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Tony Cliff

Este libro recoge textos que Cliff escribió durante el año antes de su muerte, en abril de 2000. Son artículos dirigidos a organizaciones revolucionarias en Alemania y en Turquía pero, lejos de reflejar un intento de imponer órdenes desde arriba, su objetivo fue ayudar a activistas en estos países a aplicar por sí mismos la herencia marxista a su propio contexto. Abarcan muchos temas, desde la revolución rusa de 1917 hasta la explicación de su derrota; desde la lucha contra el fascismo hasta los mitos y la realidad de la globalización; desde explicar la necesidad de una organización revolucionaria hasta responder a las dudas respecto a la posibilidad de una revolución hoy; entre otros muchos.



Índex

1 ¿Aún tiene importancia el marxismo?
2 ¿Por qué necesitamos un partido revolucionario?
3 La importancia de la teoría marxista
4 «Globalización», mitos y realidades
5 El régimen estalinista: capitalismo de Estado
6 Mao, Castro, Che y los movimientos nacionales
7 El marxismo ante la opresión
8 La lucha contra el fascismo
9 Lecciones importantes de los hechos de mayo de 1968
10 La Revolución Rusa
11 Capitalismo y militarismo
12 ¿Revolución democrática o revolución socialista?
13 Marxismo y democracia
14 ¿Es posible la revolución mundial?
15 El milenio: entre la esperanza y el miedo


Introducción

Ygael Gluckstein (el nombre real de Tony Cliff) nació en Palestina en 1917, en el seno de una familia sionista. Desde los 14 años militó en el sionismo de izquierdas, pero a los pocos años él y otros compañeros se pasaron al marxismo revolucionario, y empezaron a construir una organización trotskista en Palestina. Publicaron una revista en árabe y otra en hebreo, además de octavillas en inglés dirigidas a las tropas de ocupación británicas.

Después de la Segunda Guerra Mundial, se trasladó a Londres, y el resto de su vida política se desarrolló en Gran Bretaña, donde él adoptó el seudónimo de Tony Cliff.

Aquí, Cliff inició la labor teórica de dar una explicación a la estable Europa de posguerra y a la consolidación de la URSS de Stalin después de la Segunda Guerra Mundial, lo que chocaba con algunas de las proyecciones que había hecho Trotsky diez años antes.

En 1948, Cliff publicó el documento La naturaleza de clase de la Rusia estalinista, que suponía una nueva explicación, refutando la definición de la URSS como un «Estado obrero degenerado». (Posteriormente, se publicó una versión revisada de ese texto como un libro; ha sido publicado en castellano como Capitalismo de Estado en la URSS.) Ese análisis llevaría a la exclusión de Cliff y su círculo de la Cuarta Internacional, el espacio que entonces agrupaba a los grupos «trotskistas ortodoxos» del mundo, pero que pronto se fragmentaría.

A los pocos años, Cliff empezó conjuntamente con otros compañeros y compañeras un grupo socialista revolucionario que supo cómo irse desarrollando y creciendo en la difícil coyuntura de finales de los años 40 y la década de los 50, un momento en el que el sostenido crecimiento económico fortalecía las ideas del reformismo y aislaba a los revolucionarios.

El grupo en torno a Cliff también rompió con el trotskismo ortodoxo mediante el análisis de las revoluciones antiimperialistas, como en África y en Cuba, negando que las luchas guerrilleras hubieran logrado romper con el capitalismo. Insistían en que no se podía crear el socialismo, ni un estado obrero, sin una revolución obrera desde abajo. Y a diferencia de gran parte de la izquierda radical, analizaron las raíces del boom económico de la posguerra, en lugar de negar su existencia.

Esta obra teórica, ligada a un trabajo continuo de organización, permitió la creación de lo que se convertiría en la corriente socialismo internacional (IST), de la que la red Marx21 forma parte. Primero con el grupo socialismo internacional en Gran Bretaña, que en 1977 se convirtió en el Socialist Workers Party, la principal organización de la izquierda revolucionaria en ese país. Poco a poco se sumaron grupos de distintos países de todos los continentes del mundo; algunos eran grupos nuevos establecidos por individuos que compartían las ideas de Cliff, otros eran organizaciones existentes que habían evolucionado hacia la política de la corriente. El IST actualmente agrupa a organizaciones revolucionarias en más de veinte países.

Donde muchas corrientes de la izquierda radical se hundieron tras la caída del muro de Berlín y la desaparición de la URSS, el IST creció y se extendió. Y a lo largo de la década de los 90, ante el desencanto de muchos, esta corriente identificó los nuevos brotes de lucha anticapitalista.

Por todos estos motivos, Cliff va dedicado mucho tiempo a transmitir el marxismo revolucionario a nuevos y nuevas activistas y grupos de distintos países.

Este libro recoge textos que Cliff escribió durante el año antes de su muerte, en abril de 2000. Son artículos dirigidos a organizaciones revolucionarias en Alemania y en Turquía pero, lejos de reflejar un intento de imponer órdenes desde arriba, su objetivo era ayudar a los y las activistas en estos países a aplicar por sí mismos la herencia marxista a su propio contexto. Abarcan muchos temas, desde la revolución rusa de 1917 hasta la explicación de su derrota; desde la lucha contra el fascismo hasta los mitos y la realidad de la globalización; desde contar la necesidad de una organización revolucionaria hasta responder a las dudas respecto a la posibilidad de una revolución hoy; entre otros muchos temas.

Cliff los escribió de la forma en que hablaba; de forma accesible, con anécdotas para demostrar sus argumentos. Representan una introducción única a las ideas marxistas del socialismo desde abajo, a la vez que da inspiración y argumentos a las personas ya familiarizadas con el mismo.

Los textos se publicaron por primera vez en inglés en 2000, por Bookmarks, como el pequeño libro, Marxism at the Millennium. La editorial agradeció a «la camarada, compañera y esposa de Cliff, Chanie Rosenberg, por su invaluable ayuda para preparar la colección». Se publica aquí por primera vez en castellano, en agosto de 2023.

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1 ¿Aún tiene importancia el marxismo?

En la escuela aprendemos la historia como una historia de grandes hombres: reyes, generales, emperadores. Recuerdo haber aprendido que Cleopatra se bañaba en leche. Sin embargo, el maestro nunca nos dijo quién producía la leche ni cuántos niños egipcios habían sufrido malnutrición por falta de leche. Se nos explicó que Napoleón fue a Rusia en 1812. Por el contrario, no se nos mencionó cuántos campesinos rusos o campesinos franceses con uniforme murieron como resultado.

El Manifiesto Comunista deja claro que lo relevante es la acción de las masas:

La historia de toda la Sociedad hasta ahora es la historia de luchas de clases. Hombre libre y esclavo, patricio y plebeyo, señor y vasallo, maestro de gremio y soltero, en una palabra, opresores y oprimidos, han estado en un antagonismo constante, han sostenido una lucha ininterrumpida, ahora disimulada, ahora franca, una lucha que acababa cada vez con una transformación revolucionaria de toda la sociedad o con la destrucción común de las clases en lucha.

Tanto el «socialismo» estalinista como el «socialismo» socialdemócrata es socialismo desde arriba. Con los estalinistas eso es obvio. Cuando Stalin estornudaba, cada miembro del partido tenía que sacar el pañuelo.

El «socialismo» socialdemócrata parece, a primera vista, democrático, si bien en realidad es completamente elitista. Se espera que el hombre y la mujer corrientes vayan a votar en las elecciones parlamentarias una vez cada cuatro o cinco años, pero que dejen el resto a otros. Si una persona vota diez veces durante toda su vida, podemos decir que dedica unos 30 minutos al ejercicio democrático. Abraham Lincoln decía: «No se puede tener una sociedad medio libre y medio esclava». Los dirigentes socialdemócratas esperan que la mayoría de la población viva toda una vida en esclavitud y 30 minutos en democracia.

Las contradicciones bajo el capitalismo

Bajo el capitalismo los que trabajan no poseen los medios de producción y los que poseen los medios de producción no trabajan. Bajo el capitalismo la producción es social. Los trabajadores trabajan en grandes unidades —fábricas, ferrocarriles, hospitales— que reúnen a grandes cantidades de trabajadores. La producción es social, la propiedad no. La propiedad se encuentra en manos de individuos, de compañías capitalistas o de estados.

Cada unidad individual de producción dispone de una planificación. No obstante, no hay ningún plan para coordinar las diferentes unidades del capital. En la empresa Volkswagen producen un motor para coches, una carrocería para coches, cuatro ruedas (más una adicional de reserva) para coches; existe una coordinación entre los diferentes aspectos de la producción. Pero, no hay coordinación entre la producción de Volkswagen y la de General Motors. La planificación y la anarquía son las dos caras de la misma moneda en el capitalismo.

Es útil comparar el capitalismo con el feudalismo que le precedió y con el socialismo que lo sucederá.

Bajo el feudalismo la producción y la propiedad eran individuales. Bajo el socialismo la producción y la propiedad serán sociales.

Bajo el feudalismo no se puede hablar de ningún tipo de planificación, ni en la unidad individual ni en el conjunto de la economía. Con el socialismo la planificación se aplicará a cada unidad de producción y la economía en su conjunto.

Debido a que la enorme dinámica y productividad del capitalismo existen al mismo tiempo que la anarquía, nos encontramos con el fenómeno de la pobreza en el seno de la abundancia. Durante miles de años la gente moría de hambre porque no había suficientes alimentos. El capitalismo es el único sistema social donde la gente pasa hambre porque hay demasiados alimentos. En Estados Unidos construyen buques especiales, para transportar grano, en los que se puede abrir el fondo y tirar el grano al mar para mantener altos los precios.

La pobreza y la riqueza toman formas extremas como nunca antes en la historia. Se ha calculado que 58 multimillonarios tienen una riqueza equivalente a los ingresos de la mitad de la humanidad. Esta mitad de la humanidad no sólo incluye a los pobres sino también a los relativamente acomodados.

Competencia entre capitales y explotación de la clase trabajadora

Bajo el feudalismo el señor feudal explotaba y oprimía a los siervos como un medio para mejorar su propia calidad de vida. Como Marx señaló, «las paredes del estómago del señor feudal son el límite de la explotación de los siervos». Lo que motiva a la empresa Ford para explotar a sus trabajadores no es su interés en el consumo. Si este fuera el caso, el peso de los capitalistas sería ínfimo. Ford emplea a 250.000 trabajadores en todo el mundo. Si cada trabajador produjera una libra al día en forma de plusvalía, ésta bastaría para satisfacer a los propietarios de la Ford. No sólo eso. Como el dinamismo de la economía es mucho mayor que el dinamismo del consumo de cualquier persona, la carga sobre los trabajadores habría descendido con el tiempo. Pero el motivo de la explotación no es el consumo del capitalista, sino la acumulación de capital. Para sobrevivir a la competencia con la General Motors, Ford debe renovar las fábricas continuamente e invertir más y más capital. La otra cara de la anarquía de la competencia entre los capitalistas es la tiranía que los trabajadores sufren en cada unidad capitalista.

La naturaleza del Estado capitalista

En todas partes se nos dice que el Estado se levanta por encima de la sociedad, que el Estado representa a la nación. Sin embargo, el Manifiesto Comunista deja claro que el Estado es un arma de la clase dominante:

El ejecutivo del Estado moderno no es ni más ni menos que un comité de gestión de los asuntos comunes del conjunto de la burguesía.

En otro pasaje Marx escribe que el Estado son «cuerpos armados de hombres y sus cómplices»: ejército, policía, tribunales y cárceles.

Marx también llamaba al ejército la «industria de la muerte», y ésta depende de la industria real. Las fuerzas productivas determinan las fuerzas destructivas. En la época medieval, cuando el campesino tenía un caballo y un arado de madera, el caballero tenía un caballo (mejor) y una espada de madera. En la Primera Guerra Mundial, cuando millones de personas fueron movilizadas en el ejército, otros tantos fueron movilizados en la industria para producir armas, proyectiles, etc. Hoy día, cuando un dedo puede pulsar un botón y de esta forma transferir miles de libras al extranjero, un dedo en otro botón también puede aniquilar a 60.000 personas en Hiroshima. La industria de la muerte y la industria en general se adaptan como un guante a la mano. Si un marciano encontrara un guante no entendería porque hay cinco dedos, pero si supiera que el guante fue diseñado para cubrir una mano con cinco dedos, la interpretación sería obvia. También la estructura social del ejército refleja la estructura social de la sociedad. Si el ejército tiene generales, coroneles… y así hasta llegar a los soldados rasos, del mismo modo, en la fábrica hay gestores, capataces y trabajadores. Una jerarquía se adapta a la otra.

La revolución proletaria

Con el fin de expropiar a los capitalistas la clase trabajadora debe tomar el poder político. Pero, como argumentaba Marx, los trabajadores no pueden simplemente tomar la máquina estatal existente, porque que el Estado actual es un reflejo de la estructura jerárquica del capitalismo. Los trabajadores deben aplastar esta maquinaria estatal jerárquica y sustituirla por un Estado donde no haya ejército regular, sin burocracia permanente, donde todos los oficiales sean elegidos y puedan ser destituidos y, donde ningún representante gane más que los trabajadores a quienes representa. Marx llegó a esta conclusión tras observar la Comuna de París de 1871, donde los trabajadores lograron precisamente eso. El Manifiesto Comunista dice:

Todos los movimientos precedentes fueron movimientos de minorías, o en interés de minorías. El movimiento proletario es el movimiento autoconsciente e independiente de la inmensa mayoría y en interés de la inmensa mayoría.

Marx explicó porque necesitamos una revolución: la clase dominante no abandonará las riquezas y el poder si no es por la fuerza; y la clase trabajadora no se liberará de la «porquería de siglos» sin una revolución.

El capitalismo une y divide a los trabajadores al mismo tiempo. Competir por los puestos de trabajo, por la vivienda, etcétera, divide a la clase trabajadora; la lucha contra los patrones une a los trabajadores. La máxima unidad y el corazón de la revolución es la huelga general. La revolución no es un evento de una sola noche, sino un proceso de huelgas, manifestaciones, y así sucesivamente, culminando con la toma física del poder por parte de los trabajadores.

La violencia, tan a menudo confundida con la revolución misma es, como decía Marx, «la comadrona de una nueva sociedad». Nota: es la «comadrona», no la propia criatura (simplemente una ayuda).

El aspecto más importante de la revolución son los cambios espirituales que experimenta la clase trabajadora. Por poner un ejemplo. Bajo el zarismo los judíos fueron duramente perseguidos. Hubo pogromos contra ellos. No se les permitía vivir en las dos capitales, Petrogrado y Moscú, sin un permiso especial, y tenían una multitud de restricciones importantes. Llega la revolución: el presidente del Soviet de Petrogrado es un judío, Trotsky; el presidente del Soviet de Moscú es un judío, Kamenev; el presidente de la República Soviética es un judío, Sverdlov; el jefe del Ejército Rojo es un judío, Trotsky.

Otra manifestación de los inmensos cambios espirituales. Durante el 1917, durante el mes de la revolución, Lunacharski celebraba reuniones de entre 30.000 y 40.000 personas donde podía hablar de dos a tres horas sobre temas tan variados como William Shakespeare o el drama griego, entre otros.

Las condiciones para la revolución, como explicó Lenin, son cuatro:

  1. una profunda crisis general de la sociedad;
  2. la clase trabajadora evidencia que las cosas no pueden continuar como hasta el presente;
  3. la clase dirigente pierde la confianza para poder mantener el poder como hasta el momento y, por tanto, comienza a dividirse y enfrentarse, y
  4. la existencia de un partido revolucionario.

Socialismo o fascismo

En la cita anterior del Manifiesto Comunista, Marx escribía que la lucha de clases «acababa, o en una reconstitución revolucionaria de la sociedad en su conjunto, o bien en la ruina común de las clases enfrentadas». Llegó a esta conclusión basándose en la experiencia del declive de la sociedad esclavista romana. Espartaco fue derrotado, los esclavos no lograron derribar a la clase propietaria-esclavista; la sociedad entró en declive, los esclavos desaparecieron y fueron sustituidos por siervos y los propietarios de esclavos por señores feudales. (La invasión de las tribus germánicas fue sólo un elemento de este proceso).

Engels formuló la misma idea hablando de las alternativas a las que se enfrentaba la humanidad, el socialismo o la barbarie. Rosa Luxemburgo lo desarrolló más allá. Ninguno de los dos sabía tanto sobre barbaries como nosotros. Engels murió en 1895; Rosa Luxemburgo fue asesinada en enero de 1919. Ninguno de los dos sabía nada de las cámaras de gas, de Hiroshima y Nagasaki, de las hambrunas masivas de África, etc.

Cuando los nazis estaban a las puertas del poder, los dirigentes del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) pensaron que la alternativa al nazismo era el status quo. Por lo tanto, votaron al mariscal de campo Hindenburg como presidente, porque era un conservador, no un nazi; sin embargo, el 30 de enero éste pidió a Hitler que fuera el primer ministro de Alemania. Los socialdemócratas apoyaron los decretos de emergencia de Brüning que recortaron los derechos de los trabajadores, desmoralizándolos y de rebote ayudaron a los nazis. Fritz Tarnow, el «teórico» de los sindicatos, afirmó, «el capitalismo está enfermo. Nosotros somos sus médicos». Marx decía que la clase trabajadora era la que tenía que enterrar al capitalismo. Hay una diferencia entre un médico y un enterrador. El médico colocará la almohada bajo la cabeza del enfermo, en cambio el enterrador la colocará encima.

Dado que el fascismo es un movimiento de desesperación, mientras que el socialismo es un movimiento de esperanza, para combatir al fascismo es necesario no sólo combatir a los fascistas sino también combatir las condiciones que conducen a la desesperación. Se deben combatir a las ratas, pero también las cloacas donde éstas se multiplican. Se deben combatir a los fascistas, pero también al capitalismo que crea las condiciones que gestan el fascismo: paro, viviendas paupérrimas, privaciones sociales, etc.

Más importante que nunca

Las contradicciones del capitalismo son más profundas hoy que no cuando Marx murió en 1883, contradicciones que aparecen bajo la forma de profundas recesiones generales, guerras que estallan en un país tras otro, etc. La clase trabajadora es mucho más fuerte hoy en día que no en 1883. De hecho, la clase trabajadora de Corea del Sur a día de hoy es más numerosa que toda la clase trabajadora del mundo cuando Marx murió. Y Corea del Sur es tan solo la undécima economía del mundo. Añadir a los trabajadores americanos, japoneses, rusos, alemanes, británicos, etc., y el potencial del socialismo resulta mayor que nunca.

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2 ¿Por qué necesitamos un partido revolucionario?

La desigual conciencia de la clase trabajadora

¿Por qué necesitamos un partido revolucionario? La razón básica se encuentra en dos afirmaciones hechas por Marx. Él declaró que «la emancipación de la clase trabajadora es el acto de la propia clase trabajadora» y al mismo tiempo dijo que «las ideas dominantes de toda sociedad son las ideas de la clase dominante».

Existe una contradicción entre estas dos afirmaciones. Pero la contradicción no está en la cabeza de Marx, sino que existe en la propia realidad. Si sólo una de las dos afirmaciones fuese correcta, entonces no habría ninguna necesidad de un partido revolucionario. Si la emancipación de la clase trabajadora es el acto de la propia clase trabajadora, y eso es todo, entonces, seamos honestos, no necesitamos luchar por el socialismo –sentémonos con los brazos cruzados y sonriamos. ¡Los trabajadores se emanciparán ellos mismos!

Si, por el contrario, «las ideas dominantes de toda sociedad son las ideas de la clase dominante», y eso es todo, los trabajadores siempre aceptarán las ideas de los dirigentes. Entonces podemos sentarnos con los brazos cruzados y llorar, porque nada se puede hacer.

Lo cierto es que las dos afirmaciones son correctas. La lucha de clases se expresa siempre, no sólo como un conflicto entre trabajadores y capitalistas, sino también como un conflicto en el seno de la propia clase trabajadora. Los trabajadores en una línea de piquetes no están para intentar e impedir que el capitalista trabaje. Los capitalistas nunca han trabajado en su vida y no lo harán durante una huelga. La línea de piquetes es sobre todo un grupo de trabajadores que trata de impedir que otro grupo de trabajadores cruce la línea en interés de los patrones.

La cuestión del poder de los trabajadores es lo que Marx llamó la dictadura del proletariado. ¿Por qué necesitamos una dictadura del proletariado si toda la clase trabajadora está unida y sólo existe la oposición de una pequeña minoría de capitalistas? Podríamos decidir irnos a casa, y habríamos terminado con los patrones. ¡Si toda la clase trabajadora está unida podríamos escupirles y hundirlos en el Atlántico!

La realidad, sin embargo, es que habrá trabajadores en un lado y trabajadores atrasados en el otro. Como «las ideas dominantes de toda sociedad son las ideas de la clase dominante», los trabajadores se dividen entre distintos niveles de conciencia.

No sólo eso. El propio trabajador o trabajadora puede tener una conciencia dividida. Puede ser un buen luchador por los salarios y odiar al patrón, si bien cuando se trate de los negros la cosa puede cambiar.

Recuerdo que vivíamos con un tipo, un impresor, en la misma casa; era una persona formada. Se disponía a ir de vacaciones y le pregunté, «¿Coges el avión mañana?» y me dijo, «no, no puedo volar mañana. Es viernes 13. Deberemos esperarnos hasta el sábado». Éste es un buen ejemplo de lo que decíamos, el de un hombre del siglo XX con ideas de hace 1.000 años.

Contra el oportunismo y contra el sectarismo

Podéis encontraros en una línea de piquetes y a vuestro lado tener a un trabajador que hace comentarios racistas. Ante esto, podéis hacer una de estas tres cosas. Podéis decir, «no puedo estar con él en la línea de piquetes. Me voy a casa donde nadie hace comentarios racistas». Esto es sectarismo, porque si «la emancipación de la clase trabajadora es el acto de la propia clase trabajadora», se ha de permanecer con él en la línea de piquetes.

La otra posibilidad es simplemente evitar la cuestión. Alguien hace un comentario racista y hacéis ver que no lo habéis oído diciendo, «¡Qué día más bonito que hace!». Esto es oportunismo.

La tercera posición es debatir con esa persona contra el racismo, contra las ideas dominantes de la clase dirigente. Debatir y debatir. Si lo convencéis, excelente. Pero si no, aún así, cuando el camión de esquiroles llegue uniréis los brazos para detener a los esquiroles, porque «la emancipación de la clase trabajadora es el acto de la propia clase trabajadora».

El partido revolucionario: universidad de la clase trabajadora

La burguesía no tenía ningún partido revolucionario 20 años antes de su revolución. Los jacobinos en Francia no existían antes de 1789.

¿Por qué debemos empezar pues 20, 30 o 50 años antes de la revolución a hablar de un partido revolucionario? Debemos empezar a hablar de ello porque éste debe convertirse en el guía de la clase trabajadora en la lucha, en la revolución.

Los jacobinos se establecieron durante el mismo acto de la revolución. ¿Por qué? Porque cuando se observan las relaciones entre los capitalistas y la nobleza, se hace evidente que éstas son distintas de las relaciones entre los capitalistas y la clase trabajadora.

Es cierto que los capitalistas tuvieron que derribar a la nobleza y que la clase trabajadora debe derribar a los capitalistas, pero hay una gran diferencia. No es cierto que la nobleza poseyera toda la riqueza y los capitalistas fueran pobres. Los capitalistas eran ricos incluso antes de la revolución. Podían dirigirse a la nobleza y decir, «Muy bien, vosotros tenéis la tierra; nosotros tenemos el dinero, los bancos. ¿Cuándo os arruinéis cómo lo haréis para salvaros? Pues mezcle su sangre azul con nuestro oro casándose con nuestras hijas». En el campo de las ideas podían decir, «Muy bien, tenéis curas, nosotros tenemos profesores. Vosotros tenéis la Biblia –nosotros tenemos la Enciclopedia. Ya lo ven».

Los capitalistas eran intelectualmente independientes de las ideas de la nobleza. Influían a la nobleza mucho más que a la inversa.

