Chris Harman
El enemigo de mi enemigo no siempre es mi amigo
Muchos activistas en el Foro Social Mundial en Mumbai celebraban con razón el golpe que recibieron los planes de Estados Unidos y la Unión Europea en la reunión de Cancún de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Por una vez, los Estados capitalistas más poderosos del mundo sufrieron un revés en su búsqueda de redactar la agenda del resto del sistema.
Pero la alegría a menudo se mezclaba con una confusión sobre lo que había pasado realmente. Muchos relatos de Cancún lo presentaban como una revuelta en nombre de los pobres dirigida por los gobiernos del “G3” (Sudáfrica, India y Brasil). Esto, nos dijeron, era un “Nuevo Bandung” (la organización de países del Tercer Mundo que resistieron la presión norteamericana de sumarse a la Guerra Fría hace 50 años).
Hay también algunas similares interpretaciones deslumbradas del rol de Brasil y Argentina en las negociaciones de Monterrey (México) durante enero en relación al ALCA. Luego de que las negociaciones llegaran casi al colapso, Heinz Dieterich, por ejemplo, escribió refiriéndose al “muro de dignidad del bloque de poder latinoamericano”.
Pero la realidad refuta tales aseveraciones. Los gobiernos brasileño, sudafricano e indio han abrazado la agenda neoliberal. Cardoso, el presidente neoliberal que antecedió a Lula, dijo que no había ninguna diferencia esencial entre las políticas de ambos. Es esta continuidad la que llevó al Partido de los Trabajadores de Lula a expulsar a tres diputados y una senadora de su ala izquierda.
Como ha señalado Walden Bello, los principales beneficiarios de un mayor acceso al mercado agrícola de las economías del Norte –la demanda de Brasil y otros en Cancún– serían las industrias monopólicas de exportación. En Brasil esto significa menos del 1% de los establecimientos, que son dueños del 46% del total de la tierra cultivable. Esto es, la vieja y poderosa oligarquía azucarera del país, y los gigantes productores de soja que ahora están colaborando con Monsanto y sus semillas modificadas genéticamente.
En Sudáfrica, el 85% de la tierra y una proporción similar de la industria permanecen bajo propiedad de la minoría racial blanca. El gobierno chauvinista hindú del BJP luchó en Cancún en nombre de las grandes firmas como los productores de azúcar Triveni y Balrampur Chini Mills. Ven un mayor acceso a los mercados externos como una forma de elevar sus precios –algo que hará que la vida sea aún más costosa para el tercio de la población india que vive en la extrema pobreza.
Brasil, como una de las diez mayores economías mundiales, aún tiene una poderosa clase capitalista local. Esta ha tratado de fortalecer su influencia acumulando capital en países como Argentina y Uruguay a través del Mercosur. Considera que esta política le permitirá arrancar términos más ventajosos en los acuerdos, alianzas y fusiones con las multinacionales norteamericanas o europeas.
El gobierno de Lula ha estado cortejando a esta clase social. En parte esto implica continuar con las reformas neoliberales de su antecesor. Pero también ha sido capaz de promover los intereses específicos del capital brasileño, aun cuando esto signifique resistir a algunas de las demandas provenientes de EEUU. Contrapone una versión rebajada del ALCA (a la cual llama ALCA “light”) a la versión completa norteamericana. Y mira hacia la UE (cuyas inversiones en Brasil son apenas mayores que las de EEUU) y el sudeste asiático (un destino cada vez más importante para las exportaciones de materias primas) como contrapeso a la presión de EE.UU.
No hay contradicción entre una política de acordar con las exigencias del FMI sobre el servicio de la deuda y los recortes en los servicios sociales por un lado, y luchar para que se respeten los intereses del capital nacional dentro del marco general de un ALCA de colaboración con el capital norteamericano por el otro. Por esta razón, aquellos en la izquierda que han aplaudido la posición tomada por Lula y los demás están equivocados.
Pero también lo están los que afirman que no les queda ningún elemento de “independencia nacional” a las clases capitalistas de lugares como Argentina o Brasil, o incluso India y Sudáfrica –que son “neocolonias” o que están pasando por un proceso de “recolonización”. A veces esto es mera retórica, y da expresión a un sentimiento extendido de traición a las promesas que hicieron los políticos nacionalistas burgueses o pequeñoburgueses de los ’50, los ’60 y los ’70. Hace hincapié sobre un punto esencial –que el capitalismo norteamericano se encuentra al tope de la jerarquía de explotación y opresión, y aquellos explotadores menores están tratando de hacer acuerdos con él. Pero deja de lado una comprensión más amplia de lo que está ocurriendo de una forma que sobreestima la fortaleza del imperialismo.
La jerarquía imperialista de hoy no es como la de los antiguos imperios europeos. Estos gobernaban a sus colonias por medio de gobernadores que obedecían órdenes sin chistar. Hoy lo que estamos viendo es un orden conflictivo de Estados diferentes. Más allá de un puñado de excepciones, todos tienen su monopolio interno de la fuerza armada, sus propios sistemas tributarios, sus propios presupuestos gubernamentales –y sus propios capitalistas.
Así, los Estados siempre están tratando de mejorar su posición a expensas de los demás, comúnmente con medios pacíficos, ocasionalmente por medo de acciones militares. Esto les brinda a los capitalistas de base nacional la palanca para formar alianzas que les sean favorables junto a las multinacionales extranjeras –y en algunos casos para establecerse como protagonistas multinacionales en el escenario mundial.
Hay elementos de conflicto tanto como de acuerdo entre los gobernantes de las economías medianas y las grandes potencias imperialistas. Si esto no se reconoce, entonces no se puede explicar Cancún, o en términos parecidos la negativa de algunos gobiernos a votar la guerra de Bush hace un año en la ONU. Pero gente como Dieterich se equivoca al ver esos desacuerdos tácticos como la representación de un desafío estratégico al imperialismo. Ese es un camino peligroso que lleva a sectores de la izquierda a apoyar a sus propios gobiernos cuando utilizan un lenguaje nacionalista para justificar su propio imperialismo –como ocurrió en el pasado con buena parte de la izquierda india en los conflictos con China y Pakistán.
Por supuesto que la tríada de poder conformada por Norteamérica, Europa y Japón puede esperar dominar un tiempo más. Pero todavía existe un margen de maniobra para los Estados menores y sus capitalismos nacionales. Y ocasionalmente, como en Cancún, esto crea problemas para el sistema en su conjunto.
Esto no debería llevar a nadie a glorificar a los gobernantes neoliberales de Brasil, Sudáfrica e India. Pueden llegar a reñir por el tamaño de su rebanada de pan, pero defenderán la panadería hasta el final, por más pequeña que sea la parte que les toque en ella. Y harán pactos con los grandes imperialismos, especialmente con el norteamericano, para arrancarles las migajas de la boca a los pobres cuando se vuelva a presentar la oportunidad.
Chris Harman fue destacado militante del Socialist Workers Party de Gran Bretaña, nuestra organización hermana en aquel país. Este artículo fue publicado en la edición 283 de la revista Socialist Review, correspondiente a marzo de 2004. La traducción del artículo fue realizada por Guillermo Crux para Panorama Internacional.