Rosa Luxemburg

La obra clásica de la gran revolucionaria polaca/alemana, inspirada en la revolución de 1905. Para más análisis del texto, ver la sección sobre el tema en la obra de Tony Cliff.

I   La revolución rusa, el anarquismo y la huelga general

II  La huelga de masas: un producto histórico, no artificial

III Desarrollo del movimiento de huelga de masas en Rusia

IV La interacción entre las luchas política y económica

V  Lecciones del movimiento obrero ruso aplicables a Alemania

VI La cooperación entre los trabajadores organizados y no organizados es necesaria para la victoria

VII    El papel de la huelga de masas en la revolución

VIII  La necesidad de la acción unificada de los sindicatos y la socialdemocracia

Notas

 

I     La revolución rusa, el anarquismo y la huelga general

Casi todos los escritos y declaraciones del socialismo internacional sobre la cuestión de la huelga de masas se remontan a la época anterior a la revolución rusa, que representó el primer experimento histórico a gran escala de este medio de lucha. Se comprende que estos textos se encuentren en gran parte anticuados. En su concepción, fundamentalmente, comparten el mismo punto de vista de Friedrich Engels, que, en su crítica del revolucionarismo bakuninista en España, escribía en 1873:

En el programa bakuninista, la huelga general es la palanca de la que hay que valerse para iniciar la revolución social. Un buen día, de madrugada, todos los obreros de todos los oficios de un país, o hasta del mundo entero, se cruzan de brazos y, en cuatro semanas a lo sumo, obligan a las clases poseedoras a caer vencidas de rodillas o a lanzarse sobre los obreros, con lo que éstos tienen derecho a defenderse y, aprovechando la ocasión, a arrojar por la borda a toda la vieja sociedad. La propuesta dista mucho de ser nueva: los socialistas franceses, y los belgas después, han montado hasta la saciedad ese caballo de batalla desde 1848; caballo que, sin embargo, es de raza inglesa por su origen. Durante el rápido y violento desarrollo del cartismo entre los obreros británicos, que siguió a la crisis de 1837[1], se había predicado ya el “mes santo” en 1839[2], el paro a escala nacional (véase Engels, Lage der arbeitenden Klasse (La situación de la clase obrera en Inglaterra), segunda edición, pág. 234), y tuvo tanta resonancia que los obreros fabriles del norte de Inglaterra intentaron ponerla en práctica en julio de 1842. También en el congreso de los aliancistas, celebrado en Ginebra el 1 de septiembre de 1873[3], desempeñó un gran papel la huella general, si bien fue reconocido por todos que, para lograr este objetivo, era necesaria una organización perfecta de la clase obrera y unas arcas bien repletas. Y en esto está justamente la dificultad. Por un lado, los gobiernos, sobre todo si se les deja envalentonarse con el abstencionismo político, jamás permitirán que ni la organización ni las arcas de los obreros lleguen tan lejos; y, por el otro, los acontecimientos políticos y los abusos de las clases dominantes facilitarán la emancipación de los obreros mucho antes de que el proletariado llegue a reunir esa organización ideal y ese gigantesco fondo de reserva. Pero, si dispusiese de ambas cosas, no necesitaría dar el rodeo de la huelga general para llegar a la meta.a

Estamos ante la argumentación que iba a determinar en las próximas décadas la actitud de la socialdemocracia frente a la huelga de masas. Está construida para ser utilizada contra la teoría anarquista de la huelga general, es decir, contra la teoría de la huelga general como medio para desencadenar la revolución social, en contraposición a la lucha política cotidiana de la clase obrera; y se agota en el simple dilema siguiente: o bien el proletariado en su conjunto no dispone todavía ni de una poderosa organización ni de arcas bien repletas, y entonces no puede realizar la huelga general, o bien éste se encuentra suficientemente organizado, y entonces no tiene necesidad de la huelga general. Esta argumentación resulta, por cierto, tan simple y tan inatacable a primera vista que durante un siglo prestó inestimables servicios al movimiento obrero moderno, como arma lógica contra las quimeras anarquistas y como medio auxiliar para llevar la idea de la lucha política a las más amplias capas de la clase obrera. Los gigantescos progresos alcanzados en los últimos veinticinco años por el movimiento obrero en todos los países modernos son la prueba más contundente de la certeza de la táctica de la lucha política, que defendieron Marx y Engels en oposición al bakuninismo; la socialdemocracia alemana, con su poder actual y su posición de vanguardia de todo el movimiento obrero internacional, es, en gran parte, el producto directo de la aplicación consecuente y rigurosa de esa táctica.

Pues bien, la revolución rusa[4] ha sometido a una revisión, profunda la argumentación que acabamos de exponer. Por primera vez en la historia de la lucha de clases ha hecho posible la grandiosa realización de la idea de la huelga de masas y —como explicaremos en detalle más adelante— hasta de la huelga general, inaugurando de este modo una nueva época en el desarrollo del movimiento obrero. Naturalmente no podemos concluir que la táctica de la lucha política, recomendada por Marx y Engels, o la crítica que hacen del anarquismo fueran falsas. Por el contrario, son los mismos razonamientos y métodos de la táctica de Marx y Engels los que constituyen el fundamento, hasta ahora, de la práctica de la socialdemocracia alemana, y los que ahora, en la revolución rusa, crearon nuevos elementos y nuevas condiciones de la lucha de clases. La revolución rusa, la misma revolución que constituye la primera prueba histórica práctica de la huelga de masas, no sólo no ha rehabilitado al anarquismo, sino que incluso significa la liquidación histórica del anarquismo. La triste existencia a que estuvo condenada esta orientación del pensamiento durante las últimas décadas, debido al potente desarrollo de la socialdemocracia en Alemania, puede explicarse, en cierto modo, por el predominio absoluto y la larga duración del parlamentarismo durante este período. Es evidente que un movimiento orientado exclusivamente a la “ofensiva” y a la “acción directa”, una tendencia “revolucionaria” a ultranza, debía languidecer temporalmente en la calma chicha del acontecer parlamentario cotidiano, para renacer de nuevo y desplegar sus fuerzas internas con ocasión de la vuelta a un período de lucha abierta y directa, de una revolución popular. Rusia sobre todo parecía estar llamada a convertirse en el campo de experimentación para las heroicidades del anarquismo. Un país, en el que el proletariado no disponía de ningún derecho político, y sólo de una organización extremadamente débil, una confusa mezcla de diversas capas populares con intereses muy diversos y enmarañadamente entrecruzados, bajo nivel cultural de las masas populares, la más extrema bestialidad en la utilización de la violencia por parte del gobierno imperante; todo esto parecía creado para otorgarle al anarquismo un poder repentino, aunque quizás efímero. Finalmente, Rusia era la cuna histórica del anarquismo. La patria de Bakunin habría de convertirse en la tumba de su doctrina. No sólo los anarquistas no estuvieron ni están a la cabeza del movimiento de huelgas de masas en Rusia, no sólo la dirección política de la acción revolucionaria, y también de la huelga de masas, está totalmente en manos de las organizaciones socialdemócratas —furiosamente combatidas por los anarquistas y denunciadas como un “partido burgués”— o en manos de organizaciones socialistas influenciadas de algún modo por la socialdemocracia o cercanas a ella —como el partido terrorista de los “Socialistas Revolucionarios”—, sino que el anarquismo es absolutamente inexistente en la revolución rusa como una tendencia política seria. Tan solo en una pequeña ciudad lituana, en Bialystok, en condiciones particularmente difíciles y donde los obreros provienen de las más diversas nacionalidades, con un predominio de la pequeña industria dispersa y un nivel muy bajo del proletariado, se encuentran, entre los seis o siete diferentes grupos revolucionarios, un puñado de mozalbetes “anarquistas”, que contribuye con todas sus fuerzas a sembrar la confusión y el desorden entre la clase obrera; y en los últimos tiempos se hacen notar también en Moscú, y tal vez en dos o tres ciudades más, algunos puñados de gentes de este tipo. Pero, prescindiendo de este par de grupos “revolucionarios”, ¿cuál es el papel que desempeña realmente el anarquismo en la revolución rusa? Se ha convertido en la etiqueta de vulgares ladrones y saqueadores; bajo el rótulo de “anarco-comunismo” se comete una buena parte de esos innumerables robos y pillajes a particulares, que, en todo período de depresión y de reflujo momentáneo de la revolución, se extienden como una ola de fango. En la revolución rusa, el anarquismo no es la teoría del proletariado militante, sino el estandarte ideológico del lumpenproletariado contrarrevolucionario, que sigue como una manada de tiburones la estela del buque de guerra de la revolución. Y de esta manera concluye la carrera histórica del anarquismo.

Por otra parte, la huelga de masas no fue practicada en Rusia como un medio para instalarse repentinamente en la revolución social, mediante un golpe de efecto que evitase la lucha política de la clase obrera y, particularmente, del proletariado, sino como un medio de crear primero para el proletariado las condiciones de la lucha política cotidiana y en particular del parlamentarismo. La lucha revolucionaria en Rusia, en la que la huelga de masas se utiliza como el arma más importante, conducida por el pueblo trabajador y, en primer lugar, por el proletariado para conquistar precisamente esos mismos derechos y condiciones políticas cuya necesidad e importancia en la lucha por la emancipación de la clase obrera fueron demostradas primero por Marx y Engels, que, oponiéndose al anarquismo, las defendieron con todas sus fuerzas en el seno de la Internacional. De este modo, la dialéctica de la historia, la roca sobre la que se levanta toda la doctrina del socialismo de Marx, tuvo por resultado que hoy el anarquismo, que estuvo ligado indisolublemente a la idea de la huelga de masas, haya entrado en contradicción con la práctica de la misma huelga de masas. Y ésta última, a su vez, combatida en otra época como contraria a la acción política del proletariado, se presenta hoy como el arma más poderosa de la lucha política por la conquista de los derechos políticos. Si la revolución rusa hace necesaria una profunda revisión del antiguo punto de vista marxista sobre la huelga de masas, sólo el marxismo, sin embargo, con sus métodos y sus puntos de vista generales, podrá alcanzar la victoria bajo una forma nueva. “La amada del moro sólo puede morir a manos del moro.”

II       La huelga de masas: un producto histórico, no artificial

Por lo que respecta a la huelga de masas, los acontecimientos en Rusia nos obligan a revisar ante todo la concepción general del problema. Hasta el presente, tanto los fervorosos partidarios de ensayar la huelga de masas” en Alemania, los Bernstein, Eisner, etc., como los adversarios rigurosos de semejante tentativa, representados en el campo sindical por Bolmelburgb, por ejemplo, se atienen, en realidad, a una misma concepción, a saber: la concepción anarquista. Estos polos en apariencia opuestos, no sólo no se excluyen, sino que se condicionan y complementan recíprocamente. Para la concepción anarquista, la especulación sobre la “gran conmoción”, sobre la revolución social, constituye, en realidad, solamente algo exterior e inesencial; lo esencial es la manera totalmente abstracta y antihistórica de abordar el problema de la huelga de masas, como, en general, el de todas las condiciones de la lucha proletaria. Para los anarquistas sólo existen dos cosas como premisas materiales de sus especulaciones “revolucionarias”: en primer lugar, el espacio etéreo, y luego la buena voluntad y el coraje para salvar a la humanidad del actual valle de lágrimas capitalista. Por obra y gracia del razonamiento surgió hace ya sesenta años, en el aire, la idea de que la huelga de masas es el medio más corto, seguro y fácil para dar el salto hacia el más allá social mejor. Y fue en este mismo espacio etéreo donde nació recientemente la idea —surgida de la especulación teórica— de que la lucha sindical es la única “acción de masa directa” real y, en consecuencia, la única lucha revolucionaria posible: último estribillo, como es sabido, de los “sindicalistas” franceses e italianos. Pero para desgracia del anarquismo, los métodos de lucha improvisados en el aire no sólo fueron las cuentas de la lechera, es decir, meras utopías, sino que, precisamente porque no tenían en cuenta la triste y despreciada realidad, envueltos, en la mayoría de los casos, en especulaciones revolucionarias sobre esta triste realidad, se convirtieron sin darse cuenta en verdaderos colaboradores de la reacción.

Y sobre este mismo terreno del análisis abstracto y antihistórico están hoy los que quieren desencadenar próximamente en Alemania la huelga de masas, por decreto de la dirección del partido y a fecha fija, y también los que, como los delegados del congreso sindical de Colonia[5], quieren liquidar definitivamente el problema de la huelga de masas, prohibiendo su “propaganda”. Ambas tendencias parten de la idea común y absolutamente anarquista de que la huelga de masas es sólo un arma puramente técnica que podría, por conveniencia y a voluntad, ser “decretada” o, a la inversa, “prohibida”, como una especie de navaja que se puede llevar cerrada en el bolsillo, “por lo que pueda ocurrir”, o ser abierta y utilizada cuando se decida. Bien es verdad que precisamente los adversarios de la huelga de masas reivindican el mérito de haber tenido en cuenta el terreno histórico y las condiciones materiales de la situación actual en Alemania, en oposición a los “románticos de la revolución”, que flotan por los aires y se niegan a encarar la dura realidad, sus posibilidades e imposibilidades. Hechos y cifras, cifras y hechos exclaman, como Gradgrind en Los tiempos difíciles de Dickens. Pero, lo que los adversarios sindicalistas de la huelga de masas entienden por “terreno histórico” y por “condiciones materiales” son dos elementos diferentes: la debilidad del proletariado, por una parte, y la fuerza del militarismo prusiano, por la otra. La insuficiencia de las organizaciones obreras y del estado de sus fondos, así como las imponentes bayonetas prusianas; tales son los “hechos y cifras” sobre los que estos dirigentes sindicales fundan su concepción práctica del problema en este caso. Pues bien, es cierto que tanto los fondos sindicales como las bayonetas prusianas constituyen, indudablemente, hechos materiales e incluso muy históricos, pero, la concepción política basada sobre estos hechos no es el materialismo histórico en el sentido de Marx, sino un materialismo policíaco del tipo del de Puttkammer[6]. También los representantes del Estado policial capitalista confían mucho, y hasta de modo exclusivo, en la potencia efectiva del proletariado organizado y en el poder material de las bayonetas; y, comparando estas dos series de cifras, siguen sacando la siguiente conclusión tranquilizante: el movimiento obrero revolucionario es provocado por, instigadores y agitadores aislados; ergo: tenemos en las prisiones y en las bayonetas el medio eficaz para dominar ese “pasajero y desagradable fenómeno”.

La clase obrera consciente de Alemania ha comprendido desde hace tiempo la comicidad de esa teoría policial, según la cual todo el movimiento obrero sería el producto artificial y arbitrario de un puñado de “instigadores y agitadores” sin escrúpulos.

La misma concepción se pone de manifiesto cuando dos o tres bravos camaradas forman un piquete de guardianes voluntarios para alertar a la clase obrera alemana de las peligrosas maquinaciones de algunos “románticos de la revolución” y de su “propaganda a favor de la huelga de masas”; o también cuando asistimos al desencadenamiento de una campaña de lacrimosa indignación por parte de los que se sienten traicionados por no se sabe qué acuerdos “secretos” entre la dirección del partido y el consejo central de los sindicatos relacionados con la explosión de la huelga de masas en Alemania. Si todo dependiera de la “propaganda” incendiaria de los “románticos de la revolución” o de las decisiones secretas o públicas de las direcciones de los partidos, entonces no hubiéramos tenido hasta la fecha ninguna huelga de masas importante en Rusia. No existe país —como ya lo señalé en el Sächsische Arbeiterzeitung, en marzo de 1905— donde se haya pensado en “propagar” e incluso discutir la huelga de masas tan poco como en Rusia. Y los pocos ejemplos aislados de resoluciones y acuerdos de la dirección del partido socialista ruso que decretaban la huelga total y general, como la última tentativa en agosto de 1905 después de la disolución de la Duma[7], han fracasado casi por completo. Si hay algo que nos enseñe la revolución rusa es, sobre todas las cosas, que la huelga de masas no se “hace” artificialmente, no se “decreta” en el aire, no se “propaga”, sino que es un fenómeno histórico que surge en determinados momentos de las mismas circunstancias sociales y con necesidad histórica.

El problema no va a resolverse con abstractas especulaciones en torno a la posibilidad o imposibilidad, a la utilidad, o al riesgo que implica la huelga de masas, sino mediante el estudio de los factores y de las circunstancias sociales que provocan la huelga de masas en la fase actual de la lucha de clases; con otras palabras: el problema no puede ser comprendido ni discutido a partir de una apreciación subjetiva de la huelga general, tomando en consideración lo que sea deseable u no, sino a partir de un examen objetivo de los orígenes de la huelga de masas desde el punto de vista de las necesidades históricas.

En las regiones etéreas del análisis lógico abstracto se puede demostrar con el mismo rigor tanto la imposibilidad absoluta y la derrota indudable de la huelga de masas como su posibilidad absoluta y su segura victoria. Por esta razón, el valor de la demostración es el mismo en ambos casos, a saber: ninguno. De ahí que especialmente el temor por la “propaganda” de la huelga de masas, que ha conducido ya a la excomunión formal de los supuestos culpables de ese crimen, sea únicamente el producto de un jocoso malentendido. Es tan imposible “propagar” la huelga de masas, como medio abstracto de lucha, como propagar la “revolución”. Tanto la “revolución” como la “huelga de masas” son conceptos que sólo significan en sí mismos una forma exterior de la lucha de clases, y que sólo tienen sentido y contenido en relación a situaciones políticas muy bien determinadas.

Querer desplegar una labor de agitación en regla en favor de la huelga de masas, como forma de la acción proletaria, querer extender esta “idea” para ganar poco a poco a la clase obrera, sería una ocupación tan ociosa, tan vana e insípida como emprender una campaña de propaganda en favor de la idea de la revolución o de la lucha en las barricadas. Si en la hora presente la huelga de masas ha pasado a ocupar el centro del vivo interés de la clase obrera alemana e internacional es porque representa una forma nueva de lucha, y como tal, el síntoma auténtico de profundos cambios internos en las relaciones entre las clases y en las condiciones de la lucha de clases. El hecho de que la masa de los proletarios alemanes manifieste un interés tan ardiente por este nuevo problema, a pesar de la obstinada resistencia de sus dirigentes sindicales, es claro testimonio de su seguro instinto revolucionario y de su clara inteligencia. Pero no se corresponderá a este interés, a esta noble sed intelectual, a este impulso de los obreros hacia la acción revolucionaria, disertando mediante una gimnasia cerebral abstracta acerca de la posibilidad o imposibilidad de la huelga de masas; se responderá explicando el desarrollo de la revolución rusa, su importancia internacional, la agudización de los conflictos de clase en la Europa Occidental, las nuevas perspectivas políticas de la lucha de clases en Alemania y el papel y los deberes de las masas en las luchas futuras. Sólo dirigida de esta forma, la discusión sobre la huelga de masas servirá para ampliar el horizonte intelectual del proletariado, contribuirá a fortalecer su conciencia de clase, a profundizar sus ideas y a redoblar sus energías para la acción.

Si se mantiene este punto de vista, entonces aparecerá en toda su ridiculez el proceso penal llevado a cabo por los adversarios del “romanticismo revolucionario”, sólo porque, al tratar el problema, no se emplean exactamente las palabras textuales de la resolución de Jena[8]. Los “políticos prácticos” se dan por satisfechos, en todo caso, con esta resolución, porque vincula fundamentalmente la huelga de masas con el destino del sufragio universal; de este hecho creen poder concluir dos cosas: primera, que la huelga de masas conserva un carácter puramente defensivo; segunda, que la huelga de masas misma, subordinada al parlamentarismo, se convierte en un simple apéndice del parlamentarismo. Pero el verdadero meollo de la resolución de Jena radica en que, dada la actual situación en Alemania, un atentado por parte de la reacción gobernante al sufragio universal para las elecciones al Reichstag significaría, muy probablemente, el impulso inicial y la señal para un período de tormentosas luchas políticas. Entonces, por primera vez en Alemania, la huelga de masas podría ser aplicada como medio de lucha. Querer restringir y mutilar artificialmente, mediante el texto de la resolución de un congreso, la importancia social y el campo de acción histórico de la huelga de masas, como problema y como fenómeno de la lucha de clases, es dar pruebas de un espíritu tan estrecho y limitado como el que se manifiesta en la resolución del Congreso de Colonia[9]. En la resolución del congreso de Jena, la socialdemocracia alemana ha levantado acta oficialmente de la profunda transformación lograda por la revolución rusa en lo que respecta a las condiciones internacionales de la lucha de clases, manifestando su capacidad de desarrollo revolucionario y de adaptación a las nuevas exigencias de la fase futura de la lucha de clases. En esto reside la importancia de la resolución de Jena. Por lo que respecta a la utilización práctica de la huelga de masas en Alemania, la historia decidirá sobre ello como lo hizo en Rusia; para la historia, la socialdemocracia y sus resoluciones constituyen un factor importante por cierto, pero, sólo un factor entre muchos.

III      Desarrollo del movimiento de huelga de masas en Rusia

La huelga de masas, tal como aparece por lo general en las discusiones que se llevan a cabo actualmente en Alemania, es un fenómeno aislado muy claro, simple de concebir y de precisas delimitaciones. Se habla exclusivamente de la huelga de masas políticas. Se piensa en una única insurrección grandiosa del proletariado industrial, desencadenada con ocasión de un hecho político de gran importancia, sobre la base de un acuerdo recíproco entre las direcciones de los partidos y de los sindicatos, y que, dirigida ordenada y disciplinadamente, cesa en el más perfecto orden ante una consigna dada en el momento oportuno por los centros dirigentes. Deberá también determinarse previamente con toda exactitud el apoyo que hay que otorgar y los gastos y víctimas que ocasionará, en una palabra, todo el balance material de la huelga de masas.

Si comparamos ese esquema teórico con la verdadera huelga de masas, tal como se presenta en Rusia desde hace cinco años, hemos de reconocer que la concepción en torno a la cual gira la discusión en Alemania no se corresponde a casi ninguna de las muchas huelgas de masas que han tenido lugar, y que, además, las huelgas de masas en Rusia presentan una multiplicidad tal de variaciones que resulta completamente imposible hablar de “la” huelga de masas, de una huelga de masas esquemática y abstracta. Todos los momentos de la huelga de masas, así como su carácter, no son solamente distintos en las diversas ciudades y regiones del imperio, sino que, sobre todo, su carácter general ha cambiado varias veces en el curso de la revolución. Las huelgas de masas han pasado en Rusia por una determinada evolución histórica, que aún continúa. Quien pretenda hablar de la huelga de masas en Rusia, deberá, ante todo, tener presente su historia.

