Los orígenes de la Corriente Socialismo Internacional

Tony Cliff

“Los pocos compañeros que empezamos la corriente socialismo internacional no intentamos usar al marxismo como sustituto de la realidad, sino al contrario, deseábamos que sirviera como arma para dominar esta realidad”.

Así relata el autor de este texto como en los años 1946-48 tuvieron que luchar con preguntas muy difíciles. El objetivo era continuar una tradición —que seguía a Marx, Lenin y Trotski— pero que también debía enfrentarse a nuevas situaciones. Era una continuación y un nuevo comienzo. Para Tony Cliff “la firmeza intelectual no implica el dogmatismo; explicar una realidad cambiante no podía implicar vaguedad. Nuestra crítica del trotskismo ortodoxo se concibió como un retorno al marxismo clásico.”

En este texto veremos cómo evolucionaron tres teorías que respondían a los eventos ocurridos poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial: las teorías del capitalismo de Estado, de la economía armamentista permanente y de la revolución permanente desviada.


1. Reconociendo el problema
2. El capitalismo de Estado
3. La economía armamentista permanente
4. La revolución permanente desviada
5. La herencia
6. Conclusión
7. Notas

Título de la versión original de 1999: Trotskyism after Trotsky. El folleto presenta una versión reducida del texto original de Tony Cliff.

La traducción del inglés estuvo a cargo de Marina Rivero, militante de Socialismo Internacional (Uruguay).

Este folleto fue editado en castellano por primera vez por el entonces grupo En lucha en mayo de 2003.

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Nota del autor

Varias personas han ayudado en la redacción de este folleto. Ian Birchall, Rob Ferguson, Al Richardson y el Socialist Platform Archive ayudaron a localizar documentos del movimiento trotskista durante los años 1946-47. Debo un gran agradecimiento a Chris Bambery, Alex Callinicos, Lindsey German, Chris Harman y John Rees por sus consejos y sugerencias. Chanie Rosenberg merece un especial agradecimiento por participar en la edición del manuscrito y teclearlo. Agradezco también a Donny Gluckstein por sus críticos y expertos comentarios, y muchas valiosas sugerencias estilísticas. Y a Rob Hoveman por controlar el libro muy eficazmente hasta su publicación.

Nota acerca del autor

Tony Cliff nació en Palestina en 1917. Se hizo trotskista en los años 30. Después de la II Guerra Mundial se trasladó a Gran Bretaña, donde permaneció hasta su muerte en abril del 2000.

En 1951 fundó, junto a otros activistas, el grupo Socialist Review, que luego se convertiría en el Socialist Workers Party, actualmente la mayor organización revolucionaria de Gran Bretaña.

Entre su vastísima producción literaria se destacan: La naturaleza de clase de la Rusia estalinista (1948), La China de Mao (1957), Rosa Luxemburg (1959), La revolución permanente desviada (1963), Capitalismo de Estado en Rusia (1974), Lenin – 4 Vols. (1975-79), Lucha de clases y la liberación de las mujeres (1984), Marxismo y lucha sindical. La huelga general de 1926 (1986), Trotski – 4 Vols. (1989-93), El marxismo y el milenio (2000).


Reconociendo el problema

En el Manifiesto Comunista Marx y Engels argumentan que los comunistas generalizan la experiencia histórica e internacional de la clase trabajadora. Esta experiencia siempre está cambiando y desarrollándose, y por esto el marxismo también siempre cambia. En el momento en que el marxismo deja de cambiar, está muerto. A veces el cambio histórico ocurre lenta y casi imperceptiblemente, pero otras veces los cambios son radicales. Consecuentemente, en la historia del marxismo hay también momentos de abruptos virajes.

Uno no puede comprender la ruptura marcada por la aparición del Manifiesto, sin tomar en cuenta el trasfondo del advenimiento de la revolución de 1848.

Otro punto de viraje fue la Comuna de París de 1871, que inspiró a Marx a escribir en La Guerra Civil en Francia, “La clase trabajadora no puede tomar la vieja maquinaria estatal y usarla con el fin de construir el socialismo”.1 Él argumentaba que la clase trabajadora debía derribar la maquinaria estatal capitalista y construir un nuevo Estado sin fuerzas policiales, sin un ejército permanente ni una burocracia; un Estado en que todas las autoridades fueran electas, sus cargos fueran revocables al instante y sus sueldos fueran iguales al de los trabajadores que ellos representaran. El Manifiesto Comunista no había mencionado nada de esto. Ahora Marx reconocía los rasgos centrales de un Estado obrero. El no sacó estas conclusiones de sus intensos estudios en el Museo Británico. Su comprensión fluyó de las acciones de los trabajadores parisienses que tomaron el poder por 74 días y mostraron qué tipo de Estado podía establecer la clase trabajadora.

De la misma forma, la teoría de la revolución permanente de Trotski fue un subproducto de la Revolución rusa de 1905. Esta teoría sostenía que la burguesía de los países atrasados o subdesarrollados, por hallarse rezagada, era demasiado cobarde y conservadora para resolver las tareas democrático burguesas, como la independencia nacional y la reforma agraria. Estas tareas podrían concretarse sólo gracias a una revolución donde la clase trabajadora se pusiera al frente del campesinado. En el proceso de resolver estos problemas la revolución realizada por los trabajadores trascendería los límites de la propiedad burguesa y esto llevaría al establecimiento de un Estado obrero.

Las ideas de que la burguesía era contrarrevolucionaria y la clase trabajadora encabezaría al campesinado no surgieron automáticamente de la brillante inteligencia de Trotski. Ellas fueron descubiertas en la realidad revolucionaria de 1905 y demostraban cómo en la práctica los trabajadores, al contrario de la burguesía, lucharon por derrocar al zarismo con el fin de ejercer el control democrático de la sociedad. En San Petersburgo, centro de la revolución, incluso se desarrollaron órganos de un Estado obrero —los consejos de trabajadores, o soviets. Otros desarrollos del marxismo realizados por figuras como Lenin y Rosa Luxemburg, se originaron también en la experiencia histórica. El brillante libro de esta última sobre la huelga de masas, fue un producto de las luchas ocurridas en Rusia y Polonia durante 1905.

Un nuevo viraje sucedió cuando Stalin intentó aniquilar la tradición de la Revolución bolchevique. Le tocó a Trotski convertirse en quien la defendiera, y hasta su asesinato en 1940 lo hizo brillantemente. Sin embargo, al final de la Segunda Guerra Mundial, la Cuarta Internacional que él había creado tuvo que enfrentar un nuevo y decisivo desafío: reaccionar a una situación radicalmente diferente a la imaginada por su fundador. Esto creó especiales dificultades, porque el movimiento había sido privado del gigante intelectual que lo había llevado hasta allí.

Los pronósticos de Trotski

Antes de su muerte, Trotski había realizado una serie de predicciones. Cuatro de éstas serían desafiadas por el desarrollo de la realidad luego de la Segunda Guerra Mundial.

(1) Había vaticinado que el régimen estalinista en la Unión Soviética no podría sobrevivir a la guerra. En un artículo del 1 de febrero de 1935, titulado “El Estado de los trabajadores, termidor y bonapartismo”, Trotski argumentó que el estalinismo, como toda forma de bonapartismo, “no puede mantenerse a sí mismo por mucho tiempo. Una esfera equilibrada en el vértice de una pirámide invariablemente debe caer hacia un lado u otro”; por lo que “el inevitable derrocamiento del régimen estalinista” habría de ocurrir.2

Un resultado podía ser la restauración capitalista. En la tesis “La Guerra y la Cuarta Internacional” (del 10 de junio de 1934) Trotski escribió que “en el caso de una guerra prolongada que fuera acompañada por la pasividad del proletariado mundial, las contradicciones sociales internas en la URSS no sólo podrían llevar a una contrarrevolución burguesa bonapartista, sino que deberían hacerlo”.3

El 8 de julio de 1936 él proponía una hipótesis alternativa:

La URSS sólo podrá emerger de una guerra sin ser derrotada bajo una condición, y es que sea asistida por la revolución en Occidente o en Oriente. Pero la revolución internacional, la única manera de salvar a la URSS, significará al mismo tiempo la muerte para la burocracia soviética.4

Cualquiera sea la perspectiva considerada, es claro que Trotski estaba lo suficientemente convencido de la inestabilidad del régimen estalinista, como para escribir en el artículo “La URSS en guerra” del 25 de septiembre de 1939, que considerar al régimen soviético como un sistema de clases estable sería “ponerse en una posición absurda”, porque en aquel momento se estaba “simplemente a unos años o incluso algunos meses de su vergonzoso derrumbe”.5

La verdadera realidad al final de la Segunda Guerra Mundial fue muy diferente. El régimen estalinista no se derrumbó. De hecho, luego de 1945 se fortaleció, extendiéndose por Europa oriental.

(2) Trotski pensaba que el capitalismo estaba en su crisis terminal. Como resultado de que la producción no podría expandirse, no podría haber tampoco ninguna reforma social importante ni una elevación del nivel de vida de las masas. En 1938, en La agonía del capitalismo y las tareas de la Cuarta Internacional, Trotski escribió que el mundo occidental estaba:

…en una época de capitalismo en decadencia: no puede haber discusión sobre reformas sociales sistemáticas y elevación de los niveles de vida de las masas… cuando cada seria demanda del proletariado e incluso de la pequeña burguesía, inevitablemente van más allá de los límites de las relaciones de propiedad capitalistas y del Estado burgués.6

Sin embargo, el mundo capitalista de posguerra no estaba sumido en el estancamiento y la decadencia. De hecho, el capitalismo occidental disfrutó de una sólida expansión y junto a esta vino el florecimiento del reformismo. Como Mike Kidron señaló, “El sistema en su conjunto nunca ha crecido tan rápido y por tan largo tiempo como desde la guerra —dos veces más rápido entre 1950 y 1964 que entre 1913 y 1950, y casi la mitad más rápido que durante la anterior generación”.7

En consecuencia los partidos socialdemócratas y comunistas, lejos de desintegrarse, emergieron del período de posguerra más fuertes que nunca antes en número y apoyo. El reformismo floreció en base al creciente nivel de vida.

En Gran Bretaña, por ejemplo, el gobierno Attlee representó el cenit del reformismo. Conformado en 1945, no sólo fue el primer gobierno de mayoría laborista, sino que representó también el punto más alto en la historia de este partido.

Bajo Attlee los trabajadores y sus familias estuvieron mucho mejor que antes de la guerra. El gobierno realizó grandes gastos en los servicios sociales, y al mismo tiempo subsidió los alimentos. Y claro, el pleno empleo y una inflación relativamente moderada fueron bendiciones invaluables para todos ellos.

Un factor que aseguraba el apoyo masivo del gobierno era el pleno empleo. Durante la gestión laborista el desempleo fue sumamente bajo (excepto durante la crisis del combustible en el invierno de 1947, cuando se alcanzó un 3%). Había tres y medio millones más de trabajadores empleados en 1951 que en los seis años anteriores.8 Otro factor era el estado de bienestar, cuyo buque insignia era el Servicio Nacional de Salud.

La popularidad del Partido Laborista se mantuvo alta entre los trabajadores. En las elecciones generales de octubre de 1951 registraron la votación más alta jamás lograda por un partido en Gran Bretaña.9

Y Gran Bretaña no era la excepción. En toda Europa el nivel de vida mejoró. El pleno empleo, o el casi pleno empleo, prevaleció. Se lograron reformas sistemáticas y los partidos reformistas no se extinguieron. En Alemania, Francia, Noruega, Suecia, Dinamarca y otros países, los partidos socialdemócratas gobernaron durante mucho tiempo.

(3) Valiéndose de su teoría de la revolución permanente, Trotski sostuvo que en los países atrasados y subdesarrollados, el logro de las tareas democrático burguesas —la liberación nacional y la reforma agraria— sólo podrían avanzar gracias al poder de la clase trabajadora.

Esto también fue refutado por los acontecimientos. En China, el país más habitado del mundo, Mao condujo un partido estalinista totalmente divorciado de la clase trabajadora a unificar el país, lograr la independencia del imperialismo y hacer la reforma agraria. Procesos similares ocurrieron en países como Cuba y Vietnam.

(4) Finalmente, si los tres pronósticos anteriores hubieran sido correctos en su totalidad, no habría habido un futuro para el estalinismo o el reformismo, y el campo habría estado libre para un avance sumamente rápido de la Cuarta Internacional. En este plano, Trotski estaba muy seguro de que había un gran futuro para ella en los años venideros. El 10 de octubre de 1938 él escribió:

La humanidad se ha vuelto más pobre que hace 25 años, mientras los medios de destrucción se han vuelto infinitamente más poderosos. En los primeros meses de la guerra, por consiguiente, una reacción tormentosa contra los humos chovinistas determinará que entren en escena las masas trabajadoras. Las primeras víctimas de esta reacción, junto con el fascismo, serán los partidos de la Segunda y la Tercera Internacional. Su derrumbamiento será la condición indispensable para un movimiento declaradamente revolucionario, que no encontrará otro eje para su cristalización que la Cuarta Internacional. Sus templados cuadros llevarán a los trabajadores hacia la gran ofensiva.10

Trotski antes había declarado que:

Cuando el centenario del Manifiesto Comunista sea celebrado [en 1948], la Cuarta Internacional se habrá vuelto una fuerza revolucionaria decisiva en nuestro planeta.11

El 18 de octubre de 1938, en un discurso titulado “La fundación de la Cuarta Internacional”, Trotski subrayó este punto:

¡Diez años! ¡Sólo diez años! Permítanme terminar con un vaticinio: durante los próximos diez años el programa de la Cuarta Internacional se volverá la guía de millones, y estos millones de revolucionarios tomarán por asalto el cielo y la tierra.12

Los repetidos comentarios hechos sobre este tema prueban de hecho que sus declaraciones sobre la rápida victoria de la Cuarta Internacional no eran comentarios sin importancia, en sí fueron una constante hasta su muerte.

Ay… este vaticinio también era infundado, porque sus previsiones con respecto a la Unión Soviética, al capitalismo occidental y al Tercer Mundo fueron desmentidas por la realidad posterior a 1945. El espacio que ocuparía la Cuarta Internacional sería muy pequeño —las organizaciones trotskistas serían minúsculas y tendrían una influencia muy menor en la clase trabajadora.

El lugar de Trotski en el marxismo

Es necesario un comentario preliminar sobre la forma en que los trotskistas como yo vemos a Trotski. Él fue un gigante político entre nosotros: organizador de la Revolución de Octubre, jefe del Ejército Rojo, líder junto a Lenin de la Internacional Comunista.

Una y otra vez, valorando la situación de Gran Bretaña en 1926, o la Revolución china de 1925-27, o la realidad alemana al momento del surgimiento del nazismo, Francia en 1936 y España entre 1931 y 1938, Trotski demostró una habilidad fantástica para analizar situaciones complejas, pronosticar sus desarrollos futuros y sugerir la estrategia necesaria.

Las palabras de Trotski eran a menudo proféticas. En muchos aspectos sus análisis resistieron la prueba del tiempo en forma brillante. Nadie entre los grandes pensadores marxistas lo superó en la habilidad de usar el método histórico materialista, sintetizar los factores económicos, sociales y políticos, visualizar su interrelación con la sicología de masas de millones de personas, y valorar la importancia del factor subjetivo —el papel de los partidos y los líderes de los trabajadores en los grandes acontecimientos.13 La Historia de la Revolución Rusa de Trotski sobresale por encima de cualquier otro escrito histórico marxista. Es un monumento analítico y artístico de riqueza y belleza sin precedentes.14

Los trabajos de Trotski de los años 1928-40 —artículos, ensayos y libros sobre los acontecimientos en Alemania, Francia y España— están entre los escritos marxistas más brillantes. Se encuentran a la misma altura de los mejores escritos históricos de Marx: El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte y La Lucha de Clases en Francia. Pero Trotski no se limitó a analizar diferentes situaciones sino que también adelantó líneas claras de acción para la clase trabajadora. En términos de táctica y estrategia sus escritos son manuales revolucionarios sumamente valiosos, comparables a lo mejor de lo producido por Lenin.

Un ejemplo de precioso valor en los trabajos de Trotski, son sus escritos sobre Alemania en los años precedentes a la toma del poder por parte de Hitler. Alemania era el país que contaba con el movimiento obrero más importante del mundo en aquel momento. Estaba entrando en una profunda depresión y crisis social, siendo este el trasfondo del rápido crecimiento del movimiento nazi. Enfrentado a esto, Trotski puso toda su energía y conocimiento a trabajar. En este período escribió innumerables libros cortos, folletos y artículos que analizaban la situación alemana. Ellos están entre sus obras más brillantes.

Semejante saber sobre el curso de los acontecimientos no se encuentra en ninguna otra parte. Advirtió de la catástrofe que seguiría a la toma del poder por parte de los nazis, la cual no sólo amenazaba a los alemanes sino a la clase trabajadora a escala internacional. Su llamado a la acción para detenerlos, para formar un frente de unidad con todas las organizaciones del movimiento obrero, se volvió más y más desesperado. Lamentablemente no se tomaron en cuenta sus advertencias proféticas y sus repetidos llamados. Su voz era un grito en el desierto. Ni el Partido Comunista (KPD) ni el Partido Socialdemócrata (SPD) le prestaron atención alguna. Si se hubiera aceptado el análisis de Trotski y sus propuestas para la acción, la historia subsiguiente del siglo habría sido completamente diferente.

El análisis de Trotski de los acontecimientos alemanes es particularmente impresionante, si tomamos en cuenta el hecho de que él estaba alejado de la escena y a una distancia considerable. Aun así, manejó las cosas como para seguir al día en todos sus detalles. Los escritos de Trotski de los años 1930-33 son tan concretos que dan claramente la impresión de que el autor estaba viviendo en Alemania, no lejos en la isla de Prinkipo, en Turquía.15

En los oscuros y terribles días de los años 30, Trotski fue para nosotros una brillante estrella guía. Con el espantoso avance de los nazis y los procesos de Moscú que condenaron a los líderes de la Revolución de Octubre, el Partido Bolchevique y la Internacional Comunista como agentes nazis, nuestra dependencia de él era ideológica y emocionalmente profunda y entendible. Estábamos realmente convencidos de la genialidad de su análisis de la situación general, de la estrategia y de las tácticas que desarrolló y necesitábamos para enfrentarla.

¿Cómo asumieron los trotskistas la situación posterior a la Segunda Guerra Mundial?

Después de la guerra fue muy doloroso enfrentar la realidad de que las previsiones de Trotski con respecto al futuro del régimen estalinista y la situación económica, social y política del Oeste capitalista, así como las relativas al Este atrasado y en desarrollo, no eran correctas. Repetir las palabras de Trotski literalmente, evitando enfrentar la situación real implicaba ser demasiado respetuosos con Trotski, y al mismo tiempo demasiado insultantes. Era tratar a Trotski como si fuera una persona suprahistórica. Eso encajaba con una secta religiosa pero no con los seguidores del socialismo científico marxista. Con pesar en nuestros corazones tuvimos que recordar el refrán atribuido a Aristóteles y que dice: “Estimo mucho a Platón, pero más estimo la verdad”.

Comprensiblemente, pero en forma equivocada, la dirección de la Cuarta Internacional se negó a aceptar el hecho de que importantes predicciones de Trotski habían sido refutadas por los hechos. Enfrentar esta verdad era una condición previa para poder responder a la pregunta: ¿por qué no se hicieron realidad? Planteando la pregunta correcta, existe un 90% de posibilidades de encontrar la respuesta correcta. Mucho tiempo antes de Isaac Newton, las manzanas caían de los árboles. Plantearse la pregunta: “¿Por qué?”, lo llevó hacia la ley de gravedad.

Recuerden la primera predicción de Trotski. Como he citado anteriormente, él pensaba que el régimen estalinista no sobreviviría a la guerra. Como Stalin continuó controlando la Unión Soviética, la conclusión de James P. Cannon, el líder de los trotskistas de Estados Unidos, fue entonces: ¡que la guerra no había acabado!

Trotski predijo que el destino de la Unión Soviética se decidiría en la guerra. Esta sigue siendo nuestra firme convicción. Por esto hemos discrepado con algunas personas que descuidadamente consideran que la guerra ha terminado. La guerra sólo ha atravesado su primera fase y ahora se desarrolla un proceso de reagrupamiento y reorganización para la segunda. La guerra no ha terminado, y la revolución que nosotros dijimos sería provocada por la guerra en Europa, no ha quedado fuera de la agenda. Sólo se ha atrasado y pospuesto, principalmente por la falta de un partido revolucionario suficientemente fuerte.16

Este era un caso extremo de escolasticismo. En los tiempos medievales los escolásticos, debatiendo sobre si el aceite se congelaría en el invierno, no realizaban una prueba práctica simple colocando un recipiente con aceite en la nieve para observarlo, sino que buscaban una cita de Aristóteles sobre el asunto.

