Chile: 1972-1973: Revolución y contrarrevolución
Mike González
Introducción a la edición del Estado español de 2001
Chile: 1972-1973: Revolución y contrarrevolución
- Las limitadas promesas de la Unidad Popular
- La insurrección de la burguesía
- El desafío de los mineros
- El doble poder y el inicio del fin
- El acto final
- El golpe
Anexo: Carta enviada de la Coordinadora de Cordones a Salvador Allende
Introducción a la edición del Estado español de 2001
Las movilizaciones anticapitalistas han llegado muy lejos desde su irrupción en la escena de la historia —una historia que demostró no haberse terminado— entre los gases lacrimógenos de Seattle.
En el momento de escribir esta introducción estamos todavía trastornados por la muerte de Carlo Giuliani, a manos de policía de Génova, así como reforzados por la manifestación de 200.000 personas que recorrió las calles de la ciudad, gritando contra el G-8 y todo lo que representa, el día después del asesinato.
El movimiento —contrariamente a lo que dicen en los medios de comunicación— hierve de ideas, sobre todo debates acerca de tácticas y estrategias para la lucha. En el fondo encontramos unos temas fundamentales: ¿Se puede reformar el capitalismo? ¿Hace falta una revolución? ¿Es realista hablar de una revolución hoy en día?
Estos temas no son nuevos. La experiencia de Chile entre 1970 y 1973 fue un momento, entre muchos otros, en los que han aparecido.
El debate entre reforma y revolución ha existido desde que existe el capitalismo y la lucha contra él. Notablemente, los cartistas, el enorme movimiento obrero británico de la década de 1840, se dividieron entre los que abogaban por la “fuerza moral”, para convencer a los poderosos de la necesidad de un cambio, y los defensores de la “fuerza física” masiva, para derrotar a estos poderosos. Debates parecidos estallaron en las luchas de 1848, cuando Marx y Engels escribieron el Manifiesto Comunista, y en todas las olas de lucha desde entonces.
Al movimiento anticapitalista actual se lo compara a menudo con las luchas de 1968 y después. Se habla del movimiento estudiantil del mayo francés, y algo menos de la huelga general que culminó esta experiencia. Se habla de las manifestaciones contra la guerra de Vietnam, quizá de los Panteras Negras.
Sin embargo, cuando se habla de Chile, cuya lucha forma parte inseparable de esta época, a veces parece que pertenece a una historia totalmente distinta, donde los únicos actores fueran el Gobierno de Salvador Allende y los militares, bajo el mando de Pinochet, que fueron los que llegaron al poder mediante el golpe y los que cometieron la consecuente matanza.
Pero la verdadera historia de Chile en esta época está llena de lecciones reales, vividas, del dilema de reforma y revolución, el mismo problema al que nos enfrentamos ahora.
En la historia, casi perdida, de las magníficas luchas de la clase trabajadora chilena, podemos ver qué representan en la práctica estas opciones, cuya discusión hoy en día puede parecer abstracta o irrelevante.
Con esta experiencia se ve que, en una situación de crisis, la opción de reforma, aparentemente moderada y razonable frente al “extremismo” de la opción revolucionaria, realmente lleva a sus defensores acérrimos a oponerse al movimiento de masas. En el caso del Gobierno de Unidad Popular de Allende, se trató de, literalmente, desarmar a los que luchaban por un mundo mejor, abriendo el paso a los tanques de Pinochet.
Este folleto, al explicar esta experiencia de los cordones, los consejos obreros formados por los trabajadores chilenos en lucha, y de la actuación de los diferentes partidos de la izquierda, nos ofrece, a los anticapitalistas de hoy, una materia imprescindible para el debate.
No se trata de imponer una visión única de aquellas experiencias. Por supuesto, muchos pueden considerarlas y seguir pensando que la mejor opción es la de reformas graduales; el debate tendrá que continuar.
Sin embargo, lo que debemos a los miles de personas que murieron a manos de Pinochet, y a los cientos de miles que lucharon en los 70, es tomar en serio sus experiencias y aprender de ellas. Que no se tenga que decir nunca más “¿Cómo podíamos saber que el ejército y el Estado no respetarían la democracia y la constitución?”. Se dijo después de la sublevación franquista, se dijo después del golpe de Pinochet, y se ha dicho demasiadas otras veces.
Se dice que los que no aprenden de la historia están condenados a repetirla. En Chile vemos el coste humano de tal desastre.
Aprendamos, entonces, de las heroicas luchas de los trabajadores chilenos, para así ayudarnos a evitar otra derrota tan terrible.
Nota:
Como anexo a esta edición, se incluye una carta enviada a Salvador Allende por diferentes organismos: la Coordinadora Provincial de Cordones Industriales, el Comando Provincial de Abastecimiento Directo y el Frente Único de Trabajadores en Conflicto; el 5 de septiembre de 1973.
Es una muestra impresionante del estado de consciencia, muy combativa, aunque no exenta de contradicciones, de los trabajadores chilenos en ese momento.
Chile: 1972-1973: Revolución y contrarrevolución
El día 27 de octubre de 1972 los camioneros pararon sus vehículos, en un acto consciente de hostilidad. No eran asalariados sino propietarios de camiones, algunos de ellos de grandes flotas que transportaban mercaderías por las carreteras de este país extenso y delgado. Era una huelga patronal.
El tamaño limitado de las redes ferroviarias nacionales, les daba a estas flotas de camiones un papel económico crucial y una fuerza real,1 en caso de optar por utilizarla. En aquel mes de octubre la decisión del gobierno de nacionalizar una pequeña firma transportadora del extremo sur del país, en Aisen, proporcionó el pretexto para la agitación. La decisión de la huelga fue anunciada por León Vilarín, el líder de la organización de camioneros. El propio Vilarín, abogado, era un conocido político de extrema derecha.2 La huelga no era simplemente el producto de una pequeña conspiración. Era un movimiento clave dentro de una estrategia en la cual los camioneros cumplirían el papel de fuerza de choque, para una clase decidida a reasumir el control sobre el Estado chileno, el cual ella sentía haber perdido.
La huelga de octubre inició una fase en aquella estrategia política y económica. Los meses anteriores habían presenciado un nivel creciente de movilización de la clase media y algunas victorias políticas contra el gobierno. Durante octubre los líderes de la oposición de derecha habían juzgado que el tiempo era propicio para pasar a la ofensiva y derrumbar el gobierno.
Cuando eso ocurrió, los eventos tomaron una dirección inesperada, tanto para la burguesía chilena como para el gobierno de Salvador Allende. La victoria de Allende en las elecciones presidenciales de 1970, colocó toda la cadena de eventos en movimiento. Allende había sido llevado al poder por las luchas de la clase trabajadora, a las cuales la burguesía había sido incapaz de dar cualquier respuesta. Asumida oficialmente la Presidencia en diciembre de 1970, Allende comenzó una serie de medidas de reforma social y económica bastante limitadas. En sí mismas, las reformas sólo eran ofensivas a los sectores más estrechamente ligados a la clase dominante.3
Pero la burguesía chilena veía esas reformas como una amenaza política, no tanto por su contenido sino por causa del contexto en el cual estaban siendo implementadas. La elección de Allende había sido el resultado de un crecimiento en la confianza política de la clase trabajadora, y la victoria aumentó esa confianza y su fuerza. Durante los primeros nueve meses del nuevo gobierno, la dirección política de la burguesía estaba en desorden: su respuesta política se limitaba a bloquear acciones en los tribunales y el parlamento, y a realizar actos de protesta y manifestaciones de descontento con el objetivo de reorganizar a su propia clase.
Pero hacia el final de 1972, los líderes activos de la derecha —como Vilarín— juzgaron que el apoyo obrero de Allende estaba decayendo. Los sucesos económicos del primer año, habían dado camino a una creciente crisis económica que se manifestaba en la inflación, en la disminución de la inversión y en la disminución intencional de la producción.4 El gobierno de Allende se encontraba en creciente conflictividad con los trabajadores y campesinos que lo habían apoyado, a medida que con cada vez mayor desespero, procuraba asegurarle a la burguesía que estaba preparado a hacer concesiones sobre cualquier reforma a emprender. La situación económica se tornaba cada vez más difícil y las estrategias de defensa de la clase dominante —básicamente una disminución sistemática tanto en la producción como en la distribución, junto con un rechazo a invertir—, estaban ahora dando lugar a una tentativa más sólida de crear el caos económico.
La huelga de los camioneros era parte de este esfuerzo. Esto podía no haber sucedido, si la clase trabajadora hubiese dado un salto político hacia delante, tomando el control de las calles y de las fábricas. Por dos veces en menos de doce meses, las organizaciones de la clase trabajadora tomaron la iniciativa política y derrotaron a la burguesía movilizada en confrontaciones directas. Y por dos veces los dirigentes políticos tradicionales de los trabajadores, que compartían el control del Estado con Salvador Allende, mostraron que ellos mismos tenían más miedo de la fuerza y la organización de los trabajadores chilenos, que de sus enemigos de clase.
Los eventos ocurridos en Chile configuran una paradoja dramática. La clase trabajadora ejercía su poder directamente en defensa de sus conquistas. En la medida en que esa defensa comenzó a crecer, se transformó en un desafío para el propio Estado burgués. La respuesta de la dirección política tradicional del movimiento obrero, fue llamar a los militares para restaurar el poder de aquel Estado. Éste era el contexto en el cual una clase dominante aterrorizada, se movería para la decisión más bárbara y brutal de la lucha de clases: el golpe militar del 11 de septiembre de 1973.
En los años posteriores al golpe, el ejemplo chileno fue usado en todo el mundo tanto por los partidos comunistas como por la socialdemocracia, como una evidencia de que en las condiciones de aquel período, cualquier proceso de cambio debía estar condicionado a la aceptación de la burguesía: el “compromiso histórico”. De hecho, en ese tiempo, Chile fue usado para justificar la renuncia de esos partidos a la lucha para llevar a la clase trabajadora al poder.5
Entre tanto, la conclusión propuesta por esos partidos, implicó falsificar y reescribir la experiencia real de aquel dramático período de lucha de clases.
Las limitadas promesas de la Unidad Popular
Salvador Allende había llegado al poder como representante de una coalición de seis partidos, llamada Unidad Popular (UP). Era su sexta aparición como candidato de un amplio frente de este tipo. Los principales componentes de la UP eran el Partido Socialista, del cual Allende era miembro, y el Partido Comunista Chileno. Ambas organizaciones podían con justicia reclamar la condición de dirección política de la clase trabajadora chilena. La hegemonía de esos partidos era el producto de una historia de luchas proletarias, iniciada con las heroicas huelgas de los trabajadores de las minas de sal en la primera década del siglo.
El Partido Comunista Chileno fue fundado en 1920 por Luis Emilio Recabarren, uno de los dos más importantes organizadores revolucionarios de América Latina. El Partido Socialista,6 creado en los inicios de los años 1940, también reclamaba credenciales revolucionarias: de hecho, todavía en 1970, su carta de principios proclamaba su compromiso con el derrumbe armado del Estado capitalista. Pero ambos partidos habían demostrado una firme opción en favor de alianzas electorales, formando amplias organizaciones frentistas en cada elección presidencial, de seis en seis años. Pero sus raíces en la clase trabajadora eran profundas, y fue eso lo que proporcionó el 36% de los votos, conquistados por Allende en la elección de 1970.
Una vez que Allende obviamente no consiguió la mayoría electoral, la victoria de la Unidad Popular fue frecuentemente atribuida a las divisiones al interior de la burguesía.7 Ciertamente las organizaciones burguesas habían caído en disputas internas y el fraccionalismo después del insuceso de la “Revolución en Libertad”: el programa de desarrollo y reforma controlada prometido por el gobierno demócrata-cristiano de Eduardo Frei (1964-1970). Pero una explicación basada en los problemas de la burguesía, ignora el papel activo de la clase trabajadora.
La incapacidad del gobierno de Frei para realizar las reformas prometidas, había puesto en marcha un movimiento obrero crecientemente combativo. En 1967, por ejemplo, la revocación por el gobierno de la prohibición de sindicatos rurales, coincidió con el pasaje de la legislación de reforma agraria por el parlamento. Esa medida se había enfrentado con la resistencia inflexible de la oligarquía de propietarios rurales, una clase que Frei no estaba preparado para confrontar, ni deseaba hacerlo.
La reforma agraria, cuya intención era crear una clase estable de pequeños agricultores, buscaba aliviar las tensiones rurales. El resultado fue totalmente el opuesto. Aquellos que tuvieron esperanza de beneficiarse con la reforma de tierras, y que por ese motivo habían votado a la democracia cristiana, se sentían engañados. Los campesinos sin tierra, a quienes nada había sido prometido, ya habían comenzado una oleada de ocupación de tierras.
Frei había prometido crecimiento industrial, y esa promesa atraía a los desempleados rurales a la ciudad. Multitudes de inmigrantes rurales se habían establecido anteriormente en las áreas obreras, ocupando y habitando lotes vacíos, comenzando a organizarse y a luchar por su derecho a viviendas y servicios básicos.8 Esas organizaciones ocuparían un lugar importante en los eventos de 1972-1973.
Tanto los campesinos sin tierra como los inmigrantes sin techo, se situaban por fuera de las organizaciones tradicionales de la clase trabajadora y su dirección política. Estaban por lo tanto abiertos a la influencia política de un tercer sector radicalizado de aquel momento, el movimiento estudiantil. En 1968-1969 se había desarrollado en Chile un gran movimiento por la reforma educativa, que culminó en una gran manifestación en Santiago, capital del país. Pero otras corrientes fluirían hacia ese movimiento. Una generación de jóvenes revolucionarios había sido influida por la Revolución Cubana de 1959, y el romanticismo revolucionario simbolizado por el Che Guevara. En Chile esa corriente encontró expresión en la formación durante 1965, del MIR, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria.
Los experimentos reformistas de Frei habían intentado crear una alternativa no revolucionaria, pero su fracaso terminó produciendo un segundo grupo de jóvenes reformadores radicalizados: organizados en el MAPU —el Movimiento de Acción Popular Unificada— parte de la izquierda cristiana.9 Su principal esfuerzo había sido dirigido a la organización del programa de reforma de tierras. Cuando el gobierno de Frei pareció abandonar su compromiso con ese programa, el MAPU adhirió a la UP.
La crisis del gobierno de Frei no afectó en nada a los sectores que no estaban organizados anteriormente. Dentro del Partido Socialista, una división política de larga data se proyectó en un debate sobre qué debería ocupar el lugar central en las actividades del partido: si la organización sindical o la elección parlamentaria.10 Ese debate no resurgió por accidente, sino por la presión que determinaba el desarrollo del movimiento obrero.
En 1968 la federación sindical chilena, la CUT, había llamado a una huelga nacional de protesta contra los planes antihuelguísticos del gobierno de Frei. Los hechos ocurridos durante la huelga aumentaron la combatividad de la clase trabajadora. En 1968-1969, los trabajadores habían sufrido un aumento de precios de cerca del 50%, desempleo creciente y respuestas cada vez más represivas por parte del gobierno. Las huelgas habían aumentado en número, pasando de 1.939 huelgas que movilizaron a unos 230.725 trabajadores en 1969, a 5.995 huelgas que movilizaron a unos 316.280 trabajadores en 1970.
Ese era en tanto el clima en 1970, cuando Allende ganó la elección presidencial. El programa político de la UP intentaba conciliar los intereses conflictivos de las fuerzas sociales que sustentaban la coalición. En cualquier caso, Allende propuso realizar solamente aquellas reformas que pudiesen ser realizadas en base a la legislación existente, y que pudiesen efectivizarse con la aprobación del Congreso, dominado por la derecha. Eso colocó severos límites sobre lo que era posible hacer en realidad, y efectivamente permitió que la derecha determinase los ritmos del cambio. Dadas esas perspectivas claramente electoralistas, Allende no haría nada que le llevara a perder a los electores de clase media —los tan alardeados “sectores medios”—, que podrían brindar una mayoría parlamentaria. Paradójicamente él podía ganar esos votos, solamente en la medida en que el gobierno mostrase claramente su capacidad para frenar la actividad de la clase trabajadora.
En el plano económico, la UP pretendió completar el programa incompleto de Frei, de crecimiento y modernización por el aumento del consumo, a través de un aumento salarial general, reactivando de ese modo buena parte de la capacidad industrial ociosa de Chile. En la agricultura, Allende se encargó de llevar adelante la Ley de Reforma Agraria de 1967, sin alterar nada, incluidas las reservas para generosas indemnizaciones a los propietarios, y dando garantías para que éstos pudieran mantener para uso propio las 202 hectáreas más ricas, y lo mejor de su maquinaria agrícola.
El elemento central del paquete de la UP, entre tanto, era la nacionalización sin indemnización de las minas de cobre, de propiedad norteamericana.11 Las compañías norteamericanas no habían invertido nada en varios años, y la nacionalización por parte del gobierno de Allende le permitía controlar la principal industria de exportación de Chile. Por otro lado, y al mismo tiempo que el programa de la UP abrazaba la nacionalización de los intereses industriales y financieros claves del país, dejaba a la mayoría de las empresas en manos privadas.12 La UP esperaba pasar al sector estatal apenas 150 de las 3.500 firmas industriales, representando estas últimas el 40% de la producción total, y así mismo esa cifra fue reducida más tarde.
No había nada de revolucionario en el programa de la UP, a pesar de que medio mundo creía que Chile había elegido su primer presidente “marxista”. Su contenido difería poco con el programa de reformas de Frei, siguiendo un plan keynesiano ortodoxo para reactivar la economía. No contenía ningún desafío a los dominios del capital privado. Por el contrario, dio a la burguesía industrial un conjunto de garantías y proveyó a los propietarios de tierras con generosas indemnizaciones.
La real diferencia entre la UP y Frei estaba en la relación entre la UP y la clase trabajadora. Su principal contribución para la recuperación capitalista chilena, era que podía controlar a la clase trabajadora y exigir apoyo de los trabajadores para el programa de crecimiento económico.
Pero esto no era suficiente para calmar las sospechas de la burguesía. Y como prueba final de su respeto por el Estado burgués y de su compromiso con su supervivencia, para obtener el permiso de los partidos de derecha para asumir la Presidencia, Allende aceptó un “Estatuto de Garantías”.13 Ese documento prometía que el gobierno de Allende respetaría al Estado y sus estructuras, y dejaría intactos todos aquellos instrumentos que la burguesía había desarrollado para defender sus intereses de clase: el sistema educativo, la Iglesia, los medios de comunicación y las fuerzas armadas. El Estatuto fue mantenido prácticamente en secreto, y nunca fue presentado a los seguidores de la UP. Su existencia torna cínicas y oportunistas las afirmaciones hechas por algunos teóricos del Partido Comunista, de que la UP había “tomado parte del poder”, a partir de donde se podría lanzar un asalto sobre las restantes instituciones del Estado. En realidad, el Estatuto era una promesa de no realizar ninguna transformación fundamental de la sociedad chilena.