La revolución francesa comenzó con una reunión de los Etats généraux (los Tres Estamentos) –la nobleza, el clero y las clases medias. Cuando llegó el momento de votar, fueron la nobleza y el clero quienes votaron con los capitalistas, no al revés.

¿Es nuestra situación similar? Claro que no. No podemos dirigirnos a los capitalistas y decir, «Muy bien, ustedes tienen la Ford, la General Motors y la ICI, pero nosotros tenemos un par de zapatos». En términos de ideas no sé cuántos capitalistas están influidos por el Socialist Worker. En cualquier caso, millones de trabajadores están influidos por el Sun[1]

El partido revolucionario de la burguesía podía aparecer en el mismo acto de la revolución. No tenían que preparar nada; tenían confianza. ¿Qué ocurrió el 14 de julio de 1789? Robespierre, el líder de los jacobinos, sugirió que se erigiera una estatua en honor de Louis XVI allí donde se ubicaba antes la Bastilla. No imaginaba que tres años más tarde le cortaría la cabeza. ¿De dónde procede el nombre de jacobinos? Proviene del monasterio donde se encontraban. Si hubieran sabido que cuatro años más tarde expropiarían las tierras de la iglesia seguro que no se habrían denominado con el nombre de un monasterio.

Eran independientes, eran fuertes y podían atender de los problemas. Nosotros tenemos una situación completamente distinta. Pertenecemos a una clase oprimida a la que le falta la experiencia de dirigir la sociedad, porque los capitalistas no sólo poseen los medios materiales de producción sino también los medios mentales de producción. Por eso necesitamos un partido –el partido es la universidad de la clase trabajadora. Lo que la academia militar es para el Ejército Británico, lo es el partido revolucionario para la clase trabajadora.

Marx dice en el Manifiesto Comunista que los comunistas generalizan a partir de la experiencia histórica e internacional de la clase trabajadora. En otras palabras, no aprendemos únicamente de lo que nosotros mismos experimentamos. Mi propia experiencia es pequeña. Cada uno tiene una extraordinaria pequeña experiencia. Sin embargo, es necesario generalizarlas y para ello es necesaria una organización que lo lleve a cabo. No puedo conocer por mí mismo la Comuna de París. No estaba. ¡Era muy joven en 1871! Así pues, es necesario que haya alguien que aporte toda esta información.

No es de extrañar, pues, que Trotsky escribiera que el partido revolucionario es la memoria de la clase trabajadora.

Tres clases de partidos trabajadores

Hay tres clases de partidos trabajadores: revolucionarios, reformistas y centristas.

El Manifiesto Comunista describía la naturaleza del partido revolucionario con estas palabras:

Los partidos comunistas se diferencian del resto de partidos de la clase trabajadora sólo en esto: (1) En las luchas nacionales de los proletarios de los distintos países, estos partidos señalan y muestran los intereses comunes de todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad. (2) En los diferentes estadios de desarrollo de la lucha de la clase trabajadora contra la burguesía por los que hay que transitar, siempre y en todas partes representan los intereses del movimiento en su conjunto.

Los comunistas son, por tanto, por un lado y desde un punto de vista práctico, el sector más avanzado y decidido de los partidos de la clase trabajadora de cualquier país, esa parte que impulsa a todas las demás; por otra parte, teóricamente, poseen respecto a la gran masa del proletariado la ventaja de una clara comprensión de la línea de avance, de las condiciones y de los resultados esenciales del movimiento proletario.

La segunda clase de partidos trabajadores son los partidos reformistas. En un discurso en el Segundo Congreso de la Internacional Comunista en 1920, Lenin definió al Partido Laborista como un «partido capitalista de los trabajadores».

Lo llamó capitalista porque la política del Partido Laborista no rompía con el capitalismo. ¿Por qué le llamaba entonces partido de los trabajadores? No es para que los trabajadores le votaran. En esa época había más trabajadores que votaban al Partido Conservador, y el Partido Conservador es claramente un partido capitalista. Lenin le llamó el Partido Laborista de esta manera porque expresaba el impulso de los trabajadores a la hora de defenderse contra el capitalismo. Cuando se observa una conferencia del Partido Laborista por televisión, es evidente que sus miembros expresan unas necesidades distintas a las del Partido Conservador. En la conferencia del Partido Conservador los aplausos aparecen cuando los oradores atacan a los sindicalistas y a los negros, o elogian al ejército, la policía, etc. En la conferencia del Partido Laborista los aplausos llegan cuando un orador declara la necesidad de un mejor servicio sanitario, mejor educación, vivienda, etc.

Entre los partidos revolucionarios y los partidos reformistas existe una tercera clase de partido, los partidos centristas. Su principal característica es rehuir las cuestiones esenciales. No son ni lo uno ni lo otro. Vacilan entre ambas opciones. Un caballo produce caballos, un asno, asnos. Cuando un caballo y un asno se cruzan producen una mula. Una mula no produce nada; es estéril. En un partido revolucionario existe una continuidad histórica. Puede experimentar auges o declives, pero lo esencial se mantiene. En un partido reformista también se produce cierta continuidad histórica. Pero no con los centristas. En 1936 el POUM en el Estado español tenía 40.000 militantes. Ahora el POUM está muerto y enterrado. El Partido Laborista Independiente (ILP) en Gran Bretaña obtuvo 4 diputados en las elecciones generales de 1945. Ahora no queda ni un triste vestigio del ILP. Una historia similar se produce con el SAP en Alemania, que era una mezcla de gente procedente del ala derechista del KPD (Partido Comunista alemán), blandlerista, elementos pacifistas del SPD y otros de procedencia diversa. Era un partido bastante grande a principios de los años 1930. Ahora no queda ni rastro.

Un revolucionario enseña y aprende de la clase trabajadora

El partido revolucionario debe dirigir a la clase trabajadora en base a toda la experiencia del pasado. Vale, así que el partido enseña a los trabajadores, pero entonces surge una sencilla cuestión: «¿Quién enseña al profesor?» Es extremadamente importante entender que debemos poder aprender de la clase trabajadora. Todas las grandes ideas provienen de los propios trabajadores.

Si se lee el Manifiesto Comunista, Marx habla de la necesidad de un gobierno obrero, de la dictadura del proletariado. Después, en 1871, escribe que los trabajadores no pueden tomar la antigua máquina estatal: deben aplastarla –desde el antiguo ejército permanente como la burocracia y la policía. Debemos terminar con toda esta estructura jerárquica y establecer un nuevo tipo de Estado, un Estado sin ejército permanente ni burocracia, donde todo oficial sea escogido, donde todo oficial reciba el mismo salario que la media de los trabajadores. ¿Marx descubrió esto a raíz de trabajar duramente en el Museo Británico? Por supuesto que no. Lo que sucedió fue que los trabajadores de París habían tomado el poder e hicieron exactamente eso.

Marx aprendió de ellos. Los estalinistas siempre afirman que Lenin inventó la idea del soviet. ¡Por supuesto, en la literatura estalinista Lenin lo inventó todo! Sin embargo, ésta es una concepción jerárquica e incluso religiosa de los acontecimientos. Disponemos de la correspondencia de Lenin, y cuando los trabajadores establecieron el primer soviet en Petrogrado en 1905, Lenin escribió cuatro días más tarde: ¿pero qué demonios es esto?

Durante la lucha, los trabajadores necesitaban una nueva forma de organización. Aprendieron que tener un comité de huelga en una sola fábrica no era efectivo a la hora de realizar la revolución. Se necesitaba un comité de huelga que aglutinase a todas las fábricas. Y justamente el soviet era esto: delegados de todas las fábricas reunidos conjuntamente para llevar la dirección. Ellos lo hicieron, Lenin les siguió. El partido siempre debe aprender de la clase, siempre.

¿El partido está siempre más avanzado que la clase? En términos generales la respuesta es que sí, de otra forma no sería un partido revolucionario. Así, cuando llegó en 1914 y estalló la Primera Guerra Mundial, los bolcheviques estaban muy por delante de la clase. Los bolcheviques estaban en contra de la guerra mientras la mayoría de los trabajadores la apoyaban.

Entonces llegó en 1917. En 1917 encontramos que Lenin dice una y otra vez, durante agosto y septiembre, que el partido se está quedando retrasado respecto a la clase, que la clase se encuentra por delante del partido y que se deben apresurarse para ponerse a la altura. La razón es muy sencilla. Durante mucho tiempo a los trabajadores les faltó confianza, de forma que se encontraban detrás del partido revolucionario. Al llegar un cambio en la situación su posición se transformó muy rápidamente.

El problema de los revolucionarios es que necesitamos una rutina para sobrevivir. Pero la rutina puede llegar a condicionarnos hasta tal punto que acaba dándose por supuesto que se está por delante de la clase trabajadora. ¡Pero cuando los trabajadores empiezan a movilizarse nos damos cuenta de que se encuentra enormemente atrasado! El partido revolucionario debe ponerse a la altura de la clase. El partido no es sólo un grupo de personas. Son los revolucionarios, y de ahora en adelante ellos deben liderar. Pero esta aseveración se vuelve absurda si no se lucha continuamente por liderar. Hay que aprender todo el rato, avanzar todo el rato.

Y esto no es sólo durante el tiempo de la revolución. Encontraréis en el lugar de trabajo que alguien puede llevar 20 años en el SWP, un buen compañero, y que hay alguien completamente nuevo, que se unió apenas hace unos meses. Sin embargo, cuando llega el momento de la actividad el nuevo compañero es mucho más avanzado que quien se unió hace 20 años. Os encontraréis con esta situación una y otra vez.

No se adquiere el liderazgo de la misma forma que se aumenta el capital cuando se tiene dinero en el banco. Si se tiene dinero en el banco, éste produce un interés. El liderazgo revolucionario no se le parece en nada. Hay que ganar todos los días, cada mes. De esta forma, para los revolucionarios lo que cuenta es lo que hicieron la semana pasada, lo que están haciendo esta semana y lo que harán la próxima. Se puede aprender de toda la experiencia de 100 años, pero la cuestión relevante es lo que se está haciendo hoy. Hay que luchar por el liderazgo.

Los miembros de los partidos reformistas son pasivos y complacientes

Debido a que el partido reformista quiere conseguir el mayor número de votos, busca el mínimo denominador común. Se adapta a las ideas dominantes.

¿Realmente creéis que algún diputado laborista conoce la opresión de los gays y lesbianas? Sin embargo, durante las elecciones de 1987 Patricia Hewitt, la secretaria de Neil Kinnock, filtró al Sun (¡con los diarios que llega ha haber!) un ataque contra «la izquierda demente» de los consejos municipales que apoyan a gays y lesbianas. ¿Por qué lo hizo? Porque creía que era la forma de hacerse popular. Tengo un panfleto de un hombre llamado John Strachey. Se consideraba marxista. En las elecciones de 1929 se presentaba para el parlamento y tenía un problema –parecía judío. Así que publicó un panfleto con el título de John Strachey es británico y amenazó con llevar a los tribunales a cualquiera que dijera que era judío. ¿Por qué lo decía? Debo reconocer que soy judío, pero si cualquier miembro del SWP fuera llamado judío, éste debería decir «Y claro que soy judío. Estoy orgulloso». No debe negarse.

Pero quien quiere el máximo número de votos debe adaptarse forzosamente a las ideas dominantes. Los partidos reformistas son por tanto partidos grandes, pero extremadamente pasivos. Por ejemplo, existe un libro llamado Labour’s Grassroots [Bases Laboristas] donde se muestra la composición por edades de los miembros del Partido Laborista. En 1984 había 573 agrupaciones de los Jóvenes Socialistas del Partido Laborista, en 1990 sólo 15. Había tres veces más miembros mayores de 66 que 25 años o menos. A los miembros del partido se les pedía cuánto tiempo al mes dedicaban a las actividades laboristas: el 50% decía nada, el 30% decía que menos de cinco horas al mes, es decir, una hora a la semana, y sólo el 10% respondió que entre cinco y diez horas.

La pasividad extrema: ésta es la naturaleza del Partido Laborista. La otra cara de la misma moneda es el control burocrático. Los burócratas dominan el partido.

Luego tenemos la secta. Sus miembros lo dicen claro, «sólo queremos manifestarnos con la gente que esté de acuerdo con nosotros. Sólo nos ocupamos de la gente que está de acuerdo con nosotros».

Los revolucionarios son aquellos que se separan de la mayoría de la clase trabajadora pero que a su vez son parte de la misma clase trabajadora. La cuestión para los revolucionarios es cómo relacionarse con los trabajadores no revolucionarios. Cómo relacionarse con la gente que está de acuerdo contigo en un 60% y cómo, durante la lucha, elevar esa cifra hasta el 80%. Si eres un sectario dices, «no estás de acuerdo conmigo en un 40%, así que no me importas nada». Si eres un revolucionario dices, «estamos de acuerdo en un 60%, empezamos con esto y ya debatiré contigo sobre el 40% restante y en el curso de la lucha te intentaré convencer».

Centralismo democrático

¿Y qué hay de la estructura del partido revolucionario? ¿Por qué hablamos de centralismo democrático?

Ante todo, debemos entender por qué necesitamos la democracia. Si se quiere ir de Londres a Birmingham es necesario un autobús y un conductor. No hace falta una discusión democrática porque ya hemos hecho el trayecto antes, de forma que necesitamos sólo un buen conductor y un buen autobús. El problema es que la transición del capitalismo al socialismo es algo que nunca hemos experimentado antes. No la conocemos.

Si no se conoce, sólo hay una forma de aprender: estando arraigado en la clase y aprendiendo de ella. Sin embargo, no es tan simple como afirmar que en cualquier tema la democracia resuelve el problema. Si deseáis saber si se experimenta una disminución en la tasa de beneficio, si Marx tenía razón, ¡no lo sometáis a votación! No tiene sentido. O tenía razón o no la tenía. Pensad y leed sobre el tema, y entonces decidid.

Sin embargo, hay cosas que deben someterse a voto. Todo lo relacionado con nuestra lucha debe ser puesto a prueba. Porque simplemente no sabemos. Porque si «la emancipación de la clase trabajadora es el acto de la propia clase trabajadora», entonces la clase trabajadora, mediante su propia experiencia, nos enseñará.

Hay una preciosa descripción que Lenin dio cuando estaba escondido después de las Jornadas de Julio de 1917, cuando el Partido Bolchevique se convirtió en ilegal y su prensa fue destruida. Los bolcheviques fueron acusados de ser agentes alemanes. Lenin no sabía hasta qué punto se había afianzado el poder de la reacción. Describe que estaba comiendo con un trabajador que se escondía con él y cuando el trabajador le dio pan le dijo, «El pan es bueno. Los de la clase capitalista nos temen». Lenin dice:

En cuanto lo oí, entendí la relación de fuerzas entre clases. Entendí lo que los trabajadores piensan realmente —que los capitalistas todavía nos tienen miedo, a pesar de ser ilegales, a pesar de haber sido reprimidos. Aún no se ha producido la victoria de la contrarrevolución.

Si deseáis saber si los trabajadores tienen confianza, ¿cómo lo sabréis? No podréis publicar una encuesta en la prensa, no os darán la oportunidad. No podréis encontraros con cada individuo.

No se puede realizar una revolución de la clase obrera sin una profunda democracia. Y de lo que trata precisamente la revolución es de elevar a la clase trabajadora a clase dirigente, de crear el sistema más democrático de la historia. A diferencia del capitalismo, donde cada cinco años escogemos a alguien para mal representarnos, en este caso la historia es completamente distinta. Bajo el capitalismo se eligen a los diputados pero no a los patronos. Bajo el capitalismo no votamos sobre el cierre de una fábrica. No escogemos a los oficiales del ejército ni a los jueces. En un gobierno obrero todo está bajo control de los trabajadores. Todo está en poder de los trabajadores. Es la forma más extrema de la democracia.

Así, si todo esto es cierto, ¿por qué necesitamos el centralismo? En primer lugar, la experiencia es desigual, los trabajadores tienen diferentes experiencias, y éstas deben unirse. Incluso en el partido revolucionario los miembros están influidos por diferentes presiones. Se encuentran influidos por el marco general y por el sector de trabajadores al que pertenecen.

Para superar ese sectorialismo, esta estrecha experiencia, se necesita centralizar todo el bagaje y la división existentes. De nuevo es necesario el centralismo porque la clase dirigente está altamente centralizada. Si no somos simétricos a nuestro enemigo no podremos vencerle nunca.

Nunca he sido pacifista. Si alguien emplea un palo contra mí, ¡tengo que conseguir un palo más grande! No creo que una cita de El Capital de Marx detenga a un perro loco que me esté atacando. Debemos ser simétricos a nuestros enemigos. Por eso no puedo entender a los anarquistas cuando dicen que no necesitan un Estado. Los capitalistas tienen un Estado. ¿Cómo terminar con un Estado sin un Estado opositor?

Los anarquistas siempre reniegan del Estado. Sin embargo, cuando ellos tuvieron bastante fuerza se unieron al gobierno. Esto es lo que hicieron en el Estado español durante la guerra civil. ¿Por qué? Porque no sirve de nada negar algo a menos que se destruya, y si se destruye debe sustituirse. ¿Y con qué podemos sustituir al Estado capitalista? Con órganos armados de trabajadores. Y esto es el Estado obrero.

La necesidad de un partido revolucionario de masas

Cuando hablamos del partido como dirigente de la clase, no estamos tratando sólo una cuestión de experiencia, conocimiento y arraigo. El liderazgo debe utilizar el lenguaje de los trabajadores, debe tener el espíritu de los trabajadores. Hay que relacionarse con ellos porque de eso se trata el liderazgo, hablar y escuchar, no sólo hablar. Se debe hablar en un lenguaje que los trabajadores puedan entender.

Pero eso no es suficiente. Es necesario un gran partido. Para dirigir a la clase trabajadora se necesita un partido de masas. El SWP es el partido de masas más pequeño del mundo. Es un partido minúsculo. El Partido Bolchevique en 1914 tenía 4.000 miembros. Después de la revolución de febrero de 1917 tenía 23.000. En agosto de 1917 tenía un cuarto de millón. Con un cuarto de millón se puede liderar a una clase trabajadora industrial de tres millones.

El Partido Comunista alemán en 1918 contaba con 4.000 militantes. Aunque todos hubiesen sido genios no habrían podido ganar la revolución. Se requiere un partido considerable, puesto que para liderar se necesita tener una base en cada fábrica.

He mencionado los días de julio. Cuando Lenin fue acusado de ser un espía alemán, 10.000 trabajadores de los 30.000 de la fábrica Putilov hicieron huelga ese día para manifestar su confianza en Lenin. ¿Por qué? Porque había 500 bolcheviques en la fábrica de Putilov.

Si se quiere dirigir a millones se necesitan cientos de miles en el partido. Incluso el Carnaval de la ANL[2], con una participación de 150.000 personas, un maravilloso éxito, en términos de revolución fue todavía algo pequeño. Incluso para un evento de estas características necesitamos seis, siete u ocho mil miembros del SWP para organizarlo.

Detesto que la gente piense que el marxismo es una especie de ejercicio intelectual: interpretamos cosas, las entendemos, somos más listos. El marxismo se trata de acción y para actuar hace falta magnitud. Para actuar es necesario poder. Necesitamos un partido de masas –de medio millón de miembros.

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3 La importancia de la teoría marxista

Una y otra vez Lenin repetía que no puede haber un partido revolucionario sin teoría revolucionaria. El marxismo fue definido por Marx y Engels como socialismo científico. La ciencia, ya sea física, química o marxismo, no puede aprenderse de memoria como un conjunto de consignas. Se debe estudiar en serio.

Cuando Marx y Engels escribieron que los revolucionarios deben generalizar la experiencia histórica e internacional del movimiento obrero, eran conscientes de que esto no podía hacerse si no es a través del estudio, a través de la teoría. No se puede saber de la Comuna de París por la propia experiencia. Por este motivo deben leerse libros. Trotsky expresaba la misma idea con diferentes palabras cuando decía que el partido revolucionario era la memoria y la universidad de la clase. En la universidad, los estudiantes estudian teoría.

Debe aprenderse del pasado para prepararse para el futuro. Karl Radek, un destacado bolchevique, describió en sus memorias sobre Lenin como en medio de los turbulentos días de 1917 Lenin le sugirió que leyera un libro sobre la Revolución Francesa, pues le ayudaría a entender las tareas que se acercaban. Durante este mismo período Lenin escribió uno de sus libros teóricos más relevantes, El Estado y la revolución, St. Just, en la época de la Revolución Francesa, dijo, «aquellos que hacen media revolución cavan sus propias tumbas».

Todas las revoluciones comienzan como medias revoluciones. Lo nuevo coexiste con lo antiguo. Así, la Revolución de Febrero de 1917 se libró del zar, se libró de la policía, estableció los soviets y los comités de trabajadores en las fábricas —todo esto era nuevo. Pero lo antiguo todavía sobrevivía: los generales permanecían en el ejército, los capitalistas seguían poseyendo las fábricas, los terratenientes la tierra, y la guerra imperialista continuaba.

Cuando Lenin regresó a Rusia en abril de 1917, 10.000 trabajadores y soldados le dieron la bienvenida en la Estación de Finlandia de Petrogrado. El presidente del Soviet de Petrogrado, el menchevique de derechas Chkheidze, lo recibió con un gran ramo de flores, y declaró, «en nombre de la victoriosa Revolución Rusa te damos la bienvenida». Lenin dejó a un lado el ramo, se volvió hacia los miles de trabajadores y soldados y dijo, «¿qué victoriosa Revolución Rusa? ¡Nos hemos librado del zar! Los franceses se libraron de su rey en 1792. Sin embargo, los capitalistas todavía poseen las fábricas, los terratenientes poseen la tierra, la guerra imperialista continúa. ¡Abajo el gobierno provisional! ¡Paremos la guerra! ¡Tierra, pan y paz! ¡Todo el poder para los soviets!» El historiador, Sujánov, describió la escena. Se podría pensar que los miles de trabajadores y soldados habrían gritado, «¡Viva!» a Lenin. Pero permanecieron completamente estupefactos. Estaban tan entusiasmados por el fin del zarismo, el fin de la policía, que no podían entender por qué alguien debía criticar el sistema. La única voz que se escuchó en medio del silencio fue la de Goldenberg, un ex miembro del Comité Central del Partido Bolchevique. Él gritó, «¡Lenin está loco! ¡Está completamente loco!» Dado que Lenin entendía muy bien las palabras de St. Just, siguió dirigiendo la revolución hasta la victoria final.

Desde 1917 han sido muchas las revoluciones que se han hecho a medias y que por tanto han acabado con una contrarrevolución.

Por dar algunos ejemplos. En noviembre de 1918 la revolución en Alemania se libró del Káiser y estableció consejos de trabajadores, soviets. Sin embargo, los generales y los propietarios de las fábricas permanecieron en sus cargos. En 1919 oficiales del ejército asesinaron a Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y otros comunistas. Años después los nazis llegaron al poder en Alemania.

En 1979 las huelgas de masas en Irán culminaron en una huelga general dirigida por consejos de trabajadores (shoras) y en el derribo del Sha. El liderazgo de los trabajadores recayó en el Partido Comunista (Tudeh) y los fedayines, ambos seguidores de Moscú. Defendieron la unidad del pueblo iraní y la de todos los musulmanes. Pactaron con el ayatolá Jomeini y éste les recompensó con una matanza.

El tercer ejemplo es Indonesia. A principios de 1960 el Partido Comunista de Indonesia tenía 3 millones de miembros, muchos más que los bolcheviques en 1917 (un cuarto de millón). Había también 10 millones de personas en organizaciones asociadas con el Partido Comunista indonesio. Pero la dirección, que era estalinista, defendió la unidad de la nación indonesia y de todos los musulmanes. Apoyaron al presidente nacional burgués de Indonesia, Sukarno. En 1966 un subalterno del general Sukarno, el general Suharto, perpetró un golpe de Estado que dio lugar a la matanza de entre 500.000 y 1 millón de comunistas.

Debemos aprender del pasado para preparar el futuro. Debemos estudiar economía marxista para entender las contradicciones del sistema capitalista, las fuerzas que lo conducen a las crisis y a las explosiones sociales.

Dirigir es preveer. Para preveer debe tenerse una clara comprensión teórica de la economía, la sociedad, la política, la historia y la filosofía.