Once meses después del final de la guerra, era claro incluso para la mayoría de los trotskistas de estrechas miras, que el régimen estalinista había sobrevivido a la guerra. Pero ellos todavía insistían en que el régimen estaba en una situación muy delicada. Es así que la Cuarta Internacional en abril de 1946 declaraba:

Sin ningún miedo a exagerar, uno puede decir que el Kremlin nunca ha enfrentado una situación más crítica en lo interno y en lo externo que la que enfrenta en estos días.17

Y en otro lugar expresaba que:

Detrás de la apariencia de un poder nunca antes logrado, se esconde la realidad de que la URSS y la burocracia soviética han entrado en una fase crítica de su existencia.19

La predicción de Trotski del derrumbe del estalinismo era la consecuencia ineludible de su análisis del carácter de clase de la Unión Soviética. Si la predicción era equivocada, entonces el análisis original necesariamente se hallaba en cuestionamiento. En ese caso, era necesaria una nueva explicación de la burocracia estalinista. Una manera de encarar esta tarea era preguntarse cuál era la naturaleza de clase de los países de Europa oriental tomados por Stalin, los cuales pronto fueron remodelados a la manera de réplicas casi exactas de la propia Unión Soviética.

La Cuarta Internacional adoptó en su totalidad la perspectiva de Trotski de que la Unión Soviética era un Estado obrero, un Estado obrero degenerado, un Estado obrero deformado por la burocracia gobernante. Si Polonia, Checoslovaquia, Hungría y los otros países tenían el mismo carácter que la Unión Soviética, ¿esto no significaba que Stalin había llevado a cabo una revolución en Europa oriental? Y por consiguiente, ¿acaso no debería ser considerado un revolucionario en lugar de un contrarrevolucionario? Pero nada de esto era así.

Al principio el liderazgo de la Cuarta Internacional resolvió la contradicción muy simplemente: a pesar de las similitudes entre ellos, los países del Bloque oriental todavía eran países capitalistas, mientras que la Unión Soviética era un Estado obrero.

Ernest Mandel —uno de sus líderes más notorios— declaró en septiembre de 1946 que “todas las Democracias Populares” eran países capitalistas. Por esto, el estalinismo no había llevado a cabo una revolución en Europa oriental, sino una contrarrevolución. Cito solo lo que él escribió sobre Yugoslavia y Albania: “En estos dos países, la burocracia soviética no tenía que impulsar ninguna actividad contrarrevolucionaria consistente; los estalinistas nativos lo hicieron por ella”. En ambos países el estalinismo había construido “un nuevo aparato estatal burgués”.20

Durante dos largos años la Cuarta Internacional continuó con la misma línea respecto a Europa oriental. La resolución de su Segundo Congreso Mundial, de abril de 1948, dice sobre la naturaleza de clase de las “Democracias Populares” que “estos países conservan una estructura básicamente capitalista… Así, mientras mantiene una estructura y un funcionamiento burgués, el Estado en los “países tapón” presenta al mismo tiempo formas extremas de bonapartismo”. Y continúa, “Las Democracias Populares son países capitalistas con expresiones extremas de bonapartismo”, “dictaduras policíacas”, etc.

Como la destrucción del capitalismo sólo puede llevarse a cabo por la “acción revolucionaria de las masas”, lo que todavía no era un hecho en estos países porque una revolución exige la destrucción violenta de la maquinaria estatal burocrática, uno no podía defender a ninguno de estos Estados y tenía que observar el más “estricto derrotismo revolucionario”.21

Dos meses después, cuando Tito rompió con Stalin, la Cuarta Internacional dio un salto mortal: Yugoslavia no era ya un país capitalista bajo una dictadura policiaco-bonapartista, sino un auténtico Estado obrero. El 1 de julio de 1948 el Secretariado de la Cuarta Internacional emitió una “Carta abierta al Partido Comunista de Yugoslavia” donde decía: “Ustedes tienen en sus manos un enorme poder si perseveran en el camino de la revolución socialista”. Saludaba “la promesa de resistencia victoriosa para el partido obrero revolucionario en contra de la maquinaria del Kremlin”. Y al final, deseaba “Larga vida a la Revolución Socialista Yugoslava”.22

Esto expresaba un análisis tan superficial como el de la primera posición adoptada, e ignoraba la jactancia de Tito en el V Congreso del Partido Comunista de Yugoslavia de 1948, sobre que ellos habían sabido atrapar a los “trotskista-fascistas”, llevándoles ante los Tribunales Populares y haciéndoles pagar con la pena máxima.23

Con golpes de timón como estos tomados tan fácilmente, Michel Pablo, secretario general de la Cuarta Internacional, llevó a un extremo la nueva línea de que el Bloque oriental estaba formado por Estados obreros. En 1949 habló sobre “siglos de Estados obreros degenerados”.24 En abril de 1954 escribió que, “Atrapada entre la amenaza imperialista y la revolución mundial, la burocracia soviética se alineó con la revolución mundial”.25 Además, la burocracia soviética estaba llevando a cabo, y lo continuaría haciendo, la desburocratización y la “total y real liberalización del régimen”.26 Si iban a haber “siglos de Estados obreros degenerados”, ¿cuál sería el papel del trotskismo y de la revolución de los trabajadores?

Todavía más allá que Pablo en bautizar diferentes países como Estados obreros, estaba el trotskista argentino Julián Posadas, líder de otra versión de la Cuarta Internacional. Además de los países de Europa oriental, Cuba, China, Vietnam del Norte, Corea del Norte y Mongolia, Posadas descubrió un número mayor de países donde existían Estados obreros. Él declaró que:

…la Internacional debe seguir de cerca la evolución de una serie de países de África [y] Asia que están desarrollando Estados obreros, como Siria, Egipto, Irak, Malí, Guinea, Congo Brazaville, etc., para determinar cuando hayan pasado a ser efectivamente Estados obreros.27

Perversamente, Posadas esperaba con entusiasmo una guerra atómica mundial. Llamó a la Unión Soviética a atacar con armas nucleares a los Estados Unidos. En una “Conferencia Extraordinaria” de su Cuarta Internacional, declaraba en 1962:

…la guerra atómica es inevitable. Quizás destruya a la mitad de la humanidad; así como a inmensas riquezas humanas. […] La guerra atómica va a provocar un verdadero infierno en la tierra. Pero no impedirá el comunismo. El comunismo no es una necesidad surgida fruto de la producción material de mercancías, sino que está en la conciencia de los seres humanos. Cuando la humanidad reacciona y trabaja en forma comunista, no hay ninguna bomba atómica capaz de hacer retroceder lo que la conciencia humana ha adquirido y aprendido…

La historia, en su forma violenta, espasmódica, está demostrando que al capitalismo le queda poco tiempo. Muy poco tiempo. Nosotros podemos decir de una manera completamente consciente y certera que si los Estados obreros cumplen con su deber histórico de ayudar a las revoluciones anticoloniales, al capitalismo no le quedan diez años de vida. […] Y si los Estados obreros se lanzan a apoyar con todas sus fuerzas a las revoluciones anticoloniales, al capitalismo no le quedan cinco años de vida… y la guerra atómica durará muy poco tiempo.28

¡Media humanidad será eliminada! Pero eso no importa: ¡la victoria del comunismo está asegurada!

Estamos preparándonos para una fase, antes de la guerra atómica, en que lucharemos por el poder, durante la guerra atómica lucharemos por el poder y tomaremos el poder, e inmediatamente después de la guerra atómica estaremos en el poder… la guerra atómica determinará la revolución simultánea en el mundo entero… La simultaneidad no significa el mismo día y la misma hora. Los grandes eventos históricos no deben ser medidos por horas o días, sino por períodos… La clase trabajadora se tendrá que mantener a sí misma, e inmediatamente tendrá que buscar cohesión y centralización…

Después que la destrucción comience, las masas van a emerger en todos los países en poco tiempo, en unas horas. El capitalismo no podrá defenderse en una guerra atómica excepto ocultándose en cuevas e intentando destruir todo lo que pueda. Las masas, por el contrario, van a salir, tendrán que salir, porque será la única manera de sobrevivir, derrotando al enemigo… El aparato del capitalismo, la policía, el ejército, no podrán resistirse… Será necesario organizar el poder de los trabajadores inmediatamente…29

Según esta lógica, si una bomba nuclear cayera en Londres, los restos de la clase trabajadora, paralizados por el miedo y la impotencia, ¡tomarían el poder! ¡Así el marxismo se convierte de doctrina en talismán! ¡De los Estados obreros en que los obreros no tienen el poder, a una revolución obrera como resultado de la destrucción atómica de los trabajadores! Qué retroceso ideológico.

¿Qué hay sobre la segunda predicción de Trotski respecto al destino del capitalismo mundial? Frente al desarrollo del más grandioso boom económico en la historia del capitalismo, la conferencia de la Cuarta Internacional de abril de 1946 declaraba:

…no hay razón alguna para considerar que estamos presenciando una nueva época de estabilización y desarrollo capitalista… La guerra ha agravado la desorganización de la economía capitalista y ha destruido las últimas posibilidades de un equilibrio relativamente estable en las relaciones sociales y en las relaciones internacionales.30

Además:

El renacimiento de la actividad económica en los países capitalistas debilitados por la guerra, y en particular los países de Europa continental, se caracterizará por un ritmo especialmente lento que mantendrá sus economías en niveles que orillarán el estancamiento y la decadencia.31

Se admitía que “la economía norteamericana pronto experimentará un boom relativo… “, pero este boom sería de corta vida: “Estados Unidos se dirigirá entonces hacia una nueva crisis económica más profunda y extensa que la de 1929-33, con repercusiones devastadoras en la economía mundial”. Las perspectivas para el capitalismo británico eran de “un largo período de graves dificultades económicas, convulsiones, y crisis parciales y generales”.

¿Cuál era la situación de los trabajadores a lo ancho del mundo? “El proletariado continúa trabajando en peores condiciones de vida que las existentes antes de la guerra”.32 Una creciente ola revolucionaria era inevitable bajo estas condiciones, debido a que:

…la resistencia del proletariado exige una mejora en las condiciones de vida, una mejora que es incompatible con la posibilidad de relanzar al capitalismo.

Si bien la guerra no generó inmediatamente en Europa un avance revolucionario del alcance y del ritmo que nosotros anticipamos, es innegable no obstante que destruyó el equilibrio capitalista a escala mundial, al mismo tiempo de abrir un largo período revolucionario…33

El estancamiento del capitalismo mundial y el desempleo masivo generaría una situación revolucionaria general:

Lo que ahora enfrentamos es una crisis mundial que transciende a todo lo conocido en el pasado, y el desarrollo de un avance revolucionario a escala mundial que seguramente en tiempos diferentes en distintas partes del mundo, ejercerá una incesante influencia recíproca de un lugar a otro, y al mismo tiempo determinará una extensa perspectiva revolucionaria.34

En 1946 la Cuarta Internacional predecía que la ola revolucionaria sería mucho más amplia que la que siguió a la Primera Guerra Mundial:

Luego de la Primera Guerra Mundial, la gráfica de la lucha revolucionaria se caracterizó por un lento comienzo y un crecimiento precipitado que encontró su máximo en la primavera de 1919 y fue seguido por un marcado y continuo declive, sólo interrumpido por nuevos y breves picos en 1923.

Ahora la gráfica de la lucha revolucionaria comienza con un lento y tímido crecimiento, interrumpido por muchas oscilaciones o declives parciales, pero donde la tendencia general es ascendente. La importancia de este hecho es obvia. Mientras luego de la Primera Guerra Mundial el movimiento sufrió desde el inicio la carga de las derrotas, sobre todo en Alemania, el movimiento presente, al contrario, padece el hecho de que en ningún momento todavía ha podido poner en el campo de batalla todas las fuerzas del proletariado. Por consiguiente, las derrotas son transitorias y relativas en su importancia, no arriesgando los desarrollos sucesivos de los eventos, y pueden neutralizarse mediante el pasaje de la lucha a estadios más avanzados.35

La otra alternativa a enfrentar, era que si la ola revolucionaria no llevaba a la victoria de los trabajadores, en muy corto tiempo la democracia burguesa sería reemplazada por nuevos regímenes fascistas:

Desde el momento en que… las condiciones económicas y sociales amenacen la existencia de su sistema, la gran burguesía contestará cada acción de las masas proletarias con más y más grandes contribuciones financieras a los “líderes” neofascistas. La sola dificultad promoverá esta opción; y si estudiamos atentamente la situación política de varios países europeos, encontraremos en la escena política, no una, sino varias figuras que son potenciales Doriots, Mussolinis y Degrelles de mañana. En este sentido el peligro del fascismo existe ya en el continente entero.36

En 1947 Mandel escribía un artículo donde sacaba estas conclusiones:

…las siguientes [son] características del ciclo productivo bajo la decadencia capitalista:

(a) Las crisis son más largas, más violentas, y llevan a un estancamiento más duradero que el período de expansión y prosperidad. El capitalismo ascendente presentaba una larga prosperidad, interrumpida por interludios breves de crisis. El capitalismo decadente se presenta como una larga crisis interrumpida por crecimientos más y más inestables y reducidos.

(b) El mercado mundial deja de expandirse globalmente. No hay más boom de escala mundial. El fraccionamiento del mercado mundial o la destrucción violenta de un competidor solo permite el desarrollo de febriles booms en ciertos países capitalistas.

(c) No hay desarrollo del conjunto de las fuerzas productivas a escala nacional. Incluso durante el período de “prosperidad” ciertas ramas sólo se desarrollan a expensas de otras. Los avances tecnológicos no son importantes o sólo son parcialmente incorporados en la producción.

(d) No hay ninguna mejora general en el nivel de vida de los trabajadores industriales de una expansión a otra. Esto no excluye naturalmente una “mejora” relativa entre la crisis y la expansión, o una mejora relativa de la posición de los desempleados o los campesinos, etc., transformados en trabajadores industriales durante la “expansión”.37

¡Un mundo imaginario!

Alguien que lee hoy por primera vez las anteriores afirmaciones de Mandel, Pablo, Posadas y de la Cuarta Internacional, puede asustarse al observar las ilusiones que construyeron sobre la realidad que vivían. No hay nadie tan ciego como aquel que no quiere ver. Los principales miembros del movimiento trotskista hicieron enormes esfuerzos para no ver la realidad. En una mirada retrospectiva uno no puede más que sorprenderse. Pero para entender la negativa de los líderes trotskistas a enfrentar la realidad, se debe tomar en cuenta cuánto dolor les provocó esa realidad, al destrozar las enormes esperanzas que tenían. El movimiento trotskista actuó como lo hacían las sectas cristianas en los siglos XVI y XVII que se aferraban a las viejas ideas de la época medieval, cuando ese mundo estaba desintegrándose y el nuevo capitalismo empezaba a establecerse. La quema de brujas era un acto irracional, pero puede explicarse racionalmente.

Sin embargo, aunque uno entienda los motivos detrás de su actitud, no puede justificarse. Para los marxistas la primer regla es que si uno quiere cambiar la realidad, debe entenderla. El desorden en las filas del movimiento trotskista, los zigzags, las divisiones, fueron un producto inevitable de no comprender la situación real en que se encontraba la clase trabajadora.

Ellos estaban intentando trazar el rumbo con un mapa que estaba desesperadamente fuera de fecha. Fue así que el trotskismo entró en un callejón sin salida. La crisis general del movimiento demandaba una revaloración radical de las perspectivas de la humanidad.

Preservando la esencia del trotskismo, mientras nos desviamos de seguir al pie de la letra las palabras de Trotski

Los pocos compañeros que empezamos la corriente socialismo internacional no intentamos usar al marxismo como sustituto de la realidad, sino al contrario, deseábamos que sirviera como arma para dominar esta realidad.

En los años 1946-48 tuvimos que luchar con preguntas muy difíciles. Teníamos la certeza de estar continuando una tradición —que seguía a Marx, Lenin y Trotski— pero también que debíamos enfrentar nuevas situaciones. Era una continuación y un nuevo comienzo. La firmeza intelectual no implica el dogmatismo; explicar una realidad cambiante no podía implicar vaguedad. Nuestra crítica del trotskismo ortodoxo se concibió como un retorno al marxismo clásico.

En la discusión que sigue a continuación veremos cómo evolucionaron tres teorías que respondían a los eventos ocurridos poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial —las teorías del capitalismo de Estado, de la economía armamentista permanente y de la revolución permanente desviada. Las tres áreas que éstas se repartieron —la Unión Soviética y Europa oriental, los países capitalistas avanzados, y el Tercer Mundo— cubrieron el globo entero.

Aquí cada pregunta se tratará inicialmente por separado. Sólo más tarde será posible encontrar sus interconexiones y así explicar el modelo total de desarrollo. Sólo estando parados en la cima de una montaña y mirando hacia abajo, uno puede ver cómo convergen los diferentes caminos.

El capitalismo de Estado

¿Por qué sobrevivía el régimen estalinista?

¿Cuál era la naturaleza de las “Democracias Populares” de Europa oriental? ¿Qué decía sobre la naturaleza del régimen estalinista su creación? La teoría del capitalismo de Estado fue desarrollada intentando contestar a estas preguntas.

El primer documento en que definí a la Unión Soviética como capitalista de estado fue un largo escrito de 142 páginas, redactado en 1948 y titulado “La naturaleza de clase de la Rusia estalinista”. Sin embargo, para entender el génesis de la teoría es útil considerar a las “Democracias Populares”, esos países invadidos por el ejército ruso al final de la Segunda Guerra Mundial. Napoleón dijo, “Une armée dehors c’est l’état qui voyage” (Un ejército en el extranjero es el Estado en viaje), y esta máxima se aplica muy bien a lugares como Polonia y Hungría, cuyos gobiernos no eran más que extensiones del Estado ruso. Por esto, el estudio de los mismos daba una imagen del régimen de la “madre patria”.

En 1950 se publicó “La naturaleza de clase de las Democracias Populares”. Su punto de partida era que si los Estados de Europa oriental eran realmente Estados obreros, debería haber tenido lugar allí una revolución social; y recíprocamente, si no había ocurrido allí una revolución social, entonces la naturaleza de los Estados de Europa oriental debía ser reevaluada.

La discusión se desarrolló alrededor de la teoría del Estado de Marx y Lenin. Marx frecuentemente repitió la idea de que la supremacía política de la clase trabajadora es un requisito previo para su supremacía económica. Los trabajadores no pueden poseer los medios de producción colectivamente —esto es, volverse la clase económicamente dominante— a menos que el Estado que posea y controle los medios de producción esté en sus manos; en otras palabras, a menos que la clase trabajadora conquiste el poder político.

A este respecto, la clase trabajadora es fundamentalmente diferente de la burguesía. Esta última tiene la propiedad sobre la riqueza; por consiguiente, no importa la forma de gobierno, si la burguesía no es expropiada, no dejará de ser la clase dominante. Un capitalista puede poseer su propiedad en una monarquía feudal, en una república burguesa, en una dictadura fascista, en una dictadura militar, bajo Robespierre, Hitler, Churchill o Attlee. Por el contrario, los trabajadores están separados de los medios de producción y es este hecho el que los vuelve esclavos de un salario. Si surge una situación en que el Estado es quien concentra los medios de producción, pero este se halla totalmente separado de la clase trabajadora, ella no será la clase dominante.38

El Manifiesto Comunista afirma que:

…el primer paso de la clase trabajadora en la revolución es elevar al proletariado a la posición de clase dominante, ganar la batalla por la democracia.

El proletariado usará su supremacía política para arrebatar gradualmente todo el capital a la burguesía, centralizando todos los instrumentos de producción en manos del Estado, esto es, del proletariado organizado como clase dominante…39

La revolución de los trabajadores es la victoria en “la batalla por la democracia”. El Estado obrero es “el proletariado organizado como clase dominante”. ¿Cómo puede una “revolución social estalinista” ser impuesta enteramente desde fuera por los tanques del Ejército Rojo, sin cuestionar la concepción marxista del papel de la conciencia de la clase trabajadora en la revolución?

Marx repitió centenares de veces que la revolución de los trabajadores sería la acción consciente de la propia clase trabajadora. Por esto, si nosotros aceptamos que las “Democracias Populares” eran Estados obreros, la afirmación de Marx y Engels de que la revolución socialista es “la historia consciente de sí misma” estaría refutada.