Así mismo, la estrategia de la UP presumía una colaboración entre el capital privado y el Estado para alcanzar el crecimiento económico. Algunos bancos y compañías de seguros, al igual que las minas de cobre, serían nacionalizadas, pero el gobierno ofrecería un conjunto de subsidios estatales al capital privado. La meta a largo plazo, era una economía mixta de tres sectores: estatal, privado y mixto.
La estrategia de la UP implicaba claramente, una colaboración paralela en el plano político. Cuando Allende hablaba de “poder popular” en su discurso de asunción,14 él ciertamente no estaba refiriéndose a cualquier iniciativa de la base o a una lucha por el poder de los trabajadores. El “Estatuto de Garantías” y el permanente diálogo de Allende con la burguesía, sumado a sus continuos llamamientos a la calma y autodisciplina de la clase trabajadora, dejaron la iniciativa política a la burguesía.
Organizaciones como aquellas que fueron formadas con el apoyo del gobierno en los primeros meses de 1971, eran esencialmente instrumentos para realizar o ganar apoyo para las medidas gubernamentales: como es el caso de las Juntas de Abastecimiento y Control de Precios (JAP) o los “núcleos” de la UP, sus comités. Obviamente existieron muchas referencias de Allende al “poder popular” en sus primeros meses de gobierno, que significaban una aceptación incuestionable de las decisiones de la dirección de la UP.
Rumores de descontento
Durante su primer año de gobierno, Allende permaneció con la credibilidad prácticamente intacta. No obstante, tensiones no resueltas existían por debajo de la superficie. Puesto que su victoria electoral había sido la respuesta a un nivel creciente de luchas, ella también cobijaba la idea de que era posible obtener conquistas a través de la lucha. Muchos sectores de trabajadores y campesinos no veían la razón por la que la llegada de Allende al palacio presidencial, llevase a una desmovilización. Las organizaciones de campesinos sin tierra, por ejemplo, confiadas en el compromiso de la UP con la reforma agraria, intensificaron sus ocupaciones de tierras. En mayo de 1971, Allende llamó a parar las ocupaciones de tierras, y a esperar el proceso legal. El también convocó a la dirección del MIR, que gozaba de influencia sobre las organizaciones de campesinos y moradores de la periferia, y los reprendió por actuar fuera del marco legal.
En ese momento Allende estaba deseando discutir esta cuestión, pero sus ataques y los de sus compañeros a estas y otras iniciativas independientes, se intensificaron a medida que fue pasando el primer año. Las organizaciones obreras, por otro lado, generalmente exhibían mayor obediencia. Hubo pocos enfrentamientos entre los trabajadores organizados y el gobierno, en la primera mitad de 1971. Eso fue porque por un lado, los partidos de la UP controlaban firmemente a los sindicatos, y por otro, los miembros de los sindicatos habían sido los principales beneficiados de los aumentos salariales y de los nuevos empleos resultantes de la reactivación económica. En el primer año, los salarios de los trabajadores manuales subieron cerca de un 38%, y los de los trabajadores no manuales, cerca de un 120%. El desempleo cayó por debajo del 10% y el PIB creció cerca de un 8%.15
La relativa tranquilidad de los primeros meses, era la calma que antecedería a la tormenta. La burguesía estaba solamente cicatrizando sus heridas, esperando el momento adecuado para un contraataque. Los industriales chilenos no habían dejado pasar en vano 1971, puesto que ellos exportaban todo lo que les permitía su capital, y no reinvertían nada. Incluso, en muchos casos, los subsidios gubernamentales eran los únicos fondos que entraban en las fábricas.16 El creciente nivel de vida de los trabajadores acarreó un aumento dramático en las demandas de consumo, y la resultante escasez de productos se vio exacerbada por el sistemático almacenamiento de bienes por parte de la clase media. La atmósfera de escasez e inseguridad proporcionó a la burguesía las circunstancias para lanzar su primer desafío a Allende.
El momento fue escogido cuidadosamente. En noviembre de 1971, Fidel Castro visitó Chile. En el segundo día de su visita él fue saludado por una manifestación, la “marcha de las ollas vacías”. Organizada por los partidos de derecha, centenares de mujeres de clase media salieron a las calles mostrando ollas vacías, para simbolizar la escasez. La ironía es que muchas de ellas llevaban consigo a sus empleadas, probablemente para que las ayudaran a cargar las ollas, que pocas de estas señoras habían usado alguna vez.
Pero por detrás de estas protestas por la escasez de bienes, había otros propósitos de mayor alcance: movilizar a la clase media, alertar a la burguesía a escala internacional sobre las batallas que vendrían, y expresar el escepticismo burgués en cuanto a la capacidad de la UP para contener a la clase trabajadora.
Esto último tenía fundamento, puesto que a pesar de los llamados de la UP y de sus ataques poco velados contra huelguistas y ocupantes, Allende no había sido capaz de controlar internamente al movimiento obrero. Entre enero y diciembre de 1971, el número de huelgas llegó a 1.758 y hubo 1.278 invasiones de tierra.17
Los partidos burgueses respondieron con ataques al gobierno, buscando la caída del Ministro del Interior, José Toha, y bloqueando las medidas de nacionalización en el Parlamento. Fuera del Parlamento, ellos se quejaban de las “ocupaciones ilegales [que no lo eran] resultado del trabajo de la ultraizquierda; las cuales eran también las acciones espontáneas de grupos de campesinos, trabajadores y mineros”.18
Curiosamente Allende y sus enemigos, concordaban en el punto de que la mayor amenaza al diálogo —sobre el cual se basaba su estrategia— era la acción independiente de la propia clase trabajadora. El plan económico de la UP para 1972, fue ampliamente discutido con los grupos de oposición y con organizaciones de profesionales y tecnócratas. Con todo, en ningún momento dicho plan fue discutido públicamente o sometido a la aprobación de los sindicatos. Era poco sorprendente, por tanto, que los trabajadores respondiesen al crecimiento del mercado negro, la escasez y el incremento de la inflación, con la reactivación de sus tradicionales organizaciones de lucha —en particular los sindicatos— para proteger los triunfos que habían conquistado.
Divisiones en la coalición
Al comenzar el segundo año de gobierno de la UP, la ofensiva de la derecha y la respuesta de los trabajadores a ella, provocó un nuevo debate. Puesto que la reacción de Allende a estos acontecimientos fue la de atenuar los temores burgueses, eso creó tensiones en las relaciones entre la UP y quienes la apoyaban, y provocó cuestionamientos profundos sobre el llamado “camino chileno al socialismo”. Dos estrategias muy diferentes coexistían dentro de la UP, y estas demandaban una resolución. ¿Debería la UP apostar por los trabajadores en su lucha para defender su nivel de vida e impedir que la burguesía minase sus triunfos del año anterior, o no? Y si se respondía afirmativamente: ¿qué estrategia política implicaría tal apoyo?
Esta fue la cuestión central que discutieron los representantes políticos de las organizaciones de la UP cuando se reunieron en conferencia en El Arrayán en febrero de 1972, y nuevamente en la conferencia de El Curro en junio del mismo año. El debate sobre la estrategia futura de la UP estuvo centrado en la cuestión titulada como “Consolidar o Avanzar”.
El ala derecha argumentaba sobre la necesidad de detener el proceso de reformas, consolidar lo que se había ganado, y buscar un apoyo electoral más amplio antes de ir hacia delante. Efectivamente esto hipotecaría el “camino chileno al socialismo” para los sectores de clase media, a quien la derecha dedicaba tanta atención. El ala izquierda abogaba por acelerar el ritmo de las reformas, profundizando el proceso de nacionalización y por ponerse al frente de las luchas. La clase trabajadora, argumentaban ellos, había mostrado estar pronta para llevar la lucha adelante: ¿sus dirigentes políticos osarían ponerse al frente de la clase?
Durante todo el debate ningún argumento de cualquiera de las organizaciones, proponía actuar por fuera de la UP.19 La discusión siempre se daba entorno a qué debería hacer la UP, a partir de su posición dentro del Estado.
El Partido Comunista y la derecha del Partido Socialista en la dirección de Allende, argumentaban que el gobierno no debería ir adelante en la expansión del sector estatal. Debería reafirmar su disposición a negociar con la burguesía, demostrando en la práctica que podía controlar a la clase trabajadora. Y debería buscar un amplio consenso para su política. Tal compromiso, se esperaba que llevaría a la burguesía a respetar los triunfos ya adquiridos, ahora que los hechos ya habían demostrado que lo opuesto era verdadero.
Los argumentos en contra vinieron del MAPU, de la izquierda cristiana y de la izquierda del Partido Socialista, con el apoyo del MIR, aunque esa organización no estuviera presente en las discusiones. A la izquierda le urgía la necesidad de extender el sector público, reafirmar el compromiso original de la UP de nacionalizar las 90 mayores firmas —por decisión gubernamental, ese número había sido reducido a 43—, y se enfrascó activamente en una lucha ideológica para ganar nuevos apoyos.
Los desacuerdos entre las alas izquierda y derecha eran más cuantitativos, que cualitativos. Su “radicalismo numérico” nunca llevó a cuestionar la relación entre el Estado y el capital privado, ni el control y la dirección de la economía como un todo. Toda la izquierda parecía concordar en que “parte del poder” había sido conquistado, y nadie expresó preocupación por las otras “partes del poder” que Allende había garantizado a la burguesía. Con frecuencia, este tema estaba prendido con retóricas confusas.
El MAPU convocaba al gobierno a “usar el aparato estatal con estilo de masas”. Difícilmente esto podía constituir una política alternativa. La indecisión del MAPU ya había sido revelada en su propia conferencia nacional en enero de 1972. Ella había dado un apoyo vigoroso a un nuevo plan conjunto de la CUT-UP para la participación en la industria, lo que en realidad era un camino de nacionalización, y se había juntado con el resto de la UP condenando el “ultraizquierdismo” del MIR. Su lealtad, al final: ¿era con el ala izquierda o con el ala derecha?20
Leyendo las discusiones y debates que ocurrían en las conferencias de la UP, se constata un creciente estado de irrealidad. Los buenos y conmovedores discursos ignoraban el hecho de que la futura dirección del proceso político chileno, estaba siendo determinada fuera del Congreso y bien lejos del Palacio de la Moneda. En enero, antes de la conferencia en El Arrayán, Allende ya se había rendido a las exigencias de que José Toha fuese destituido, por haber insultado a las Fuerzas Armadas, y había aceptado su renuncia.
En marzo, Kennecott —una compañía norteamericana de cobre, cuya filial chilena había sido nacionalizada— llamó a un boicot mundial al cobre chileno, y el senador demócrata-cristiano Carlos Hamilton presentó al Congreso la primera de una serie de mociones destinadas a paralizar cualquier nacionalización futura. La respuesta de Allende a este hecho fue tan débil, que en abril se sintió obligado a realizar un movimiento conciliador con la izquierda de la UP, abriendo conversaciones formales con el MIR como un gesto para la izquierda en general, aunque no demostraba ninguna intención de solucionar sus diferencias estratégicas con esta organización.
El día 12 de mayo lo que estaba por venir, fue claramente revelado en un incidente ocurrido en la gran ciudad industrial de Concepción. Una organización estudiantil de derecha anunció su intención de marchar sobre la ciudad. Una contramanifestación fue convocada por un importante número de organizaciones de izquierda, incluido el MIR. El Alcalde comunista decretó la prohibición general de cualquier manifestación, y llamó a la policía antidisturbios para reprimir las mismas. La violencia ocurrida dejó un militante del MIR muerto. La respuesta del gobierno a través de su portavoz comunista, Daniel Vergara, fue la de condenar toda violencia, fuera de derecha o de izquierda.21
También en mayo, un congreso nacional de los trabajadores textiles, rechazó la simple participación de los trabajadores, y en vez de eso, exigió el control de la industria por parte de los propios trabajadores. La respuesta a eso se dio en junio, con el anuncio de un nuevo gabinete de la UP que notablemente no incluía a Pedro Vuskovic, un independiente de izquierda cuya identificación pública con una política de avanzar las nacionalizaciones lo habían vuelto blanco favorito de la derecha.
En el mismo mes, la conferencia de la UP sobre estrategia fue de nuevo realizada en El Curro, donde el ala derecha consiguió asegurarse una victoria. Una de las razones para esto fue que la izquierda no tenía una alternativa clara para ofrecer, incluso con los socialistas del ala izquierda intentando comenzar a discutir en El Curro, algunas de las demandas por una “Asamblea Popular” o una “Asamblea del Poder Popular” que habían surgido del congreso de los trabajadores textiles.22 Al mismo tiempo, la conferencia de la UP retomó sus conversaciones con los demócrata-cristianos (ellas habían sido temporalmente suspendidas un mes antes) y reafirmó su compromiso en perseguir la paz social y el cumplimiento de la ley. Lo que esto significaba en la práctica, fue entretanto dramáticamente revelado en Melipilla, una ciudad próxima a Santiago durante el mes de junio de 1972.
Allí, varias de las haciendas tenían grandes superficies para ser expropiadas en base a la Ley de Reforma Agraria, pero un juez local, Olate, había colocado reiteradamente obstáculos legales en el camino de la redistribución de la tierra, colaborando consistentemente con los propietarios locales. El día 22 de junio, una manifestación en el centro de la ciudad, terminó con 22 dirigentes de la organización de los trabajadores rurales en prisión. Una serie de manifestaciones de protesta ocurrieron enseguida. El día 30 todas las carreteras de acceso a la ciudad fueron bloqueadas. El día 12 de julio una manifestación de masas marchó hacia el centro el Santiago, exigiendo la liberación de los 22 dirigentes, y demandó la dimisión inmediata del juez Olate. El gobierno se negó a intervenir.23
Los incidentes en Melipilla tenían un significado mucho más profundo de lo que a primera vista podía verse. En el curso de la protesta, los trabajadores del área industrial vecina de Cerrillos se sumaron a sus compañeros rurales en lucha. Cerrillos era centro de una serie de disputas industriales no resueltas: al final de junio, las fábricas textiles Perlak y Polycrom, la fábrica de aluminio Las Américas y la avícola de Cerrillos, estaban todas en huelga.
Los huelguistas ahora se juntaban con sus hermanos y hermanas de Melipilla. Un trabajador agrícola decía: “No tenemos un peso para alimentar y mantener a nuestras familias. Y ya nos estamos hartando de esta situación”, y el periodista notó que los trabajadores rurales y urbanos con los cuales conversaba, concordaban en que “el Parlamento no representaba sus intereses”. Los manifestantes al mismo tiempo que expresaban su apoyo a Allende, afirmaban que el Congreso y otras instituciones estatales, eran el principal obstáculo para realizar el programa de la UP.
La acción conjunta de los trabajadores agrícolas e industriales, abrió nuevas y diferentes posibilidades. De la lucha conjunta emergió una nueva forma de organización, forjada en el curso de las huelgas de Cerrillos, y que se autodenominaba “Cordón Industrial”. Otro Cordón se desarrolló en el área de Vicuña Mackenna. El Cordón de Cerrillos publicó una declaración a comienzos de julio. Sus demandas de control de la producción por los trabajadores y de substitución del Parlamento por una Asamblea de Trabajadores, fueron mucho más alentadoras que cualquier de las cosas discutidas abiertamente por los partidos de izquierda. Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, el Cordón era descrito por la revista Chile Hoy como un comité para mantener la producción e implementar decisiones gubernamentales en la economía. Su potencial como una base alternativa de organización social y política, no había pasado por la cabeza de nadie.24
El Partido Comunista y el ala derecha del Partido Socialista, ordenaron a sus miembros que se apartasen de los cordones. Toda la acción, argumentaban, se debería coordinar a través de la dirección sindical oficial, la CUT. Eso refleja la línea “consolidacionista” que había triunfado en la conferencia de El Curro. Para el ala derecha no habrían futuras incursiones contra el capital privado, ni tampoco más desafíos al Estado. Las concesiones a la burguesía, argumentaba Allende, asegurarían su respeto por los procedimientos constitucionales.
Parecía que solamente los trabajadores se daban cuenta de que la lucha de clases no tiene final, y que el único modo de defender lo que había sido conquistado era intensificar la lucha. La alternativa era permitir que la burguesía luchase para reconquistar lo que había perdido. Paradójicamente, el creciente apoyo popular a la UP, que se reflejó tanto en los resultados de la elección suplementaria en Coquimbo durante julio, y en las elecciones para el ejecutivo de la CUT, expresaba la visión de los trabajadores. El ala derecha de la UP entre tanto, la interpretaba de modo diferente, como si representase una aprobación a la estrategia de colaboración de clases.25
Las contradicciones de la situación se estaban tornando crecientemente visibles, en la medida en que sucesivos incidentes llevaban al gobierno a la confrontación con sectores de trabajadores, campesinos, estudiantes, o habitantes de los barrios pobres. En julio, miembros de un grupo de ultraizquierda que habían realizado un asalto, fueron apaleados y torturados por la policía de seguridad, a cuya cabeza estaba Manuel Contreras, señalado como parte del personal de Allende. En las áreas mineras, el gobierno lidiaba con huelgas sobre aspectos puntuales, invocando el Estado de Emergencia, con el efecto de que las áreas mineras fueron puestas bajo el control militar directo.
El día 18 de agosto, policías y militares atacaron el barrio pobre de Lo Hermida, en Santiago.26 Ellos buscaban intensivamente a un grupo guerrillero de ultraizquierda. De hecho, Lo Hermida era políticamente, una tierra de nadie para la UP. Allí como en otras áreas de casitas pobres y rancheríos, el MIR disfrutaba de una posición políticamente dominante a través de organizaciones de masas como el “Movimiento Revolucionario de los Cantegriles” [Nota de los Traductores: este último término se traduce en forma diferente según el país, como villas miseria, chabolas o favelas, en cualquier caso, barrios muy pobres de la ciudad. Lamentablemente, no contamos con el término original chileno].27
La operación policial se encontró con una resistencia de masas, que provocó el repliegue de las fuerzas policiales, que al día siguiente regresaron con 400 hombres armados. El ataque que realizaron dejó una persona muerta, otra fatalmente herida, 11 heridos y 160 detenidos. Allende se dirigió más tarde a pedir disculpas por el ataque a los habitantes de Lo Hermida, pero lo cierto era que el gobierno había usado el incidente para atacar a la izquierda revolucionaria, alertar a todos aquellos que estuviesen comenzando a actuar por fuera del orden constitucional, y reafirmar ante la burguesía la decisión del gobierno de garantizar la ley y el orden. Para la burguesía, los ataques como el de Lo Hermida eran escaramuzas iniciales, con las que se podría comprobar la fuerza y la capacidad de los militares para actuar directamente.
