Mike Eaude y David Karvala
Artículo publicado en el periódico En lucha, abril 2001

Durante los meses de febrero y marzo de 2001, México presenció la triunfante marcha zapatista hacia la capital.

En ciudad tras ciudad, miles de personas -indígenas, trabajadores, estudiantes…- salieron a las calles para recibir a la delegación zapatista, encabezada por el Subcomandante Marcos, que iba a negociar con el nuevo Presidente Fox.

Es un buen momento para celebrar la lucha zapatista, y para considerar los desafíos a los que se enfrentan tanto los zapatistas como los millones de trabajadores y campesinos de México.


La atrevida rebelión del EZLN
Del Che a los zapatistas
Los primeros zapatistas
El futuro de la lucha en México
Revolución o resistencia

La atrevida rebelión del EZLN

El ejército que ha inspirado a la juventud mundial con su atrevida rebelión, surgió para luchar por los derechos de los indígenas. Como su nombre señala, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional se define como una fuerza que busca recuperar los ideales de Emiliano Zapata y de la Revolución mexicana, usurpados y abandonados por el Partido Revolucionario Institucional.

A mediados de los años 80, unos pocos jóvenes de la ciudad aterrizaron en la selva Lacandona en Chiapas. Siguiendo la política del gran revolucionario Che Guevara, quisieron crear un foco de lucha que sería la mecha para que se levantasen los indígenas. Este núcleo de lo que se llamaría el EZLN se dio cuenta, rápidamente, de que semejante estrategia no iba a funcionar.

En Chiapas ya vivía una población indígena, no sólo con 500 años de historia de resistencia a la conquista española, sino con una experiencia de concienciación de 20 años por parte de una iglesia liderada por Samuel Ruiz, un cura de izquierdas orgulloso de seguir como obispo de Chiapas al gran defensor de los indígenas del siglo XVI, Bartolomé de las Casas.

Así que los guerrilleros cambiaron de rumbo. Abandonaron la idea de constituir un foco, separado del pueblo, y emprendieron un trabajo paciente de educación y reclutamiento entre los pueblos indígenas, basado en la idea de que debían responder democráticamente a éstos. Organizaron debates y asambleas y reclutaron secretamente a indígenas que seguían trabajando en sus pueblos.

Fue en una de estas asambleas en la que las comunidades indígenas de Chiapas decidieron, en 1992, emprender la lucha armada, frente a la supresión del Artículo 27 de la Constitución de 1917 (ver Los primeros zapatistas, abajo). Este Artículo había prometido la reforma agraria y la defensa de la propiedad colectiva de los indígenas; medidas que no convenían al capitalismo globalizado de los 90.

Sin embargo, el momento en que los zapatistas llegaron a ser del conocimiento general fue dos años más tarde.

El 1 de enero de 1994 fue el día de lanzamiento del Tratado de Libre Comercio (NAFTA, en inglés), entre Canadá, Estados Unidos y México. Este acuerdo supone la aceleración de la integración capitalista en la región, lo que significa más narcotráfico, más millonarios -incluso en México, que ahora presume de varios de los nuevos superrricos- a la vez que se recortan los servicios sociales, y se atacan las condiciones laborales.

Levantamiento

Este día tenía que ser una gran celebración neoliberal. Sin embargo, fue el levantamiento en Chiapas lo que salió en los titulares, con la toma de San Cristóbal de las Casas, y la primera Declaración de la Selva Lacandona:

«Hoy decimos ¡basta!, somos los herederos de los verdaderos forjadores de nuestra nacionalidad, los desposeídos somos millones y llamamos a todos nuestros hermanos a que se sumen a este llamado, como el único camino para no morir de hambre ante la ambición insaciable de una dictadura de más de 70 años, encabezada por una camarilla de traidores que representan a los grupos más conservadores y vendepatrias.»

«Pueblo de México: Nosotros, hombres y mujeres íntegros y libres, estamos conscientes de que la guerra que declaramos es una medida última pero justa. Los dictadores están aplicando una guerra genocida no declarada contra nuestros pueblos desde hace muchos años, por lo que pedimos tu participación decidida apoyando este plan del pueblo mexicano que lucha por trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz. Declaramos que no dejaremos de pelear hasta lograr el cumplimiento de estas demandas básicas de nuestro pueblo formando un gobierno de nuestro país libre y democrático. ¡Intégrate a las fuerzas insurgentes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional!»

Asfixiante

Al cabo de 12 días de guerra, el Presidente de México declaró un alto de fuego, y poco después empezaron las negociaciones, que siguen sin dar resultados de consideración.