No es suficiente con que una minoría de los miembros del partido conozcan la teoría. Todo el mundo debería saberla. Lenin escribió que en un partido revolucionario no hay bases, todo el mundo debe tener un conocimiento del marxismo. El partido revolucionario no es una copia de una fábrica capitalista o del ejército capitalista. En la fábrica los gestores deciden y los trabajadores deben obedecer. En el ejército capitalista los oficiales mandan y los soldados prestan obediencia. En un partido revolucionario cada miembro tiene el poder de pensar, decidir y actuar.

Es evidente que en la práctica existen desigualdades en el nivel de conciencia y de conocimiento de la teoría dentro de una organización revolucionaria. Pero esa desigualdad debe ser nivelada. El peor perjuicio que puede causarse en el seno de un partido revolucionario es que haya un ataque a los intelectuales del propio partido en nombre de una actitud proletaria. De hecho, un ataque así no va tanto contra los intelectuales, sino contra los propios trabajadores del partido. Es un insulto a los trabajadores puesto que se asume que éstos son incapaces de comprender la teoría. ¿Por qué creéis que Marx empleó 26 años de su vida en escribir El Capital? De hecho nunca terminó su libro. Solo su primer volumen se publicó durante su vida. El segundo y tercer volúmenes fueron editados por Engels después de su muerte. ¿Por qué creéis que los marxistas en Rusia organizaban clases nocturnas para los trabajadores en la década de 1890, para enseñarles marxismo?

Uno de los mejores libros en defensa del papel de los intelectuales en un partido revolucionario es la obra de Lenin ¿Qué hacer?, escrita en 1902. Sus adversarios, a los que llamaba economistas, pensaban que los trabajadores eran incapaces de ir más allá de la conciencia sindical, más allá de la reivindicación salarial o de un recorte de la jornada laboral.

De nuevo, fue el revolucionario italiano Gramsci quien escribió sobre la necesidad de crear trabajadores intelectuales.

Fue el sector derechista del Partido Socialdemócrata alemán quien atacó a Rosa Luxemburgo: era demasiado intelectual para ellos. Probablemente no les gustaba que no fuera alemana (era polaca) y que fuera una mujer. De forma similar, en 1923, cuando Lenin estaba en el lecho de muerte Stalin atacó a Trotsky como intelectual, y después le condenó como «cosmopolita», es decir, insinuando que era judío.

Subestimar la importancia de la teoría en un partido revolucionario es básicamente un insulto a los trabajadores, supone asumir que son incapaces de entender las ideas y que éstas no les interesan.

Sin embargo, la lectura de literatura marxista y la asistencia a conferencias marxistas no bastan para hacer que los miembros de un partido revolucionario entiendan la teoría marxista. Se debe tener un entorno cercano a los miembros del partido. Cuando Lenin dice que todo el mundo en un partido revolucionario es un líder significa que cualquier miembro debe ser un referente para los trabajadores de fuera del partido. Si, pongamos por caso, un miembro del SWP se relaciona con un par de personas de su puesto de trabajo, de residencia o de estudio, estas personas le plantearán cuestiones que él tendrá que responder.

Por poner un ejemplo, se podría decir, «Vosotros trabajáis en favor de una revolución, pero mirad, la Revolución Rusa llevó a la tiranía. ¿Por qué deberíamos apoyar una revolución?» Si el miembro del partido puede explicar qué ocurrió en Rusia después de la revolución, tal y como que la derrota de la Revolución Alemania llevó al aislamiento de Rusia, y que esto llevó a la degeneración del régimen y al ascenso de Stalin, que se convirtió en el enterrador de la revolución y el constructor del capitalismo de Estado, entonces el miembro del partido tiene una clara visión de la teoría. El diálogo con la gente de fuera del partido le aclarará lo que sabe, y lo que es más importante, lo que no sabe y debería aprender.

La esencia del marxismo es la dialéctica, el diálogo entre los miembros y los no miembros. ¿Cómo pueden conseguir los miembros individuales del partido encontrar a gente con la que discutir? La clave es vender la publicación revolucionaria, no sólo en manifestaciones o en la calle, sino de forma rutinaria a unos pocos individuos en el lugar de trabajo, de residencia o de estudio, de forma que el vendedor conozca a los individuos y mantenga discusiones con ellos de forma continua.

Lenin escribió que la publicación revolucionaria es la organizadora del partido. ¿Cómo lo organiza? No sólo internamente, mediante la organización de las ventas del diario y la recogida de dinero, sino también propiciando que los miembros estructuren el entorno. En el SWP, además de la venta en manifestaciones, en las calles o en actos públicos de masas, la venta rutinaria de los miembros individuales del partido en su entorno más cercano es de gran importancia. Una organización que no tiene un entorno importante no es una organización revolucionaria, sino una secta pasiva que está condenada a desaparecer. Las y los «revolucionarios» sin un entorno son como un pez fuera del agua.

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4 «Globalización», mitos y realidades

En los últimos años, un nuevo dogma se ha introducido en el vocabulario, la globalización. Los dirigentes de todos los partidos políticos, ya sean conservadores o reformistas, aceptan este término como algo divino. Lo mismo ocurre con la prensa, la televisión, los informes empresariales y los dirigentes sindicales. En pocas palabras, el concepto se reduce a la afirmación de que el mercado mundial y las multinacionales son tan poderosas que los trabajadores de cada país, o de cada sector multinacional, son completamente impotentes. Y también lo es el Estado nacional.

Edward Mortimer, redactor del Financial Times, el principal diario de la burguesía europea, citaba al Manifiesto Comunista para apoyar la teoría de la globalización. Citaba las siguientes palabras:

La necesidad de un mercado en continua expansión expande a la burguesía por toda la superficie del planeta. Debe anidar por todas partes, establecerse por todas partes, crear conexiones en todas partes.

La burguesía, mediante su explotación del mercado mundial, ha dado un carácter cosmopolita a la producción y consumo de cada país. Todas las antiguas industrias nacionales consolidadas han sido destruidas o a diario son destruidas. Son desplazadas por las nuevas industrias… industrias que ya no trabajan a partir de materias primas autóctonas, sino recogidas de las zonas más remotas, industrias cuyos productos ya no son consumidos en el propio país, sino en cualquier rincón del planeta… En lugar de la antigua reclusión local y nacional tenemos relaciones en todas las direcciones, interdependencia universal de las naciones.

Edward Mortimer, al afirmar que Marx era el progenitor de la teoría de la globalización, intentaba rendirle homenaje, si bien en realidad es un insulto. Haré unos pocos comentarios para comparar la economía marxista con la economía burguesa.

Marx dejó claro que tenía una gran deuda intelectual con el economista clásico Adam Smith, y más con David Ricardo.

Pero también puso de manifiesto que su teoría no era una simple continuación de la teoría económica clásica, sino también su ruptura, su negación. El subtítulo de El Capital de Marx es una crítica de la economía política.

Adam Smith, en su obra La riqueza de las naciones (publicada en 1772) describe muy bien el impacto de la división del trabajo. Describe una fábrica de agujas en la que cada trabajador realiza una tarea repetitiva diferente. Esta división del trabajo aumenta la productividad. Marx lo aceptó, aunque añadió que la división del trabajo convierte al trabajador en medio-humano. En este hecho se basa su concepto de alienación. Un agujero redondo encaja con una pieza redonda, un agujero cuadrado encaja con una pieza cuadrada. Por desgracia, no existe un agujero a imagen del ser humano. Los trabajadores, por tanto, no son simplemente moldeados por el sistema. No son arcilla moldeada por grandes factores objetivos, sino sujetos activos que se resienten de la presión exterior y la combaten.

Para Adam Smith y Ricardo, la búsqueda del beneficio es una actividad natural. Para Marx se encuentra acondicionada históricamente. El mercado, la competencia entre distintos capitalistas, o actualmente entre distintas compañías capitalistas o países capitalistas, fuerza a cada uno de ellos a acumular capital. Si fracasan están condenados. La anarquía del capitalismo, la competencia entre las unidades de capital y la tiranía dentro de cada empresa capitalista son las dos caras de la misma moneda. Los capitalistas que compiten entre ellos cargan el coste de la lucha a las y los trabajadores, y éstos reaccionan contraatacando. No son simplemente objetos de la historia. Son sujetos. La teoría de la globalización refuerza enormemente la idea de un poder superior situado en la cúspide de la sociedad en contraposición a un despoder emplazado en la base de la pirámide social.

La teoría de la globalización cree que esa situación está justificada. Es parte de la ideología del libre mercado.

Cuando los migrantes tratan de entrar en un país, especialmente si tienen el color de piel equivocado, son simplemente migrantes económicos a condenar. Cuando la Volkswagen decidió invertir 430 millones de libras para comprar la Rolls Royce de Gran Bretaña, pareció perfecto. Si el patrón impone una aceleración de la producción, todo va bien. Si los trabajadores se resisten, entonces esto pasa a ser un sabotaje criminal. El movimiento del capital no está provocado por la economía. Continuamente, la radio emite noticias como: «Buenas noticias; los beneficios de la ICI aumentaron el pasado año en un 20%». Paralelamente, unos minutos después escuchamos: «Malas noticias; los trabajadores son avariciosos; piden un aumento salarial del 5%».

El poder de los trabajadores en las multinacionales

A primera vista, es obvio que los trabajadores de una fábrica que es parte de una compañía multinacional carecen de poder. Si un cuarto de millón de trabajadores trabaja en la Ford, ¿cómo una fábrica de unos pocos miles en Gran Bretaña puede hacer frente a la dirección de la empresa?

Pero la realidad es justamente la contraria. Cuando los 3.000 trabajadores de la sección de frenos de la General Motors fueron a la huelga en Dayton, Ohio, en 1996, detuvieron las operaciones de la General Motors en Estados Unidos, Canadá y México. Alrededor de 125.000 trabajadores de la General Motors quedaron parados durante días. El coste de la huelga supuso a la compañía unos 45 millones de dólares diarios, y el gobierno de Clinton pidió a ambas partes que llegaran a un acuerdo.

Cuando ocurrió en Dinamarca una huelga casi general, Saab se vio forzada a detener la producción automovilística en Suecia porque se quedó sin los componentes esenciales de los suministradores daneses. El montaje de motores convertibles de Saab en Finlandia también se vio forzado a detenerse. Volvo también anunció que sus líneas de producción de Suecia y de los Países Bajos habían sido gravemente afectadas.

En 1988, cuando los trabajadores de la Ford en Gran Bretaña se declararon en huelga, originaron en toda la Ford de Europa una interrupción de la producción de tres o cuatro días.

Debido a las multinacionales, el impacto de un grupo individual de trabajadores puede llegar a ser mayor que nunca antes. Se necesita tan sólo comparar los ejemplos anteriores con la primera huelga general de la historia, que tuvo lugar en Inglaterra en 1832. Entonces los trabajadores debían ir de una fábrica a la otra para «desconectar» a los demás trabajadores.

La teoría de la globalización se sustenta en una lógica formal completamente mecánica. La dialéctica le es completamente ajena. La lógica de la teoría de la globalización es similar a la que motivó al Pentágono a lanzar su guerra contra Vietnam. Estaban convencidos de que la maquinaria militar de Estados Unidos era omnipotente y que los vietnamitas eran relativamente débiles. La argumentación era la siguiente. En el siglo XIX Gran Bretaña derrotó y sometió a la India. La maquinaria militar de Estados Unidos en la década de 1960 era incomparablemente más fuerte que la maquinaria militar de Gran Bretaña en el siglo XIX. Al mismo tiempo, Vietnam era un país mucho más pequeño y con una población mucho más reducida que la India. Si Gran Bretaña pudo vencer en el siglo XIX, para Estados Unidos ciertamente sería un paseo derrotar a Vietnam en el siglo XX.

Observado dialécticamente, el cuadro es justo lo contrario. En el levantamiento indio de 1857, cuando se mataba a un soldado británico, ¿qué daño se le infligía en Gran Bretaña? ¿Cuánto vale un soldado, un trabajador con uniforme? Digamos unas 100 libras. La maquinaria militar americana es incomparablemente más costosa. Un avión de EEUU vale, digamos, un millón de dólares. ¡Qué tentación para un vietnamita tirarle una granada!

Globalización y Estado nacional

Otro argumento de los defensores de la teoría de la globalización es que ahora el Estado nacional es impotente a la hora de crear puestos de trabajo, que la globalización ha matado al keynesianismo.

Desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial hasta 1973, el mundo fue testigo del crecimiento económico más largo de la historia del capitalismo. Este hecho fue atribuido por la ortodoxia dominante de la época al keynesianismo. La política de recorte de impuestos, mantener bajos los tipos de interés, aumentar el gasto estatal y gestionar la demanda de forma que la economía pudiera expandirse —en todo ello consistía el keynesianismo. Probablemente la expresión más entusiasta del apoyo al keynesianismo fue el libro de Anthony Crosland, El futuro del socialismo, publicado en 1956. De acuerdo con Crosland la anarquía del capitalismo se desvanecía y con ella el conflicto de clases. El sistema se volvía cada vez más y más racional y democrático. El propio capitalismo se disolvería pacíficamente. Todo aquello de la producción dedicada a obtener beneficios en lugar de satisfacer las necesidades humanas era, según Crosland, un disparate absoluto. «La industria privada, finalmente, se está humanizando».

Había comenzado una «revolución pacífica» donde el conflicto de clases sería impensable: «No se puede imaginar hoy una alianza ofensiva deliberada del gobierno y los patrones contra los sindicatos», escribió Crosland. «En Gran Bretaña nos encontramos en el umbral de la abundancia masiva». Los socialistas deberían desviar la atención de las cuestiones económicas. ¿Hacia dónde?

…tendríamos que centrar nuestra atención progresivamente en otras, y a la larga más importantes, esferas —la libertad personal, la felicidad, la emoción… más cafés al aire libre, calles más iluminadas y alegres por la noche, hoteles y restaurantes mejores y más hospitalarios… más murales y cuadros en espacios públicos, mejores diseños en el mobiliario, la cerámica y la ropa de mujer, estatuas en el centro de los nuevos barrios residenciales, farolas y cabinas telefónicas de mejores diseños, y así hasta el infinito.

La descripción del capitalismo en su edad madura como humano y racional me parecía en ese momento absurda, y todavía me lo parece más ahora. El capitalismo que había nacido, en palabras de Marx, «cubierto de sangre y barro», no podía cambiar cualitativamente. De hecho, la barbarie del capitalismo es ahora mucho peor que hace 100 años. Pensemos en las cámaras de gas, en Hiroshima y Nagasaki, en los 20 millones de criaturas que se estima que mueren anualmente de hambre en el Tercer Mundo porque los bancos expolian sus países.

El paro, que afectaba a 8 millones de personas en Alemania en 1933, desapareció un par de años más tarde, no porque Hitler leyera a Keynes, sino debido al programa de rearme. La explicación del largo período de crecimiento radica en la teoría de la economía armamentística permanente. En marzo de 1957, en un artículo llamado Perspectivas para la economía de guerra permanente, intenté explicar el impacto del rearme en la estabilidad del capitalismo, y cómo las contradicciones de este proceso tendían a minar el propio crecimiento. En pocas palabras, explicaba que, si todos los países capitalistas relevantes empleaban importantes recursos en armamento, esto abriría mercados y ralentizaría la disminución de la tasa de beneficio. Pero si un par de jugadores importantes no participaban, e invertían mucho menos en armamento, se beneficiarían del crecimiento mucho más que los demás, disponiendo de más recursos para dedicar a la modernización de sus industrias en lugar de gastárselo en tanques y aviones. Y esos países ganarían la competición. Y esto es exactamente lo que ocurrió. Mientras Estados Unidos, Rusia y Gran Bretaña gastaban ingentes cantidades en defensa, Alemania Occidental y Japón dedicaban una miseria. El marco y el yen se convirtieron en más fuertes en relación al dólar y la libra. En 1973, después de la guerra de Vietnam, el dólar se desplomó, el precio del petróleo se puso por las nubes y el keynesianismo fue declarado muerto.

En la conferencia del Partido Laborista de 1976, el primer ministro laborista, James Callaghan, declaraba:

Creíamos que se podía encontrar una salida a la recesión y crear trabajo recortando impuestos y aumentando el gasto gubernamental. Debo decirles con toda sinceridad que esta opción ya no existe…

El keynesianismo dio paso al monetarismo. Las políticas de Thatcher tomaron forma antes de ser escogida, pues, en palabras de Peter Riddell, editor político del Financial Times, «si ha habido un experimento Thatcher, éste fue iniciado por Denis Healey (el ministro laborista de Economía y Hacienda)».

Ante la tormenta, el reformismo quiebra por todos lados. Es como tener un paraguas hecho de papel. Es bastante útil hasta que llueve.

Para desafiar el ataque del capitalismo, para defender las reformas, uno debe ir más allá del reformismo. Actualmente, solo los revolucionarios pueden luchar por las reformas de forma consecuente.

Si el capitalista decide cerrar la fábrica, los trabajadores deben amenazar su derecho de propiedad. Si para resolver el paro hay que recortar radicalmente la semana laboral, sin reducir los salarios, y el capitalista dice que no le sale a cuenta mantener abierta la fábrica, las y los trabajadores deben amenazar de nuevo su derecho de propiedad sobre la fábrica.

Entre el capitalismo y el socialismo hay un abismo —no se puede, como creen los reformistas, ir de un sistema a otro paulatinamente. No se puede cruzar un abismo con una serie de pequeños pasos. Si alguien duda de esto, puede realizar la prueba. Busque un edificio alto de su ciudad, suba hasta arriba, mire allá hacia otro edificio alto. Si puede cruzar de uno a otro con una serie de pequeños pasos, el reformismo habrá demostrado su viabilidad.

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5 El régimen estalinista: capitalismo de Estado

Autopsia

Hace nueve años que el muro de Berlín se cayó.[3] Poco después los regímenes estalinistas de Europa Oriental y de Rusia también se colapsaron.

Hace cincuenta y un años, en 1947, llegué a la conclusión de que el régimen estalinista era capitalismo de Estado. Escribí un par de libros para desarrollar esta teoría. Sin embargo, no se puede estar seguro de sus propias ideas a menos que la prueba de los hechos las confirme. La caída del régimen estalinista hizo posible confirmar o refutar la teoría. Si un doctor le dice a un paciente que tiene cáncer y otro doctor que tiene tuberculosis, cuando se realiza la autopsia después de su muerte, se puede averiguar quién tenía razón.

La caída del régimen estalinista posibilita esta autopsia. Si Rusia era un país socialista o el régimen estalinista era un Estado obrero, aunque fuera degenerado o deformado, la caída del estalinismo supondría que había ocurrido una contrarrevolución. Sin duda las y los trabajadores habrían defendido un Estado obrero de la misma forma que siempre defienden sus sindicatos, por muy derechistas y burocráticos que puedan ser, contra los que tratan de eliminarlos. Las y los trabajadores saben por propia experiencia que el sindicato, por débil que sea, es una organización para la defensa de las personas trabajadoras. Las y los trabajadores de un puesto de trabajo donde hay sindicato ganan mejores salarios y disponen de mejores condiciones laborales que las y los que trabajan donde no hay ninguna.

¿Defendieron la gente trabajadora de Rusia y de Europa Oriental el régimen en 1989-91? Está claro que no. Las y los trabajadores permanecieron completamente pasivos. Hubo menos violencia entonces que durante la huelga de los mineros de Gran Bretaña en 1984-85. El único país en el que el régimen fue defendido, y violentamente, fue en Rumanía. Pero no fue defendido por los trabajadores, sino por la Securitate, la policía secreta.

En segundo lugar, si hubo una contrarrevolución, la gente de la cúpula de la sociedad debería haber sido desalojada. Sin embargo, es característico del colapso del régimen estalinista que el propio personal que había gestionado la economía, la sociedad y la política bajo el estalinismo, la nomenclatura, continuara en la cúpula. Los años 1989-91 no supusieron un paso atrás ni un paso adelante para la gente de la cúpula, sino simplemente un paso lateral.

Por tanto, es obvio que no hubo ningún cambio cualitativo entre el régimen estalinista y lo que existe actualmente en Rusia y en Europa Oriental. En la actualidad nadie niega que el régimen sea capitalista –ergo, era capitalista antes.

El nacimiento del capitalismo de Estado en Rusia

La Revolución de Octubre de 1917 llevó a la clase trabajadora al poder en Rusia. El impacto internacional de la revolución fue absolutamente enorme. Tuvieron lugar revoluciones obreras en Alemania, Austria, Hungría, y surgieron partidos comunistas de masas en Francia, Italia y otros sitios. Lenin y Trotsky estaban absolutamente convencidos de que el destino de la Revolución Rusa dependía de la victoria de la Revolución Alemana. Sin ella, repetían una y otra vez, estamos perdidos.

Trágicamente, la Revolución Alemana (1918-23) acabó siendo derrotada. La falta de un partido revolucionario con cuadros experimentados la condenó. Una y otra vez vemos revoluciones proletarias que no acaban victoriosamente por la falta de un partido revolucionario: el Estado español y Francia en 1936; Italia y Francia en 1944-45; Hungría en 1956; Francia en 1968; Portugal en 1974; Irán en 1979; Polonia en 1980-81.

La derrota de la Revolución Alemana en 1923 supuso un giro hacia el pesimismo y una adaptación derechista en Rusia. Stalin inició una campaña abierta contra Trotsky en 1923. Le ayudó el hecho de que Lenin permaneciera en el lecho de muerte y fuera de circulación durante un año. La explicación de Trotsky sobre el ascenso del estalinismo, como producto del aislamiento de la Revolución Rusa y de la presión del capitalismo mundial, era absolutamente correcta. De ahí que su descripción de entonces, según la cual el régimen estalinista era un Estado obrero degenerado, fuese acertada.

Sin embargo, ¿qué ocurre si la presión del capitalismo mundial avanza imparable? ¿Puede la cantidad de presión hacer cambiar su calidad?

Si un perro loco me ataca necesito ser simétrico a él. Si emplea la violencia, yo también tendré que utilizarla. Es evidente que mis dientes no son iguales que los suyos, por lo que tendré que utilizar un palo. Si mato al perro loco, la simetría se acaba. Si el perro loco me mata, la simetría termina igualmente. Pero ¿qué pasa si no soy lo suficientemente fuerte para matar al perro loco, ni él es lo suficientemente fuerte para matarme, y permanecemos atrapados en el mismo cuarto durante varios meses seguidos? Pues que nadie apreciaría la diferencia entre el perro loco y yo.

El régimen soviético fue atacado por las fuerzas armadas de Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Rumanía, Finlandia, Letonia, Lituania y Turquía. Estos ejércitos, conjuntamente con los ejércitos blancos rusos, no consiguieron batir al Ejército Rojo. Por otra parte, el gobierno revolucionario de Rusia tampoco logró vencer a los gobiernos capitalistas del mundo. Así pues, al final la presión del capitalismo mundial forzó al régimen estalinista a convertirse en más y más similar al capitalismo mundial. Las leyes del movimiento de la economía rusa y de su ejército eran idénticas a las del capitalismo mundial.

Cuando en 1928 Stalin declaró que en 15 o 20 años Rusia se pondría a la altura de los países industriales avanzados, quería decir que en ese período de una generación Rusia lograría lo que a Gran Bretaña le supuso 100 años de revolución industrial. A Gran Bretaña le hicieron falta trescientos años para liberarse de las restricciones agrarias y así facilitar el desarrollo del capitalismo. En Rusia el campesinado fue expropiado en tres años con la llamada «colectivización».

Decenas de millones de familias campesinas fueron expropiadas y forzadas a participar en granjas colectivas para facilitar la apropiación forzosa del excedente de grano, excedente que se vendía en el mercado mundial para comprar maquinaria y alimentar de forma más barata a los millones de nuevos trabajadores industriales. Millones de trabajadores fueron enviados a los campos de esclavos de Siberia, los gulags. Los horrores de la colectivización de Stalin recuerdan un anexo del primer volumen de El Capital de Marx, donde éste escribe «desde su nacimiento y hasta su muerte el capitalismo se cubre de sangre y barro».