Para Allende la cuestión central era la autoridad política de la UP. La UP, sin duda, poseía la hegemonía política del movimiento obrero, pero la lucha en sí presentaba cuestiones políticas que no podían ser respondidas en el marco del reformismo de la UP. Si las organizaciones obreras y campesinas fuesen desmovilizadas y desmanteladas por situarse fuera del control de la UP, ¿qué garantías podría dar el gobierno de que los derechos a las protestas y las manifestaciones no serían suprimidos por la policía o amenazados por grupos armados de derecha? ¿Allende iría a desafiar a los dueños de las fábricas y a parar los sabotajes que realizaban, si los propios trabajadores no lo pidiesen? ¿Iría Allende al frente de los trabajadores en la lucha de clases, en caso de que se intensificase, o seguiría cumpliendo el papel de árbitro?
Fueron justamente esas cuestiones las que dominaron la Asamblea Popular realizada en Concepción a finales del mes de julio, cuando cerca de 3.000 delegados se reunieron para discutir la coyuntura política.28 Estos delegados representaban un amplio conjunto de organizaciones sindicales, populares y estudiantiles, así como también a organizaciones de izquierda. El único ausente fue el Partido Comunista, que describió a la Asamblea de Concepción de un modo que quedaría marcado en el tiempo, como “una maniobra reaccionaria e imperialista, que usaba a elementos de ultraizquierda como escudos”. El propio Allende en un comunicado del 31 de julio, desarrolló la misma idea: “Por segunda vez en tres meses, Concepción fue lugar para una acción divisionista cuyo efecto es minar la hegemonía de la Unidad Popular sobre el movimiento. No hay mínima duda de que es un proceso que sirve a los enemigos de la causa revolucionaria”.
En el mismo discurso él definió con absoluta claridad que su compromiso con la democracia burguesa y su oposición al desarrollo de un poder dual “que en otras situaciones históricas surgió en oposición a una estructura de poder reaccionaria, no tenía ninguna base ni ningún apoyo social”. Argumentaba que crear un poder dual en Chile era un acto de “marcada irresponsabilidad”, porque el gobierno de Chile representaba los intereses de la clase trabajadora como un todo. Ningún revolucionario sensato, concluía, puede “ignorar el sistema institucional que gobierna nuestra sociedad, y que está bajo el gobierno de la Unidad Popular. Cualquiera que sugiera otra cosa, deberá ser considerado un contrarrevolucionario”.29
En el interior de la propia Asamblea hubo desacuerdos, especialmente en lo tocante a la relación con Allende. En cuanto al MAPU y la izquierda del PS, promovían que la Asamblea ejerciera presión organizada sobre el gobierno para llevar adelante su programa. El MIR llamaba a la elaboración de un programa revolucionario, construido a partir de las organizaciones de lucha representadas en la Asamblea. No existía el reconocimiento de que el ritmo acelerado de la lucha y su generalización, exigían algo más que un simple apoyo. La lógica de los eventos apuntaba a la cuestión del propio Estado: ¿que intereses representaba y defendía? Esta cuestión sólo podía ser propuesta por una dirección revolucionaria, preparada para colocar el tema del poder en el orden del día.
Los incidentes en Lo Hermida tomaron un nuevo y siniestro significado pocas semanas después, cuando una vez más fue declarado el Estado de Emergencia, esta vez en la provincia de Bio Bio, donde manifestantes se movilizaban para defender una emisora de radio en favor del gobierno, que estaba bajo el ataque de la derecha. Se hacía claro que Allende estaba preparado para usar el Estado contra aquellos que lo apoyaban, y llamar al ejército y la policía para restaurar la ley existente y el orden burgués.30
A pesar de los intentos para detener el proceso, la lucha de clases estaba rápidamente escapándose del control de Allende y de la UP. La burguesía veía sus vacilaciones como un punto a su favor, y organizó abiertamente una campaña de oposición política y de sabotaje económico. A finales de julio el padre Sasbun, de extrema derecha, comenzó a lanzar a través del Canal 9, un llamado a la acción militar contra Allende.
Los líderes de la UP, condenando la violencia y la guerra civil, reclamaron a la clase trabajadora que dejase al gobierno responder los ataques de la derecha. Pero el gobierno ya había demostrado que, lejos de responder a esas amenazas, simplemente cedía ante ellas y depositaba su fe en policías y militares. Así, al final de septiembre, Allende anunció una Ley de Control de Armas, claramente dirigida contra las organizaciones de trabajadores, y dejó al ejército con la tarea de desarmarlas. Ninguna de estas concesiones tuvo el efecto que Allende esperaba que tendrían. Por el contrario, cada vez que la dirección de los trabajadores declaraba su falta de voluntad de luchar, la burguesía adquiría mayor confianza y certeza de que la clase trabajadora no ofrecería respuesta a sus ataques.
Había cierta confianza en los círculos de poder de la clase dominante, cuando en septiembre los comerciantes de Chile lanzaron una huelga de protesta contra el control de precios y la falta de productos. Esa confianza fue mayor cuando el 11 de octubre, los propietarios de camiones anunciaron el comienzo de una huelga por tiempo indefinido.
Iban a tener un duro choque: no con Allende y sus aliados, que continuaban negando que ahora existiera una lucha fundamental por el poder, sino con la clase trabajadora que tomó el control directo sobre la lucha y generó un conjunto de nuevas formas de organización, que ofrecían una imagen de cómo la lucha por el poder de los trabajadores debía ser conducida y podía ser ganada.
La insurrección de la burguesía
La huelga de los propietarios de camiones había sido bien planeada. Si bien ella contaba con la aprobación del conjunto de la burguesía, la organización neofascista Patria y Libertad era la que estaba más directamente involucrada en su organización concreta.
La huelga no era ni inesperada ni particularmente secreta. La huelga de los comerciantes en septiembre y la bien organizada resistencia de la derecha en el Congreso a cualquier iniciativa de la UP, ya habían dado claras señales de que estaban por dar un salto. De cualquier modo, los diarios de izquierda habían ofrecido información detallada sobre la huelga, (su nombre en código era “Plan Septiembre”) quince días antes de ser lanzada.31 Si todavía quedase alguna duda, un mitin de la derecha el día 10 de octubre, en Santiago, fue notable por su atmósfera frenética y por las repetidas llamadas de todos los oradores a favor de una movilización de masas contra el gobierno. Uno de esos oradores era Vogel, un demócrata-cristiano, Vicepresidente de la CUT.
Pero ni Allende ni la UP ofrecieron una respuesta. En los meses anteriores Allende había resuelto cada crisis potencial llamando al ejército para restaurar el orden. En este momento, con la amenaza de los camioneros parecía que Allende estaba deliberadamente ignorando los preparativos de la derecha, haciendo de cuenta que nada estaba sucediendo. Parecía que su miedo a la actividad independiente de las masas, era mayor que su preocupación por la oposición de la derecha a su gobierno.
Se esperaba que el impacto de la huelga fuese inmediato. La ausencia de transporte carretero podía interrumpir todos los abastecimientos de alimentos, artículos importantes, materias primas y especialmente la distribución de alimentos para la clase trabajadora. Es más, la huelga no ocurría aislada. Los comerciantes expresaron su apoyo a la huelga cerrando sus negocios, los industriales intentaron parar sus máquinas, incluso mediante el sabotaje. Las organizaciones de profesionales médicos, abogados, dentistas y otras, votaron por la adhesión a la huelga y suspendieron toda actividad, aumentando la atmósfera de pánico. Esa era la estrategia de la derecha, usar su poder económico, un poder que aún estaba completamente intacto, para crear escasez y caos económico. La suposición era que el pánico forzaría a Allende a renunciar o, mejor aún, posibilitaría dejarlo en el poder para imponer las necesarias medidas de austeridad, separándolo así de las bases de la UP para finalmente provocarle una estruendosa derrota en las elecciones al Congreso de marzo de 1973.
Si esa estrategia se frustró, fue enteramente gracias a la clase trabajadora. Para los trabajadores la situación era muy clara. El problema inmediato era mantener el sistema de transporte, mantener las fábricas abiertas y asegurarse el abastecimiento de alimentos y lo imprescindible. Grupos de trabajadores salieron a las calles a primera hora de la mañana. Cada forma de transporte disponible era requisada y conducida por voluntarios. En las fábricas los comités de vigilancia fueron adiestrados para protegerse de los sabotajes y la producción fue mantenida. En los barrios obreros, largas y pacientes filas se formaban delante de los almacenes y supermercados, los propietarios eran persuadidos para abrirlos o, en caso contrario, los establecimientos eran abiertos y mantenidos por las propias personas del local, que montaban guardia permanente.
En Santiago, más de 8.000 personas se presentaron como voluntarios para chóferes. En cuanto a los cordones, varios enviaron grupos de personas para conducir los transportes.32
La primera respuesta del gobierno fue típicamente confusa, agregando confusión entre los trabajadores. Allende abogó por mantener la producción, pero giró a negociar con los camioneros. Su elección del intermediario —la organización de los propietarios de ómnibus municipales— mostró ser menos que confiable. Ellos mismos se adhirieron a la huelga de los camioneros una semana después. La línea general de la UP era la de pedir disciplina, calma y obediencia al sindicato oficial y a las organizaciones políticas. Pero ni la CUT, ni la UP impartieron instrucciones específicas, y la acción inicial de llamado a la movilización de masas en respuesta a la huelga, fue retirada dos días después.
Los problemas provocados por la huelga, entretanto, exigían una solución inmediata. Era poco sorprendente que las respuestas más severas y decisivas, viniesen de sectores de trabajadores que ya habían desarrollado acciones en conjunto. Las fábricas que se habían organizado en los primeros cordones fueron capaces de organizarse más rápidamente y tomar la iniciativa de organizar a otras. Elecmetal del Cordón de Vicuña Mackenna y las fábricas Perlak, Pastas Luchetti y Cristalerías Chile, parte del Cordón de Cerrillos-Maipú, tuvieron un fuerte papel de liderazgo. Sus demandas eran radicales y claramente definidas, evocando el programa avanzado en junio: acción inmediata contra los patrones, incluyendo nacionalización inmediata. Al mismo tiempo, otras estrategias desarrolladas por los capitalistas exigieron y encontraron una rápida y creativa respuesta.
En la fábrica de vidrio Cristalerías Chile, por ejemplo, la gerencia congeló la cuenta bancaria de la compañía. Los trabajadores respondieron desarrollando un sistema de distribución directa. Como un trabajador explicó: “ahora nosotros vendemos directamente para las cooperativas y pequeños negocios, y ellos nos pagan con dinero, así nosotros podemos pagar los salarios sin tener que usar los bancos.33
En la fábrica de cemento El Melón, una huelga que recién había comenzado fue inmediatamente suspendida y los trabajadores retornaron a su trabajo. En la fábrica textil Perlak, para compensar la falta de leche del campo, los trabajadores organizaron una sopa altamente nutritiva para sus hijos. Los trabajadores de Polycron llevaron los tejidos para las áreas obreras y los vendían directamente. Materias primas y productos acabados comenzaron a ser trocados entre las fábricas, pero también entre obreros y campesinos.
Cuando la asociación de médicos anunció su apoyo a la huelga el día 17 de octubre, un comité conjunto de los trabajadores de un hospital, fue formado para mantener al mismo funcionando. Un dirigente sindical explicaba: “A pesar de la huelga ordenada directamente por la derecha, las 600 mil personas por las cuales este hospital es responsable, verán que nosotros podemos ofrecer servicios mejores y más eficientes, trabajando junto a los comités de salud locales, que incluyen a personas de los distritos obreros”.34
La reunión del sindicato de periodistas, en aquél mismo día, fue dedicada a una denuncia sobre el papel de la prensa burguesa y a convocar nuevas acciones contra los medios de comunicación en manos de la derecha. El periodista Jaime Muñoz criticó el Estatuto de Garantías aprobado por Allende en 1970, que prometía respetar la propiedad existente sobre los medios de comunicación masivos.35 El antagonismo entre el papel de los medios de comunicación en manos de la derecha, y la respuesta de los trabajadores de dos periódicos, La Mañana de Talca y Sur de Concepción, que habían ocupado y tomado las respectivas oficinas porque sus periódicos estaban constantemente atacando el movimiento obrero, era claro. “El único Estatuto de Garantías que nosotros reconocemos”, argumentó, “es el que nos demos los trabajadores”.36
Había existido un acuerdo tácito entre las organizaciones de izquierda para no mencionar el Estatuto. Esa fue una de las primeras referencias públicas de aquel crucial y embarazoso documento. Los acontecimientos de octubre y la entrega de los dos periódicos expropiados se tornó una cuestión clave en el debate de la izquierda.
Había una razón adicional para el rápido crecimiento de las organizaciones autónomas, denominadas de “autodefensa”. Si bien la mayoría de la burguesía se contentaba con usar su poder económico, la extrema derecha, dirigida por Patria y Libertad, organizaba sus propios grupos terroristas para trabar batalla en las calles.37 Esas bandas, formadas por jóvenes de las familias más ricas, lanzaron una serie de ataques físicos directos. El día 12 de octubre dirigentes de los partidos socialista y comunista de Punta Arenas, en el extremo sur de Chile, fueron atacados. El día 13 la línea ferroviaria para Arica, 3.200 Kms. al norte, fue bloqueada. El mismo día, individuos en sus vehículos fueron atacados en las grandes ciudades de Valparaíso, Concepción y Viña del Mar. El padrón de asaltos directos continuó en los días venideros.
En las fábricas los trabajadores resistían las tentativas de sabotaje de los patrones y tomaban el control directo de la producción. En la fábrica textil Sumar de Santiago, por ejemplo, los propietarios intentaron sacar parte de la maquinaria, pero fueron parados por los trabajadores y expulsados de la fábrica. Para los comités obreros no podía haber cualquier negociación: al final de cuentas, el propio gobierno había hecho de la manutención de la producción una prioridad absoluta. Una joven mujer obrera de 22 años, en Fabrillana, colocó la cuestión en términos muy claros:
“Yo pienso que el compañero Allende ha sido muy suave. El dice que es porque quiere evitar la violencia, pero yo pienso que debemos responder con más fuerza, atemorizarlos a muerte. Están intentando voltear lo que conquistamos”.38
Los trabajadores de Alusa, una fábrica de embalajes, repetían a coro:
“La administración hizo un llamado a los trabajadores administrativos y ellos pararon de trabajar. Pero nosotros no podíamos permitirnos ser parte de esas maniobras. Los patrones no pueden venir a decirnos lo que debemos hacer… Así que abrimos los depósitos, sacamos las materias primas y simplemente continuamos produciendo: la producción aquí no paró en ningún momento. Y no vamos a parar ahora ni nunca. Nosotros vemos a la gente trabajando con verdadera alegría. Yo pienso que en pocos días nos hemos dado cuenta que lo que estamos defendiendo, es algo mucho mayor que un plato de comida”.39
Nadie estaba inmune a la posibilidad de un ataque. Los trabajadores de la cadena de zapaterías Bata, por ejemplo, formaron comités de autodefensa en cada una de las 113 sucursales:
“Nosotros formamos comités de autodefensa en cada local para repeler los ataques. Ya tuvimos que afrontar algunos ataques, particularmente en locales de barrios de clase media y alta. Pero nosotros no cerramos ni por un día siquiera. Estamos contra esta huelga, y cuando llegue el momento decisivo no vamos a ceder ante nadie. ¡Basta!”.40
Un trabajador de la fábrica de concreto Ready-Mix, resumió la experiencia:
“Tenemos que agradecer a los fascistas, por mostrarnos que no se puede hacer una revolución jugando. Cuando aparece un problema, nosotros los trabajadores tenemos que estar en la primera línea. Hemos aprendido más en éstos pocos días que en los dos años anteriores”.41
Semejantes conclusiones fueron sacadas en otros lugares, particularmente en los distritos obreros donde luchas anteriores por el transporte y la vivienda, entre otras cosas, habían gestado organizaciones que cumplían un papel pleno y vital en las luchas obreras de octubre.
Las JAP, comités de distribución formados originalmente por el gobierno, se transformaron en núcleos de un conjunto de organizaciones locales y comunitarias —comités barriales, grupos de madres, organizaciones de sin techo— asumiendo la tarea de resistencia en las comunidades.42 Lo más importante de todo, fue que octubre dio a esas organizaciones comunitarias un contacto directo con los trabajadores, dándole realidad a su accionar en conjunto. El Cordón se transformó, como había prometido transformarse, en un centro organizador para una serie de luchas, coordinándolas y proporcionándoles una dirección obrera.
Es cierto, que si los trabajadores no hubiesen combatido inmediatamente a la burguesía, esta hubiera tenido éxito en su campaña, la economía hubiera sido paralizada, y Allende hubiera sido obligado a ceder a las demandas de los patrones presentadas en el “Pliego de Chile”, el cual contenía una lista de sus reivindicaciones. Por el contrario, los trabajadores confiscaron el transporte y mantuvieron la economía en funcionamiento. Los ataques físicos de Patria y Libertad se enfrentaban con la resistencia organizada de los trabajadores, se dieron dos comités de autodefensa barriales y dos comités de vigilancia organizada en las fábricas.
Estas fueron una excelente ilustración de los cambios que habían ocurrido en el curso de la lucha, pues si bien surgieron como comités para supervisar la producción, su función cambió durante la huelga de los patrones, transformándose en órganos de control obrero sobre las fábricas. También las JAP se transformaron, pasando de comités establecidos para controlar la producción a organizaciones combativas de base, comprando y distribuyendo abastecimientos, manteniendo abiertos los comercios y supermercados, defendiéndolos de los asaltos de la derecha y colectivizando algunas funciones domésticas en los barrios pobres, particularmente la alimentación de los niños en comedores colectivos, con una “olla común”.
No hay duda de que en los acontecimientos de octubre, los trabajadores no llegaron a extraer las conclusiones políticas adecuadas a su experiencia concreta. La generalización de ideas a partir de circunstancias específicas no ocurre espontáneamente. Exige la intervención consciente de socialistas revolucionarios que puedan proporcionar un esbozo, una comprensión de las luchas desarrolladas por la clase trabajadora. Y hay que decirlo, en Chile las numerosas organizaciones políticas impidieron el aprendizaje político. Pero igual, la experiencia de octubre había dado a la clase trabajadora todo un nuevo panorama de su potencial colectivo, y eso colocaba en serios problemas a Allende y a la UP.