Durante los siguientes años, las comunidades indígenas de Chiapas han sufrido una presencia asfixiante por parte del ejército mexicano. Actualmente, 60.000 tropas, una tercera parte de todo el ejército mexicano, están ocupando Chiapas, llevando a cabo una «guerra de baja intensidad».

Este estado de sitio ha sido roto, sobre todo «virtualmente», por los comunicados que Marcos ha sabido emitir mediante Internet, a una audiencia mundial. Lejos de quedar aislados en la selva, los zapatistas y su lucha tienen apoyo en todo el planeta.

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Del Che a los zapatistas

Es demasiado temprano para saber cómo saldrá el intento de proceso de paz, entre el EZLN y Fox.

Sin embargo, un repaso a las guerrillas en América Latina a lo largo de las últimas décadas, y los anteriores intentos de negociaciones, nos puede dar una idea de los límites que existen y del peligro de un desenlace nada favorable.

El modelo clásico de guerrilla latinoamericana fue el del Che Guevara. Se trata del «foco», un grupo bastante reducido de guerrilleros que lucha en el nombre, y con el apoyo, de los campesinos oprimidos.

Así nos encontramos con que en el momento del triunfo de la revolución cubana, Castro contaba con menos de 2000 guerrilleros armados.

Como escribió el Che en Guerra de Guerrillas: «el guerrillero es, ante todo, un revolucionario agrario. Interpreta los deseos de la gran masa campesina de ser dueña de la tierra, dueña de sus medios de producción, de sus animales, de todo aquello que ha anhelado durante años».

En los años 60, se intentó implantar este modelo a lo largo del continente; fue un terrible fracaso, que llevó a la muerte a miles de jóvenes revolucionarios, incluyendo al mismo Che.

Durante los años 70, sobre todo en América Central, surgió una nueva concepción de la guerrilla, íntimamente ligada con la organización campesina, e incluso en El Salvador con los sindicatos obreros. Como dijo un dirigente guerrillero salvadoreño de esa época: «teníamos claro que era el pueblo el que iba a hacer la guerra y que estos grupos armados no deberían convertirse en una élite, en unos héroes desligados de las masas, que le iban a ahorrar al pueblo el trabajo de hacer la revolución.»

Fue este modelo el que llevó a la victoria a la revolución en Nicaragua, y casi lo alcanzó en El Salvador. Sin embargo, igual que en el caso cubano, se llegó a ver, durante los años 80, que la victoria sandinista había sido una excepción, que no logró repetirse en otros países (incluso dentro de Nicaragua, la revolución no trajo lo que se había esperado, pero este es otro tema).

Acuerdos

A mediados y finales de los 80, muchas de las guerrillas de masas empezaron a buscar una salida negociada con los respectivos gobiernos. Es el caso de la guerrilla colombiana, M-19, algunos de cuyos ex-dirigentes llegaron a ser ministros, mientras otros fueron asesinados por los paramilitares.

En El Salvador, el Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí (FMLN) y el Gobierno firmaron unos acuerdos de paz en enero de 1992. EL FMLN dejó las armas, y el Gobierno se comprometió, entre otras cosas, a repartir tierras, y a acabar con los escuadrones de la muerte. El FMLN cumplió, el Gobierno, no. Al final, algunos dirigentes del Frente llegaron a ser parlamentarios o alcaldes, pero la mayoría de los guerrilleros de base terminaron allí donde habían empezado.

Un proceso parecido ocurrió unos años después en Guatemala, con resultados parecidos (ver la entrevista con una dirigente guatemalteca en En lucha No 59).

Aunque estas guerrillas se definían de marxistas y revolucionarias, eran forzosamente organizaciones militaristas, con mando desde arriba. Lucharon por el socialismo, pero fue el modelo soviético al que siguieron.

Con el cambio de lucha armada a negociación, la retórica de la revolución dio lugar a la de democracia, y los uniformes a los trajes, pero en el fondo seguía tratándose de unos pocos que actuaban en el nombre de los demás.

Estos hechos contribuyeron a una decepción entre muchos de sus antiguos militantes o simpatizantes.

Así que el modelo zapatista, con su rechazo al poder -no hablan de establecer el socialismo- y su énfasis en la democracia directa, reflejan una lección aprendida de estas experiencias anteriores.

Pero estas experiencias demuestran otros dilemas, que siguen vigentes.

Primero, y el más fundamental, las negociaciones sólo pueden funcionar cuando existe la posibilidad de coexistencia pacífica, cuyos términos son objeto de la negociación.