Lo mismo ocurriría con la siguiente afirmación de Engels:

Sólo desde este punto en adelante [la revolución socialista], los hombres, con plena conciencia, harán su propia historia; sólo desde este momento las causas sociales que los hombres han puesto en movimiento tendrán, en forma dominante, creciente y constante, los efectos buscados por los hombres. Esto significará para la humanidad el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad.40

Y también estaría equivocada Rosa Luxemburg, cuando al referirse al lugar de la conciencia de la clase trabajadora en la revolución, escribía:

En todas las luchas de clases del pasado, se imponían los intereses de las minorías, y para usar las palabras de Marx, “todo el desarrollo tuvo lugar en contra de las grandes masas de la población”. Una de las condiciones esenciales para esto, era la ignorancia de estas masas respecto a los objetivos reales de la lucha, su alcance material, y sus límites. Esta diferencia fue, de hecho, la base histórica específica del “papel principal” de la burguesía “ilustrada”, y del rol que correspondió a las masas como sus dóciles seguidores. Pero, Marx escribió ya en 1845, “cuando la acción histórica se profundiza, el número de masas implicadas en ella debe aumentar”. La lucha de clase del proletariado depende de la más “profunda” de todas las acciones históricas hasta nuestros días, implica hasta la más baja de todas las capas de la población y, desde el momento en que la sociedad se dividió en clases, es el primer movimiento que está de acuerdo con los intereses reales de las masas. Por esto la claridad de las masas respecto a sus tareas y los métodos son una condición histórica indispensable para la acción socialista, así como en los períodos anteriores la ignorancia de las masas era la condición para la acción de la clase dominante.41

Pablo y Mandel buscaron una manera de rodear este problema hablando del camino “bismarckiano de desarrollo de la revolución proletaria”, trazando una comparación con la manera en que el capitalismo alemán creció bajo la dirección política del Canciller del Kaiser y del grupo de viejos terratenientes, los junkers. Estos trotskistas esperaban demostrar que la revolución social de la clase trabajadora podía ser llevada adelante sin la acción revolucionaria de los trabajadores, fruto del “propio impulso” de una burocracia estatal. Esta idea, si bien era concebible, llevaba a las conclusiones más absurdas.

Es verdad que la burguesía tomó el poder de muchas y variadas formas. Hubo sólo un caso puro en que ella de hecho llevó hasta el final la lucha revolucionaria en contra del feudalismo —este era el de Francia después de 1789. En el caso de Inglaterra la burguesía logró compromisos con los terratenientes feudales. En Alemania, Italia, Polonia, Rusia, China y Sudamérica logró hacerse del poder sin una lucha revolucionaria. En Norteamérica, la inexistencia casi completa de remanentes feudales permitió a la burguesía evitar una lucha revolucionaria antifeudal.

El camino “bismarckiano” no era una excepción para la burguesía, sino casi la regla. Francia era la excepción. Si la revolución de la clase trabajadora no necesariamente debía concretarse a través de la actividad de los propios trabajadores, sino que podía hacerlo fruto de la actividad de una burocracia estatal, la Revolución rusa habría sido indudablemente la excepción, mientras que el camino “bismarckiano” sería la regla. La conclusión era entonces —para los trotskistas— que no era necesaria una dirección revolucionaria independiente.

Pero, el ascenso de la burguesía fue posible mediante la movilización de las masas y su posterior engaño: es el caso de los sans-culottes franceses o de los soldados de Bismarck. Si una revolución de la clase trabajadora puede concretarse de esta forma, la “ley de la menor resistencia” determinaría que la historia escogiera el camino de la revolución llevada adelante por pequeñas minorías que engañan a las mayorías.42

Mi trabajo “La naturaleza de clase de las Democracias Populares” finalizaba señalando que aunque los miembros de la Cuarta Internacional repetían los conceptos básicos del marxismo —de que la liberación de la clase trabajadora sólo puede ser obra de la propia clase trabajadora, y de que los trabajadores no pueden utilizar el aparato estatal burgués, sino que deben aplastarlo y establecer un nuevo Estado basado en una democracia de los trabajadores (los soviets, etc.)— persistieron en llamar Estados obreros a las “Democracias Populares”.

La razón para esto radicaba en concebir a la Unión Soviética como un Estado obrero degenerado. Para ellos la Unión Soviética era un Estado de este tipo, aunque los trabajadores estuvieran separados de los medios de producción, ni que decir del control de la economía, y estuvieran sometidos a la maquinaria estatal más monstruosamente burocrática y militarista.

No había razón entonces que impidiera el surgimiento de nuevos Estados obreros, sin la actividad consciente e independiente de la clase trabajadora, y sin la destrucción de los aparatos estatales burocráticos y militaristas. Bastaba con que la burocracia fuera capaz de expropiar a la burguesía, mientras mantenía “en su lugar” a los trabajadores, para que la transición del capitalismo a un Estado obrero se consumara.

La teoría marxista-leninista de la revolución había sido puesta cabeza abajo hasta considerar a las “Democracias Populares” como un tipo de Estado obrero. ¿Cuál era entonces la naturaleza de los propios Estados obreros?43

El punto de partida para el análisis de este problema fue el examen crítico de la caracterización realizada por Trotski de la Unión Soviética como un Estado obrero degenerado. ¿Puede un Estado que no está bajo el control de los trabajadores ser un Estado obrero?

En los trabajos de Trotski encontramos dos definiciones diferentes y bastante contradictorias de Estado obrero.

Según una de ellas, el criterio para definir un Estado obrero es si la clase trabajadora tiene control directo o indirecto, no importa con cuantas restricciones, sobre el poder estatal: es decir, si la clase trabajadora puede librarse de la burocracia a través de reformas, sin la necesidad de una revolución. En 1931 escribió:

El reconocimiento del actual Estado soviético como un Estado obrero no sólo significa que la burguesía no puede conquistar el poder por otro camino que no sea el levantamiento armado, sino también que el proletariado de la URSS no ha perdido la posibilidad de someter a la burocracia, revivir nuevamente al partido y transformar el régimen de dictadura, sin una nueva revolución, con los métodos y por el camino de la reforma.44

Trotski expresó esta idea aun más claramente en una carta, probablemente escrita a fines de 1928, donde respondía a la pregunta, “¿La degeneración del aparato y del poder soviético es un hecho?”.

No hay ninguna duda de que la degeneración del aparato soviético se adelanta considerablemente con respecto al mismo proceso en el aparato del partido. No obstante, es el partido el que decide. Aunque, en la actualidad, esto significa el aparato del partido. La pregunta se reduce a lo siguiente: ¿el núcleo proletario del partido, ayudado por la clase trabajadora, es capaz de triunfar sobre la autocracia del aparato del partido, que está fundida con el aparato estatal? Quien quiera responder de antemano que no es capaz de hacerlo, habla por lo tanto no solo de la necesidad de fundar un nuevo partido, sino también de la necesidad de una segunda y nueva revolución proletaria.45

Y más adelante en la misma carta, Trotski dice:

Si el partido es un cadáver, un nuevo partido debe construirse y esto debe decirse abiertamente a la clase trabajadora. Si termidor [el movimiento reaccionario durante la Revolución francesa que detuvo y puso marcha atrás al proceso revolucionario] se completa, y la dictadura del proletariado se liquida, el estandarte de la segunda revolución proletaria debe desplegarse. Así es como actuaríamos nosotros si el camino de la reforma que hoy sostenemos, se demostrara equivocado.46

La otra definición de Trotski expresa un criterio fundamentalmente diferente. No importa cual sea la independencia del aparato estatal respecto de las masas, e incluso si la única manera de deshacerse de la burocracia es la revolución. Mientras los medios de producción pertenecen al Estado, el Estado permanece como un Estado obrero con el proletariado como clase dominante.

Tres conclusiones pueden ser deducidas de lo anterior:

(a) La segunda definición de Trotski del Estado obrero, niega la primera.

(b) Si la segunda definición es correcta, el Manifiesto Comunista estaba equivocado al decir que “el primer paso de la clase trabajadora en la revolución es elevar al proletariado a la posición de clase dominante”. Además, en este caso, ni la Comuna de Paris ni el gobierno bolchevique eran Estado obreros, porque el primero no estatizó los medios de producción y el segundo no lo hizo durante un período.

(c) Si el Estado concentra los medios de producción y los trabajadores no lo controlan, ellos no poseen los medios de producción —esto es, ellos no son la clase dominante. La primera definición admite esto; la segunda lo evita pero no lo refuta.

La definición de la URSS como Estado obrero y la teoría marxista del Estado

La consideración de que la Unión Soviética era un Estado obrero degenerado, llevaba inevitablemente a conclusiones directamente contradictorias con la teoría marxista del Estado. Así lo demuestra un análisis de lo que Trotski llamó revolución política y contrarrevolución social.

Durante las revoluciones políticas burguesas, por ejemplo las revoluciones francesas de 1830 y 1848, la forma de gobierno cambió en mayor o menor medida, pero el tipo de Estado se mantuvo independiente a las personas y sirviendo a la clase capitalista.

Pero hay una conexión necesariamente mucho más íntima entre el contenido y la forma en el Estado obrero, que en cualquier otro tipo de Estado. Por esto, aun cuando asumimos que esas revoluciones políticas puedan tener lugar en un Estado obrero, una cosa es clara —el mismo aparato del Estado obrero debe continuar existiendo luego de la revolución política de los trabajadores, como antes.

Si la Unión Soviética efectivamente era un Estado obrero, y el partido de los trabajadores llevaba adelante entonces una revolución política, podría y debería usar el aparato estatal existente para hacerlo. Por otro lado, para restaurar su poder, la antigua burguesía no podría usar la maquinaria estatal existente, sino que se vería obligada a aplastarla y construir otra sobre sus ruinas.

¿Eran éstas las condiciones existentes en la Unión Soviética?

Trotski evitó parcialmente aplicar las lecciones de la teoría marxista del Estado, diciendo que el partido revolucionario empezaría por la restauración de la democracia en los sindicatos y en los soviets.47 Pero ya no habían realmente ni sindicatos ni soviets en la Unión Soviética, en donde la democracia pudiera restaurarse. El Estado obrero no se restablecería reformando la maquinaria estatal estalinista, sino quebrándola y construyendo una nueva.

Si la clase trabajadora tenía que aplastar la maquinaria estatal existente para tomar el poder, entonces la burguesía podría usarla y la Unión Soviética no era un Estado obrero. Creer que la clase trabajadora y la burguesía podían utilizar la misma maquinaria estatal como instrumento de su supremacía, era sinónimo de refutar el contenido revolucionario de la teoría del Estado expresada por Marx, Engels, Lenin y el propio Trotski.

La forma de propiedad considerada independientemente de las relaciones de producción: una abstracción metafísica

Una característica de la Unión Soviética que Trotski señaló con el fin de probar que era un Estado obrero —aunque degenerado— era la ausencia de propiedad privada a gran escala y la predominancia de la propiedad estatal. Sin embargo, es un axioma del marxismo que la consideración de la propiedad privada independientemente de las relaciones de producción, implica crear una abstracción suprahistórica.

La historia de la humanidad conoció la propiedad privada en el sistema esclavista, el sistema feudal y el sistema capitalista, todos los cuales son fundamentalmente diferentes entre sí. Marx ridiculizó el planteo de Proudhon de definir a la propiedad privada independientemente de las relaciones de producción:

En cada época histórica, la propiedad se ha desarrollado en forma diferente y bajo tipos de relaciones sociales totalmente diferentes. Por esto, definir la propiedad burguesa exige presentar al conjunto de las relaciones sociales de producción burguesas. Tratar de dar una definición de propiedad como una relación independiente, una categoría aparte —una idea abstracta eterna — no puede ser más que una ilusión de la metafísica o la jurisprudencia.48

El capitalismo como sistema es la suma total de las relaciones de producción. Todas las categorías que expresan las relaciones entre las personas en el proceso de producción capitalista —valor, precio, salario, etc.— constituyen una parte integral del mismo. Fueron las leyes de movimiento del sistema capitalista las que definieron el carácter de la propiedad privada capitalista y su contexto histórico, y la diferenciaron de otros tipos de propiedad privada. Proudhon aisló la forma de propiedad de las relaciones de producción, “enredó la totalidad de estas relaciones económicas [las relaciones capitalistas de producción] con la concepción jurídica general de la “propiedad”.” Por esto, “Proudhon no pudo ir más allá de la respuesta que Brissot dio en un trabajo similar ya antes de 1789, en estas palabras: «la propiedad es un robo».”49

La propiedad privada puede tener distinto carácter histórico, pudiendo ser la fortaleza de unas clases u otras, como era muy claro para Marx. Lo mismo se puede aplicar a la propiedad estatal, aunque no parezca tan evidente. Esto es así, principalmente, porque la historia fue testigo de la lucha de clases teniendo por base a la propiedad privada. Casos de diferenciación de clases no basados en la propiedad privada no son ni muy numerosos ni muy conocidos. Sin embargo han existido.

Como ejemplo tomemos a la Iglesia católica en la Edad Media. La Iglesia tenía enormes extensiones de tierra, en las cuales trabajaban cientos de miles de campesinos. Las relaciones entre la Iglesia y los campesinos eran las mismas relaciones feudales que las existentes entre los señores y los campesinos. La Iglesia como tal era feudal. Al mismo tiempo ninguno de los obispos, cardenales, etc. tenía derechos individuales sobre la propiedad feudal. Eran las relaciones de producción las que definían el carácter de clase —feudal— de la propiedad de la Iglesia, a pesar de que no era privada.

La burocracia soviética —¿un gendarme que interviene en el proceso de distribución?

Otro elemento de la teoría de Trotski sobre la URSS como un Estado obrero degenerado, era que el régimen estalinista no constituyó una nueva clase dominante. En lugar de esto, tenía el papel de una burocracia. Él creía que esto ocurría porque en la Unión Soviética la escasez de productos obligaba a los consumidores a hacer colas y la función de la burocracia sería la del gendarme que controlaba dichas colas.

¿Esto era así? ¿La función de la burocracia se limitaba al proceso de distribución o también estaba implicada en todo el proceso productivo, del cual lo primero era solo una parte subordinada? El tema es de enorme importancia teórica.

Antes de intentar responder a estas preguntas, examinemos el pensamiento de Marx acerca de la conexión entre relaciones de producción y de distribución. Él escribió que:

Para el individuo la distribución se presenta como legalmente establecida por la sociedad, determinando su posición en la esfera de la producción… y por lo tanto ella precede a la propia producción. En el comienzo el individuo no tiene capital ni es propietario de tierras. Desde su nacimiento es asignado al trabajo asalariado por las fuerzas sociales de distribución. Pero esta misma condición de ser asignado al trabajo asalariado es el resultado de la existencia del capital y la propiedad de la tierra como agentes independientes de producción.

Desde el punto de vista de la sociedad como un todo, la distribución parece anteceder y determinar la producción también de otra manera, como un hecho pre-económico… Un pueblo conquistador divide la tierra conquistada entre los suyos, estableciendo entonces una cierta división en la forma de propiedad de la tierra y determinando el carácter de la producción; o convierte al pueblo conquistado en esclavos, haciendo del trabajo esclavo la base de la producción. O una nación mediante la revolución divide las grandes propiedades en pequeñas parcelas de tierra y mediante esta nueva distribución otorga a la producción un nuevo carácter. O la legislación perpetúa la propiedad de la tierra de las grandes familias, o distribuye el trabajo como un privilegio hereditario y lo vincula a castas. En todos estos casos, todos ellos históricos, no es la distribución la que parece ser organizada y determinada por la producción, sino la producción por la distribución.

Para la concepción más superficial de la distribución, esta última aparece como la distribución de productos y hasta este punto como una forma extendida y casi independiente de producción. Pero la distribución antes de significar distribución de productos, es primero distribución de los medios de producción, y segundo, lo que es prácticamente otra forma de decir lo mismo, es una distribución de los miembros de la sociedad entre los varios tipos de producción (el sometimiento de los individuos a ciertas condiciones de producción). La distribución de productos es evidentemente un resultado de esta distribución que está limitada al proceso de producción y determina la propia organización de éste último.50

Lo esencial de este extracto de Marx se repite de tiempo en tiempo a lo largo de sus trabajos, y es suficiente como punto de partida para el análisis del lugar de la burocracia estalinista en la economía.

¿La burocracia sólo administraba la distribución de medios de consumo entre las personas, o también administraba la distribución de las personas en el proceso productivo? ¿La burocracia sólo ejercía el monopolio sobre el control de la distribución, o también sobre el control de los medios de producción? ¿Sólo racionalizó los medios de consumo o también distribuyó los tiempos de trabajo totales de la sociedad entre acumulación y consumo, entre la producción de medios de producción y la de medios de consumo? ¿Las relaciones de producción que prevalecían en la Unión Soviética no determinaban las relaciones de distribución que eran una parte de ellas? Estas preguntas se responden mirando la realidad histórica concreta.

La URSS estalinista se vuelve un Estado capitalista

El análisis del capitalismo realizado por Marx, involucra una teoría de las relaciones entre explotadores y explotados, y de los explotadores entre sí. Los dos rasgos principales del modo de producción capitalista son la separación de los trabajadores de los medios de producción, transformándose la fuerza de trabajo en una mercancía que los trabajadores deben vender para vivir, y la reinversión de la plusvalía —la acumulación de capital— a la que están forzados los capitalistas individuales fruto de la lucha competitiva entre ellos.

Ambos rasgos caracterizaron a la Unión Soviética durante el primer Plan Quinquenal (1928-32). La colectivización de la agricultura en aquellos años fue análoga a la expropiación del campesinado inglés —el cercamiento de los campos que Marx analizó en el capítulo “La acumulación primitiva de capital” de El Capital. En ambos casos los productores directos fueron privados de la tierra y por consiguiente fueron obligados a vender su fuerza de trabajo. ¿Pero la economía soviética estaba obligada a acumular capital? Sobre esto escribí lo siguiente:

El Estado estalinista está en la misma posición respecto al tiempo de trabajo total de la sociedad rusa, que lo está un dueño de fábrica respecto al trabajo de sus empleados. En otros términos, la división del trabajo se planifica. ¿Pero qué es lo que determina realmente la división del tiempo de trabajo total de la sociedad rusa? Si la Unión Soviética no tuviera que competir con otros países, esta división sería completamente arbitraria. Pero como sí lo tiene que hacer, las decisiones de Stalin están basadas en factores fuera de su control, a saber: la economía mundial y la competencia mundial. Desde este punto de vista, el Estado ruso está en una posición similar a la del dueño de una empresa capitalista que compite con otras empresas.

La tasa de explotación, —es decir, la relación entre la plusvalía y los salarios (P/V)— no depende de la voluntad arbitraria del gobierno estalinista, sino que está dictada por el capitalismo mundial. Lo mismo se aplica a los adelantos técnicos o, lo que es prácticamente una frase prácticamente equivalente en la terminología marxista, a la relación entre capital constante y capital variable, es decir, entre maquinaria, edificios, materiales, etc., de un lado, y salarios por otro (C/V). Lo mismo, por consiguiente, se aplica a la división del tiempo total de trabajo de la sociedad rusa entre la producción de medios de producción y de medios de consumo. De aquí que, cuando se contempla a Rusia en el marco de la economía internacional, las características básicas del capitalismo pueden ser observadas: “la anarquía en la división social del trabajo y el despotismo en el taller, son condiciones tanto en una como en la otra”.51

Fue durante el primer Plan Quinquenal en que el modo de producción en la URSS se volvió capitalista. Por primera vez la burocracia buscó crear rápidamente una clase trabajadora y acumular capital. En otros términos, buscó completar la misión histórica de la burguesía tan rápidamente como le fuera posible. Una rápida acumulación de capital sobre la base de un bajo nivel de producción, de un pequeño ingreso nacional per cápita, reduciendo drásticamente el consumo de las masas y su nivel de vida. Bajo tales condiciones, la burocracia se transformó en la personificación del capital, para quien, la acumulación de este es el principio y la finalidad de todo, eliminando todos los remanentes del control obrero. Tuvo que sustituir la convicción en el proceso de trabajo por la coerción para someter a la clase trabajadora, y constreñir toda la vida social y política dentro de un molde autoritario.

Era obvio que la burocracia, en el proceso de acumular capital y someter a los trabajadores, no tardaría en hacer uso de su supremacía social en las relaciones de producción, para obtener ventajas para sí misma en las relaciones de distribución. Así fue que la industrialización y la revolución técnica en la agricultura (“colectivización”) en un país dirigido bajo las condiciones de un estado de sitio, transformó a la burocracia de capa bajo la presión y el control directo o indirecto de la clase trabajadora, en clase dominante.

La dialéctica del desarrollo histórico, llena de contradicciones y sorpresas, determinó que el primer paso que la burocracia dio con la intención subjetiva de acelerar la construcción del “socialismo en un sólo país”, se convirtiera en el cimiento para la construcción del capitalismo de Estado.52

Durante el primer y segundo Plan Quinquenal, el consumo fue completamente subordinado a la acumulación. La proporción de bienes de consumo en el producto total cayó de 67,2% en 1927-28 a 39,0% en 1940; en el mismo período la proporción de bienes de capital subió de 32,8% a 61,0%. Esto se halla en contraste con el período 1921-28 cuando, a pesar de la deformación burocrática del Estado soviético, el consumo no se subordinó a la acumulación, sino que tuvo lugar un crecimiento más equilibrado de producción, consumo y acumulación.

Esta caracterización de la Unión Soviética como capitalista de estado se basó en la teoría de la revolución permanente de Trotski, tomando al sistema mundial capitalista como marco de referencia básico. Representa un paso más allá del análisis de Trotski del régimen estalinista, presente en La Revolución Traicionada y en otros lugares, que toma en cuenta la presión de capitalismo mundial en el modo de producción y en las relaciones de producción que prevalecían en la Unión Soviética. La explicación de Trotski no revelaba la dinámica del sistema. Se restringió a las formas de propiedad, en lugar de centrarse en las relaciones de producción. No proporcionó una economía política del sistema. La teoría del capitalismo de Estado posibilitaba ambas cosas.