El trabajo esclavo en Rusia recuerda el papel de la esclavitud en Estados Unidos como elemento lubricante de la maquinaria capitalista americana, o incluso el papel del comercio de esclavos en el desarrollo del capitalismo en Gran Bretaña: «los muros de Bristol están cubiertos de la sangre de los negros».

Cuando Stalin construyó su máquina industrial-militar, tuvo que empezar con una base mucho más débil que la de los países a los que se enfrentaba, si bien con ambiciones no inferiores a las de éstos. Si la Alemania Nazi tenía tanques y aviones, la maquinaria militar que Stalin estaba construyendo no podía reflejar las fuerzas productivas de Rusia (después de todo, en 1928 los campesinos no tenían tractores, solo arados de madera, las sokha), sino que había de reflejar las de Alemania.

La industrialización de Rusia se orientaba mucho más hacia la construcción de una importante industria pesada como base de la industria armamentista.

Una investigación que hice y que encontré extremadamente interesante fue la comparación de la producción de los distintos planes quinquenales. Me hice con los objetivos del primero, segundo, tercero, cuarto y quinto planes quinquenales y los comparé. (En Rusia, bajo Stalin, nadie se habría atrevido a hacerlo).

Respecto a la industria pesada, el objetivo de acero del primer plan quinquenal era de 10,4 millones de toneladas; el segundo, 17 millones, el tercero, 28 millones, el cuarto (debido a la guerra) 25,4 millones y el quinto, 44,2 millones. Es obvio que las magnitudes se disparan. Lo mismo vale para la electricidad, el carbón, el hierro, etc.

Cuando se llega a los bienes de consumo, el cuadro es completamente diferente. Por ejemplo, los tejidos de algodón: el objetivo del primer plan quinquenal era de 4,7 millones de metros; el segundo 5,1; el tercero 4,9; el cuarto 4,7. Así, durante 20 años el objetivo no aumentó nada. Para los tejidos de lana el cuadro era aún peor. El primer plan quinquenal apuntaba aumentar la producción a 270 millones de metros; el segundo, 227; el tercero, 177; el cuarto, 159. El recorte de los objetivos productivos en 20 años fue de casi el 40%.

Rusia tuvo mucho éxito al producir sputniks, pero no en producir zapatos.

El capitalismo se encuentra dominado por la necesidad de acumular capital. Ford debe invertir para no ser derrotada por la General Motors. La competencia entre empresas capitalistas obliga a todas ellas a invertir continuadamente, a acumular más y más capital. La competencia entre capitalistas también les fuerza a aumentar la explotación de la gente trabajadora. La tiranía del capital sobre las y los trabajadores es la otra cara de la moneda de la competencia entre capitales.

Lo mismo vale para la tiranía estalinista hacia los trabajadores y campesinos de Rusia. La dura explotación, incluyendo el gulag, era el subproducto de la competencia entre el capitalismo ruso y otras potencias capitalistas, especialmente la Alemania Nazi.

Desde 1947 nunca he utilizado las palabras Unión Soviética o URSS. Ambas son completamente erróneas. No había soviets en la Rusia estalinista. En todas las elecciones había un único candidato para cada circunscripción (de forma similar a lo que sucedía en las elecciones de la Alemania Nazi), y nunca obtenía menos del 99% de los votos, ni más del 100%, salvo un solo caso. En las elecciones de 1947 en el Soviet Supremo, Stalin obtuvo el 140% de los votos. Pravda, el día siguiente lo explicaba así: la gente de las circunscripciones electorales cercanas acudió a votar a Stalin para mostrar su apoyo entusiasta. Habitualmente el resultado de las votaciones era anunciado después de la votación, salvo un caso: en un referéndum de 1940 en Letonia, Lituania y Estonia, para decidir la incorporación a la URSS, TASS, la agencia de noticias de Moscú, se equivocó y anunció el resultado un día antes de las votaciones. El Times de Londres acabó publicando los resultados antes de que tuviera lugar la votación.

No podemos llamarle unión. La unión es una asociación voluntaria. No existía más unión entre Ucrania y Rusia que entre la India y Gran Bretaña. Era un imperio, no una unión. La tercera letra de la URSS, la S, significa socialistas. Rusia no era socialista, sino capitalista de Estado. La segunda letra, la R, significa repúblicas. No había repúblicas, es decir, democracias, sino una tiranía totalitaria.

Argumentos contra la teoría del capitalismo de Estado

Se han presentado tres principales argumentos para refutar la teoría del capitalismo de Estado. Primero, que el capitalismo es idéntico a la propiedad privada. En Rusia los medios de producción eran de propiedad estatal, no privada.

Segundo, que el capitalismo no es compatible con la planificación. La economía de Rusia era una economía planificada.

Tercero, lo que era necesario en la Rusia estalinista era una revolución política con el fin de cambiar la estructura de gobierno, y nada más, mientras que bajo la férula del capitalismo lo que hace falta es llevar a cabo una revolución social, no sólo política.

Nos ocuparemos de cada uno de los argumentos uno por uno.

En 1847 Proudhon, un enrevesado socialista francés, escribió en su libro, La filosofía de la miseria, que el capitalismo es idéntico a la propiedad privada. Marx, en una crítica al rojo vivo a Proudhon titulada La miseria de la filosofía, escribió, «la propiedad privada es una abstracción jurídica». Si la propiedad privada es igual al capitalismo, entonces bajo la esclavitud existía ya el capitalismo, pues existía propiedad privada; y bajo el feudalismo también, pues había propiedad privada. Las ideas de Proudhon son un revoltijo. La forma de propiedad es tan sólo una forma, no nos dice nada respecto al contenido. Puede haber propiedad privada con esclavitud, servidumbre y trabajo asalariado. Si alguien dice, «tengo una botella llena de sustancia», no nos dice de qué sustancia. Puede ser vino, puede ser agua, pueden ser residuos. Puesto que el continente y el contenido no son lo mismo, un mismo contenido puede ser puesto en distintos contenedores. El agua puede ponerse en una botella, en un vaso o en una taza. Si la propiedad privada puede contener esclavitud, servidumbre y trabajo asalariado, entonces es evidente que la esclavitud puede coexistir con la propiedad privada y con la propiedad estatal. Las pirámides de Egipto fueron construidas por esclavos. Estoy seguro de que ningún esclavo le dijo a otro, «aún gracias que no trabajamos para un dueño privado sino por el faraón, es decir, el Estado, que nos posee». En la edad media las relaciones dominantes eran entre siervos que vivían en aldeas y el señor feudal que poseía la señoría. Pero había otro tipo de siervos —los que trabajaban en las propiedades eclesiásticas. Sin embargo, el hecho de que la iglesia no fuera propiedad de individuos no hacía la carga de los siervos de las tierras eclesiásticas menos pesada.

En cuanto al segundo argumento, defiende que en la Rusia estalinista existía una economía planificada, mientras que bajo el capitalismo no existe ningún plan. No es cierto. La característica del capitalismo es que existe planificación dentro de la unidad individual, pero no entre las unidades. En la fábrica Ford existe un plan. No producirán un motor y medio o tres ruedas por vehículo. Disponen de un mando central que decide el número de motores, ruedas, etc., que deben producir. Se dispone de un plan, pero existe anarquía entre la Ford y la General Motors. En la Rusia estalinista, existía un plan para la economía rusa, si bien no había ningún plan entre la economía rusa y, digamos, la economía alemana.

El tercer argumento, el de la diferenciación entre una revolución política y una social resulta un fracaso en una situación donde el Estado es el depositario de la riqueza. En Francia en 1830 hubo una revolución política. La monarquía fue derribada y se estableció la república. Esto no cambió el sistema social porque los propietarios de la riqueza eran los capitalistas, no el Estado. Donde el Estado es el depositario de la riqueza, tomar el poder político de los gobernantes es quitarles el poder económico. No existe ninguna separación entre la revolución política y la social.

El estalinismo desorientó y desmoralizó el movimiento internacional de la clase trabajadora

Una vez Stalin se hizo con el control completo del gobierno de Rusia, subordinó a los partidos comunistas de todas partes a las necesidades de la política exterior rusa.

Algunos ejemplos. Poco antes de la victoria de Hitler en Alemania, cuando Trotsky apostaba por un frente unido de todas las organizaciones obreras para detener a los nazis, Stalin tildó al Partido Socialdemócrata Alemán de «socialfascistas», y a Trotsky también.

Cuando, un par de años después de la victoria de Hitler, el derechista primer ministro francés llegó a Moscú para firmar una alianza entre Francia y Rusia, el tono del discurso fue totalmente diferente: los comunistas debían apoyar a la Francia democrática. En consecuencia, votaron a favor del gasto militar de Francia, y así sucesivamente.

En agosto de 1939, después del pacto de Hitler y Stalin, los partidos comunistas experimentaron un nuevo giro. Cuando Polonia fue ocupada desde el oeste por la Alemania Nazi y desde el este por Rusia, Molotov, ministro de exteriores ruso, declaró, «una vez desde el este y una vez desde el oeste y esta siniestra criatura del Tratado de Versalles ya no existirá». Cierto que Polonia era una siniestra criatura. Pero Molotov podía haber añadido que tres millones de judíos y millones de polacos dejarían de existir.

Nunca olvidaré el editorial de Pravda del 1 de mayo de 1940, que hablaba de las dos naciones amantes de la paz, la soviética y la alemana; esta última era la Alemania de Hitler.

Cuando en junio de 1941 Alemania invadió Rusia, la línea de los partidos estalinistas viró radicalmente. Una y otra vez en Pravda aparecía la consigna, «el único alemán bueno es el alemán muerto». En 1943 leí una historia en el Pravda de Ilya Ehrenburg. Describía como un soldado alemán, enfrentándose a un soldado soviético, levantaba las manos y decía, «soy el hijo de un herrero». Era claramente una declaración de clase. ¿Cuál fue la reacción del soldado ruso? Ehrenburg informa que dijo, «aún así eres un jodido alemán», y le clavó la bayoneta.

Los zigzags a menudo cogían desprevenidos a los dirigentes de los partidos comunistas locales. Un par de meses después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial fui arrestado, y me encontraba en la misma cárcel que el secretario general del Partido Comunista palestino. Cuando la guerra estalló, él creía que se trataba de una guerra antifascista, como había defendido meses atrás. Así, decidió presentarse voluntario en el ejército británico. Pero los engranajes gubernamentales se mueven lentamente, y tras dos meses recibió una respuesta a su petición según la cual podía dejar la cárcel y unirse al ejército. Pero, mientras tanto, había descubierto que la guerra no era antifascista, por lo que rehusó dejar la cárcel y unirse al ejército. Éramos cuatro trotskistas en prisión, y a menudo comentábamos que nosotros estábamos presos, pero que Meir Slonim, el secretario general, era un preso voluntario. De hecho, los zigzags del partido comunista se manifestaron en una calle de Haifa. En un muro apareció la consigna: «Viva la guerra antifascista. PCP [Partido Comunista palestino]»; justo al lado, otra consigna rezaba: «Fuera la guerra imperialista. PCP». Cuando Alemania invadió Rusia en 1941 apareció un nuevo lema, «Fuera Hitler y su aliado secreto, Churchill. PCP». Poco después apareció todavía uno nuevo: «Viva el Ejército Rojo y su aliado, el ejército británico. PCP». Y todas estas consignas se referían a una misma guerra.

Hacia el fin de la guerra, cuando los levantamientos revolucionarios en Europa eran masivos, los partidos comunistas llevaron a cabo una política de apaciguamiento dictada desde Moscú. En agosto de 1944 la resistencia francesa, dirigida por el Partido Comunista, echó al ejército alemán de París. Maurice Thorez, secretario general del Partido Comunista francés, voló desde Moscú a París y declaró, «un ejército, una policía, un Estado». De esta forma la resistencia francesa fue desarmada.

En Italia existía también el movimiento de resistencia, dirigido por el Partido Comunista, que logró romper el poder de Mussolini. Pero Togliatti, secretario general del Partido Comunista italiano, se apresuró a volar desde Moscú y declaró su apoyo a un gobierno de aliados del rey, aquellos que habían colaborado con Mussolini, y de generales, amigos de Mussolini también.

Y así podríamos continuar y dar más y más ejemplos de la traición que perpetraron los partidos comunistas en la revolución país tras país. El potencial revolucionario a finales de la Segunda Guerra Mundial era mucho mayor que al final de la primera. Los partidos estalinistas jugaron un papel clave a la hora de impedir que ese potencial se materializara.

La importancia de la teoría del capitalismo de Estado

Durante más de 60 años, el estalinismo tuvo un apoyo masivo entre el movimiento internacional de la clase trabajadora. Esto empujó al socialismo revolucionario, al trotskismo, a una posición marginal. La consideración del estalinismo como comunista desempeñó un papel extremadamente importante en este proceso.

Ahora, con la caída del régimen estalinista en Rusia, las cosas han cambiado.

En febrero de 1990 se le preguntó a Eric Hobsbawm, el gurú del Partido Comunista británico, «en la Unión Soviética, parece como si los trabajadores derribaran al Estado obrero». Hobsbawm replicó, «obviamente no era un Estado obrero, nadie en la Unión Soviética nunca creyó que fuera un Estado obrero, y los trabajadores sabían que no lo era». ¿Por qué Hobsbawm no nos lo dijo 50 años antes, o aunque fuera 20 años antes?

La extrema desorientación ideológica del Partido Comunista británico se evidenció claramente en las actas de las reuniones de su Comité Ejecutivo al principio del colapso. Nina Temple, secretaria general del partido, dijo: «Creo que el SWP tenía razón, los trotskistas tenían razón al decir que no había socialismo en Europa oriental. Y creo que deberíamos haberlo dicho hace tiempo».

Si leemos la afirmación de Nina Temple, no se puede evitar pensar qué pasaría si el Papa declarara que Dios no existe. ¿Podría sobrevivir la iglesia católica?

La confusión entre los partidos estalinistas de todo el mundo es abrumadora. Quienes declarábamos que Rusia era un Estado capitalista ya mucho antes del colapso del régimen estalinista, establecimos un puente hacia el futuro, preservamos la auténtica tradición del marxismo, del socialismo desde abajo.

Los partidos estalinistas de todo el mundo tenían un apoyo masivo. El estalinismo influyó a muchos socialistas que se consideraban no-estalinistas o incluso antiestalinistas. El talón de Aquiles de esta postura era la concepción errónea sobre qué era realmente el estalinismo. Consideraban a Stalin como el heredero de la revolución, no como su enterrador. Hay tanto en común entre Stalin y Octubre como entre la iglesia católica, con su riqueza, la opresión de los pobres y la Inquisición, y el carpintero de Nazaret que volcó las mesas de los usureros y dijo, «es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el paraíso».

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6 Mao, Castro, Che y los movimientos nacionales

Tres conceptos de revolución

Trotsky desarrolló su teoría con la revolución de 1905 como trasfondo. Prácticamente todos los marxistas de la época, de Kautsky a Plejánov y Lenin, creían que tan solo los países industriales avanzados estaban preparados para una revolución socialista. Por decirlo toscamente, defendían que los países conseguirían el poder obrero en estricta conformidad con el nivel de avance tecnológico que tuvieran. De esta forma, los países atrasados podrían ver su imagen futura en los países avanzados. Tan sólo después de un largo proceso de desarrollo industrial y de una transición a través del régimen parlamentario burgués, la clase trabajadora podía madurar lo suficiente como para plantearse la cuestión de la revolución socialista.

Todos los socialdemócratas rusos —mencheviques y bolcheviques— defendían que Rusia se acercaba a una revolución burguesa, que resultaría del conflicto entre las fuerzas productivas del capitalismo por un lado, y la autocracia, los terratenientes y las demás estructuras feudales supervivientes, de otro. Los mencheviques llegaron a la conclusión de que la burguesía dirigiría necesariamente la revolución y que tomaría el poder. Pensaban que los socialdemócratas debían apoyar a la burguesía liberal durante la revolución, a la vez que defendían los intereses específicos de la clase trabajadora en el marco del capitalismo, luchando por la jornada de ocho horas y otras reformas sociales.

Lenin y los bolcheviques estaban de acuerdo en que la revolución sería de carácter burgués y que su objetivo no rebasaría los límites de una revolución burguesa. «La revolución democrática no sobrepasará el marco de las relaciones socioeconómicas burguesas…» escribía Lenin en 1905. De nuevo «…esta revolución democrática no debilitará, sino que reforzará, el dominio de la burguesía». Lo repetía una y otra vez.

No fue hasta después de la Revolución de Febrero de 1917 cuando Lenin descartó esta idea. En septiembre de 1914, por ejemplo, todavía escribía que la Revolución Rusa debía limitarse a tres tareas fundamentales: «el establecimiento de una república democrática (en la que la igualdad de derechos y la plena libertad de autodeterminación sería garantizada para todas las nacionalidades), la incautación de las propiedades de los grandes terratenientes, y la implantación de la jornada de ocho horas».

Donde Lenin difería, fundamentalmente, de los mencheviques, estaba en su insistencia en la independencia del movimiento obrero respecto de la burguesía liberal, en la necesidad de llevar la revolución burguesa a la victoria contra la propia resistencia de la burguesía.

Trotsky estaba tan convencido como Lenin de que la burguesía liberal no llevaría a cabo ninguna tarea revolucionaria de forma coherente, y que la revolución agraria, un elemento fundamental de la revolución burguesa, tan solo se realizaría mediante una alianza de la clase trabajadora y el campesinado. Pero estaba en desacuerdo con él respecto a la posibilidad de un partido campesino independiente, puesto que defendía que los campesinos estaban demasiado divididos entre sí, entre ricos y pobres, como para formar un partido propio, unificado e independiente.

«Toda la experiencia histórica», escribía, «…muestra que el campesinado es incapaz de jugar un papel independiente». Si en todas las revoluciones desde la reforma alemana los campesinos han apoyado una u otra facción de la burguesía, en Rusia la fuerza de la clase trabajadora y el conservadurismo de la burguesía forzará al campesinado a apoyar al proletariado revolucionario. La propia revolución no se limitará a realizar las tareas democrático-burguesas, sino que llevará a cabo inmediatamente medidas socialistas-proletarias.» Trotsky escribió:

El proletariado crece y se refuerza conjuntamente con el crecimiento del capitalismo. En este sentido, el desarrollo del capitalismo significa el desarrollo del proletariado hacia la dictadura.

Pero el día y hora en que el poder pasa a manos del proletariado depende directamente, no del estado de las fuerzas productivas, sino de la situación de la lucha de clases, de la situación internacional; en último término, de una serie de factores subjetivos: tradición, iniciativa, disposición para luchar…

En un país económicamente atrasado, el proletariado puede llegar al poder antes que en los países económicamente avanzados. En 1871 había tomado conscientemente en sus manos la gestión de los asuntos sociales en el París pequeñoburgués –en realidad durante dos meses– pero no tomó ni durante una hora el poder en los robustos centros capitalistas de Inglaterra y Estados Unidos. La concepción de una especie de dependencia automática de la dictadura proletaria hacia las fuerzas y recursos técnicos del país es un prejuicio derivado de un materialismo «económico» extremadamente simplificado. Esta concepción nada tiene que ver con el marxismo.

La Revolución Rusa, desde nuestro punto de vista, crea las condiciones bajo las cuales el poder puede pasar hacia el proletariado (y con una revolución victoriosa debería ser así), incluso antes de que la política del liberalismo burgués tenga la posibilidad de desplegar sus facultades de gobierno por completo.

Otro elemento importante de la teoría fue el carácter internacional de la próxima Revolución Rusa. Empezaría a escala nacional, si bien sólo podría completarse con la victoria de la revolución en países más desarrollados:

¿Cómo de lejos, sin embargo, puede llegar la política socialista de la clase trabajadora en las condiciones económicas de Rusia? Tan solo podemos decir algo con certeza: encontrará obstáculos políticos mucho antes de ser condicionada por el retraso técnico del país. Sin un apoyo estatal directo por parte del proletariado europeo, la clase trabajadora de Rusia no puede permanecer en el poder ni convertir su gobierno temporal en una prolongada dictadura socialista.

Los elementos básicos de la teoría de Trotsky se pueden resumir en seis puntos:

  1. Una burguesía que llega tarde a escena es fundamentalmente distinta a sus antecesoras de uno o dos siglos antes. Es incapaz de dar una solución coherente, democrática y revolucionaria al problema presentado por el feudalismo y la opresión imperialista. Es incapaz de llevar a cabo la profunda destrucción del feudalismo, el logro de una independencia nacional real y una democracia política. Ha dejado de ser revolucionaria, ya sea en los países avanzados o en los atrasados. Es una fuerza absolutamente conservadora.
  2. El papel revolucionario decisivo recae entonces en el proletariado, aunque éste sea muy joven y pequeño en número.
  3. Incapaz de una acción independiente, el campesinado seguirá a las ciudades —tendrá que seguir la dirección del proletariado industrial.
  4. Por una solución coherente de la cuestión agraria, de la cuestión nacional, y una ruptura de las cadenas sociales e imperiales que impiden el avance económico, habrá que moverse más allá de los lazos de la propiedad privada burguesa. De la revolución democrática crece inmediatamente la socialista, y por tanto se convierte en una revolución permanente.
  5. Completar la revolución socialista «en los límites nacionales es impensable… Así, la revolución socialista se convierte en una revolución permanente en un nuevo y más amplio sentido de la palabra; logra la finalización tan solo con la victoria final de la nueva sociedad en todo nuestro planeta». Es un sueño reaccionario y estrecho tratar de conseguir el «socialismo en un solo país».
  6. Como resultado, la revolución en los países atrasados comportará convulsiones en los países avanzados.

El ascenso de Mao al poder

La clase trabajadora industrial no jugó ningún papel en la victoria de Mao. Incluso la composición social del Partido Comunista Chino era completamente «no obrera». El ascenso de Mao en el partido coincidió con su transformación a partir de un partido obrero. Hacia finales de 1926, al menos un 66% de la militancia eran trabajadores, otro 22% intelectuales y solo un 5% campesinos. En noviembre de 1928, el porcentaje de trabajadores había caído en más de cuatro quintas partes, y un informe oficial admitía que el partido «no tiene ni un solo núcleo sano entre los trabajadores industriales». El partido reconocía que los trabajadores suponían tan solo el 10% de la militancia en 1928, el 3% en 1929, el 2,5% en marzo de 1930, el 1,6% en septiembre de ese año, y prácticamente cero a finales de año. Desde entonces y hasta la victoria final de Mao, el partido no tenía trabajadores industriales de los que hablar.

Tan poco importantes eran los trabajadores en la estrategia del Partido Comunista durante el período de ascenso de Mao al poder, que el partido no encontró necesario realizar un Congreso Nacional de Sindicatos durante 19 años después del congreso celebrado en 1929. Ni siquiera se esforzó en buscar el apoyo de los trabajadores, como testimoniaba en su declaración de no mantener ninguna organización del partido en las áreas controladas por Guomindang durante los años cruciales de 1937 a 1945. Cuando, en diciembre de 1937, el gobierno del Guomindang decretó la pena de muerte para los trabajadores que fueran a la huelga o que agitaran a favor de una huelga mientras continuaba la guerra, un portavoz del Partido Comunista decía en una entrevista que el partido estaba «completamente satisfecho» con la conducta del gobierno ante la guerra. Incluso después del estallido de la guerra civil entre el Partido Comunista y el Guomindang, apenas existía ninguna organización del Partido Comunista en las áreas del Guomindang, que cubriese todos los centros industriales del país.

La conquista de Mao de las ciudades reveló especialmente el completo divorcio del Partido Comunista con la clase trabajadora industrial. Los dirigentes comunistas hicieron todo lo que tuvieron a su alcance para evitar levantamiento obrero en las ciudades antes de tomarlas. Por ejemplo, antes de la caída de Tientsing y Beijing, el general Lin Piao, comandante del frente, publicó una proclama:

[llamada al pueblo] a mantener el orden y a continuar con las actuales ocupaciones. Los funcionarios del Guomindang o el personal policial, o de instituciones provincials, municipales u otros niveles del gobierno, de distrito, de ciudad o de villa o el personal de Pao Jia… están llamados a permanecer en sus ocupaciones…

En el momento de cruzar el río Yangze, antes de que las grandes ciudades del centro y del sur de China (Shangai, Hankow, Cantón) cayesen, Mao y Xu Teh, de nuevo, publicaron una proclama:

Se espera que los trabajadores y empleados de todas las ramas continuarán con el trabajo y que las empresas funcionarán como es habitual… los oficiales de los gobiernos central, provincial, municipal o comarcal del Guomindang de distintos niveles, o los delegados de la «Asamblea Nacional», los miembros del legislativo y del Yuan de Control o los miembros de los Consejos Políticos del Pueblo, el personal policial y los jefes de las organizaciones de Pao Jia… permanecerán en sus puestos, obedecerán las órdenes del Ejército Popular de Liberación y del Gobierno Popular.