El problema es que la democracia real, no sólo la oportunidad de escoger entre dos o tres candidatos corruptos cada 4 o 5 años, sino la posibilidad de llevar una vida digna, con salario y condiciones adecuados para los trabajadores, tierra para los campesinos, y salud y educación para todos, no puede coexistir con los beneficios y privilegios de los poderosos actuales, ya sean de América Latina o sean del resto del mundo. Es decir, la democracia no se puede conseguir mediante negociaciones.

Concretamente, con el NAFTA, el capital estadounidense -igual que el mexicano- quiere acceso libre a la explotación de madera, hidroelectricidad, ganado y, sobre todo, petróleo en Chiapas. No la abandonarán sólo para respetar un acuerdo firmado por los derechos de los indígenas.

Segundo, en todos los procesos de paz, las guerrillas se comprometen a desarmarse, a cambio de diferentes promesas, mientras los Gobiernos mantienen sus armas, sólo comprometiéndose a respetar los derechos humanos y cosas por el estilo.

Fuerza

Cuando empiezan a romper estas promesas, ¿dónde está la fuerza para obligarles a cumplir? Reemprender la lucha armada sólo implicaría volver al principio del proceso, pero no podría cambiar el final de la película.

Con todos sus fallos y limitaciones, las anteriores guerrillas al menos veían que la cuestión fundamental era tomar el poder.

Los dirigentes zapatistas en cambio, escribieron lo siguiente en una carta al Presidente Fox (una carta que, por cierto, defendía firmemente la dignidad y los derechos de los indígenas):

«Nosotros queremos diálogo con verdad y respeto, y eso quiere decir que ninguna de las partes debe buscar vencer al otro.»

Las negociaciones del EZLN con el Presidente Fox pueden aportar más o menos reformas, pero al negarse a considerar la toma del poder, los zapatistas se autoexcluyen de la posibilidad de conseguir un cambio real. No puede haber una solución para los indígenas, ni para el resto de los campesinos y trabajadores, sin vencer a Fox y a todo lo que él representa.

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Los primeros zapatistas: ¡Tierra y Libertad!

La Revolución mexicana, de 1911 hasta 1919, fue una de las más grandes que vivió el siglo veinte.

Los burgueses mexicanos, resentidos por la venta del país al capital estadounidense y deseosos de crear una burguesía nacional, se alzaron contra la dictadura de Porfirio Díaz en 1911. Su protesta destapó la olla de una enorme revolución popular.

Los ejércitos, del líder campesino Emiliano Zapata en el sur y de Pancho Villa en el norte, arrebataron la tierra a los hacendados y, bajo el lema de ¡Tierra y Libertad!, derrotaron a las fuerzas burguesas, ocupando la Ciudad de México en diciembre de 1914.

Tristemente, después de unos pocos días, se retiraron de la capital a sus feudos respectivos de Morelos y Chihuahua. No tenían un programa político para gobernar. Villa dijo «No soy un hombre bastante culto para gobernar el país», y se dedicó a fundar escuelas en su estado de origen.

Zapata se entregó a la defensa del comunismo que se introdujo en Morelos tras la destrucción del poder de los terratenientes.

Al crearse el vacío de poder, la burguesía no tardó en ocupar de nuevo el gobierno, y ya en 1919, cuando Zapata fue asesinado, la revolución se había «institucionalizado».

La nueva Constitución de 1917, bajo la presión de la revolución, garantizó la jornada laboral de 8 horas y un sueldo mínimo, defendió el derecho a la huelga y suprimió tanto el trabajo infantil como el trabajo obligado por cuestiones de deuda. El Artículo 27 declaró la nacionalización del subsuelo, es decir del petróleo, y la propiedad colectiva «inalienable» de los ejidos indígenas. La prometida reforma agraria, excepto en Morelos, quedó en papel mojado, utilizándose para repartir tierras entre los nuevos poderosos.

En 1917 otra revolución tuvo lugar en un país cuya estructura social no era tan diferente. Los lemas del gobierno bolchevique en Rusia eran «pan, paz y tierra», parecidos a los de Zapata y Villa. Sin embargo, Lenin y Trotski habían aprendido que no era posible lograr estos objetivos sin el poder estatal.

A pesar de la grandeza y la lucha de millones de mexicanos junto a Zapata y Villa, fueron derrotados por intentar introducir una sociedad igualitaria sin haber derrocado al capitalismo.