Nos permitió la claridad gracias a pararnos sobre los hombros de un gigante, León Trotski, con su teoría de la revolución permanente, su oposición a la teoría del “socialismo en un solo país”, y su lucha heroica en contra de la burocracia estalinista, sin lo cual no hubiera sido posible comprender al régimen que esta dirigía.

Fue la posibilidad de observar al régimen estalinista años después de la muerte de Trotski, lo que hizo posible desarrollar la teoría del capitalismo de Estado. Fue la transformación de Europa oriental bajo el mando de Stalin, lo que nos llevó a cuestionar si era adecuada la descripción de Trotski de la Unión Soviética como un Estado obrero degenerado.

¿Por qué Trotski no renunció a la teoría de la URSS como un Estado obrero?

Se tiende a mirar el futuro en el marco del pasado. Durante muchos años los socialistas que luchaban contra la explotación, se enfrentaron a la clase social que concentraba la propiedad privada: la burguesía. Cuando Lenin, Trotski y los demás dirigentes bolcheviques decían que si el Estado obrero de la Unión Soviética permanecía aislado estaba sentenciado, imaginaban esa condena de una forma bien definida: la restauración de la propiedad privada —mientras que la propiedad estatal se veía como un fruto de la lucha llevada adelante por la clase trabajadora. De aquí a la conclusión de que la propiedad estatal seguía existiendo en la Unión Soviética fruto del “temor a la clase trabajadora” que tendría la burocracia, había un solo paso; y a la inversa, se suponía que si la burocracia luchaba por incrementar sus privilegios (entre ellos el derecho a la herencia), luchaba por restaurar la propiedad privada.

La experiencia del pasado era el principal impedimento para que Trotski viera que un triunfo de la reacción no siempre implica la vuelta al punto de partida, sino que puede llevar también a una caída en espiral donde se combinen elementos del pasado revolucionario y prerrevolucionario, subordinándose el primero a este último. En estas circunstancias el antiguo contenido capitalista de clase volvía a surgir en una nueva forma “socialista”, sirviendo así como una confirmación de la ley del desarrollo desigual y combinado —ley a cuyo desarrollo tanto aportó el propio Trotski.

En resumen, se puede decir que al mismo tiempo en que Trotski aportó incomparablemente más que cualquier otro marxista a la comprensión del régimen estalinista, su análisis topó con una grave limitación: un apego conservador al formalismo, que por naturaleza es contrario al marxismo, el cual subordina siempre la forma al contenido.

Hacia el final del régimen estalinista

La asunción de que el régimen estalinista era sustancialmente superior al capitalismo, o de que era más avanzado, estaba resumido en la aseveración de Trotski de que en la Unión Soviética las fuerzas productivas se desarrollaron muy dinámicamente, en contraposición a su “estancamiento y declinación en todo el mundo capitalista”.53 Y es claro que para un marxista el avance relativo de un régimen sobre otro, está expresado sobre todo en su habilidad para desarrollar en mayor medida las fuerzas productivas.

En el mismo sentido de la afirmación de Trotski de que el régimen soviético demostró la habilidad de desarrollar rápidamente las fuerzas productivas, más allá de lo que el capitalismo fue capaz de lograr, Ernest Mandel escribía en 1956:

La Unión Soviética mantiene un ritmo similar de crecimiento económico, plan tras plan, década tras década, sin que el progreso del pasado pese en las posibilidades de futuro… todas las leyes de desarrollo de la economía capitalista que provocan un freno en la velocidad del crecimiento económico son eliminadas.54

En el mismo año, 1956, Isaac Deutscher profetizaba que luego de diez años… ¡el nivel de vida en la Unión Soviética superaría al de Europa occidental!

La teoría del capitalismo de Estado en la URSS apuntaba exactamente en la dirección contraria: la burocracia era, y se volvería cada vez más, un freno para el desarrollo de las fuerzas productivas. En 1948, en el trabajo “La naturaleza de clase de la Rusia estalinista”, había señalado que el papel de la burocracia había sido el de industrializar a la Unión Soviética elevando la productividad del trabajo, pero también que este proceso había disparado grandes contradicciones:

La tarea histórica de la burocracia es la de elevar la productividad del trabajo. Al hacer esto, la burocracia entra en profundas contradicciones. Para elevar la productividad del trabajo más allá de cierto punto, el nivel de vida de las masas debe subir, porque trabajadores que están mal alimentados, mal alojados y son incultos, no son capaces de impulsar una producción moderna.55

Hasta cierto punto la burocracia pudo elevar la productividad del trabajo mediante la coerción, pero esto no podía continuar indefinidamente. El fracaso en elevar el nivel de vida podía estar ya ocasionando un declive en las tasas de crecimiento de la productividad, así como “desarrollos desiguales de la producción”.56

El método de Stalin para enfrentar cada nuevo fracaso o dificultad era aumentar la presión y el terror. Pero este rígido método no sólo se volvió más inhumano sino también más ineficaz. Cada nuevo crujido del látigo aumentó la tenaz, aunque muda resistencia de la gente… la opresión estalinista se volvió un freno para el progreso de la industria moderna.57

El libro presentaba un detallado examen de cómo el régimen estalinista se volvió un obstáculo en todas las ramas de la economía. Sobre la crisis en la agricultura el mismo dice:

El legado que Stalin dejó al campo es una agricultura hundida en un pantano de estancamiento que ha perdurado más de un cuarto de siglo. La producción de granos en 1949-53 era sólo un 12,8% mayor que en 1910-14, mientras que en el mismo período la población había aumentado un 30%. La productividad del trabajo en la agricultura soviética no llegaba ni a una quinta parte de la de Estados Unidos.

El estancamiento se volvió una amenaza al régimen por varias razones. En primer lugar, luego de que el desempleo existente en el campo fue eliminado, se volvió imposible desviar trabajadores hacia la industria en la escala anterior, sin aumentar la productividad del trabajo en la agricultura. En segunda instancia, también se volvió imposible hasta cierto punto desviar importantes recursos de la agricultura para favorecer el crecimiento de la industria. El método de Stalin de la “acumulación primitiva de capital” de convirtió de un acelerador, en un freno que enlenteció toda la economía.58

¿Y qué hay de la industria? Aunque ésta se había expandido masivamente por más de tres décadas, la tasa de crecimiento estaba disminuyendo. Una productividad que, en los años treinta había crecido más rápidamente que en Occidente, estaba ahora estancada en un nivel considerablemente más bajo que el de Estados Unidos, el mayor rival de la Unión Soviética:

A finales de 1957, el número de obreros industriales en la URSS era un 12% mayor que en Estados Unidos… No obstante, según las propias estimaciones soviéticas, en 1956, la producción realizada anualmente en la industria soviética era la mitad de la de Estados Unidos.59

Debido a la crisis en la agricultura, el menor nivel de productividad en la industria no podía seguir siendo compensado por un masivo crecimiento en el número de obreros industriales. Así que la burocracia soviética tuvo que prestar creciente atención a la proliferación de una producción de menor calidad dentro de su economía.

Algunas de las fuentes de pérdida eran explicadas en el mismo libro: el aislacionismo que llevó a las empresas a producir internamente mercancías que podían ser producidas en otra parte a menor costo;60 la acumulación de suministros por gerentes y trabajadores;61 la tendencia de los gerentes a resistirse a la innovación tecnológica;62 el énfasis en la cantidad a expensas de la calidad;63 el descuido en el mantenimiento;64 la proliferación del papeleo burocrático y los trámites engorrosos;65 el fracaso en establecer un mecanismo de costos eficiente y racional, que los gerentes requerían para medir la eficacia de las diferentes fábricas.66 La conclusión era:

Si por la expresión “economía planificada” entendemos una economía en la que todos los elementos que la componen son ajustados y regulados a un ritmo, en el que las fricciones se llevan al mínimo, y sobre todo, en el que la previsión prevalece a la hora de tomar decisiones económicas, entonces la economía soviética es cualquier cosa menos planificada. En lugar de un plan real, son desarrollados métodos estrictos de dirección gubernamental para llenar los huecos dejados en la economía por las decisiones y las actividades del propio gobierno. Por consiguiente, en lugar de hablar de una economía soviética planificada, sería mucho más preciso hablar de una economía dirigida burocráticamente.67

Muchas otras personas ofrecieron descripciones de las ineficiencias de la industria soviética. Lo que diferenciaba al análisis anterior era la manera en que el desperdicio y la ineficiencia eran vistos como producto de la naturaleza del sistema, o sea, del capitalismo de Estado. Las causas básicas de la anarquía y el derroche en la industria soviética se mantuvieron como expresiones de la acumulación de capital en una economía aislada —que poseía altos objetivos de producción, al mismo tiempo de sufrir un pobre abastecimiento.

Ambas variables presionaron a los gerentes, alentándolos a hacer trampa, a ocultar las potencialidades de producción, inflar las necesidades de suministros y equipamiento, a asegurarse la acumulación de recursos, y en general a actuar de manera conservadora. Esto llevó al derroche, y por ende a una mayor carencia de suministros, y esto a crecientes presiones sobre los gerentes, que a su vez los llevaban a hacer trampa una vez más, y así sucesivamente en un círculo vicioso.

Los altos objetivos y los bajos suministros también llevaron a un creciente departamentalismo, donde se cuidaba el sector propio a expensas de la economía en general —nuevamente un círculo vicioso. El mismo problema llevó a los gerentes a priorizar unas cosas u otras. Pero estos sistemas de prioridades y métodos de “campaña” carecían de una clara medida cuantitativa y llevaron a distorsiones y al derroche. Para combatir estas deficiencias se implementaron múltiples sistemas de control, los que en sí mismos significaban un gasto superfluo y en su falta de sistematización y armonía provocaron incluso un mayor derroche. Como consecuencia, surgió la necesidad de un mayor control, más pirámides de papeles y una plétora de burócratas. De nuevo, otro círculo vicioso. El círculo vicioso resultante del conflicto entre planes demasiado ambiciosos sobre la base de pobres suministros se aplicó, mutatis mutandis, al efecto del mecanismo del bajo precio. Esto animó a su vez, un mayor departamentalismo, más campañas de prioridades y la multiplicación de controles.

Detrás de todos estos problemas subyacen imperativos capitalistas —la competencia mundial por el poder y el tremendo gasto militar requerido para sobrevivirla.

La baja productividad no fue causada sólo por la mala administración descrita anteriormente, sino también por la resistencia de los trabajadores. Es imposible juzgar exactamente hasta qué punto esta baja productividad era el resultado de la mala administración y los errores de los de “arriba”, o de la resistencia de los trabajadores. Los dos aspectos naturalmente no podían divorciarse. El capitalismo en general, y su manifestación burocrática vinculada al capitalismo de Estado en particular, se preocupa más por recortar costos y elevar la eficiencia, que por satisfacer las necesidades humanas. Su racionalidad era básicamente irracional, al alienar al trabajador convirtiéndolo en una “cosa”, un objeto manipulado, en lugar de un sujeto que amolda su vida a sus propios deseos. Por esto, los trabajadores saboteaban la producción.68

El capítulo sobre los trabajadores soviéticos concluía con estas palabras:

Una preocupación central de los líderes soviéticos hoy, es cómo aumentar la productividad del trabajo. La actitud de los trabajadores hacia su trabajo nunca significó tanto para la sociedad. En su esfuerzo por convertir al trabajador en una pieza integrante de la maquinaria productiva de los burócratas, estos han matado lo que más necesitan de él: la productividad y la habilidad creativa. La explotación racionalizada y acentuada crea un impedimento terrible para el incremento en la productividad del trabajo.

Mientras más calificado e integrado esté el trabajador, no sólo se resistirá más a la alienación y a la explotación, sino que también mostrará un desprecio creciente por sus explotadores y opresores. Los trabajadores han perdido el respeto por la burocracia como administradora técnica. Ninguna clase gobernante puede continuar manteniéndose mucho tiempo enfrentando tal desprecio popular.69

El capitalismo de Estado estaba hundiéndose en una crisis general cada vez más profunda. Como Marx explicó, cuando un sistema social se vuelve un freno para el desarrollo de las fuerzas productivas, la época de la revolución llega.

Una autopsia al régimen estalinista

La autopsia revela la enfermedad que afectó a una persona antes de su muerte. De igual forma, el momento de la muerte puede ser también el momento de la verdad para un sistema social. Cuando en otoño e invierno de 1989 los regímenes de Europa oriental instalados por el ejército ruso empezaron a derrumbarse, seguidos por el derrumbe del “comunismo” en la propia Unión Soviética, el juicio sobre la naturaleza del régimen estalinista se volvió más sencilla.

La percepción del régimen estalinista como un régimen “socialista”, o incluso como un “Estado obrero degenerado” —esto es, como una etapa en la transición del capitalismo al socialismo— implicaba considerarlo más avanzado que el capitalismo. Para un marxista esto significaba, en primer lugar, que era capaz de desarrollar más eficazmente que el capitalismo las fuerzas productivas. Sólo necesitamos recordar las palabras de Trotski:

El socialismo ha demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de Das Kapital, sino en una arena industrial que comprende a la sexta parte de la superficie de la tierra, no en el idioma de la dialéctica, sino en el idioma del acero, el cemento y la electricidad.70

De hecho es el idioma del desarrollo industrial el que explica los eventos en Europa oriental y en la Unión Soviética. Pero lo que había ocurrido no era ninguna victoria, sino una reducción en la velocidad del crecimiento económico a finales de los años 70 y principios de los 80, que llevó al estancamiento a estos países y a una creciente brecha entre ellos y los más avanzados de Occidente.

En la Unión Soviética la tasa anual de crecimiento del producto bruto interno evolucionó según los datos siguientes: durante el primer Plan Quinquenal (no obstante una demanda exagerada), 19,2%; entre 1950-59, 5,8%; ente 1970-78, 3,7%; entre 1980-82 fue de un 1,5%; y durante sus últimos tres o cuatro años tuvo un crecimiento negativo.71

Si la productividad del trabajo hubiera sido más dinámica en Europa oriental y en la Unión Soviética que en Occidente, uno no podría entender por qué los gobernantes de estos países en determinado momento se volvieron admiradores del mercado. En tal caso, la reunificación de Alemania debería haber visto florecer a la industria de Alemana oriental en comparación con la de Alemania occidental. Pero, la economía de Alemania oriental se ha derrumbado desde la reunificación. El número de trabajadores empleados en Alemania oriental en 1989 era de diez millones, mientras que diez años después sólo era de seis millones. La productividad del trabajo en Alemania oriental era sólo el 29% del nivel occidental.72

Si la Unión Soviética hubiera sido un Estado obrero —aunque degenerado— y el capitalismo lo hubiera tomado por asalto, es obvio que los trabajadores habrían salido a defender su propio Estado. Trotski siempre consideró axiomático que los trabajadores de la Unión Soviética saldrían en su defensa si esta era atacada por el capitalismo, a pesar de la corrupta y depravada burocracia que la dominaba. Una analogía favorita de Trotski era entre la burocracia soviética y la burocracia sindical. Hay diferentes tipos de sindicatos —militantes, reformistas, revolucionarios, reaccionarios, católicos— pero todos son organizaciones que defienden la porción que corresponde a los trabajadores en la riqueza nacional. Trotski argumentaba que, a pesar de lo reaccionario que sean los burócratas que dominan los sindicatos, los trabajadores siempre estarán “apoyando sus pasos progresistas y… defendiéndolos en contra de la burguesía.”

Cuando llegó la crisis de 1989, los trabajadores de Europa oriental no defendieron “su” Estado. Si los Estados estalinistas eran Estados obreros, no se puede explicar por qué sus únicos defensores fueron los servicios de seguridad, como la Securitate en Rumania, la Stasi en Alemania oriental, o por qué la clase trabajadora rusa apoyó a Yeltsin, un claro representante del mercado.

Si el régimen en Europa oriental y la Unión Soviética era poscapitalista y en 1989 hubo una restauración del capitalismo, ¿cómo es que esta restauración se logró con tan asombrosa facilidad? Los eventos no cuadran con la aseveración de Trotski de que la transición de un orden social a otro debe ser acompañada por la guerra civil. Él escribió que:

La tesis marxista relativa al carácter catastrófico de la transferencia del poder de una clase a otra se aplica no solo a los períodos revolucionarios, cuando la historia arremete locamente hacia delante, sino también a los períodos de contrarrevolución, cuando la sociedad va hacia atrás. Quien afirma que el gobierno soviético cambió gradualmente de proletario a burgués está solo, por así decirlo, pasando para atrás el film del reformismo.73

Las revoluciones de 1989 en Europa oriental se destacaron por la ausencia de violencia y de conflicto social a gran escala. Salvo en Rumanía, no hubo ningún conflicto armado. De hecho, hubo menos choques violentos en Alemania oriental, Checoslovaquia y Hungría que los que tuvieron lugar entre los mineros en huelga y la policía en la Gran Bretaña de Thatcher.

La transición de un orden social a otro, necesariamente va acompañada por el reemplazo de una maquinaria estatal por otra. Los aparatos estatales fueron escasamente afectados en 1989. En la Unión Soviética, el ejército, el KGB y la burocracia estatal están todavía en su lugar. En Polonia, el ejército ayudó a promover el cambio. El General Jaruzelski, arquitecto del golpe de 1981, y el ministro del interior y administrador principal de ley marcial, el General Kizcak, jugaron un papel crucial en las mesas redondas donde se negociaron los acuerdos con Solidaridad, y en la formación del gobierno de coalición de Mazowiecki.

Si una contrarrevolución hubiera tenido lugar, o si hubiera ocurrido una restauración del capitalismo, debería haber habido el reemplazo de una clase dominante por otra. En cambio, fuimos testigos de la continuidad en la cúspide de las mismas personas. Los miembros de la nomenklatura que administraban la economía, la sociedad y el Estado durante el “socialismo”, ahora hacen lo mismo en el capitalismo. Mike Haynes, en un excelente artículo, “Clase y crisis: la transición en Europa oriental”, escribe:

En lo que [el Estado] ha tenido éxito, ha sido en cambiar la base institucional de su poder… En el proceso ha habido una cierta movilidad ascendente dentro de la clase gobernante y entre los ocasionales nuevos integrantes. Ha habido también un cambio en el equilibrio de poder entre secciones dentro de la clase gobernante. Pero, contrariamente a aquellos que afirman que lo que estaba en juego era la substitución del modo socialista de producción… por una sociedad capitalista, no hay ninguna evidencia de que un cambio fundamental haya tenido lugar en la naturaleza de la clase gobernante. Lo que es más llamativo es cuan pequeño es realmente el cambio ocurrido. Quitar a un general y promover a un coronel, difícilmente constituye una revolución social, de la misma manera que vender una empresa estatal a sus gerentes o renacionalizarla con un grupo similar de personas al mando. Más bien sugiere que lo que está en juego es una transformación interior dentro de un modo de producción, en este caso, un cambio en la forma de capitalismo de un capitalismo estatal fuerte a un modo mixto de Estado y de mercado.74

Chris Harman describió esto como “moverse hacia el costado”: o sea, cambiar una variante de capitalismo por otra, el capitalismo de Estado por el capitalismo multinacional. Si la Unión Soviética y los países de Europa oriental hubieran tenido un orden social y económico poscapitalista, ¿cómo era posible que una economía de mercado capitalista pudiera adherirse al mismo? Uno puede injertar un limonero en un naranjo, o viceversa, porque los dos pertenecen a la misma familia de los cítricos; pero no se puede injertar una papa en un naranjo. Mike Haynes describe el exitoso injerto del capitalismo de mercado en la economía estalinista, diciendo:

Precisamente porque ambos lados de la transición muestran los mismos rasgos estructurales, es que posibilitaron el oportunismo individual en la escala que hemos analizado. No estamos observando meramente sociedades de clase, sino sociedades de clase arraigadas en un modo común de producción donde lo que ha cambiando ha sido la forma más que la esencia. A menos que esto sea comprendido se vuelve imposible entender cómo, ante un cambio en la cima de la sociedad, las mismas personas, las mismas familias, las mismas redes sociales aún poseen su buena fortuna en los 90, de al igual forma que lo hacían en los años 80. Es verdad que cuando ellos charlan y socializan, en ocasiones pueden pensar en algunos de sus amigos ausentes, pero no pierden de vista el hecho de que a pesar de los cambios todavía están en la cima. Por debajo de ellos continúa la misma clase trabajadora, aún llevando la carga de sus riquezas, privilegios e incompetencia, tal como lo hacía en el pasado.75

Quienes eran las verdaderas víctimas del viejo orden, son también ahora las víctimas del nuevo.76

Si la expansión del capitalismo de Estado en Europa oriental cuestionó la teoría de los Estados obreros degenerados, el derrumbe del régimen estalinista respaldó ese cuestionamiento de forma inequívoca. En ambos casos la teoría del capitalismo de Estado demostró ser como una alternativa eficiente. El trabajo de Trotski, al analizar la degeneración de la Revolución rusa y el surgimiento del estalinismo, como producto de la presión del capitalismo internacional sobre un Estado obrero en un país atrasado, fue un esfuerzo pionero. Trotski jugó un papel crucial oponiéndose a la doctrina de Stalin del “socialismo en un solo país”. Su estudio del régimen estalinista, completamente marxista, histórico y materialista, fue crucial para el desarrollo de la teoría del capitalismo de Estado. Es necesario defender el espíritu del trotskismo, a la vez de rechazar una lectura al pie de la letra de lo dicho por Trotski.