El llamado inicial de la UP para que la clase trabajadora actuase en defensa del gobierno, partía de la suposición de que las organizaciones obreras permanecerían leales a las direcciones oficiales, a la CUT y a la propia UP.43 Pero la clase trabajadora terminó por tomar una acción independiente para defender al gobierno, sin esperar instrucciones. En esas circunstancias los trabajadores pudieron fácilmente llegar a la conclusión de que era necesaria una acción revolucionaria para resolver la crisis en Chile: nadie era más consciente de eso que el propio Allende.
Después del 11 de octubre Allende estaba indeciso y vaciló. Pero hubo pocas dudas sobre cuál camino tomaría. Él había dicho frecuentemente: “La UP se juega su futuro político en la capacidad de manejar la capacidad de la clase trabajadora, y desarrollar su programa en colaboración con la mayoría de la burguesía”.44
Pero Allende y sus colegas de dirección política de la UP, parecían no haberse dado cuenta de que en octubre una frontera histórica había sido cruzada y que la burguesía hacía mucho tiempo había perdido el interés en colaborar. En cierto sentido, el gobierno de Allende se transformó en espectador, dentro de la arena de la lucha de clases, intentado en vano reimponerse sobre los acontecimientos a partir del punto privilegiado del Estado.
Octubre de 1972 ofreció la evidencia más excitante y dramática de las posibilidades del poder de los trabajadores. La clase trabajadora no sólo superó las vacilaciones de su dirección al actuar independientemente; sino que en la realidad cotidiana de la lucha contra los camioneros y sus colaboradores, viejas divisiones fueron superadas por un liderazgo que no estaba paralizado por compromisos políticos, o por alguna lealtad en relación a los dirigentes sindicales.
Eso reflejaba, en parte, la llegada a un nuevo estadio político de actores hasta entonces excluidos de los sindicatos y otras organizaciones, trabajadores menos afectados por la disciplina partidaria y sindical. Muchas de las pequeñas fábricas permanecían fuera del ámbito de influencia de la CUT, porque por ejemplo tenían menos de 25 trabajadores. Lo que los cordones representaban era una alianza ente los trabajadores organizados y no organizados, la población de los barrios pobres, los trabajadores agrícolas y algunas organizaciones estudiantiles.
Su carácter político era menos definido. La CUT afirmaba que los cordones eran simplemente sus organizaciones de base con otro nombre.45 Pero la dificultad de la CUT para imponer cualquier tipo de disciplina sobre los cordones, sumado a los frecuentes ataques a los líderes de estos cordones, mostraba que la relación CUT-cordones no era la que la CUT afirmaba. El MAPU, con su característica ambigüedad, describía a los cordones como “comités patrióticos”.46 El Partido Socialista, como siempre, intentó reconciliar dos tradiciones políticas conflictivas, describiendo a los cordones como “escuelas activas de masas para discutir problemas, ejercer la crítica constructiva, planear soluciones y coordinar iniciativas”.47
En cuanto al MIR, éste ciertamente disfrutaba de considerable influencia sobre los sectores más pobres de la población, a través de varias organizaciones con carácter frentista. Pero al mismo tiempo que el MIR era el mayor crítico de los intentos de la UP de contener y manipular a los cordones y otras organizaciones de base, y que usaba una oratoria revolucionaria, no tenía ninguna estrategia que ofrecer. Al final, el MIR compartía con todas las demás organizaciones de izquierda, un análisis fundamentalmente débil: todas reconocían la incapacidad de la UP para dirigir el contraataque de las masas contra los patrones, pero de ahí sacaban la conclusión de que debía reformularse la UP a la luz de sus críticas, y así ella podría estar mejor preparada para dirigir la lucha en el próximo round.
Ningún grupo de izquierda vio las posturas contradictorias de la UP, durante los eventos de octubre, como lo que realmente eran: la fiel expresión de su perspectiva política. Como resultado, la izquierda seguiría desorientada durante el nuevo y chocante desarrollo de los acontecimientos.
Con una huelga del transporte aéreo iniciada el día 31 de octubre y con la negativa de los transportistas a poner fin a su acción, al día siguiente Allende decidió convocar a varios generales a su gabinete. Al mismo tiempo decretó un Estado de Emergencia Nacional, depositando efectivamente el gobierno de Chile en manos de los militares, durante el período que durara la emergencia.
La lucha por derrotar la huelga de los patrones trajo a la clase trabajadora a la arena política como un actor independiente, y por muchas semanas la práctica cotidiana de autogobierno de los trabajadores se desarrolló de un modo más y más firme. Lo que estaba detrás de la decisión de Allende de recurrir a los militares, no hay sombra de duda, era que la UP estaba intentando sustituir por la fuerza la iniciativa histórica de la clase trabajadora, bajo la excusa de frenar a la burguesía.
Posteriormente se intentó justificar la decisión de Allende, describiendo la situación de Chile a principios de noviembre como un estado de “casi caos”, de “quiebre de la ley y el orden”.48 La verdad no era que se estuviera quebrando el orden, lo que estaba ocurriendo era la profunda crisis de una clase. A medida que nuevas formas de organización y actividad se desarrollaban entre los trabajadores, cada vez más las organizaciones tradicionales se volvían incapaces de contenerlas dentro de los límites de la negociación preestablecida entre el capital y el trabajo.
Desgraciadamente, esto no significaba que la clase trabajadora se estuviera preparando para tomar el poder con una perspectiva revolucionaria. Pues aquellos que se consideraban socialistas revolucionarios, se encontraban en una completa confusión teórica y política. No tenían una posición coherente acerca de ninguno de los problemas urgentes. El problema de la organización partidaria, el papel y la naturaleza de las fuerzas armadas, o si sería correcto romper con la UP (en realidad esa última opción no era siquiera considerada en este período). Ellos no estaban, por lo tanto, en condiciones de ofrecer una dirección consistente. Cuando la CUT, respaldando a Allende, convocó a apoyar a las fuerzas armadas en la restauración del orden, ninguna voz organizada se levantó en oposición.49 En ese momento crítico, la izquierda chilena se mostró confusa e incapaz.
La exigencia de la intervención militar vino de un congresista demócrata-cristiano, Rafael Moreno, pero ya había aparecido antes una lista de exigencias alentada por la derecha, en el inicio de la huelga patronal. El anuncio de Allende de un nuevo gabinete conjunto (UP-militares), el día 3 de noviembre, fue seguido de un mensaje a los trabajadores agradeciéndoles el actuar en apoyo al gobierno, y pidiéndoles que volviesen a sus trabajos y devolvieran las fábricas a sus propietarios.
Una vez que los camioneros volvieron a su trabajo y las fuerzas armadas entraron al gobierno, era obvio que la principal tarea del ejército iba a ser controlar el retorno de los trabajadores a las fábricas. Prats, el Comandante del Ejército determinó su posición con un estudiado tono neutro:
“En cuanto existe un Estado propiamente constituido, las fuerzas armadas están obligadas a respetarlo… Obviamente las fuerzas armadas son un instrumento legítimo que está a disposición del Presidente, para ser usado contra cualquiera que amenace el orden público”.50
La naturaleza de la amenaza se volvería más clara todavía, cuando comenzara el Estado de Emergencia. El rígido toque de queda fue empleado para controlar el movimiento de los trabajadores y los amplios poderes concedidos a los militares fueron invocados para devolver los dos periódicos ocupados en Talca y Concepción, a sus propietarios originales. Los líderes de los comités de autodefensa de Bata, fueron encarcelados por más de un mes. El día 13 de noviembre el Ministro de Economía anunció que las 28 fábricas ocupadas por los trabajadores, serían devueltas a sus propietarios. Tal vez el sistema de distribución haya sido el sector que más se distanció del control estatal, y es por esa razón que fue el área sometida a control militar más directo. El General de la Fuerza Aérea, Bachelet, fue encargado del DRINCO, agencia estatal de distribución.
El nuevo gabinete incluía, de un lado dos generales, tres ministros de la UP: dos del Partido Comunista (Millas en el Ministerio de Obras, y Figueroa, dirigente de la CUT, como Ministro de Trabajo) y uno del MAPU (Flores, en el Ministerio de Economía).
Desde que el Estado de Emergencia había dado el control real a los militares, el papel de esos ministros no era el de defender supuestas posiciones en el gabinete, al contrario de eso defendieron a los militares frente a los trabajadores. Figueroa, por ejemplo, discutió vigorosamente con los obreros de Arica, para que fuese permitido a los funcionarios administrativos que habían apoyado la huelga patronal, el retorno al trabajo y el recibo del salario íntegro, referente al período de la huelga, presumiblemente como gesto de conciliación.
Un trabajador de Ex-Sumar, una de las fábricas más militantes de Santiago, resumió la nueva situación:
“Pienso que las concesiones significan que este nuevo gobierno se movió hacia la derecha. Tenían otra alternativa posible: buscar el apoyo de las masas e implantar el programa defendido inicialmente. Pero nunca quiso realmente implementarlo. Así las masas fueron dejadas al margen de las cosas y cuando ellas quisieron confrontar los problemas, fueron brutalmente reprimidas. La derecha debe estar celebrando ahora, puedes percibir que están llenos de gozo, solamente escuchando sus audiciones de radio”.51
Un gobierno con generales
El gabinete de los ministros de la UP y de los generales, con todo, no controlaba absolutamente la situación. La misma después de noviembre permanecía confusa, y la confianza que ganaron los trabajadores no era tan fácil de ser minada.
Figueroa, por ejemplo, llegó a la conclusión de que su doble autoridad —como dirigente de la CUT y como Ministro de Trabajo— no era tan compatible como había sido antes. Los trabajadores de Arica no fueron convencidos por sus argumentos, y al día 24 de noviembre aún se negaban a trabajar con los funcionarios que habían apoyado la huelga patronal. Cuando Figueroa intentó persuadir a los trabajadores de que aceptaran la orden, ellos reocuparon la fábrica y se negaron a salir. Al final la policía fue movilizada para despejarlos.
La misma experiencia se repitió en otros lugares, con los trabajadores negándose a entregar lo que habían conquistado en octubre, afirmando que tales concesiones simplemente destruirían todo lo que se había obtenido, entregando en bandeja la victoria a la burguesía.
Las acciones espontáneas y desorganizadas de resistencia de los trabajadores, entretanto, nunca fueron objeto de alguna iniciativa de coordinación o desarrollo. El liderazgo político de la izquierda, por ejemplo, no brindó ninguna directriz. Lo extraordinario es que ninguna voz siquiera se levantó contra la presencia de los militares en el gabinete. El MAPU, por ejemplo, describió al nuevo gabinete como el “gobierno y el pueblo actuando como uno solo”52, al mismo tiempo que se hacía un llamado a profundizar el “poder popular”.
El Partido Comunista y el gobierno alzaron una sola voz en alabanza de la labor patriótica de las fuerzas armadas, describiendo al nuevo gabinete como un indicio de que consiguiendo el apoyo del ejército, se apartaría a la burguesía: “…la presencia de las fuerzas armadas junto a los dirigentes de la CUT, fortalece al gobierno y finalmente le permitirá sentenciar a muerte la huelga que los trabajadores ya rechazaron tan vigorosamente”.53
Más sorprendente fue el artículo de Manuel Cabieses en Punto Final, del MIR, en el cual argumentaba que: “…las fuerzas armadas tienen un papel patriótico y democrático a cumplir en conjunto con el pueblo, apoyando a los trabajadores en su lucha contra la explotación… Eso es lo que debe ocurrir y eso es lo que la clase trabajadora espera cuando ve las fuerzas armadas como parte del gobierno”.54
Jamás ejército profesional alguno ayudó a ningún trabajador en su lucha contra la explotación, o en otras palabras, a derribar el Estado burgués del cual es pilar central. El autor de las líneas citadas mostraba, en el mejor de los casos, una sorprendente ingenuidad. Pero al mismo tiempo el MIR defendía la continuidad de los cordones.
Lo más claro en las declaraciones y los análisis de la izquierda, era la confusión y la vacilación. Había una asombrosa falta de claridad sobre cómo responder a la determinación de la UP de desmantelar las organizaciones de masas surgidas en octubre. Al mismo tiempo, las declaraciones más combativas, como los discursos de Altamirano, Secretario del Partido Socialista, se dirigían al gobierno, exigiéndole que cambiase su carácter político, esto es, que se volviese revolucionario y abandonara el reformismo. En vez de mostrar los límites del reformismo y abrir los ojos de aquellos miles de trabajadores que aún tenían ilusiones en Allende, la retórica de Altamirano sugería que la UP todavía podía volverse revolucionaria.
Theotonio dos Santos, un colaborador regular de Chile Hoy afirmó: “Si quieren conservar las conquistas adquiridas, el gobierno y los trabajadores deberán profundizarlas y extenderlas, usando los mecanismos existentes y profundizando en las raíces del poder popular”.55 Incluso entre las voces más radicales, ninguna estaba dispuesta a decir que el desarrollo político del movimiento obrero después de octubre, exigía el rompimiento con la dirección tradicional de la UP, que la UP se había tornado en un obstáculo para el desarrollo cualitativo de la lucha de clases, y que el único camino para asegurar lo que se había conquistado era seguir avanzando. Solamente una organización, la menor de todas —la Izquierda Cristiana— llegó a dar algunos pasos en esa dirección, negándose a entrar en el gabinete y afirmando que: “…los avances en conciencia de los trabajadores no parecen haber llegado a sus líderes políticos. La base es mucho más rica de lo que lo es su dirección. La CUT y los cordones son mucho más efectivos en sus respectivos niveles, que la UP a nivel político… si el poder social (de apoyo a la UP) fuese organizado de un modo coordinado en las fábricas y en lo regional en órganos de autodefensa, la situación avanzaría y no podría ser contenida”.56
Con todo, la propia clase trabajadora estaba exigiendo otro análisis de la situación. El día 13 de noviembre, 100 delegados de los cordones de Santiago se reunieron en la fábrica Cristalerías Chile, para coordinar la resistencia a la devolución de las fábricas a sus antiguos propietarios. Esa iniciativa no encontró eco dentro de la izquierda. Como el Presidente del Cordón de O’Higgins, uno de los dos más avanzados cordones, afirmó: “La maquinaria de izquierda simplemente nos ignora… por eso los cordones tienen que cumplir la función de ayudar a conocerse mejor unos a otros, a entender las luchas particulares y a alcanzar conciencia de nuestro poder”.57
Los eventos de octubre de 1972 trajeron muchos nuevos grupos de trabajadores a la lucha, muchos de ellos sin experiencias anteriores de organización. También ellos pusieron sobre el tapete nuevas formas de organización independientes. La experiencia de los cordones se tornó el tema central de los debates políticos, cuando el año 1972 llegaba a su fin. Pero ninguno extrajo las conclusiones apropiadas.
Obviamente, la toma del poder por la clase trabajadora en noviembre era imposible. Muchos de los trabajadores estaban desmovilizados y otros estaban desmoralizados y confundidos. El Estado de Emergencia dificultaba hasta las reuniones, y los generales estaban en el poder. Pero igualmente obvio era que, si bien la situación no había sido resuelta a favor de los trabajadores, tampoco lo había sido en favor de los capitalistas. Había un clima de expectativa en todos los lugares, y en ambos lados se estaban discutiendo abiertamente las estrategias futuras.58
En tal ambiente la tarea inmediata de los socialistas revolucionarios no era la de organizar la toma del poder, pero sí un debate paciente de política y de principios, dentro el movimiento obrero, con aquellos que habían dirigido las luchas en la práctica,59 junto al trabajo de organización política y un involucramiento en las luchas cotidianas, en donde la clase trabajadora las estaba dando. Pero nada de eso ocurrió. Hubo debates interminables, muchos de los cuales fueron muy interesantes, pero nunca tocaron la cuestión clave: el carácter político de la UP.
La primera oportunidad para todas las organizaciones de izquierda de discutir la experiencia de octubre de 1972, vino con un debate público organizado en Santiago por una organización católica denominada “Cristianos por el Socialismo”.60 La representante comunista Mireya Barta se retiró luego que el debate había comenzado, acusando a la ultraizquierda de ser el principal enemigo. En respuesta, Miguel Enríquez, Secretario General del MIR, describió el período como “prerrevolucionario” y llamó a la creación de “gérmenes de poder popular”. La cuestión principal, argumentaba (correctamente) era la de conquistar el “control obrero”. Pero en los debates y las discusiones que siguieron, ningún representante del MIR dejó claro cómo esto sería realizado u organizado.
Preparativos para la batalla
La UP continuaba teniendo un peso político considerable, pero estaba lejos de ser la autoridad incuestionable de antes. Sus mejores esfuerzos no fueron suficientes para extirpar las nuevas organizaciones obreras. La verdad es que fueron las acciones del gobierno de la UP las que precipitaron el resurgimiento de estas al comienzo de 1973.
El debate después de la huelga de los patrones provocó una escisión en el MAPU, entre el ala izquierda que mantuvo el nombre del partido, y el ala pro-Allende que adoptó el nombre MAPUOC (MAPU obrero y campesino) dirigido por Jaime Gazmuri. En enero de 1973, el Ministro de Economía Fernando Flores, del MAPU, desafió la política gubernamental y defendió un congelamiento de precios, el control riguroso de la especulación y el garantizar una canasta básica a un precio mínimo. Sus propuestas tuvieron resonancia inmediata entre la población.
El día 15 de enero, del barrio pobre de Lo Hermida, 300 familias se dirigieron al supermercado local que había cerrado sus puertas (alegando falta de mercaderías) y exigieron su reapertura. Inmediatamente aparecieron mediadores del gobierno que intentaron dispersar la manifestación, sin ningún resultado. A las dos de la mañana el supermercado estaba abierto, y las organizaciones locales se encargaron de distribuir alimentos de acuerdo a las necesidades. Lo mismo ocurrió en Nueva La Habana, otro barrio pobre del Cordón de Barrancas.
Fue en ese clima que Orlando Millas, Ministro de Obras y miembro del Partido Comunista, anunció el nuevo plan económico. Este proponía el retorno de 123 fábricas a sus antiguos propietarios, incluyendo las que pertenecían a una de las familias más activas en la oposición al gobierno, la poderosa familia Yarun. Millas defendía que apenas el 49% de las instalaciones industriales deberían permanecer en las manos públicas, creando efectivamente un sector capitalista estatal, para actuar en coordinación con el capital privado.61 Lógicamente, fue anunciado junto con la reapertura de las discusiones con los demócrata-cristianos. De plano, representaba una clara y plena concesión a las reivindicaciones de la burguesía.
