe ser combatida incondicionalmente. Forjar la unidad y la confianza mutua con las comunidades musulmanas es una precondición para cualquier victoria contre el racismo y el fascismo.

En tercer lugar, el utilizar acusaciones de “antisemitismo” para justificar la islamofobia, los ataques contra el pueblo palestino o para calumniar a la izquierda, sólo favorece a aquellos que realmente amenazan a la gente judía, musulmana y a todo el mundo.

En cuarto lugar, no podemos permitir que la rabia contra el sionismo y los crímenes del Estado de Israel den paso a la idea de que “los judíos” son el problema.

Sin embargo, la clave del éxito reside en la construcción de movimientos unitarios como KEERFA en Grecia, Unite Against Fascism en Gran Bretaña o UCFR en Catalunya. Esto supondrá que personas que apoyan la lucha palestina colaboren con otras personas —judías y no judías— que creen en la necesidad de un Estado judío, pero que están dispuestas a unirse contra las fuerzas que nos amenazan a todas.

Es la tarea de los y las activistas socialistas y revolucionarias luchar por la unidad de la gente: judía, musulmana, blanca, negra…

A la vez que defendemos abiertamente nuestras propias ideas, no debemos perder de vista al enemigo principal, el fascismo, y luchar por la unidad dondequiera que éste asome la cabeza.


Una versión recortada de este artículo se publicó en la revista La Hiedra, No 1.