Xoán Vázquez
La visibilidad cada vez mayor de las personas LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales) y los avances legislativos de los últimos años no han puesto fin a las opresiones. Gays y lesbianas han conseguido una teórica igualdad legal (las personas transexuales ni siquiera eso) pero siguen siendo víctimas de discriminaciones y agresiones. Esto demuestra, como señala el sociólogo y activista Vélez Pellegrini que “el matrimonio no soluciona la homofobia socia,l simplemente supone un determinado grado de tolerancia a la visibilización de un cierto tipo de gay o lesbiana con ‘las plumas metidas en el baúl. Al tiempo que esto sucede asistimos a la armarización, impuesta por la presión del gay business, de otro tipo de gays, lesbianas y transexuales (pobres, precarias, minusválidas, migrantes)”.
Desde la aprobación de la Ley de Matrimonio en 2005 el hostigamiento contra quienes se visibilizan como gays, lesbianas o transexuales no ha dejado de aumentar. Sólo en Catalunya y según datos de la última memoria del Observatori contra l’Homofòbia, del Front d’Alliberament Gai de Catalunya (FAGC), en el último año hubo 351 denuncias, lo que supone un incremento de más del 7% con relación al año anterior.
Estos datos no son fruto del “victimismo” del que a veces se acusa a gays y lesbianas. Buena prueba de ello es el último estudio realizado por el CIS, según el cual el 77,4% de los jóvenes ha escuchado insultos homófobos y un 18,2% ha presenciado golpes o empujones a homosexuales. Dicho informe concluye que en el entorno juvenil persisten rasgos muy fuertes y evidentes de homofobia.
Por otro lado, ya en agosto de 2009, el FAGC denunciaba que el 16% de las agresiones sufridas por homosexuales y transexuales tienen como escenario los centros de trabajo; una tasa que no ha dejado de aumentar en los últimos 4 años. Dado el miedo a perder el empleo, sobre todo en tiempos de crisis, es probable que muchas más personas sufran esas situaciones y que no las denuncien.
El Estado español, con una de las legislaciones más avanzadas en igualdad LGTB, tendría que ser una especie de “santuario de la tolerancia”. Pero la verdad es que, fuera de los guetos de las grandes ciudades, y a pesar de los avances, existe una homofobia social. Ésta es la realidad cotidiana para las personas LGTB. Desde las más “banalizadas” (el uso generalizado como insulto de las palabras “maricón” o “a tomar por culo”, incluso en manifestaciones políticas, o las expresiones peyorativas con las que se describe a lesbianas y transexuales en conversaciones cotidianas) a las agresiones físicas más violentas lleva a muchos a pensar que las opresiones sufridas por gays, lesbianas y transexuales son resultado de “prejuicios ancestrales” y de una naturaleza humana hostil a la diferencia e imposibles de erradicar.
Nada más lejos de la realidad. Estas opresiones están arraigadas en un modelo de sociedad, la capitalista, que erige en norma la heterosexualidad y la pareja procreadora. Un orden moral que en los 80 creímos que estaba a punto de extinguirse y que ha vuelto con más fuerza.
Un modelo de sociedad heterosexista y machista que desgraciadamente también han interiorizado perfectamente muchos/as de aquellos con los que compartimos las luchas. Esa gente de izquierdas que Alberto Mira llamó muy acertadamente “homófobos liberales”. Una homofobia que acepta la homosexualidad mientras se mantenga oculta.
La fecundidad de la cólera
Hace falta una respuesta, pero el panorama asociativo con el que contamos no puede ser más desolador. Convertidos los colectivos LGTB asimilacionistas en entidades de servicios y ocio, dirigidos por una “homocracia” a la sombra del poder y, entretenido la mayoría del activismo queer en interminables discusiones teóricas dentro del ámbito universitario, cabe preguntarse si hay razones para ser optimistas y sobre cuál es el camino a seguir.
La reconstrucción o reanimación de las diversas coordinadoras —Red contra la Homofobia, Bloque Alternativo para la Liberación sexual, Bloque Orgullo Crítico— ahora desaparecidas o congeladas, parece imposible. Entonces, ¿qué hacer?
Corresponde al activismo anticapitalista impulsar plataformas amplias en las que puedan converger desde el activismo LGTB más reformista a los grupos queer, plataformas organizadas en torno a uno o dos temas prioritarios en los que pueda haber cierta unanimidad. Quizás una posibilidad sería relanzar el tema de la lucha por una ley integral contra la homofobia.
Este es un tema del que se viene hablando desde los 70, que tanto el activismo más radical como la izquierda transformadora han prometido llevar adelante, pero que con el paso de los años se ha convertido en un gran globo sonda que no acaba de encontrar concreción legislativa.