La clase trabajadora reaccionó con furia. Los cordones redespertaron y respondieron inmediatamente. Trabajadores del Cordón de Cerrillos-Maipú bloquearon las calles en protesta y dirigieron una manifestación conjunta de todos los cordones de la capital hacia el centro de la ciudad. El Presidente del Cordón, Hernán Ortega, declaró: “No habrá compromiso alguno que ceda ante las presiones”.62 En la textil Bromacktrece, miembros del Partido Comunista rompieron sus carnés del partido en señal de protesta. Lo más significativo de todo, fue que en el Cordón Vicuña Mackenna se inició la publicación de un periódico para los cordones, llamado Tarea Urgente. Su primer número traía una declaración enormemente significativa:
“A los Trabajadores: Los trabajadores de Cordón Vicuña Mackenna llaman a la clase obrera a movilizarse combativamente en defensa del Área Social [la parte nacionalizada de la economía] y de las empresas requisadas o intervenidas durante el paro patronal de octubre amagadas por un proyecto de ley que no representa la opinión ni el sentir de la mayoría de los trabajadores, los cuales están dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias en defensa de sus legítimos derechos.
Por lo tanto los trabajadores de Cordón Vicuña Mackenna, en Asamblea celebrada el lunes 29 de enero, hemos resuelto lo siguiente:
- No devolver ninguna empresa requisada o intervenida con motivo del paro nacional de octubre.
- Rechazo unánime al proyecto denominado “Proyecto Millas”, por no expresar el verdadero pensamiento de los trabajadores y contribuir a detener el proceso revolucionario que nos conduzca al socialismo…
- Planteamos que la respuesta de los trabajadores será no sólo no devolver ninguna empresa sino incorporar muchas más al Área Social”.63
En un tono similar los miembros del Cordón Panamericana-Norte exigían saber: “¿Hasta dónde las personas de allá arriba van a continuar empeorando aún más las cosas? Esto está empezando a ponernos nerviosos, y avisamos que ninguna empresa será devuelta… de ahora en adelante permaneceremos en estado de alerta permanente para defender nuestro derecho de tomar las decisiones que determinen nuestras vidas”.64
El día 5 de febrero, obreros, sin techo, organizaciones de barrios pobres y grupos comunitarios, realizaron una manifestación y una asamblea en el Estadio Nacional para demostrar su oposición al Plan Millas. El periódico Punto Final redactó un artículo sobre ella en que alertaba con claro juicio histórico: “Un pueblo desarmado es un pueblo conquistado”. La lucha de clases estaba entrando en una nueva fase, y ganando una nueva intensidad.
Pero había poca conexión entre el ritmo de la lucha de clases y las preocupaciones de los principales partidos. Las elecciones para el congreso en marzo se estaban aproximando, y eran consideradas tanto por la derecha como por los partidos de la UP como un test de capacidad, crucial para la supervivencia del gobierno. Todas las organizaciones de izquierda concordaban en que las elecciones eran una prioridad absoluta, inclusive el MIR, que por primera vez apoyó a candidatos del Partido Socialista en las elecciones parlamentarias. La UP incrementó su electorado nacional al 44%. En el clima existente entonces, esto era un testimonio significativo de la resistencia de la clase trabajadora, y una prueba de que secciones de la pequeña burguesía también habían sido ganadas.
En lo que toca a la derecha, los resultados representaban un serio contratiempo, un fracaso en minar el apoyo electoral de la UP. Pasaron a discutir estrategias alternativas para derribar al gobierno de Allende. Las dos opiniones presentadas, la del golpe militar abogada por algunos sectores, fue dejada de lado a favor de una estrategia de “mariscal ruso”, defendida entre otros por Aylwin, Presidente del Partido Demócrata Cristiano.65 Esta era una estrategia económica de “tierra arrasada”. Objetivamente, desbastar la economía, desnudándola, reteniendo la acumulación de dinero, movilizando concientemente el apoyo internacional, creando un estado de sitio desde dentro y desde fuera.
Si había existido un impase en la actividad de las masas, ahora se estaba levantando. Al final de marzo de 1973 los generales dejaron el gabinete y el Plan Millas fue abandonado. Allende anunció la nacionalización de más de 45 fábricas, pero ese anuncio fue seguido casi inmediatamente, el día 6 de abril, por un ataque virulento contra la izquierda revolucionaria y las organizaciones obreras que no devolvieron las fábricas después de las ocupaciones de octubre.66 A la luz de este ataque, era difícil ver la incorporación de 45 fábricas al sector estatal, como otra cosa que no fuese un gesto simbólico.
Por más que Allende condenase a aquellos que habían “provocado” a la burguesía, era él quien estaba ciego frente a la intensidad de la lucha de clases. Por lo tanto insistía en mantenerse apegado al programa original de cambios graduales, condenando a las organizaciones obreras y campesinas por arriesgarlo con sus acciones precipitadas. Los sucesos ya lo habían dejado atrás. La burguesía estaba discutiendo abiertamente estrategias extraparlamentarias para derribarlo. Si Allende y la CUT todavía insistían en que el ritmo de los cambios sería determinado en el parlamento, ni la burguesía ni la clase trabajadora tenían ilusiones al respecto. Los trabajadores estaban organizándose para una lucha ya en curso en las calles, en las fábricas y en el campo. No era una cuestión de si se debería o no permitir el desarrollo de la lucha, era solamente su resultado el que estaba en cuestión.
El mayor número de votos para la UP en las elecciones de marzo, era claramente una exigencia para la acción. Pero si la UP no podía dirigirla, entonces ocurriría de cualquier modo, incluso fuera de todo control. La dirección de la UP no podía comprender eso.
La dirección de la izquierda estaba discutiendo la crisis, ciertamente, pero su perspectiva estaba limitada a exigir que la UP actuase de una manera diferente.67 Una solución mucho más radical era la exigida, la del tipo que ya había sido colocada en la agenda histórica por la propia clase trabajadora.
La decisión de formar un comité coordinador de los cordones, fue un salto cualitativo en las formas de dirección de la lucha de los trabajadores. Con todo no hubo ninguna división en la UP. ¿Por qué? La corriente política dominante en el liderazgo de los cordones, era sin duda la izquierda del Partido Socialista, la cual a pesar de haber pasado a utilizar la retórica característica de la ultraizquierda, no estaba preparada para romper con la UP o desafiar abiertamente al ala derecha dirigida por Allende.
Altamirano, dirigente de los socialistas, generalmente considerado como del ala izquierda, veía el desarrollo de organizaciones independientes en medio de la lucha de clases, como una forma de presión que podía ser utilizada para impulsar su victoria dentro de la dirección del propio partido. Y fue esa perspectiva limitada la que conquistó a los socialistas de izquierda que dirigían los cordones. Así el comité coordinador, que podía haberse fácilmente tornado en una forma embrionaria de poder obrero, se transformó al contrario de eso, en una fracción política dentro del Partido Socialista.
La otra fuerza política en el movimiento de masas era el MIR. Tenía una existencia de ocho años solamente, y apenas desde 1969-1970 se había dedicado a organizar a los trabajadores. Aunque hubiese ganado alguna base entre los trabajadores no sindicalizados, su principal influencia era entre las organizaciones de los sin techo y en el movimiento estudiantil. Aunque el MIR presentase candidatos en elecciones sindicales y de hecho tuviese representantes en el ejecutivo de la CUT, no poseía presencia organizada en los sindicatos. Había permanecido fuera de la UP y a veces se opuso a ella de un modo abiertamente crítico, pero no podía ofrecer una política alternativa.
El MIR respondía pragmáticamente a la realidad de cambios en la lucha de clases, colocando cierta prioridad en su lucha propia por la dirección política. Eso se vio más claro en el debate en torno a los cordones.
En algunas ocasiones cuando varias organizaciones se encontraban implicadas en los cordones, formaban comités de organización conjuntos (comandos comunales). El MIR daba gran énfasis a esos comandos como órganos dirigentes de la lucha, pero al mismo tiempo denunciaba a los cordones y repetía las afirmaciones de la CUT, de que eran “organizaciones paralelas” a ella. Eso era un absurdo, está claro.
Los cordones tenían un reconocido papel dirigente. Paradójicamente, a pesar de su compromiso con la “hegemonía de la clase obrera”, el MIR parecía preocupado por el papel dirigente cumplido por esas organizaciones obreras, en las cuales ellos no ocupaban posiciones de liderazgo. Sus llamadas para convertir a los cordones en amplias organizaciones que representasen por igual a los sin techo, las organizaciones de distribución, los estudiantes y otros sectores, mostraba su incorrecta reivindicación del marxismo. En la práctica, sus cuestionamientos a los cordones, negaban específicamente el papel central de la clase trabajadora en la lucha por el poder estatal.
De cualquier modo, las rimbombantes llamadas del MIR eran poco más que consignas, una vez que ellas no llevaban a ninguna conclusión organizativa más concreta. Mientras tanto, la lucha de clases no esperaba. Ella continuó con creciente intensidad después de las elecciones parlamentarias, en la medida en que la derecha lanzaba sus asaltos y el gobierno no ofrecía respuestas. El movimiento obrero, entre tanto, tenía su propia respuesta a ofrecer.
El desafío de los mineros
Los trabajadores de las minas de cobre jugaron un papel central en la historia del movimiento obrero chileno. Fue, por lo tanto, una cuestión de considerable significado la huelga iniciada el día 19 de abril por los mineros de la mina más grande de cobre del mundo, cuyo nombre era El Teniente.
La huelga comenzó silenciosamente. El aislamiento físico de los mineros en una región montañosa del país, significaba que el impacto de la huelga sobre el resto del movimiento no sería inmediato. Y la izquierda no estaba particularmente ansiosa por elevar el nivel del debate público acerca de la huelga, porque la cuestión que desencadenó la huelga era vergonzosa.
Al comienzo de 1973, la UP garantizó un aumento salarial general para compensar la inflación. Los mineros, con todo, tuvieron un acuerdo separado, por el cual les fue garantizado anualmente un aumento salarial acompañado de otros incrementos. El Gobierno se negó a pagar estos aumentos. Y los mineros entraron en huelga, acusando al gobierno de no cumplir el acuerdo firmado conjuntamente, lo que era cierto sin duda alguna.
La huelga continuó durante los meses de mayo y junio, aunque algunos mineros retornaron al trabajo por la intensa presión ejercida por el conjunto de las organizaciones de izquierda, inclusive el MIR, que argumentaban que todo había sido provocado por la burguesía y por el imperialismo.68
Los cuestionamientos y las acusaciones eran bastantes familiares. Los mineros eran denunciados por su “economicismo”, por la defensa de sus estrechos intereses sectoriales, por encima de los intereses de la clase como un todo. De hecho, la izquierda les estaba pidiendo que sacrificaran sus conquistas, en nombre del “bien general”. La realidad, naturalmente, era que los únicos beneficiados de tales concesiones serían los miembros de la clase dominante, y el gobierno era perfectamente consciente de eso. Los mineros continuaban produciendo, pero el precio del cobre en el mercado mundial estaba cayendo. ¿Deberían los mineros aceptar las consecuencias de esa caída, o deberían conducirse como cualquier otro grupo de trabajadores organizados, defendiendo sus condiciones de vida?
De cualquier modo el argumento de que los mineros estaban siendo llamados al sacrificio en nombre del “bien común” y que su resultado significaba socialismo, no tenía ningún sentido. Los aumentos del primer año del gobierno de la UP, ya habían sido devorados por la inflación y por los aumentos de precios. Así, el poder de compra de los salarios en 1973 era menor que en 1971. La burguesía, de hecho, estaba beneficiándose con la situación; por lo menos, estaba protegida de los peores efectos, precisamente a causa de la política de la UP de pedir a los trabajadores que se hicieran cargo del precio de la crisis.
El gobierno chileno no era un gobierno defensor de los trabajadores. Buscaba negociar el precio del trabajo con el capital, usar el Estado como instrumento de mediación, a partir de garantías preestablecidas con la clase capitalista. En tal situación el papel de una organización obrera debería ser muy claro: la defensa de los intereses y las condiciones de vida de los trabajadores. Entre tanto, ninguna organización asumía las cosas desde esa perspectiva.
La firme orientación de toda la izquierda hacia la lucha interna de la UP, determinó que todos se dedicaran a atacar a los mineros por representar una amenaza para el gobierno.69 Si esas organizaciones hubieran tenido una perspectiva coherente con el desarrollo de la lucha de clases, la respuesta hubiera sido diferente. Pero al contrario de eso, preferían acusar al líder de los mineros, Medina, de “nazi”, y calificar a los propios mineros como parte de la “aristocracia obrera”. Cuando, en junio, los mineros marcharon a Santiago, exigiendo la apertura de negociaciones con el gobierno, fueron bloqueados y reprimidos por el Grupo Móvil de la Policía Antimotines, que Allende se había comprometido a desmantelar luego de haber tomado posesión de la Presidencia en 1970.
La huelga de los mineros reveló las debilidades, no sólo de la izquierda chilena, sino también —y aún más serias— de los propios cordones. Los sectores tradicionalmente bien organizados de la clase trabajadora, estaban ausentes de la red nacional de cordones. Sus sindicatos eran el núcleo de la UP, y su disciplina el fruto de años de lucha. Una vez que sus líderes políticos habían condenado los cordones, muchos de esos sectores fueron persuadidos de no participar en ellos. Y la CUT trabajó duro para impedir cualquier contacto directo entre estos trabajadores —mayoritariamente del sector público de la economía— y los sectores organizados en los cordones.
El aislamiento geográfico y político de los mineros llevó a que muchos trabajadores tomasen conocimiento de la huelga a partir de los medios de comunicación de derecha. Las organizaciones de la derecha fueron rápidas en explorar las contradicciones en la posición de la UP y comenzaron a organizar colectas en apoyo a los mineros (un evento tan extraño como bizarro).
Esto tornó la situación aún más confusa, pero le dio a los líderes de la CUT y a los partidos de la UP, la “prueba” de que la huelga de los mineros era un complot de la derecha para minar el gobierno de Allende. Eso era un insulto al sector más combativo de la clase trabajadora chilena, y un ejemplo de oportunismo muy vil por parte de la derecha, como también por parte del gobierno. Si la derecha usó la huelga, eso ocurrió precisamente porque toda la izquierda había fracasado en entender y responder al justificado descontento de los mineros de El Teniente.
En todas partes los eventos ocurrían rápidamente. Al final de abril una manifestación de la CUT llevó a millares a las calles de la capital. Cuando los manifestantes pasaron delante de la sede del Partido Demócrata Cristiano, un tiro resonó y un trabajador cayó muerto. Una serie de pequeñas luchas locales continuaron. A comienzos de mayo, cincuenta obreros de un aserradero en Entre Lagos ocuparon su lugar de trabajo cuando el patrón anunció que cerraría. Cuando llegó la CUT, propuso la cogestión entre el viejo patrón y los trabajadores se negaron: “Nosotros pensamos que con el apoyo de toda la población de Entre Lagos, podemos derrotar a los que piensan que pueden usar el dinero del gobierno para construir fábricas para los patrones y simplemente dejar a los trabajadores de lado”70.
Cuando los representantes del gobierno intentaron alcanzar los mismos fines a través de subterfugios, fueron alertados de no subestimar a los trabajadores. Una experiencia similar se repitió en la fábrica Jemo y en la Inaris Pistons, ambas en Santiago. Cuando los trabajadores tomaron la fábrica de componentes electrónicos Salfa, en Arica, el gobierno cortó los subsidios estatales que la fábrica recibía cuando era propiedad privada.
Tal vez la más dramática lucha fue la que transcurrió en la cuidad litoral de Constitución durante los días 10 y 11 de mayo, cuando la ciudad vivió dos días de indudable control por parte de las organizaciones de masas. El enfrentamiento comenzó al final de 1972, con el asentamiento de los sin techo de la ciudad.
En enero de 1973, Constitución estaba viviendo los mismos conflictos que las demás ciudades chilenas acerca del abastecimiento, la devolución de las fábricas y la falta de viviendas adecuadas. Su respuesta, sin embargo, fue atípica. El día 21 de febrero el pueblo de la ciudad se reunió en una “Asamblea del Pueblo”, para identificar los problemas que los sin techo, campesinos y trabajadores compartían. Dos meses después se reunió nuevamente y decidió exigir la renuncia del Gobernador regional, que se había resistido a todas sus tentativas para encontrar soluciones para los problemas e ignoró todas sus reivindicaciones.71
Lo que siguió, entre tanto, fue asombroso. Toda la población de la ciudad, cercana a las 25.000 personas, simplemente asumió el control. Fueron levantadas barricadas en las principales carreteras, establecieron comités de salud y vigilancia para organizar la atención médica y mantener el orden. La reivindicación era simple: que el Gobernador fuese destituido y sustituido por un cuerpo dirigente electo, formado por una comisión conjunta de trabajadores establecida en la primera asamblea. Durante los dos días de ocupación, la asamblea de masas permaneció en sesión permanente. Los comercios fueron mantenidos abiertos y los bares cerrados. Al final del día 11, el gobierno cedió a la principal reivindicación.
La campaña en Constitución tenía un objetivo limitado, relativamente inocuo en sí. Lo que fue significativo fue la forma radical tomada por el movimiento, la confianza y la organización que ello indicaba.
Esa lucha ocurrió en una ciudad provinciana sin ninguna tradición de lucha. Eso muestra el nivel de conciencia de los trabajadores chilenos en aquel período. Demostraba además, que la propia lucha había colocado a los trabajadores en la dirección de un amplio movimiento de masas. Las divisiones sectoriales y los sectarismos existentes en la cúpula de la UP y de la CUT, fueron superados a nivel de las bases, en la medida que los trabajadores se organizaban conjuntamente para enfrentar problemas específicos.
Esos problemas, además de los otros, eran cada vez más cuestiones relativas al control. Como afirmó un líder de uno de los cordones, eran “tareas de masas, tareas de gobierno”72 y ellas exigían nuevas formas de organización. La CUT tenía crecientes dificultades para mantener su autoridad en las bases y aunque la UP fuese (todavía) reconocida, en un sentido general, como la dirección de la clase trabajadora, sus decisiones tácticas y sus orientaciones eran cada vez más ignoradas.
En la medida que el acto final se aproximaba, el drama chileno parecía haber alcanzado una especie de impase. En la base había una intensa actividad, con luchas ocurriendo constantemente, algunas de ellas largas y duras, muchas de ellas abarcando a varios sectores de trabajadores. Quizás todavía no había un marco nacional para las luchas. Pero cuando las organizaciones locales y de base estaban haciendo realidad sus primeras tentativas para unificar el accionar, las organizaciones de derecha ya tenían una perspectiva nacional —derrocar y sustituir a Allende— y actuaban abiertamente en correspondencia con ella. Las organizaciones de izquierda estaban aparentemente envueltas en interminables debates sobre la unificación, pero su centro era siempre la propia UP y no las iniciativas independientes de los trabajadores.