El período actual, oficial, por así decirlo, de la revolución rusa se considera que empieza, y con razón, con la insurrección del proletariado de San Petersburgo del 22 de enero de 1905, con la manifestación de 200.000 obreros, delante del palacio de los zares, que acabó en una terrible masacre. La sangrienta hecatombe de San Petersburgo fue, como es sabido, la señal que desencadenó la primera serie de huelgas de masas, que se extendieron en pocos días por toda Rusia, llevando el llamamiento revolucionario desde San Petersburgo a todos los rincones del imperio y a las más amplias capas del proletariado. Pero la insurrección de San Petersburgo del 22 de enero fue sólo el punto culminante de una huelga de masas que con anterioridad había puesto en movimiento el proletariado de la capital zarista en enero de 1905. Sin duda alguna, esa huelga de enero en San Petersburgo fue la consecuencia inmediata de la gigantesca huelga general que había estallado poco antes, en diciembre de 1904, en el Cáucaso (Bakú), y que mantuvo a Rusia a la expectativa durante mucho tiempo. Los acontecimientos de diciembre acaecidos en Bakú, fueron, por su parte, sólo un último y poderoso eco de las grandes huelgas que, semejantes a periódicos temblores de tierra, sacudieron, entre 1903 y 1904, todo el sur de Rusia, y cuyo prólogo fue la huelga de Batum, en el Cáucaso, en marzo de 1902. Y en la cadena de erupciones revolucionarias actuales, esta primera serie de huelgas está alejada, a fin de cuentas, sólo en cinco o seis años de la huelga general de los obreros textiles de San Petersburgo en 1896-97; y si bien parece que algunos años de aparente tranquilidad y de severa reacción separan al movimiento de entonces de la revolución de hoy, basta con conocer un poco la evolución política interna del proletariado ruso hasta el actual estado de su conciencia de clase y de su energía revolucionaria, para remontar la historia del actual período de las luchas de masas a las huelgas generales de San Petersburgo. Estas revisten una gran importancia para nuestro problema, ya que contienen en germen todos los elementos principales de las huelgas de masas ulteriores.

En primer lugar, la huelga general de 1896 en San Petersburgo aparece como una lucha reivindicativa parcial, con objetivos puramente económicos. Sus causas fueron las condiciones insoportables de trabajo de los hilanderos y los tejedores de San Petersburgo: jornadas de trabajo de trece, catorce y quince horas, miserables salarios a destajo, y un muestrario completo de las más infames vejaciones patronales. No obstante, los obreros textiles soportaron durante mucho tiempo esta situación, hasta que un incidente, mínimo en apariencia, provocó el desbordamiento. En mayo de 1896, se celebró la coronación —que había sido postergada durante dos años por miedo a los revolucionarios— del actual zar Nicolás II, y con este motivo, los empresarios de San Petersburgo manifestaron su celo patriótico imponiéndole a sus obreros tres días de vacaciones forzosas, pero, cosa notable, negándose a pagar los jornales de esos días. Los obreros textiles, exasperados por esa medida, se pusieron en movimiento. Después de una asamblea en el jardín de Iekaterinov, en el que participaron alrededor de trescientos de los obreros más preparados, se decidió ir a la huelga y se formularon además las reivindicaciones siguientes: 1) pago de los salarios correspondientes a los días de la coronación; 2) jornada de trabajo de diez horas y media; 3) aumento de los jornales a destajo. Esto ocurría el 24 de mayo. Una semana después todas las fábricas de tejidos y todas las hilanderías estaban cerradas y 40.000 obreros declaraban la huelga general. Hoy, este acontecimiento, comparado con las vastas huelgas de la revolución, puede parecer una insignificancia, pero, dentro del clima de estancamiento político que caracterizaba a la Rusia de entonces, una huelga general era algo inaudito, era en sí toda una revolución en pequeño. A continuación se desató la represión más brutal; alrededor de un millón de obreros fueron detenidos y enviados a sus lugares de origen, la huelga general fue aplastada.

Así podemos observar todas las características fundamentales de las futuras huelgas de masas. El motivo inmediato del movimiento fue completamente casual y hasta secundario, su irrupción fue espontánea; pero, por la forma en que se produjo el movimiento se manifestaron los frutos de una agitación de varios años por parte de la socialdemocracia; en el curso de la huelga general fueron los agitadores socialdemócratas los que estuvieron a la cabeza del movimiento, dirigiéndolo y llevando a cabo una intensa propaganda revolucionaria. Además: la huelga era, vista desde fuera, una simple lucha económica salarial, y sólo la actitud del gobierno, así como la agitación de la socialdemocracia, hicieron de ella un fenómeno político de primera categoría. Y finalmente: la huelga fue aplastada, los obreros sufrieron una “derrota”, pero, ya en enero del siguiente año, en 1897, los obreros de la industria textil de San Petersburgo repetían una vez más la huelga general y lograban esta vez un extraordinario éxito: la instauración por vía legal de la jornada de once horas y media en toda Rusia. Pero hubo un resultado aún más importante: desde aquella primera huelga general de 1896, que fue emprendida sin asomo siquiera de organización obrera y de fondos de huelga, comienza poco a poco en la Rusia propiamente dicha una intensa lucha sindical que se extiende muy pronto desde San Petersburgo hacia el resto del país, y abre perspectivas totalmente nuevas a la propaganda y a la organización de la socialdemocracia. De este modo, un trabajo invisible de topo preparaba, en el aparente silencio sepulcral de los años que siguieron, la revolución proletaria.

La explosión de la huelga del Cáucaso, en marzo de 1902, fue aparentemente tan casual y tan determinada por aspectos parciales puramente económicos —aunque distintos— como la de 1896. Estaba vinculada con la gran crisis industrial y comercial que precedió en Rusia a la guerra ruso japonesa y fue el factor decisivo en el comienzo de la efervescencia revolucionaria. La crisis provocó un enorme desempleo, que alimentó la agitación revolucionaria entre las masas proletarias, por lo que el gobierno emprendió también la tarea de trasladar progresivamente las “manos sobrantes” a sus lugares de origen para tranquilizar a la clase obrera. Precisamente una medida de este tipo, que debía afectar a unos cuatrocientos obreros petroleros, provocó en Batum una protesta masiva, que condujo a manifestaciones, detenciones, a una masacre y, finalmente, a un proceso político durante el cual la lucha por las reivindicaciones parciales y puramente económicas adquirió el carácter de un acontecimiento político y revolucionario. La repercusión de esta huelga de Batum, aplastada y “sin resultados”, se reflejó en una serie de manifestaciones revolucionarias de masas por parte de los obreros de Nizhni-Novgorod, de Sarátov, y de otras ciudades, es decir, un vigoroso impulso a la oleada general del movimiento revolucionario.

Ya en noviembre de 1902 se producía el primer eco auténticamente revolucionario, encarnado en la huelga general de Rostov del Don. Este movimiento fue desencadenado a causa de diferencias salariales en los talleres del ferrocarril de Vladicáucaso. La administración quiso reducir los salarios, y el comité socialdemócrata del Don publicó un manifiesto llamando a la huelga y planteando las siguientes reivindicaciones: jornada de nueve horas, aumento de salarios, supresión de los castigos, despido de los ingenieros impopulares, etc. Todos los talleres de ferrocarril entraron en huelga. Pronto se les sumaron todas las demás profesiones, y de repente imperaba en Rostov una situación sin precedentes: paro general de la industria, todos los días se celebraban al aire libre grandes mítines en los que participaban de 15.000 a 20.000 obreros, rodeados a veces por un cordón de cosacos, y por primera vez se presentaron en público oradores socialdemócratas, que pronunciaban ardientes discursos sobre el socialismo y las libertades políticas y que eran aclamados con increíble entusiasmo; los llamamientos revolucionarios eran difundidos en decenas de miles de ejemplares. En medio de la rígida Rusia absolutista, el proletariado de Rostov conquistaba por vez primera, en el fuego de la acción, el derecho de reunión y libertad de expresión. La represión sangrienta no se hizo esperar. Los conflictos salariales de los talleres del ferrocarril de Vladicáucaso se habían convertido, en pocos días, en una huelga general política, y en lucha popular revolucionaria. A esta huelga siguió inmediatamente una huelga general en la estación de Tijoretzkaia, de la misma línea del ferrocarril. También aquí se produjo una masacre, luego un, proceso, y Tijoretzkaia vino a ocupar igualmente su puesto en la ininterrumpida cadena de los episodios revolucionarios.

La primavera de 1903 dio respuesta a las derrotas sufridas en las huelgas de Rostov y Tijoretzkaia: todo el sur de Rusia ardió en los meses de mayo, jumo y julio. Bakú, Tiflis, Batum, Jelisavetgrad, Odesa, Kiev, Nikolaiev, Iekaterinoslav proclamaron la huelga general en el más estricto sentido literal. Pero tampoco aquí surge el movimiento de acuerdo a un plan preconcebido por un centro, sino que confluye a partir de puntos diversos, en cada uno de ellos por diversos motivos y con otras formas. Bakú abre la marcha con varias luchas salariales parciales en distintas fábricas y ramos industriales que desembocan finalmente en una huelga general. En Tiflis comienzan la huelga 2.000 empleados de comercio, en protesta por r una jornada laboral que se iniciaba a las seis de la mañana hasta las once de la noche; el 4 de julio, alrededor de las 8 de la tarde, abandonaron las tiendas y desfilaron en manifestación a través de la ciudad, para obligar a los comerciantes a cerrar. La victoria fue completa: los empleados de comercio consiguieron una jornada laboral desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la tarde; el movimiento se extendió inmediatamente a todas las fábricas, los talleres y las oficinas. Los diarios dejaron de aparecer, los tranvías circulaban con protección militar. En Ielisavetgrad comienza la huelga el 10 de julio en todas las fábricas, por motivos puramente económicos. Las reivindicaciones que se plantean son aceptadas en su mayoría, y el 14 de julio cesa la huelga. Pero dos semanas después vuelve a estallar; esta vez son los panaderos quienes dan la consigna, les siguen los canteros, los carpinteros, los tintoreros, los molineros, y finalmente, los obreros de todas las fábricas. En Odesa se inicia el movimiento con una lucha salarial en la que se ve implicada la asociación obrera “legal”, fundada por agentes gubernamentales, según el programa del célebre policía Zubátov[10]. La dialéctica histórica ha aprovechado de nuevo la oportunidad para hacer una de sus más hermosas y pérfidas jugarretas; las luchas económicas del período precedente —entre otras, la gran huelga general de San Petersburgo en 1896— habían llevado a la socialdemocracia rusa a exagerar lo que se había dado en llamar “economismo”, preparando por ese lado a la clase obrera para aceptar las actividades demagógicas de Zubátov; pero, algo más tarde, la gran corriente revolucionaria hizo virar el esquife que navegaba bajo falsa bandera y lo obligó a ponerse a la cabeza de la flotilla proletaria revolucionaria. Las asociaciones de Zubátov dieron la consigna, en la primavera de 1904, para la gran huelga general en Odesa, como la dieron en 1905 para la huelga general de San Petersburgo. Los trabajadores de Odesa, que habían sido mantenidos hasta entonces en la ilusión de la benevolencia del gobierno hacia ellos y de sus simpatías por una lucha puramente económica, quisieron de repente hacer la prueba y obligaron a la “asociación obrera” de Zubátov a proclamar la huelga en una fábrica con objetivos reivindicativos modestos. El patrón los echó a la calle, y, cuando reclamaron al jefe de la asociación el apoyo gubernamental prometido, este personaje se escabulló, dejando a os obreros en una desenfrenada efervescencia. Los socialdemócratas se pusieron inmediatamente a la cabeza, y el movimiento huelguístico se extendió a otras fábricas. El 1 de julio se ponen en huelga 2.500 ferroviarios; el 4 de julio se declaran en huelga los obreros portuarios, que reclaman un aumento de salarios de 80 kopeks a 2 rublos y una reducción de media hora en la jornada de trabajo. El 6 de julio se unen los marinos al movimiento. El 13 de julio comienza la huelga del personal tranviario. Se celebra entonces una asamblea de todos los huelguistas, de 7.000 a 8.000 personas; se forma una manifestación, que va de fábrica en fábrica y que crece como una avalancha hasta contar con una masa de 40.000 a 50.000 personas, que se dirige al puerto con el fin de paralizar todo trabajo. Pronto la huelga general sería en toda la ciudad. En Kiev comienza la huelga e1 21 de julio en los talleres del ferrocarril. También aquí son las miserables condiciones de trabajo las que originan directamente el paro; se plantean reivindicaciones salariales. A1 día siguiente, las fundiciones siguen el ejemplo. El 23 de julio se produce un incidente, que da la señal para la huelga general. Durante la noche son detenidos dos delegados de los ferroviarios; los huelguistas reclaman su libertad inmediata, y, ante la negativa, deciden que los trenes no salgan de la ciudad. En la estación, todos los huelguistas se sientan sobre los rieles, con sus mujeres y sus hijos: una verdadera marea humana. Se disparan salvas para amenazarlos. Los obreros desnudan sus pechos y gritan: “¡Tirad!” Una descarga cae sobre la indefensa masa sentada; de treinta a cuarenta cadáveres, entre ellos mujeres y niños, quedan sobre el lugar como testigos. Ante esta noticia, Kiev se pone en huelga el mismo día. Los cadáveres de las víctimas son alzados por la multitud, que se los lleva en impresionante cortejo. Reuniones, discursos, detenciones, combates aislados por las calles: Kiev está en plena revolución. El movimiento acaba rápidamente; pero los tipógrafos han conseguido una reducción de una hora de trabajo y un aumento de un rublo en el salario; en una fábrica de porcelana se implanta la jornada de ocho horas; los talleres del ferrocarril se cierran por decisión ministerial; los obreros de otras ramas prosiguen huelgas parciales por sus reivindicaciones. Bajo la directa impresión de las noticias que llegan de Odesa, Bakú, Batum y Tiflis, estalla la huelga general en Nicolaiev, a pesar de la oposición del comité socialdemócrata, que quería retrasar el estallido del movimiento hasta el momento en que la tropa hubiera salido de la ciudad para hacer sus maniobras. Las masas no se dejan frenar; una fábrica se pone en movimiento; los huelguistas van de taller en taller; la resistencia de la tropa no hace más que echarle aceite al fuego. Inmediatamente se forman enormes manifestaciones que, al son de canciones revolucionarias, arrastran a todos los obreros, empleados, personal tranviario, hombres y mujeres. El paro es total. En Jekaterinoslav los panaderos inician la huelga el 5 de agosto; el 7 son los obreros de s talleres del ferrocarril; después todas las demás fábricas; e18 de agosto cesa la circulación de tranvías, los periódicos dejan de aparecer. Así se formó la grandiosa huelga general que conmovió al sur de Rusia durante el verano de 1903. Miles de pequeños canales de luchas económicas aisladas y “casuales” incidentes confluyen rápidamente para convertirse en un inmenso mar, que transforma todo el sur del imperio zarista, durante unas semanas, en una extraña república obrera revolucionaria. “Abrazos fraternales, gritos de entusiasmo y de arrebato, cantos de libertad, ale gres risas, humor y dicha delirante es lo que se percibía en esta multitud de personas que paseaban por la ciudad desde la mañana a la noche. Reinaba una atmósfera de euforia; casi se podía creer que comenzaba sobre la tierra una vida nueva y mejor. Un emocionante espectáculo, idílico y conmovedor al mismo tiempo…” Así escribía en aquellos días el corresponsal de Osvobozdenie[11], órgano liberal del señor Peter von Struve.

A1 comenzar el año 1904, el inicio de la guerra provocó durante un tiempo la interrupción del movimiento huelguístico de masas.

En primer lugar, se extendió por el país una turbia ola de manifestaciones “patrióticas” organizadas por la policía. El chauvinismo zarista oficial empezó por sacrificar la sociedad burguesa “liberal”. Pero pronto ocupó de nuevo la socialdemocracia el campo de batalla; a las manifestaciones policiales del lumpenproletariado patriótico se contrapusieron manifestaciones obreras revolucionarias. Finalmente, las bochornosas derrotas del ejército zarista despiertan a la sociedad liberal de su letargo; comienza la era de los congresos, banquetes, discursos, impresos y manifiestos liberales y democráticos. El absolutismo, aplastado temporalmente por la vergüenza de la derrota, deja actuar, en medio de la confusión, a estos señores, que ya ven abrirse ante ellos el paraíso de la celestial música liberal. Durante medio año ocupa el liberalismo la primera fila de la escena política; el proletariado se sume en las tinieblas. Después de una larga depresión, el absolutismo levanta de nuevo cabeza, la camarilla concentra nuevas fuerzas; basta una buena patada, asestada por bota cosaca, para enviar a los liberales a su guarida en el mes de diciembre. Los banquetes, discursos y congresos son prohibidos, considerados como una “insolente pretensión”, y el liberalismo se encuentra de repente sin saber qué hacer. Pero, precisamente allí donde al liberalismo se le ha acabado la cuerda comienza la acción del proletariado. En diciembre de 1904, estalla la gigantesca huelga de Bakú, provocada por el desempleo: la clase obrera entra de nuevo en el campo de batalla. Cuando se prohíbe y enmudece la palabra, comienza de nuevo la acción. En plena huelga general, la socialdemocracia dominó enteramente la situación durante varias semanas, y los singulares acontecimientos de diciembre en el Cáucaso hubieran despertado una enorme atención si no hubieran sido desbordados rápidamente por la marea ascendente de la revolución que ellos mismos habían incitado. No habían llegado todavía a todos los rincones del imperio las fabulosas y confusas noticias sobre la huelga general de Bakú, cuando, en enero de 1905, estalla la huelga general de San Petersburgo.

Como es sabido, también aquí fue mínimo el pretexto que desencadenó el movimiento. Dos obreros de las canteras de Putilov fueron despedidos porque pertenecían a la asociación legal de Zubátov. Esta medida provocó el 16 de enero un movimiento de solidaridad que abarcó a 12.000 obreros de estas canteras. Con motivo de la huelga, los socialdemócratas desplegaron una activa agitación por la ampliación de las reivindicaciones, planteando las siguientes exigencias: jornada de ocho horas, derecho de asociación, libertad de expresión y de prensa, etc. La efervescencia revolucionaria de los obreros de Putilov se extendió rápidamente a otras fábricas, y, algunos días después, se declaraban en huelga 140.000 obreros. Deliberaciones en común y tormentosas discusiones condujeron a la redacción de la carta magna proletaria de las libertades burguesas, en la que se menciona como primera reivindicación la jornada de ocho horas, en cuyo apoyo 200.000 obreros, conducidos por el sacerdote Gapón[12], marcharon el 22 de enero ante el palacio del zar. El conflicto suscitado por el despido de los dos obreros de las canteras de Putilov se convirtió en el curso de una semana en el prólogo de la más poderosa revolución de los tiempos modernos.

Los acontecimientos que siguieron son conocidos: la sangrienta represión de San Petersburgo daba lugar, en enero y febrero, en todos los centros industriales y ciudades de Rusia, de Polonia, de Lituania, de las provincias bálticas, del Cáucaso, de Siberia, de norte a sur y de este a oeste, a gigantescas huelgas de masas y a huelgas generales. Pero, si se examinan las cosas más de cerca, se verá que las huelgas de masas adoptan formas diferentes a las del período precedente. Esta vez son las organizaciones socialdemócratas las que se adelantan en todas partes con sus llamamientos; por doquier se señala como motivo y objetivo de la huelga general solidaridad revolucionaria con el proletariado de San Petersburgo; por doquier encontramos al mismo tiempo manifestaciones, discursos y enfrentamientos con los militares. Sin embargo, tampoco aquí se puede hablar de plan previo ni de acción organizada, porque los llamamientos de los partidos seguían di difícilmente los levantamientos espontáneos de masas; los dirigentes apenas tenían tiempo para formular consignas para la masa proletaria lanzada al asalto. Además: las huelgas de masas y las huelgas generales anteriores habían tenido su origen en la convergencia de las reivindicaciones salariales parciales, que, en la atmósfera general de la situación revolucionaria y bajo el impulso de la propaganda socialdemócrata, se convertían rápidamente en manifestaciones políticas; el aspecto económico y la dispersión sindical eran su punto de partida, la acción coordinada de clase y la dirección política constituían su resultado final. Ahora el movimiento es inverso. Las huelgas generales de enero y febrero irrumpen ya como acción unitaria revolucionaria dirigida por la socialdemocracia; y esta acción se descompuso rápidamente en una infinita serie de huelgas locales, parciales, y económicas en diversas regiones, ciudades, ramas económicas y fábricas. Toda la primavera del año de 1905, hasta bien entrado el verano, ve surgir en todo este imperio gigantesco una incansable lucha económica de casi todo el proletariado en contra del capital, lucha esta que se extiende hacia arriba hasta las profesiones liberales y pequeñoburguesas —empleados del comercio y de la banca, ingenieros, actores, artistas— y que penetra hacia abajo hasta las capas de los criados y el funcionariado subalterno de la policía, incluso hasta las capas del subproletariado, desplazándose, al mismo tiempo, de la ciudad al campo y golpeando a las puertas de los cuarteles.

Ahí tenemos un cuadro gigantesco y variado de la contienda general entre el trabajo y el capital, que refleja toda la complejidad del organismo social y de la conciencia política de cada clase y de cada región, y en donde vemos desarrollarse toda la gama de conflictos que van desde la lucha sindical llevada adelante con disciplina por las tropas elegidas de un bien entrenado proletariado industrial, hasta las explosiones anárquicas de rebelión por parte de un puñado de obreros del campo y el confuso levantamiento de una guarnición militar, desde la revuelta distinguida y discreta, en puños de camisa y cuello duro, en el mostrador de un banco, hasta las protestas tan tímidas como audaces pronunciadas por policías descontentos, reunidos secretamente en algún ennegrecido, oscuro y sucio retén de la policía.

Según la teoría de los amantes de las “ordenadas y bien disciplinadas” batallas, concebidas de acuerdo a plan y esquema fijo, especialmente según la de aquellos que pretenden saber siempre mejor y desde lejos cómo “se hubieran debido hacer las cosas”, fue un “grave error” el diluir la gran acción de huelga general política de enero de 1905 en una infinidad de luchas por reivindicaciones económicas, que “paralizó” aquella acción, convirtiéndola en “humo de pajas”. Incluso el partido socialdemócrata ruso —que cooperó ciertamente con la revolución, pero que no la “hizo”, y que debió aprender sus leyes durante su propio desarrollo— se encontró, en un primer momento, desorientado por el reflujo, aparentemente estéril, de la primera marea de huelgas generales. No obstante, la historia, que había cometido este “grave error”, sin preocuparse de los razonamientos de los que hacían de maestros de escuela sin que nadie se lo pidiera, realizaba con ello un trabajo revolucionario gigantesco, tan inevitable como incalculable en sus consecuencias.