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El futuro de la lucha en México

¿Es posible una solución para el pueblo de México? La respuesta es que sí, pero que no se le puede pedir exclusivamente a los zapatistas y a Marcos. El mismo motivo de la sublevación de enero de 1994 nos da la clave de la lucha en México; el país ya no es una zona agrícola, apartada del resto del mundo.

La firma del Tratado de Libre Comercio con EEUU y Canadá es una muestra de que México es una parte integral del capitalismo globalizado; al igual que en el resto del sistema, los que producen los beneficios de los que dependen los ingresos de los ricos, o sea, los trabajadores, tienen un poder enorme. Esto se ve cada vez más.

Durante octubre y noviembre del 2000, decenas de miles de empleados públicos se manifestaron por todo México, para reivindicar una paga extra que se les debía. Tanto obreros como trabajadores administrativos salieron del trabajo y bloquearon carreteras.

Más de un millón de personas trabajan en maquiladoras, fábricas y talleres de las multinacionales al lado de la frontera con el norte.

La mayoría de ellos carecen de representación sindical, o bien son representados por sindicatos corruptos, aliados con el Estado y el antiguo partido gobernante, el PRI.

Hay brotes importantes de luchas obreras, tanto en las maquiladoras como en otras fábricas: por un lado, contra las empresas, para mejorar las condiciones de trabajo, y por otro, contra las burocracias corruptas, para establecer sindicatos democráticos y representativos.

Organización

La situación sindical es confusa, con una mezcla de viejas centrales sindicales, que incluyen algunos sindicatos en proceso de renovación; nuevos sindicatos independientes, generalmente de una empresa; los principios de nuevas federaciones democráticas; una Coalición por la Justicia en las Maquiladoras, que apoya la organización de estos trabajadores…

Sin embargo, en estas luchas obreras existe la posibilidad de una movilización, ya no de unos miles de guerrilleros, o incluso decenas miles de sus seguidores, sino de millones de trabajadores, realmente de la mayoría de la población de México.

Huelga en una maquiladora en Ciudad Juárez

Huelga en una maquiladora en Ciudad Juárez

Revolución o resistencia

Marcos dice en una reciente entrevista que, al EZLN: «lo peor que le podría pasar… sería que llegase al poder y se instalara como un ejército revolucionario. Lo que sería un éxito para una organización político militar de las décadas del sesenta y del setenta… para nosotros sería un fracaso.» (El País, 25/3/01)

Explica que el problema con estas guerrillas era que nunca tomaban en cuenta «el lugar de la gente, de la sociedad civil, del pueblo», así que la lucha quedaba en «una disputa entre dos hegemonías».

Hasta cierto punto, esto es verdad. Pero la cuestión que hay que plantear es cómo hacer que una lucha por el poder no sea la lucha de un ejército minoritario, sino de la misma clase trabajadora, con el apoyo de los campesinos.

Esta lucha necesita de una política diferente a la del EZLN, y esto no debe sorprendernos.

Los zapatistas siempre dicen que no buscan ser los dirigentes de todo el movimiento, sino que se representan a ellos mismos, a los pueblos indígenas; un pueblo oprimido durante largos años. ¡Hasta los años 50, no les fue permitido caminar por las calles de San Cristóbal de las Casas!

Con su lucha, los indígenas han logrado que se les escuche, y han inspirado a millones de personas poniendo de manifiesto que se puede conseguir algo contra el sistema. La clave ahora es convertir esta inspiración en actividad, no copiar ciegamente los modelos del EZLN.

No hay suficiente con ponerse un pasamontañas y gritar «todos somos Marcos»; hace falta que todos y todas realmente seamos un poco Marcos; en otras palabras, que organicemos las luchas donde nos encontremos, movilizando nuestro poder como trabajadores.

Los zapatistas han llevado a cabo una lucha impresionante, pero los únicos que ahora pueden romper el cerco que les estrangula lentamente en Chiapas, y llevar adelante la lucha, son los trabajadores.

En el fondo, los trabajadores, campesinos, y pueblos indígenas de México, se enfrentan al mismo problema que nosotros en el Estado español. Frente a un mundo cada vez menos humano, más violento, y más explotador, ¿qué podemos hacer?

¿Nos limitamos a resistir, indefinidamente, dentro de los confines del mundo capitalista?, o ¿nos planteamos la lucha por un mundo totalmente diferente; un mundo en el que, en las palabras de Marcos, quepan muchos mundos?

Para que esto sea realidad, tenemos que ver que los muchos mundos que tendrán cabida no pueden incluir al mundo capitalista, y que la lucha por la democracia genuina tiene que acabar con el sistema que nos la niega ahora.