David Karvala
Dos secciones del libro Rusia 1917: La revolución rusa y su significado hoy, Ed. Tempestad 2007.
Movimientos y partidos
El movimiento anticapitalista se caracteriza en gran parte como un movimiento no partidista, incluso antipartidista. Esta hostilidad no es novedosa. Hubo ya un ejemplo en el siglo xix, cuando el anarquista ruso, Bakunin, se enfrentó a Marx y Engels, defendiendo “la autonomía” y “la organización espontánea” del movimiento, frente al “partido autoritario del comunismo”, es decir, los marxistas.[1] Pero, en privado, Bakunin reconoció las limitaciones de la espontaneidad y abogó por una “dictadura colectiva e invisible”, dirigida por él mismo.[2]
Las experiencias de 1917 nos ofrecen muchos más ejemplos acerca de qué suponen, en la práctica, las diferentes formas de ver la relación entre el partido y el movimiento.
Un punto básico es que los partidos no estuvieron representados en los soviets como tales, sino sólo en la medida en que los trabajadores de base elegían a delegados que pertenecían a una u otra opción política. De esta forma, al inicio de la revolución, los bolcheviques tenían el 4% de apoyo: sólo lograron una mayoría en los soviets en octubre de 1917, debido a que la mayor parte de trabajadores y soldados pasó a respaldar su política.
Pero quizá el punto clave es que no se trata de “partido” en singular, sino de partidos en plural. El debate no es entre un partido por un lado y un movimiento por otro, sino entre los diferentes partidos y corrientes que conforman el movimiento.
Encontramos un ejemplo clarificador en junio de 1917, cuando los bolcheviques propusieron, y luego desconvocaron, una manifestación contra la escalada de la guerra. Dan, un menchevique de derechas y dirigente del Soviet, declaró que: “las manifestaciones de partidos aislados no podían ser admitidas más que con la anuencia de los soviets” y que “los partidos que no se sometieran a aquellas condiciones se colocarían al margen de las filas de la democracia y deberían ser excluidos del Soviet.”[3] Pero el problema real de los reformistas no eran los bolcheviques en sí, sino la creciente influencia de éstos en el movimiento, entre el conjunto de trabajadores. Esto lo mostró otro dirigente de la derecha del soviet cuando “exigió «las medidas más enérgicas»…, la represión, la eliminación, el castigo de todos los obreros indóciles, utilizando todos los medios de que podía disponer el Estado”.[4] Como hemos visto, los reformistas dejaron de respetar al movimiento cuando perdieron su mayoría; pospusieron repetidamente el Congreso de los Soviets que iba a desbancarlos.
También hoy, las críticas hacia los partidos de la izquierda radical proceden de otras corrientes políticas dentro del movimiento, se definan o no como partidos. En cualquier movimiento amplio y sano, conviven diferentes puntos de vista, diferentes sensibilidades. En el movimiento altermundista se pueden discernir, a grandes rasgos, tres corrientes: una más o menos moderada, que busca reformar el sistema; otra socialista, que busca cambiar el sistema de raíz mediante las luchas masivas, es decir, mediante una revolución; y una autónoma, que busca crear alternativas al sistema, como espacios liberados, en base esencialmente a la actividad de la gente radicalizada.[5]
La corriente socialista suele organizarse en partidos. En cambio, tanto el ala moderada como la autónoma critican la participación de los partidos en el movimiento. Fue el ala moderada la que redactó la Carta de principios del Foro Social Mundial (FSM) —el evento anual del movimiento que se empezó a celebrar en Porto Alegre en enero de 2001— en la que se especifica: “No deben participar del Foro representaciones partidarias”.[6]
Pero el Partido de los Trabajadores jugó un papel clave en los FSM celebrados en Porto Alegre, Brasil, mediante su control de la alcaldía, o las destacadas intervenciones de Lula, su dirigente y más tarde Presidente de Brasil. La participación del PT en el FSM fue positiva en muchos sentidos, pero demuestra lo selectivos que son los dirigentes del FSM al aplicar su “norma” antipartido.
Bernard Cassen y Jacques Nikonoff mostraron otro ejemplo de esta contradicción mientras dirigían Attac Francia, buque insignia del sector moderado del movimiento. En 2003, ambos se quejaron de “grupúsculos que intentaban manipular” al movimiento, y Cassen afirmó que “El movimiento se radicalizará solo o no se radicalizará”.[7] Pero impulsaban su propia línea política, intentando, como explica Susan George, convertir a Attac en “una organización jerárquica, vertical y piramidal, con una ejecutiva fuerte, capaz de dar órdenes a sus tropas y eventualmente servir sus ambiciones políticas personales en la izquierda francesa”.[8] Otra vez, la crítica a los partidos simplemente escondía otro proyecto político.