Allende, a su vez, parecía estar dirigiendo una coalición que no funcionaba como dirección política para ningún lado, y él parecía ignorar esa situación, enfrascándose en sucesivas discusiones con los partidos de derecha. En todas partes la discusión se enfocaba en impedir la crisis política. Pero nadie parecía estar seguro sobre la forma que podría tomar la crisis.
El abismo entre la UP y las masas fue claramente ilustrado a comienzos de junio, cuando la UP se reunió por primera vez como una única organización y realizó su I Congreso en el Teatro Municipal de Santiago. Ninguno de los líderes partidarios se hizo presente, y las discusiones y las resoluciones tomadas demostraban un elevadísimo nivel de abstracción.73 Las declaraciones de unidad hechas en el recinto, reflejaban apenas la decisión de los delegados del Partido Socialista de no arriesgar una división. La unidad de la UP, en otras palabras, era negativa y falsa, una confesión de impotencia delante de la tempestad que se anunciaba afuera.
El Congreso de la UP fue superado por los acontecimientos. Mucho más importante fueron los congresos de trabajadores en cada rama industrial, que tuvieron inicio a finales de mayo, para discutir las posibilidad de que se formasen organizaciones conjuntas de trabajadores de varias ramas. Los primeros tres congresos abarcaron los ramas textil, pesca y madera.
El día 19 de mayo, en Maipú, campesinos que venían llevando adelante una larga lucha por tierras que pertenecían a la familia Perz-Zujovic, un político de derecha que fuera asesinado, llamaron a trabajadores de Cerrillos en su apoyo. La policía fue enviada a dispersar la manifestación conjunta. Una lucha similar ocurrió en Ñuble al final del mes, consiguiéndose mayores concesiones del gobierno.
El día 21 de mayo Allende hizo un discurso muy extraño, en el cual expresaba su aprobación de los comandos comunales. Inmediatamente el Partido Comunista le dio permiso a sus miembros para que participasen de los comandos. Lo que era extraño en el discurso, era que anteriormente Allende había atacado duramente esas organizaciones, colocándolas en la misma categoría que a los cordones. Ahora parecía estar queriendo crear una distinción entre ambas y ganar alguna influencia para la UP en las nuevas organizaciones de masas.
Lo que tornó la situación doblemente curiosa es que el MIR hizo acuerdo con Allende, e insistió en que la propuesta de los socialistas para realizar un congreso coordinador de los cordones74 fuese aplazada, hasta tanto no se realizara una reunión nacional de los comandos.
El congreso propuesto nunca se realizó. Con todo, fue el punto más próximo alcanzado por la izquierda, a la formación de una organización independiente de revolucionarios, una dirección alternativa a la UP.
Tal vez el discurso de Allende volvió a reeditar la discusión sobre si el ala izquierda podía ganar la dirección de la UP. Tal vez las divergencias internas no podían ser resueltas. Cualesquiera que hayan sido las razones, el paso no fue dado. Entonces, cuando por segunda vez los acontecimientos colocaron a los trabajadores frente a la responsabilidad de defenderse frente la burguesía, no había ninguna organización que pudiese centralizar su dirección y accionar, en lucha rumbo a una transformación revolucionaria.
El doble poder y el inicio del fin
El día 29 de junio de 1973, el regimiento de tanques de Santiago, bajo el comando del Coronel Roberto Souper, tomó las calles de la ciudad y anunció la toma del poder. Las noticias llegaron a la fábrica Esatón, parte del Cordón Vicuña Mackenna a las 9:00 hs. de la mañana.
“A las 9:15 tocamos el pito de la empresa, hicimos una reunión general. Se tomó el acuerdo de quedarse todos cuidando la industria y salir sólo las brigadas de choque a juntarse con las brigadas de otras empresas.”75
Un “comando conjunto” fue formado en el Cordón Cerrillos y cuatro comunicados fueron publicados durante el día a intervalos de 2 horas. El primer comunicado establecía las tareas inmediatas:
- Tomar todas las industrias.
- Organizar brigadas de once compañeros, donde uno es el jefe. Los jefes de estas brigadas junto con los miembros de la directiva sindical, serán quienes dirigirán la industria.
- Centralizar al interior de la industria los vehículos y materiales que sirvan para la defensa de la industria, de la clase obrera y del Gobierno.
- Cada hora las industrias tocarán las sirenas como señal que su situación es normal. En caso de que la situación sea anormal, se tocará la sirena en forma permanente, como señal de que se necesita ayuda, y así recibirán auxilio…
- Sintonizar constantemente Radio Corporación, aunque exista Cadena Nacional.
- Ubicar un vigía en el lugar con más visibilidad de la industria.
- Estar en permanente comunicación con las fábricas de los lados a través de compañeros que actuarán como mensajeros.
- El Comando funcionará en… Si no se puede llegar hasta… habrá compañeros en la Dirección del Cordón en…
- Organizar asambleas e informar a todos los compañeros de estas instrucciones en cada industria.”76
La experiencia se repetía por todo el país, con nuevos cordones y comandos siendo formados a las pocas horas de la que fuera llamada “la tentativa de golpe de Souper”. Souper era en realidad, un disidente, abiertamente asociado con Patria y Libertad, y mirado con considerables sospechas desde el alto mando de las fuerzas armadas (ésta no era su primera tentativa de golpe).
La tentativa de Souper no era más que lo que Prieto llama un “pedazo de propaganda armada”.77 En esto tuvo éxito. Los líderes militares discreparon solamente en cuanto al momento de realizar el golpe. Círculos de la derecha ya venían discutiendo hace algún tiempo la posibilidad de un golpe militar. La respuesta de la clase trabajadora al intento de golpe de Souper, inclinó definitivamente la balanza en favor de una solución militar y en contra de una solución política. En las fuerzas armadas la reacción de las masas desencadenó una discusión urgente sobre la necesidad de una intervención militar.
En cierto sentido, el propio Allende fue responsable por la autoconfianza y autoestima de los militares. ¿No había llamado repetidamente a los militares para resolver los conflictos sociales? ¿No había acordado aumentos salariales masivos para los militares, cuando se pedía a la clase trabajadora que soportara sacrificios?78
Una vez más, el día 29 de junio, Allende demostraría su fe y su dependencia para con las fuerzas armadas. Mientras los cordones estaban organizando la resistencia de la clase trabajadora, su Presidente estaba discutiendo con el comandante en jefe de las fuerzas armadas. La UP, en una palabra, estaba indefensa e impotente frente a la movilización de la burguesía.
En los días que siguieron, el MIR, el MAPU y el Partido Socialista lanzaron ardorosos llamados a los trabajadores para que defendieran al gobierno con armas en la mano. El mismo Partido Comunista alentó a los obreros para que usaran sus tornos para fabricar armas y los discursos de Allende estaban llenos de amenazas veladas. La famosa foto de Allende practicando tiro, que tanto encendió a la derecha, data de ese período.
Pero ni eso ni los llamados a la construcción del poder popular significaban nada, tanto más si venían acompañados con la vieja política y las viejas declaraciones de lealtad a la UP. Ni siquiera en ese momento, cuando la clase obrera estaba mejor organizada y más segura, cuando organizaciones conjuntas de trabajadores existían por todo el país, cuando los mejores revolucionarios estaban en una inequívoca posición de liderazgo, la izquierda tomó el camino de la lucha por el poder, porque eso los llevaría al enfrentamiento con la propia UP. Así que, como en el caso del comunicado de Cerrillos, llamados al más alto nivel de acción independiente de la clase obrera, contenían también declaraciones de lealtad con Allende.
Para algunos analistas esas declaraciones eran una fuerza, un factor importante para vencer la batalla ideológica dentro de las fuerzas armadas. Para los reformistas era de ese modo que la batalla sería ganada, produciendo un nuevo y progresista mando en las fuerzas militares.80 En realidad, una división en el ejército sólo podría haber ocurrido, si los soldados de base se hubiesen levantado en solidaridad con sus hermanos y hermanas de clase, en claro desafío al poder.
Los generales entendieron eso, Allende no. Los generales sabían que el ejército profesional existe como última línea de defensa del Estado burgués. Allende no. La ilusión de que el ejército podría actuar en la lucha de clases en defensa de los trabajadores no era algo exclusivo de los reformistas; el periódico Punto Final del MIR, en su edición del 30 de julio, llamaba a la formación de una “dictadura conjunta del pueblo y las fuerzas armadas”.81
Con todo, un cambio cualitativo estaba ocurriendo en las calles y en las fábricas. El ritmo de los acontecimientos se estaba acelerando y todos los días surgían nuevos órganos obreros. Un nuevo Cordón en Santiago Central agrupó a funcionarios públicos y habitantes de edificios. En Barrancas, una serie de ocupaciones de fábricas se transformó inmediatamente en un Cordón, cuando los comités de cada fábrica formaron un comité coordinador conjunto. Cuando los comerciantes intentaron cerrar sus comercios, éstos fueron reabiertos por la población local, que pasó a organizar la distribución directa de bienes. Cuando los propietarios de la flota de camiones fueron nuevamente a la huelga, para protestar contra un plan del sistema estatal de transporte, los trabajadores requisaron directamente los vehículos. Los hospitales fueron tomados por comités de trabajadores.
En cierto sentido, la respuesta a la tentativa de golpe de Souper, fue una reedición de los acontecimientos de octubre de 1972. Pero existían diferencias importantes. Primero, la clase obrera tenía ahora la experiencia de muchos meses de autoorganización, sobre la cual basaba su respuesta. Segundo, el factor militar era ahora central. Tercero, el gobierno de Allende podía ofrecer mucho menos que el año anterior. En una palabra, las apuestas eran mayores y el tiempo más corto. El potencial era también mayor.
En la fábrica de vestimenta El As, un grupo de trabajadoras, sin historia política alguna, ocuparon la fábrica. Quedaron sorprendidas cuando un dirigente sindical local, que era demócrata-cristiano, se adhirió a la lucha, y quedaron encantadas cuando fueron invitadas a adherirse al Cordón O’Higgins. Como dice una de ellas:
“La solución de la CUT de conversar con los patrones y alcanzar un acuerdo con ellos, devolviéndoles las fábricas… (hace un silencio)… Yo nunca fui de meterme en política, nosotras nunca conversamos mucho sobre el proceso (político), pero nosotras estamos metidas en esto ahora y sabemos lo que esto significa, lo que tenemos para decir es que eso es una traición a la clase trabajadora. Tal vez ésta sea un fábrica pequeña… pero en el fondo lo que importa aquí es lo político y no lo económico. Si nosotros los trabajadores queremos el poder, nunca lo conseguiremos devolviendo las fábricas por muy pequeñas que ellas puedan ser”.82
Las condiciones de una crisis revolucionaria estaban dadas. Las funciones de producción, distribución, defensa de los trabajadores y los servicios sociales, estaban en las manos de las organizaciones obreras. La burguesía se estaba movilizando para el enfrentamiento. En cuanto al Estado existente, era impotente para obrar decisivamente en un momento en el que ya no podía gobernar.
Tres días después del golpe de Souper, Allende declaró nuevamente el Estado de Emergencia. Su declaración no fue ni más ni menos que una invitación al ejército a que resolviese la situación del modo que hallase mejor. El nuevo gabinete anunciado el 4 de julio no incluía ningún representante militar. La afirmación de Allende de que eso era para “no comprometer la neutralidad de las fuerzas armadas”, no sonó muy convincente. Por el contrario, parecía que les daba máxima libertad de movimiento, eximiéndolos de todo tipo de control político.
El primer acto de los militares, como antes, fue enfocarse en los periódicos y los canales de televisión que simpatizaban con los trabajadores. Un número de Punto Final fue requisado de los puestos de venta y el Canal de televisión estatal fue censurado. Al Canal 13, dirigido por el demagogo de derecha, padre Hasbun, le era permitido continuar sus llamados para un golpe militar, sin interrupción.83 Un toque de queda fue impuesto, impidiendo efectivamente que los trabajadores coordinasen sus actividades durante la noche. Y, fuera de Santiago, los relatos sugerían que los militares ya estaban estableciendo su control.
La fuerza militar fue enormemente reforzada cuando simpatizantes de la UP en la Marina y en la Fuerza Aérea, denunciaron públicamente los preparativos del golpe, que ya estaban desarrollándose en algunas instalaciones militares claves. Sus ruegos a Allende para que obrase fueron respondidos con el agradecimiento presidencial por su lealtad, pero con la afirmación de que, respecto al Estado de Emergencia, él debía dejar al alto mando resolver el problema: él estaba seguro de que eso realizarían. Los militares resolvieron, pero a su manera. Juzgaron a estos marinos y aviadores en una corte marcial, los condenaron a largo tiempo de prisión y los sometieron a torturas.
El acto final
El acto final del drama chileno ocurrió en julio y agosto de 1973. El golpe militar de septiembre que derrocó el gobierno de la UP y ahogó a Chile en un baño de sangre, fue un golpe de gracia.
Durante el invierno las cuestiones secundarias fueron resueltas. Ahora faltaba efectivizar la batalla por el poder. Las fábricas estaban nuevamente ocupadas: muchas no habían sido devueltas desde octubre de 1972, los centros de abastecimiento estaban bajo el control directo de los trabajadores, las organizaciones de autodefensa habían sido reformuladas. La clase trabajadora estaba preparada para esa fase final de la lucha de clases… pero sus dirigentes no.
Allende, después de su vacilación y su inesperado apoyo a los comandos en las declaraciones anteriores, parecía más decidido en su contra el día 25 de julio. Nuevamente dirigió su ataque contra los cordones y la izquierda en general, por llevar al país al borde de una guerra civil. El carácter político de su discurso se tornó más claro y se hizo más despreciable por el contexto en el cual fue hecho. Los sectores empresariales de derecha estaban ahora defendiendo abiertamente el derrocamiento militar de la UP. La segunda huelga de los patrones, dirigida por los transportistas estaba por ser iniciada al día siguiente. El Congreso estaba virtualmente paralizado, bloqueado por un montón de propuestas acusatorias contra Allende y solicitudes de su remoción de la Presidencia. La economía estaba paralizada, las exportaciones de cobre caían en valor, la burguesía cesaba de invertir, piezas y materias primas eran cada vez más difíciles de conseguir, y aumentaba la escasez de productos. La burguesía estaba usando todas sus armas económicas. Y el asesinato del capitán Araya, asesor personal de Allende, fue un claro aviso de que estaban verdaderamente preparados para usar sus armas.
Cuando la Ley de Control de Armas fue finalmente aprobada a comienzos de agosto, su propósito no fue el de proporcionar un instrumento legal contra aquellos que estaban preparando el golpe, o contra las bandas de ultraderecha. Fue, por el contrario, el medio que permitió al ejército y a la policía, bajo el Estado de Emergencia de Allende, realizar ataques preventivos contra las organizaciones de masas.
Esta operación fue conducida de un modo coordinado, sistemático y a nivel nacional. El día 7 de agosto hubo informes acerca de que Punta Arenas, ciudad del extremo sur de Chile, estaba bajo ocupación militar y que un trabajador había resultado muerto. En Cautim y Temuco, las propiedades de las organizaciones campesinas fuero requisadas, y muchos de sus líderes apresados y torturados. El periódico Chile Hoy llegó a mostrar fotografías de las marcas de las torturas en su edición del 30 de agosto. En cada caso las operaciones eran posibles porque la Ley de Control de Armas permitía la imposición de la Ley Marcial, aunque eso exigiese explícita anuencia presidencial. La cual siempre fue concedida.
En la ciudad de San Antonio, el Estado de Emergencia puso en evidencia a un hombre que se volvería infame como dirigente de seguridad estatal después del golpe, Manuel Contreras. Pero, en San Antonio, él encontró resistencia firme por parte de acciones de masas coordinadas. En el Teatro del Pueblo en Osorno, las organizaciones locales se reunieron bajo la dirección del Cordón local y publicaron un programa por el inmediato restablecimiento del control obrero de la ciudad. Ese programa incluía más expropiaciones de fábricas, apoyo a las luchas de los indios Mapuche por la tierra, el compromiso de reorganizar el servicio de salud bajo control de los trabajadores, y una invitación a los soldados rasos a desertar y sumarse a los trabajadores. Aquí la cuestión estaba puesta de forma explícita: era un desafío al Estado burgués.
El día 3 de agosto, Allende anunció un nuevo gabinete formado por ministros de la UP y por generales. Eso era totalmente consistente con sus acciones y declaraciones hechas recientemente. Allende se había entregado completamente a la idea de que la cuestión clave era defender y sustentar al Estado burgués. En esto, él y la burguesía estaban de acuerdo.
¿Quién era entonces el enemigo? El líder del Partido Comunista, Luis Corvalán, en un discurso trágicamente famoso hecho en Santiago el día 8 de agosto,84 dejó la cuestión clara y sin ninguna sombra de dudas. El alabó el firme patriotismo y lealtad de las fuerzas armadas y en el mismo discurso denunció a la ultraizquierda, a la cual él equiparaba con los grupos fascistas de Patria y Libertad, como responsables de la violencia. En los tres días anteriores el ejército había ocupado algunas fábricas en el Cordón de Cerrillos y la marina había entrado a la fuerza en el Hospital Van Buren en Valparaíso.
Cuando Corvalán y Allende atacaban a la ultraizquierda, estaban dirigiendo su veneno contra la única fuerza visible que desafiaba activamente al Estado: la propia clase trabajadora. Existen pocas ocasiones en que las organizaciones de izquierda se enfrentan con posibilidades tan dramáticas y creativas como las que les fueron ofrecidas por las organizaciones obreras —los comandos y los cordones— en Chile de julio y agosto de 1973. El largo y paciente trabajo preparativo de cualquier organización revolucionaria, está dirigido, justamente, hacia un momento determinado, pero una vez en que ese punto es alcanzado, existe poco margen para la vacilación o el debate. Es el momento para ser tomado, o ser perdido. La izquierda chilena no estaba a la altura de la tarea.
El problema no era sólo una cuestión de armas. En ese momento crítico, la clase trabajadora desarmada no podía atraer a los soldados, haciéndoles romper su disciplina militar o resistir un ataque militar. Es claro que los trabajadores tenían que ser armados, pero la cuestión central era otra. Las armas desequilibran la balanza solamente cuando son usadas en la búsqueda de un claro objetivo político: la conquista del poder y el derrumbe del Estado. Cuando son usadas por un movimiento organizado dirigido por revolucionarios que comprenden la naturaleza del momento.