El repentino levantamiento general del proletariado en enero, desencadenado por los acontecimientos de San Petersburgo, representaba, en su aspecto exterior, una declaración de guerra al absolutismo. Esta primera lucha general y directa de clases desencadenó una reacción tanto más poderosa en el interior por cuanto despertaba, por primera vez y como por una sacudida eléctrica, el sentimiento y la conciencia de clase en millones y millones de hombres. Y este despertar de la conciencia de clase se manifestó inmediatamente en el hecho de que una masa de millones de proletarios descubría repentinamente, con terrible agudeza, el carácter insoportable de la existencia social y económica que había estado sufriendo pacientemente desde decenios bajo el yugo del capitalismo. Comenzó inmediatamente un levantamiento general y espontáneo para romper estas cadenas. Todos los infinitos sufrimientos del proletariado moderno reavivan viejas heridas sangrantes. Se lucha por la jornada de ocho horas, contra el trabajo a destajo; se “transporta” en carretillas, metidos en sacos a los brutales capataces; en otro lugar se combate el infame sistema de las multas; por doquier se lucha por mejores salarios, aquí y allá, por la supresión del trabajo a domicilio. Profesiones anacrónicas y degradadas en las grandes ciudades, las pequeñas ciudades de provincias, sumidas hasta entonces en idílico sueño; la aldea con su sistema de propiedad heredado de la servidumbre; todo esto vuelve en sí súbitamente, conmovido por el rayo de enero, toma conciencia de sus derechos y busca febrilmente recobrar el tiempo perdido. En este caso, la lucha económica no fue, en realidad, una dispersión, un desmembramiento de la acción, sino simplemente un cambio de frente, un viraje repentino y natural en la primera batalla general contra el absolutismo, que pasa a ser un ajuste de cuentas con el capital, que, por su carácter, adopta la forma de luchas salariales, dispersas y aisladas. La acción de clase política no se interrumpió en enero por la dispersión de la huelga general en huelgas económicas, sino a la inversa: una vez agotado el contenido posible de la acción política, considerando la situación dada y la fase en que se encontraba la revolución, ésta se dividió, o mejor, se transformó en acción económica.

Efectivamente: ¿qué más podía alcanzar la huelga general de enero? Había que ser un inconsciente para esperar que el absolutismo fuera abatido de golpe por una sola huelga general “prolongada” según el modelo anarquista. El absolutismo deberá ser derrotado en Rusia por el proletariado. Pero el proletariado necesita para ello un alto nivel de educación política, de conciencia de clase y de organización. No puede aprender todo esto en los folletos y en los panfletos, sino que esta educación ha de ser adquirida en la escuela política viva, en la lucha y por la lucha, en el curso de la revolución en marcha. Además, el absolutismo no puede ser derrocado en cualquier momento simplemente mediante una dosis suficiente de “esfuerzo” y “perseverancia”. La caída del absolutismo es sólo un signo exterior de la evolución social interna y de las clases en la sociedad rusa. Antes de que el absolutismo pueda ser derrocado, y para que pueda serlo, debe configurarse en su interior la futura Rusia burguesa, resultado de su moderna división de clases. Esto implica la diversificación de las diferentes capas sociales y de sus intereses, la constitución no sólo del partido proletario revolucionario, sino también de los partidos liberales, radical, pequeñoburgués, conservador y reaccionario; esto exige la toma de conciencia, el autoconocimiento y la conciencia de clase no sólo de las capas populares, sino también de las capas burguesas. Pero éstas sólo pueden constituirse y madurar en el curso de la lucha revolucionaria, en la escuela viva de los acontecimientos; en la confrontación con el proletariado y entre sí mismas, en su roce continuo y recíproco. Esta división y esta maduración de las clases de la sociedad burguesa, así como su acción en la lucha contra el absolutismo, son a la vez entorpecidas y dificultadas, por una parte, estimuladas y aceleradas, por otra, por el papel dominante del proletariado y por su acción de clase. Las diversas corrientes subterráneas del proletariado revolucionario se entrecruzan, se obstaculizan entre sí, agudizando las contradicciones internas de la revolución; todo esto significa la aceleración y potenciación de sus violentas explosiones.

Este problema tan simple, tan poco complejo y tan puramente mecánico en apariencia, el derrocamiento del absolutismo, exige todo un proceso social muy largo, un socavamiento total de la base social, a través del cual lo más bajo suba y lo más alto, por el contrario baje; exige que el “orden” aparente sea convertido en caos, y que del aparente caos “anarquista” sea creado un nuevo orden. Pues bien, en este proceso de transformación de las estructuras sociales de la antigua Rusia desempeñaron un papel irreemplazable no sólo el rayo de la huelga general de enero, sino, mucho más aún, la gran tormenta de las huelgas económicas en la primavera y el verano siguientes. La batalla general y encarnizada del obrero asalariado contra el capital ha contribuido, en igual medida, tanto a la delimitación recíproca de las diversas capas populares y de las capas burguesas, como a la formación de una conciencia de clase en el proletariado revolucionario y en la burguesía liberal y conservadora. Y si en las ciudades las luchas salariales contribuyeron a la formación del gran partido monárquico de los industriales de Moscú, en el campo, la gran revuelta de Livonia significó la rápida liquidación del famoso liberalismo aristócrata y agrario de los zemstvos[13].

Al mismo tiempo, el período de las luchas económicas de la primavera y el verano de 1905, gracias a la propaganda intensa de la socialdemocracia y de su dirección política, dio la oportunidad al proletariado urbano de hacer suyas a posteriori toda la gama de enseñanzas del prólogo de enero y de tomar conciencia de las tareas ulteriores de la revolución. En relación con esto aparece también otro resultado de carácter social duradero: una elevación general del nivel de vida del proletariado tanto en el plano económico, social coma intelectual. Casi todas las huelgas de la primavera de 1905 tuvieron un final victorioso. Baste citar aquí, a título de ejemplo elegido entre una enorme colección de hechos cuya amplitud aún no se puede medir, algunos datos sobre un par de huelgas importantes que tuvieron lugar en Varsovia, dirigidas por la socialdemocracia polaca y lituana. En las más grandes empresas metalúrgicas de Varsovia: Sociedad Anónima Lilpop, Rau y Loewenstein, Rudzki y Cía., Bormann, Schwede y Cía., Sociedad Anónima Conrad y Jarmuszkiewicz, Weber y Daehn, Gwizdziaski y Cía., Fábrica de alambres Wolanoski, Sociedad Anónima Gostynski y Cía., K. Brun e hijos, Fraget, Norblin, Werner, Buch. Kenneberg Hnos., Labor, Fábrica de lámparas Dittmar, Serkowski y Weszynski; en estas veintidós fábricas en total conquistaron los obreros, después de una huelga de 4 a 5 semanas (comenzada e1 25 y e1 26 de enero), la jornada de trabajo de nueve horas, así como un aumento de salarios del 15 al 25 por ciento y algunas mejoras de menor importancia. En los más grandes talleres de la industria de la madera en Varsovia, a saber: Karmanski, Damiecki, Cromel Szerbinski, Treuerowski, Horn, Bevensee, Tworkowski, Daab, Martens, diez en total, los huelguistas obtuvieron a partir del 23 de febrero la jornada de nueve horas; pero no se contentaron con esto y mantuvieron la exigencia de la jornada de ocho horas, lo que lograron una semana más tarde junto a un aumento salarial. Toda la industria de la construcción se declaró en huelga e1 27 de febrero reclamando, según la consigna de la socialdemocracia, la jornada de ocho horas, obteniendo el 11 de marzo la jornada de nueve horas, un aumento salarial para todas las categorías, el pago regular del salario por semana, etc. Los revocadores, los carpinteros, los talabarteros y los herreros obtuvieron a su vez la jornada de ocho horas sin reducción de salario. Los obreros de los talleres de teléfonos mantuvieron una huelga durante diez días y consiguieron la jornada de ocho horas y un aumento salarial del 10 al 15 por ciento. La gran Fábrica de tejidos de lino Hielle y Dietrich (10.000 obreros) logró, después de nueve semanas de huelga, una reducción de una hora en la jornada de trabajo y aumentos salariales del 5 al 10 por ciento. Y los mismos resultados, con infinitas variaciones, se dieron en todas las industrias de Varsovia, de Lodz y de Sosnovice.

En la Rusia propiamente dicha, la jornada de ocho horas fue conquistada: en diciembre de 1904, por algunas categorías de obreros petroleros de Bakú; en mayo de 1905, por los obreros azucareros del distrito de Kiev; en enero de 1905, en todas las imprentas de la ciudad de Samara (además de un aumento salarial en los destajos, así como la supresión de las multas); en febrero, en la fábrica de instrumentos de medicina militar, en una ebanistería y en la fábrica de municiones de San Petersburgo; en las minas de Vladivostok se introduce un sistema de trabajo por equipo de ocho horas; en marzo, en el taller mecánico de la impresora del Estado; en abril, por los herreros de la ciudad de Bodroujsk; en mayo, por los empleados de los tranvías eléctricos de Tiflis; igualmente en mayo se implanta la jornada de ocho horas y medra en la gran empresa de tejidos de lana de Morosov (al mismo tiempo que se suprimía el trabajo nocturno y que se aumentaban los salarios en un 8 por ciento); en junio, se introducía la jornada de ocho horas en varios molinos de aceite de San Petersburgo y de Moscú; en julio, la jornada de ocho horas y media por los herreros del puerto de San Petersburgo; y en noviembre, en todas las imprentas privadas de la ciudad de Orel (aumentando al mismo tiempo los salarios por hora en un 20 por ciento, y en un cien por cien, los salarios a destajo; se constituyó además un comité paritario de arbitraje).

La jornada de nueve horas en todos los talleres de ferrocarril (en febrero), en muchos talleres del ejército y de la marina, en la mayoría de las fábricas de Berdjansk, en todas las imprentas de Poltava y de Minsk; la jornada de nueve horas y media en los astilleros y en los talleres de mecánica y fundición de la ciudad de Nicolaiev; y en junio, después de una huelga general de los camareros de Varsovia, se implantó en la mayoría de los restaurantes y cafés (junto a un aumento salarial del 20 a1 40 por ciento y dos semanas de vacaciones al año).

La jornada de diez horas, en casi todas las fábricas de Lods, Sosnovice, Riga, Rovno, Reval, Dorpat, Minsk, Jarkov; para los panaderos de Odesa; en los talleres artesanales de Kichenev; en varias fábricas de sombreros de San Petersburgo; en las fábricas de fósforos de Rovno (junto a un aumento salarial del 10 por ciento), en todos los astilleros de la marina y para todos los obreros portuarios.

Los aumentos salariales son, por lo general, menos considerables que la reducción de la jornada de trabajo, pero no dejan de ser importantes; así, por ejemplo, en Varsovia, durante el mes de marzo de 1905, los talleres municipales fijaron un aumento salarial del 15 por ciento; en Ivanovo-Voznesensk, centro de la industria textil, los aumentos de salarios alcanzaron del 7 al 15 por ciento; en Rovno, el 75 por ciento de la población obrera se benefició de aumentos salariales. Se implantó un salario mínimo fijo en un cierto número de panaderías de Odesa; en los astilleros del Neva en San Petersburgo, etc.

Bien es verdad que esas concesiones fueron retiradas muchas veces en este o aquel lugar, pero esto dio motivo a nuevas luchas de revancha, más encarnizadas aún; y de esta forma, el período de huelgas de la primavera de 1905, se convirtió, por su parte, en el prólogo de una serie infinita de luchas reivindicativas, cada vez más amplias y entrelazadas, que perduran hasta el día de hoy. En los períodos de tranquilidad externa de la revolución, cuando los telegramas no comunican al mundo ninguna noticia sensacional del frente ruso y el lector de Europa occidental deja desilusionado el periódico de la mañana, al comprobar que “nada nuevo ha pasado” en Rusia, el trabajo de topo de la revolución prosigue sin tregua, día tras día, hora tras hora, en las profundidades del gran imperio. La incesante e intensa lucha económica, utilizando rápidos métodos de aceleración, impulsa el paso del capitalismo desde el estadio de acumulación primitiva, de la despilfarradora explotación patriarcal, al estadio de la más moderna civilización. Actualmente, el tiempo real de la jornada de trabajo en la industria rusa no sólo es menor que el fijado por la legislación fabril rusa, es decir: la jornada de once horas y media, sino que mejora las condiciones reales imperantes en Alemania. En la mayoría de las ramas de la gran industria rusa predomina hoy la jornada de diez horas, que en la legislación social alemana está considerada como un objetivo inalcanzable. Más aún, este anhelado “constitucionalismo industrial”, con el que tanto se sueña en Alemania, y en aras del cual, los partidarios de la táctica oportunista quisieran alejar de las tranquilas aguas del beatífico parlamentarismo a toda brisa algo fuerte, surge en Rusia, precisamente en plena tempestad revolucionaria, de la revolución, ¡junto con el “constitucionalismo” político! De hecho no se produjo únicamente una elevación general del nivel de vida, o más bien, del nivel cultural de la clase obrera. El nivel de vida material, como una forma duradera del bienestar, no tiene cabida en la revolución; plena de contradicciones y contrastes, produce, al mismo tiempo, sorprendentes victorias económicas y los actos de venganza más brutales del capital: hoy, la jornada de ocho horas; mañana, las detenciones en masa y el hambre para centenares de miles de personas. Lo más preciado, precisamente por ser lo duradero, en este brusco flujo y reflujo de la revolución es su sedimento intelectual: el impetuoso desarrollo intelectual y cultural del proletariado, que ofrece una garantía inquebrantable para su imparable avance ulterior tanto en las luchas económicas como en las políticas. Y no solamente esto. La relación entre el patrono y el obrero se invierte: desde la huella general de enero y las huelgas que siguieron en 1905, fue abolido de facto el principio del “patriarcado” capitalista. En las fábricas más grandes de todos los importantes centros industriales se implantó, como algo natural, la institución de los consejos de trabajadores, únicas instancias con las que el patrón negocia y que deciden sobre todos los conflictos. Y más aún: las huelgas aparentemente caóticas y la “desorganizada” acción revolucionaria que siguió a la huelga general de enero, se convirtieron en el punto de partida de un febril trabajo organizativo. Madame historia, entre risas, le hace burlonas muecas desde lejos a los que mantienen una celosa guardia a las puertas de la felicidad sindical alemana. Las sólidas organizaciones, concebidas como fortalezas inexpugnables y cuya existencia hay que asegurar antes de soñar siquiera con acometer una hipotética huelga de masas en Alemania, surgen en Rusia, por el contrario, de la misma huelga de masas. Y mientras que los guardianes de los sindicatos alemanes temen, sobre todo, que las organizaciones estallen, como preciosa porcelana, en mil pedazos en el torbellino revolucionario, la revolución rusa nos muestra la imagen invertida: del torbellino y de la tempestad, del fuego y las ascuas de la huelga de masas, de las luchas callejeras surgen, como Venus, de la espuma del mar, nuevos, jóvenes, vigorosos y ardientes… los sindicatos.

Damos de nuevo un pequeño ejemplo, típico, sin embargo, de todo el imperio. En la segunda conferencia de los sindicatos de Rusia, celebrada a fines de febrero de 1906 en San Petersburgo, dijo el representante de los sindicatos de San Petersburgo, en su informe sobre el desarrollo de las organizaciones sindicales de la capital zarista, lo siguiente:

“El 22 de enero de 1905, fecha en que se barre a la asociación de Gapón, configuró una etapa nueva. En el curso mismo de los acontecimientos, la masa de obreros aprendió a valorar la importancia de la organización y comprendió que puede crear por sí sola las organizaciones que necesita. En relación directa con el movimiento de enero, surgió en San Petersburgo, el primer sindicato: el de los impresores. La comisión elegida para elaborar las tarifas redactó los estatutos, y el 19 de junio inició el sindicato su existencia. Casi al mismo tiempo nació el sindicato de los oficinistas y tenedores de libros. Junto a estas organizaciones, que existen casi abiertamente (legalmente), aparecieron entre enero y octubre de 1905 sindicatos semilegales y clandestinos. Entre los primeros se encuentran, por ejemplo, el de los empleados de farmacia y el de los empleados de comercio. Entre los sindicatos legales hay que destacar la asociación de relojeros, cuya primera sesión ilegal se celebró el 24 de abril. Todos los intentos que se hicieron para convocar una asamblea general política fracasaron ante la obstinada oposición de la policía y de los patronos representados por la cámara de comercio. Este fracaso no impidió la existencia del sindicato. Celebró asambleas secretas el 9 de junio y el 14 de agosto, sin contar las sesiones de su presidencia. El sindicato de sastres y costureras fue fundado en la primavera de 1905, en una asamblea que se celebró en el campo y a la que asistieron 70 sastres. Después de haber discutido la cuestión de la fundación del sindicato, se eligió intentos comisión encargada de redactar los estatutos. Todos los intentos de la comisión por asegurarle al sindicato una existencia legal fracasaron, y su actividad se limitó a la labor de agitación y al reclutamiento de miembros en los diversos talleres. Un destino parecido sufrió el sindicato de los zapateros. En julio fue convocada una reunión secreta por la noche, en un bosque fuera de la ciudad. Se reunieron más de cien zapateros; se presentó un informe sobre la importancia de los sindicatos, sobre su historia en Europa occidental y su misión en Rusia. Inmediatamente se decidió fundar un sindicato y fue elegida una comisión de doce miembros encargada de redactar los estatutos y de convocar una asamblea general de zapateros. Los estatutos fueron redactados, pero hasta la fecha no ha sido posible imprimirlos, como tampoco convocar la Asamblea general.”

El comienzo fue muy difícil. Luego vinieron las jornadas de octubre, la segunda huelga general, el manifiesto del zar del 30 de octubre y el breve “período constitucional”[14]. Los obreros enardecidos se arrojaron en la marea de las libertades políticas para utilizarlas inmediatamente en su obra organizativa. Junto a las asambleas políticas cotidianas, los debates y la fundación de asociaciones, se emprendió la tarea de organizar sindicatos. Entre octubre y noviembre aparecieron en San Petersburgo cuarenta nuevos sindicatos. Pronto se constituyó un “comité central”, es decir, una unión de sindicatos; aparecieron varios periódicos sindicales, e incluso, a partir de noviembre, un órgano central: El Sindicato.

Lo que hemos expuesto anteriormente sobre San Petersburgo, es también válido, en líneas generales, para Moscú y Odesa, Kiev y Nicolaiev, Sarátov y Voronezh, Samara y Nizhni-Novgorod, para todas las grandes ciudades de Rusia, y, en mayor grado todavía, para Polonia. Los sindicatos de las diversas ciudades toman contacto entre sí, celebran conferencias. El fin del “período constitucional” y el retorno a la reacción, en diciembre de 1905, puso término temporalmente a la amplia actividad pública de los sindicatos, pero no los extinguió. Siguieron actuando secretamente como organización y mantuvieron, al mismo tiempo, abiertamente las luchas salariales. Se configuró una peculiar mezcolanza de actividad sindical legal e ilegal, que correspondía a una situación revolucionaria plena de contradicciones. Pero, aún en medio de la lucha, el trabajo organizativo continuó en profundidad y hasta con pedantería. Los sindicatos de las organizaciones socialdemócratas de Polonia y Lituania; por ejemplo, que en el último congreso del partido (en julio de 1906) habían estado representados por cinco delegados de los 10.000 miembros, estaban provistos de estatutos regulares, carnés de militante, etc. Y los mismos panaderos y zapateros, metalúrgicos y tipógrafos de Varsovia y de Lodz, que en junio de 1905 habían estado en las barricadas y que en diciembre sólo esperaban una consigna de San Petersburgo para lanzarse a la calle, encontraron el tiempo necesario, la calma y la santa paciencia, entre una huelga de masas y otra, entre la prisión y la cárcel y bajo el estado de sitio, para discutir profunda y atentamente los estatutos de sus sindicatos.

Más aún, los que se batían ayer y que se batirán mañana en las barricadas criticaban acaloradamente a sus dirigentes, en las reuniones, amenazándoles con salirse del partido porque no habían podido imprimir con la suficiente rapidez —en imprentas clandestinas y bajo la incesante persecución policial— los simples carnés de afiliación. Este entusiasmo y esta seriedad perduran hasta el día de hoy. En el curso de las dos primeras semanas de julio de 1906, por ejemplo, se fundaron quince nuevos sindicatos en Iekaterinoslav, seis en Kostroma, y otros en Kiev, Poltava, Smolensk, Tcherkassy, Proskurov y hasta en los más apartados rincones provinciales. En la sesión celebrada por la Unión Sindical moscovita el 4 de junio de 1906, después de haber escuchado los informes de los delegados sindicales, se decidió lo siguiente: “Que los sindicatos velarán por la disciplina de sus miembros y los mantendrán alejados de los disturbios callejeros, porque la situación actual se considera desfavorable para la huelga de masas. Teniendo en cuenta las posibles provocaciones del gobierno, cuidarán de que las masas no desborden la calle. Finalmente decidió la unión que en el momento en que un sindicato mantiene una huelga, los demás sindicatos no llevarán a cabo luchas salariales.” La mayor parte de las luchas económicas son dirigidas por los sindicatosc.

De esta manera, la gran lucha económica que, partiendo de la huelga general de enero, prosigue hasta nuestros días, constituye un amplio trasfondo de la revolución, de donde surgen repetidas explosiones parciales del proletariado aquí y allí, o grandes acciones generalizadas en incesante intercambio con la agitación política y los acontecimientos externos de la revolución. Así emergen de este trasfondo, sucesivamente: en mayo de 1905, con motivo de la fiesta del Primero de Mayo, una huelga general total sin precedentes en Varsovia acompañada de una manifestación de masas totalmente pacífica, que termina en un encuentro sangriento entre la indefensa masa y los soldados. En Lodz, en el mes de junio, una gran concentración de masas, dispersada por los soldados, culmina en una manifestación de 100.000 obreros en el entierro de algunas víctimas de la soldadesca, resultando un nuevo encuentro con el ejército y, finalmente, a la huelga general, que, en los días 23, 24 y 25, se transforma en el primer combate de barricadas del imperio zarista. En junio estalla en el puerto de Odesa, con motivo de un pequeño incidente a bordo del acorazado Potemkin, la primera gran sublevación de marineros de la flota del mar Negro, que provoca a su vez huelgas gigantescas en Odesa y Nicolaiev. Repercusiones: huelgas de masas y sublevaciones de marinos en Cronstadt, Libau y Vladivostok.

En el mes de octubre se realiza el grandioso experimento de San Petersburgo con la implantación de la jornada de ocho horas. El consejo de los delegados obreros decide imponer por vía revolucionaria la jornada de ocho horas. Es decir, en una fecha determinada, todos los obreros de San Petersburgo, declaran ante sus patrones que se niegan a trabajar más de ocho horas al día y que abandonarán sus lugares de trabajo a la hora correspondiente. La idea da ocasión para una intensa labor de agitación y fue aceptada y aplicada con gran entusiasmo por el proletariado, que no escatima los más grandes sacrificios. Así, por ejemplo, la jornada de ocho horas implica para los obreros textiles, que hacían jornadas de once horas de trabajo a destajo, una importante reducción de los salarios, que aceptan, sin embargo, voluntariamente. En una semana la jornada de ocho horas predomina en todas las fábricas y talleres de San Petersburgo, y el júbilo de la clase obrera no conoce límites. Pero pronto se disponen a la defensa los sorprendidos patronos: se amenaza en todas partes con el cierre de las fábricas. Una parte de los obreros se manifiesta dispuesta a negociar y consigue la jornada de diez horas en algunos sitios, la de nueve en otros. Sin embargo, la élite del proletariado de San Petersburgo, los obreros de las grandes fábricas metalúrgicas estatales, se mantiene inconmovible, y sigue un lock-out que deja en la calle durante un mes unos 45.000 a 50.000 obreros. El movimiento por la jornada de ocho horas desemboca en la huelga general de diciembre, que interrumpió en gran medida el lock-out.