También surgen contradicciones en el sector autónomo del movimiento, cuando defiende la idea de un movimiento sin partidos, donde todos sus integrantes sean combativos. El problema es que no todo el mundo es radical, y en los movimientos amplios siempre hay gente más moderada. Incluso en épocas de lucha masiva, cuando se da una radicalización importante, no toda la gente cambia sus ideas en el mismo momento ni con la misma rapidez. El concepto de partido revolucionario —como la organización de la parte más combativa de la clase trabajadora, o del movimiento, que trabaja para difundir sus ideas y propuestas entre los demás— responde a este problema.
Negar, a partir de principios autónomos, que el problema existe, no cambia esta realidad. Un buen ejemplo es la coordinadora Lucha Autónoma que, tras actuar en Madrid a lo largo de varios años, se disolvió en 1998.[9] Como explicó uno de sus integrantes, llegó a haber, por un lado, activistas que querían buscar “formas de intervención basadas en el contacto con lo social, en el ir dejando de lado identidades más propias… de la autonomía”. Por otro, los que defendían “el reforzamiento de la identidad por sí misma… que en realidad conducía a la aparición de un grupúsculo más, que aunque no se llamase partido, tenía efectos parecidos”.[10] El intento de desarrollar la política autónoma supuso, en la práctica, o disolverse en un movimiento más amplio, no autónomo, o bien enfatizar la propia identidad política frente al conjunto del movimiento. En ambos casos, se alejaron del concepto original de autonomismo. Las corrientes que siguen reivindicando el autonomismo suelen escoger la segunda opción, trabajando en espacios conformados por gente que comparte sus ideas.
En contraste con las otras grandes corrientes del movimiento, la corriente socialista tiene al menos el mérito de reconocer su propia existencia como una parte de éste.
Los movimientos reales inevitablemente contienen diferentes visiones políticas, que adoptan una u otra forma. Las visiones dominantes, al principio de una lucha, suelen ser las que menos cuestionan el sistema, es decir, las reformistas. Éstas pueden adoptar la forma de partido, pero esto no es imprescindible; sus ideas se reproducen con facilidad a través de los medios de comunicación convencionales. Una minoría que quiera impulsar un cambio más radical no tiene otra opción que la de organizarse como tal, adoptando o no el nombre de partido. Esta minoría tiene la difícil tarea de trabajar como una parte del movimiento más amplio, respetando sus decisiones, a la vez que luchando por sus propias ideas y propuestas dentro de este movimiento, para impulsar hacia adelante la lucha.
Las otras fuerzas políticas pueden plantear argumentos respecto a espontaneidad y contra los partidos, pero no pueden evitar la cuestión fundamental. Dentro del movimiento existen personas que tan sólo quieren retocar las instituciones; otras que quieren construir sus espacios de espaldas al mundo; y otras que quieren darle la vuelta a todo el sistema. Nuestro reto es colaborar en todo lo que compartimos, mientras discutimos nuestras diferencias, pertenezcamos o no a un partido.
Divisiones y unidad en la izquierda
En la película La vida de Brian, hay una escena donde los tres militantes del “Frente de liberación de Judea” se pelean con los “escisionistas” del “Frente judaico de liberación”.[11] A mucha gente que ha conocido a la izquierda radical, le sonará este tipo de sectarismo.
La separación entre bolcheviques y mencheviques en 1903, por motivos que ni tan siquiera muchos de los participantes tenían claros, parece un buen ejemplo de esta tendencia. Pero, como hemos visto, las diferencias resultaron muy reales. Los mencheviques acabaron apoyando el capitalismo y la guerra, mientras que los bolcheviques lucharon en contra.
Por otro lado, este hecho ha dado lugar a una desafortunada tendencia dentro de la izquierda marxista, la de presentar cualquier pequeña diferencia como una batalla épica entre los auténticos revolucionarios y los futuros traidores. Pero no se puede tomar la posición de Lenin en un momento específico como la eterna respuesta ante cualquier situación. En otros momentos, Lenin abogó por la unidad de la izquierda radical. Los primeros años de la revolución de 1917 nos muestran ejemplos muy valiosos de ella.