Mi crítica de su posición tenía la intención de retornar al marxismo clásico. El desarrollo histórico —sobre todo después de la muerte de Trotski— ha demostrado que la teoría de un Estado obrero degenerado no era compatible con la tradición marxista clásica que identifica al socialismo con la autoemancipación de la clase trabajadora. Para conservar el espíritu de los escritos de Trotski sobre el régimen estalinista, era preciso sacrificar una lectura al pie de la letra de sus palabras. El fin del falso socialismo en la Unión Soviética y en Europa oriental abrió oportunidades para el redescubrimiento de las ideas realmente revolucionarias de Lenin y Trotski, y el verdadero legado de la Revolución de Octubre. A pesar de la llamada “caída del comunismo”, las palabras con las que terminaba mi obra Capitalismo de Estado en la URSS son tan verdaderas hoy como cuando fueron escritas:

El último capítulo sólo pueden escribirlo las masas, movilizadas en forma independiente, conscientes de sus objetivos socialistas y de las formas de alcanzarlos, y encabezadas por un partido marxista revolucionario.

La definición del régimen estalinista como capitalista de estado continuó la teoría de Trotski de la revolución permanente, tomando al sistema capitalista mundial como marco de referencia básico:

…cuando se contempla a Rusia en el marco de la economía internacional, las características básicas del capitalismo pueden ser observadas: “la anarquía en la división social del trabajo y el despotismo en el taller, son condiciones tanto en una como en la otra…”.77

Esta teoría pudo explicar el sometimiento de la clase trabajadora en la Unión Soviética a la dinámica de la acumulación capitalista, poniendo al régimen estalinista en su contexto global: la situación internacional de un sistema dominado por la competencia militar.

La economía armamentista permanente

Después de la Segunda Guerra Mundial la economía capitalista experimentó en Occidente un período de creciente prosperidad. Este hecho cuestionaba directamente los vaticinios de Trotski, los cuales eran repetidos mecánicamente por muchos trotskistas. El esfuerzo por resolver esta contradicción llevó a la formulación de la teoría de la economía armamentista permanente.

Para entender como surgió la misma, es necesario realizar una pequeña digresión de naturaleza autobiográfica. Al llegar a Gran Bretaña en 1946, y ver las condiciones existentes allí desde la perspectiva de alguien venido de un país colonial, me sorprendió el hecho de que:

…el nivel de vida de los trabajadores era elevado. Cuando visité por primera vez la casa de un trabajador —una casa común y corriente— pregunté sobre su empleo y resultó ser un ingeniero. Mi inglés no era muy bueno por lo que pensé que había querido decir un ingeniero titulado. Pero no, era un trabajador de mediana calificación. Quedé boquiabierto. Los niños estaban en mejores condiciones que en los años treinta. La única vez que vi niños sin zapatos en Europa fue en Dublín. Ya no había niños con raquitismo. Todo ello me ayudó a comprender que la crisis final no estaba a la vuelta de la esquina.78

Algunos trotskistas tenían muchas dificultades para relacionar el largo período de prosperidad y las predicciones de Trotski. El primer artículo polémico que escribí sobre el asunto apareció en 1947 y desafió a Mandel. Era una crítica de su esfuerzo por negar la existencia de la recuperación económica de posguerra.80

Una comprensión eficaz del problema no sólo tenía que lidiar en general con los problemas surgidos del fracaso de las predicciones de Trotski al respecto. Tenía también que tratar con los profetas de una eterna prosperidad capitalista, que argumentaban que el sistema seguiría creciendo —en tanto las políticas económicas keynesianas se siguieran aplicando.

El pleno empleo era una realidad después de la Segunda Guerra Mundial, pero considerar que era el resultado de las políticas keynesianas era como creer que el canto del gallo es el causante de la salida del sol. Desde 1928 en adelante John Maynard Keynes sostuvo que la primera responsabilidad del gobierno era utilizar las políticas fiscales y monetarias para asegurar que hubiera suficiente demanda efectiva en la economía, como para mantener el pleno empleo. En 1936 Keynes desarrolló sus ideas en el libro Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero. Pero su sugerencia no fue llevada a la práctica por los gobiernos del momento. Ni los conservadores, ni los laboristas, ni los gobiernos nacionales aceptaron el argumento de Keynes.

Las cosas cambiaron ante la amenaza de la guerra. Los capitalistas, que eran muy renuentes a gastar dinero en obras públicas en tiempos de paz, tal como Keynes recomendaba, eran ahora muy generosos derrochando el dinero en el ejército. Así, por ejemplo, los capitalistas norteamericanos que habían estado muy enojados con Roosevelt por incrementar el déficit presupuestario anual de U$S 2.000 millones a más de U$S 4.000 millones (1934, U$S 3.600 millones; 1935, U$S 3.000 millones; 1936, U$S 4.300 millones; 1937, U$S 2.700 millones) no se molestaron por un déficit de U$S 59.000 millones entre 1941 y 1942. Es improbable que Hitler haya leído la Teoría General de Keynes, pero logró el pleno empleo al movilizar a millones de personas hacia el ejército y la industria de guerra. Fue la carrera armamentista, no un economista de Cambridge lo que hizo la diferencia.

Sin embargo, cuando por primera vez en dos décadas se logró el pleno empleo, se hizo también muy común la idea de que podía mantenerse gracias a la demanda estatal. Para los líderes políticos de todos los partidos de la generación de posguerra, la doctrina llevada adelante por Keynes estaba absolutamente demostrada.

Incluso varios ex-marxistas se declararon tributarios de Keynes. Entre ellos John Strachey. Entre 1932 y 1935 Strachey escribió tres libros, La próxima lucha por el poder, La amenaza del fascismo y La naturaleza de la crisis capitalista, en los que afirmaba ser un marxista ortodoxo (aunque de hecho estaba muy influenciado por el estalinismo). En 1940 Strachey publicó un nuevo libro, Un programa para el progreso. En este argumentaba que, mientras que a la larga el socialismo era el único remedio para la sustitución del capitalismo, a corto plazo se necesitaba un programa provisional para reformar al mismo, similar al New Deal de Roosevelt. Su programa incluía seis puntos principales: expansión de las empresas públicas, bajas tasas de interés para préstamos de capital, incremento de los servicios sociales, ayudas económicas para las personas y un sistema tributario redistributivo. Y también el control estatal del sistema financiero y un estricto control público de la balanza de pagos.81 Este programa era tan mi

nimalista que el laborista de derecha Anthony Crosland pudo decir que, “Era incomparablemente más modesto que el programa adoptado por el Partido Laborista en 1937”.82 John Strachey continuó tributando homenaje a algunos de los análisis de Marx y describiendo la sociedad como “capitalista”. Sin embargo concluyó que el desempleo y las crisis eran cosas del pasado. La democracia de masas y las técnicas de intervención económica gubernamental descubiertas por Keynes, según decía, significaban que ahora el capitalismo era planificado.

Crosland también se entusiasmó con un capitalismo reformado por los métodos keynesianos. Su libro El futuro del socialismo, publicado en 1956, sostuvo que la anarquía del capitalismo había caducado, así como también los conflictos de clase. El sistema se estaba volviendo más racional y democrático. El capitalismo se disolvería apaciblemente. Todos los discursos sobre la producción dedicada a obtener ganancias en lugar de satisfacer las necesidades humanas eran, según Crosland, cosas sin sentido. “La industria privada por fin se humaniza”.83 Una “revolución pacífica” había comenzado; en ella el conflicto de clases sería inconcebible: “Actualmente uno no puede imaginar una alianza ofensiva deliberada entre el gobierno y los patrones en contra de los sindicatos”, escribía Crosland.84 “En Gran Bretaña, estamos en los comienzos de una abundancia generalizada”.85

Ahora que el keynesianismo garantizaba un crecimiento sin barreras, decía Crosland, el Estado podría esperar réditos provenientes de los altos impuestos que podrían financiar reformas sociales y planes de bienestar comunitario. Los socialistas deberían desviar su atención de los problemas económicos. ¿Pero hacia qué?

…debemos volver nuestra atención cada vez más hacia otras y, a la larga, más importantes esferas —de la libertad individual, la felicidad y el empeño cultural; el cultivo del ocio, la belleza, la gracia, la alegría, la emoción… más cafés al aire libre, calles más luminosas y alegres por la noche, horas más avanzadas de cierre para los locales públicos, más teatros con repertorios locales, mejores y más hospitalarios hoteles y restaurantes… más murales y cuadros en lugares públicos, mejores diseños para el mobiliario, la vajilla y la ropa de mujer, estatuas en los nuevos complejos de viviendas públicas, un alumbrado público mejor diseñado, kioscos de teléfonos, y así sucesivamente.86

Si los trotskistas fueron refutados tempranamente por las condiciones inmediatas de la prosperidad de posguerra, los keynesianos y otros apologistas del capitalismo fueron a la larga cuestionados, por las crisis cada vez más profundas y rebeldes que han sacudido al capitalismo occidental desde los años setenta.

La teoría de la economía armamentista permanente evitó las trampas de ambas posiciones. Se originó a partir del desarrollo de la teoría del capitalismo de Estado. La comprensión de la Unión Soviética se convirtió en la clave para permitir una comprensión de la prosperidad de posguerra en el capitalismo occidental. ¿Por qué?

La teoría del capitalismo de Estado identificó a la competencia militar entre la Unión Soviética y los países capitalistas occidentales, como el mecanismo principal que proveía de energía a la dinámica de acumulación de capital en la URSS. La producción de armamento en este país explica también por qué no padeció el ciclo de prosperidad y depresión. Lo opuesto también era verdad —del otro lado de la Cortina de Hierro, el gasto militar se sostuvo a un nivel elevado, aunque la Segunda Guerra Mundial había terminado.

El trabajo de 1948, La Naturaleza de Clase de la Rusia Estalinista tiene un capítulo titulado La producción y el consumo de medios de destrucción. La producción de armas tiene propiedades peculiares. No proporciona nuevos medios de producción (Departamento I, para usar la terminología de Marx en El Capital), ni contribuye al consumo de la clase trabajadora (Departamento IIa). La producción de la industria armamentista, por consiguiente, no se retroalimenta con mayor producción. Es una forma de consumo improductivo, análogo al consumo de artículos de lujo por parte de los propios capitalistas (Departamento IIb o III).87

La producción de armamentos es “el consumo colectivo de la clase capitalista” que asegura que esa clase, a través de la expansión militar, “consiga nuevos capitales, nuevas posibilidades de acumulación”. La habilidad de adquirir nuevas fuentes de acumulación distingue a “la producción y el consumo de medios de destrucción” de otras formas de consumo de la clase capitalista.

La Naturaleza de Clase de la Rusia Estalinista señalaba que las propiedades estabilizadoras de la producción armamentista explicaban por qué el capitalismo de Estado soviético no experimentó el clásico ciclo de prosperidad y depresión característico de las economías de mercado.88 El análisis anterior era un puente hacia la teoría de la economía armamentista permanente, donde se enfatizaba el papel del gasto militar en la expansión de las economías de mercado de los países capitalistas.

En mayo de 1957 la discusión se volvió más específica, con el artículo Perspectivas de una economía de guerra permanente, pues allí se consideraba desde el efecto del gasto militar en la dinámica de la Unión Soviética, hasta sus efectos en el capitalismo occidental y japonés.89 El impacto del gasto militar no era visto como un accidente. El desarrollo económico de la sociedad y el nivel que sus fuerzas productivas habían alcanzado, era el factor decisivo en la organización de sus ejércitos. Cuando Marx planteaba, “nuestra teoría de que la organización del trabajo está condicionada por los medios de producción… no está en ningún lugar corroborada tan claramente como en la industria del exterminio humano”.

En los comienzos del capitalismo el atraso de la economía hacía imposible alimentar y pertrechar grandes ejércitos. Comparados con los masivos ejércitos movilizados durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, los ejércitos del capitalismo naciente eran muy pequeños. Incluso durante las guerras napoleónicas, Francia, que gobernaba prácticamente toda Europa, en ningún momento tuvo tropas formadas por más de medio millón de hombres. Las fuerzas armadas británicas del momento, eran menos de una décima parte de las francesas. Federico el Grande declaraba acerca de las guerras del siglo XVIII, que “el ciudadano pacífico ni siquiera debe notar que el país está en guerra”.90 Incluso durante las guerras del siglo XIX —las guerras napoleónicas, la Guerra del Opio, la Guerra de Crimea, etc.— la vida de las naciones beligerantes en general, apenas resultó afectada.

1914: el punto de inflexión

Todo esto cambió con la Primera Guerra Mundial. Francia, cuya población era sólo mayor en unos 10 millones de personas con respecto a los tiempos napoleónicos (40 millones, en lugar de 30), movilizó 5.000.000 de soldados. Los otros países beligerantes mostraron similares incrementos. Junto con el tremendo aumento en el tamaño de los ejércitos, sobrevino un masivo aumento en el gasto militar. Ambos factores significaron un cambio en el papel del sector militar en el conjunto de la economía nacional.

Con una proporción importante de la población movilizada y una gran parte de la economía nacional dedicada a la guerra, no sólo los soldados estaban comprometidos en la batalla, sino también millones de obreros industriales, trabajadores agrícolas y campesinos, etc. —de hecho, la totalidad de la población civil sintió el impacto.

Antes de la Primera Guerra Mundial, aunque los poderes imperialistas estaban parcialmente preparados para la guerra, las economías apenas se involucraban en la producción de armamento. Sólo después la clase gobernante tomó la decisión de enfrentar la situación que tenían por delante: armamento o mantequilla.

Para 1914 era posible analizar el desarrollo del capitalismo sin prestar mucha atención a las guerras o a sus preparativos, puesto que jugaban un papel menor en el desarrollo económico. Inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, el sector militar de la economía nuevamente disminuyó. Los grandes ejércitos fueron en gran medida desmovilizados y la producción de armamento fue drásticamente recortada.

Sin embargo, luego de la gran depresión de los años 30 y la llegada de Hitler al poder, por primera vez en la historia un poderoso sector militar surgía en tiempos de paz. Entre 1939 y 1944 la producción de municiones se multiplicó 5 veces en Alemania, 10 veces en Japón, 25 veces en Gran Bretaña, y 50 veces en los Estados Unidos.91

La economía de guerra

Alemania Gran Bretaña Estados Unidos
(billones de marcos) (millones de libras) (millones de dólares)
1939 1943 1938 1943 1939-40 1944-45
GG§ 60,0* 100,0* 1,0 5,8 16,0 95,3
IN 88,0* 125,0* 5,2 9,5 88,6* 186,6*
GG/IN 68,0% 80,0% 19,2% 61,1% 18,0% 51,0%

GG: gasto del gobierno IN: ingreso nacional

(*) cifras aproximadas

§ principalmente gasto militar

Después de la Primera Guerra Mundial hubo un período de cerca de 15 años en que ningún país avanzado tuvo un sector militar relativamente importante. Después de la Segunda Guerra Mundial no hubo tal interrupción. Poco después de su final, la carrera armamentista comenzó otra vez.

Armas, prosperidad y depresión

Antes —durante más de un siglo— el capitalismo atravesó por un ciclo rítmico de prosperidad y depresión. Las depresiones ocurrían más o menos regularmente cada diez años. Pero desde el advenimiento de la economía de guerra permanente, este ciclo de algún modo resultó interrumpido. Para entender cómo ocurrió esto, cómo el sector militar que era poco mayor al 10% de las economías nacionales podía impedir la depresión general, debemos primero resumir brevemente las causas de la depresión en el capitalismo clásico.

La causa básica de las crisis capitalistas de superproducción, se encuentra en el relativamente bajo poder de compra de las masas, en comparación con la capacidad de producción de la industria. Como Marx explicaba:

La razón final de todas las verdaderas crisis se halla siempre en la pobreza y el restringido consumo de las masas, en oposición a la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas, como si sus limites sólo fueran el poder de consumo absoluto de la sociedad.93

En última instancia, la causa de las crisis está en que una parte cada vez mayor del ingreso de la sociedad cae en manos de la clase capitalista y una parte cada vez mayor no se dedica a la compra de medios de consumo, sino a la compra de medios de producción —o sea, a la acumulación de capital. El aumento relativo de la parte del ingreso nacional que es dedicada a la acumulación, en comparación con la parte dirigida hacia el consumo lleva a la superproducción, una situación donde una cantidad creciente de mercancías producidas no pueden venderse porque los consumidores no tienen los medios para comprarlos.

Este es un proceso acumulativo. Un aumento en la acumulación de capital es acompañado por la racionalización y la innovación tecnológica, produciendo una mayor proporción de explotación. Cuanto mayor es la proporción de la explotación, mayor es la acumulación de capital en comparación con los sueldos de los trabajadores y los ingresos de los capitalistas. La acumulación produce acumulación.

Los efectos del presupuesto militar

Luego de la guerra, los gigantescos gastos militares afectaron la tendencia a la crisis. Ahora la economía de armamentos tenía una gran influencia en el poder de compra de la gente, el nivel de acumulación de capital y la cantidad de mercancías en busca de mercado.

Supongamos que hay 1.000.000 de personas buscando empleo. Además, 10% de los trabajadores son empleados por el gobierno en la producción de armamento —unas 100.000 personas. La capacidad de compra de estos últimos traerá como consecuencia empleos para más personas. Keynes llamó a la relación numérica entre el tamaño del primer grupo y del segundo: “multiplicador”. Si el multiplicador es dos, el empleo de 100.000 trabajadores por el Estado, aumentará el empleo general en 200.000. Si el multiplicador es tres, el aumento será 300.000 y así sucesivamente. No hay duda de que el efecto acumulativo de un presupuesto en armamento del 10% del ingreso nacional, realmente puede estar desproporcionado a su tamaño cuando aumenta la capacidad de compra de las masas.

De la misma forma, cuando el 10% del ingreso nacional es destinado al armamento, el capital invertido durante el período de paz en la fabricación de bienes de capital resulta drásticamente recortado: del 20% del ingreso nacional al 10% según nuestro ejemplo. El crecimiento del poder adquisitivo de la gente, junto con la nueva demanda estatal de armamento, ropa militar, cuarteles, etc., provee de mayores oportunidades de venta y aleja las crisis de superproducción.

Además, una economía de guerra tiene naturalmente un gran efecto en la tasa de crecimiento del suministro de bienes no militares para los consumidores civiles. El pleno empleo no sólo aumenta el número total de personas que ganan un sueldo, también provoca una escasez en el mercado de trabajo que permite que los trabajadores ganen salarios más altos. Paradójicamente, esto no impide que ocurra un crecimiento de los beneficios: el capital está “trabajando” en mayor grado; hay mucha menos capacidad ociosa o capital invertido a pérdida. Su producción es mayor. Así fue que en la industria de Estados Unidos entre los años 1937 y 1942, ¡los salarios subieron un 70% y los beneficios un 400%!

El aumento del gasto militar no llevó necesariamente a un recorte en el consumo civil, sino lo contrario. Esto quedó demostrado claramente en Estados Unidos, durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque en 1943 Estados Unidos gastó la enorme suma de U$S 83.700 millones en la guerra, el consumo civil no decayó sino que fue realmente más alto que antes de la guerra, subiendo de U$S 61.700 millones en 1939 a U$S 70.800 millones en 1943. Expresado en precios de 1939, esto significaba un aumento del 14,7%.