Entretanto sobreviene en octubre, en respuesta al proyecto de Duma de Bulygin[15], la segunda y más violenta huelga general que, desencadenada por una consigna de los ferroviarios, se extiende a todo el imperio. Esta segunda acción revolucionaria del proletariado tiene un carácter esencialmente distinto a la primera de enero. El elemento de la conciencia política desempeña ya un papel mucho mayor. Ciertamente, el motivo que desencadena la huelga de masas es aquí también secundario y aparentemente casual: se trata del conflicto entre los ferroviarios y la administración, con motivo de la caja de jubilaciones. Sin embargo, el levantamiento general del proletariado se basa en un claro pensamiento político. El prólogo a la huelga de enero había sido una súplica dirigida al zar a fin de obtener la libertad política; la consigna de la huelga de octubre era: “¡Acabemos con la comedia constitucional del zarismo!” Y gracias al éxito inmediato de la huelga, el manifiesto del zar del 30 de octubre, el movimiento no se repliega en sí mismo, como en enero, para volver de nuevo a la lucha económica, sino que desborda hacia el exterior, ejerciendo con entusiasmo la libertad política recientemente conquistada. Manifestaciones, reuniones, una prensa joven, discusiones públicas y sangrientas matanzas para terminar; en respuesta, nuevas huelgas de masas y manifestaciones; tal es el agitado cuadro que nos ofrecen las jornadas de noviembre y diciembre. En noviembre, respondiendo al llamamiento de la socialdemocracia, se organiza en San Petersburgo la primera huelga de protesta contra la represión sangrienta y la proclamación del estado de sitio en Livonia y Polonia. A1 breve sueño constitucional y su brutal despertar sigue la efervescencia revolucionaria, que culmina en diciembre en la tercera huelga general de masas, que se extiende por todo el imperio. Esta vez, el desarrollo y la culminación son totalmente diferentes que en los casos anteriores. La acción política no se transforma en acción económica, como en enero, pero tampoco obtiene una victoria rápida como en octubre. La camarilla zarista no renueva sus intentos por instaurar una libertad política verdadera, y la acción revolucionaria choca así, por primera vez, en toda la extensión con este muro inquebrantable: la fuerza física del absolutismo. Por el lógico desarrollo interno de los sucesivos acontecimientos, la huelga de masas se convierte esta vez en rebelión abierta, en lucha armada, en combates callejeros y de barricadas en Moscú. Las jornadas de diciembre en Moscú constituyen el punto culminante de la acción política y del movimiento de huelga de masas, cerrando de este modo el primer año de la revolución.

Los acontecimientos de Moscú muestran, en imagen reducida, la evolución lógica y el porvenir del movimiento revolucionario en su conjunto: su culminación inevitable en una rebelión general que, sin embargo, sólo puede producirse después de una experiencia adquirida en toda una serie de rebeliones parciales y preparatorias, que desembocan temporalmente en “derrotas” exteriores y parciales, pudiendo aparecer cada una de ellas como “prematura”.

El año 1906 trae consigo las elecciones a la Duma y el episodio de la Duma. El proletariado, animado por un poderoso instinto revolucionario que le ofrece una visión clara de la situación, boicotea la farsa constitucional zarista, y el liberalismo ocupa de nuevo durante algunos meses la escena política. Retorna aparentemente la situación de 1904: la acción cede el puesto a la palabra, y el proletariado se sume en las sombras por algún tiempo para consagrarse con más ardor aún a la lucha sindical y al trabajo organizativo. Cesan las huelgas de masas, mientras estallan día tras día los cohetes de la retórica liberal. Finalmente, cae bruscamente el telón de acero, los actores son dispersados, de los cohetes de la retórica liberal sólo quedan el humo y el vaho. Un intento del comité central de la socialdemocracia rusa para convocar una cuarta huelga de masas en toda Rusia, como manifestación en pro de la Duma y por el restablecimiento del período de los discursos liberales, cae en el vacío. La huelga política de masas agotó su papel como tal, y todavía no han madurado las condiciones para que la huelga de masas se transforme en una insurrección popular general y en combates callejeros. El episodio liberal ha concluido, el proletario no ha comenzado todavía. La escena permanece provisionalmente vacía.

IV      La interacción entre las luchas política y económica

En las páginas precedentes hemos tratado de esbozar en pocos y precisos rasgos la historia de las huelgas de masas en Rusia. Una simple ojeada sobre esta historia nos ofrece un cuadro que no se parece en el más mínimo detalle al que se hace de la huelga de masas en Alemania, habitualmente, en el curso de las discusiones. En lugar del rígido y vacío esquema de una árida “acción” política, llevada a cabo con cautela y según un plan determinado por las supremas instancias, contemplamos algo vivo, de carne y hueso, que no se puede separar del marco de la revolución, y unido por miles de arterias al organismo de la revolución.

La huelga de masas, tal como nos la muestra la revolución rusa, es un fenómeno cambiante, que refleja en sí mismo todas las fases de la lucha política y económica y todos los estadios y momentos de la revolución. Su campo de aplicación, su fuerza de acción y el momento de su desencadenamiento cambian continuamente. Abre repentinamente nuevas y amplias perspectivas para la revolución allí donde parecía haber caído en un callejón sin salida; y fracasa, allí donde se creía poder contar con ella plenamente. Ora se extiende por todo el imperio como una ancha ola de mar, ora se divide en una red gigantesca de estrechos riachuelos; ora brota de las profundidades como un fresco manantial, ora se hunde completamente en la tierra. Huelgas políticas y económicas, huelgas de masas y huelgas parciales, huelgas seguidas de manifestaciones y huelgas acompañadas de combates, huelgas generales de ramas industriales aisladas y huelgas generales en determinadas ciudades, luchas pacíficas por aumentos salariales y batallas callejeras, combates en las barricadas…: todo esto fluye caóticamente, se dispersa, se entrecruza, se desborda; es un océano de fenómenos, fluctuante y eternamente en movimiento. Y la ley del movimiento de estos fenómenos aparece claramente: no radica en la huelga de masas misma ni tampoco en sus particularidades técnicas, sino en las relaciones de fuerza políticas y sociales de la revolución.

La huelga de masas es simplemente la forma de la lucha revolucionaria, y todo cambio en la relación de las fuerzas en pugna, en el desarrollo de los partidos y en la división de clases, en la posición de la contrarrevolución, todo esto influye inmediatamente sobre la acción huelguística a través de miles de caminos invisibles y apenas controlables. Y sin embargo, la acción huelguística en sí no cesa en ningún momento apenas. Cambia únicamente sus formas, su extensión, su repercusión. Es el pulso vivo de la revolución, y, al mismo tiempo, su fuerza motriz más poderosa. En una palabra: la huelga de masas, tal como nos la muestra la revolución rusa, no es un medio astuto, ingeniado con el fin de lograr una actuación más poderosa en la lucha proletaria, sino que es el mismo movimiento de las masas proletarias, la forma en que se manifiesta la lucha proletaria en la revolución.

De esto se pueden deducir algunos puntos de vista generales, que permiten enjuiciar el problema de la huelga de masas:

  1. Es completamente erróneo concebir la huelga de masas como un acto único, como una acción aislada. La huelga de masas es más bien la denominación, el concepto unificador de todo un período de años, quizás de decenios, de la lucha de clases. De las incontables y fuertemente diferenciadas huelgas de masas que han tenido lugar en Rusia desde hace cuatro años, el esquema de la huelga de masas —como un breve acto aislado, de carácter puramente político y promovido y paralizado según un plan y una intención determinada— solamente se adapta a una de sus variantes, de importancia secundaria, la simple huelga de protesta. A lo largo de todo este período de cinco años sólo vemos en Rusia algunas pocas huelgas de protesta, que, dicho sea de paso, se limitan por lo común a ciudades aisladas. Así, por ejemplo, la huelga general anual que se celebra en Varsovia y en Lodz con motivo del Primero de Mayo —en Rusia propiamente dicha no se ha celebrado todavía esta fecha con un paro obrero en proporciones que sean dignas de mención—; la huelga de masas en Varsovia del 11 de septiembre de 1905, como manifestación de duelo en honor del condenado a muerte Martin Kasprzak[16]; en noviembre de 1905, en San Petersburgo, como manifestación de protesta contra la imposición del estado de sitio en Polonia y Livland; la del 22 de enero de 1906, en Varsovia, Lodz, Czenstochau y en la cuenca minera de Dombrowa, así como, en parte, en algunas ciudades rusas, en conmemoración del domingo sangriento de San Petersburgo; además, en julio de 1906, una huelga general en Tiflis, como manifestación de solidaridad con los soldados condenados por sublevación por el tribunal militar; finalmente, por igual motivo, en septiembre del mismo año, durante las sesiones del tribunal militar en Reval. Todas las otras huelgas de masas parciales o huelgas generales no fueron huelgas de protesta, sino de lucha, y como tal, surgieron en la mayoría de los casos de forma espontánea, siempre por motivaciones específicas locales y casuales, sin plan ni intención, convirtiéndose con ciega fuerza en grandes movimientos, que después no lograban una “retirada ordenada”, sino que o bien se transformaban en luchas económicas, o en combates callejeros o se derrumbaban por su propio peso.

Dentro de este cuadro general, las huelgas de protesta puramente políticas desempeñan un papel muy secundario, puntos aislados en medio de una superficie gigantesca. Desde un punto de vista cronológico, puede apreciarse el siguiente rasgo: las huelgas de protesta, que a diferencia de las huelgas de lucha, exigen un nivel muy elevado de disciplina de partido, una dirección política y una ideología política conscientes, y que aparecen, por consiguiente, según el esquema, como la forma más elevada y madura de la huelga de masas, son importantes sobre todo al comienzo del movimiento. De este modo, el paro total del 1º de mayo de 1905, en Varsovia, primer ejemplo de la aplicación perfecta de una decisión del partido, fue un acontecimiento de gran alcance para el movimiento proletario de Polonia. Igualmente, la lucha de solidaridad de noviembre de 1905, en San Petersburgo, primer ejemplo de una acción de masas conscientemente planeadas en Rusia, produjo una gran impresión. De igual forma el “ensayo de huelga de masas” de los camaradas de Hamburgo, del 17 de enero de 1906, ocupará un lugar destacado en la historia de la futura huelga de masas en Alemania, por constituir el primer intento reciente de usar esta arma tan discutida; como un intento que fue coronado por el éxito y que revela convincentemente la combatividad y el arrojo de la clase obrera de esa ciudad. Una vez que haya comenzado seriamente el período de huelgas de masas en Alemania, culminará por sí mismo en la celebración del Primero de Mayo con un verdadero paro general. A esta fiesta le corresponde naturalmente el honor de ser la primera gran manifestación que se celebra en el espíritu de las luchas de masas. En este sentido, este “caballo cojo”, como fue llamado a la fiesta del Primero de Mayo en el congreso sindical de Colonia, tiene todavía ante sí un gran futuro y desempeñará un papel muy importante en las luchas proletarias en Alemania. Sin embargo, con el desarrollo de las luchas revolucionarias disminuye rápidamente la importancia de tales manifestaciones. Precisamente, los mismos factores que hacen objetivamente posible el desencadenamiento de las huelgas de protesta según un plan preconcebido y de acuerdo a una consigna de los partidos, a saber: el desarrollo de la conciencia política y de la educación del proletariado, hacen imposibles ese tipo de huelgas de masas; hoy, el proletariado ruso, la vanguardia más capaz de las masas, no quiere saber nada de las huelgas de protesta; los obreros ya no tienen ganas de bromas y sólo quieren pensar en luchas serias con todas sus consecuencias. Y si en la primera gran huelga de masas en enero de 1905 desempeñaba todavía un gran papel el elemento de protesta —no intencionado, es verdad, sino bajo una forma instintiva y espontánea—, en agosto, por el contrario, el intento del comité central de la socialdemocracia rusa por desencadenar una huelga de masas como manifestación en favor de la Duma disuelta fracasaba, entre otras cosas, por la decidida aversión que siente el proletariado consciente contra las semiacciones débiles y las simples demostraciones.

  1. Pero, si en lugar de esta categoría secundaria de huelga de protesta, consideramos la huelga combativa, que representa en la Rusia actual la manifestación genuina de la acción proletaria, salta a la vista la imposibilidad de separar el elemento económico del político. También aquí se aleja considerablemente la realidad del esquema teórico, y la experiencia de la revolución rusa refuta categóricamente la pedante concepción de que la huelga de masas puramente política se deriva lógicamente de la huelga general sindical, como su forma más madura y elevada, pero, al mismo tiempo, claramente diferenciadas. Esto no sólo se manifiesta históricamente por el hecho de que las huelgas de masas —desde aquella primera gran lucha salarial de los obreros textiles de San Petersburgo, en 1896-1897, hasta la última gran huelga de masas en diciembre de 1905— se transforman imperceptiblemente de huelgas económicas en huelgas políticas, de modo que resulta completamente imposible trazar el límite entre ambas, sino también por el hecho de que cada una de las grandes huelgas de masas reproduce en pequeño, por así decirlo, la historia general de las huelgas de masas rusas, comenzando con un conflicto puramente económico —o en todo caso, sindical y parcial—, para elevarse gradualmente hasta la manifestación política. La gran tormenta de huelgas de masas, que se desató en el sur de Rusia en 1902 y 1903, surgió, como hemos visto, en Bakú a causa de un conflicto provocado por las medidas tomadas en contra de los arados; en Rostov, por diferencias salariales en los talleres del parados; en Tiflis, a causa de la lucha de los empleados de comercio por la reducción de la jornada laboral; en Odesa, de una lucha salarial en una sola fábrica. La huelga de masas de enero de 1905 se desarrolló a partir del conflicto interno en las fábricas Putilov; la huelga de octubre, de la lucha de los ferroviarios en torno a la caja de pensiones; la huelga de diciembre, finalmente, de la lucha de los empleados de correos y telégrafos por el derecho de asociación. El progreso del movimiento en su conjunto se manifiesta no en el hecho de que el estadio inicial económico desaparezca, sino más bien en la rapidez con que se recorren todos los estadios hasta llegar a la manifestación política, así como en el objetivo más elevado hacia el que se orienta la huelga de masas.

Sin embargo, el movimiento en su conjunto no se encamina únicamente a partir de la lucha económica hacia la política, aquí ocurre también lo contrario. Cada una de las grandes acciones políticas de masas se transforma, una vez alcanzado su punto culminante político, en toda una serie confusa de huelgas económicas. Y esto no se refiere únicamente a cada una de las grandes huelgas de masas, sino, incluso, a la revolución en su conjunto. Con la extensión, clarificación y potenciación de la lucha política, no sólo no retrocede la lucha económica, sino que se extiende, se organiza y se intensifica en igual medida. Entre ambas existe una completa acción recíproca.

Toda nueva iniciativa y toda nueva victoria de la lucha política se transforma en un impulso potente para la lucha económica, ampliando, al mismo tiempo, tanto sus posibilidades externas, como el deseo íntimo de los obreros por mejorar su situación, aumentando su combatividad. Cada encrespada ola de la acción política deja tras de sí un residuo fecundo, del que brotan al instante miles de tallos de la lucha económica. Y a la inversa. El permanente estado de guerra económica entre los obreros y el capital mantiene alerta la energía militante durante los momentos de tregua política; constituye, por así decirlo, el constante y viviente depósito de la fuerza de clase proletaria, de donde la lucha política extrae siempre nuevas fuerzas, conduciendo, al mismo tiempo, la lucha económica infatigable del proletariado, unas veces aquí, otras allá, a agudos conflictos aislados que engendran insensiblemente conflictos políticos en gran escala.

En una palabra, la lucha económica es la que conduce de una situación política a otra; la lucha política produce la fertilización periódica del terreno en el que surge la lucha económica. Causa y efecto permutan sus posiciones en todo momento, y, de este modo, el elemento económico y el político, lejos de diferenciarse nítidamente o de excluirse recíprocamente, como pretende un pedante esquema, constituyen dos aspectos complementarios de las luchas de clase proletarias en Rusia. La huelga de masas representa precisamente su unidad. Cuando la sutil teoría realiza artificialmente la disección lógica de la huelga de masas, para obtener una “huelga política pura”, ocurre que, como en toda disección, no se conoce el fenómeno en cuanto ser vivo, sino simplemente como algo muerto.

  1. Finalmente, los acontecimientos de Rusia nos muestran la huelga de masas como inseparable de la revolución. La historia de la huelga de masas en Rusia es la historia de la revolución rusa. Sin duda, cuando los representantes de nuestro oportunismo alemán oyen hablar de “revolución”, piensan inmediatamente en derramamientos de sangre, en batallas callejeras, en plomo y pólvora, y su conclusión lógica es: la huelga de masas conduce inevitablemente a la revolución, ergo: no debemos hacerla. Y de hecho vemos que en Rusia casi todas las huelgas de masas acabaron en un enfrentamiento con los guardianes armados del orden zarista; en esto son completamente iguales las llamadas huelgas políticas y las grandes luchas económicas. Pero la revolución es otra cosa distinta y algo más que el derramamiento de sangre. A diferencia de la concepción policial, que considera las revoluciones exclusivamente desde el punto de vista de los disturbios callejeros y de los motines, es decir, desde el punto de vista del “desorden”, la concepción del socialismo científico ve en la revolución, sobre todo, una profunda transformación interna en las relaciones sociales de las clases. Y, desde este punto de vista, entre la revolución y la huelga de masas en Rusia existe una relación completamente distinta a la que se imaginan los que constatan trivialmente que la huelga de masas acaba por lo general en derramamiento de sangre.

Hemos analizado el mecanismo interno de la huelga de masas en Rusia, que se basa en la incesante interacción de las luchas políticas y económicas. Pero, precisamente esa interacción está determinada por los períodos revolucionarios. Solamente en la atmósfera tormentosa de un período revolucionario, cada pequeño conflicto parcial entre trabajo y capital puede transformarse en una explosión general. En Alemania se producen todos los años y todos los días los conflictos más violentos y más brutales entre los obreros y los patronos, sin que la lucha trascienda los límites del ramo industrial, de la ciudad e incluso de la fábrica en cuestión. La sanción de los obreros organizados como en San Petersburgo, el paro como en Bakú, reivindicaciones salariales como en Odesa, luchas por el derecho de asociación como en Moscú, están a la orden del día en Alemania. Sin embargo, ninguno de estos conflictos se transforma en una acción común de clase. E incluso si estos conflictos se extienden hasta convertirse en huelgas de masas con carácter netamente político. La huelga general de los ferroviarios holandeses —que a pesar de las simpatías ardientes se extinguió, en medio de la completa inercia del proletariado de aquel país—, nos proporciona un ejemplo aleccionador.

E, inversamente, sólo en los períodos revolucionarios, en los que los cimientos y los muros de la sociedad de clases se agrietan y se resquebrajan, cualquier acción política del proletariado puede arrancar de la indiferencia, en pocas horas, a las capas del proletariado hasta entonces pasivas, lo que se manifiesta, naturalmente, a través de una batalla económica tormentosa. Repentinamente electrizados por la acción política, los obreros reaccionan de inmediato en el campo que le es más próximo: se sublevan contra su condición de esclavitud económica. La avasalladora acción de la lucha política les hace sentir con una intensidad insospechada el peso de sus cadenas económicas. Y mientras que en Alemania, por ejemplo, la lucha política más violenta (la campaña electoral o los debates parlamentarios a propósito de las tarifas aduaneras) apenas ejerció una influencia directa apreciable en el curso o en la intensidad de las luchas salariales que se llevan a cabo, en Rusia toda acción del proletariado se manifiesta inmediatamente en una extensión e intensificación de la lucha económica.

Es así como la revolución crea las condiciones sociales en las que es posible esta transformación directa de la lucha económica en la política y de la política en la económica, que encuentra su expresión en la huelga de masas. Y si el esquema vulgar no acepta la relación entre huelgas de masas y revolución más que en los sangrientos enfrentamientos callejeros con que terminan las huelgas de masas, una mirada más profunda sobre los acontecimientos rusos nos muestra una relación totalmente inversa: en realidad, la huelga de masas no produce la revolución, sino que es la revolución la que produce la huelga de masas.

  1. Es suficiente con resumir lo hasta ahora expuesto para llegar también a una conclusión sobre la cuestión de la dirección consciente y de la iniciativa en la huelga de masas. Si la huelga de masas no significa un acto aislado, sino todo un período de lucha de clases, y si este período es idéntico a un período revolucionario, entonces resulta claro que la huelga de masas no puede ser desencadenada arbitrariamente, por más que ésta proceda de la suprema dirección del más fuerte partido socialdemócrata. Mientras no esté al alcance de la socialdemocracia poner en marcha o anular a su gusto las revoluciones, ni el entusiasmo ni la impaciencia más fogosa de las tropas socialistas serán suficientes para crear un verdadero período de huelga general, como movimiento popular potente y vivo. En virtud de la resolución de una dirección del Partido y la disciplina de los trabajadores socialdemócratas, se puede organizar una manifestación de protesta de breve duración, como las huelgas de masas en Suecia, o, las más recientes, en Austria, o también la huelga del 17 de febrero en Hamburgo[17]. Pero estas manifestaciones difieren de un verdadero período revolucionario de huelgas de masas, del mismo modo que se diferencia una maniobra naval en un puerto extranjero, cuando las relaciones diplomáticas son tensas, de una guerra naval. Una huelga de masas que haya nacido simplemente de la disciplina y del entusiasmo tendrá el valor, en el mejor de los casos, de episodio, de síntoma de la combatividad de la clase obrera, después de lo cual la situación retornará a la apacible rutina cotidiana. Naturalmente que, incluso durante la revolución, las huelgas no caen llovidas del cielo. De una manera o de otra deben ser hechas por los obreros. La resolución y la decisión de, la clase obrera desempeñarán también un papel, y tanto la iniciativa como la dirección ulterior corresponderán, naturalmente, al núcleo más esclarecido y mejor organizado del proletariado socialdemócrata. Pero, esta iniciativa y esta dirección sólo se aplican a la ejecución de tal o cual acción aislada, de tal o cual huelga de masas, cuando el período revolucionario está ya en marcha, y frecuentemente en el marco de una sola ciudad. Así, por ejemplo, la socialdemocracia, como hemos visto, ha dado a veces directamente, y con éxito, la consigna para la huelga de masas en Bakú, en Varsovia, en Lodz y en San Petersburgo. Este éxito ha sido mucho menor cuando se ha tratado de movimientos generales de todo el proletariado. Por otra parte, incluso esta iniciativa y esta dirección consciente tienen unos límites determinados. Precisamente durante la revolución es extremadamente difícil para cualquier organismo dirigente del movimiento proletario prever y calcular qué motivos y qué factores pueden conducir o no a las explosiones. Tomar la iniciativa y la dirección no consiste, aquí tampoco, en dar órdenes arbitrariamente, sino en adaptarse lo más hábilmente posible a la situación, y en mantener el más estrecho contacto con la moral de las masas. El elemento espontáneo, según hemos visto ya, desempeñó un gran papel en todas las huelgas de masas en Rusia, ya sea como elemento impulsor, ya sea como freno. Pero esto es así, no porque en Rusia la socialdemocracia sea aún joven y débil, sino por el hecho de que cada acción particular es el resultado de una infinidad tal de factores económicos, políticos, sociales, generales y locales, materiales y sicológicos, que ninguno de ellos puede definirse ni calcularse como un ejemplo aritmético, cuando el proletariado, con la socialdemocracia a la cabeza, desempeñe el papel dirigente en la revolución, ésta no es una maniobra del proletariado a campo abierto, sino una lucha en el seno dé convulsiones del desgajamiento y desplazamiento incesante de todos los fundamentos sociales. En resumen, si el elemento espontáneo desempeñó un papel tan importante en las huelgas de masas en Rusia, no es porque el proletariado ruso carezca de la “suficiente preparación”, sino porque las revoluciones no se aprenden en la escuela.