La clase trabajadora obedeció y permaneció inerte. Un informe de Nankín del 22 de abril de 1949, dos días antes de la ocupación del Ejército Popular de Liberación, describió la situación de esta forma:

La población de Nankín no muestra ningún signo de excitación. Esta mañana se veían grupos de curiosos que se reunían en el muro del río para ver los combates del otro lado del río. Los negocios siguen como es habitual. Algunas tiendas están cerradas, pero esto se debe a la falta de clientes… Los cines todavía están llenos.

Un mes más tarde, un corresponsal del New York Times escribía desde Shanghái:

Las tropas rojas empezaron a poner carteles en chino donde se llamaba al pueblo a la calma y les aseguraba que no debían temer nada.

En Cantón:

Tras su entrada, los comunistas contactaron con la comisaría de policía y ordenaron a los oficiales y personal permanecer en los cargos para mantener el orden.

La revolución de Castro

Un caso en el que, ni la clase trabajadora ni la campesina jugaron un papel serio, sino donde fueron los intelectuales de clase media quienes ocuparon toda la arena de la lucha, es el ascenso de Fidel Castro al poder. El libro de C. Wright Mills Listen Yankee, que es más o menos un auténtico monólogo pronunciado por los dirigentes cubanos, trata en primer lugar que no fue una revolución:

…la propia revolución no fue una lucha… entre trabajadores asalariados y capitalistas… Nuestra revolución no es una revolución hecha por sindicatos o trabajadores asalariados de la ciudad o por partidos trabajadores o nada parecido, porque los trabajadores asalariados de la ciudad no tenían una conciencia en modo alguno revolucionaria…

El campesinado apenas se implicó en el ejército de Castro. En una fecha tan avanzada como en abril de 1958, el número total de hombres armados bajo Castro alcanzaba tan solo 180, y en la época de la caída de Batista solo había aumentado hasta 803.

El movimiento de Castro era de clase media. Los 82 hombres que, bajo Castro, invadieron Cuba desde México en diciembre de 1956, y los 12 que sobrevivieron a la lucha en Sierra Maestra, provenían todos de esta clase.

Desde el principio, el programa de Castro no iba más allá del horizonte de amplias reformas liberales aceptables por las clases intermedias. En un artículo en la revista Coronet de febrero de 1958, Castro declaraba que no tenía ningún plan de expropiar o nacionalizar inversiones extranjeras:

Personalmente he llegado a la convicción de que la nacionalización es, a lo sumo, un instrumento pesado. No parece hacer en modo alguno más fuerte al Estado, y debilita a la empresa privada. Y aún más importante, cualquier intento de nacionalización general perjudicaría el principal punto de nuestro programa económico: la industrialización a la mayor velocidad posible. Por este objetivo, las inversiones forasteras siempre serán bienvenidas y garantizadas.

En mayo de 1958 aseguraba a su biógrafo, Dubois:

Nunca el Movimiento del 26 de Julio habló de socializar o nacionalizar las industrias. Esto es simplemente un miedo estúpido hacia nuestra revolución. Hemos proclamado desde el primer día que luchamos por la plena aplicación de la Constitución de 1940, cuyas normas establecen garantías, derechos y obligaciones por todos los elementos que toman parte en la producción. Se prevé la libertad de empresa y de inversión de capitales, así como otros muchos derechos económicos, cívicos y políticos.

Ya el 2 de mayo de 1959, Castro declaraba al Consejo Económico de la Organización de Estados Americanos en Buenos Aires:

No nos oponemos a la inversión privada… Creemos en la utilidad, experiencia y entusiasmo de los inversores privados… Las compañías con inversiones internacionales tendrán las mismas garantías y los mismos derechos que las compañías nacionales.

La impotencia de las clases sociales enfrentadas, trabajadores y capitalistas, campesinos y terratenientes, la debilidad inherente e histórica de la clase media, y la omnipotencia de la nueva élite de Castro, que no estaban ligados por ningún conjunto de intereses coherentes y organizados, explica la facilidad con la que el programa moderado de Castro de los años 1953-58, basado en la empresa privada, fue abandonado y sustituido por un programa radical de propiedad y planificación estatal. No fue hasta antes del 16 de abril de 1961, cuando Castro anunció que la revolución había sido socialista. En palabras del presidente de la república, el doctor Osvaldo Dorticós Torrado, el pueblo «un buen día… descubrió o confirmó que lo que había aclamado como bueno por el pueblo era una revolución socialista». ¡Una excelente formulación de la manipulación bonapartista del pueblo como objeto de la historia, y no como su sujeto consciente!

¿Qué fallaba de la teoría?

Mientras que la naturaleza conservadora y cobarde de la burguesía madura (primer punto de Trotsky) es una ley absoluta; el carácter revolucionario de la joven clase trabajadora no es ni absoluto ni inevitable (segundo punto). Las razones no son difíciles de captar: la ideología prevalente en la sociedad de la que la clase trabajadora forma parte es la de la clase dirigente; en muchos casos, la existencia de una mayoría flotante y amorfa de nuevos trabajadores con un pie en el campo crea dificultades para las organizaciones proletarias autónomas. La falta de experiencia y de instrucción se suma a sus debilidades. Esto lleva todavía a una nueva debilidad: la dependencia en el liderazgo de personas no trabajadoras. Los sindicatos de los países atrasados están casi siempre dirigidos por «extraños». De esto se nos informa desde la India:

Prácticamente todos los sindicatos indios están dirigidos por personas que no tienen ninguna experiencia en la industria; es decir «extraños»… muchos de los extraños se asocian en más de un sindicato. Un dirigente nacional de considerable importancia remarcaba que era presidente de unos 30 sindicatos, ¡pero añadía que, obviamente, no podía contribuir en nada al funcionamiento de ninguno de ellos!

La debilidad y la dependencia de extraños lleva al culto a la personalidad. Muchos sindicatos todavía tienen la costumbre de girar en torno a personalidades. Una personalidad fuerte domina el sindicato, determina toda su política y actuación. El sindicato se conoce como su sindicato. Los trabajadores le buscan para resolver todas sus dificultades y garantizarles las reivindicaciones. Se basan en él como defensor y campeón, y se preparan para seguirle allá donde los lleve. Existe un elemento importante de adoración al héroe en esta actitud. Hay un buen número de héroes en el movimiento. Son de ayuda al conseguir para los trabajadores parte de las reivindicaciones, pero nada para desarrollar organizaciones democráticas autosuficientes. Éstas no surgirán si los trabajadores no aprenden a sostenerse por sí mismos, y a no buscar patéticamente personalidades eminentes que les resuelvan los problemas.

Otra debilidad del movimiento obrero en muchos países atrasados es su dependencia del Estado. Informan desde la India:

El Estado ha tomado ya muchas de las funciones que, en una sociedad libre, pertenecerían normalmente a los sindicatos. Tal y como funcionan las cosas, el Estado, y no la negociación colectiva entre patronos y empleados, juega un papel principal en la determinación de los salarios y otras condiciones laborales. Esto era inevitable hasta cierto punto por la condición de fondo de la economía y por la debilidad de los trabajadores y sus sindicatos.

Y del África Occidental Francesa:

…los esfuerzos sindicales directos contra los patronos raramente han supuesto un aumento real de salarios para el trabajador africano; es más bien la legislación social y la influencia política del movimiento obrero la que ha sido responsable de gran parte de los avances salariales reales de los últimos años.

Y de América Latina:

Los representantes sindicales intentan conseguir sus objetivos mediante la interferencia y el dictado del gobierno.

El factor más importante que determina si la clase trabajadora de los países atrasados es realmente revolucionaria o no es subjetivo, es decir; depende de la influencia de los partidos revolucionarios, particularmente de los comunistas. El papel contrarrevolucionario del estalinismo en los países atrasados ya se ha tratado tan sobradamente, que no es necesario repetirlo aquí.

Una concatenación de circunstancias nacionales e internacionales hace imperativo para las fuerzas productivas romper las cadenas del feudalismo y del imperialismo. Las revueltas campesinas toman un giro más profundo y más amplio que nunca. En ellas también arraiga la rebelión nacional contra la miseria económica que provoca el imperialismo y para reivindicar unos niveles de vida más altos.

Las necesidades de las fuerzas productivas y la rebeldía del campesinado no serían suficientes para romper el yugo de los terratenientes y del imperialismo. Otros tres factores contribuyen:

  1. El debilitamiento del imperialismo mundial como resultado del aumento de contradicciones entre las potencias, y la parálisis que comporta la bomba atómica a la hora de intervenir militarmente.
  2. La creciente importancia del Estado en los países atrasados. Es habitual que, cuando una labor histórica se presenta ante la sociedad, y la clase que tradicionalmente la ha llevado a cabo se ausenta, la realiza otro grupo de gente, a menudo un poder estatal. El poder estatal, en estas condiciones, juega un papel muy importante. Refleja no solo la base económica nacional sobre la que se construye, sino principalmente el carácter supra-nacional de la economía mundial hoy.
  3. La creciente importancia de la intelectualidad como dirigente y unificador de la nación y, ante todo, como manipulador de las masas. Este último punto necesita una elaboración especial.

La intelectualidad

La intelectualidad revolucionaria se ha demostrado como un factor mucho más cohesivo en las naciones emergentes de hoy que en la Rusia zarista. Se ve, comprensiblemente, que la propiedad privada burguesa quiebra; que el imperialismo es intolerable; que el capitalismo estatal —gracias al debilitamiento del imperialismo, la creciente importancia de la planificación estatal, además del ejemplo de Rusia, y el trabajo disciplinado y organizado de los partidos comunistas— les da un nuevo sentido de cohesión. Como única sección no especializada de la sociedad, la intelectualidad es la fuente obvia de una «élite revolucionaria profesional» que parece representar los intereses de la «nación», tanto contra los conflictos sectoriales como de los intereses de clase. Además, es la sección de la sociedad más imbuida de la cultura nacional, puesto que los campesinos y trabajadores no tienen ni ocio ni educación para ésta.

La intelectualidad es también sensible a la carencia técnica de sus países. Al participar en el mundo científico y técnico del siglo XX, están decepcionados por el retraso de la propia nación. Este sentimiento se acentúa por la «falta de oficios intelectuales», endémica de estos países. Dado el retraso económico general, la única esperanza para muchos estudiantes es un trabajo gubernamental, pero no es suficiente para todos.

Son grandes creyentes en la eficiencia, incluida la eficiencia en la ingeniería social. Confían en las reformas desde arriba y aman profundamente poder entregar el nuevo mundo a un pueblo agradecido, más que tener que ver la lucha de liberación de un pueblo autoconsciente y asociado libremente, capaz de edificar un nuevo mundo por sí mismo. Se preocupan mucho por medidas para sacar la nación del estancamiento, pero poco por la democracia. Encarnan la tendencia hacia la industrialización, la acumulación de capitales, la resurrección nacional. Su poder está en relación directa con la debilidad de las demás clases, y su nulidad política.

Todo ello hace del capitalismo estatal totalitario un objetivo muy atractivo para los intelectuales. Y, de hecho, éstos son los principales porta estandartes del comunismo en las naciones emergentes. «El comunismo ha encontrado la mayor aceptación en América Latina entre los estudiantes y la clase media», escribe un especialista americano. En la India, en el Congreso del Partido Comunista en Amritsar (marzo/abril de 1958), «aproximadamente el 67% de los delegados eran de clases distintas del proletariado y del campesinado (clases intermedias, clase terrateniente y pequeños comerciantes); el 72% tenía estudios universitarios».

La revolución permanente desviada

Las fuerzas que deberían dirigir una revolución socialista obrera de acuerdo con la teoría de Trotsky pueden llevar, en ausencia del sujeto revolucionario —el proletariado— a su contrario: el capitalismo de Estado. Utilizando lo que es de validez universal en la teoría y lo contingente (en la actividad subjetiva del proletariado), se puede llegar a una variante que, a falta de un mejor nombre, puede ser llamada la «revolución permanente desviada del capitalismo de Estado».

El colapso de los regímenes estalinistas de Rusia y de Europa oriental, el desplazamiento de la China de Mao hacia las vías del capitalismo de mercado, la desintegración internacional de los movimientos estalinista y maoísta, abren el camino al desarrollo de la auténtica revolución permanente descrita por Trotsky.

Estamos en medio de un largo y lento despertar del movimiento de la clase trabajadora del Tercer Mundo.

Hemos visto a la clase trabajadora de Irán implicada en una huelga general y organizada en las choras (consejos obreros), que llevó al derribo del Xa. Hemos visto a la clase trabajadora de Sudáfrica aplastar al régimen del apartheid. Hemos sido testigos del surgimiento de un movimiento obrero militante en Corea del Sur. Hemos sido también testigos de la mayor huelga general de todos los tiempos en Brasil.

Hará falta tiempo para superar la depresión dejada por décadas de reacción, estalinismo y fascismo. Pero el camino está abierto a la auténtica revolución permanente.

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7 El marxismo ante la opresión

El núcleo del marxismo es que la emancipación de la clase trabajadora es el acto de la propia clase trabajadora. Al mismo tiempo, Marx defiende que las ideas preponderantes de la sociedad son las ideas de la clase dirigente. Una forma importante a través de la cual estas ideas arraigan es la división de la unidad de los trabajadores en diferentes razas, nacionalidades y géneros.

La opresión de los negros por los blancos, de las mujeres por los hombres, etc. dividen a la clase trabajadora, y la política de dividir y vencer refuerza el poder de los capitalistas.

¿Cómo afecta la opresión a la condición de los trabajadores que pertenecen al sector oprimido? Los trabajadores negros en Gran Bretaña son explotados como trabajadores. Que sean discriminados como negros agrava la explotación. Reciben salarios más bajos, las condiciones de trabajo son peores, sufren una vivienda deficiente y otras privaciones sociales. Lo mismo para las trabajadoras, que son forzadas a sufrir una doble carga: la de asalariadas y el cuidado de los niños y la casa. Sus trabajos son mucho más marginales; tienen menos oportunidades de lograr formación; son forzadas a abandonar el trabajo para el cuidado de las criaturas; su opresión agrava su explotación.

¿Cómo afecta la opresión a los trabajadores que pertenecen al sector opresor? Lógicamente creen que son superiores a los trabajadores «inferiores». Pero ¿realmente eso los beneficia? Los trabajadores blancos de los estados meridionales de EEUU creen que los beneficia ya que ganan más que los negros, tienen una mejor vivienda, etcétera. Pero los trabajadores blancos ganan mucho más en el norte; de hecho, los negros del norte ganan más que los blancos del sur.

Lo mismo se aplica a las relaciones entre trabajadores y trabajadoras. Los hombres ganan más que las mujeres, por tanto, parece que se benefician de su opresión. Pero ésta es una visión muy superficial de la situación, piénsalo. ¿Un trabajador escribiría esto a su amigo?: «¿Has oído las buenas noticias? Mi mujer tiene un salario bajo, la guardería cuesta un ojo de la cara, su lugar de trabajo está amenazado todo el tiempo y, además, está embarazada otra vez y no tiene ningún medio para abortar. ¡Son noticias maravillosas!»

Los trabajadores protestantes de Irlanda del Norte pueden pensar que golpear a los católicos es bueno para ellos, de otra manera no lo harían. Así, el obrero protestante tiene más probabilidades de tener trabajo y un buen nivel de vida que el obrero católico, pero el mismo obrero gana menos que un obrero de Birmingham o Glasgow.

Si viajo en un tren lleno de suciedad, como blanco bajo el capitalismo me sentaré cerca de la ventana. La mujer o el negro tendrán un asiento lejos de la ventana, en condiciones aún peores que las mías. Pero el problema real es el tren. Todos tenemos que soportar el mismo tren, no tenemos ningún control sobre el conductor que nos lleva a todos hacia el abismo.

El sector más oprimido de la clase trabajadora siempre refleja los horrores extremos del capitalismo. Trotsky escribió una vez que si alguien quería captar la necesidad de un cambio hacia una nueva sociedad, debía mirarlo todo con ojos de mujer. Si alguien quiere captar la naturaleza del capitalismo decadente y senil, debía mirar desde la última guerra mundial, a través de los ojos de los judíos. Si alguien quiere captar la naturaleza de la sociedad británica de hoy, debe que mirarlo todo con los ojos de Neville y Doreen Lawrence, los padres de Stephen Lawrence, el joven negro asesinado por cinco nazis, estos últimos protegidos por la policía británica.

Para alcanzar la unidad entre los trabajadores blancos y negros, los trabajadores blancos deben acercarse a los trabajadores negros e ir más lejos todavía. Para alcanzar la unidad entre los trabajadores y las trabajadoras, el hombre trabajador debe hacer un esfuerzo especial para demostrar que no es parte de los opresores. Lenin lo enunció claramente el 1902; escribió que cuando los trabajadores van a la huelga por un aumento salarial son simples sindicalistas. Tan sólo cuando van a la huelga contra la represión de los judíos o de los estudiantes son realmente socialistas.

Una huelga que implique a trabajadores negros y blancos contribuye a minar el racismo. Una huelga refuerza la solidaridad, y por tanto tiene un impacto más allá del tema inmediato. Los cambios espirituales en los trabajadores son el resultado más precioso de la huelga.

Pero la solidaridad puede comenzar a partir de una manifestación antirracista que comporte un sentimiento de unidad con los trabajadores negros y tenga un impacto en futuros conflictos obreros. Las concentraciones en Londres en solidaridad con Stephen Lawrence son muy grandes, compuestas por negros y blancos, y sin duda tendrán un gran impacto en la actitud de millones de personas ante la policía y también inspirarán una solidaridad creciente entre los trabajadores alrededor de toda una serie de temas.

Una huelga donde hombres y mujeres cierran filas contribuye a superar el sexismo. Hay que recordar la Comuna de París donde las mujeres lucharon brillantemente, haciendo que un reportero británico dijera que, si todos los comuneros hubieran sido mujeres, habrían ganado.

En una reunión en Londres hace poco dije, «que llegue la revolución, y que la presidenta del consejo de los trabajadores de Londres sea una joven negra de 26 años, lesbiana». Elegí estas características porque todas ellas rompen los tabúes del capitalismo. La juventud es despreciable, así como los negros, las mujeres y las lesbianas. Tras la reunión una joven negra se me acercó y me dijo, «esta soy yo. Soy negra, soy mujer, como puedes ver, tengo 26 años y soy lesbiana «. Le dije, «lo siento, hermana, has perdido el barco. La revolución será dentro de diez años. Serás demasiado grande». Está claro que mis palabras no deberían tomarse literalmente. El presidente del consejo de los trabajadores de Londres puede ser un irlandés de 70 años, abuelo de 15 criaturas.

Cualquier persona revolucionaria debe oponerse beligerantemente a todo tipo de opresión. Un revolucionario blanco debe oponerse al racismo con más fuerzas que un revolucionario negro. Un revolucionario gentil debe oponerse al antisemitismo más fuertemente que ningún judío. Un hombre revolucionario debe ser completamente intolerante ante cualquier maltrato o menosprecio hacia las mujeres. Debemos ser los tribunos de los oprimidos.

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8 La lucha contra el fascismo

Lecciones de la victoria nazi de 1933

El 33 de enero de 1933 Hitler se convirtió en canciller de Alemania. Esto no era del todo inevitable. Dos meses antes, en noviembre de 1932, el Partido Socialdemócrata (SPD) había conseguido 7,2 millones de votos y el Partido Comunista (KPD) 6 millones. Así, las dos organizaciones juntas tenían 13,2 millones de votos, mientras que el voto nazi era de 11,7 millones, es decir 1,5 millones de votos menos. Y aún más importante, estaba la calidad de los militantes de las organizaciones obreras ante la de los nazis. Como Trotsky señalaba:

En cuanto a las estadísticas electorales, 1.000 votos fascistas valen tanto como 1.000 votos comunistas. Pero en cuanto a la lucha revolucionaria, 1.000 trabajadores de una gran fábrica representan una fuerza 100 veces mayor que 1.000 pequeños funcionarios, oficinistas, con sus mujeres y suegros. El grueso de los fascistas consiste en escoria humana.

Desgraciadamente, la dirección de las dos organizaciones de masas estaba completamente podrida.

Ante la amenaza del nazismo, el SPD confiaba en el Estado alemán y en su política de defender la democracia. Incluso después de que Hitler se convirtiera en canciller, Otto Wels, dirigente del SPD, afirmó que la gente no debía preocuparse: el nuevo gobierno no era exclusivamente nacionalsocialista sino, tan sólo, una coalición de nacionalistas y nacionalsocialistas alemanes; sólo tres de los 12 miembros del gobierno eran nazis, los otros nueve eran conservadores. Es más, Hitler había prometido al presidente mantener la Constitución de Weimar. Y Willhelm Frick, el ministro nazi del interior, había anunciado que el gobierno rechazaba prohibir al Partido Comunista y que no interferiría en la libertad de prensa. Un par de meses más tarde, claro, el Partido Comunista fue prohibido, y los candidatos socialistas a las elecciones fueron arrestados.

Cuando el 23 de marzo de 1933 se presentó en el Reichstag una ley que daba a Hitler poderes ilimitados, Otto Wels lo denunció, pero dejó claro que el partido, que actuaba como oposición leal, tan sólo ofrecería una oposición no violenta y legal al régimen. Wels dijo:

«Las elecciones del 5 de marzo han dado la mayoría a los partidos del gobierno y por lo tanto les dan la oportunidad de gobernar de acuerdo con el texto y el espíritu de la Constitución… Aceptamos su actual gobierno como un hecho. Con todo, el sentido de justicia del pueblo es también una fuerza política, y no dejaremos de llamar a este sentido de justicia.»

La dirección del KPD no era menos desastrosa. Siguiendo los pasos de Stalin, declararon que los socialdemócratas eran socialfascistas, es decir, que no había ninguna diferencia cualitativa entre los nazis y la socialdemocracia. Así, Remmele, dirigente del grupo parlamentario comunista, pudo declarar en el Reichstag el 14 de octubre de 1931 que tras Hitler vendría el turno del KPD. «No tenemos miedo de los señores fascistas. Se agotarán más rápido que ningún otro gobierno. (Gritos de los diputados comunistas: ‘Tienes toda la razón’)».

Trotsky, con toda su pasión, llamó a los trabajadores alemanes a hacer frente a la amenazadora catástrofe que representaba Hitler. El 23 de noviembre escribió un folleto titulado Alemania, la clave de la situación internacional. Decía:

«De la dirección como se desarrolle la solución de la crisis alemana dependerá no sólo el destino de la propia Alemania (y eso ya es un gran qué), sino también el destino de Europa, el destino de todo el mundo, por muchos años… la llegada al poder de los nacionalsocialistas supondría en primer lugar el exterminio de la flor y nata del proletariado alemán, la destrucción de sus organizaciones, la erradicación de la confianza propia y su futuro. Considerando la mayor madurez y agudeza de las contradicciones sociales en Alemania, el trabajo infernal del fascismo italiano probablemente parecería un experimento pálido y casi humano en comparación con el trabajo de los nacionalsocialistas alemanes… Diez insurrecciones proletarias, diez derrotas, una tras otra, no podrían debilitar y debilitar tanto a la clase trabajadora alemana como una retirada ante el fascismo la debilitaría, en un momento en que todavía está pendiente la cuestión de quién será el dueño de la cancillería… la clave de la situación mundial se encuentra en Alemania.»