La teoría de la economía armamentista permanente demostraba por qué la predicción de Trotski no se había verificado. Pero hizo más aún. Demostraba que a largo plazo, una prosperidad económica que avanza en andas de las armas nucleares no podía ser estable y segura. Incluso cuando la economía capitalista fue próspera como resultado del gasto militar, no todos los países tuvieron la misma carga de altos presupuestos militares. Hubo aquellos que obtuvieron pocos beneficios en proporción al gasto militar que realizaron. En el trabajo de 1948 sobre la Unión Soviética, argumentaba que el capitalismo en general estaba experimentando una estabilización temporal. Afirmaba que

…los poderes pueden competir tan furiosamente en el mercado mundial para fortalecer su posición, que cada uno puede empezar a recortar sus gastos militares. Estamos viendo que Gran Bretaña ha sido empujada a recortar su “presupuesto en defensa” debido a la competencia con Alemania Occidental, así como el deterioro de su balanza internacional de pagos. Hasta ahora ningún país ha podido igualar a Estados Unidos, forzándolo a abandonar la carrera armamentista y comenzar a competir en “quien recorta más rápidamente el presupuesto militar”. Estados Unidos puede permitirse el lujo del presupuesto militar más grande del mundo y la mayor inversión absoluta en la industria.93

La carga desigual de la carrera armamentista podía llevar a la desestabilización, aunque el trabajo predijo equivocadamente que la URSS podría resultar victoriosa:

…con los grandes pasos de la industria soviética, es posible que en otros diez o veinte años pueda, aun si no alcanza el nivel absoluto de la industria de Estados Unidos, por lo menos desafiar a los Estados Unidos en el mercado mundial en ciertas áreas —las de la industria pesada. Entonces Estados Unidos puede… recortar el presupuesto de defensa para enfrentar su retroceso en el mercado mundial.94

No obstante el argumento básico era correcto:

De esta manera, la economía de guerra puede servir cada vez menos como una cura para la superproducción, un estabilizador de la prosperidad capitalista. Cuando la economía de guerra se vuelve prescindible, el fin de la prosperidad capitalista seguramente llegará.95

De hecho no fue la Unión Soviética la que obligó a Estados Unidos a recortar su presupuesto militar, sino principalmente Alemania Occidental y Japón, los dos países a los que les estaba prohibido mantener grandes ejércitos porque habían perdido la guerra. No obstante, La Naturaleza de Clase de la Rusia Estalinista estaba en lo correcto al prever que la estabilización del capitalismo de mercado a través del gasto militar sólo sería temporal. De hecho, al desviar la plusvalía de la inversión productiva se tendía a prevenir las depresiones, pero al precio de largo plazo de una tendencia general hacia el estancamiento. Esas economías con un nivel relativamente alto de gasto militar se encontrarían en una desventaja competitiva y por consiguiente, se verían obligadas a aumentar el nivel de inversión hacia las industrias civiles. Esto permitió que la tendencia hacia un ciclo económico clásico se reafirmara.96

La creciente rivalidad entre los Estados Unidos de un lado, Japón y Alemania Occidental del otro, agudizada por la distribución desigual de la carga armamentista, llevó a una desestabilización de la economía y a un retorno a las recesiones globales. El pronóstico de que después de varios años la economía mundial bajaría lentamente su crecimiento se había hecho realidad: la producción mundial que anualmente creció en un 5,4% entre los años 1950-1963, y 6% entre los años 1963-1973, declinó a 2,6% entre los años 1973-1990, y 1,4% entre los años 1990-1996.97

Estados Unidos gastó una proporción mucho mayor de su ingreso nacional en armamento que Japón o Alemania Occidental. Japón nunca gastó más del 1% de su ingreso nacional en defensa. Como resultado, logró acumular más capital e invertir más en la industria para incrementar su producción. El resultado fue que la industria automotriz japonesa se disparó más allá de todo límite. La industria de la construcción naval reemplazó a la industria británica como líder a nivel mundial, y en el área electrónica, superó a Alemania Occidental, que había ostentado hasta entonces el primer lugar, etc.

La Guerra de Vietnam exacerbó el retraso industrial de Estados Unidos en comparación con Alemania Occidental y Japón. El resultado fue que en 1973 la debilidad del dólar resultó manifiesta cuando ocurrió la explosión del precio del petróleo. El largo período de prosperidad llegaba a su fin.

La teoría de la economía armamentista permanente tomó por descontado que la irracionalidad del capitalismo no disminuiría con el envejecimiento del sistema. El capitalismo, que en palabras de Marx se cubrió a lo largo de la historia con sangre y barro, no se volvería más benévolo en la vejez. De hecho, la economía armamentista permanente es la expresión más extrema de la bestialidad y la barbarie del sistema.98

La revolución permanente desviada

Un tema importante que los trotskistas de posguerra tuvieron problemas para comprender, fue el relacionado con el desarrollo del Tercer Mundo. Trotski desarrolló en Rusia su teoría de la revolución permanente, vaticinando el debilitamiento del imperialismo y el cambio social en los países del Tercer Mundo. Los cambios serían impulsados por la clase trabajadora, la cual se esforzaría por completar las tareas de la revolución burguesa, al mismo tiempo de llevar adelante la lucha por el socialismo. El hecho de si la teoría de la revolución permanente de Trotski explicaba adecuadamente la evolución del Tercer Mundo, fue cuestionado de forma muy clara por la llegada al poder de Mao en China y de Fidel en Cuba.

¿Funcionaba la teoría en estos casos? No sería correcto responder a esta pregunta simplemente con un “sí” o con un “no”. Había mucho en común entre lo ocurrido en estos dos países y la teoría de Trotski, pero en varios sentidos había también una divergencia radical. De esta realidad surgió la necesidad de formular una teoría que pudiera abarcar ambos aspectos. Esta fue la teoría de la revolución permanente desviada.

La subida de Mao al poder

A pesar de la etiqueta “comunista” de la victoria de Mao sobre el Kuomintang nacionalista en 1949, la clase trabajadora industrial no jugó ningún papel en ella. Incluso la composición social del propio Partido Comunista Chino era ajena a la clase trabajadora. El ascenso de Mao dentro del partido coincidió en el tiempo con el período en que este dejó de ser un partido formado por trabajadores. Hacia fines de 1926 al menos el 66% de los miembros del partido eran obreros, otro 22% intelectuales y sólo un 5% campesinos.99 Hacia noviembre de 1928 el porcentaje de trabajadores había descendido en más de cuatro quintos y un informe oficial admitía que el partido “no tiene un sólo núcleo saludable entre los trabajadores industriales”100. El propio partido afirmaba que los trabajadores comprendían sólo el 10% de los afiliados en 1928, 3% en 1929, 2,5% en marzo de 1930, 1,6% en septiembre del mismo año y prácticamente nada hacia su final.101 Desde entonces y hasta la victoria final de Mao, el partido prácticamente no contó con trabajadores industriales en sus filas.

Durante algunos años el partido estuvo limitado a movimientos insurgentes de campesinos en las provincias de China central donde estableció una República Soviética China. Más tarde, después de la derrota militar en las provincias de China central (1934) se trasladó al norte de Sensí, en el noroeste del país. En ambas áreas no había trabajadores industriales. Una publicación del Comintern no exageraba cuando expresaba que “la región fronteriza es una de las más atrasadas de China en el campo socioeconómico”102. Chu Teh decía lo mismo: “Las regiones bajo la dirección de los comunistas son las más atrasadas económicamente de todo el país…”.103 Ni una sola ciudad estuvo bajo el control de los comunistas hasta un par de años antes del establecimiento de la República Popular China.

Era tan poca la relevancia que tenían los trabajadores en la estrategia del Partido Comunista durante el período de la subida de Mao al poder, que el partido no creyó necesario convocar un Congreso Nacional de los sindicatos durante diecinueve años, después del que se realizara en 1929. Ni tan siquiera se preocupó de buscar apoyo entre los trabajadores, como demuestra su declaración de no intentar mantener ninguna organización en las áreas controladas por el Kuomintang durante los años cruciales de 1937-45.104 Cuando en diciembre de 1937 el gobierno del Kuomintang decretó la pena de muerte para los trabajadores que fueran a la huelga —e incluso para los que apenas la promovieran— mientras continuara la guerra contra los japoneses, un miembro del Partido Comunista dijo a un periodista que el partido estaba “completamente satisfecho” con la conducta del gobierno respecto a la guerra.105 Incluso después del estallido de la guerra civil entre el Partido Comunista y el Kuomintang, ninguna organización del partido funcionó en las áreas de este último, las cuales incluían todos los centros industriales del país.

La conquista de las ciudades por parte de Mao demostró más claramente todavía el completo divorcio entre el Partido Comunista y la clase trabajadora. Los líderes comunistas hicieron todo lo que pudieron para evitar que los trabajadores se sublevaran en las ciudades, en vísperas de la toma de éstas por el partido. Antes de la caída de Tientsin y Pekín, por ejemplo, el general Lin Piao, comandante del frente, publicó una proclama llamando al pueblo a:

…mantener el orden y continuar con sus ocupaciones. Oficiales del Kuomintang o personal de policía de provincia, ciudad, país u otros niveles de las instituciones gubernamentales; personal de distrito, ciudad, pueblo o Pao Chia [poder municipal]… se les ordena permanecer en sus puestos.106

Al tiempo que cruzaban el río Yangtze, antes de que las grandes ciudades del sur y centro de China (Shanghai, Hankow, Cantón) cayeran en poder de Mao, éste y Chu Teh hicieron pública otra proclama:

…se espera que los obreros y empleados de todos los oficios continúen trabajando y que los negocios funcionen con normalidad… los oficiales de todos los niveles del gobierno central, provincial, municipal y local del Kuomintang, o delegados a la “Asamblea Nacional”, miembros de los Yuan Legislativos o de Control, o de los Consejos Políticos Populares, personal de la policía y jefes de las organizaciones del Pao Chia… han de permanecer en sus puestos, y obedecer las ordenes del Ejército Popular de Liberación y del Gobierno Popular.107

La clase trabajadora cumplió y permaneció inerte. Un informe desde Nanking el 22 de abril de 1949, dos días antes de que el Ejército Popular de Liberación ocupara la ciudad, describía la situación de esta manera:

La población de Nanking no muestra signos de agitación. Multitudes curiosas fueron vistas observando a la orilla del río el duelo de fusiles al otro lado del mismo. Los negocios funcionan con normalidad. Algunas tiendas han cerrado pero esto se debe a la escasez de comercio. Los cines siguen llenos.

Un mes más tarde un corresponsal del New York Times escribía desde Shanghai, “las tropas rojas han comenzado a enganchar carteles en chino instando a la población a que mantenga la calma y asegurándole que no tiene nada que temer”.108 En Cantón “después de su entrada, los comunistas tomaron contacto con la comisaría e instruyeron a los oficiales y hombres para que permanecieran en sus puestos y mantuvieran el orden”.109

La afirmación de Trotski de que las tareas de la revolución burguesa como la liberación de la dominación imperialista sólo podrían ser logradas por los trabajadores, no explicaba lo ocurrido en China.

La revolución de Castro

Otro ejemplo de un desarrollo que no se ajusta a la situación prevista por Trotski, era el de Cuba. Aquí ni la clase trabajadora ni el campesinado tuvieron un serio papel, sino que fueron los intelectuales de clase media los que ocuparon completamente el campo de batalla. El libro de C. Wright Mills, Escucha Yankee, el cual es un monólogo más o menos auténtico de los líderes cubanos, trata en un principio de lo que no fue la revolución:

…la revolución no fue una lucha… entre trabajadores asalariados y capitalistas… Nuestra revolución no es una revolución llevada a cabo por sindicatos obreros o por trabajadores asalariados de la ciudad, o por partidos obreros o cualquier otra cosa similar… los trabajadores asalariados de la ciudad no tenían ninguna conciencia revolucionaria; sus sindicatos eran parecidos a los sindicatos norteamericanos, movilizándose para conseguir mayores salarios y mejores condiciones de trabajo. Eso era todo lo que los movilizaba. Y algunos eran más corruptos que algunos de los [norteamericanos].

Paul Baran, partidario sin críticas de Fidel, después de algunas entrevistas con líderes cubanos sobre el papel insignificante de los trabajadores industriales en la revolución, escribió:

Parece que el segmento empleado de la clase trabajadora industrial permaneció en general pasivo, a lo largo del período revolucionario. Formando la capa “aristocrática” del proletariado cubano, estos trabajadores obtenían beneficios del monopolio del comercio exterior y nacional, se les pagaba bien en términos latinoamericanos, y disfrutaban de un nivel de vida considerablemente más alto que el de la mayoría del pueblo cubano. El movimiento sindical estaba dominado por el “sindicalismo amarillo” al estilo de Estados Unidos y estaba impregnado por la mafia y el gangsterismo.111

La indiferencia de la clase trabajadora industrial explica el fracaso total de la convocatoria de Fidel a una huelga general el 9 de abril de 1958, dieciséis meses después del inicio del alzamiento y ocho meses antes de la caída de Batista —el dictador cubano. Los trabajadores permanecieron indiferentes, y los comunistas la sabotearon. Fue algún tiempo más tarde que estos últimos se subieron al carro de la revolución.112

No sólo la clase trabajadora estuvo ausente del levantamiento dirigido por Fidel, sino también el campesinado. Hacia abril de 1958, el número total de hombres armados al mando de Fidel era aproximadamente de 180 y, en el momento de la caída de Batista había aumentado solamente hasta 803.113 Los cuadros de Fidel eran intelectuales. Y los campesinos que participaron no eran trabajadores agrícolas asalariados, inspirados en el colectivismo, como Mills y Baran afirmaban. El Che describe a los campesinos que se unieron a Fidel en Sierra Maestra, diciendo que:

Los soldados que componían nuestro primer ejército guerrillero eran gente de campo que procedían del tipo de clase social que muestra su amor por la posesión de la tierra de la forma más agresiva, lo cual representa perfectamente el espíritu catalogado como pequeñoburgués.114

El movimiento liderado por Fidel era de clase media. Los 82 hombres que bajo su mando invadieron Cuba desde México en diciembre de 1956 y los 12 que sobrevivieron luego de los primeros choques, procedían de esa clase media. “Las mayores pérdidas las sufrió el movimiento de resistencia urbano, en gran parte de clase media, el cual creó los ácidos políticos y psicológicos que corroían las fuerzas armadas de Batista”.115

Sacando conclusiones generales de su experiencia, el Che expresaba que la clase trabajadora industrial no sería relevante en las futuras revoluciones socialistas:

Los campesinos, con un ejército compuesto por su propia gente, luchando por sus propios grandes objetivos, principalmente por una distribución justa de la tierra, vendrán desde el campo a tomar las ciudades… Este ejército, creado en el campo, donde las condiciones subjetivas se desarrollan para la toma del poder, procede a conquistar las ciudades desde fuera…116

En el resto del Tercer Mundo la clase trabajadora no jugó más que un papel secundario en las transformaciones sociales de posguerra, e incluso cuando estuvo presente no actuó como una fuerza independiente que lucha por la revolución socialista, como en el caso de Rusia durante 1917. Por consiguiente, los procesos de superación de las relaciones socioeconómicas atrasadas y el logro de la liberación nacional del imperialismo, fueron encabezados por una variedad de fuerzas principalmente provenientes de la intelectualidad y del Estado, las cuales jugaron el papel atribuido a la clase trabajadora en la teoría de la revolución permanente de Trotski. A pesar de que los desarrollos en África, Asia y América Latina variaron, el capitalismo de Estado fue, en mayor o menor medida, el resultado dominante.

¿Cuáles eran las fallas de la teoría de la revolución permanente de Trotski?

Antes de responder, resumamos los elementos básicos de su teoría:

(1) Una burguesía que llega tarde a la escena histórica es fundamentalmente diferente de sus antecesoras de hace uno o dos siglos. Es incapaz de proporcionar una solución democrática consistente al problema de la opresión del feudalismo y del imperialismo. Es incapaz de llevar a cabo la completa destrucción del feudalismo, de conseguir una independencia nacional genuina y la democracia política. La burguesía ya no es revolucionaria, ni en los países avanzados ni en los atrasados. Es una fuerza absolutamente conservadora.

(2) El papel revolucionario decisivo recae sobre la clase trabajadora, a pesar de que pueda ser bastante joven y pequeña en número.

(3) El campesinado es incapaz de una acción independiente, por esto seguirá a las ciudades y, en vista de los puntos anteriores, seguirá el liderazgo de la clase trabajadora industrial.

(4) Una auténtica solución para la cuestión agraria y para la cuestión nacional, una ruptura de las ataduras sociales e imperiales que impiden el rápido avance económico, supone ir más allá de los límites de la propiedad privada burguesa. “La revolución democrática se transforma directamente en socialista, convirtiéndose con ello en revolución permanente”.117

(5) “El triunfo de la revolución socialista es impensable dentro de las fronteras nacionales de un país… Por lo tanto, la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se completa con la victoria definitiva de la nueva sociedad en todo el planeta”.118 Es un sueño reaccionario intentar alcanzar el “socialismo en un solo país”.

(6) Como resultado, la revolución en los países atrasados conduciría a convulsiones en los países avanzados.

Mientras que la naturaleza conservadora y cobarde de una burguesía que se desarrolla tarde (primer punto) es una ley absoluta, el carácter revolucionario de una clase trabajadora joven (segundo punto) no es inevitable ni absoluto. Si la clase trabajadora no es necesariamente revolucionaria, entonces los puntos (3) a (5) no se realizan.

Una vez que la constante de la naturaleza revolucionaria de la clase trabajadora es puesta en duda, siendo esta constante el pilar central de la teoría de Trotski, toda la estructura se desmorona. Su tercer punto no se efectiviza, ya que el campesinado no puede seguir a una clase trabajadora no revolucionaria, y el resto de los elementos que conlleva también fallan. Pero esto no significa que no pase nada.

Una combinación de circunstancias nacionales e internacionales hace imperativo para las fuerzas productivas romper las restricciones del feudalismo y del imperialismo. Las rebeliones campesinas se expanden más intensamente que con anterioridad. En ellas se arraiga también la rebelión nacional contra la ruina económica producida por el imperialismo. El resultado fue un tipo de transformación que incluía elementos de la revolución permanente mientras se apartaba de ésta en aspectos radicales. A esto le llamamos: revolución permanente desviada, una teoría que fue presentada por primera vez en 1963.119

Si las dos principales clases de la sociedad contemporánea, los capitalistas y los trabajadores, no juegan un papel central —una porque se había vuelto una fuerza conservadora, y la otra porque se había alejado de su meta debido al estalinismo y al reformismo— ¿cómo podían ocurrir procesos tan importantes? El crecimiento de las fuerzas productivas y los levantamientos campesinos no podrían haber sido capaces por sí mismos de derrotar a la propiedad privada y al imperialismo. Otros cuatro factores ayudaron a ello:

(1) La debilidad del imperialismo mundial que fue resultado del aumento de las contradicciones entre los bloques de poder y la parálisis que afectaba su intervención fruto del peligro nuclear. Esto limitó parcialmente su capacidad para intervenir en el Tercer Mundo por temor a iniciar una guerra.

(2) La creciente importancia del Estado en los países atrasados. Cuando la sociedad tiene que desarrollar una tarea y la clase social que tradicionalmente la lleva a cabo no existe, otro grupo de gente —con frecuencia la burocracia estatal— hará dicha labor. Ello refleja no solo ni principalmente, la base económica nacional en la cual se sustenta, sino el carácter supranacional de la actual economía mundial.

(3) El impacto del estalinismo y del reformismo, al conducir la fuerza del movimiento obrero en una dirección diferente que la revolución socialista. Frecuentemente los partidos comunistas y otros movimientos similares, con influencia entre los trabajadores, dedicaron sus esfuerzos a sostener y colaborar con fuerzas locales que representaban otros intereses de clase.

(4) La creciente importancia de la intelectualidad como liderazgo unificador de la nación y sobre todo como manipuladora de las masas. Este último punto necesita una elaboración especial.

La importancia de los intelectuales en el movimiento revolucionario está en proporción directa al retraso general —económico, social y cultural— de las masas de las cuales emerge. Es característico que el movimiento populista ruso, el cual más que cualquier otro enfatizó la necesidad de revolucionar los elementos más atrasados de la sociedad, —esto es, a los campesinos— fuera también el grupo que diera la mayor importancia a la intelectualidad, a los maestros del “pensamiento crítico”.

La intelectualidad revolucionaria demostró ser un factor mucho más cohesionador en las naciones emergentes de posguerra que en la Rusia zarista. Frente a una propiedad privada burguesa nacional demasiado débil para transformar la situación, y una carga del imperialismo que se consideraba intolerable, el capitalismo de Estado les pareció la mejor respuesta. A causa del debilitamiento del imperialismo y la creciente importancia de la planificación estatal, el ejemplo de la URSS y el trabajo organizado y disciplinado de los partidos comunistas, proveyeron un programa cohesionador para la intelectualidad. Como única sección no especializada de la sociedad (porque no está encerrada en un rol particular dentro de las relaciones de producción), la intelectualidad era la fuente de un “liderazgo revolucionario profesional” y simultáneamente parecía representar los intereses de la “nación” en su conjunto, en contraposición con los intereses de clase. Además, era la sección de la sociedad más empapada de la cultura nacional, ya que los trabajadores y los campesinos no tenían ni el tiempo ni la educación requeridas para ello.

También la intelectualidad era sensible al atraso tecnológico de sus países. Participando en el mundo científico y técnico del siglo XX, ellos se sintieron asfixiados por el atraso de su propia nación. Este sentimiento fue acentuado por el “desempleo intelectual” endémico en estos países. Dado el atraso económico general, la única esperanza para la mayoría de los estudiantes era un empleo público, pero no había suficientes puestos para todos ellos.120

La vida espiritual de los intelectuales también estaba en crisis. En medio de un orden que se desmoronaba, donde el modelo tradicional estaba en desintegración, ellos se sentían inseguros, sin raíces, carentes de valores firmes. Las culturas en disolución dieron lugar a un poderoso impulso en favor de una nueva integración, que tenía que ser absoluta y dinámica para poder llenar el vacío social y espiritual. La intelectualidad abrazó el nacionalismo con fervor religioso.