Por otra parte, vemos cómo en Rusia esta revolución que le hace tan difícil a la socialdemocracia conquistar la dirección de la huelga, poniéndole en la mano o quitándole la batuta de la dirección, cómo esta misma revolución resuelve por sí misma todas las dificultades, que el esquema teórico de la discusión en Alemania considera como la preparación principal de la “dirección”: la cuestión del “aprovisionamiento”, de los “costes”, de los “sacrificios”. Naturalmente que no los resuelve de la misma forma en que pueden ser solucionados, lápiz en mano, durante el curso de una apacible conferencia secreta, mantenida por las supremas instancias del movimiento obrero. El “solucionar” todos estos problemas consisten en que la revolución mueve a masas populares tan enormes que todo intento de cálculo y previsión de los costes de su movimiento, como se establecen previamente los costes de un proceso civil, se presenta como una empresa sin esperanzas. Es cierto que también las organizaciones dirigentes de Rusia trataron de apoyar con todas sus fuerzas a las víctimas directas de la lucha. Así, por ejemplo, las valerosas víctimas del gigantesco cierre de fábricas en San Petersburgo, debido a la campaña por la jornada de las ocho horas, recibieron apoyo durante semanas enteras. Pero, todas esas medidas son como una gota de agua en el mar en el enorme balance de la revolución. En el momento en que comienza en serio un verdadero período de huelgas de masas, todos los “cálculos de costes” equivalen a la pretensión de querer dejar el océano sin agua con un vaso. Pues es realmente un verdadero océano de terribles privaciones y sufrimientos el precio que tiene que pagar la masa proletaria por cada revolución. Y la solución que le ofrece un período revolucionario a esta dificultad, aparentemente insuperable, es que desencadena, al mismo tiempo, tal cantidad de idealismo en las masas, que se hacen insensibles a los más agudos sufrimientos. No se puede hacer ni la revolución ni la huelga de masas con la psicología de un sindicalista que se niega a dejar de trabajar el 1 de mayo, si no se le garantiza por adelantado una determinada ayuda para el caso en que sea despedido. Pero, justamente en la tormenta del período revolucionario, el proletariado se transforma de solícito padre de familia, que exigía un apoyo, en un “romántico de la revolución”, para que hasta el bien supremo, la vida, con mayor razón el bienestar material, apenas tiene valor en comparación con los ideales de lucha.

Pero, si la dirección de la huelga de masas, en lo que se refiere al momento de su surgimiento y al cálculo y pago de sus costes, es algo que incumbe al mismo período revolucionario, desde otro punto de vista, la dirección de la huelga de masas recae sobre la socialdemocracia y sus organismos ejecutivos. En lugar de romperse la cabeza con la parte técnica, con el mecanismo de la huelga de masas, la socialdemocracia está llamada a hacerse cargo de la dirección política aún en medio de un período revolucionario. La consigna, señalar la orientación de la lucha, fijar la táctica de la lucha política de tal forma que en cada fase y en cada momento se movilice toda la fuerza actual, activa y desencadenada del proletariado, para que se manifieste en la actitud combativa del partido, en que la táctica de la socialdemocracia, por su decisión y agudeza, no se encuentre nunca por debajo del nivel de las relaciones de fuerza existentes, sino que, al contrario, se sitúe por encima de este nivel; esta es la tarea más importante de la “dirección” en el período de las huelgas de masas. Y esa dirección se transforma por sí misma, en cierta medida, en dirección técnica. Una táctica consecuente, decidida y de vanguardia por parte de la socialdemocracia despierta en las masas un sentimiento de seguridad, de confianza en sí mismas, elevando además el espíritu combativo; una táctica vacilante, débil, basada en la subestimación del proletariado, paraliza y confunde a las masas. En el primer caso, las huelgas de masas se desencadenan “solas” y siempre “a tiempo”; en el segundo, incluso fracasan los llamamientos directos de la dirección a la huelga de masas. De ambos casos ofrece la revolución rusa elocuentes ejemplos.

V       Lecciones del movimiento obrero ruso aplicables a Alemania

Cabe preguntarse en qué medida son aplicables a Alemania todas las enseñanzas que pueden extraerse de las huelgas de masas rusas. Las relaciones sociales y políticas, y la historia y el nivel del movimiento obrero son completamente distintas en Alemania y en Rusia. A primera vista puede parecer que las leyes internas de las huelgas de masas rusas, anteriormente expuestas, son únicamente el producto de relaciones específicamente rusas, que no tienen valor para el proletariado alemán. En la revolución, la lucha política y la lucha económica están estrechamente relacionadas, y su unidad se revela en el período de las huelgas de masas. Pero, ¿no es esto, acaso, una consecuencia del absolutismo ruso? En un Estado donde están prohibidas toda forma y manifestación del movimiento obrero, donde la más simple de las huelgas es un crimen, toda lucha económica se transforma necesariamente en lucha política.

Por otra parte, si, a la inversa, la primera explosión de la revolución implica un ajuste general de cuentas de la clase obrera con los patronos, esto se deriva simplemente del hecho de que hasta entonces el obrero ruso tenía un nivel de vida muy bajo y que jamás había llevado adelante la menor batalla económica organizada para mejorar su suerte. El proletariado ruso debía comenzar primero por salir de la más innoble situación; ¿por qué asombrarse entonces de que haya puesto en la lucha un ardor juvenil, desde el momento en que la revolución trajo el primer soplo vivificador a la atmósfera irrespirable del absolutismo? Y, finalmente, el tormentoso curso de la huelga de masas y su carácter elemental y espontáneo se explican, en parte, por la atrasada situación política de Rusia y por la necesidad de derribar el despotismo oriental; en parte, por la falta de preparación y organización del proletariado ruso. En un país donde la clase obrera tiene tras de sí treinta años de experiencia en la vida política, un partido socialista con tres millones de electores y una tropa sindicalmente organizada que alcanza un millón doscientas cincuenta mil personas, en un país así es imposible que la lucha política y las huelgas de masas revistan el mismo carácter tormentoso y elemental que en un Estado semibárbaro que acaba apenas de pasar, sin transición, de la Edad Media al orden burgués moderno. Tal es la idea que se hace generalmente la gente que quiere medir el grado de madurez de la situación económica de un país a partir del texto de sus leyes escritas.

Examinemos estas cuestiones una detrás de otra. En primer lugar, es inexacto hacer comenzar la lucha económica en el momento de la explosión revolucionaria. De hecho, las huelgas y las luchas salariales pasaron a ser cada vez más el pan de cada día en la propia Rusia, desde principios de los años noventa, y en la Polonia rusa se remontan a los comienzos de los años ochenta; en todo caso, consiguieron, finalmente, derecho de ciudadanía. Aunque frecuentemente provocaron brutales intervenciones de la policía, sin embargo, entraron definitivamente en el terreno de la vida cotidiana. Es así como en Varsovia y en Lodz existían desde 1891 cajas de resistencia; el entusiasmo por los sindicatos hizo nacer en Polonia durante algún tiempo incluso ilusiones “economicistas”, que algunos años más tarde habrían de imperar en San Petersburgo y en el resto de Rusiad.

De igual modo, hay mucha exageración en la idea de que el proletariado del imperio ruso antes de la revolución vivía en paupérrimas condiciones. Precisamente la capa de obreros de la gran industria y de las grandes ciudades, la más activa y enérgica tanto en las luchas económicas como políticas del momento actual, se encontraba, desde el punto de vista de su existencia material, apenas por debajo de la correspondiente capa del proletariado alemán, y en ciertos oficios se pueden encontrar salarios iguales e incluso superiores a los de Alemania. También en relación a la jornada de trabajo, la diferencia que existe entre las empresas de la gran industria de los dos países carece apenas de importancia. De ahí que la idea de un presunto ilotismo material y cultural de la clase obrera rusa no repose sobre ninguna base sólida. Si se reflexiona un poco, esta idea se refuta ya por el hecho mismo de la revolución y por el papel predominante que en ella desempeño el proletariado. Revoluciones con semejante madurez y lucidez políticas no se hacen con un subproletariado miserable; y los obreros de la gran industria, que encabezaron las luchas en San Petersburgo, en Varsovia, en Moscú y en Odesa, están mucho más próximos al tipo occidental, en el plano cultural e intelectual, de lo que se imaginan los que consideran al parlamentarismo burgués y a la actividad sindical regular como la única e indispensable escuela del proletariado. El desarrollo industrial moderno en Rusia y la influencia de quince años de socialdemocracia, dirigiendo y animando la lucha económica, han logrado, incluso en ausencia de las garantías exteriores del orden legal burgués, un trabajo civilizador importante.

Pero las diferencias se hacen todavía menores si, por otra parte, examinamos más de cerca el nivel de vida real de la clase obrera alemana. Desde el primer momento, las grandes huelgas políticas de masas estremecieron violentamente a las más amplias capas del proletariado ruso, que se lanzó con ardor a la lucha económica. Y en el seno de la clase obrera alemana, ¿no existen, acaso, categorías que viven en una oscuridad que la bienhechora luz del sindicato apenas ha iluminado, categorías que se esforzaron muy poco o que trataron sin éxito de salir de su ilotismo social por medio de la lucha cotidiana salarial? Veamos, por ejemplo, la miseria de los mineros. Incluso en el apacible trajín cotidiano, en la fría atmósfera de la rutina parlamentaria alemana —como también en los demás países, hasta en El Dorado de los sindicatos, en Inglaterra—, la lucha de los mineros sólo se manifiesta de vez en cuando a través de impulsos, fuertes erupciones y huelgas de masas que tienen el carácter de fuerzas elementales. Esta es la prueba de que la oposición entre el capital y el trabajo está demasiado exacerbada, es demasiado violenta como para permitir la disgregación en luchas sindicales parciales, apacibles y metódicas. Pero esta miseria obrera, de carácter eruptivo, que incluso en tiempos normales constituye un crisol de tempestades de donde parten violentas sacudidas, debería desatar inmediata e inevitablemente un conflicto político y económico brutal con motivo de cada acción política de masas en Alemania, de cada choque violento que desplace momentáneamente el equilibrio social normal. Consideremos, por ejemplo, la miseria de los obreros textiles. Aquí también la lucha económica se manifiesta por medio de explosiones exasperadas, inútiles la mayoría de las veces, que inquietan al país cada dos o tres años y que dan sólo una pálida idea de la violencia explosiva con la que la enorme masa concentrada de los esclavos de la gran industria textil cartelizada reaccionaría en el momento de una sacudida política proveniente de una poderosa acción de masas del proletariado alemán. Observemos la miseria de los trabajadores a domicilio, la de los obreros de la confección y de la electricidad: verdaderos centros eruptivos, donde al menor signo de crisis política estallarían conflictos económicos violentos, agravados por el hecho de que el proletariado se embarca muy raramente en la batalla en tiempos de paz social, porque su lucha es cada vez más inútil y porque el capital le obliga cada vez más brutalmente, a inclinarse, rechinando los dientes, bajo su yugo.

Detengámonos ahora en las grandes categorías del proletariado que, en general, en tiempos “normales”, no poseen ningún medio para llevar adelante una lucha económica pacífica por mejorar su situación y están privados de todo derecho de asociación. Citemos como primer ejemplo la escandalosa miseria de los empleados de los ferrocarriles y de correos. Estos obreros del Estado, en plena legalidad parlamentaria alemana, viven en condiciones rusas, pero eso sí, rusas, como las que existían antes de la revolución, durante la dominación del absolutismo. Ya en la gran huelga de octubre de 1905, la situación de los ferroviarios rusos, en un país donde reinaba todavía formalmente el absolutismo, estaba muy por encima de la del ferroviario alemán, en lo que concierne a su libertad de movimiento económico y social. Los ferroviarios y los carteros rusos conquistaron de hecho el derecho a sindicarse, en plena tormenta revolucionaria, por así decirlo, e incluso si, momentáneamente, llueven sobre ellos proceso tras proceso, y despido tras despido, nada puede destruir su mutua solidaridad. Sin embargo, suponer, como lo hace toda la reacción en Alemania, que la obediencia incondicional de los ferroviarios y carteros alemanes durará eternamente, que es roca inamovible, sería hacer un cálculo psicológico enteramente falso. Si bien es verdad que los dirigentes sindicales alemanes están tan acostumbrados a la situación existente, que pueden contemplar, sin sonrojarse por esta vergüenza sin igual en Europa, con cierta satisfacción los progresos de la lucha sindical en su país. Pero en el momento en que se produzca un levantamiento general del proletariado industrial, la cólera sorda acumulada durante largo tiempo en el corazón de estos esclavos con uniforme estatal estallará inevitablemente. Y cuando la vanguardia del proletariado, los obreros industriales, quieran conquistar nuevos derechos políticos o defender los antiguos, el gran ejército de los ferroviarios y carteros tomará necesariamente conciencia de la vergüenza de su situación y acabará levantándose, para liberarse de esa porción extra de absolutismo ruso que ha sido creada especialmente para ellos en Alemania. La pedante teoría que pretende desencadenar grandes movimientos populares según esquemas y recetas, cree ver en la conquista del derecho a la sindicación por parte de los ferroviarios una premisa necesaria, sin la cual es imposible “poder imaginarse” siquiera una huelga de masas. El curso real y natural de los acontecimientos sólo puede ser el inverso: únicamente por medio de una acción de masas fuerte y espontánea podrá ser conquistado el derecho a la sindicación para los carteros y los ferroviarios alemanes y este problema, insoluble dentro de la situación actual de Alemania, encontrará su solución y realización bajo el efecto y la presión de una acción general del proletariado.

Y finalmente, la más grande e impresionante de las miserias: la de los obreros agrícolas. Que los sindicatos ingleses estén organizados pensando exclusivamente en los obreros industriales es un fenómeno perfectamente comprensible, dado el carácter específico de la economía inglesa y el escaso papel desempeñado por la agricultura en el conjunto de la economía nacional. En Alemania, sin embargo, una organización sindical, por muy bien que esté constituida, si abarca únicamente a los obreros industriales, será inaccesible al inmenso ejército de obreros agrícolas y sólo ofrecería una imagen débil y parcial de la condición proletaria en su conjunto. Pero, por otra parte, sería igualmente peligroso hacerse la ilusión de que las condiciones en el campo son inmutables y eternas e ignorar que el trabajo infatigable llevado a cabo por la socialdemocracia, y más aún por toda la política interna de clase en Alemania, no cesa de socavar la aparente pasividad del obrero agrícola; sería un error pensar que en el caso de que el proletariado alemán emprendiera una gran acción de clase, cualquiera que sea su objetivo, el proletariado agrícola se mantendría apartado. Ahora bien, la participación de los obreros del campo sólo puede manifestarse en una lucha económica encarnizada y mediante potentes huelgas de masas.

Así el cuadro de la pretendida superioridad económica del proletariado alemán con respecto al proletariado ruso se modifica considerablemente, si, dejando de lado la lista de profesiones industriales o artesanales sindicalmente organizadas, consideramos las grandes categorías de obreros que se encuentran al margen de la lucha sindical o cuya situación económica particular no puede entrar en el estrecho marco de la lucha sindical cotidiana. Vemos, entonces, uno tras otro, grandes sectores en los que la agudización de las contradicciones ha alcanzado sus límites extremos, en los que se ha ido acumulando materia Inflamable en grandes cantidades, en los que se encierra mucho “absolutismo ruso” en su forma más descarnada, y en los que, desde el punto de vista económico, todavía están por librar las más elementales luchas contra el capital.

Todas estas viejas cuentas le serían presentadas inevitablemente al sistema imperante en cuanto surgiese una acción de masas política y en general del proletariado. Una manifestación efímera, artificialmente preparada por el proletariado urbano, una acción huelguística de masas, llevada a cabo simplemente por disciplina y bajo la batuta de la presidencia de un partido, son cosas, por supuesto, ante las que las más amplias capas populares reaccionarían con frialdad e indiferencia. Sólo una verdadera, fuerte y despiadada acción de lucha del proletariado industrial, nacida de una situación revolucionaria, tendría que repercutir seguramente sobre las capas más profundas y hacer que, precisamente, los que en tiempos normales se encuentran fuera de la lucha cotidiana sindical fuesen involucrados en una avasallante lucha económica generalizada.

Y si volvemos nuestra mirada hacia la vanguardia organizada del proletariado industrial alemán y tenemos presente, por otra parte, el carácter de los objetivos económicos que persiguen actualmente los obreros rusos, comprobaremos que no se trata, en modo alguno, de combates que los sindicatos alemanes más antiguos puedan permitirse despreciar como anacrónicos. Así ocurre con la reivindicación principal de las huelgas rusas a partir del 22 de enero de 1905: la jornada de ocho horas no es un objetivo superado por el proletariado; todo lo contrario, en la mayoría de los casos aparece como un bello y lejano ideal. Otro tanto puede decirse de la lucha contra el “espíritu patriarcal”, de la lucha por la constitución de comités obreros en todas las fábricas, por la supresión del trabajo a destajo y del trabajo artesanal a domicilio, por la implantación absoluta del descanso dominical y por el reconocimiento del derecho a sindicarse. No es necesario observar muy de cerca para darse cuenta que todos los objetivos económicos de lucha del proletariado ruso en la revolución actual, tienen también una gran actualidad para el proletariado alemán, y ponen el dedo precisamente en todas las llagas de la existencia proletaria.

De todo esto se deduce que la huelga de masas puramente política, con la que suele operarse frecuentemente, es también para Alemania un simple esquema teórico y sin vida. Si las huelgas de masas nacen de una gran fermentación revolucionaria y se transforman, de manera natural, en luchas políticas resueltas del proletariado urbano, cederán su puesto con la misma naturalidad a todo un período de luchas económicas elementales, tal como ha ocurrido en Rusia. Por lo tanto, el temor que sienten los dirigentes sindicales de que en un período de luchas políticas tormentosas, en un período de huelgas de masas, la batalla por los objetivos económicos pueda ser dada de lado o ahogada, ese temor reposa sobre una concepción totalmente escolástica y gratuita del desarrollo de los acontecimientos, pues, por el contrario, un período revolucionario, incluso en Alemania, transformaría más bien el carácter de la batalla económica, la intensificaría hasta un punto tal que la pequeña guerrilla sindical actual parecería, en comparación, un juego de niños. Y por otra parte, esa explosión elemental de huelgas de masas económicas le daría un nuevo impulso y nuevas fuerzas a la lucha política. La interacción entre las luchas económicas y políticas —que constituye hoy la fuerza motriz interna de las huelgas de masas en Rusia, y que es, al mismo tiempo, el mecanismo regulador de la acción revolucionaria del proletariado— se produciría igualmente en Alemania como una consecuencia natural de las circunstancias.

VI      La cooperación entre los trabajadores organizados y no organizados es necesaria para la victoria

En relación con lo anteriormente expuesto, la cuestión de la organización y de su conexión con el problema de la huelga de masas en Alemania adquiere también un aspecto completamente distinto.

La actitud adoptada por numerosos dirigentes sindicales ante este problema se limita comúnmente a la afirmación: “No somos lo suficientemente fuertes como para arriesgarnos a probar nuestras fuerzas en una empresa tan audaz como es la huelga de masas.” Ahora bien, este punto de vista es insostenible, puesto que es un problema insoluble querer apreciar en frío, por medio de un cálculo aritmético, en qué momento el proletariado sería “lo suficientemente fuerte” como para emprender cualquier lucha. Hace treinta años los sindicatos alemanes contaban con 50.000 miembros. Esta era evidentemente una cifra con la que, según el citado criterio, no podía ni siquiera pensarse en una huelga de masas. Pasados quince años, los sindicatos eran cuatro veces más fuertes y contaban con 237.000 miembros. Pero, si entonces se hubiese preguntado a los actuales dirigentes sindicales si la organización del proletariado estaba madura para una huelga de masas, hubiesen respondido, con toda seguridad, que no era el caso, pues para ello el número de afiliados sindicales tendría que ser de millones. Hoy en día, los miembros sindicales organizados llegan ya al segundo millón, pero la opinión de sus dirigentes es exactamente la misma, lo que, evidentemente, puede continuar así hasta el infinito. Se presupone tácitamente que toda la clase obrera en Alemania, hasta su último hombre y su última mujer, deben estar militando en la organización antes de que se pueda ser “lo suficientemente fuerte” como para arriesgarse a emprender una acción de masas, que, según la vieja fórmula, se haría inmediatamente, con toda probabilidad, “innecesaria”. Pero esta teoría es completamente utópica, por la sencilla razón de que adolece de una contradicción interna, de que se mueve en un círculo vicioso. Antes de que pueda emprenderse cualquier acción de lucha directa, todos los obreros han de estar organizados. Pero las circunstancias y las condiciones del desarrollo capitalista y del Estado burgués hacen que, en el curso “normal” de las cosas, sin fuertes luchas de clases, ciertos sectores —y, precisamente el grueso de las tropas proletarias, los sectores más importantes, los más miserables, los más pisoteados por el Estado y por el capital— no puedan organizarse en absoluto. Veamos como incluso Inglaterra, donde un siglo entero de infatigable trabajo sindical, sin todas estas “turbulencias” —excepto al principio del período del cartismo—, sin todas las desviaciones y las tentaciones del “romanticismo revolucionario”, sólo ha logrado organizar a una minoría entre los sectores privilegiados del proletariado.