Tres días después de que Trotsky hubiera escrito Alemania, la clave de la situación internacional, escribió otra fuerte llamada y advertencia a los trabajadores alemanes titulada Por un frente obrero unido contra el fascismo. Escribió las siguientes palabras urgentes:

«Trabajadores comunistas, sois cientos de miles, millones; no podéis iros a ningún sitio; no hay suficientes pasaportes para vosotros. Si el fascismo llega al poder, se levantará sobre vuestros cráneos y espinazos como un tanque terrorífico. Vuestra salvación se encuentra en una lucha implacable. Y tan sólo una unidad en la lucha con los trabajadores socialdemócratas puede llevar la victoria. ¡Daos prisa, trabajadores comunistas, os queda poco tiempo!»

El 28 de mayo de 1933, en un artículo titulado La catástrofe alemana: las responsabilidades de la dirección, escribía de nuevo, «La derrota sin parangón del proletariado alemán es el hecho más importante desde la conquista del poder por el proletariado ruso». Y el 22 de junio de 1933 concluía, «La actual catástrofe de Alemania es sin duda la más grande derrota de la clase trabajadora de la historia».

En el SWP hemos aprendido las lecciones de Alemania

Con la llegada al poder del laborismo en 1974, el paro aumentó de 600.000 a 1,6 millones en tres años. Los salarios cayeron y, por primera vez desde la guerra, hubo un declive en el nivel real de vida. Con la miseria y la privación se daban las condiciones para el crecimiento del Frente Nacional (FN) nazi. En 1976, el FN logró 44.000 votos en las elecciones locales. El Partido Nacional, el otro partido nazi, logró dos concejales en Blackburn. En 1977, en las elecciones al Consejo del Gran Londres, el FN logró 119.063 votos (el 5%, comparado con el 0,5% del 1973), y desplazaron del tercer lugar a los liberales en 33 circunscripciones. Un estudio de la Universidad de Essex sugería que el apoyo conseguido por el FN durante este período les daría 25 diputados si la representación fuera proporcional.

En agosto de 1977, el FN organizó una marcha a Lewisham, una localidad del sudeste de Londres con una gran población negra. El SWP llevó a 2.000 de sus militantes y movilizó localmente a otros 8.000 trabajadores y jóvenes, principalmente negros, con los que rompieron el cordón policial y detuvieron físicamente la marcha fascista.

La actividad del SWP en Lewisham fue denunciada por prácticamente todos los portavoces del Partido Laborista. Michael Foot, entonces primer ministro en funciones, dijo, «no parareis a los nazis con el lanzamiento de botellas o enfrentándoos a la policía. La forma más ineficiente de combatir a los fascistas es comportarse como ellos «. Ron Hayward, secretario general del Partido Laborista, llamó a todos sus miembros a apartarse de las organizaciones de extrema izquierda y de extrema derecha. Veía pocas diferencias entre los manifestantes violentos (es decir, el SWP), y los «fascistas del FN».

Los hechos de Lewisham agosto de 1977 actuaron como la base para la fundación de la Liga Antinazi (Anti Nazi League, ANL) en noviembre de 1977.

La ANL era un frente unido establecido por el Socialist Worker Party, Peter Hain y el diputado laborista Ernie Roberts y, entre otros diputados, Neil Kinnock, Audrey Wise y Martin Flannery, que eran de la izquierda del Partido Laborista.

La ANL se convirtió en un movimiento inmensamente popular. Por dar un objetivo a la juventud contra el FN —el grupo de edad de donde sacaban la mayor parte del su apoyo— la ANL organizó su primer Carnaval en Londres a finales de abril de 1979, antes de las elecciones locales. Su éxito sobrepasó las expectativas de todos, con la unión de 80.000 personas en una marcha desde Trafalgar Square hasta un festival de música en Victoria Park, a más de diez kilómetros de distancia. Junto a Rock Against Racism, se organizaron grandes carnavales en Manchester (35.000), Cardiff (5.000), Edinburgh (8.000), Harwich (2.000), Southampton (5.000), Bradford (2.000) y, de nuevo, en Londres (100.000). El voto del FN en las elecciones locales posteriores se hundió. En Leeds cayó un 54%, en Bradford un 77%; incluso en su feudo del East End de Londres, cayó en un 40%.

La ANL recibió el amplio apoyo de los sindicatos. Ya a mediados de abril de 1978, antes del Carnaval había 30 agrupaciones y distritos del sindicato del AUEW que tenían el apoyo de 25 consejos de agrupación, 11 áreas y lonjas de NUM, de seis a diez agrupaciones del TGWU, CPSA, TASS, NUJ, NUT y Nupe, 13 comités de empresa de las principales fábricas, así como 50 secciones locales del Partido Laborista. Las cifras crecieron después de los carnavales.

Bajo el martillo de la ANL, los fascistas nunca lograron una recuperación del apoyo como para acercarse a la situación de 1976-77. Repitámoslo, en 1976 el FN logró 44.000 votos en Leicester y un año más tarde 119.000 votos en Londres. En las últimas elecciones locales en Inglaterra, el 17 de mayo de 1998, el voto total del Partido Nacional Británico y del Frente Nacional fue de tan sólo 3.000 votos.

Nuestra política de combatir el fascismo era bidireccional: atacar a las ratas y atacar las cloacas donde las ratas se multiplican. Con el combate contra los fascistas no basta. Hay que luchar también contra el paro, los bajos salarios y la privación social que crean las condiciones para el crecimiento del fascismo. Una muestra de la unidad de las dos direcciones fue la organización de enfermeras de uniforme para protestar contra los nazis y en defensa del Servicio Nacional de Sanidad.

Comparación con SOS Racismo de Francia

En las elecciones de 1974, el Frente Nacional (FN) consiguió simplemente el 0,74% de los votos; en 1981 todavía obtuvo menos, el 0,5%. Pero con la elección del socialista François Mitterrand a la presidencia en 1981 las cosas cambiaron radicalmente. El desencanto fue masivo. El paro creció más del doble. El FN floreció. En 1984 consiguió el 11% de los votos, unos 2 millones. En las elecciones parlamentarias de marzo de 1986 consiguió 35 diputados, tantos como el Partido Comunista. Desde que cambió el sistema electoral, el FN no tuvo diputados, pero ahora tiene más de 1.000 concejales, y controla cuatro pequeñas ciudades del sur de Francia. En las últimas elecciones generales de junio de 1997, el FN logró 5 millones de votos, o el 15% del voto total.

¿Por qué la curva del FN en Gran Bretaña bajó radicalmente, mientras que en Francia crece tanto? No se puede explicar por las diferencias en las condiciones objetivas de Francia y Gran Bretaña.

La proporción de negros en Gran Bretaña es similar a la de Francia, del 5 al 6%. Los niveles de desempleo no son diferentes. El nivel de lucha obrera ha sido mucho mayor en Francia, de hecho, que no en Gran Bretaña. Gran Bretaña había sufrido la más larga y profunda bajada de luchas industriales.

Así pues, ¿como explicar la diferencia entre los destinos del FN francés y del FN británico? Hay que mirar el elemento subjetivo. En Gran Bretaña tenemos la ANL. En Francia la principal organización contra los nazis ha sido SOS Racismo. Esta organización es un satélite del Partido Socialista. Su dirigente, Harlem Desir, es contrario a la «confrontación» con el FN, ya que esto «jugará a favor de Le Pen». Se dirige a la opinión pública para desarraigar el racismo y espera una contribución igual de las organizaciones de izquierdas que las de derechas. Aunque SOS Racismo convoca manifestaciones, éstas no se diseñan para enfrentarse físicamente al FN.

El papel de Mitterrand para castrar a SOS Racismo ha sido decisivo. Hay que recordar que Mitterrand fue un alto funcionario del gobierno del mariscal Pétain durante la guerra, un gobierno que colaboró con los nazis, que entregó 70.000 judíos a las cámaras de gas. Después de que Mitterrand se convirtiera en presidente, cada año, en el aniversario de la muerte del mariscal Pétain, llevaba una corona a la tumba de este «gran patriota francés». Quien llevaba otra corona a la misma tumba era Le Pen.

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9 Lecciones importantes de los hechos de mayo de 1968

Inspiración y advertencia

Para los socialistas de todo el mundo fueron una inspiración los hechos ocurridos en Francia en mayo de 1968. Las manifestaciones de estudiantes y las ocupaciones de las universidades culminaron el 10 y el 11 de mayo —la Noche de las Barricadas— con un enfrentamiento masivo entre miles de estudiantes, numerosos jóvenes trabajadores y vecinos del Barrio Latino contra los CRS, la policía antidisturbios, que fueron repelidos con éxito.

El Partido Comunista Francés, que tenía un apoyo extremadamente fuerte, se opuso a las actividades de las y los estudiantes durante la Noche de las Barricadas. En ese momento decidieron que la mejor forma de hacer frente a la ascendente ola de luchas era cooptando al movimiento. Los dirigentes del Partido Comunista y de la federación sindical CGT esperaban que una jornada de huelga de un día y una manifestación servirían de válvula de escape. Así pues, convocaron una jornada de huelga para el 13 de mayo. Esperaban que fuera una huelga simbólica como tantas otras que habían convocado antes. Pero se equivocaron. Las y los trabajadores de base tomaron la iniciativa de prolongar la huelga. El 14 de mayo las y los trabajadores de Sud Aviation de Nantes se declararon en huelga indefinida y ocuparon la fábrica. Al día siguiente, el 15, la Renault-Cleon fue ocupada. El 16 de mayo la huelga y el movimiento de ocupaciones se extendieron a todas las fábricas de la Renault. Fue seguido de una huelga y de un movimiento de ocupación por todas las fábricas automovilísticas y aeronáuticas. El 19 de mayo los tranvías se pararon, al igual que los servicios postales y de telégrafo. Los servicios de metro y de bus de París pronto los seguirían. La huelga afectó a las minas, las navegaciones, Air France, etc. El 20 de mayo la huelga se generalizó, implicando a diez millones de trabajadores y trabajadoras. Gente que nunca había hecho huelga se unió: las y los bailarines del Folies Bergère, los jugadores de fútbol, las y los periodistas, las y los dependientes, las y los técnicos… Banderas rojas decoraban todos los centros de trabajo.

En la manifestación del día 13 participaron un millón de personas, trabajadores, trabajadoras y estudiantes.

El presidente De Gaulle estaba completamente indefenso. Cuando el 24 de mayo quiso convocar un referéndum, no pudo encontrar ni una imprenta en Francia dispuesta a imprimir sus papeletas electorales, y cuando, desesperado, buscó imprimir las papeletas en Bélgica, las y los trabajadores belgas lo rechazaron, en solidaridad con sus hermanas y hermanos franceses. El 29 de mayo De Gaulle abandonó Francia para buscar refugio entre las tropas francesas de Alemania.

Ya para entonces, la marea alta de la lucha obrera se acababa.

El 27 de mayo los dirigentes sindicales firmaron el acuerdo de Grenelle que ofrecía grandes concesiones económicas a las y los trabajadores, con una subida del 35% en los salarios de los trabajos peor retribuidos.

La huelga fue desconvocada, la derecha consiguió tener la iniciativa y comenzó a movilizarse en una manifestación masiva de derechas que tuvo lugar el 30 de mayo. La policía atacó las emisoras de televisión y de radio, expulsó a las y los trabajadores que las ocupaban, atacando cualquier intento de mantener las manifestaciones y hasta asesinando a dos trabajadores y un estudiante de secundaria.

«La tradición de las generaciones muertas cuelga como una pesadilla sobre la mente de las vivas» (Marx)

Durante todo el movimiento masivo de avance de las y los trabajadores, el peso muerto del estalinismo causó su impacto. Las y los trabajadores franceses eran muy leales al Partido Comunista. Después de todo, una generación de trabajadores y trabajadoras fue educada y formada por el partido. Un hecho del pasado muestra el poder del PC sobre las y los trabajadores. Cuando los ejércitos norteamericano y británico derrotaron al ejército alemán, París fue liberado por los maquis, el movimiento de resistencia liderado por el Partido Comunista. Las y los trabajadores armados controlaban París. Maurice Thorez, entonces secretario general del Partido Comunista Francés, voló desde Moscú a París donde anunció «Una policía, un ejército, un Estado». La policía a la cual Thorez se refería era la policía que había colaborado con los nazis durante toda la guerra. A pesar de todo, las y los trabajadores de París aceptaron las instrucciones de Thorez y se desarmaron.

Entonces, en mayo de 1968, el impacto del Partido Comunista fue absolutamente masivo.

Hemos mencionado el millón de trabajadores, trabajadoras y estudiantes que se manifestaron en París. Los dirigentes del PC no querían que las y los trabajadores y las y los estudiantes se mezclaran, dado que los segundos habían conseguido sustraerles de la influencia del Partido Comunista; sus ideas políticas estaban mucho más a la izquierda que las del partido. Entonces, los dirigentes del PC organizaron una cadena de 20.000 delegados para separar el bloque obrero del bloque estudiantil.

Hemos mencionado las ocupaciones de fábricas. Aquí de nuevo, el papel del PC y de la burocracia de la CGT fue decisiva: el 80-90 por ciento de las y los trabajadores serían enviados a casa, de forma que tan solo una minoría iban a estar activos durante la ocupación. Las y los trabajadores, aislados en casa, perdieron la oportunidad de discutir la táctica y la estrategia, la esencia del movimiento.

Las huelgas tenían comité de huelga, pero éstos no eran escogidos por las y los trabajadores sino designados por funcionarios sindicales.

Para facilitar la finalización de la huelga general, a las y los trabajadores de una fábrica se les decía que las y los trabajadores de otra ya habían regresado al trabajo, y esta táctica fue repetida una y otra vez. Como no había ninguna línea de comunicación entre fábricas independientemente de la maquinaría sindical, está táctica dio resultado.

La Revolución de Febrero de 1917 en Rusia

Para entender las contradicciones de la consciencia de los trabajadores del mayo de 1968 en Francia, no hay nada mejor que considerar la experiencia de la Revolución Rusa de febrero de 1917. Esta revolución puso fin al zarismo. La policía se disolvió completamente. Los trabajadores se organizaron en soviets por todo el país. En el seno del ejército los comités de soldados crecieron rápidamente.

En aquellos días, Lenin acuñó la expresión «poder dual» para describir la situación dominante en Rusia. Es cierto que los soviets eran poderosos, pero en paralelo a los soviets había un gobierno provisional burgués. Es cierto que había comités de soldados, pero los generales todavía comandaban el ejército. Es cierto que los soviets expresaban la voluntad de millones de personas por la paz, pero la guerra imperialista continuaba. Es cierto que había poderosos comités de trabajadores en cada fábrica, pero todavía todas ellas eran propiedad de los capitalistas. Es cierto que millones de campesinos estaban organizados en soviets, pero los terratenientes no habían perdido ni un metro cuadrado de tierra. La dirección de los soviets —mencheviques y socialistas revolucionarios— apoyaba al gobierno burgués y sus políticas.

La Revolución de Febrero supuso una ruptura con el pasado, pero no una ruptura completa. Seguían existiendo contradicciones en las instituciones de la época y en la consciencia de millones de personas.

El soviet de Petrogrado era una nueva y fantástica institución, pero no estaba dirigida por las y los bolcheviques. La derecha lo dominaba. Para millones de personas que anteriormente habían dado apoyo al zarismo, una ruptura con el mismo y un giro a la izquierda no significaba que viraran al bolchevismo, sino a la derecha del mismo, hacía los mencheviques y los socialrevolucionarios. Hicieron falta semanas y meses de lucha para que las y los bolcheviques consiguieran los soviets de Petrogrado y de Moscú, en septiembre de 1917. No tenemos espacio para describir los diferentes hechos que ocurrieron entre febrero y octubre, en todo caso no fue una marcha directa hacia el bolchevismo. La influencia bolchevique aumentó en Petrogrado hasta finales de junio. A principios de julio fueron forzados a retroceder, el partido fue prácticamente ilegalizado, su prensa clausurada, Lenin forzado a esconderse y Trotsky fue encarcelado. Julio fue, como escribió Trotsky, el mes de la calumnia. La prensa bramaba histéricamente denunciando que Lenin era un agente alemán. El giro hacia la derecha dio confianza a la extrema derecha, y entre el 27 y el 30 de agosto, el general Kornílov, comandante en jefe del ejército ruso, inició un golpe militar. Si hubiera prosperado, la palabra para designar el fascismo no hubiera sido italiana sino rusa. Desde la prisión Trotsky organizó la defensa de Petrogrado contra Kornílov. La derrota de Kornílov aceleró enormemente la victoria del bolchevismo. Días después los bolcheviques conseguían la mayoría en los sóviets de Petrogrado y de Moscú, y pocas semanas después tuvo lugar la Revolución de Octubre.

La revolución no es flor de un día. Es un proceso. Las y los trabajadores tienen que romper con las ideas burguesas que dominaban antes, pero esta ruptura no se completa en un día. Durante un tiempo existe una conciencia contradictoria entre las y los trabajadores. Está claro que la consigna de las y los bolcheviques de abril, «Tierra, paz y justicia. Todo el poder por los soviets», era una consigna coherente para resolver los problemas a los cuales hacían frente millones de campesinos y campesinas que querían tierra, millones de personas hambrientas que necesitaban pan y millones de personas atormentadas por la guerra. Pero durante un tiempo muchos trabajadores y trabajadoras decían, «Sí, por supuesto que queremos la tierra, pero tendríamos que esperar el fin de la guerra y que el parlamento apruebe una ley que nos dé la tierra. Por supuesto que queremos la paz, pero obtengamos primero la victoria en la guerra y entonces tendremos la paz.»

El Partido Bolchevique el marzo de 1917 tenía 23.000 militantes, y con el apoyo del 2,5% de los soviets, tuvieron una base lo suficientemente fuerte como para avanzar hacia la victoria.

La izquierda alternativa al Partido Comunista Francés era minúscula. El número total de trotskistas en Francia en mayo de 1968 era de 400. El número de maoístas organizados era similar. Eran cifras demasiadas exiguas como para amenazar a los estalinistas. Si los trotskistas hubieran tenido unas pocas decenas de miles de militantes podrían haber defendido efectivamente en la manifestación del 13 de mayo, donde participaron un millón de trabajadores, trabajadoras y estudiantes, que éstos unieran las manos y rompieran el cordón formado por los 20.000 delegados. En las fábricas ocupadas podrían haber defendido con las y los trabajadores la idea de quedarse y no irse a casa, lo cual les habría dado la capacidad de tomar la iniciativa. Podrían haber defendido la elección de comités de huelga en vez de aceptar los comités nombrados a dedo. Habrían sido capaces de crear una comunicación entre las fábricas de tal forma que la burocracia no hubiera podido emplear la política de divide y vencerás para desconvocar la huelga.

El futuro mayo del 68

Una explosión de los movimientos de masas en el futuro es inevitable. Aun así, no se sabe nunca cuando sucederá exactamente. Al fin y al cabo, Lenin, tres semanas antes de la Revolución de Febrero, cuando hablaba a un grupo de Jóvenes Socialistas de Suiza, acabó su descripción y análisis de la revolución del 1905 diciendo que la nueva generación más joven vería la Revolución Rusa, pero la de Lenin, no. Unos días antes de la revolución (el 7 de febrero) Lenin escribía a su amiga Inessa Armand, «ayer tuve una reunión (las reuniones me cansan; me afectan a los nervios; me provocan dolor de cabeza; me marché antes del final)». Si hubiera sabido que unos pocos días después tendría lugar la revolución no se habría quejado de esta forma.

Los grandes puntos de inflexión no se pueden predecir nunca, por razones obvias. Durante un largo período de tiempo la historia avanza muy lentamente, durante 10 o 20 años solo hay cambios minúsculos, moleculares y, entonces, repentinamente, en un día o una semana tienen lugar cambios más grandes que los acontecidos durante generaciones.

Las contradicciones del capitalismo hoy en día son mucho más agudas que en 1968. El año 1968 encaró el fin del más largo crecimiento de la historia del capitalismo. Desde 1973, las recesiones se han sucedido una y otra vez. La inestabilidad del capitalismo es más grande que nunca, la explotación y la inseguridad de los trabajadores crecen día tras día. Es del todo inevitable que se produzcan grandes explosiones. Pero para que estas explosiones acaben con una victoria proletaria, la necesidad de un partido revolucionario es más grande que nunca. La acción de masas espontánea de los trabajadores es como el vapor. El partido revolucionario es como un pistón. Un pistón por él mismo es inútil, el vapor a solas se dispersa fútilmente. Para conseguir una victoria proletaria, la cuestión del liderazgo es crucial. Mayo del 1968 tendría que ser para nosotros una inspiración y al mismo tiempo una advertencia.

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10 La Revolución Rusa

El 23 de febrero de 1917 empezaron las celebraciones del Día Internacional de la Mujer. Este fue el inicio de la revolución. Al día siguiente 200.000 trabajadores y trabajadoras se declararon en huelga en Petrogrado. El día después, el 25 de febrero, una huelga general se apoderó de la ciudad y cierto número de huelguistas fueron asesinados por el ejército. Dos días más tarde hubo un motín de los regimientos de la Guardia; los soldados rehusaron disparar a los manifestantes, y en ciertos casos, el oficial que ordenaba disparar fue muerto por alguno de los propios soldados. El zar abdicó. Lo que es realmente interesante es que justo el día antes de la abdicación del zar se formó un soviet de representantes de los trabajadores. La experiencia del soviet de 1905 aceleró el proceso; todos los centros de trabajo enviaron delegados al soviet.

La revolución fue completamente espontánea y no planificada. Como Trotsky señaló correctamente:

Nadie, realmente nadie –lo podemos afirmar categóricamente de acuerdo con todos los datos– no pensaba entonces que el 23 de febrero marcaría el principio de un golpe decisivo contra el absolutismo.

Sujánov, un testigo brillante de la revolución, observó: «ningún partido se estaba preparando para el gran levantamiento». De forma similar un antiguo director del Ojrana, la policía secreta zarista, afirmaba que la revolución fue «un fenómeno puramente espontáneo, y de ninguna forma el fruto de la agitación partidista». Millones de personas entraron en la vida política por primera vez, el Partido Bolchevique parecía muy marginal, al tener, después de la revolución, unos 23.000 militantes. No fue hasta el 25 de febrero que los bolcheviques aparecieron con su primer folleto donde se llamaba a la huelga general: después de que 200.000 trabajadores y trabajadoras ya hubieran ido a la huelga. En las elecciones al soviet, los bolcheviques constituían una pequeña minoría. De los 1.500 a 1.600 delegados, solo 40 eran bolcheviques (el 2,5 por ciento).

Poder dual

Conviviendo con el gobierno provisional, dirigido por el príncipe Lvov, existía el gobierno de los soviets. Existía, por lo tanto, un poder dual.

Esta situación no podía durar mucho en el tiempo. Uno de los dos gobiernos tenía que acabar cediendo.

Para empezar, el soviet apoyó al gobierno de Lvov. En la sesión del soviet del 2 de marzo, se presentó una resolución para transferir el poder al gobierno provisional, es decir, a la burguesía. Solo 15 diputados votaron en contra. Esto quiere decir que ni tan siquiera los 40 bolcheviques se opusieron. La presión masiva de 1.600 diputados abrumó a los bolcheviques. Los partidos que dominaban el soviet, los mencheviques y los socialrevolucionarios, adoptaron una posición contradictoria. Apoyaban a los soviets pero también apoyaban al gobierno provisional burgués. Querían la paz, pero apoyaban la guerra. Simpatizaban con la reivindicación campesina de tierra, pero apoyaban al gobierno, partidario de los terratenientes.

Pero una revolución no permite un compromiso a medias. La vida planteaba cada cuestión de forma muy extrema.

La dirección bolchevique en Rusia se encontraba también extremadamente confundida. El 3 de marzo, el Comité de Petrogrado del Partido Bolchevique aprobó una resolución de acuerdo con la cual «no se opone al poder del gobierno provisional en la medida que sus actividades se correspondan con los intereses del proletariado y de las amplias masas democráticas del pueblo». La fórmula «en la medida que» (postolka, posilku) aparecía en la resolución del Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado en referencia a las relaciones con el gobierno provisional, y de esta forma se refería a la política de apoyo al gobierno.

Lenin en Suiza puso el grito en el cielo cuando recibió una copia de Pravda que declaraba que los bolcheviques darían un apoyo decisivo al gobierno «en la medida que luchara contra la reacción o la contrarrevolución», ¡se olvidaban que el único agente importante de la contrarrevolución en aquel momento era el propio gobierno provisional!