Antes de que un país lograra la libertad política, sus intelectuales se encontraban bajo doble presión —privilegiados por encima de la mayoría de la gente, pero aún sometidos a gobernantes extranjeros. Esto explica los titubeos y vacilaciones tan característicos de su papel en los movimientos nacionales. Sus ventajas crearon un sentimiento de culpa, de “deuda” hacia las masas, y al mismo tiempo un sentimiento de separación y superioridad. La intelectualidad estaba ansiosa de pertenecer sin ser asimilada, sin dejar de mantenerse aparte y en una posición superior. Estaban en busca de un movimiento dinámico que unificara la nación, abriéndole nuevas perspectivas, pero que simultáneamente le diera poder a la propia intelectualidad.

Eran grandes creyentes en la eficiencia, incluyendo la eficiencia de la ingeniería social. Ansiaban una reforma desde arriba y deseaban entregar amorosamente un mundo nuevo a las masas agradecidas del pueblo, antes que presenciar la lucha librada por gente consciente de sus intereses y libremente asociada para producir un mundo nuevo para ellos mismos. Se preocuparon mucho por medidas que sacaran a sus naciones del estancamiento, pero muy poco por la democracia. Encarnaron el impulso de la industrialización, de la acumulación de capital, del resurgimiento nacional. Su poder estaba en relación directa con la debilidad de otras clases, y su nulidad política.

Todo ello hace que el capitalismo de Estado resultara un objetivo atractivo para los intelectuales. De hecho, ellos fueron los principales portadores de la pancarta del “comunismo” en las naciones emergentes. “Los partidos comunistas lograron gran aceptación en América Latina entre estudiantes y clases medias”, escribía un especialista sobre América Latina.121 A manera de ejemplo tomemos el caso del Partido Comunista de la India, en cuyo congreso de marzo/abril de 1958 “aproxi­mada­mente el 67% de los delegados procedían de otras clases que del proletariado y del campesinado (eran de clase media, propietarios de tierras y pequeños comerciantes). El 72% tenía un buen nivel de educación.”122 En 1943, ya el 16% de los miembros de este partido eran funcionarios del mismo.123

La revolución permanente desviada

La teoría de Trotski sugería que en el Tercer Mundo las fuerzas impulsoras del desarrollo social llevarían a la revolución permanente y a los trabajadores a la lucha por el socialismo. Pero ante la ausencia del sujeto revolucionario, de la actividad y de la dirección de la clase trabajadora, el resultado fue un liderazgo y un objetivo diferente —el capitalismo de Estado. Teniendo en cuenta lo que es de validez universal en la teoría de Trotski (el carácter conservador de la burguesía) y lo que depende de la actividad subjetiva de la clase trabajadora, se puede llegar a una versión de la misma, que por falta de un nombre mejor, llamamos teoría de la revolución permanente desviada. En ella el tema central de la teoría de Trotski permanece tan válido como siempre: la clase trabajadora debe seguir su lucha revolucionaria hasta que triunfe en todo el mundo. Sin alcanzar esta meta no puede lograr su libertad.

La herencia

El presente ensayo comenzó comparando los pronósticos de Trotski sobre la evolución de la situación mundial y el verdadero estado de cosas después de la Segunda Guerra Mundial. A esto siguió la descripción sobre cómo la gran mayoría de los trotskistas cerró sus ojos ante la realidad, mientras se mantenían fieles a las palabras de Trotski —aunque se desviaran por completo del espíritu de las mismas.

¿Por qué ocurrió así? ¿Por qué Mandel, Pablo y otros líderes trotskistas actuaron de esta forma, creándose un mundo imaginario? La razón se halla en el aislamiento que sufrieron y en las frágiles bases que tenían en la clase trabajadora, durante los años de oscura reacción —los años del nazismo y del estalinismo.

Intentando ser fiel a las enseñanzas de Marx, Lenin, Trotski y Luxemburg, y adaptándose a la verdadera situación internacional luego de la Segunda Guerra Mundial, la corriente socialismo internacional se esforzó por desarrollar tres teorías:

(1) la teoría del capitalismo de Estado, que explica la dilatada estabilidad de la Unión Soviética estalinista y su posterior derrumbe;

(2) la teoría de la economía armamentista permanente, que explica la larga prosperidad del capitalismo occidental y como ella contenía las semillas de sus futuras crisis;

(3) la teoría de la revolución permanente desviada, que explica el curso seguido por las revoluciones en el Tercer Mundo.

¿Había conexiones prácticas en el mundo real que determinaran la existencia de un vínculo entre estas tres teorías? Efectivamente, sí lo había. El poderío y la supervivencia del régimen estalinista en la Unión Soviética, era la llave hacia los otros dos desarrollos.

En primer lugar, la influencia estalinista jugó un papel crucial al impedir que las profundas tensiones sociales y políticas de finales de la Segunda Guerra Mundial se convirtieran en revoluciones obreras. Las tensiones sociales en el continente europeo eran mucho más agudas y más profundas en ese momento que a finales de la Primera Guerra Mundial, cuando detonaron las revoluciones en Rusia, Alemania, Austria, Hungría y había situaciones potencialmente revolucionarias en muchos otros países.

En 1945, debido al accionar de los partidos comunistas no se disparó un franco y general proceso revolucionario. Usando su aura radical, los líderes estalinistas jugaron un papel crucial reprimiendo la creciente ola revolucionaria y defendiendo al capitalismo.

Los ejemplos de Francia, Italia y Alemania ilustran el potencial desperdiciado. En agosto de 1944 fue la Resistencia, liderada por el Partido Comunista, la que liberó París de las tropas nazis; quedando la situación totalmente bajo su control. Comparando a los comunistas con los demás grupos políticos rivales, Gabriel Kolko, en Las políticas de guerra explica que “en la Resistencia, los grupos de ideología gaullista siempre fueron una pequeña minoría. En muchas partes claves de Francia apenas existieron”.124 Al Partido Socialista también le faltaba apoyo popular:

Los socialistas habían sido el partido por excelencia de la Tercera República y su devoción compulsiva por permanecer en la política, incluso después de Vichy, terminó en la expulsión de las dos terceras partes de sus miembros de la Asamblea Nacional por colaboracionismo y compromisos. Después de 1941, los socialistas literalmente desaparecieron como partido, y sólo comenzaron gradualmente a reconstruir sus bases en 1944.125

Esto dejó el campo libre al Partido Comunista: “Los comunistas dominaron la organización de la Resistencia; los Francs-Tireurs et Partisans… eran mayoría.126 Ian Birchall describe la situación en Francia de la siguiente manera:

La liberación de Francia de la ocupación nazi en la segunda mitad del año 1944 dejó al país en un estado de gran confusión. Inicialmente el gobierno central tenía poco control sobre la situación. En varias municipalidades se instauraron comités de liberación; en Marsella las autoridades locales comenzaron un programa de estatización de la propiedad regional sin siquiera consultar a París. Se crearon tribunales populares y unos 11.000 colaboradores de los nazis fueron ejecutados.

Los comités de liberación eran principalmente controlados por el Partido Comunista Francés y el gobierno no podía intervenir. El ministro del interior suplicaba en vano que dejaran de actuar autónomamente. Sólo la intervención de Maurice Thorez, el líder del Partido Comunista Francés, pudo contenerlos. Él afirmó que:

Los comités de liberación locales no deben sustituir a la administración municipal y departamental. El Consejo Nacional de la Resistencia no ha sustituido al gobierno.127

Fue Maurice Thorez quien, al regresar a Francia desde Moscú, realizó la proclama: “Una policía. Un ejército. Un Estado”. Luego la Resistencia fue desarmada. Kolko escribe:

Thorez disciplinó a la dirección más antigua y militante alrededor de André Marty y Charles Tillon a quienes finalmente expulsó; prohibió las huelgas y exigió mayor trabajo a los obreros, y respaldó la disolución de la Resistencia. Subordinó cada objetivo social al objetivo de ganar la guerra; “la tarea de los Comités de Liberación no es administrar”, le dijo al Comité Central del partido en enero de 1945, “sino ayudar a aquellos que administran. Ellos deben, sobre todo, movilizar, entrenar y organizar a las masas para lograr el máximo esfuerzo de guerra y apoyar al Gobierno Provisional en la aplicación del programa establecido por la Resistencia”. En síntesis, en un punto crítico en la historia del capitalismo francés, el partido se negó a actuar contra él. “La unidad de la nación”, que Thorez nunca se cansó de reiterar, era “un imperativo categórico”… El partido ayudó a desarmar a la Resistencia, reavivar una economía moribunda, y crear la estabilidad suficiente para dar un crucial respiro al viejo orden: y luego se enorgulleció de los logros obtenidos.128

Mientras tanto, en Italia la ola revolucionaria se elevó con mayor fuerza. Pierre Broué escribe, “En Italia fue la movilización de los trabajadores —nadie debería sorprenderse al saber que la misma comenzó en la planta de Fiat— la que finalmente movió la tierra bajo el régimen fascista y cavó la tumba de Benito Mussolini”.129

La masiva huelga en la planta de Fiat se convirtió en una huelga general que al día siguiente derrotó al gobierno. Un año después:

En marzo de 1944… una nueva y aun más impresionante ola de protestas se extendió a través de la Italia ocupada. En esa época las consignas de los huelguistas eran más políticas, exigiendo paz inmediata y el fin de la producción de guerra para Alemania. La cantidad de trabajadores involucrados excedió las previsiones más optimistas; 300.000 obreros paralizaron la provincia de Milán. En la ciudad misma los trabajadores del tranvía pararon el 1º de marzo, y sólo fueron forzados a volver el 4 y el 5 por una campaña de terror desplegada en su contra. La huelga se extendió más allá del triángulo industrial a las fábricas textiles de Veneto y las ciudades italianas centrales de Bolonia y Florencia. Las mujeres y los trabajadores peor pagados estaban a la vanguardia de la agitación. En algún momento de la primera semana de marzo, miles de trabajadores dejaron sus herramientas.130

El impulso implacable de la lucha industrial, política y armada de la clase trabajadora italiana, determinó que para 1945 los distritos de clase trabajadora en Turín, fueran eficaces áreas de exclusión para fascistas y alemanes.131 De hecho:

Para el 1º de mayo toda el área norte de Italia había sido liberada. El carácter popular e insurreccional de la liberación, que dejó una impresión indeleble en la memoria de aquellos que habían participado, fue bienvenido en la mayoría de los barrios. En otros causó una aguda ansiedad. Un terrible ajuste de cuentas se estableció, con al menos 12.000 o 15.000 personas ejecutadas enseguida de la liberación. En cuanto a los industriales norteños, habían esperado una transición indolora del poder de los fascistas a las autoridades angloamericanas. En cambio se encontraron con sus fábricas ocupadas, a los trabajadores armados, y un período de diez días entre la insurrección y la llegada de los Aliados. Algunos de los más comprometidos con el antiguo régimen no se atrevieron a esperar y huyeron a Suiza. Durante los próximos meses el miedo a una revolución social inminente fue muy fuerte entre los círculos capitalistas.132

Que esta revolución no se materializara se debió ante todo, al control ejercido por el Partido Comunista Italiano. Broué escribe:

El Partido Comunista Italiano —la sección de la Internacional Comunista bajo el control directo de Moscú— realizó acercamientos a los notables, a los fascistas renegados, a los mariscales y a las autoridades de la iglesia, para proponerles un compromiso que consistía en salvarlos de la presión de las calles a cambio de un lugar en el gobierno, y el reconocimiento legal de la Agencia Italiana en Moscú.133

Al igual que Thorez en Francia, el líder comunista italiano Togliatti, jugó un papel central al volver de su larga estancia en Moscú. Ginsburg escribe:

A su llegada a Salerno, Togliatti esbozó a sus camaradas —provocando asombro y alguna oposición— la estrategia que había proyectado para que el partido siguiera en el futuro cercano. Los comunistas, dijo, debían dejar de lado su hostilidad hacia la monarquía. En cambio debían persuadir a todas las fuerzas antifascistas a unirse al gobierno, que ahora controlaba toda Italia al sur de Salerno. Unirse al gobierno, según Togliatti, era el primer paso hacia la realización del objetivo principal en ese momento —la unidad nacional para enfrentar a los nazis y a los fascistas. El primer objetivo de los comunistas debía ser la liberación de Italia, no la revolución socialista.

Togliatti insistió en que la unidad de los años de guerra debía, si era posible, continuar en el período de la reconstrucción. Esta gran unidad debía incluir no sólo a los socialistas, sino también a los demócrata-cristianos. En un discurso en Roma en julio de 1944, caracterizó a los demócrata-cristianos como un partido que tenía en sus bases, “una masa de obreros, campesinos, intelectuales y personas jóvenes que básicamente comparten nuestras aspiraciones, porque como nosotros ellos quieren una Italia democrática y progresista”.134

En abril de 1944, Togliatti argumentó que los partidos del Comité de Liberación Nacional debían jurar obediencia el rey y unirse al gobierno del Mariscal Badoglio. Este había sido comandante en jefe de Mussolini y líder de las tropas italianas que invadieron Abisinia en 1935. ¡Togliatti incluso se convirtió en uno de los ministros de Badoglio!135

En Alemania la lucha revolucionaria era aun más difícil que en Francia e Italia. Es verdad que la represión hizo la resistencia al Tercer Reich sumamente difícil, pero éste era sólo un lado de la ecuación. El potencial de resistir también fue sistemáticamente socavado desde el campo antinazi. La desastrosa dirección política del reformista Partido Socialdemócrata (SPD) y sobre todo del estalinista Partido Comunista (KPD), dejó a los trabajadores alemanes angustiados y confundidos, mientras a Hitler le era permitido hacerse del poder sin que se alzara un dedo en su contra.

La firma del pacto entre Hitler y Stalin en 1939 quebró los espíritus de los comunistas alemanes, quienes formaban la única resistencia masiva al nazismo. Una señal de esto fueron las cifras de captura de volantes clandestinos por parte de la Gestapo, la cual cayó de 15.922 en 1939 a sólo 1.277 en 1940.

Incluso cuando la guerra estaba encaminada, las tácticas de los Aliados parecían calculadas para desalentar cualquier revuelta contra el Tercer Reich y producir en cambio, una sombría lealtad. En el Este, Stalin afirmaba estar luchando una “Gran Guerra Patriótica” y el blanco dejó de ser el régimen nazi, pasando a ser todos los alemanes. La propaganda antialemana rusa, prácticamente racista, minó el desarrollo de un movimiento de resistencia contra los nazis. Una y otra vez Ilya Ehrenburg, escribía en la prensa rusa la misma frase, “¡El único alemán bueno, es un alemán muerto!”

Los soldados alemanes terminaron la Primera Guerra Mundial con una revolución contra el Káiser, pero en las condiciones de la Segunda Guerra Mundial ninguna revuelta ocurrió, porque como decía un soldado, “Dios prohíbe que perdamos la guerra. Si la venganza sobreviene, tendremos una época muy dura”.

Pero la semilla de la revolución todavía estaba allí. Al final de la Segunda Guerra Mundial la pesada represión fue vencida por los trabajadores alemanes, y esto les dio una oportunidad efectiva para expresarse. Fue asombroso lo que se destapó. Un gigantesco movimiento de comités antifascistas, o “Antifas”, se extendió por Alemania con cada nueva área liberada al nazismo. Existían más de 500 de estos comités, cuya composición era abrumadoramente de clase trabajadora. Durante un breve lapso de tiempo, entre el derrocamiento del régimen nazi y la reimposición del “orden” por las fuerzas aliadas de ocupación (Rusia en el este, Gran Bretaña y los Estados Unidos en el oeste), los trabajadores fueron libres en dos sentidos.

No sólo desapareció la tiranía nazi, sino que el trabajo de la Gestapo había amortiguado temporalmente la influencia de los líderes reformistas socialdemócratas y estalinistas.

Los “Antifas” crecieron explosivamente. En Leipzig (Alemania oriental) había 38 comités locales, que decían tener 4.500 activistas y 150.000 adherentes. A pesar de las distracciones causadas por la devastación de la guerra (la población había caído en la ciudad de 700.000 a 500.000 personas, por ejemplo), más de 100.000 personas se congregaron en la manifestación del 1º de Mayo de 1945. En Bremen (Alemania occidental), una ciudad donde el 55% de las casas eran inhabitables y una tercera parte de la población había huido, existían 14 grupos locales, que declaraban 4.265 miembros. Quince días después la cifra era de 6.495 miembros. Muchos “Antifas” fueron organizados en lugares de trabajo. En la región del Ruhr central poco después de la liberación, una asamblea de representantes de lugares de trabajo incluyó a 360 delegados de 56 minas y muchas otras empresas.

Los Antifas estaban decididos a terminar con el nazismo. Se lanzaron a huelgas exigiendo la purga de los activistas nazis. En Bremen y otros lugares los edificios del sindicato nazi —el Frente Laborista Alemán— fueron ocupados. Los presos retornados de los campos de concentración fueron alojados en las viviendas de activistas nazis y los más notorios de estos últimos fueron entregados a las autoridades. Stuttgart fue más allá y estableció sus propios “tribunales revolucionarios”.

Existía la conciencia de que el nazismo podía ser desterrado realmente, sólo si los trabajadores hacían ellos mismos el trabajo. La mina del Príncipe Regente en Bochum llamó a una huelga general política y difundió su consigna: “Larga vida al Ejército Rojo”, no en referencia a las fuerzas soviéticas, sino a la fuerza insurreccional de la revolución alemana de 1918-23. La perspectiva era tan avanzada que “en el futuro Estado no habrá más patrones como antes. ¡Debemos disponer de las cosas y trabajar como si la empresa fuera nuestra!” En algunos lugares los trabajadores tomaron sus fábricas y los directores huyeron. Los “Antifas” prepararon a sus propias milicias de fábrica y reemplazaron a los jefes de policía y alcaldes con sus propios candidatos. La situación en Stuttgart y Hannover fue descrita como de “doble poder”, habiendo los “Antifas” estructurado sus propias fuerzas policiales, tomado una serie de poderosas posiciones locales y comenzado a organizar servicios vitales como el aprovisionamiento de comida.

Vale la pena citar el informe presencial de un oficial de Estados Unidos:

En áreas ampliamente dispersas, bajo diferentes nombres, y al parecer sin conexión entre ellos, frentes de unidad antinazis emergieron poco después del colapso del gobierno nazi… Aunque no tienen ningún contacto entre sí, estos grupos muestran una notable similitud en la manera en que se constituyen y en su programa. La iniciativa para su creación parece en cada caso provenir de personas que permanecieron activas durante el período nazi y de alguna forma u otra estaban en contacto entre sí… la denuncia de los nazis, los esfuerzos por prevenir un movimiento nazi clandestino, la desnazificación de las autoridades civiles y la industria privada, la mejora en el alojamiento y provisión del suministro de alimentos, son las cuestiones centrales que preocupan a las organizaciones recientemente creadas… La conclusión es por consiguiente justificada, estos colectivos representan la espontánea conjunción de las fuerzas de la resistencia antinazi, las que, mientras permanecía el régimen de terror, eran impotentes.

El informe continúa contrastando este proceso con las actividades de la izquierda, que enfatizó el desarraigo de todos los restos del nazismo como condición previa para un nuevo comienzo, y las actividades de la derecha, que se “concentra en el esfuerzo por conservar aquello que todavía pudiera ser utilizable de las ruinas del régimen de Hitler”.

Sin embargo, los “Antifas” pudieron existir sólo unas semanas en cada localidad, porque no sólo tenían la oposición de las fuerzas de ocupación (incluyendo el ejército ruso) sino también de los estalinistas del movimiento obrero. En cuanto las fuerzas de ocupación ganaban firme apoyo local, los “Antifas” eran prohibidos. Esto se aplicó tanto al sector oriental controlado por los rusos como a occidente.

Los “Antifas” se disolvieron con la connivencia de los dos partidos formados por trabajadores. Después del acuerdo de Yalta, el KPD estalinista aceptó que los aliados occidentales tuvieran pleno derecho de controlar su esfera de influencia, y no toleraría ninguna acción independiente en el Este. En la región occidental el reformista SPD no tenía interés en promover ninguna revolución.

Así, el período en cuestión fue breve —sólo unas semanas durante la primavera de 1945. No obstante, esto demostraba el potencial para el poder de los trabajadores que fue bloqueado, principalmente por el estalinismo de arriba y de abajo.136

Conclusión

Si el régimen estalinista no hubiera sobrevivido a la guerra, como Trotski preveía, es claro que los partidos estalinistas de Francia e Italia no habrían tenido poder para defender al régimen capitalista en estos países. De igual manera, la clase trabajadora alemana no habría quedado paralizada después de la caída de Hitler.

La supervivencia del capitalismo de Estado condujo a la supervivencia del capitalismo occidental, pues era interés de ambos evitar la revolución. Pero este era un sistema de hermanos hostiles y los anteriores aliados en los tiempos de la guerra pronto se vieron envueltos en una masiva y costosa carrera armamentista: la Guerra fría. Ésta era la base de la economía armamentista permanente que operaba en occidente.