Entre 1903 y 1917, Trotski y Lenin estuvieron duramente enfrentados. Incluso pocos días antes de la revolución de febrero de 1917, Lenin escribió en una carta: “¡Ese es Trotski! Siempre fiel a sí mismo: da rodeos, hace trampas, toma una pose izquierdista y ayuda a la derecha en lo que puede”.[12]
Las experiencias de la revolución lograron lo que los debates no consiguieron. Tanto la concepción del partido de Lenin y la oposición de éste hacia los mencheviques, por un lado, como la idea de Trotski de revolución permanente, por otro, fueron confirmadas en la práctica. A la luz de la evidencia de que estaban luchando por lo mismo, tanto Lenin como Trotski empezaron a trabajar por la unidad entre sus respectivas organizaciones. En mayo de 1917, Lenin ganó una votación en una conferencia bolchevique, a favor de unirse con el relativamente pequeño grupo de Trotski, los interdistritalistas.[13] Debido a reticencias por ambos lados —sobre todo entre algunos dirigentes bolcheviques que anteponían las viejas diferencias a la nueva sintonía— la unificación se retrasó hasta julio.[14]
Muchos mencheviques internacionalistas —incluyendo a varios dirigentes y a casi toda la afiliación de uno de sus grupos obreros más importantes— también se pasaron a los bolcheviques.
Con los nuevos afiliados, Lenin defendió una actitud totalmente abierta e integradora, invitándolos a ocupar puestos destacados en el partido. Más tarde comentaría:
El bolchevismo ha sufrido más de una vez divergencias… y pequeñas escisiones… pero en el momento decisivo, en el momento de la conquista del poder… el bolchevismo estuvo unido.[15]
De aquí se desprende que el modelo real que perseguía Lenin era el partido de 1917; la estrecha organización entre 1905 y 1917 fue producto de las circunstancias, no el ideal al que aspirar. Lenin buscaba unir a todas las personas que quisieran luchar dentro de la clase trabajadora por una revolución socialista, en una organización.[16] Desgraciadamente, lo que se ha interpretado demasiadas veces como leninismo ortodoxo ha sido lo inverso a esta definición; “el partido une a todos los revolucionarios, por tanto los que no pertenecen a mi partido, no son revolucionarios”.
Lenin también buscó sumar al partido revolucionario a gente radical del anarquismo y del sindicalismo. En pocos años, tras la revolución, se ganaron al bolchevismo a muchos de los mejores activistas de estos movimientos; individuos como Bill Shatov de los Industrial Workers of the World (IWW, Obreros Industriales del Mundo); militantes destacados del movimiento de delegados de fábrica de Gran Bretaña; al anarquista Victor Serge; y del Estado español, a Andreu Nin y Joaquim Maurín, entonces miembros de la CNT.
La revolución rusa atrajo incluso a activistas de más allá de la izquierda occidental. La Internacional Comunista, o Comintern, que se fundó en 1919, se extendió rápidamente por Asia, incorporando a sus filas a muchos nacionalistas revolucionarios. Al segundo congreso del Comintern, asistieron delegados de 11 países asiáticos, incluyendo a China, Corea, India, Indonesia…[17]
En la izquierda de hoy, con tanta división entre sectores revolucionarios, la herencia de la revolución rusa no debería ser motivo de división entre grupos enfrentados, ni tampoco de largas negociaciones programáticas entre facciones. Realmente, fue un ejemplo acerca de cómo buscar en las luchas reales los puntos compartidos por diferentes activistas radicales —se definan o no de marxistas— y colaborar entorno a ellos. De ahí podría surgir un partido revolucionario que merezca tal nombre.
Pero la superación de las divisiones no se acaba aquí. Más allá de la cuestión de partido, está la cuestión de la unidad en las luchas, en los movimientos, que pueden y deben abarcar fuerzas mucho más dispares. Esto también se encuentra, si se mira, en las experiencias de la revolución rusa.
En los años posteriores a la revolución, Lenin combatió el sectarismo que surgió en los nuevos partidos comunistas. Destacó de la historia del bolchevismo: “su capacidad de ligarse, de acercarse y… de fundirse con las más grandes masas trabajadoras”.[18] Esto implicaba trabajar en movimientos y luchas junto a sectores más moderados. Habló específicamente de los “sindicatos reaccionarios” —lo que hoy llamaríamos los sindicatos mayoritarios— pero el mismo argumento se aplicaría a los soviets, que al principio también estuvieron dominados por los reformistas.