Lenin rearma al partido

El 3 de abril de 1917, Lenin llegó a Petrogrado. Cuando Lenin llegó a la estación de Finlandia, el Partido Bolchevique apoyaba la victoriosa Revolución de Febrero. Lenin fue implacable y pronunció las consignas «Pan, paz y tierra» y «Todo el poder para los soviets».

Ciertamente, los revolucionarios intentaron influir en las masas, pero esta no es una vía de un solo sentido; las ideas de la gran mayoría también afectan a los revolucionarios. Unos pocos días después, Lenin se reunió con el comité de Petrogrado del Partido Bolchevique. Defendió sus Tesis de abril. De 16 miembros presentes, dos votaron a favor de Lenin, 13 votaron en contra, y uno se abstuvo.

A pesar de este comienzo tan poco propicio, Lenin fue capaz de llevar a una gran parte del partido a su posición en un tiempo increíblemente corto. Esto fue el resultado, tanto de la coherencia de Lenin como de la experiencia diaria de millones de personas. La guerra seguía, miles continuaban muriendo, los terratenientes todavía explotaban duramente a los campesinos, los capitalistas vivían una vida de lujo mientras los trabajadores sufrían penurias. Hizo falta cerca de un mes para que Lenin se ganara al Partido.

Conseguir el apoyo de los soviets a su punto de vista fue algo más complicado. A principios de septiembre, los bolcheviques conseguían la mayoría del Soviet de Petrogrado y Trotsky se convertía en presidente. Al mismo tiempo, los bolcheviques conseguían el Soviet de Moscú y el bolchevique Kaménev era escogido presidente.

A partir de aquel momento, quedaba un corto recorrido hasta la victoria de la Revolución de Octubre.

Mientras que la Revolución de Febrero fue espontánea, la Revolución de Octubre fue planificada.

El 10 de octubre el Comité Central del Partido Bolchevique declaró una insurrección armada. Tres días más tarde, la sección de soldados del Soviet de Petrogrado votó a favor de la transferencia de toda la autoridad militar del estado mayor a un Comité Revolucionario Militar encabezado por Trotsky. El 16 de octubre, un pleno ampliado del Comité Central, la Comisión Ejecutiva del Comité de Petrogrado, la Organización Militar, miembros del Soviet de Petrogrado, sindicatos, comités de fábrica, el Comité del Área de Petrogrado y los ferroviarios, confirmaron la decisión de la insurrección. El 20 de octubre, el Comité Revolucionario Militar empezó las verdaderas preparaciones de la insurrección. El 25 de octubre tuvo lugar la insurrección. Trotsky organizó esta acción brillantemente, como lo hizo más tarde cuando dirigió el Ejército Rojo hacia la victoria en la guerra civil.

Como la Revolución de Octubre fue planificada y ejecutada de forma excelente, apenas se derramó sangre. Mucha más gente perdió la vida en la Revolución de Febrero.

Tras la revolución, durante la guerra civil, muchos centenares de miles de personas fueron asesinadas. Pero esto no fue a causa de la acción del gobierno soviético, sino por la invasión de 16 ejércitos extranjeros. Culpar a los bolcheviques de esto sería como culpar a cualquier persona de defenderse de un asesino usando la violencia.

Revolución victoriosa

Durante el siglo XX hubo toda una serie de revoluciones proletarias. Por desgracia, tan solo una de ellas —la Revolución Rusa de 1917— acabó en victoria. Una y otra vez somos testigos de revoluciones hechas a medias, las cuales confirman las palabras proféticas de Saint-Just en la época de la Revolución Francesa: «Aquellos que hacen la revolución a medias cavan su propia tumba».

La Revolución Rusa del 1917 fue una excepción en esta serie de revoluciones a medias. El Partido Bolchevique jugó un papel crucial en el desenlace de la Revolución Rusa.

La diferencia entre el éxito y el fracaso, entre la Rusia de octubre del 1917 y las otras revoluciones obreras, fue que en el primer caso hubo un partido revolucionario de masas que proporcionó una dirección efectiva. Mientras que los socialistas no pueden determinar el momento del estallido de la crisis revolucionaria, sí que pueden determinar el resultado final de acuerdo con el grado de construcción de un fuerte partido revolucionario.

«La clase trabajadora, y no el partido, es quien hace la revolución, pero el partido guía a la clase trabajadora», escribió Trotsky acertadamente. «Sin una organización que guiara la energía de las masas, ésta se disiparía como el vapor fuera de la caja de pistones. No obstante, el que mueve las cosas no es el pistón ni la caja, sino el vapor».

La tierra de los terratenientes fue distribuida entre los campesinos, las fábricas fueron estatalizadas y pasaron a control obrero, las nacionalidades oprimidas consiguieron el derecho a la autodeterminación, y Rusia, que era una prisión de naciones, se convirtió en una federación de pueblos libres e iguales.

Durante siglos, el antisemitismo no ttvo freno en la Rusia zarista. En 1881 se llevaron a cabo 500 pogromos contra los judíos. Los judíos no tenían permitido vivir en las dos capitales, Moscú y Petrogrado, salvo que dispusieran de un permiso especial. Ahora el presidente del Soviet de Petrogrado era judío, Trotsky, el presidente del Soviet de Moscú era judío, Kaménev, y el presidente de la República Soviética era judío, Sverdlov. Cuando Trotsky pasó a ser el jefe del Ejército Rojo, fue sustituido como presidente del Soviet de Petrogrado por otro judío, Zinoviev.

La revolución fue una fiesta de los oprimidos. Durante 1917, durante el mes de la revolución, Anatoli Lunacharski, un brillante orador, realizó encuentros de 30.000 a 40.000 personas, y pudo hablar durante dos o tres horas de temas como William Shakespeare, el drama griego, etc. La población de Londres era cuatro veces más grande que la de Petrogrado de entonces, y las y los trabajadores británicos estaban más instruidos que los rusos de la época. Aun así, sería imposible ver un encuentro de estos en Londres.

El gobierno soviético promulgó la legislación más progresista del mundo en cuanto a la emancipación de la mujer: el derecho al divorcio a petición de una sola de las partes; el aborto libre (el primer Estado del mundo); comedores comunitarios para liberar a la mujer de la cocina; el cuidado comunitario de las criaturas… También fueron abolidas todas las leyes contra los gays.

¿No llevó la Revolución Rusa a Stalin y al gulag?

Este argumento se oye muchas veces en boca de los contrarios a la revolución. Suena como algo de sentido común. Con la misma lógica, es el sentido común que podría decir que la bomba atómica de Hiroshima fue el producto de la ley de la gravedad de Newton. Aquí hay una parte de verdad: si no hubiera existido la ley de la gravedad, la bomba no habría caído del avión.

La clave para entender el ascenso de Stalin se encuentra en la naturaleza internacional de la Revolución Rusa.

La Revolución Rusa era parte de la revolución mundial, y no se puede explicar más que teniendo en cuenta los factores internacionales. La clase trabajadora industrial rusa era pequeña: el número de trabajadores y trabajadoras en las fábricas, ferrocarriles y minas era tan solo de tres millones de una población de 160 millones. La producción industrial de Rusia en 1917 no era más grande que la de la pequeña Bélgica. Pero la clase trabajadora se concentraba mucho más en las grandes unidades. De este modo, por ejemplo, había 40.000 trabajadores y trabajadoras de la fábrica de maquinaría de Putílov; era la fábrica más grande del mundo en aquellos momentos. Este hecho no fue el producto del desarrollo orgánico gradual de la economía rusa: fue fundamentalmente el resultado del capital extranjero invertido en Rusia.

Las aspiraciones de las y los trabajadores rusos estaban también determinadas por las condiciones internacionales. En Gran Bretaña tardaron más de dos siglos desde el comienzo de la producción fabril para que las y los trabajadores se involucraran en la reivindicación de la jornada de ocho horas. En Rusia aconteció como reivindicación central de la revolución de 1905.

El marxismo tampoco era un producto nativo de Rusia. No hay ningún Adam Smith ruso, seguido de un David Ricardo ruso, seguido a su vez de un Karl Marx ruso; el marxismo fue un producto completamente importado en la vida intelectual y política de Rusia. El primer volumen de El Capital fue publicado por primera vez en 1867. Aparecería en edición rusa seis años después. Fue la primera lengua a la cual se tradujo El Capital. Finalmente, el último impulso a la Revolución rusa también vino del exterior: los golpes que las tropas alemanas infligieron al ejército ruso.

Lenin y Trotsky, una vez y otra, advirtieron que el régimen soviético estaría condenado si la revolución no se difundía, sobre todo si la Revolución alemana no venía en su ayuda. Y así fue.

Stalin no sería el heredero de la Revolución rusa, sino su enterrador. El hecho de que asesinara a todos los miembros del Comité Central bolchevique que sobrevivieron a la revolución y a la guerra civil, lo demuestra. El padre del estalinismo no fue Lenin sino Noske, el dirigente del ala derecha del partido socialdemócrata que estuvo directamente implicado en el asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, y en el asesinato de la Revolución alemana.

Trágicamente, la Revolución alemana se desarrolló y se desenvolvió mucho peor que la rusa. Recuerdo haberme encontrado con Heinrich Brandler, dirigente del Partido Comunista Alemán tras la muerte de Rosa Luxemburg. Le pregunté cuál era la situación de la organización de Rosa Luxemburg en 1928. Dijo que tenía unos 4.000 militantes, la mayoría de ellos no marxistas sino pacifistas (en sus palabras). Comparando esto con los bolcheviques, que existían como partido a inicios de 1903, con una militancia en 1917 de 23.600: y esto en un país donde la clase trabajadora era más pequeña que en Alemania. En un arroyo el agua se mantiene limpia. En el agua estancada, la porquería flota.

El aislamiento de la Revolución rusa hizo que la porquería burocrática se situara en la cúspide. Y cuando Stalin entró en competencia con el imperialismo occidental, necesariamente lo imitó. Si la Alemania nazi tenía una maquinaría de industria militar masiva, Stalin también la quería. Para conseguir esto rápidamente, la única forma era a través de una dura explotación de las y los trabajadores y las y los campesinos rusos… y de ahí el gulag. La Rusia estalinista se hacía más y más simétrica de la Alemania nazi. Su régimen devino en capitalismo de Estado.

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11 Capitalismo y militarismo

Turquía gasta la mitad de su presupuesto estatal en armas. Esto ha llevado a que sea una importante fuerza militar en la región. Actualmente el gobierno impulsa restricciones salariales y políticas de privatización, mientras por otro lado gasta enormes sumas de dinero en tanques y helicópteros.

Durante diferentes semanas el gasto armamentístico se convirtió en un importante tema de debate incluso en la prensa de la patronal. Un columnista escribió que «para cada ciudadano turco hay tan solo media aspirina (se trata de una medicina barata), pero hay tres bombas por cada uno. Por cada 10.000 personas hay tan solo un centro sanitario, pero a cambio hay dos tanques». El ejército turco es la unidad más grande de la OTAN con la excepción de Estados Unidos, aunque la economía de Turquía es mucho más pequeña que las de Alemania, Francia, Gran Bretaña o Italia.

El papel cambiante de la economía de guerra

En los diferentes períodos del capitalismo, la industria de guerra ha jugado papeles diferentes. Cuando el capitalismo era joven y progresivo, el ejército jugaba un papel subordinado; pero las cosas cambiaron cuando el capitalismo entró en declive. En Alemania, en 1933 el paro llegó a los 8 millones, un par de años más tarde el rearmamento nazi se deshizo del paro. Eso mismo se desarrolló en Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países capitalistas.

Después del final de la guerra, la Guerra Fría mantuvo los ejércitos permanentes a un nivel mucho más elevado que en los años 20 y principios de los años 30, pero por descontado mucho más bajo que en los años de la guerra. Es lo que llamábamos en esa época la economía armamentista permanente. Mantenía la ocupación laboral alta, pero estaba llena de contradicciones. En 1956, en un artículo titulado La economía armamentista permanente, se explicaban estas contradicciones. El gasto militar lleva al pleno empleo, pero se llega a una situación en la cual un país que gasta mucho en armas resultara incapaz de gastar tanto en renovar la industria como los países que gastan menos en defensa. Esto se hizo obvio en los años 60 y principios de los 70. La Guerra Fría y el gasto armamentístico mantenía la ocupación alta. Pero países como Japón y la antigua Alemania Occidental que gastaban muy poco en defensa, mostraron su capacidad de renovar la industria mucho mejor que Estados Unidos o Gran Bretaña. Alemania Occidental y Japón ganaron la competencia en la industria automovilística, la electrónica y otros campos de la economía. La caída del dólar y la consecuente subida del precio del petróleo, forzarían a Estados Unidos y Gran Bretaña a recordar su gasto militar drásticamente.

No existe una relación simple entre capitalismo y militarismo

Es cierto que el militarismo sirve al capitalismo, pero eso no quiero decir que los generales no tengan intereses propios que intentan imponer en la sociedad. Si un capitalista, en defensa de sus intereses, contrata a un gángster, eso no quiere decir que el gángster no tiene intereses propios que intentará imponer a su amo. La economía es la base, y el ejército y la política son la superestructura. Pero la superestructura tiene una influencia en la base. Los generales turcos luchan por mantener un ejército enorme, mucho más allá de lo que querrían muchos capitalistas turcos. Cuando tuvo lugar el terremoto en el noroeste de Turquía, el ejército se dio prisa por entrar en escena, no con palos y buldozers para retirar las ruinas y salvar a la gente enterrada viva, sino para imponer la ley y el orden con el uso de armas y tanques. Los generales tienen su propia agenda sobre lo que quieren hacer con la clase trabajadora turca y las nacionalidades oprimidas. Intentarán imponer su voluntad en la sociedad.

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12 ¿Revolución democrática o revolución socialista?

En todos los países que no tienen democracia política —es decir, los países que están dominados por una monarquía absoluta, o por el ejército, o el fascismo, o un poder imperialista extranjero— la necesidad de democracia es más que obvia. Y nosotros, los socialistas revolucionarios, luchamos duro para conseguir esto: elecciones libres de los gobiernos estatales y locales, libertad de prensa, de reunión y de organización, el derecho a la autodeterminación nacional. Pero con esto no basta.

En primer lugar, la desigualdad, la explotación y la opresión aún permanecen intactos mientras la riqueza sigue en manos de una pequeña minoría de capitalistas. Sin la propiedad común de los medios de producción, no sólo continúa la desigualdad entre ricos y pobres, sino que también se provoca la competencia entre los trabajadores por puestos de trabajo, viviendas, oportunidades educativas; la desigualdad entre la clase trabajadora continúa. Este contexto es un caldo de cultivo para el racismo y el sexismo.

Con el control continuado de la riqueza de la sociedad por parte de los capitalistas, la democracia política también es insegura, y el antiguo orden político amenaza con volver. Una pequeña minoría de capitalistas posee no sólo los medios materiales de producción, sino también los medios mentales de producción: la prensa, la televisión y otros instrumentos de propaganda. También tienden a recibir el apoyo de la maquinaria del Estado capitalista: el ejército, la policía y la judicatura mantendrán el apoyo a la clase capitalista.

Únicamente cuando la clase trabajadora tiene el poder estatal se pueden garantizar los derechos democráticos.

En noviembre de 1918, la revolución en Alemania se deshizo del káiser y puso fin a la Primera Guerra Mundial. Con todo, los grandes patrones Krupp y Thyssen no desaparecieron, como tampoco lo hicieron los generales y los oficiales reaccionarios del ejército que crearon escuadrones de derechas, los Freikorps. El poder dual existía en Alemania, porque junto al parlamento estaban los consejos de trabajadores. Ninguna revolución se libra de las ataduras del pasado de repente. Junto a lo nuevo, que representa el futuro, lo antiguo pervive. Para emplear las palabras de Marx, «la tradición de las generaciones muertas» aún pesa sobre las vivas. Los acontecimientos en Alemania confirman completamente las palabras proféticas de Saint-Just, un líder de la revolución francesa de 1789: «Quienes hacen una revolución a medias sólo cavan su propia tumba». Bajo el paraguas del gobierno socialdemócrata, los oficiales de los Freikorps asesinaron a los dirigentes revolucionarios Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Los hechos revolucionarios continuaron con altibajos hasta el 1923, pero acabaron con la victoria del capitalismo. El movimiento nazi nació en 1919, y en 1923 organizó un golpe «fallido» en Baviera, pero siguió esperando entre bastidores. La revolución fracasada fue una oportunidad perdida para los trabajadores, que lo pagarían caro al llegar Hitler al poder.

En los años 30, Francia vivió un ascenso masivo de la lucha obrera, que comenzó en febrero de 1934 y que culminó en 1936 con la victoria decisiva del Frente Popular; una alianza del Partido Comunista, el Partido Socialista y los liberales (que se denominaban erróneamente radical socialistas, cuando no eran ni radicales ni socialistas). Millones de trabajadores se dijeron, «ahora tenemos el gobierno, así que tomemos las fábricas». Y en junio de 1936 tuvo lugar una ola de ocupaciones de fábricas. Los dirigentes del Partido Comunista y del Partido Socialista, sin embargo, forzaron la retirada tras contraer un compromiso con los patrones. Después de esto, el Partido Comunista fue expulsado del Frente Popular. Fue el radical socialista Daladier quien firmó el acuerdo de Munich con Hitler en 1938, y fue el mismo parlamento elegido en la gran victoria del Frente Popular de 1936 quien votó el apoyo al mariscal Pétain, jefe del régimen de Vichy que colaboró con los nazis, de 1940 en adelante.

Cuando Indonesia consiguió su independencia de Holanda en 1949, el país fue dirigido por el nacionalista burgués Ahmed Sukarno. Su ideología se basaba en el Pancasila, los puntos principales eran la creencia en dios y en la unidad nacional. Trágicamente, el Partido Comunista indonesio no desafió a Sukarno, sino todo lo contrario, estuvo completamente de acuerdo con él en la necesidad de conseguir la unidad nacional. El resultado fue que las palabras de Saint-Just se convirtieron en ciertas. El Partido Comunista de Indonesia tenía muchos más militantes que el Partido Bolchevique en la época de la revolución: 3 millones contra un cuarto de millón. La clase trabajadora de Indonesia era mayor que la clase trabajadora de Rusia al inicio de la revolución. El campesinado era mayor en Indonesia que en Rusia. En 1965, un general nombrado por Sukarno, Suharto, organizó un golpe de Estado con el apoyo de Estados Unidos, el gobierno laborista británico y Australia. De medio millón a un millón de personas fueron masacradas.

Oriente Medio es otra área que ha visto grandes levantamientos que sacudieron el sistema, pero que no lograron producir una rotura fundamental. En Irak, el rey Feisal fue derribado en 1951 por un movimiento de masas. El Partido Comunista de Irak era muy fuerte, de hecho, el más fuerte del mundo árabe. Entró en alianza con el partido nacionalista burgués, el Ba’ath. El Partido Comunista, bajo control estalinista, creía que la próxima revolución sería democrática, lo que exigía una alianza entre la clase trabajadora y los partidos burgueses. Una alianza como ésta suponía en la práctica la subordinación de los trabajadores a la burguesía. Los militantes del Partido Comunista y los trabajadores pagaron un alto precio por esta alianza. El Ba’ath, encabezado por el general Saddam Hussein, con la ayuda de la CIA, llevó a cabo un asesinato masivo de comunistas.

En Irán, una huelga general provocó el derrocamiento del Sha, en 1979. Las shoras (consejos de trabajadores) aparecieron por todo el país. Por desgracia, la dirección de estas shoras, principalmente el Partido Tudeh, promoscovita, y los fedayines, vieron la revolución como una revolución democrática burguesa en vez de como una proletaria, y apoyaron el establecimiento de la república islámica. El ayatolá Jomeini llegó así al poder sin mostrar gratitud al Tudeh o a los fedayines, y la izquierda fue víctima de una cruenta represión.

Puedo mencionar unas cuantas revoluciones fallidas más, como la de Hungría en 1919 y 1956, la de Alemania en 1923, la de China el 1925-27, la del Estado español en 1936, la de Francia en 1968, la de Portugal el 1974-75.

La yuxtaposición de la revolución democrática a la revolución socialista, así como la preferencia por la primera, no es una exclusiva de los dirigentes socialdemócratas, sino que se convirtió en la línea directriz de las direcciones estalinistas de todo el mundo.

La Revolución Rusa de 1917 fue una excepción en la serie de revoluciones hechas a media.

La Revolución de febrero de 1917 creó una situación nueva excitante: el zar abdicó, siglos de monarquía se acabaron, la policía fue disuelta. En todas las fábricas se establecieron comités de trabajadores. En muchas unidades militares se crearon comités de soldados. Los soviets de trabajadores y de soldados surgían por todas partes.

Pero tras la Revolución de febrero de 1917, en paralelo a los soviets, las antiguas instituciones seguían existiendo. En las fábricas, los antiguos propietarios y los antiguos gestores mantenían sus posiciones. En el ejército los generales mantenían aún el mando: el comandante en jefe del ejército era el general Kornílov, que había sido nombrado por el zar. En paralelo al poder soviético había un gobierno burgués encabezado por un político liberal de la época zarista. Esta situación, que Lenin y Trotsky denominaron de «poder dual», estaba llena de contradicciones.

A pesar de la naturaleza del soviet, sus dirigentes pidieron a la burguesía que conservara el poder. La mayoría de los delegados soviéticos eran socialistas de derechas, mencheviques y socialrevolucionarios. Esto no fue ningún accidente. Fue el resultado inevitable de una situación en la que millones de personas se movían hacia la izquierda pero que aún mantenían gran parte del bagaje ideológico del pasado zarista. Para millones de personas que habían dado hasta entonces apoyo al zar y a la guerra, un desplazamiento hacia la izquierda no suponía automáticamente unirse al más extremo de los partidos, los bolcheviques. El hombre fuerte de los mencheviques, J. G. Tsereteli, quien llegó a ser ministro de interior del gobierno provisional burgués, explicaba la necesidad de un compromiso con la burguesía: «no hay otra vía hacia la revolución. Es cierto que tenemos todo el poder, y que el gobierno se iría si moviéramos un dedo, pero esto supondría un desastre para la revolución».

Cuando el 3 de abril, Lenin retornó a Rusia desde Suiza, fue recibido por miles de trabajadores y soldados en la estación de Finlandia de Petrogrado. Txkheidze, presidente del Soviet de Petrogrado, le dio la bienvenida con estas palabras: «Camarada Lenin, en nombre del Soviet de Petrogrado y de toda la revolución te damos la bienvenida a Rusia… Pero creemos que la principal tarea de la democracia revolucionaria es ahora la defensa de la revolución de todas las amenazas, externas e internas. Consideramos que este objetivo no requiere la desunión, sino unir las filas democráticas. Esperamos que te dediques a estos objetivos con nosotros «. Lenin, como respuesta, llamó a favor de la continuación de la revolución, ya que la Revolución Rusa era parte integrante de la revolución internacional, de la revolución mundial. La reacción de los mencheviques al discurso de Lenin fue extremadamente hostil. Así, I. P. Goldenberg, un antiguo miembro del Comité Central Bolchevique, declaró: «Lenin se presenta ahora como el candidato de un trono europeo que ha estado vacante durante 30 años, el trono de Bakunin. Las recientes palabras de Lenin recuerdan parte de las antiguas y superadas verdades del anarquismo primitivo».

Lenin no cambió sus principios para gustar a los mencheviques y a los socialrevolucionarios, que eran la personificación de una democracia pequeñoburguesa. Siguió coherentemente la llamada de Marx en la época de la revolución de 1848 en Francia y en Alemania; ser completamente independiente del bloque democrático pequeñoburgués. Marx escribió, «los trabajadores alemanes… deben contribuir por encima de todo a su victoria final, informándose de sus intereses de clase, tomando una posición política independiente lo antes posible, sin dejarse embaucar por las frases hipócritas de la pequeña burguesía democrática ni dudando ni un minuto de la necesidad de organizar un partido proletario independiente. Su grito de guerra debe ser: ‘La revolución permanente’.»