Pero, por otra parte, los sindicatos, al igual que las demás organizaciones de lucha del proletariado, no pueden mantenerse, a la larga, sino por medio de la lucha, y una lucha que no sea solamente una pequeña guerra de ratas y de sapos en las aguas estancadas del período burgués parlamentario, sino un período revolucionario de violentas luchas de masas. La concepción mecánica, burocrática y estereotipada sólo quiere ver en la lucha el producto de la organización a un cierto nivel de fuerza. Por el contrario; el vivo desarrollo dialéctico ve en la organización un producto de la lucha. Hemos visto ya un grandioso ejemplo de este fenómeno en Rusia, donde un proletariado prácticamente desorganizado crea, en año y medio de violenta lucha revolucionaria, una amplia red de organizaciones. Otro ejemplo de este tipo lo ofrece la propia historia de los sindicatos alemanes. En 1878, el número de miembros sindicados era de 50.000. Según la teoría de los actuales dirigentes sindicales, esta organización, como hemos dicho, distaba mucho de ser “lo suficientemente fuerte” como para emprender una violenta lucha política. Pero los sindicatos alemanes, con todo lo débiles que eran entonces, emprendieron la lucha —la lucha contra la ley de excepción sobre los socialistas— y no sólo demostraron ser “lo suficientemente fuertes” como para salir victoriosos de la lucha, sino que, en el curso de la misma, quintuplicaron sus fuerzas; después de la derogación de la ley de excepción contra los socialistas en 1891, contaban con 277.659 miembros. A decir verdad, el método gracias al cual lograron la victoria contra la ley de excepción no se corresponde en nada al ideal de una apacible y asidua labor de hormiga; todos se lanzaron a la lucha, se hundieron y desaparecieron en ella, para surgir luego, renacientes, en la próxima oleada. Este es, precisamente, el método específico de crecimiento que se corresponde a las organizaciones de clase proletarias: probarse en la lucha, para resurgir de ella renovados.

Después de un examen más detenido de las relaciones alemanas y de la situación de los diversos sectores de obreros, resulta claro que el período venidero de violentas luchas políticas de masas tampoco significará para los sindicatos alemanes el temido y amenazante ocaso, sino, por el contrario, les abrirá nuevas e insospechadas perspectivas para una rápida y poderosa ampliación de su esfera de influencia. Pero esta cuestión tiene todavía otro aspecto. El plan de emprender huelgas de masas —como acción de clase política responsable— sólo con militantes organizados es completamente ilusorio. Si la huelga —o, mejor, las huelgas—, si la lucha de masas ha de tener éxito, deberá convertirse en un verdadero movimiento popular, es decir, debe atraer a la lucha a las más amplias capas del proletariado. Incluso en el campo parlamentario, la fuerza de la lucha de clases proletaria no se basa en un pequeño grupo organizado, sino en una vasta periferia de proletarios con conciencia revolucionaria. Si la socialdemocracia quisiera llevar adelante la batalla electoral con el único apoyo de algunos centenares de afiliados se condenaría a sí misma al aniquilamiento. Aunque la socialdemocracia desee hacer entrar en sus organizaciones a casi todo el contingente de sus electores, la experiencia de treinta años demuestra que el electorado socialista no aumenta en función del crecimiento del partido, sino a la inversa, que las capas obreras recientemente conquistadas en el curso de la batalla electoral constituyen el terreno que será después fecundado por la organización. Aquí tampoco es sólo la organización la que proporciona las tropas combatientes, sino la batalla la que proporciona, en una medida mucho mayor, los contingentes para la organización. Y a un nivel más alto que en la lucha parlamentaria, ocurre lo mismo en la acción directa política de masas. Aunque la socialdemocracia, como núcleo organizado de la clase obrera, sea la vanguardia de toda la masa de los trabajadores, y aunque el movimiento obrero extraiga sus fuerzas, su unidad y su conciencia política de esta misma organización, el movimiento proletario no puede ser concebido nunca como el movimiento de una minoría organizada. Toda auténtica gran lucha de clases ha de basarse en el apoyo y en la colaboración de las más amplias capas populares; una estrategia que no tomara en cuenta esta colaboración, que sólo pensara en los desfiles marciales de la pequeña parte del proletariado reclutado en sus filas, se vería condenada a un lamentable fracaso.

En Alemania, pues, no son los sectores organizados ni la “dirección” metódica del comité del partido quienes vayan a organizar la huelga de masas y las luchas políticas de masas. En este caso, al igual que en Rusia, no se trata de la “disciplina”, del “aprendizaje”, o de una previsión cuidadosa de las cuestiones de apoyo y de costes, sino que se trata más bien de una acción decidida de clase, verdaderamente revolucionaria que pueda ganar e impulsar a los sectores más amplios de las masas proletarias no organizadas pero que, por su espíritu y su situación, son revolucionarias.

La valoración falsa y exagerada de la importancia de la organización en la lucha de clase del proletariado se suele completar con una subvaloración de la masa proletaria no organizada y de su madurez política. Es en los períodos revolucionarios, en el empuje de grandes luchas de clases que despiertan, donde se muestra la influencia educativa del rápido desarrollo capitalista y la acción de la socialdemocracia sobre las capas populares más amplias y acerca de todo lo cual los cuadros de las organizaciones y hasta las estadísticas electorales únicamente pueden dar la imagen más débil en tiempos pacíficos.

Hemos visto cómo en Rusia, desde hace unos dos años, una gran acción general del proletariado puede surgir inmediatamente á partir del más mínimo conflicto parcial entre los obreros y la patronal, a partir de la más ínfima brutalidad local por parte de los organismos gubernamentales. Todo el mundo se da cuenta y lo encuentra natural, porque en Rusia se vive “la revolución”. Pero, ¿qué significa esto? Significa que el sentimiento y el instinto de clase están tan vivos en el proletariado ruso que todo problema parcial que afecte a un grupo restringido de obreros, le concierne directamente como un problema general, como un asunto de clase, y reacciona inmediatamente en su conjunto. Mientras que en Alemania, en Francia, en Italia, en Holanda, los conflictos sindicales más violentos no dan lugar a ninguna acción general del proletariado —ni siquiera de su núcleo organizado—, en Rusia, el menor incidente desencadena una violenta tempestad. Pero esto no significa otra cosa —por muy paradójico que parezca— que el instinto de clase de ese joven proletariado ruso, no educado, poco ilustrado y menos organizado aún, es infinitamente más fuerte que el de la clase obrera organizada, educada e ilustrada de Alemania o de cualquier otro país de Europa occidental. Y esto no es una cierta virtud especial del “joven y fuerte oriente” en comparación con el “occidente caduco”, sino que es el simple resultado de acción inmediata de masas revolucionarias. En el obrero alemán ilustrado, la conciencia de clase inculcada por la socialdemocracia es una conciencia teórica latente: en el período de la dominación del parlamentarismo burgués no tiene, por lo general, ocasión de manifestarse en una acción de masas directa; es la suma ideal de las cuatrocientas acciones paralelas de las circunscripciones durante la lucha electoral, de los numerosos conflictos económicos parciales y de cosas semejantes. En la revolución, donde la propia masa aparece en la escena política, la conciencia de clase se vuelve conciencia práctica y activa. De este modo, un año de revolución ha dado al proletariado ruso esa “educación” que treinta años de luchas parlamentarias y sindicales no han podido darle artificialmente al proletariado alemán. Por supuesto que este vivo y activo instinto de clase que anima al proletariado ruso disminuirá sensiblemente una vez que Rusia haya cumplido su período revolucionario, y se haya constituido el régimen parlamentario burgués legal, o al menos se transformará en una conciencia oculta y latente. Pero, a la inversa, no es menos cierto que en Alemania, en un período de fuertes acciones políticas, un vivo instinto revolucionario de clase, ávido de acción, se apoderará de las capas más amplias del proletariado, y esto ocurrirá con tanta más fuerza y rapidez, cuanto más poderosa haya sido la influencia educadora de la socialdemocracia. Esta labor educadora, así como la estimulante acción revolucionaria de la política alemana actual, se manifestarán en el hecho de que todos aquellos grupos que parecen estar sumidos en la estupidez política y que son insensibles a los intentos de organización por parte de la socialdemocracia y de los sindicatos se unirán de repente, en un período verdaderamente revolucionario, bajo la bandera de la socialdemocracia. Seis meses de un período revolucionario realizarán, en cuanto a la educación de esas masas ahora organizadas, la obra que no han podido llevar a cabo diez años de asambleas populares y de distribución de octavillas. Y cuando la situación en Alemania haya alcanzado el grado de madurez necesario para un período semejante, las capas que están hoy más atrasadas y desorganizadas constituirán, lógicamente, el elemento más radicalizado de la lucha, el más fogoso, y no el más pasivo. Si se produjeran huelgas de masas en Alemania, quienes desplegarían la mayor capacidad de acción no serían los obreros mejor organizados —ciertamente, no los obreros gráficos—, sino los obreros menos organizados o incluso desorganizados, como los mineros, los obreros textiles o los obreros agrícolas.

De este modo, al igual que en el análisis de los acontecimientos rusos llegamos también en Alemania a las mismas conclusiones referentes a las verdaderas tareas de la dirección y al papel que debe desempeñar la socialdemocracia en la huelga de masas. Dejemos, pues, el pedante esquema de una huelga de masas de protesta, llevada a cabo por una minoría organizada bajo el mando artificial del partido y de los sindicatos, y dirijamos nuestra atención a la viva imagen de un verdadero movimiento popular, que haya surgido con impetuosa fuerza de una agudización extrema de las contradicciones de clase y de la situación política, desembocando en luchas tormentosas y huelgas de masas tanto políticas como económicas; entonces resultará evidente que la tarea de la socialdemocracia no radica en la preparación técnica y en la preparación de la huelga de masas, sino, sobre todo, en la dirección política de todo el movimiento.

La socialdemocracia es la vanguardia más ilustrada y consciente del proletariado. No puede y no debe esperar con los brazos cruzados, con mentalidad fatalista, a que aparezca la “situación revolucionaria”; no puede y no debe esperar a que el deseado movimiento popular espontáneo le caiga llovido del cielo. Por el contrario, debe adelantarse, como siempre, al desarrollo de los acontecimientos, tratar de acelerarlos. Pero esto no lo va a lograr lanzando de buenas a primeras, en el momento oportuno o inoportuno, la “consigna” para una huelga de masas, sino, sobre todo, explicándole a las amplias capas del proletariado la llegada inevitable de ese período revolucionario, los factores sociales internos que llevan a él, y sus consecuencias políticas. Si las más amplias capas proletarias deben ser ganadas para una acción de masas políticas de la socialdemocracia, y si, por el contrario, la socialdemocracia debe tomar y conservar en sus manos la dirección política real del movimiento de masas, dominando, en sentido político, todo el movimiento, entonces ha de saber inculcar al proletariado alemán, con total claridad, consecuencia y decisión, la táctica y los objetivos en el período de las luchas venideras.

VII     El papel de la huelga de masas en la revolución

Hemos visto que la huelga de masas en Rusia no es el producto artificial de una táctica impuesta por la socialdemocracia, sino un fenómeno histórico natural, que brota del suelo de la revolución actual. Ahora bien, ¿cuáles han sido los factores que provocaron en Rusia estas nuevas formas en que se ha producido la revolución?

La primera tarea de la revolución rusa consiste en acabar con el absolutismo e instaurar un moderno Estado de derecho, parlamentario y burgués. Desde un punto de vista formal, se trata exactamente de la misma tarea con la que se enfrentaba la revolución de marzo[18] en Alemania y con la que se enfrentaba la gran revolución de fines del siglo XVIII en Francia. Pero las circunstancias y el medio histórico en que tuvieron lugar esas revoluciones, análogas desde un punto de vista formal, son completamente diferentes a las circunstancias y al medio histórico de la Rusia actual. Lo fundamental es el hecho de que entre aquellas revoluciones burguesas del occidente y la actual revolución burguesa en el oriente ha transcurrido todo un ciclo de desarrollo capitalista. Y este desarrollo no se produjo sólo en los países de Europa occidental, sino también en la Rusia absolutista. La gran industria —con todas sus consecuencias, la moderna división de clases, los fuertes contrastes sociales, la vida moderna en las grandes ciudades y el proletariado moderno— domina en Rusia, es decir, se ha convertido en la forma de producción decisiva del desarrollo actual. De ahí resulta esta situación histórica contradictoria y extraña, en la que la revolución burguesa, según sus tareas formales, es realizada por un proletariado moderno con conciencia de clase, que, al mismo tiempo, en un plano internacional, es el símbolo de la decadencia de la democracia burguesa. No es la burguesía actualmente el elemento revolucionario dirigente, como en las anteriores revoluciones de occidente, en las que la masa proletaria, disuelta en la pequeña burguesía, actuaba como masa de maniobra, sino, por el contrario, ahora es el proletariado con conciencia de clase el elemento dirigente e impulsor, mientras que las capas de la gran burguesía son en parte directamente contrarrevolucionarias y en parte débilmente liberales, y sólo la pequeña burguesía rural, junto a la intelectualidad pequeñoburguesa urbana, se encuentran decididamente en la oposición y hasta tienen conciencia revolucionaria. Pero el proletariado ruso, que está llamado a desempeñar el papel dirigente en la revolución burguesa, va a la lucha libre de todas las ilusiones de la democracia burguesa y con una conciencia fuertemente desarrollada de sus propios y específicos intereses de clase en medio de una aguda contradicción entre el capital y el trabajo. Esa contradictoria relación se manifiesta en que, en esta revolución burguesa formalmente, la contradicción entre la sociedad burguesa y el absolutismo es dominada por la contradicción entre el proletariado y la sociedad burguesa, en que la lucha del proletariado se dirige simultáneamente, y con la misma fuerza, contra el absolutismo y contra la explotación capitalista, en que el programa de las luchas revolucionarias se orienta con la misma intensidad tanto hacia la conquista de las libertades políticas como hacia la conquista de la jornada de ocho horas y de una existencia material digna para el proletariado. Este carácter ambivalente de la revolución rusa se expresa en la vinculación e interacción estrecha entre la lucha económica y la lucha política, que los acontecimientos de Rusia nos hicieron conocer y cuya manifestación correspondiente es precisamente la huelga de masas.

En las anteriores revoluciones burguesas, en las que, por una parte, la educación política y la dirección de la masa revolucionaria estaban a cargo de los partidos burgueses, y en las que, por la otra, se trataba simplemente del derrocamiento del viejo gobierno, la breve batalla de barricadas era la forma adecuada de la lucha revolucionaria. Hoy en día, cuando la clase obrera debe educarse, unirse y dirigirse a sí misma en el curso de la lucha revolucionaria, y cuando la revolución se dirige tanto contra el viejo poder estatal como contra la explotación capitalista, la huelga de masas se presenta como el medio natural para reclutar a las más amplias capas del proletariado en la acción misma, para revolucionarlas y organizarlas, como el medio para socavar y derrocar el viejo poder estatal y eliminar la explotación capitalista. El proletariado industrial urbano es ahora el alma de la revolución en Rusia. Pero, para poder realizar cualquier tipo de acción política directa como masas, el proletariado debe reunirse primero como masa, y para ello es necesario que salga de las fábricas y de los talleres, de las minas y de los altos hornos, y que supere esa dispersión y derroche de fuerzas a que le condena el cotidiano yugo del capitalismo. La huelga de masas es, pues, la primera forma natural y espontánea de toda gran acción revolucionaria del proletariado, y cuanto más la industria se convierta en la forma predominante de la economía social, mayor será el papel desempeñado por el proletariado en la revolución, más aguda la contradicción entre el capital y el trabajo, y mayor importancia y amplitud adquirirán necesariamente las huelgas de masas. La en otro tiempo forma principal de las revoluciones burguesas, el combate en las barricadas, el enfrentamiento abierto contra el poder armado del Estado, es sólo el punto más extremo de la actual revolución, un momento en todo el proceso de la lucha proletaria de masas.

Y con ello se alcanza en la nueva forma de la revolución, este nivel civilizado y atenuado de las luchas de clases, que fue predicho proféticamente por los oportunistas de la socialdemocracia alemana, Bernstein, David[19] y otros. Estos veían la ansiada “civilización” y “atenuación” de la lucha de clases, interpretándola a través de las ilusiones pequeñoburguesas y democráticas, creyendo que la lucha de clases se limitaría exclusivamente a una lucha parlamentaria y que la revolución con su lucha de calle será abolida. La historia ha encontrado la solución de una manera mucho más profunda y sutil, en el nacimiento de la huelga de masas, la cual, por supuesto, no reemplaza, en modo alguno, a la descarnada y brutal lucha callejera ni la hace innecesaria, pero la reduce a representar sólo un momento en el extenso período de lucha política, y al mismo tiempo, vincula al período revolucionario una gigantesca labor cultural en el más estricto sentido de la palabra: la elevación material e intelectual de toda la clase obrera mediante la “civilización” de las bárbaras formas de la explotación capitalista.

De esta forma, la huelga de masas no se nos presenta como un producto específicamente ruso, surgido del absolutismo, sino como una forma general de la lucha de clases proletaria, que resulta del actual estadio de desarrollo del capitalismo y de las relaciones de clases. Las tres revoluciones burguesas: la gran revolución francesa, la revolución alemana de 1848 y la actual revolución rusa, forman, desde este punto de vista, una cadena de desarrollo progresivo, en el que se refleja la grandeza y el ocaso del mundo capitalista. En la gran revolución francesa, los conflictos internos de la sociedad burguesa, todavía latentes, ceden el puesto a un largo período de brutales luchas, en el que todas las contradicciones brotan y maduran al calor de la revolución, estallando con extrema violencia y sin traba alguna: Medio siglo más tarde, la revolución burguesa alemana, que se produce a mitad de camino del desarrollo capitalista, es interrumpida por la contradicción de intereses y el equilibrio de fuerza entre el capital y el trabajo, es ahogada por un compromiso entre el feudalismo y la burguesía, se ve reducida a un breve, lastimoso, mediocre y silenciado episodio. Pasa otro medio siglo, y la actual revolución rusa se encuentra en un punto del camino histórico, situado ya en la otra vertiente de la montaña, más allá del apogeo de la sociedad capitalista, en un unto donde la revolución burguesa ya no puede ser aplastada por contradicción entre la burguesía y el proletariado, sino que, por el contrario, se despliega en un largo período de gigantescas luchas sociales, en el que el ajuste de cuentas con el absolutismo aparece como una pequeñez ante los muchos nuevos ajustes de cuentas que hace la revolución. La revolución actual realiza los resultados generales del desarrollo capitalista internacional en el caso particular de la Rusia absolutista, y no se presenta tanto como la heredera de las viejas revoluciones burguesas, sino, más bien, como la precursora de una nueva serie de revoluciones proletarias. El país más atrasado, precisamente por su imperdonable retraso respecto a la revolución burguesa, muestra al proletariado de Alemania y de los países más avanzados las vías y los métodos de la futura lucha de clases.

De ahí que, también desde este punto de vista, resulte completamente equivocada la actitud de contemplar desde lejos a la revolución rusa como a un hermoso espectáculo, como algo específicamente “ruso”, admirando todo lo más el heroísmo de sus combatientes, es decir, los aspectos accesorios de la lucha. Sería más importante que los obreros alemanes aprendiesen a ver en la revolución rusa un asunto propio, no sólo en el sentido de la solidaridad internacional de clase con el proletariado ruso, sino, sobre todo, como un capítulo de su propia historia social y política. Los dirigentes sindicales y parlamentarios que piensan que el proletariado alemán es “demasiado débil” y la situación en Alemania poco madura para las luchas revolucionarias de masas, no sospechan que lo que refleja el grado de madurez de la situación de clase y la fuerza del proletariado en Alemania, no son las estadísticas de los sindicatos ni las estadísticas electorales, sino los acontecimientos de la revolución rusa. Y al igual que la madurez de las contradicciones de clase francesas, bajo la monarquía de julio y las batallas de julio en París, se midió en la revolución de marzo de 1848 en Alemania, en su evolución y en su fracaso, asimismo, hoy en día, la madurez de las contradicciones de clase en Alemania se refleja en los acontecimientos y en la fuerza de la revolución rusa. Y mientras los burócratas del movimiento obrero alemán husmean en los cajones de sus escritorios para ver si encuentran las pruebas de su fuerza y de su madurez, sin ver que lo que buscan está ante sus ojos y se manifiesta en una gran revolución histórica, pues, la revolución rusa, es históricamente, un reflejo de la fuerza y de la madurez del movimiento obrero internacional, o sea, en primer lugar, del movimiento obrero alemán.

Tendríamos, por lo tanto, un resultado demasiado lamentable y grotescamente ínfimo de la revolución rusa si el proletariado alemán pretendiera extraer únicamente la enseñanza —al igual que pretenden los camaradas Frohme, Elm[20] y otros— de lo útil que es su forma exterior de lucha, la huelga de masas, y pensara en tomarla sólo a título de préstamo, para castrarla y reducirla a la categoría de arma de reserva para el caso en que fuera abolido el sufragio universal en las elecciones al Reichstag, es decir, convertirla en un simple medio de defensiva parlamentaria. Si se nos quita el sufragio universal al Reichstag, entonces nos defenderemos. Esta es una decisión evidente por sí misma. Pero para tomar esta decisión no es necesario adoptar la heroica pose de un Dantón, como hace, por ejemplo, el camarada Elm en Jena[21]; la defensa de los modestos derechos parlamentarios que ya se poseen no es ninguna innovación, que hiciera necesario el estímulo de las terribles hecatombes de la revolución rusa, sino más bien el primer y más simple deber de todo partido de oposición. La defensiva no debe agotar todas las posibilidades de la política proletaria en un período revolucionario. Y si, por una parte, resulta difícil predecir, con seguridad, si la abolición del sufragio universal en Alemania conduciría a una situación que provocara inmediatamente una huelga de masas, por otra parte, una vez que Alemania haya entrado en un período de huelgas de masas, le será imposible a la socialdemocracia limitar su táctica a una simple defensa de los derechos parlamentarios. Está fuera del alcance de la socialdemocracia prever la ocasión y el momento en le se desencadenarán las huelgas de masas, ya que está fuera de su alcance el crear situaciones mediante simples resoluciones tomadas en un congreso del partido. Pero lo que sí puede y debe hacer es exponer las directrices políticas de esas luchas, una vez que se hayan presentado, y formular una táctica decidida y consecuente. No se pueden contener los acontecimientos históricos imponiéndoles prescripciones, sino tomando previamente conciencia de sus probables y calculables consecuencias, y dirigiendo, según ellas, su propio modo de actuación.