Eso no quiere decir que todo lo necesario para un grupo revolucionario con determinación, es esperar en los bastidores, prontos y armados hasta el momento justo. Una revolución exige el desarrollo de una organización que pueda dirigir a la clase trabajadora, una organización implantada en sus luchas cotidianas y construida en base a la comprensión de la lucha de clases y de su posible resultado.
En ausencia de tal dirección política, una revolución social victoriosa es imposible. De hecho, llamadas para la lucha armada como las que fueron hechas por el MIR y por Altamirano, Secretario del Partido Socialista, en los primeros días de agosto de 1973, fueron irresponsables al extremo. En aquella circunstancia hasta el mismo Partido Comunista —en una cabal demostración de oportunismo— estaba pidiendo a los trabajadores que se armaran. Los llamados de Altamirano a los soldados para que depusiesen las armas, transferían la responsabilidad de tomar una decisión revolucionaria al soldado individualmente, cuando esa responsabilidad pertenecía claramente a las organizaciones revolucionarias, o a las que se definían como tales.
Hacia el final de agosto un clima de desmoralización se había extendido sobre toda la clase trabajadora chilena. Las conmemoraciones del 4 de septiembre, en recuerdo de la victoria electoral de Allende en 1970, fueron apáticas y deprimentes. Como resultado, el golpe militar una semana después fue un desenlace inevitable.
Entretanto, las cosas podrían haber ocurrido de forma diferente. Los trabajadores estaban prontos para luchar y preparados para las consecuencias. Las organizaciones sobre las cuales levantar un nuevo poder obrero ya existían. Pero al fin y al cabo, todas las organizaciones de la izquierda chilena dirigían su política hacia la UP, interpretaban el elevado nivel de lucha de las masas en forma de presión sobre la UP, y así no proporcionaban una dirección alternativa y revolucionaria a la clase trabajadora.85 Esa incapacidad de proporcionar una dirección, equivalió a abandonar a los trabajadores a los salvajes ataques de la burguesía, y cada organización de la izquierda chilena comparte esa responsabilidad.
Partiendo de ese contexto, el tan citado discurso final de Allende, transmitido por radio poco antes de su asesinato, era incorrecto. Su indignación moral, su declaración de que la historia condenaría a los generales, era una renuncia imperdonable a su propia responsabilidad, y una mentira dirigida a la posteridad. Los eventos de 1973 en Chile mostraron un vislumbre del poder de los trabajadores, de su capacidad de enfrentar los desafíos de la lucha de clases. Trágicamente también demostraron, que son enemigos de la revolución el reformismo y la política de aquellos que están más comprometidos con la defensa del Estado burgués, que con la transformación del mundo.
Después de la tragedia, en Chile la historia real tuvo que ser reescrita para proteger a los reformistas de todo el mundo, de las verdaderas consecuencias de la política de conciliación de clases.86 El golpe que puso fin a las luchas de 1972-1973 en Chile, fue una derrota terrible y salvaje para la clase trabajadora, pero no fue el resultado de una conspiración mundial y no era algo inevitable. Había otra posibilidad en al agenda histórica, que no podemos permitir que sea enterrada. La importancia de Chile entre 1972 y 1973 y su legado para las luchas futuras, debe ser remarcada.
El golpe
El día 11 de septiembre de 1973, una operación militar combinada, que tuvo inicio temprano en la mañana, derrumbaba el gobierno de Salvador Allende. El golpe fue dirigido por Augusto Pinochet, quien fuera miembro militar del gabinete de Allende en agosto. Hacia las nueve de la mañana, los tanques cercaron el palacio presidencial. Este era el último acto del golpe, una vez que las más combativas organizaciones obreras, campesinas, estudiantiles y barriales ya habían sido desarmadas y destruidas, durante el Estado de Sitio en vigor durante las semanas anteriores.
En realidad el golpe no fue una sorpresa para nadie. El Partido Comunista, por ejemplo, sacó un cartel dos días antes del golpe, con la frase: “No a la violencia de izquierda ni de derecha”. Cuando los militares asumieron el control del poder, militantes de varias organizaciones esperaron en vano las instrucciones de sus dirigentes. Con excepción de resistencias esporádicas y aisladas, no hubo una resistencia organizada al golpe. La lucha estaba perdida y el movimiento llevado a la derrota por sus dirigentes reformistas.
En el transcurso de los días, miles de personas fueron cercadas y llevadas a instalaciones militares, a prisiones y campos de concentración improvisados. Miles fueron también llevados al Estadio Nacional de Fútbol de Santiago, y mantenidos allí hasta ser trasladados para ser torturados o asesinados. Algunos, como Víctor Jara, el cantor folklórico más conocido de Chile, no tuvo siquiera que esperar tanto. Le quebraron las manos cuando intentaba cantar una canción de resistencia y enseguida lo ejecutaron.
El golpe fue conducido con un salvajismo extraordinario. Miles fueron sujetos a una incontable violencia, sujetos a torturas aberrantes, maltratados y asesinados. En los siguientes doce días, miles de personas fueron asesinadas. Eran los mejores y más valientes líderes de la clase trabajadora, sistemáticamente asesinados con la sofisticada ayuda de los servicios extranjeros. Y no eran sólo asesinados: eran despedazados para alertar y aterrorizar a la futura generación. El resto era tratado arbitrariamente para aterrorizar a la población y dar una aviso claro de que el nuevo régimen no daría tregua. Ese era el significado de los cuerpos mutilados que flotaban cada mañana en el Río Mapocho en Santiago.
Para aquellos que, como el propio Allende, siempre insistían en la profunda y sólida tradición democrática de Chile, y en el profesionalismo de sus fuerzas armadas, la brutalidad y el sadismo del golpe eran inexplicables. Reformistas del mundo entero que intentaron explicar esa aparente aberración, oscurecieron su análisis sobre el ejército e intentaron proteger a la Unidad Popular, de los ojos inquisidores del futuro. Ellos intentaron echarle la culpa a una conspiración de la CIA.87
La realidad fue otra. El golpe ocurrió porque el creciente nivel de la lucha de clases en Chile llegó a amenazar la existencia de la sociedad burguesa. En ese momento decisivo de la lucha de clases, la clase dominante no ofrece ninguna tregua, cualquiera que sea la idiosincrasia. Las “democracias” occidentales, al final de cuentas, son meticulosas en la defensa de las tradiciones “democráticas” hasta el fin, incluso con armas de destrucción masiva si es necesario. Y así fue en Chile.
La violencia de los militares chilenos no se basaba en ningún sentimiento de venganza, pero incluyó la destrucción sistemática de la memoria de la clase trabajadora y de sus mejores y más valientes organizadores y dirigentes. Cuando hubieron hecho esto, pudieron llevar a Chile a la arena experimental de una economía monetarista, sin el obstáculo de una clase trabajadora organizada. Su lógica era la lógica del capitalismo con todas las consecuencias que ya conocemos: un patrón de vida mínimo para los trabajadores, desempleo permanente y estructurado, ausencia de servicios sociales, clima de terror permanente, escuelas que puedan enseñar resignación y patriotismo.88
Con todo lo que hicieron, los reformistas impidieron la organización de la conquista del poder por parte de los trabajadores, porque según ellos eso traería consecuencias negativas. En su ansiedad de salvar a los trabajadores de sí mismos, la Unidad Popular dejó a la clase trabajadora desarmada frente al golpe. Hoy las luchas de los trabajadores chilenos comenzaron de nuevo, y sería una terrible ironía del destino si no les fuese permitido aprender de las lecciones de su propia historia…
Anexo: Carta enviada de la Coordinadora de Cordones a Salvador Allende
A su Excelencia el Presidente de la República89
5 de septiembre de 1973.
Compañero Salvador Allende:
Ha llegado el momento en que la clase obrera organizada en la Coordinadora Provincial de Cordones Industriales, el Comando Provincial de Abastecimiento Directo y el Frente Único de Trabajadores en conflicto ha considerado de urgencia dirigirse a usted, alarmados por el desencadenamiento de una serie de acontecimientos que creemos nos llevará no sólo a la liquidación del proceso revolucionario chileno, sino, a corto plazo, a un régimen fascista del corte más implacable y criminal.
Antes, teníamos el temor de que el proceso hacia el Socialismo se estaba transando para llegar a un Gobierno de centro, reformista, democrático‑burgués que tendía a desmovilizar a las masas o a llevarlas a acciones insurreccionales de tipo anárquico por instinto de preservación.
Pero ahora, analizando los últimos acontecimientos, nuestro temor ya no es ése, ahora tenemos la certeza de que vamos en una pendiente que nos llevará inevitablemente al fascismo.
Por eso procedemos a enumerarle las medidas que, como representantes de la clase trabajadora, consideramos imprescindibles tomar.
En primer término, compañero, exigimos que se cumpla con el programa de la Unidad Popular, nosotros en 1970, no votamos por un hombre, votamos por un Programa.
Curiosamente, el Capítulo primero del Programa de la Unidad Popular se titula “Poder Popular”,
Citamos: Página 14 del programa:
“…Las fuerzas populares y revolucionarias no se han unido para luchar por la simple sustitución de un Presidente de la República por otro, ni para reemplazar a un partido por otros en el Gobierno, sino para llevar a cabo los cambios de fondo que la situación nacional exige, sobre la base del traspaso del poder de los antiguos grupos dominantes a los trabajadores, al campesinado y sectores progresistas de las capas medias…” “Transformar las actuales instituciones del Estado donde los trabajadores y el pueblo tengan el real ejercicio del poder…”
“…El Gobierno popular asentará esencialmente su fuerza y autoridad en el apoyo que le brinde el pueblo organizado…”
Página 15:
“…A través de una movilización de masas se constituirá desde las bases la nueva estructura del poder…”
Se habla de un programa de una nueva Constitución Política, de una Cámara Única, de la Asamblea del Pueblo, de un Tribunal Supremo con miembros asignados por la Asamblea del Pueblo. En el programa se indica que se rechazará el empleo de las Fuerzas Armadas para oprimir al pueblo… (Página 24).
Compañero Allende, si no le indicáramos que estas frases son citas del programa de la Unidad Popular, que era un programa mínimo para la clase, en este momento se nos diría que este es el lenguaje “ultra” de los cordones industriales.
Pero nosotros preguntamos, ¿dónde está el nuevo Estado? ¿La nueva Constitución Política, la Cámara Única, la Asamblea Popular, los Tribunales Supremos?
Han pasado tres años, compañero Allende y usted no se ha apoyado en las masas y ahora nosotros los trabajadores tenemos desconfianza.
Los trabajadores sentimos una honda frustración y desaliento cuando su Presidente, su Gobierno, sus partidos, sus organizaciones, les dan una y otra vez la orden de replegarse en vez de la voz de avanzar. Nosotros exigimos que no sólo se nos informe, sino que también se nos consulte sobre las decisiones, que al fin y al cabo son definitorias para nuestro destino.
Sabemos que en la historia de las revoluciones siempre han habido momentos para replegarse y momentos para avanzar, pero sabemos, tenemos la certeza absoluta, que en los últimos tres años podríamos haber ganado no sólo batallas parciales, sino la lucha total.
Haber tomado en esas ocasiones medidas que hicieran irrevocables el proceso, después del triunfo de la elección de Regidores del 71, el pueblo clamaba por un plebiscito y la disolución de un Congreso antagónico.
En octubre, cuando fue la voluntad y organización de la clase obrera que mantuvo al país caminando frente al paro patronal, donde nacieron los cordones industriales en el calor de esa lucha y se mantuvo la producción, el abastecimiento, el transporte, gracias al sacrificio de los trabajadores y se pudo dar el golpe mortal a la burguesía, usted no nos tuvo confianza, a pesar de que nadie puede negar la tremenda potencialidad revolucionaria demostrada por el proletariado, y le dio una salida que fue una bofetada a la clase obrera, instaurando un Gabinete cívico‑militar, con el agravante de incluir en él a dos dirigentes de la Central Única de Trabajadores, que al aceptar integrar estos ministerios, hicieron perder la confianza de la clase trabajadora en su organismo máximo.
Organismo, que cualquiera que fuese el carácter del Gobierno, debía mantenerse al margen para defender cualquier debilidad de éste frente a los problemas de los trabajadores.
A pesar del reflujo y desmovilización que esto produjo, de la inflación, las colas y las mil dificultades que los hombres y mujeres del proletariado vivían a diario, en las elecciones de marzo de 1973, mostraron una vez más su claridad y conciencia al darle un 43% de votos militantes a los candidatos de la Unidad Popular.
Allí también, compañero, se deberían haber tomado las medidas que el pueblo merecía y exigía para protegerlo del desastre que ahora presentimos.
Y ya el 29 de junio, cuando los generales y oficiales sediciosos aliados al Partido Nacional, Frei y Patria y Libertad se pusieron francamente en una posición de ilegalidad, se podría haber descabezado a los sediciosos y, apoyándose en el pueblo y dándole responsabilidad a los generales leales y a las fuerzas que entonces le obedecían, haber llevado el proceso hacia el triunfo, haber pasado a la ofensiva.
Lo que faltó en todas estas ocasiones fue decisión, decisión revolucionaria, lo que faltó fue confianza en las masas, lo que faltó fue conocimiento de su organización y fuerza, lo que faltó fue una vanguardia decidida y hegemónica.
Ahora los trabajadores no solamente tenemos desconfianza, estamos alarmados.
La derecha ha montado un aparato terrorista tan poderoso y bien organizado, que no cabe duda que está financiado y por la CIA. Matan obreros, hacen volar oleoductos, micros, ferrocarriles.
Producen apagones en dos provincias, atentan contra nuestros dirigentes, nuestros locales partidarios y sindicales.
‑ ¿Se les castiga o apresa?
‑ ¡No compañero!
Se castiga y apresa a los dirigentes de izquierda.
Los Pablos Rodríguez, los Benjamines Matte, confiesan abiertamente haber participado en el “Tanquetazo”.
‑ ¿Se les allana y humilla?
‑ ¡No compañero!
Se allana Lanera Austral de Magellanes donde se asesina a un obrero y se tiene a los trabajadores de boca en la nieve durante horas y horas.
Los transportistas paralizan el país, dejando hogares humildes sin parafina, sin alimentos, sin medicamentos.
‑ ¿Se los veja, se los reprime?
‑ ¡No compañero!
Se veja a los obreros de Cobre Cerrillos, de Indugas, de Cemento Melón, de Cervecerías Unidas.
Frei, Jarpa y sus comparsas financiados por la ITT, llaman abiertamente a la sedición.
‑ ¿Se les desafuera, se les querella?
‑ ¡No compañero!
Se querella, se pide el desafuero de Palestro, de Altamirano, de Garretón, de los que defienden los derechos de la clase obrera
El 29 de junio se levantan generales y oficiales contra el Gobierno, ametrallando horas y horas el Palacio de la Moneda, produciendo 22 muertos.
‑ ¿Se les fusila, se los tortura?
‑ ¡No compañero!
Se tortura en forma inhumana a los marineros y suboficiales que defienden la Constitución, la voluntad del pueblo, y a usted, compañero Allende.
Patria y Libertad incita al golpe.
¿Se les apresa, se les castiga?
¡No compañero!, siguen dando conferencias de prensa, se les da salvoconductos para que conspiren en el extranjero.
Mientras se allana Sumar, donde mueren obreros y pobladores, y a los campesinos de Cautín, que defienden al Gobierno, se les somete a los castigos más implacables, paseándolos colgados de los pies, en helicópteros sobre las cabezas de sus familias hasta darles muerte.
Se le ataca a Ud. compañero, a nuestros dirigentes, y a través de ellos a los trabajadores en su conjunto en la forma más insolente y libertina por los medios de comunicaciones millonarios de la derecha.
‑ ¿Se les destruye, se les silencia?
‑ ¡No compañero!
Se silencia y se destruye a los medios de comunicación de izquierda, el canal 9 de TV, última posibilidad de voz de los trabajadores.
Y el 4 de septiembre, en el tercer aniversario del Gobierno de los trabajadores, mientras el pueblo, un millón cuatrocientos mil, salíamos a saludarlo, a mostrar nuestra decisión y conciencia revolucionaria, la FACH allanaba Mademsa, Madeco, Rittig, en una de las provocaciones más insolentes e inaceptables, sin que exista respuesta visible alguna.
Por todo lo planteado, compañero, nosotros los trabajadores, estamos de acuerdo en un punto con el señor Frei, que aquí hay sólo dos alternativas: la dictadura del proletariado o la dictadura militar.
Claro que el señor Frei también es ingenuo, porque cree que tal dictadura militar sería sólo de transición, para llevarlo a la postre a él a la Presidencia.
Estamos absolutamente convencidos de que históricamente el reformismo que se busca a través del diálogo con los que han traicionado una y otra vez, es el camino más rápido hacia el fascismo.
Y los trabajadores ya sabemos lo que es el fascismo.
Hasta hace poco era solamente una palabra que no todos los compañeros comprendíamos. Teníamos que recurrir a lejanos o cercanos ejemplos: Brasil, España, Uruguay, etc.
Pero ya lo hemos vivido en carne propia, en los allanamientos, en lo que está sucediendo a marinos y suboficiales, en lo que están sufriendo los compañeros de Asmar, Famae, los campesinos de Cautín.
Ya sabemos que el fascismo significa terminar con todas las conquistas logradas por la clase obrera, las organizaciones obreras, los sindicatos, el derecho a la huelga, los pliegos de peticiones.
Al trabajador que reclama sus más mínimos derechos humanos se lo despide, se lo aprisiona, tortura o asesina.
Consideramos no sólo que se nos está llevando por el camino que nos conducirá al fascismo en un plazo vertiginoso, sino que se nos ha estado privando de los medios para defendernos.
Por lo tanto le exigimos a usted, compañero Presidente, que se ponga a la cabeza de este verdadero Ejército sin armas, pero poderoso en cuanto a conciencia, decisión, que los partidos proletarios pongan de lado sus divergencias y se conviertan en verdadera vanguardia de esta masa organizada, pero sin dirección.
Exigimos:
1) Frente al paro de los transportistas, la requisición inmediata de los camiones sin devolución por los organismos de masas y la creación de una Empresa Estatal de Transportes, para que nunca más esté en las manos de estos bandidos la posibilidad de paralizar el país.
2) Frente al paro criminal del Colegio Médico, exigimos que se les aplique la Ley de Seguridad Interior del Estado, para que nunca más esté en las manos de estos mercenarios de la salud, la vida de nuestras mujeres e hijos. Todo el apoyo a los médicos patriotas.