Tras días, semanas y meses de hechos turbulentos los bolcheviques consiguieron convencer a la mayoría de los trabajadores. El 9 de septiembre, el Soviet de Petrogrado se pasó al bolchevismo y Trotsky fue elegido su presidente. El mismo día los bolcheviques consiguieron la mayoría del Soviet de Moscú. Desde ese momento quedaba sólo un pequeño paso hacia la consecución del poder obrero el 7 de noviembre de 1917.

La diferencia entre éxito y fracaso, entre la Rusia de octubre de 1917 y las otras revoluciones obreras, fue que en el primer caso hubo un partido revolucionario de masas que proporcionó una dirección efectiva a la clase trabajadora, que es la fuerza motriz básica de cualquier revolución. Mientras que los socialistas no podemos determinar el momento del estallido de la crisis revolucionaria, sí podemos determinar el resultado final, de acuerdo con el grado de construcción de un fuerte partido revolucionario.

Catón el Viejo, miembro del Senado Romano, acababa todos sus discursos con las siguientes palabras: «Cartago delenda est», hay que destruir Cartago. Y, finalmente, Roma destruyó Cartago. Nosotros tenemos que acabar con las palabras, «Hay que construir el partido revolucionario».

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13 Marxismo y democracia

Los socialistas turcos, amigos míos, me dicen que hay una creencia generalizada en Turquía según la cual, si el país se une a la Comunidad Europea, la democracia quedará asegurada. Antes de ocuparme de este argumento concreto, me gustaría desarrollar un cuadro más general de las relaciones entre democracia y cambio social.

La palabra «democracia» fue acuñada en la antigua Atenas, y significa «gobierno del pueblo». Sin embargo, ni los esclavos, ni las mujeres, ni los residentes no atenienses, tenían derecho a voto en esta democracia.

El sufragio universal, por sí mismo, no garantiza el gobierno del pueblo. De hecho, fue Napoleón III quien empleó el sufragio universal para imponer su dictadura mediante plebiscitos: el Estado central movilizaba las provincias atrasadas contra el París avanzado. De forma similar, Bismarck, quien introdujo el sufragio universal en Alemania, lo empleó para reforzar el poder del káiser, los príncipes y los junkers contra los socialistas de Berlín.

Cuando uno observa los Estados capitalistas democráticos como Gran Bretaña, Francia o Alemania, observa que hay sufragio universal, que los diputados son elegidos democráticamente, pero que la democracia es formalista y superficial. Los diputados son elegidos, pero los jueces, los oficiales de policía y los comandantes del ejército no lo son. Por encima de todo, la gente no tiene derecho a elegir democráticamente los patrones de la fábrica, ni destituirlos si quieren. Los capitalistas y los proletarios son iguales a los ojos de la ley. Cuando la ley dice, «ni los pobres ni los ricos tienen derecho a dormir en el parque», formalmente son iguales. De forma similar, cuando la ley dice, «todos, ricos y pobres, tienen derecho a alojarse en el Hotel Ritz», la ley no discrimina a los pobres.

El magnate de la prensa en Gran Bretaña tiene un solo voto, como cualquier otro ciudadano. De hecho, Rupert Murdoch, que controla un imperio editorial enorme —su diario Sun vende cuatro millones de ejemplares diarios; además tiene The Times, News of the World con una circulación masiva, y el Sunday Times— no puede votar, por cuanto es un ciudadano estadounidense, ciudadanía que adquirió por razones comerciales. Mientras los trabajadores británicos pagan el 23% de sus salarios en forma de impuestos y otro 10% como seguridad social, Rupert Murdoch paga tan sólo un 0,5% de sus beneficios en forma de impuestos, ya que registra sus compañías en un paraíso fiscal de las Islas Caimán. Ciertamente, los trabajadores y los capitalistas son iguales ante la ley. Está claro que el impresor que trabaja para Murdoch no está perjudicado legalmente. Estoy dispuesto a apostar que, si me presentara a los Juegos Olímpicos para correr contra Linford Christie, el velocista más rápido de Gran Bretaña, lo vencería, a pesar de mis 82 años, a condición de que yo fuera en un buen coche y con un buen conductor.

Por encima de todo, la democracia formal no elimina la opresión de las naciones o las «razas». En Rhodesia (ahora Zimbabwe), los 200.000 habitantes blancos tenían derechos democráticos. Esto no minaba la opresión de los cinco millones de negros. Al contrario, reforzaba la unidad de los blancos contra los negros.

El hecho de que Israel sea un Estado democrático no supone que los tres millones de palestinos —expulsados de su tierra por este mismo Estado— tengan el derecho de volver a su tierra, o el derecho de determinar su destino. El criterio clave para determinar si la democracia popular se está reforzando, es el grado de poder real alcanzado por los oprimidos. En 1902, Lenin escribió que cuando un obrero se declara en huelga por mejoras salariales, es un simple sindicalista. Pero si va a la huelga contra la opresión de los judíos, entonces es un verdadero socialista revolucionario. Y continuaba diciendo, «somos los tribunos de los oprimidos». En un Estado donde hay una nación dominante y una nación oprimida, es un deber esencial de los socialistas que pertenecen a la nación dominante luchar por el derecho de autodeterminación de los oprimidos. Para conseguir la unidad del proletariado de la nación oprimida y de la nación opresora, es necesario que el proletariado de la nación opresora ponga el énfasis en el derecho de separación de la oprimida; asimismo, el proletariado de la nación oprimida debe defender fuertemente la unidad con el proletariado de la nación opresora.

La precondición de lo expuesto anteriormente es que la opresión de una nación perjudica no sólo al proletariado de la nación oprimida, sino también al de la nación opresora. Un trabajador blanco de Estados Unidos es privilegiado en relación a un trabajador negro. Esto es mucho más visible en Texas que en Nueva York donde los salarios, los puestos de trabajo o la vivienda de los trabajadores blancos son mejores que los de la gente negra de Texas. Y por lo tanto, ante esto, es evidente que los trabajadores blancos se benefician de la opresión de los negros. Pero los salarios y las condiciones laborales y de vivienda de los blancos en Texas son mucho peores que los de Nueva York.

La clave para una democracia popular y realmente activa es la lucha de los trabajadores por encima de razas, nacionalidades y géneros.

Cuando vi por televisión el terrible impacto del terremoto del noroeste de Turquía del año pasado (1999), fue muy obvio que el terremoto causó terribles daños a las casas construidas precariamente, ya fueran habitadas por turcos o kurdos, mientras que las casas de los ricos no quedaron afectadas. Las imágenes también mostraban claramente el papel del ejército. El ejército turco es el segundo mayor ejército de la OTAN, superado sólo por el de Estados Unidos. Cuando llegó a la zona del terremoto se podía ver como los soldados se dedicaban a poner orden con armas en vez de salvar vidas con bulldozers.

Si Turquía se une el Mercado Común Europeo, de ninguna manera esto estimulará la actividad propia de los trabajadores. La clave para los marxistas es la actividad propia de las masas obreras. Es evidente que todo derecho democrático, por pequeño que sea, debe ser apreciado. Pero la democracia de masas real no se puede lograr si no es mediante una acción de masas. Como Marx señaló, «la emancipación de la clase trabajadora es el acto de la clase trabajadora».

Toda la tradición del sistema educativo nos presenta una historia que se hace desde arriba. Aprendemos sobre la historia a través de reyes, emperadores y generales. Y, por lo tanto, hay que abolir la ilusión de que si el primer ministro de Turquía se sienta con Tony Blair, Gerhard Schröder y Jospin, esto llevará la democracia real.

Los trabajadores no pueden conseguir el poder con trucos, de espaldas a la historia, sino únicamente a través de la lucha de clases.

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14 ¿Es posible la revolución mundial?

La clase trabajadora industrial de Corea del Sur es actualmente más numerosa que la clase trabajadora mundial en el momento de la muerte de Marx, en 1883. Las y los trabajadores en la actualidad son más numerosos que las y los campesinos. Las y los trabajadores trabajan en grandes unidades de producción. La mayoría de las veces decenas de miles de ellos y ellas trabajan para la misma empresa, mientras que el campesinado está atomizado, fragmentado. Cada familia campesina trabaja sola en un pequeño trozo de tierra.

Marx defendía que una revolución se hacía necesaria cuando las fuerzas productivas entran en conflicto con las antiguas relaciones de producción, la antigua estructura económica.

Los capitalistas en los orígenes de su sistema no solo eran progresistas, sino revolucionarios, que luchaban contra las cadenas del feudalismo. La burguesía inglesa hizo una revolución en el siglo XVII, para establecer su hegemonía económica, social y política. Lo mismo va a ocurrir en el siglo XVIII con la burguesía francesa. Unos pocos años antes de la Revolución Francesa, los capitalistas de las colonias británicas de América declararon la independencia y establecieron el poder supremo. Nació Estados Unidos.

Es obvio que en la actualidad las relaciones capitalistas de producción son un obstáculo al desarrollo de las fuerzas productivas. El hecho de que centenares de miles, sino millones, de trabajadores y trabajadoras de la construcción no tengan trabajo, mientras que centenares de millones no tengan una vivienda digna, lo demuestra. Millones de personas pasan hambre, no porque no puedan comer, sino porque no pueden permitirse comprar los alimentos. Una anécdota que me explicaron hace años ilustra la situación: un niño le dijo a su padre durante el invierno, «Hace mucho frío. ¿Por qué no haces un fuego?» El padre respondió, «No me puedo permitir comprar carbón. No tengo dinero». El niño dijo, «¿Por qué no tienes dinero?». ¿Por qué no tengo trabajo?». «Chico, ¿no lo sabes? Yo era minero y hay demasiado carbón en el mundo».

La victoria de la burguesía sobre los señores feudales era absolutamente inevitable. Iban a coexistir. Los capitalistas podían dirigirse al señor feudal y decirle, «somos más ricos que ustedes, y nuestra riqueza aumenta constantemente, mientras que la vuestra baja. La mejor prueba de nuestra superioridad es el hecho de que muy a menudo, cuando los miembros de la nobleza se enfrentan con dificultades económicas, pueden casarse con nuestras hijas, para bañar en oro su sangre azul. Intelectualmente somos superiores a vosotros. Tenéis la Biblia; nosotros la Enciclopedia. Tenéis la Iglesia, nosotros las universidades. Tenéis los sacerdotes, nosotros los profesores. Influimos a muchos más miembros de su clase que vosotros influís a miembros de la nuestra». Esto se demostró claramente al inicio de la Revolución Francesa, cuando se reunieron los États généraux. Este órgano se dividía en estamentos: el primero era la nobleza, el segundo el clero, y el tercero los capitalistas, la clase media. Cuando llegó la hora de votar, los miembros de los dos primeros estados rompieron filas y se unieron al Tercer Estado.

La relación de la clase trabajadora con los capitalistas es fundamentalmente distinta a la de los capitalistas con los señores feudales. Las y los trabajadores no pueden ir al capitalista y decirle: «tenéis las fábricas, los bancos, los astilleros, mientras que nosotros tenemos… cuando se encuentre con problemas financieros, no se apresure a encontrar a un obrero que se case con su hija». Mientras The Sun vende cuatro millones de ejemplares diarios, principalmente a personas trabajadoras, dudo de que haya ningún capitalista que compre diarios socialistas. Por eso no es inevitable que las y los trabajadores tengan que ganar todas las revoluciones. Como decía Marx: «las ideas dominantes de toda sociedad son las ideas de la clase dirigente». También escribió que las y los comunistas generalizan la experiencia internacional e histórica de la clase trabajadora. Nadie dispone de una experiencia personal de estos hechos. Nadie que viva en la actualidad fue activo en la Comuna de París, en la Revolución Rusa de 1905, de 1917, etc. El partido revolucionario es la memoria de clase; es la universidad de la clase trabajadora. Por tanto, no hay ninguna inevitabilidad en la victoria de los trabajadores en cualquier revolución.

Ante la cuestión de si es posible la revolución mundial, la respuesta es que no solo es posible, sino inevitable. El sistema capitalista mundial es como una cadena compuesta de una serie de eslabones de Estados nacionales. Cuando la presión llega a un extremo, uno de los eslabones tiende a romperse. Cuando esto ocurre, afecta a otros eslabones. La Revolución Rusa de 1917 fue el principio de una revolución mundial. Fue seguida por la Revolución Alemana de 1918, por la Revolución del Imperio Austrohúngaro en 1919, por las ocupaciones masivas de fábricas en Italia en 1920-21, por la continuación de la Revolución Alemana, que culminó a finales de 1923… Los partidos comunistas florecieron. En 1916, en la conferencia internacional de Zimmerwald de los socialistas que se oponían a la guerra, Rosa Luxemburg hizo el comentario irónico, «hemos llegado a una situación en la que todo el movimiento internacional contra la guerra puede viajar en unos pocos carruajes de caballos». En 1920, el Partido Comunista de Alemania tenía medio millón de militantes, el francés 200.000, y el italiano un número similar.

Decir que la revolución mundial es inevitable, no significa necesariamente que deba ser victoriosa.

Los años 1930 a cámara lenta

Hace unos diez años defendí que entrábamos en un período que es como un filme de los años 30 a cámara lenta. Nos adentrábamos en una recesión mundial, pero mucho más matizada que la de 1929-33. En esa época, en Alemania había 8 millones de personas sin trabajo, y sin ningún subsidio. En la actualidad hay 4 millones de parados cuyo subsidio se encuentra por encima del salario promedio de Gran Bretaña. Es cierto que Le Pen imita a Hitler, pero su apoyo es incomparablemente menor que el de Hitler. Aparte de los 13 millones de votos que Hitler consiguió en 1933, tenía decenas de miles de nazis armados, tropas de choque, dedicadas a aplastar a las organizaciones obreras. El Frente Nacional de Francia no tiene nada parecido. Su soporte es mucho más débil. Cuando ocurrieron las huelgas masivas en Francia, en noviembre-diciembre de 1995, este hecho sacudió el apoyo del Frente Nacional. Con la pérdida de apoyo, el Frente Nacional se escindió, y Le Pen permaneció con un segmento de la organización.

De nuevo, sería un error considerar los años 30, simplemente, como días de oscuridad y nada más. La derrota de la clase trabajadora alemana fue una catástrofe que no puede sobreestimarse. Pero al mismo tiempo hubo las ocupaciones masivas de fábricas en Francia, en junio de 1936, que despertaron el espectro de la revolución. Sin embargo, la dirección de la huelga, el Partido Comunista y el Partido Socialista, unió fuerzas con los liberales para contenerla. Esta coalición, bajo el nombre de Frente Popular, tres años más tarde votaría la colaboración del mariscal Pétain con los nazis.

Los años 30 fueron una década de extremos. Cualquiera que se sentaba tras la valla solo contribuía a las fuerzas reaccionarias. El hecho de que el filme de los años 30 vuelva, pero a cámara lenta, significa que hay muchas más oportunidades de detener el filme y dirigirlo hacia dónde queremos. La clave es la construcción del partido revolucionario. Como Trotsky escribió, la lucha de masas es como el vapor, y el partido revolucionario es el pistón que dirige la máquina. Un pistón sin vapor es una pieza muerta de metal; el vapor sin un pistón es difuso y no lleva a ninguna parte.

De nuevo, respecto al título de este artículo, podemos resumir nuestra respuesta con las siguientes palabras: la revolución mundial no solo es posible, sino inevitable, pero su victoria no es inevitable.

P.D. Después de releer este artículo, me di cuenta de que es posible que el lector considere el marxismo como un conjunto dogmático de férreas leyes de la historia. De hecho, Marx siempre supo que los accidentes juegan un importante papel en la historia. Si Lenin hubiera muerto justo antes de regresar a Rusia en 1917, el impacto sobre el Partido Bolchevique y, por tanto, en la historia de la revolución, habría sido enorme.

Otros accidentes pueden acelerar el desarrollo histórico. Voy a dar un ejemplo. El terremoto del noroeste de Turquía del año pasado comportó el derrumbe de las casas más precarias en las que vivían los trabajadores turcos, y también los trabajadores kurdos que eran refugiados recientes del sudeste de Turquía. Al mismo tiempo, las casas de buena construcción apenas sufrieron el terremoto. Este accidente pudo utilizarse por los socialistas revolucionarios como argumento para defender que la clase es la principal división de la sociedad, que los trabajadores turcos y kurdos son hermanos.

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15 El milenio: entre la esperanza y el miedo

El Manifiesto Comunista, escrito por Karl Marx y Friedrich Engels en 1848, afirma:

Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes.

La rebelión de los esclavos, liderada por Espartaco, y todas las demás rebeliones de esclavos, fueron derrotadas. Esto, sin embargo, no comportó el mantenimiento del sistema esclavista en el Imperio Romano. Los esclavos fueron sustituidos por colonos (siervos). El feudalismo sustituyó a la esclavitud. Este proceso se aceleró con la invasión de las tribus alemanas del Imperio Romano.

De nuevo, cuando hablamos de la transición del feudalismo al capitalismo, a menudo parece un proceso muy uniforme. Se puede emplear media hora leyendo un capítulo del feudalismo, y pasar entonces a un capítulo del capitalismo. Pero el proceso fue mucho menos uniforme, mucho más contradictorio. El feudalismo sobrevivió durante más de un milenio en Europa. Cuando éste se encontró en declive y el capitalismo ascendía a través de las grietas de la sociedad feudal, no se encontró en un camino siempre ascendente y de sentido único. De hecho, la Península ibérica árabe del siglo XI era mucho más avanzada que la Monarquía hispánica de tres siglos más tarde. En el siglo XVII, durante la Guerra de los Treinta Años (1618-48), la población de los Estados alemanes se vio reducida a casi la mitad.

De nuevo, los horrores del feudalismo siguieron de pie. A modo de ejemplo: durante 1.000 años, el señor de una masía tenía el derecho de abusar sexualmente de cualquier doncella de las villas bajo su control. La opresión hacia los siervos, sobre todo en el sector femenino, continuó durante mucho tiempo.

El capitalismo es mucho más dinámico que cualquier sistema económico y social previo. Como consecuencia, los extremos aparecen en una escala mucho más dramática que nunca. El capitalismo desarrolló las fuerzas productivas en una dimensión masiva, de tal forma que la satisfacción de todos se hace posible. Al mismo tiempo, el capitalismo es sacudido por la competencia entre los distintos capitalistas y los distintos Estados capitalistas. La competencia entre la General Motors y la Ford las fuerza a aumentar la explotación de las respectivas fuerzas de trabajo. La competencia anárquica entre los capitalistas impone la tiranía sobre los trabajadores de cada empresa capitalista. La riqueza extrema coexiste con una miseria estremecedora. Las hambrunas no son un nuevo fenómeno de la humanidad; las hemos tenido durante miles de años. Pero éstas eran el resultado de la falta de alimentos. Ahora, bajo el capitalismo, tenemos a millones de personas que pasan hambre cuando hay un excedente mundial de grano. Los extremos pueden mostrarse con un solo ejemplo. Se estima que 20 millones de niños mueren cada año por la falta de agua potable. Los beneficios de Bill Gates, el hombre más rico del mundo, en un año, serían suficientes para crear acueductos y pozos que garantizaran que a ninguna criatura le faltara el agua potable. ¡Con los beneficios de un año!

La competencia entre capitalistas, ciertamente, no solo toma formas económicas, sino también militares.

Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, Rosa Luxemburgo, la gran revolucionaria polaco-alemana, escribió que las alternativas de la humanidad eran «el socialismo o la barbarie».

Sabemos mucho más de barbarie que ella. Fue asesinada en enero de 1919, antes de las cámaras de gas, antes de la invención de las bombas atómicas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki.

A principios de los años 90, afirmé que observar la Europa de entonces era cómo mirar una película a cámara lenta de los años 30.

En los últimos 20 años, el mundo ha pasado por tres recesiones mundiales. Pero han sido imitaciones pálidas del atroz crack de 1929-33. Es cierto que un movimiento fascista de extrema derecha ha surgido en Europa. Pero Le Pen es tan sólo una pálida imitación de Hitler. Es cierto que el Frente Nacional de Le Pen logró el apoyo de 5 millones de votantes en contraste con los 13 millones de Hitler. Pero la diferencia en la calidad del soporte de ambos es radical. El apoyo a Hitler fue el producto de una pequeña burguesía que todo lo había perdido con la crisis. El apoyo masivo a Le Pen no fue tan rabioso. Hitler había armado tropas de choque incluso antes de llegar al cargo, en enero de 1933. Los partidarios de Le Pen participaban aquí y allá en ataques físicos contra migrantes.

La otra cara de la moneda —las luchas obreras— son también una pálida imitación de las de los años 30. Es cierto que el nivel de lucha industrial de Francia aumentó en los años 90. Pero incluso las huelgas masivas de noviembre y diciembre de 1995 no pueden compararse con la ocupación masiva de fábricas de junio de 1936.

El hecho de que la historia de los años 90 sea como una película de los años 30 a cámara lenta supone, ante todo, que existen mayores oportunidades de detener el filme que cuando era más rápido.

Más importante aún, es que la situación política de la clase trabajadora es mucho más favorable para los revolucionarios que en los años 30. Durante los años 30, los partidos estalinistas dominaban la izquierda de toda Europa. Por supuesto que la victoria de Hitler no era inevitable. Trotsky defendió de forma brillante la necesidad de un frente unido de los partidos comunista y socialdemócrata de Alemania para detener a Hitler. Hitler podría haber sido detenido. En primer lugar, el voto del Partido Socialdemócrata, de 8 millones, y el del Partido Comunista, de 6 millones, era mayor que el voto de los nazis. Y más importante era la calidad del apoyo de los partidos trabajadores. Trotsky definía el apoyo nazi como «escoria humana» —individuos aislados— mientras que los partidos trabajadores tenían un poder masivo, en las fábricas, en los ferrocarriles, etc. Hitler no fue detenido porque la política estalinista era contraria al frente unido; Stalin caracterizaba a los socialdemócratas como «socialfascistas».

De nuevo, la ocupación de las fábricas en Francia en 1936 podría haber sido el trampolín de la revolución proletaria, no solo en Francia, sino en todas partes, por ejemplo, en Alemania. Por desgracia, los estalinistas defendieron una coalición con el partido liberal, únicamente en interés de la política exterior de Stalin. El resultado fue que, en 1940, el parlamento que había sido elegido en mayo de 1936, bajo la bandera del Frente Popular, votó a favor de apoyar al mariscal Pétain, jefe del gobierno francés, que ahora cooperaba con la Alemania nazi.

En la actualidad, el poder de los partidos estalinistas en Europa ha caído tras la desintegración de los regímenes de capitalismo de Estado de Rusia y Europa oriental. Ahora existe un amplio espacio para construir por los revolucionarios.

El milenio nos da esperanza y, a su vez, nos advierte de los peligros. Vivimos en una época de extremos, posibilidades extremas y peligros extremos. Deberíamos seguir el sabio consejo del filósofo Spinoza, que escribió, «no debería ni reírse ni llorar, sino entender». Vivimos en un período de posibilidades extremas.

El Manifiesto Comunista describía a la clase trabajadora como la enterradora del capitalismo. Actualmente, la clase trabajadora internacional es incomparablemente más fuerte que en la época del Manifiesto. Solo el número de trabajadores industriales de Corea del Sur es mayor que toda la clase trabajadora industrial del mundo cuando murió Marx en 1883. Tenemos un mundo que ganar.

La Batalla de Seattle demostró una indignación masiva contra las compañías capitalistas. El diario alemán de circulación masiva, Der Spiegel, al comentar la manifestación de Seattle, dijo que ésta mostraba que el nuevo milenio empezaría con una guerra contra el capitalismo. Durante muchos años, la palabra anticapitalismo era parte del vocabulario de pequeñas organizaciones revolucionarias. Ahora forma parte del lenguaje de millones de personas.

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[1] Socialist Worker es el periódico semanal del Socialist Workers Party de Gran Bretanya, con una tirada de varios miles de ejemplares. The Sun, con una orientación de derechas y sensacionalista, es uno de los periódicos más vendidos del país. [Marx21.]

[2] Anti Nazi League, Liga Anti Nazi de Gran Bretanya, movimiento unitario contra el fascismo en GB, precursor del actual Stand Up To Racism, plataforma hermana de UCFR de Catalunya. [Marx21.]

[3] Este texto se escribió en 1998. [Marx21.]