El peligro más inminente que acecha al movimiento obrero alemán desde hace años, es el de un golpe de Estado por parte de la reacción, con el fin de privar a amplias masas populares de su derecho político más importante, el sufragio universal para las elecciones al Reichstag. A pesar de las enormes consecuencias que tendría un acontecimiento semejante resulta imposible predecir con certeza, repitámoslo, si a ello seguiría inmediatamente una respuesta popular directa bajo la forma de una huelga de masas, porque hoy ignoramos todos los factores y circunstancias que contribuyen a determinar la situación en un movimiento de masas. Pero, si tenemos en cuenta la extrema agudización actual de las relaciones en Alemania, las múltiples repercusiones internacionales de la revolución rusa y el futuro de la nueva Rusia, resulta claro que el viraje que experimentaría la política alemana después de la abolición del sufragio universal no sería algo que pudiese detenerse sólo en la lucha por la restauración del derecho del voto. Un golpe de Estado semejante desencadenaría inevitablemente, en un lapso de tiempo más o menos largo, una explosión elemental de cólera, sacudiría a las masas populares y las llevaría a ajustar sus cuentas políticas con la reacción, se levantarían contra los usureros del pan y el encarecimiento artificial de la carne, contra las cargas impuestas por los gastos del militarismo, contra la corrupción de la política colonial, la vergüenza nacional del proceso de Königsberg[22] y la paralización de las reformas sociales, contra las medidas que afectan a los derechos de los ferroviarios, de los empleados de correos y de los obreros agrícolas, las medidas represivas tomadas en contra de los mineros, contra el juicio de Löbtau[23] y toda la justicia clasista, contra el brutal sistema del lock-out de empresas; en resumen, contra toda la opresión ejercida desde hace veinte años por el poder coaligado de los terratenientes de la Prusia oriental y del gran capital de los cártels.

Pero una vez lanzada la piedra, no podrá detenerse, quiéralo o no la socialdemocracia. Los adversarios de la huelga de masas rechazan la lección y el ejemplo de la revolución rusa como inaplicables en Alemania, alegando le en Rusia era necesario el paso sin transición de un régimen de despotismo oriental a un orden legal burgués moderno. Esta separación formal entre el régimen político antiguo y el moderno sería suficiente, según ellos, para explicar la vehemencia y la violencia de la revolución rusa; pero, en Alemania, donde poseemos, desde hace tiempo, las formas y las garantías de un régimen estatal basado en la legalidad, sería imposible un desencadenamiento tan elemental de conflictos sociales. Los que así razonan, olvidan que en Alemania, por el contrario, una vez iniciadas las luchas políticas, el objetivo histórico será totalmente distinto al de la Rusia actual. Precisamente porque en Alemania existe desde hace mucho tiempo un régimen constitucional, porque ya tuvo tiempo de agotarse y llegar a su ocaso, precisamente porque la democracia burguesa y el liberalismo han llegado a su fin, por esto mismo no puede plantearse ya la revolución burguesa en Alemania. Un período de abiertas luchas políticas tendría necesariamente en Alemania como objetivo único la dictadura del proletariado. La distancia que separa a la situación actual alemana de este objetivo es mucho más grande de la que separa al régimen legal burgués del despotismo oriental; y por esto el objetivo no puede ser alcanzado de una sola vez, sino después de un largo período de gigantescos conflictos sociales.

Pero, ¿no existe acaso una contradicción flagrante en las perspectivas que hemos señalado? Se afirma, por una parte, que en el transcurso de un eventual período de acciones futuras de masas quienes comenzarán por obtener el derecho a la asociación serán las capas sociales más atrasadas de Alemania, los obreros agrícolas, los empleados de ferrocarril y de correos, y se afirma también que será necesario suprimir, en primer lugar, los excesos más detestables de la explotación capitalista; por otra parte, se afirma que el objetivo político de este período sería la conquista del poder político por el proletariado. Por un lado se trataría de reivindicaciones económicas y sindicales, y por el otro, del objetivo final de la socialdemocracia. Ciertamente, hay aquí flagrantes contradicciones, pero que no surgen de nuestra lógica, sino del mismo desarrollo capitalista. El capitalismo no evoluciona siguiendo una hermosa línea recta, sino haciendo un caprichoso recorrido repleto de giros bruscos. Y así como los diferentes países capitalistas representan los estadios más diversos de desarrollo, así también en el interior de cada país se encuentran las capas más diversas de una misma clase obrera. Pero la historia no espera pacientemente a que los países y las capas más atrasadas alcancen a los países y las capas más avanzadas, para que el conjunto cierre filas y se ponga en marcha con perfecta simetría. Se producen las explosiones en los puntos neurálgicos cuando la situación está madura, y en la tormenta revolucionaria son suficientes a veces sólo algunos días o algunos meses para compensar los retrasos, corregir las desigualdades y hacer avanzar de golpe a todo el mecanismo social. En la revolución rusa, todos los estadios de desarrollo, toda la escala de intereses de las distintas categorías de obreros estaban representados en el programa revolucionario de la socialdemocracia, y el número infinito de luchas parciales confluía en la inmensa acción común de clase del proletariado; lo mismo ocurrirá en Alemania cuando la situación esté madura. La tarea de la socialdemocracia consistirá en regular su táctica no en base a los niveles más atrasados, sino en base a los niveles más avanzados del desarrollo.

VIII   La necesidad de la acción unificada de los sindicatos y la socialdemocracia

La condición más importante que debe cumplir la clase obrera alemana en el período de grandes luchas, que sobrevendrá tarde o temprano, es, junto a la resuelta firmeza y coherencia de la táctica, la mayor capacidad posible de acción, es decir, la mayor unidad posible del ala dirigente socialdemócrata de la masa proletaria. Sin embargo, las primeras tímidas tentativas para emprender una acción de masas de mayor envergadura pusieron de manifiesto un importante obstáculo: la separación total y la autonomía de las dos organizaciones del movimiento obrero, de la socialdemocracia y de los sindicatos.

De un análisis detallado de las huelgas de masas en Rusia y de las condiciones en Alemania misma se desprende claramente que cualquier acción importante de lucha, si no ha de limitarse a una demostración aislada y debe, por el contrario, convertirse en una acción real de masas, no puede concebirse como una huelga del tipo que se ha dado en llamar política. En Alemania, los sindicatos participarían de igual modo que la socialdemocracia. Y no ya, como se imaginan los dirigentes sindicales, porque la socialdemocracia, debido a la inferioridad numérica de su organización, se encuentre obligada a recurrir a la colaboración de ese millón y cuarto de sindicalistas y no puede hacer nada “sin ellos”, sino por una razón mucho más profunda: porque toda acción directa de masas y todo período de luchas abiertas de clase serán al mismo tiempo políticos y económicos. Si por cualquier motivo y en cualquier momento, se producen en Alemania grandes luchas políticas y huelgas de masas, se iniciará, al mismo tiempo, una era de gigantescas luchas sindicales, sin que los acontecimientos se pregunten si los dirigentes sindicales aprueban o no el movimiento. Si se mantuvieran apartados o trataran de oponerse a la lucha, la consecuencia será simplemente que los dirigentes del sindicato, al igual que los dirigentes del partido, en caso análogo, serían marginados por el desarrollo de los acontecimientos, y las luchas, tanto las económicas como las políticas, serían llevadas adelante por las masas, se prescindiría de ellos.

En efecto, la división entre la lucha política y la lucha económica, así como su consideración por separado, no es más que un producto artificial, aunque explicable históricamente, del período parlamentario. Por una parte, la lucha económica se dispersa en el tranquilo y “normal” desarrollo de la sociedad burguesa, en una multitud de luchas parciales en cada fábrica y en cada ramo de la producción. Por otra parte, la lucha política no es dirigida por las masas mismas en acción directa, sino, en conformidad con las formas del Estado burgués, por vía representativa, mediante la presión sobre el cuerpo legislativo. Una vez abierto un período de luchas revolucionarias, es decir, una vez que aparezcan las masas en el campo de batalla, desaparecerán tanto la dispersión de la lucha económica como la forma indirecta parlamentaria de la lucha política; en una acción de masas revolucionaria, las luchas política y económica son una sola, y el límite artificial trazado entre sindicato y socialdemocracia, como entre dos formas separadas y totalmente distintas del movimiento obrero, simplemente desaparece. Pero lo que se manifiesta con claridad en un movimiento de masas revolucionario, también es válido, de hecho, para el período parlamentario. No existen dos distintas luchas de clase del proletariado, una económica y una política, sino que existe una sola lucha de clases, orientada, por igual, tanto a la limitación de la explotación capitalista en el seno de la sociedad burguesa como a la abolición de la explotación junto a la misma sociedad burguesa.

Si bien estas dos partes de la lucha de clases se separan entre sí en el período parlamentario —por razones técnicas, entre otras—, no representan por ello dos acciones paralelas, sino simplemente dos fases, dos estadios en la lucha por la emancipación de la clase obrera. La lucha sindical abarca los intereses actuales; la lucha socialdemócrata, los intereses futuros del movimiento obrero. Los comunistas —se dice en el Manifiesto del partido comunista— representan, frente a grupos de intereses diversos (intereses nacionales o locales) de los proletarios, los intereses comunes a todo el proletariado y, en todos los grados del desarrollo de la lucha de clases, el interés del movimiento en su conjunto, es decir, el objetivo final, la emancipación del proletariado. Los sindicatos sólo representan los intereses de grupo del movimiento obrero, y un determinado nivel de desarrollo. El socialismo representa a la clase obrera y a los intereses de su emancipación en su conjunto. La relación que existe entre los sindicatos y la socialdemocracia es, por lo tanto, la que existe entre una parte y el todo; y si la teoría de la “igualdad de derechos”, entre los sindicatos y la socialdemocracia encuentran tanto eco entre los dirigentes sindicales, se debe a un desconocimiento profundo de la esencia de los sindicatos y del papel que desempeñan en la lucha general por la emancipación de la clase obrera.

Sin embargo, la teoría de la acción paralela entre la socialdemocracia y los sindicatos y de su “igualdad de derechos”, no es pura invención, sino que tiene raíces históricas. Se basa, efectivamente, en la ilusión que despierta el tranquilo y “normal” período de la sociedad burguesa, en el que la lucha política de la socialdemocracia parece diluirse en la lucha parlamentaria. Pero esta simple contrapartida de la lucha sindical es algo que se lleva a cabo, exclusivamente, en el terreno del orden social burgués. Por su naturaleza, es un trabajo político de reforma, al igual que los sindicatos expresan su labor de reforma económica. Representa un trabajo político de actualidad, al igual que los sindicatos representan un trabajo económico presente. La lucha parlamentaria, al igual que la lucha sindical, es simplemente una fase, un estadio de desarrollo en el todo de la lucha de clases proletaria, cuya meta final supera, en igual medida, tanto a la lucha parlamentaria como a la lucha sindical. También la lucha parlamentaria tiene la misma relación con la política socialdemócrata que la existente entre una parte y el todo, exactamente igual al trabajo sindical. La socialdemocracia es precisamente el resumen tanto de la lucha parlamentaria como sindical, en una lucha de clases dirigida a la abolición del orden social burgués.

La teoría de la “igualdad de derechos”, entre los sindicatos y la socialdemocracia no es, por lo tanto, un simple error teórico, una simple confusión, sino que es la expresión de la conocida tendencia del ala oportunista de la socialdemocracia, que quiere reducir realmente la lucha política de la clase obrera a la lucha parlamentaria, y hacer que la socialdemocracia deje de ser un partido proletario revolucionario para convertirlo en un partido reformista pequeñoburguése. Si la socialdemocracia aceptase la teoría de la “igualdad de derechos” de los sindicatos, aceptaría también, de manera indirecta y tácita, la transformación que desde hace mucho tiempo están impulsando los representantes de la tendencia oportunista.

Sin embargo, un desplazamiento semejante de las relaciones en el seno del movimiento obrero es más inconcebible en Alemania que en cualquier otro país. El principio teórico que hace del sindicato simplemente una parte de la socialdemocracia se encuentra clásicamente ilustrado en Alemania por los hechos mismos, por la práctica viva, manifestándose en tres tendencias. En primer lugar, los sindicatos alemanes son un producto directo de la socialdemocracia; es ella quien puso los cimientos del movimiento sindical en Alemania, quien veló por el crecimiento de los sindicatos, y quien, hasta el día de hoy, le da sus dirigentes y militantes más activos de su organización. En segundo lugar, los sindicatos alemanes son también un producto de la socialdemocracia, en el sentido de que la doctrina socialdemócrata es el alma de la práctica sindical; los sindicatos deben su superioridad sobre todos los grupos sindicales burgueses y confesionales a la idea de la lucha de clases; sus éxitos materiales y su poder son resultado de la teoría del socialismo científico, que ilumina su práctica y la eleva por encima de las pequeñeces de un mezquino empirismo. La fuerza de la “política práctica” de los sindicatos alemanes radica en su profunda visión de los nexos causales sociales y económicos del orden capitalista; y esta visión se la deben a la teoría del socialismo científico, sobre la que se funda su práctica. En este sentido, toda tentativa por emancipar a los sindicatos de la teoría socialdemócrata, por encontrar otra “teoría sindical” en oposición a la socialdemocracia, toda tentativa de ese tipo, repetimos, no es más que un intento de suicidio por parte de los mismos sindicatos. Separar la práctica sindical de la teoría del socialismo científico significaría, para los sindicatos alemanes, perder inmediatamente toda superioridad sobre los distintos sindicatos burgueses y caer de la altura conquistada al nivel de la incesante búsqueda de un puro y burdo empirismo.

Y finalmente, en tercer lugar, los sindicatos son también, directamente, en su fuerza numérica un producto del movimiento socialdemócrata y de la propaganda socialdemócrata. Es cierto que en más de un país la agitación sindical precedió y precede a la agitación política, y que en todas partes el trabajo de los sindicatos allana el camino al trabajo del partido; pero, desde el punto de vista de su acción, el partido y el sindicato se echan recíprocamente una mano. Sólo si se considera el marco que presenta la lucha de clases en Alemania en su conjunto y en sus causas profundas, se modifica sensiblemente esta relación. Algunos dirigentes sindicales se complacen en lanzar una mirada de triunfo, desde las orgullosas alturas de su millón y cuarto de afiliados, sobre el pobre medio millón escaso de militantes de la socialdemocracia, recordándole los tiempos de hace diez o doce años, en que en las filas de la socialdemocracia se tenía todavía una idea pesimista de las posibilidades de desarrollo de los sindicatos. No se dan cuenta de que entre estos dos hechos (la elevada cifra de afiliados al sindicato y la cifra menor de militantes socialdemócratas) existe en cierta medida una directa relación causal. Millares y millares de obreros no entran en las organizaciones del partido precisamente porque entran en los sindicatos. En teoría, todos los trabajadores deberían estar inscritos en ambas partes: asistir a las reuniones de ambas, pagar una doble cotización, leer dos periódicos obreros, etc. Pero, para hacerlo es necesario un grado elevado de inteligencia y de ese idealismo que, por puro sentimiento del deber hacia el movimiento obrero, no retrocede ante los sacrificios cotidianos de tiempo y dinero; es necesario también el apasionado interés por la vida del partido, que no puede satisfacerse sino perteneciendo a su organización. Todo esto se encuentra en la minoría más consciente e inteligente de los obreros socialistas, en las grandes ciudades, donde la vida del partido es rica y atractiva y donde la existencia material del obrero alcanza su nivel más alto. Pero en las capas más amplias de la masa obrera de las grandes ciudades, así como en provincias, en los pequeños y recónditos rincones donde la vida política local carece de independencia y es el simple reflejo de los acontecimientos que suceden en la capital; donde, en consecuencia, la vida del partido es pobre y monótona, donde, finalmente, la vida económica de los trabajadores se caracteriza por la absoluta miseria, la doble organización es muy difícil de llevar a cabo.

Para el obrero de la masa, si tiene ideas socialdemócratas, la cuestión se resuelve por sí sola ingresando en el sindicato. Pues sólo puede satisfacer los intereses inmediatos de su lucha económica —dada la naturaleza misma de esta lucha— perteneciendo a una organización profesional. La cotización que paga, a costa de grandes sacrificios, por lo general, le proporciona una utilidad inmediata y palpable. En cuanto a sus convicciones socialistas, las puede practicar incluso sin pertenecer a una organización específica del partido: votando en las elecciones al Parlamento, asistiendo a reuniones públicas socialdemócratas, leyendo los informes sobre los discursos socialdemócratas en los organismos representativos y leyendo los periódicos del partido (compárese, por ejemplo, el número de electores socialistas y el de los abonados al Vörwarts[24] con las cifras de los militantes del partido en Berlín). Y lo que resulta decisivo: el obrero medio, con mentalidad socialdemócrata, el hombre sencillo, no tiene la menor comprensión por la complicada y sutil teoría de las dos almas, y no puede tenerla, pues en el sindicato se siente organizado socialdemocráticamente. Aun cuando las asociaciones sindicales no lleven el emblema oficial del partido, el trabajador de la masa del pueblo, en cada ciudad, grande o pequeña, ve que los dirigentes más activos que se encuentran a la cabeza de su sindicato son aquellos compañeros de trabajo que él conoce en la vida pública como camaradas, como socialdemócratas: bien como diputados al Reichstag, a las dietas regionales o a las municipalidades, bien como delegados obreros socialdemócratas, miembros de las juntas electorales, redactores de los periódicos del partido, secretarios del partido o, simplemente, oradores y agitadores. Además, en la propaganda de agitación que se hace en su sindicato oye exponer, por regla general, esas mismas ideas que ya son comprensibles y queridas, esas mismas ideas sobre la explotación capitalista y las relaciones de clase que él ya conoce por la propaganda socialdemócrata; y la mayoría de los oradores más queridos en las asambleas sindicales, son precisamente socialdemócratas conocidos.

Todo esto hace que se despierte en el obrero medio consciente el sentimiento de que él, al estar organizado sindicalmente, pertenece también a su partido obrero, está organizado en la socialdemocracia. Y en esto consiste la verdadera fuerza de atracción de los sindicatos alemanes. No es la apariencia de neutralidad, sino la realidad socialista de su esencia lo que ha dado a las asociaciones sindicales el medio para alcanzar su fuerza actual. Este hecho es confirmado simplemente por la existencia misma de los sindicatos afiliados a los distintos partidos burgueses católicos, de Hirsch-Duncker[25], etc., con lo que se pretende robar precisamente la necesidad de esa “neutralidad” política. Cuando el obrero alemán, que puede afiliarse libremente a un sindicato cristiano, católico, evangélico o liberal, no elige ninguno de ellos, sino que elige el “sindicato libre”[26], o se pasa también de aquellos a éste, lo hace solamente porque considera a las asociaciones sindicales como auténticas organizaciones de la moderna lucha de clases, o, —lo que viene a ser lo mismo en Alemania— como sindicatos socialdemócratas. En resumen, la apariencia de “neutralidad”, que es un hecho para más de un dirigente sindical, no existe para la gran masa de los trabajadores organizados en el sindicato. Y este es el gran éxito del movimiento sindical. Si alguna vez esta apariencia de neutralidad, esta distinción o esta separación entre los sindicatos y la socialdemocracia se transforma en realidad a los ojos de la masa proletaria, entonces los sindicatos perderían de golpe todas sus ventajas frente a las asociaciones burguesas con las que compiten, y perderían así toda su fuerza de atracción, el fuego que las mantiene vivas. Lo que aquí se afirma se demuestra convincentemente por hechos de todos conocidos. La apariencia de “neutralidad” política frente a los partidos podría prestar grandes servicios como medio de atracción en un país en el que la socialdemocracia no gozara de prestigio entre las masas, donde el odio que se sintiera hacia ella le trajera más perjuicio que beneficio a la organización obrera ante los ojos de las masas, donde, en resumidas cuentas, los sindicatos tuvieran que reclutar a sus tropas de entre una masa carente por completo de educación política y animada de sentimientos burgueses.

El modelo de un país así ha sido durante todo el pasado siglo, y en cierta medida lo es aún: Inglaterra. En Alemania, sin embargo, la situación del partido es completamente distinta. En un país en el que la socialdemocracia es el partido político más poderoso, en el que su fuerza de reclutamiento está conformada por un ejército de tres millones de proletarios, es ridículo hablar de un odio perjudicial por la socialdemocracia y de la necesidad que tiene una organización combativa de los obreros de mantener su neutralidad política. La simple comparación entre las cifras de los electores socialdemócratas con las cifras de las organizaciones sindicales en Alemania, es suficiente como para que hasta un niño se dé cuenta de que los sindicatos alemanes no conquistaron sus tropas como en Inglaterra, en una masa sin educación política y animada por sentimientos burgueses, sino en una masa de proletarios educados por la socialdemocracia y ganada para las ideas de la lucha de clases, es decir, en la masa de los electores socialdemócratas. Más de un dirigente sindical rechaza con indignación —corolario obligado de la teoría de la “neutralidad”— la idea de considerar los sindicatos como una escuela de reclutamiento para la socialdemocracia. Y en la práctica, esta suposición que les parece tan ofensiva y que, en realidad, es tan halagadora, es puramente imaginaria, porque la situación suele ser inversa: en Alemania, la socialdemocracia es la escuela de reclutamiento para los sindicatos. Si bien la labor organizativa de los sindicatos es, en la mayoría de los casos, muy penosa y difícil, exceptuando alguna región o algún caso particular, en general, el terreno no sólo ha sido ya desbrozado por el arado socialista, sino que la misma semilla sindical y el sembrador mismo han de ser además “rojos”, socialdemócratas, para que se dé bien la cosecha. Y si, de este modo, comparamos las grandes cifras sindicales, no con las de las organizaciones socialdemócratas, sino, siguiendo el único procedimiento correcto, con las de las masas de electores socialdemócratas, llegaremos entonces a una conclusión que difiere fundamentalmente de la concepción comúnmente aceptada al particular. Se observará, en efecto, que los “sindicatos libres” representan en realidad la minoría de la clase obrera en Alemania, puesto que con su millón y cuarto de afiliados no abarcan siquiera la mitad de la masa conquistada por la socialdemocracia.

La conclusión más importante de los hechos expuestos es que la completa unidad del movimiento obrero y socialista, absolutamente necesaria para las futuras luchas de masas en Alemania, existe ya realmente, encarnada en la amplia masa que forma tanto la base de la socialdemocracia como la de los sindicatos, y en cuya conciencia se encuentran fusionadas las dos partes del movimiento en una unidad espiritual… La presunta oposición entre socialdemocracia y sindicatos se reduce, en este orden de cosas, a una oposición entre la socialdemocracia y una cierta parte de los sindicatos, lo que es al mismo tiempo una oposición entre esa parte de los dirigentes sindicales y la masa proletaria sindicalmente organizada.

El fuerte crecimiento del movimiento sindical en Alemania durante los últimos quince años, en particular el período de prosperidad económica de 1895 a 1900, condujo, como es natural, a una especialización en sus métodos de lucha y de dirección, así como al surgimiento de una verdadera casta de funcionarios sindicales. Todos estos hechos son un producto histórico, perfectamente explicable y natural, del desarrollo de los sindicatos en quince años, un producto de la prosperidad económica y de la calma política en Alemania. Son, sin embargo, aunque inseparables de ciertas funestas circunstancias, sin duda alguna un mal históricamente necesario. Pero la dialéctica de la evolución implica que esos medios necesarios para el desarrollo de los sindicatos se transformen, en un momento dado de la organización y en un cierto grado de madurez de las condiciones, en su contrario, y lleguen a ser un obstáculo para la continuación de ese desarrollo.