3) Frente al paro de los comerciantes, que no se repita el error de octubre en que dejamos en claro que no los necesitábamos como gremio. Que se ponga fin a la posibilidad de que estos traficantes confabulados con los transportistas, pretendan sitiar al pueblo por hambre. Que se establezca de una vez por todas la distribución directa, los almacenes populares, la canasta popular.
Que se pase al área social las industrias alimenticias que aún están en las manos del pueblo.
4) Frente al área social: Que no sólo no se devuelva ninguna empresa donde exista la voluntad mayoritaria de los trabajadores de que sean intervenidas, sino que ésta pase a ser el área predominante de la economía.
Que se fije una nueva política de precios.
Que la producción y distribución de las industrias del área social sea discriminada. No más producción de lujo para la burguesía. Que se ejerza verdadero control obrero dentro de ellas.
5) Exigimos que se derogue la Ley de Control de Armas. Nueva “Ley Maldita” que sólo ha servido para vejar a los trabajadores, con los allanamientos practicados a las industrias y poblaciones, que está sirviendo como un ensayo general para los sectores respuesta de la clase obrera en un intento para intimidarlos e identificar a sus dirigentes.
6) Frente a la inhumana represión a los marineros de Valparaíso y Talcahuano, exigimos la inmediata libertad de estos hermanos de clase heroicos, cuyos nombres ya están grabados en las páginas de la historia de Chile. Que se identifique y se castigue a los culpables.
7) Frente a las torturas y muerte de nuestros hermanos campesinos de Cautín, exigimos un juicio público y el castigo correspondiente de los responsables.
8) Para todos los implicados en intentos de derrocar el Gobierno legítimo, la pena máxima.
9) Frente al conflicto del Canal 9 de TV, que este medio de comunicación de los trabajadores no se entregue ni se transe por ningún motivo.
10) Protestamos por la destitución del compañero Jaime Faivovic, Subsecretario de Transportes.
11) Pedimos que a través suyo se le manifieste todo nuestro apoyo al Embajador de Cuba, compañero Mario García Incháustegui, y, a todos los compañeros cubanos perseguidos por lo más granado de la reacción y que le ofrezca nuestros barrios proletarios para que allí establezcan su embajada y su residencia, como forma de agradecerle a ese pueblo, lo que hasta ha llegado a privarse de su propia ración de pan para ayudarnos en nuestra lucha.
Que se expulse al Embajador norteamericano, que a través de sus personeros, el Pentágono, la CIA, la ITT, proporciona probadamente instructores y financiamiento a los sediciosos.
12) Exigimos la defensa y protección de Carlos Altamirano, Mario Palestro, Miguel Henríquez, Oscar Gerretón, perseguidos por la derecha y la Fiscalía naval por defender valientemente los derechos del pueblo, con o sin uniforme.
Le advertimos compañero, que con el respeto y la confianza que aun le tenemos, si no se cumple con el programa de la Unidad Popular, si no confía en las masas, perderá el único apoyo real que tiene como persona y gobernante y que será responsable de llevar el país, no a una guerra civil, que ya está en pleno desarrollo, sino que a la masacre fría, planificada, de la clase obrera más consciente y organizada de Latino América. Y que será responsabilidad histórica de este Gobierno, llevado al poder y mantenido con tanto sacrificio por los trabajadores, pobladores, campesinos, estudiantes, intelectuales, profesionales, a la destrucción y descabezamiento, quizás a qué plazo, y a qué costa sangriento, de no sólo el proceso revolucionario chileno, sino también el de todos los pueblos latinoamericanos que están luchando por el Socialismo.
Le hacemos este llamado urgente, compañero Presidente, porque creemos que ésta es la última posibilidad de exitar en conjunto, la pérdida de las vidas de miles y miles de lo mejor de la clase obrera chilena y latinoamericana.
1) Coordinadora Provincial de Cordones Industriales.
2) Comando Provincial de Abastecimiento Directo.
3) Frente Único de Trabajadores en Conflicto.
Notas
1 Las vías de trenes transportaban un tercio del flete nacional y los dos tercios restantes eran transportadas por las carreteras.
2 En verdad él era miembro de una pequeña organización de extrema derecha llamada Patria y Libertad que tenía fuertes simpatías por los teóricos del fascismo. Esa organización estaría envuelta en el asesinato del General Schneider a finales de la década del 70 —el General era simpatizante de Allende— y en una serie de incidentes violentos. Desde octubre de 1972 estuvo envuelta activamente en la preparación del golpe militar, y sus líderes, Pablo Gonzáles y Roberto Thieme, se volvieron los defensores del régimen militar. Irónicamente, más tarde ambos dos se volvieron contra Pinochet.
3 La política de la UP es descrita en detalle por Ian Roxborough, Phil O‘Brien, Jackie Roddick: State and Revolution in Chile (Macmillan, London, 1977). De aquí en adelante nos referiremos a Roxborough, 1977. Ver también Ann Zammit (editor) The Chilean Road to Socialism (Brighton, 1973).
4 Los indicadores básicos pueden ser encontrados en Roxborough, 1977, pp. 131-32. Para un tratamiento más completo ver S. Ramos, Chile, ¿una economía en transición? (Chile, 1972).
5 El debate sobre Chile fue analizado en detalle por este autor en “The left and the Coup in Chile”, en International Socialism, Nº 22, invierno de 1984, pp. 45-86.
6 Ver F. Casanueva en M. Fernández, El Partido Socialista y la lucha de clases en Chile (Santiago 1973). Ver también C. Altamirano, Dialéctica de una derrota.
7 Los argumentos se basaron en el hecho de que la derecha fue incapaz de llegar a un acuerdo sobre el candidato único a las elecciones de 1970, presentando dos candidaturas. Alessandri, representante del Partido Nacional, representaba los intereses de los latifundistas y de las grandes empresas financieras. Después de fricciones internas graves, los demócratas cristianos presentaron a Radomiro Tomic, considerado del ala izquierda del partido. Los votos fueron distribuidos de forma muy equilibrada entre los tres, recibiendo Allende el 36% de los votos, Alessandri 34,9% y Tommic 27,8%
8 Ver Mónica Threlfall, “Shantytown dwellers and people’s power”, en P. O’Brien (editor), Allende’s Chile (Paeger, New York, 1976) pp. 167-91. Ver también J. Giusti, Organización y participación popular en Chile (FLASCO, Santiago, 1973)
9 El MAPU fue creado en 1968 y formó parte de la coalición de la UP. La Izquierda Cristiana se formó en 1971 en torno de Jacques Chonchol, ex ministro de economía de Frei.
10 Ver González, pp. 65-68. Ver también un buen análisis de Tom Bossert, Political Argument and policy issues in Allende’s Chile (University of Wisconsin Press, 1976).
11 De hecho, las empresas de cobre estuvieron en una situación extremadamente favorable durante el gobierno de Frei. Su política de “chilenización” de las minas significaba que el Estado compraría las acciones de todas las minas, a precios inflados, y se hacía responsable de todas las inversiones futuras. Esas inversiones eran financiadas con préstamos externos, aunque las grandes multinacionales del cobre controlaban el mercado y el precio mundial.
12 La lista completa de firmas nacionalizadas está en Roxborough, 1977, pp. 90-93.
13 El texto completo de los estatutos está en Roxborough, 1977, pp104. La explicación del propio Allende está en Debray, Conversaciones con Allende (México, 1971) pp. 116-17.
14 Ver Allende, Chile’s Road to Socialism (Harmondsworth Penguin, 1973) cap. 9, pp. 90-100. Joan Garcés, un asesor clave de Allende, presentó su punto de vista en Chile Hoy, con su argumento del “doble poder en el Estado”, ver Garcés, El Estado y los problemas tácticos del gobierno de Allende (Siglo XXI, Méjico, 1973). (El discurso se puede encontrar en http://www.marxists.org/espanol/allende/05-09-70.htm).
15 Sobre el desempeño económico del gobierno durante el primer año, ver Roxborough, 1977, cap 4. Ver también Paul Sweezy en Monthly Review, diciembre de 1973, pp. 1-11.
16 EE.UU cumplió su parte, cortó todas las ayudas que no fuera la asistencia militar (la cual aumentó en volumen) cobrando la deuda externa chilena. Sobre el papel de EE.UU., ver The ITT Memos: Subversión in Chile (Spokesman Books, Nottingham, 1972), P.Agee, Inside the company: A CIA Diary (Penguin, Harmondsworth, 1975) y el relato del Comité Selecto del senado Norteamericano de 1975, Covert Action in Chile: 1963-1973.
17 Sobre la cuestión de la tierra ver I. Roxborough, Agrarian policy in popular unity government (University of Glasgow Ocasional Paper, 1974) y D. Lehmann (editor) Agrarian reform and agrarian reformism (Faber, Londres, 1974) Sobre las huelgas y el balance político del movimiento obrero ver Correo Proletario, número 2, Londres, 1975, pp. 4-5.
18 Esos comentarios fueron hechos por Radomiro Tommic y citados por Morning Star, 7 de agosto de 1972.
19 Ver Bosset, sobre todo el debate. Las respuestas del MIR y del MAPU están en las colecciones de documentos publicados por Politique Hebdo (París) en 1974 y en Roxborough 1977, cap. 4.
20 Ver MAPU (Politique Hebdo) cap. 2. La confusión del MAPU era profunda, pues se proclamaba firmemente un partido revolucionario basado en el marxismo-leninismo (ver los esbozos de su V Plenario en El segundo año del gobierno popular (Santiago, noviembre de 1972). El MIR vacilaba extremadamente en sus respuestas (ver Punto Final).
21 Ver Chile Hoy N º30 de junio/julio de 1972, p. 6. Vergara reaparecería y realizaría comentarios casi idénticos después de Lo Hermida (ver nota 26) en su condición de Sub-secretario del Interior.
22 Toda la discusión era reproducida en la revista Chile Hoy Nº 1, 16-22 de junio de 1972, pp. 4-6. Me valdré de las citas de esta revista semanal muy buena (editada por miembros del Partido Socialista, pero que contenía amplio y continuo debate) desde el primer al último número, del 30 de agosto de 1973. Chile Hoy, y la revista Punto Final del MIR, proporcionan el relato más detallado y cuidadoso del proceso chileno. En relación a ese período en general, ver Altamirano, especialmente cap. 4.
23 Ver Chile Hoy, Nº 6, pp. 10-11.
24 Eso no quería decir que fueran ignorados. Chile Hoy y Punto Final pasarían a discutir sobre los cordones casi continuamente. Ver Chile Hoy Nº 8, pp. 4-5. El primer programa puede ser encontrado en Roxborough, 1977, pp. 170-71, y en Allende.
25 Ver O’Brien p. 31. Ver también Hurtado Beca, “Chile 1973-81” en Gallitelli y Thompson (editores) Sindicalismo y regímenes militares en Chile y Argentina (CEDLA, Ámsterdam 1982).
26 Ver Chile Hoy Nº 9, pp. 6-7 y Nº 10, pp. 6-7.
27 Ver por ejemplo el análisis interesante de E. González en International Socialism Review (New York ), octubre de 1973.
28 Ver P. Santa Lucía, “Industrial workers and struggle for power” en O’Brien , pp. 140-41. Ver también Chile Hoy Nº 8, pp. 6-7 y 11, donde Miguel Enriquez, Secretario General del MIR da su visión en las páginas 29 y 32. Ver también MAPU (París 1974) cap. 2.
29 Ver Chile Hoy, Nº 8, p. 6.
30 “En verdad en torno a 1973 los únicos burgueses demócratas reminiscentes en Chile eran Allende, el Partido Comunista y una sección del Partido Socialista” escribe C. Kay “The Chilean road to socialism: post mortem” en Science and Society, verano de 1976, p. 224.
31 Chile Hoy y Punto Final.
32 Fuentes de información de este período son, como siempre, Chile Hoy y Punto Final, sobre los cuales la mayoría de los libros basan sus análisis. Ver por ejemplo, M. Raptis, Revolution and Counter-Revolution in Chile (Allison and Busby, London 1974)
33 Citado en Punto Final, Nº 170, p. 6.
34 Chile Hoy, Nº 19, p. 5.
35 Sobre las batallas trabadas en el medio, ver el importante trabajo de Armand Mattelart y su grupo CEREN publicado en la revista Cuadernos de la realidad nacional. Ver también M. González, Ideology and culture under Popular Unity en O’Brien, pp. 106-127.
36 Chile Hoy, Nº 19, p. 5.
37 Sobre la estrategia de la derecha ver Ian Roxborough, “Reversing the revolution: the chilean opposition to Allende” en O’Brien, pp. 192-216. Ver también J. Petras y M. Morley, How Allende fell (Spokesman, Nottingham, 1974)
38 Punto Final, Nº 170, p. 6.
39 ibidem
40 ibidem
41 Chile Hoy, Nº 20, p. 30.
42 Roxborough 1977, pp. 167-8 y 172-4. Ver también Raptis pp. 103-4.
43 Ver por ejemplo, Bossert y Correo Proletario.
44 Ver Allende, pp. 192-3, por ejemplo.
45 Un argumento reproducido, por ejemplo, en panfleto Chile: trade unions and the resistance (Londres: Chile Solidarity Campaign, 1975) p. 11: “los cordones pueden ser vistos como una extensión de la CUT a nivel local”.
46 El segundo año… p. 383.
47 Bossert, p. 221.
48 Ver New Chile, Londres, Nº 2, pp. 2-3. Ver también MAPU.
49 Ver Garcés, pp. 214-17, que le pone énfasis a una entrevista con el General Prats, comandante del ejército, en Ercilla y Chile Hoy. Grace afirma que, por ejemplo, “los hombres del ejército que entendían que debían colaborar con el gobierno de Allende no eran del tipo que la derecha reaccionaria imaginaban debían ser”.
50 Chile Hoy, Nº 22, p. 32.
51 ibidem.
52 Ver el documento citado en Chile 1973.
53 Chile Hoy, Nº 22, citado en Graces.
54 Punto Final, Nº 170, p. 3.
55 Chile Hoy, Nº 58, p. 5.
56 Estas eran las opiniones de Bosco Parra líder de la Izquierda Cristiana, en una entrevista en Punto Final, Nº 171, pp. 6-7.
57 El orador es Gabriel Aburto en Punto Final, Nº 172, pp. 4-5.
58 La urgencia de las discusiones podía ser sentida en los documentos de los diferentes partidos de la época: en revistas como Chile Hoy, Punto Final y Puro Chile, así como las publicaciones de varias organizaciones, como ser El Siglo (PC), La Aurora (PS), El Rebelde (MIR), y el intenso debate conducido en cada uno de ellos.
59 Lenin, durante un momento parecido en el curso de la revolución rusa, presentó en sus Tesis de Abril un análisis de las tareas particulares, construyendo el partido sobre la fuerza de la combatividad de las organizaciones de masas, pero más que nada venciendo la batalla por la dirección política del movimiento. “Mientras este Gobierno se someta a la influencia de la burguesía, nuestra misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas” (Tesis de Abril).
60 Un debate reproducido íntegramente en Punto Final, Nº 173, sección de documentos, pp.1-22.
61 Ver E. González.
62 En una entrevista en Punto Final Nº 183, p. 4
63 Cita de Miguel Silva, Los cordones industriales y el socialismo desde abajo, p. 311.
64 P. Santa Lucía, p. 148.
65 Ver Roxborough en O’Brien, pp. 205-7
66 Ver Roxborough, 1977
67 Los ejemplos son innumerables, la comisión política del MAPU, por ejemplo, argumentó el día 12 de febrero de 1973 la necesidad de “exigir del gobierno una respuesta revolucionaria” y construir “un polo revolucionario dentro de la UP” (en Chile 1973, pp. 54-55. En el debate de mayo el dirigente de las organizaciones obreras del MIR insistió en que los cordones debían ser dirigidos por la CUT, etc.
68 Ver, como ejemplo particularmente tosco de ese argumento, C. Kay, “The Making of a Coup” en Science and Society, 1974, reproducido en Edimburgo Solidarity Campaign Bulletin, Chile Hoy, Nº2, p. 9. Para el argumento opuesto ver H. Prieto, The gorillas are amongst us (Pluto Press, London 1974) pp 34-36.
69 Ver Prieto.
70 Punto Final, 3/07/73, p. 13.
71 Ver Punto Final, Nº 182, p. 4
73 Descrito en Punto Final como “Un congreso fuera de onda”, Nº 187, p. 9.
74 Ver Punto Final, Nº 185, pp. 16-18
75 M. Silva, p. 406, citando a Chile Hoy, Nº 56, 29/6/73.
76 Idem p. 407.
77 Prieto, p.37
78 Prieto, p.39.
79 Ver Punto Final y Chile Hoy. La dirección del Partido Socialista se jactaba de que la clase obrera no tenía armas. Ver Chile Hoy, Nº 58 y 59.
80 Altamirano dice, después de la tentativa de golpe del 29 de junio: “Nunca la unidad del pueblo, las fuerzas armadas y la policía estuvo tan fuerte como ahora… y esa unidad crecerá con cada nueva batalla en la guerra histórica que estamos conduciendo” (cruelmente citado en Le Monde, 16-17 de setiembre de 1973). El repetía las palabras del Secretario General del Partido Comunista, Luis Corvalán, en el comienzo de agosto durante un gran mitin en Santiago; infelizmente para él, su discurso fue publicado en la edición de Setiembre de 1973 de Marxism Today, revista del Partido Comunista Británico.
81 Punto Final, n. 189
82 Roxborough, 1977, p. 176
83 Ver González en O’Brien, pp. 118-21
84 Reproducido con trágica ironía en la revista Marxism Today en setiembre de 1973
85 Ver la entrevista con el Secretario General del MIR, Miguel Enríquez en Punto Final, Nº 189, pp. 4-7.
86 Ver González , 1984.
87 Ver el panfleto del Partido Comunista Británico, Chile: Solidarity with Popular Unity, London.
88 Es una de las paradojas de la experiencia chilena que el enorme conjunto de escritos y análisis del proceso de 1970-1973 haya sido hecho después del golpe, en la mayoría de los casos con el objetivo de justificar o legitimar una u otra perspectiva durante el período de la UP. En lo inmediato después del golpe, el énfasis estaba puesto en lo salvaje del mismo. De los muchos relatos los siguientes pueden ser mencionados; Chilli: le dossier noir (Gallimard, Paris, 1974); R. Silva, Evidence on the terror in Chile (Merlín, London, 1975); la revista publicada por la Campaña de Solidaridad con Chile (GB); Chile Fights, a partir del fin del año 1973; Chile: The story behind the coup (ANCLA, N. York, 1973) y el discurso de E. Berlinguer, secretario del Partido Comunista Italiano, en Marxism Today, febrero de 1974.
89 Reproducida en M. Silva, ob cit, p. 580.