Los activistas actuales que se escudan en la obra de Lenin para negarse a trabajar en los movimientos amplios realmente no siguen su ejemplo. Por supuesto, el trabajo unitario no es fácil: a menudo uno se encuentra en minoría, y a veces se topa con hostilidades. Pero una visión radical no sirve de mucho si sólo se recita entre sus adeptos. La política revolucionaria de verdad se hace al lado de la gente y dentro de sus luchas y movimientos.
Finalmente, en un punto intermedio entre los partidos revolucionarios y el movimiento amplio, están surgiendo, en varios países, nuevos partidos radicales amplios. Los diferentes ejemplos de estos partidos-movimiento van desde Respect en Inglaterra y Die Linke en Alemania, hasta PSOL en Brasil y el Movimiento Amplio de Izquierdas (MAIZ) en Guatemala… Sorprendentemente, también hubo formaciones de este tipo en la época de la revolución rusa, como el Partido Laborista británico en sus inicios.
Éste surgió, a principios del siglo xx, como la organización política del conjunto de los sindicatos, representando a millones de trabajadores. Como dijo Lenin “No es en absoluto un partido, en el sentido habitual de la palabra”.[19] Frente a las dudas de muchos activistas británicos, Lenin defendió que los comunistas debían participar en el partido laborista, igual que en otros movimientos amplios, siempre bajo la condición de que conservasen su libertad de crítica y su propia política. En realidad, debido a su inexperiencia, el nuevo partido comunista británico no fue capaz de seguir este consejo, y vaciló entre actitudes sectarias y el abandono de los principios. Huelga decir que el Partido Laborista, con los años, cambió su naturaleza totalmente.
De todas formas, no se trata de aplicar a rajatabla las palabras de Lenin en la actualidad, sino de ver que no existe ninguna justificación en la experiencia de la revolución rusa para negarse, por sistema, a colaborar en estos nuevos partidos amplios.
[1] Marx/Bakunin: Socialismo autoritario, Socialismo libertario, Textos reunidos por Georges Ribeill, Ed. Mandrágora, 1978, pp. 198-200. Estas citas provienen de resoluciones aprobadas, por unanimidad, en un “Congreso antiautoritario internacional”, liderado por Bakunin en septiembre de 1872.
[2] Carta de M. Bakunin, 1 de abril de 1870, reproducida en Marx/Bakunin…, pp. 70-71.
[3] Citado en Sujánov, pág. 238.
[4] Sujánov, pp. 241-242.
[5] Para un análisis más elaborado de las corrientes del anticapitalismo, ver Alex Callinicos, Un Manifiesto Anticapitalista, Editorial Critica, 2003.
[6] Carta de principios del Foro Social Mundial, disponible en www.forumsocialmundial.org.br.
[7] Jacques Nikonoff, “Après le Larzac, de nouveaux défis” en Libération, 18/08/2003. Se cita Cassen en el informe “Les altermondialistes cherchent à rester unis”, de la agencia francesa Europe1, 14/11/2003.
[8] Susan George, “A New Beginning for ATTAC France”, 28 de diciembre de 2006, disponible en: www.tni.org.
[9] “Lucha Autónoma, 11 años de experiencia política en Madrid”, (comunicado de la disolución del grupo), 12/07/2001, disponible en www.lahaine.org.
[10] “Lucha Autónoma, 11 años de experiencia política en Madrid”, entrevista con Nacho, del colectivo “Vallekas zona Roja”, en www.lahaine.org.
[11] La vida de Brian, dirigida por Terry Jones de Monty Python, 1979.
[12] Cartas de Lenin a Inessa Armand, de 22/01/1917 y 19/02/1917, en Lenin, OC, t. 49, pág. 430. y pág. 449.
[13] “El problema de la unión de los internacionalistas”, en Lenin, OC, t. 32, pág. 121.
[14] Ver Isaac Deutscher, The prophet armed, Oxford 1954, pp. 256-259 y pág. 269.
[15] Lenin, OC, t. 39, pág. 225.
[16] Ver Pierre Broué, Historia del partido bolchevique, cap. IV, disponible en www.marxists.org.
[17] Las actas del congreso están disponibles en inglés, en www.marxists.org.
[18] “La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo”, pág. 7.
[19] Lenin, OC, t. 41, pág. 270.