La conexión entre la existencia del régimen estalinista en la Unión Soviética y la revolución permanente desviada en China y Cuba es más obvia. Fue la existencia de una Unión Soviética fuerte la que inspiró a los ejércitos maoístas a seguir luchando contra el imperialismo japonés por muchos años, y también contra el Kuomintang de Chiang Kai-shek. Era el ejemplo de una poderosa y rápida industrialización de la atrasada Unión Soviética bajo Stalin, la que inspiró a los partidos estalinistas y los gobiernos emergentes a lo largo del Tercer Mundo, y sirvió de modelo a seguir por ellos. La política estalinista de aliarse a las fuerzas capitalistas locales determinó que ese imperialismo no fuera derrocado por una revolución de los trabajadores. El imperialismo pudo frecuentemente deshacerse políticamente de las colonias sin tener que renunciar a su completo dominio económico. Allí donde se llevaron a cabo políticas de capitalismo de Estado, se forjaron alianzas con el Bloque soviético, pero la situación de los trab

ajadores siguió siendo de explotación y sometimiento al régimen capitalista.

Por consiguiente, una vez que el pronóstico de Trotski sobre el destino del régimen estalinista en la Unión Soviética no se hizo realidad, el resto de sus pronósticos —sobre el desarrollo de los países capitalistas avanzados y atrasados— tampoco se materializó.

La troika —capitalismo de Estado, economía armamentista permanente y revolución permanente desviada— constituye una unidad, una totalidad, que capturó los cambios en la situación de la humanidad después de la Segunda Guerra Mundial. Significa una afirmación general del trotskismo, a la vez que una parcial negación del mismo.

El marxismo como teoría viva debe continuar y cambiar al mismo tiempo. Sin embargo, la troika no se concibió como una unidad y no surgió en un único impulso. Fue el resultado de largas exploraciones en el desarrollo económico, social y político de tres porciones del globo: la Unión Soviética y Europa oriental, los países capitalistas de industrialización avanzada, y el Tercer Mundo. Los caminos de investigación se cruzaron una y otra vez. Pero sólo al final del proceso, las mutuas relaciones entre las diferentes esferas de investigación se aclararon. Sólo en la cima de una montaña se puede ver la relación entre las diferentes sendas diseñadas para alcanzar la cúspide y desde este punto el análisis se convierte en síntesis, y la dialéctica marxista emerge victoriosa.

Capturar los cambios reales en la estructura de la economía, la sociedad y la política mundial, con la masiva desigualdad que lo desgarra, permite atrapar las posibilidades reales y concretas, de forma que los revolucionarios se ubiquen en el proceso de cambio.

El régimen estalinista en la Unión Soviética y Europa oriental ya no existe. El capitalismo mundial ya no es impulsado por una economía armamentista permanente. En el Tercer Mundo, el crecimiento económico vía capitalismo de Estado ha sido abandonado, mientras la integración económica a escala global estrecha el margen de maniobra de las clases dominantes locales y los grupos que aspiran a jugar ese papel. Alrededor del mundo —en el Oeste, en el Este, y en los países del Tercer Mundo— millones de trabajadores han sido despedidos, y decenas de millones de desempleados viven lado a lado con millonarios y multimillonarios.

La troika —la caracterización de la Unión Soviética como capitalista de estado, la economía armamentista permanente como explicación de la prosperidad económica de posguerra en los países capitalistas avanzados, y la revolución permanente desviada como explicación de las revoluciones en el Tercer Mundo— podría parecer irrelevante para los marxistas de hoy. Pero no es así.

En primer lugar, las ideas sobreviven mucho tiempo después que las condiciones materiales que les dieron nacimiento han desaparecido; una onda en el agua causada por la caída de una piedra, continúa aún después de que la piedra dejó de moverse. Igualmente, las ilusiones sobre el régimen estalinista todavía sobreviven tanto entre los partidarios como entre los detractores burgueses. La idea de que propiedad estatal y planificación económica, incluso sin una democracia de los trabajadores, es igual a socialismo, todavía vive.

Fue el pleno o el casi pleno empleo que siguió a la irrupción de la Segunda Guerra Mundial, lo que fortaleció la atracción del keynesianismo. La teoría de la economía armamentista permanente ha sido la única alternativa marxista seria al keynesianismo, para explicar la situación de ese momento. El keynesianismo todavía está vivo y aun hoy se presenta como alternativa a la economía de libre mercado.

Las ideas del maoísmo y del guevarismo son aún bastante atractivas para algunos activistas, sobre todo en el Tercer Mundo. La imagen del Che todavía tiene una gran resonancia en América Latina. La idea de que sólo la clase trabajadora organizada en lucha por el socialismo, impulsada por marxistas revolucionarios puede hacer triunfar la revolución, no es ampliamente aceptada en los movimientos de liberación nacional.

Hay otra razón para que las tres teorías que tratamos deban ser estudiadas. Tiene relación con la naturaleza y la continuidad de la tradición marxista. Como dijo Trotski, el partido revolucionario es la memoria de la clase trabajadora. Antes de la muerte de Trotski esta memoria, la continuidad efectiva del movimiento, fue representada por una gran cantidad de individuos. Esto se puede demostrar en condiciones concretas.

La Primera Internacional estaba conformada por organizaciones relativamente grandes, y aunque hubo una interrupción de unas dos décadas entre el fin de la Primera y el establecimiento de la Segunda Internacional, muchos miles que eran miembros de la Primera se unieron a la Segunda. La Tercera Internacional (la Internacional Comunista, o Comintern) surgió como resultado de las grandes divisiones internas de la Segunda Internacional. El Partido Socialista Italiano, en su conferencia en Bolonia en septiembre de 1919, votó por integrarse a la Internacional Comunista, sumando 300.000 miembros. En Alemania, el Partido Socialdemócrata Independiente que se separó en 1917 del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) decidió también unirse a la Internacional Comunista, agregando otros 300.000 miembros. En 1920 el Partido Socialista Francés se sumó, agregando unos 140.000 miembros más. En junio de 1919 los Socialistas Búlgaros votaron por afiliarse, incorporando 35.478 miembros. El Partido Socialista Yugoslavo, también un gran partido de masas, se integró. El Partido Socialdemócrata Checoslovaco se dividió en diciembre de 1920; la Izquierda Comunista se aseguró la mitad de sus miembros y estableció un Partido Comunista de 350.000 afiliados. Un pequeño grupo separado del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) sumó mayores fuerzas, y después de su unificación el partido declaraba tener 400.000 miembros. El Partido Laborista Noruego se unió al Comintern en la primavera de 1919. En Suecia la mayoría del Partido Socialista, después de un cisma, se unió al Comintern, sumando otros 17.000.137

Lamentablemente, apenas existía alguna continuidad en términos de revolucionarios individuales, entre la Internacional Comunista de Lenin y Trotski a principios de los años veinte y el movimiento trotskista en los años treinta y después de la Segunda Guerra Mundial. Presionados entre la masiva influencia de Stalin y el miedo a Hitler, las organizaciones trotskistas siempre consistieron en grupos diminutos al margen de los movimientos de masas. De esta manera, el número de trotskistas en Berlín en vísperas de la victoria de Hitler ¡era sólo de 50!138 A pesar de la Revolución española de 1936, en septiembre de 1938, según el informe de la Conferencia Fundacional de la Cuarta Internacional, el número de miembros de la sección española estaba ¡entre 10 y 30!139

La Primera, Segunda y Tercera Internacionales nacieron en períodos de avance de la clase trabajadora; las organizaciones trotskistas nacieron durante un terrible período en la historia de la clase trabajadora: la victoria del nazismo y del estalinismo. Sin comprender por qué durante dos generaciones el trotskismo se encontró aislado e impotente, los trotskistas se inclinaron a perder el rumbo y llegaron a conclusiones completamente pesimistas sobre el futuro. Entender el pasado aclara que a ese trotskismo, le corresponde un lugar como eslabón en la continuidad del marxismo.

El estalinismo, ese gran baluarte que impedía el avance del marxismo revolucionario, ha desaparecido. El capitalismo en los países avanzados ya no se expande, por lo que las palabras del Programa de Transición de 1938 de que “no puede haber discusión sobre reformas sociales sistemáticas y elevación de los niveles de vida de las masas” concuerda con la realidad nuevamente.140 La teoría clásica de la revolución permanente, tal como fue defendida por Trotski, está de vuelta en la agenda.

La troika —capitalismo de Estado, economía armamentista permanente y revolución permanente desviada— explica por qué durante largo tiempo, el sistema capitalista persistió, aun cuando adoptó un sinnúmero de disfraces. Al mismo tiempo, siempre apuntando a los procesos que minan esta estabilidad, durante un período estos procesos permanecieron a nivel molecular y escasamente visibles en la superficie. Pero llegado cierto momento, cantidad se transforma en calidad y el sistema en su totalidad se encuentra atormentado por las crisis y las inestabilidades. Entonces, como Marx lo expresó, la humanidad brincará de su asiento y triunfantemente exclamará, “¡Bien hecho, viejo topo!”.141

Notas

1 K. Marx, The Civil War in France (Moscú, 1977).

2 L. Trotski, Writings 1934-35 (Nueva York, 1974), pp. 181-182.

3 L. Trotski, Writings 1933-34 (Nueva York, 1975), p. 316.

4 L. Trotski, Writings 1935-36 (Nueva York, 1977), p. 260.

5 L. Trotski, In Defence of Marxism (Londres, 1971), pp. 16-17.

6 W. Reisner, Documents of the Fourth International (NuevaYork, 1973), p. 183.

7 M. Kidron, Western Capitalism Since the War (Londres,1970), p. 11.

8 T. Cliff y D. Gluckstein, The Labour Party: A Marxist History (Londres,1988), p. 227.

9 Ibid, p. 253.

10 L. Trotski, Writings 1938-39 (Nueva York,1974), p. 78.

11 L. Trotski, Writings 1937-38 (Nueva York,1976), p. 27.

12 L. Trotski, Writings 1938-39, op. cit, p. 87.

13 Ver T Cliff, Trotski: The Darker the Night the Brighter the Star (Londres,1993), p. 198.

14 Ibid, p. 383.

15 Ibid, p. 109.

16 Esta declaración fue hecha en noviembre de 1945. Ver J. P. Cannon, The Struggle for Socialism in the “American Century” (Nueva York, 1977), p. 200.

17 Fourth International, abril de 1946.

18 Ibid.

19 Fourth International, junio de 1946.

20 E. Germain (Mandel), “The Soviet Union After the War”, Fourth International, septiembre de 1946.

21 Fourth International, junio de 1948.

22 Fourth International, agosto de 1948.

23 Citado en T. Cliff, Neither Washington Nor Moscow (Londres, 1982), pp. 84-85.

24 Ver “On the Class Nature of Yugoslavia”, publicado en octubre de 1949 en una edición del International Information Bulletin.

25 Internal Bulletin of the LSSP, Ceylon, abril de 1954, p. 7.

26 Ibid, p. 15.

27 Robert J. Alexander, International Trotskyism (Durham and Londres, 1991), p. 664.

28 Ibid, p. 334.

29 Ibid, pp. 663-664.

30 Fourth International, junio de 1946.

31 Ibid.

32 Ibid.

33 Ibid.

34 Ibid.

35 E. Germain (Mandel), “The First Phase of the European Revolution”, en Fourth International, agosto de 1946.

36 E. Germain (Mandel), “Problems of the European Revolution”, en Fourth International, septiembre de 1946.

37 E. Germain (Mandel), “From the ABC to Current Reading: Boom, Revival or Crisis?” Una refutación del esfuerzo de Mandel por negar la evidencia de recuperación económica es realizada por T. Cliff en un artículo titulado “All that Glitters is not Gold” reimpreso en T. Cliff, Neither Washington Nor Moscow, op. cit, pp. 24-39.

38 Ibid, p. 61.

39 K. Marx and F. Engels, The Communist Manifesto (Pekin, 1990), p. 59.

40 F. Engels, Anti-Düring (Moscú, 1975), p. 336.

41 R. Luxemburg, Gesammelte Werke, vol. 3 (Berlín, s/f), pp. 63-64.

42 Para una mayor elaboración de este argumento, ver T. Cliff, Neither Washington Nor Moscow, op. cit, pp. 65-66.

43 Ibid. pp. 66-67.

44 L. Trotski, Problems of the Development of the USSR: A Draft of the Theses of the International Left Opposition on the Russian Question (Nueva York, 1931), p. 36.

45 New International, abril de 1943.

46 Ibid.

47 Ver por ejemplo, L. Trotski, The Revolution Betrayed (Nueva York, 1974), p. 289.

48 K. Marx, The Poverty of Philosophy, (Londres, s/f) pp. 129-130.

49 Ibid, p. 161.

50 K Marx, A Contribution to the Critique of Political Economy (Chicago, 1918) pp. 285-286.

51 T. Cliff, State Capitalism in Russia (Londres 1988), pp. 221-222.

52 Ibid, pp. 165-166.

53 L. Trotski, The Revolution Betrayed, op. cit, p. 6.

54 E. Mandel, in Quatrieme Internationale 14, 1956.

55 T. Cliff, “The Class Nature of Stalinist Russia” (Londres,1948), pp. 134-135.

56 Ibid.

57 T. Cliff, Russia: A Marxist Analysis (Londres, 1964), pp. 197-198.

58 Ibid, p. 198.

59 Ibid, p. 240.

60 Ibid, p. 287.

61 Ibid, p. 256.

62 Ibid, p. 256.

63 Ibid, p. 254.

64 Ibid, p. 257.

65 Ibid, p. 248-249.

66 Ibid, p. 250-254.

67 Ibid, p. 273-274.

68 Ibid, p. 283.

69 Ibid, pp. 309-310.

70 L. Trotski, The Revolution Betrayed, op. cit, p. 8.

71 El ingreso nacional del bloque de países del Comecon evolucionó anualmente como sigue: 1951-55,10,8%; 1956-60, 8,5%; 1961-65, 6,0%; 1966-70, 7,4%; 1971-75, 6,4%; 1976-80, 4,1%; 1981-85, 3%; 1986-88, 3%. Statisticheskii ezhegodnik stran – Chenlov soveta ekonomicheskoi vzaimopomoshchi (Moscú, 1989), p. 18.

72 Financial Times, 12 de mayo, 1992.

73 L. Trotski, Writings 1933-34, op. cit, p. 102-103.

74 M. Haynes, “Class and Crisis: the Transition in Eastern Europe”, International Socialism 54, primavera de 1992, p. 46-47.

75 Ibid, p. 90.

76 Ibid, p. 69.

77 T. Cliff, State Capitalism in Russia (Londres, 1988), pp. 221-222.

78 T. Cliff, “Fifty Five Years a Revolutionary”, Socialist Review 100, mayo de 1987, pp. 14-19, reimpreso en L. German and R. Hoveman (eds), A Socialist Review (Londres,1998), p. 15-28.

79 Ver, for example, E. Mandel, Late Capitalism, (Londres, 1975).

80 T. Cliff, “All that Glitters is not Gold”, op. cit, pp. 24-37.

81 J. Strachey, A Programme of Progress (Londres, 1940), pp. 210-211.

82 A. Crosland, The Future of Socialism (Londres, 1956).

83 Ibid, p. 37.

84 Ibid, pp. 32-33.

85 Ibid, p. 23.

86 Ibid, pp. 520-522.

87 See T. Cliff, “The Class Nature of Stalinist Russia”, op. cit, pp. 121-122.

88 Ibid, pp. 121-125.

89 T. Cliff, “Perspectives for the Permanent War Economy”, Socialist Review, marzo de 1957, reimpreso en T. Cliff, Neither Washington Nor Moscow, op. cit, pp. 101-107.

90 Citado Ibid, p. 101.

91 F. Sternberg, Capitalism and Socialism on Trial (Londres, 1951), p. 438.

92 K. Marx, Capital, vol. III, ch. 30: “Money Capital and Real Capital”, (Moscú, 1959), p. 484.

93 T. Cliff, “The Class Nature of Stalinist Russia”, op. cit, pp. 121-125; T. Cliff, Neither Washington Nor Moscow, op. cit, pp. 106-107.

94 Ibid, p. 107.

95 Ibid, p. 107.

96 Ibid, p. 107.

97 Financial Times, 4 de septiembre, 1998.

98 Los desarrollos más avanzados de la teoría de la economía armamentista permanente fueron realizados por Mike Kidron and Chris Harman. Ver M. Kidron, Western Capitalism Since the War (Londres, 1970) and A Permanent Arms Economy (Londres, 1989), and C. Harman, Explaining the Crisis (Londres, 1984).

99 R. C. North, Kuomintang and Chinese Communist Elites (Stanford, 1962), p. 32.

100 H. R. Isaacs, The Tragedy of the Chinese Revolution (Londres, 1938), p. 333.

101 Ibid, p. 394.

102 World News and Views, 22 de abril, 1939.

103 S Gelder, The Chinese Communists, (Londres, 1946), p. 167.

104 Ver Communist Manifesto publicado en Chungkin el 23 de noviembre, 1938, y registrado en el New York Times, en la edición del 24 noviembre de 1938.

105 H. R. Isaacs, op. cit, p. 456.

106 New China News Agency, 11 de enero, 1949.

107 Ibid, 3 de Mayo, 1949.

108 New York Times, 25 de mayo, 1949.

109 South China Morning Post, 17 de octubre, 1949.

110 C. Wright Mills, Listen Yankee (Nueva York, 1960), p. 47

111 P. A. Baran, Reflections on the Cuban Revolution (Nueva York, 1961), p. 17.

112 El partido comunista anterior a la llegada de Fidel al poder, llamado Partido Socialista Popular, tenía mucho para borrar de su historia. Respaldó al gobierno de Batista entre 1939 y 1946. Participó en el primer gobierno de Batista con dos ministros. En 1944 el periódico comunista Hoy calificó a Batista como “el ídolo del pueblo, el gran hombre de nuestra política nacional, el hombre que encarna los sagrados ideales de una nueva Cuba”. Fidel era considerado un aventurero pequeñoburgués. Los comunistas no cooperaron con la huelga general de abril de 1958. Y recién el 28 de junio de 1958 ellos comenzaron tímidamente a pregonar la realización de unas “limpias elecciones democráticas” con el fin de librarse de Batista. Ver P. A. Baran, op. cit.

113 Discurso de Castro el 1 diciembre de 1961, “El Mundo – La Habana”, 22 de diciembre, 1961.

114 Che Guevara, “Cuba: Exceptional Case?”, Monthly Review (Nueva York), julio-agosto de 1961, p. 59.

115 T. Draper, “Castro’s Cuba. A Revolution Betrayed?”, Encounter (London), marzo de 1961.

116 Che Guevara, op. cit, p. 63.

117 L. Trotski, The Permanent Revolution (Nueva York, 1978), p. 278.

118 Ibid, p. 279.

119 T. Cliff, “Deflected Permanent Revolution”, first published in International Socialism 12 (first series), primavera de 1963.

120 Un estudio hecho en la India mostraba que aproximadamente el 25% de los estudiantes que recibió su licenciatura en la Universidad de Lucknow en artes, ciencia, comercio y leyes entre 1949 y 1953, todavía estaban desempleados en 1957. El estudio también informaba que aproximadamente el 47% de los estudiantes de profesiones liberales, 51,4% de los estudiantes de ciencias, 7% de los estudiantes de comercio y 85,7% de los estudiantes de educación, dijeron que fueron a la universidad para conseguir las calificaciones necesarias para ingresar a algún servicio público. Aproximadamente 51% de los poseedores de licenciaturas concluían que su formación universitaria fue “una pérdida de tiempo”. M. Weiner, Party Politics in India (Princeton, 1957), pp. 8-10.

121 V. Alba, “The Middle Class Revolution”, New Politics (Nueva York), invierno de 1962, p. 71.

122 G. D. Overstreet and M. Windmiller, Communism an India (Berkeley y Los Angeles, 1959), p. 540.

123 Ibid, p. 358.

124 G. Kolko, The Politics o War (Nueva York, 1968), p. 77.

125 Ibid, P. P77.

126 Ibid, p. 78.

127 I. Birchall, Bailing out the System (Londres, 1986), pp. 39-40.

128 G. Kolko, op. cit, p. 95.

129 P. Broue, “The Italian Communist Party, the War and the Revolution”, Revolutionary History, primavera de 1995, p. 111.

130 P. Ginsburg, A History of Contemporary Italy (Londres, 1990), p. 22.

131 Ibid, p. 64.

132 Ibid, p. 68.

133 P. Broué, op. cit, p. 112.

134 P. Ginsburg, op. cit, pp. 42-43.

135 Ibid, p. 52.

136 Esta sección acerca de Alemania se basa en parte en el libro de Donny Gluckstein, The Nazis, Capitalism and the Working Class (Londres, 1999).

137 T. Cliff, Lenin: Revolution Besieged (Londres, 1987), pp. 216-218.

138 T. Cliff, Trotski: The Darker the Night the Brigthter the Star, op. cit, p. 155.

139 Ibid, p. 286.

140 L. Trotski, The Death Agony of Capitalism and the Tasks of the Fourth International (Londres, 1980).

141 K. Marx y F. Engels, Collected Works, vol 11 (Moscú, 1979), p. 185. La referencia es a Shakespeare, Hamlet, acto 1, escena 5.