La especialización en su actividad profesional de dirigentes sindicales, así como la natural restricción de horizontes que va ligada a las luchas económicas fragmentadas en los períodos de calma, concluyen por llevar fácilmente a los funcionarios sindicales al burocratismo y a una cierta estrechez de miras. Y ambas cosas se manifiestan en toda una serie de tendencias que pueden llegar a ser altamente funestas para el futuro del movimiento sindical. Entre ellas se cuenta, ante todo, la sobrestimación de la organización, que, de medio para conseguir un fin, llega a convertirse paulatinamente en un fin en sí mismo, en el más preciado bien, en aras del cual han de subordinarse los intereses de la lucha. De ahí se explica también esa necesidad, abiertamente confesada, que lleva a retroceder ante grandes riesgos y ante supuestos peligros para la existencia de los sindicatos, ante la inseguridad de las grandes acciones de masas; de ahí se explica además la sobrestimación del modo mismo de la lucha sindical, de sus perspectivas y de sus éxitos. Los dirigentes sindicales, constantemente absorbidos por la pequeña guerra económica, que tiene por objetivo hacer que las masas obreras sepan apreciar el gran valor de cada conquista económica, por mínima que esta sea, de cada aumento salarial y de cada reducción de la jornada de trabajo, llegan poco a poco a perder la noción de los grandes nexos causales y la visión conjunto de la situación global. Sólo así se puede entender por qué algunos dirigentes sindicales se extienden con tanta satisfacción sobre las conquistas de estos últimos quince años, sobre los millones de marcos obtenidos en los aumentos de salarios, en lugar de insistir, por el contrario, en el reverso de la medalla: en el descenso paralelo del nivel de vida de los proletarios ocasionado por el encarecimiento del pan, por toda la política fiscal y aduanera, por las especulaciones de terrenos, que aumenta de modo exorbitante los alquileres; en resumen: sobre todas las tendencias objetivas de la política burguesa que anulan en gran parte las conquistas de las luchas sindicales de esos quince años. De toda la verdad socialdemócrata, que aparte de subrayar el trabajo coyuntural y su necesidad absoluta, pone de manifiesto, sobre todo, la crítica y las limitaciones de ese trabajo, se llegará a defender una verdad a medias, sindical, en la que sólo se ve lo positivo de la lucha cotidiana. Y finalmente, a costa de ocultar las limitaciones objetivas que tiene la lucha sindical en el orden social burgués, se llega a una aversión directa contra toda crítica teórica que llame la atención sobre esas limitaciones en relación con los objetivos finales del movimiento obrero. El panegírico absoluto y el optimismo ilimitado son considerados como un deber de todo “simpatizante del movimiento sindical”. Pero, como quiera que el punto de vista socialdemócrata consiste precisamente en combatir ese optimismo sindical falto de crítica, al igual que combate el obtuso optimismo parlamentario, se acaba por enfrentarse a la misma teoría socialdemócrata: se busca a tientas una nueva teoría científica, es decir, una teoría que, en oposición a la doctrina socialdemócrata, abra a las luchas sindicales perspectivas ilimitadas de progreso económico en el campo del orden capitalista. Hace ya mucho tiempo, por cierto, que existe esa teoría: es la teoría del profesor Sombart[27] creada, expresamente, con la intención de trazar una clara línea de demarcación entre los sindicatos y la socialdemocracia en Alemania, para atraer los sindicatos al campo burgués.

En estrecha relación con estas tendencias teóricas se encuentra el cambio en las relaciones entre el dirigente y la masa. En lugar de la dirección colectiva de las comisiones, con sus indiscutibles insuficiencias, aparece la dirección profesional del funcionario sindical. La dirección la facultad de juicio se convierten, por así decirlo, en su especialidad profesional, mientras que a la masa le corresponde principalmente la virtud más pasiva de la disciplina. Estos aspectos negativos del burocratismo encierran también importantes peligros para el partido, los cuales pueden manifestarse fácilmente debido a la última innovación: el cargo de los secretarios de partido locales, si la masa socialdemócrata no tiene en cuenta que los mencionados secretarios son simples órganos ejecutivos y no pueden ser considerados como los llamados a realizar la iniciativa y la dirección de la vida local del partido. Pero el burocratismo tiene en la socialdemocracia, por la naturaleza misma de las cosas, por el carácter de la lucha política, límites muy definidos, más estrechos que en la vida sindical. Aquí la especialización técnica de las luchas salariales —complicados contratos de trabajo a destajo u otros acuerdos similares, por ejemplo—, hace que se le niegue con frecuencia a la masa de militantes “la visión de conjunto de toda la vida sindical”, con lo que se fundamenta su incapacidad de juicio. Un producto de esa concepción es, por cierto, la argumentación con la que se rechaza toda crítica teórica a las perspectivas y las posibilidades de la práctica sindical, haciendo creer que constituiría un peligro para la fe de las masas en su sindicato. Se parte al respecto de la idea de que una fe ciega en las ventajas de la lucha sindical es el único medio para conquistarse a la masa obrera y para conservarla. En contraposición a la socialdemocracia, que basa precisamente su influencia en la comprensión por parte de las masas de las contradicciones del orden existente y de toda la complicada naturaleza de su desarrollo, en la actitud crítica de las masas hacia todos los aspectos y estadios de la propia lucha de clases; la influencia y el poder de los sindicatos, por el contrario, se basa, siguiendo esa falsa teoría, en la falta de crítica, en la falta de juicio de la masa. “A1 pueblo hay que dejarle la fe”, tal es el principio en el que se basan muchos funcionarios sindicales para calificar de atentado contra el movimiento sindical a todo análisis crítico de las insuficiencias de este movimiento. Y finalmente, otro resultado de esta especialización y de este burocratismo en los funcionarios sindicales es la fuerte “autonomía” y “neutralidad” de los sindicatos respecto a la socialdemocracia. La autonomía externa de la organización sindical ha surgido como una condición natural de su desarrollo, como una relación que se desprende de la división del trabajo técnico entre las formas de lucha política y sindical. La “neutralidad” de los sindicatos alemanes vino, por su parte, como un producto de la legislación reaccionaria sobre las asociaciones del Estado policial prusiano-alemán. Con el tiempo, ambas relaciones cambiaron de naturaleza. De la condición de “neutralidad” política impuesta a los sindicatos por la policía surgió a posteriori una teoría sobre su neutralidad voluntaria, como si esta fuera una necesidad fundada en la naturaleza misma de la lucha sindical. Y la autonomía técnica de los sindicatos, que tendría que apoyarse en la división del trabajo práctico en el seno de la lucha de clases unitaria socialdemócrata, fue transformada en la separación, de los sindicatos con respecto a la socialdemocracia, con respecto a sus concepciones y a su dirección, en la llamada “igualdad de derechos” con el partido.

Esta apariencia de separación y de igualdad entre los sindicatos y el partido se encarna principalmente en los funcionarios sindicales, siendo alimentada por el aparato administrativo de los sindicatos. En lo exterior, la coexistencia de todo un cuerpo de funcionarios, de centrales completamente independientes, de una numerosa prensa profesional y, en fin, de congresos sindicales, ha creado la apariencia de un total paralelismo con respecto al aparato administrativo del partido socialdemócrata, a su comité ejecutivo, a su prensa y a sus congresos. Esa ilusión de la igualdad entre el partido y los sindicatos ha conducido, entre otras cosas, al fenómeno monstruoso de que en los congresos del partido y en los congresos sindicales se discutan en parte problemas completamente análogos y se llegue a tomar resoluciones distintas, y hasta directamente opuestas, sobre la misma cuestión. De la división natural del trabajo entre el congreso del partido, que representa los intereses generales y las tareas del movimiento obrero, y las conferencias sindicales, que tratan del campo mucho más estrecho de las cuestiones específicas e intereses de la lucha cotidiana profesional, ha sido construida la ambivalencia artificial entre una filosofía supuestamente sindical y una socialista en relación a las mismas cuestiones generales e intereses del movimiento obrero.

Así ha surgido ese peculiar fenómeno de que el mismo movimiento sindical que está completamente unido a la socialdemocracia por abajo, en las amplias masas proletarias, arriba, en las oficinas administrativas, se separe bruscamente de la socialdemocracia y se coloque frente a ella como una segunda potencia independiente. El movimiento obrero alemán adopta con ello la extraña forma de una doble pirámide, cuya base y cuerpo forman un todo masivo, pero cuyas puntas se separan entre sí.

De todo lo expuesto, resulta claro cuál es el único camino a seguir para llegar, de un modo natural, a esa compacta unidad del movimiento obrero alemán que resulta completamente necesaria tanto en relación a las venideras luchas políticas de clase como en relación a los propios intereses del desarrollo ulterior de los sindicatos. Nada sería más falso e inútil que intentar establecer esa deseada unidad por medio de esporádicos o periódicos tratos entre la dirección de la socialdemocracia y las centrales sindicales sobre problemas aislados del movimiento obrero. Precisamente, las instancias superiores de las organizaciones de las dos formas del movimiento obrero son las que encarnan, como hemos visto, su separación y su autonomía en sí, por consiguiente, portadoras ellas mismas de la ilusión de la “igualdad de derechos” y de la existencia paralela del partido socialista y de los sindicatos.

Querer establecer su unidad mediante las relaciones entre la presidencia del partido y la comisión general de los sindicatos sería como construir un puente precisamente allí, donde la distancia es mayor y el paso más difícil. No es arriba, en las puntas de las direcciones y de su alianza federativa, sino abajo, en la masa proletaria organizada, donde está la garantía para la auténtica unidad del movimiento obrero. En la conciencia del millón de miembros sindicales, partido y sindicatos son, efectivamente, una sola cosa, a saber: la lucha socialdemócrata, en diversas formas, por la emancipación del proletariado. Y de ello se desprende también por sí misma la necesidad de acabar con todos esos roces que se han producido entre la socialdemocracia y una parte de los sindicatos, de adaptar su relación mutua a la conciencia de la masa proletaria, es decir, volver a incluir a los sindicatos en el partido. Con ello solamente se expresaría la síntesis del desarrollo real, que ha ido desde la incorporación originaria de los sindicatos hasta su separación de la socialdemocracia, con el fin de preparar después el período de fuerte crecimiento tanto de los sindicatos como de la socialdemocracia, el período venidero de las grandes luchas de masas proletarias, para hacer de la reunificación entre socialdemocracia y sindicatos una necesidad en interés de ambas organizaciones.

Como es completamente lógico, no se trata al particular de disolver toda la organización sindical en el partido, sino de establecer una relación natural entre la dirección de la socialdemocracia y los sindicatos entre los congresos del partido y los congresos sindicales, que se corresponde a la relación real entre el movimiento obrero en su conjunto y su fenómeno parcial sindical. Un cambio tal provocará —y no puede ser de otra manera— una violenta oposición entre una parte de los dirigentes sindicales. Pero ya es hora de que la masa obrera socialdemócrata aprenda a poner de manifiesto su capacidad de juicio y de acción y que dé muestras con ello de su madurez, de su preparación para esos momentos de grandes luchas y de grandes tareas, en los que ella, la masa, habrá de ser el coro actuante, y las direcciones, únicamente los “solistas”, los intérpretes de la voluntad de las masas.

El movimiento sindical no es el reflejo de las comprensibles pero erróneas ilusiones de una minoría de dirigentes sindicales, sino aquello que vive en la conciencia de las amplias masas de proletarios ganados para la lucha de clases. En esta conciencia, el movimiento sindical es una parte de la socialdemocracia. “Y debe atreverse a ser lo que es.”

Petersburgo, 15 de septiembre de 1906

 

Huelga de masas, partido y sindicatos, Hamburgo, 1906.

Notas

[1]    La crisis de 1837 en Inglaterra se caracterizó por un descenso en el volumen de negocios y una recesión general que duró hasta 1839.

[2]    La agitación de 1839 alcanzó caracteres violentos. El cartismo exigía el armamento del pueblo.

[3]    Se refiere al Congreso de la Internacional Antiautoritaria de Bakunin, posterior a la escisión de La Haya. Los “antiautoritarios” se reunieron el 1 de septiembre en Ginebra, una semana antes de que lo hicieran los marxistas.

a    F. Engels, Die Bakunisten on der Arbeit. lnternationales aus dem Volkstaat, página 20.

[4]    Se refiere a la revolución rusa de 1905, luego de la derrota rusa en la guerra contra Japón de 1904.

b    Bölmelburg, sindicalista alemán de la federación de la construcción (1862-1912). Rechazó en el Congreso de Colonia de 1906 todas las tentativas para introducir una nueva táctica, basada en la huelga política de masas. (N.E.)

[5]    Congreso Sindical de Colonia. Se celebró en mayo de 1905, bajo el lema de “¡lo que los sindicatos necesitan es tranquilidad!”.

La Duma era la representación parlamentaria rusa. Convocada por primera vez como una concesión del zar a la revolución de 1905, fue disuelta el mismo año.

[6]    Guttkamer, Robert Viktor von (1828-1900) ministro del Interior de 1881 a 1888, célebre por la dureza de sus represiones antiobreras.

[7]    La Duma era la representación parlamentaria rusa. Convocada por primera vez como una concesión del zar a la revolución de 1905, fue disuelta el mismo año.

[8]    En el Congreso del partido en Jena, 1905, se aprobó una resolución que reconocía la huelga de masas como un arma posible del proletariado, en especial para la defensa de los derechos políticos.

[9]    Congreso Sindical de Colonia. (Véase nota 5.) Los sindicatos reclamaban mayor autonomía frente al partido y rechazaron toda discusión sobre el tema de la huelga general

[10]   Comandante de policía que fundó organizaciones obreras bajo control policial. Estas organizaciones aseguraban a los trabajadores que el gobierno zarista estaba dispuesto a satisfacer sus reivindicaciones.

[11]   Osvobozdeni (“Liberación”). Periódico liberal ruso editado en el extranjero por Peter von Struve y que sirvió de núcleo para la formación del partido Cadete.

[12]   G.A. Gapón fundó la “sociedad de trabajadores de fábricas y empresas de Petersburgo”. Luego del “domingo sangriento” huyó al extranjero, donde mantuvo contacto con los socialdemócratas. Descubierto posteriormente como confidente de la policía fue asesinado por los socialrevolucionarios.

[13]   Zemstvos: fundados después de la abolición de la servidumbre en 1861. Cumplían las funciones de asambleas parlamentarias provinciales, competentes para los asuntos locales y económicos.

[14]   “Breve período constitucional” en 1905: se refiere a las promesas del zar y la convocatoria de la Duma.

c    Tan sólo en las dos primeras semanas de junio de 1906, se llevan a cabo las siguientes luchas reivindicativas: entre los impresores de San Petersburgo, Moscú, Odesa, Minsk, Sarátov, Mogilev y Tambov por la jornada de ocho horas y el domingo de descanso; una huelga general de los marinos en Odesa, Nikolaiev, Kerch, Crimea, Cáucaso, en la flota del Volga en Kronstadt, en Varsovia y Plock por el reconocimiento de los sindicatos y la liberación de los delegados detenidos; entre los obreros portuarios de Sarátov, Nicolaiev, Tsaritsin, Arjangelks, Bialystok, Vilna, Odesa, Járkov, Brest-Litovsk, Radom, Tiflis; entre los obreros agrícolas de los distritos de Verjné-Dniepropetrosk, Borinsovik, Simferopol, en las gobernaciones de Podolsk, Tula, Kursk, en los distritos de Kozlov, Lipovitz, en Finlandia, en el gobierno de Kiev, en el distrito de Ielisavetgrad. En varias ciudades la huelga se extendió en ese período a casi todos los oficios al mismo tiempo, así en Sarátov, Arjangelsk, Kerch y Kremenchug. En Bajmut hay huelga general de los mineros en toda la cuenca. En otras ciudades el movimiento reivindicativo afecta a todos los oficios sucesivamente en el curso de esas dos semanas, así en San Petersburgo, Varsovia, Moscú, y en toda la provincia de Ivanovo-Vosnesensk. El objetivo de las huelgas es el mismo en todas partes: reducción de la jornada laboral, descanso semanal, elevación de salarios. La mayoría de las huelgas terminaron victoriosas. En los informes locales se pone de manifiesto que afectaron en parte a capas de obreros que participaban por primera vez en luchas reivindicativas.

[15]   Bulygin, A. G., (1851-1919): político ruso, ministro del Interior en 1905. Se vio obligado a convocar la primera Duma que lleva su nombre.

[16]   Martin Kasprzak, conocido socialdemócrata polaco, amigo de Luxemburg, que ayudó a ésta a pasar clandestinamente la frontera en 1889.

[17]   Se trata de ocho grandes manifestaciones de protesta en Hamburgo, contra la reforma del derecho electoral, que afectaría al cuerpo electoral hamburgués.

d    De ahí que sólo por un error pueda escribir la camarada Roland-Holst, en el prefacio a la edición rusa de su libro sobre la huelga de masas, lo siguiente: “Desde los comienzos de la gran industria, el proletariado (de Rusia) casi se había familiarizado con la huelga de masas, por la simple razón de que bajo la opresión política del absolutismo las huelgas parciales se habían vuelto imposibles. (véase Neue Zeit, número 33, 1906), la verdad es todo lo contrario. Así, en la segunda conferencia de los sindicatos rusos, celebrada en febrero de 1906, el informante de la unión sindical dice lo siguiente al principio de su discurso: “Dadas las características del público que compone esta asamblea que tengo ante mis ojos, no tengo necesidad de recalcar que nuestro movimiento sindical no tiene sus orígenes ni en el período “liberal” del príncipe Sviatopolk-Mirski (en 1904, R.L.) ni en el 22 de enero, como algunos tratan de afirmar. El movimiento sindical tiene raíces mucho más profundas, está indisolublemente, ligado a todo el pasado de nuestro movimiento obrero. Nuestros sindicatos son únicamente nuevas formas de organización para la dirección de aquella lucha económica que mantiene el proletariado ruso ya desde hace muchos años. Sin profundizar mucho en la historia, se puede decir muy bien que la lucha económica de los obreros de San Petersburgo adopta formas más o menos organizadas desde aquellas huelgas memorables de los años 1896 y 1897. La dirección de esa lucha, felizmente combinada con la dirección de la lucha política, corresponde a esa organización socialdemócrata que se llamó Unión de lucha por la emancipación de la clase obrera de San Petersburgo y que luego, tras la conferencia de marzo de 1898, pasó a ser el Comité petersburgués del partido obrero socialdemócrata de Rusia. Se creó un complicado sistema de organización en las fábricas, en los distritos y en los barrios, con innumerables hilos que vinculaban a las masas obreras con el organismo central, permitiéndole a éste reaccionar con octavillas ante todas las necesidades de la clase obrera. Se crea la posibilidad de apoyar y dirigir las huelgas.”

[18]   Referencia a la revolución democrática burguesa de marco de 1848.

[19]   Eduard David, economista socialdemócrata y uno de los dirigentes principales del sector revisionista del SPD.

[20] Frohme, Karl Egon (1850-1933) socialista sindicalista, y Elm, Adolf von (1857-1918), uno de los avanzados del movimiento de cooperativas. Los dos eran diputados en el Reich y enemigos de Luxemburg en materia de huelga de masas.

[21]   Referencia a la resolución sobre la huelga de masas del congreso de Jena del SPD en septiembre de 1905.

[22]   Véase nota 28 de la Crisis de la Socialdemocracia.

[23]   Se refiere al proceso de Dresden, en febrero de 1899, en el que se condenó a nueve mineros a 53 años de trabajos forzados y 8 de cárcel por haber protestado de que en un pozo contiguo se trabajase más del tiempo legalmente permitido.

e    Como quiera que se rechaza por lo común la existencia de una tal tendencia en el seno de la socialdemocracia alemana, hemos de saludar la franqueza con la que la tendencia oportunista ha formulado últimamente los fines y deseos que le son Propios. En la asamblea del partido que se celebró en Maguncia el 10 de septiembre de 1906, fue aprobada la siguiente resolución, propuesta por el doctor David:

“Teniendo en cuenta que el partido socialdemócrata no concibe la idea de “revolución” en el sentido de una transformación violenta, sino en el sentido de un desarrollo pacífico, es decir, del establecimiento gradual de un principio social nuevo, la conferencia pública del partido en Maguncia rechaza todo “romanticismo revolucionario”.

La conferencia no ve en la conquista del poder político otra cosa que no sea conquistarse a la mayoría de la población para las ideas y las reivindicaciones de la socialdemocracia; conquista ésta que no puede hacerse por medios violentos, sino revolucionando a las mentes por medio de la propaganda ideológica y de la acción práctica de reforma en todos los aspectos de la vida política, económica y social.

En la convicción de que el socialismo prospera mucho más con los medios legales que con los medios ilegales y el desorden, la conferencia rechaza la acción directa de masas como principio táctico, y se limita al principio de la acción parlamentaria para la reforma; es decir, desea que el partido siga esforzándose seriamente por r alcanzar nuestros objetivos paulatinamente por la vía de la legislación y del desarrollo orgánico.

La condición fundamental de este método de lucha reformadora es, por supuesto, la de que la posibilidad para la masa proletaria de la población de participar en la legislación en el Reich y en los distintos Estados no disminuya, sino que, por el contrario, se extienda hasta la completa igualdad de derechos. Por esta razón, la conferencia considera como un derecho inalienable de la clase obrera el recurrir a la defensa para defender sus derechos legales en caso de ataque, así como para alcanzar nuevos derechos, con lo que puede llegar incluso a negarse a trabajar por un tiempo más o menos largo.

Pero, dado que la huelga política de masas sólo puede ser realizada victoriosamente por la clase obrera si ésta se mantiene en el terreno estrictamente legal y no ofrece, por parte de los huelguistas, ninguna ocasión para la intervención de la fuerza armada, la conferencia ve en la ampliación de la organización política, sindical y cooperativa el único adiestramiento necesario y eficaz para el uso de este medio de lucha. Sólo así podrán ser creadas en las masas del pueblo las condiciones que garanticen el desarrollo victorioso de una huelga de masas, a saber: una disciplina consciente y un respaldo económico adecuado.”

[24] Vorwarts: órgano oficial del SPD desde 1891. Apareció anteriormente, de 1884 a 1890, bajo el título de Berliner Volksblatt.

[25]   Sindicatos de Hirsch-Duncker: asociaciones sindicales fundadas entre 1860 y 1870, por partidarios del partido progresista alemán, que no tenían objetivos políticos y eran conocidos, también, con el nombre de “sindicatos amarillos”.

[26] “Sindicatos libres” era el nombre que recibía en Alemania la organización sindical del SPD.

[27]   Sombart, Wemer (1863-1941), socialista de cátedra y economista alemán que evolucionó hacia posiciones imperialistas.