Capítulo 4Capítulo 6

El hombre hace la historia

Rosa ha sido acusada de materialismo mecanicista, una concepción del desarrollo histórico en el que las fuerzas económicas objetivas son independientes de la voluntad del hombre. Tal acusación es totalmente infundada. Han sido muy pocos los grandes marxistas que han puesto mayor énfasis que Rosa en la actividad del hombre como factor determinante del destino de la humanidad. Rosa escribió:

“Los hombres no hacen su historia libremente. Pero la hacen ellos mismos. El proletariado depende en su acción del grado de madurez correspondiente al desarrollo social, pero el desarrollo social no se produce al margen del proletariado, es en igual medida tanto su motor y causa, su producto y su resultado. Su propia acción es parte codeterminante de la historia. Y si bien no podemos saltar por encima de ese desarrollo histórico más que lo que cualquier hombre puede pasar por encima de su propia sombra, podemos acelerarlo o retardarlo… La victoria del proletariado socialista… es resultado de ineluctables leyes de la historia, de millares de escalones de una evolución anterior penosa y demasiado lenta. Pero nunca podrá ser llevado a cabo si, de todo ese substrato de condiciones materiales acumuladas por la evolución, no salta la chispa incandescente de la voluntad consciente de la gran masa del pueblo.” ( FJ pp19-20).

Siguiendo la línea de pensamientos propugnada por Marx y Engels, Rosa sostenía que la conciencia de los fines del socialismo por parte de la masa de trabajadores es un prerrequisito necesario para el logro del socialismo. El Manifiesto Comunista establece: “Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El movimiento proletario es un movimiento propio de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría” 8 . En otra ocasión Engels escribió: “La época… de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, ha pasado. Allí donde se trata de una transformación completa de la organización social, tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida.” 9

En el mismo sentido, Rosa escribió: “Sin la voluntad consciente y la acción consciente de la mayoría del proletariado no puede haber socialismo…” ( AR , II, p606).

Otra vez en el Programa del Partido Comunista de Alemania (Espartaco) , redactado por ella misma, Rosa señala:

“La Liga Espartaco no es un partido que pretenda alcanzar el poder por encima o a través de las masas trabajadoras. La Liga Espartaco es únicamente la parte más consecuente del proletariado, que, en cada momento, señala a las masas amplias de la clase obrera sus tareas históricas y que en cada estadio particular de la revolución defiende el fin último socialista, igual que en las cuestiones nacionales defiende los intereses de la revolución mundial…

“La Liga Espartaco únicamente tomará el poder cuando ello se derive de la voluntad clara y explícita de la gran mayoría del proletariado en toda Alemania, esto es, únicamente como resultado de la aprobación consciente por parte del proletariado de los criterios, los objetivos y los métodos de lucha de la Liga Espartaco.

“La revolución tan sólo puede alcanzar claridad y madurez completas de un modo paulatino, a lo largo del camino del Calvario de las experiencias amargas, las derrotas y las victorias.

“La victoria de la Liga Espartaco no es el comienzo, sino el fin de la revolución y coincide con la victoria de los millones de proletarios socialistas.” ( QP pp160-161).

La clase y el partido

El proletariado como clase debe ser consciente de los objetivos del socialismo y de los métodos para lograrlo, pero aún así, necesita de un partido revolucionario que lo dirija. En cada fábrica, en cada muelle, en cada obra en construcción, hay trabajadores más avanzados -es decir trabajadores más experimentados en la lucha de clases, más independientes de la influencia de la clase capitalista- y trabajadores menos avanzados. Corresponde a los primeros lograr la organización en un partido revolucionario y tratar de influir y dirigir a los segundos. Como dijo Rosa: “Este movimiento de masas del proletariado necesita la dirección de una fuerza organizada basada en fuertes principios.” ( AR , I, p104).

El partido revolucionario, aunque consciente de su papel dirigente, debe cuidarse de no caer en una línea de pensamiento que lo lleve a creer que el partido es la fuente de toda corrección y virtudes, mientras que la clase trabajadora permanece como una masa inerte y sin iniciativas:

“Por supuesto, a través del análisis teórico de las condiciones sociales de la lucha, la Social Democracia ha introducido hasta un grado sin precedentes el elemento de la conciencia en la lucha de clase proletaria; dio a la lucha de clases su claridad de fines; creó, por primera vez, una organización permanente de las masas trabajadoras, configurando así la columna vertebral de la lucha de clases. No obstante, sería para nosotros un error catastrófico pretender, de ahora en adelante, que toda iniciativa histórica del pueblo deba pasar por las manos de la organización socialdemócrata únicamente, y que las masas desorganizadas del proletariado se hayan convertido en una cosa amorfa, en el peso muerto de la historia. Por el contrario, las masas populares continúan siendo la materia vívida de la historia mundial, aun en presencia de la Social Democracia; y sólo si hay sangre circulando entre los núcleos organizados y las masas populares, sólo sin un latido de vitalidad a ambos, puede la Social Democracia mostrar que es capaz de grandes hazañas históricas.” ( Leipziger Volkszeitung , págs 26-28, junio de 1913)

En consecuencia, el partido no debe extraer tácticas del aire, sino imponerse como primera obligación aprender de la experiencia de los movimientos de masas y después generalizar teniendo en cuenta esa experiencia. Los grandes acontecimientos de la historia de la clase trabajadora han demostrado más allá de toda duda el acierto de poner el acento en este punto. En 1871 los trabajadores de París establecieron una nueva forma de estado -un estado sin ejército permanente ni burocracia, con la elegibilidad y la amovilidad de los funcionarios, quienes recibían el salario promedio de un trabajador- antes de que Marx empezara a generalizar acerca de la naturaleza y estructura de un estado obrero. Nuevamente en 1905, los trabajadores de Petrogrado establecieron un Soviet independientemente del Partido Bolchevique, de hecho en oposición a la dirección bolchevique local, y enfrentando por lo menos las suspicacias, si no la animosidad, del propio Lenin. Por lo tanto, no podemos dejar de estar de acuerdo con Rosa cuando escribe, en 1904: “Los rasgos generales de la táctica de lucha de la socialdemocracia no los «inventa» nadie, sino que son el resultado de una serie ininterrumpida de grandes actos creadores de la lucha primitiva de clase de carácter experimental. También aquí lo inconsciente precede a lo consciente y la lógica del proceso histórico objetivo a la lógica subjetiva de los actores.” ( PO , p119-120).

No es mediante las enseñanzas didácticas de los líderes del partido que los trabajadores aprenden. Como dijo Rosa, contradiciendo a Kautsky y Cía: “Piensan que educar a las masas proletarias en el espíritu socialista significa darles conferencias, distribuir panfletos. ¡No! La escuela proletaria socialista no necesita de eso. La actividad misma educa a las masas.” (Discurso en el Congreso de fundación del Partido Comunista Alemán).

Finalmente, Rosa llega a esta conclusión: “Los errores cometidos por un movimiento obrero verdaderamente revolucionario son infinitamente más fructíferos y valiosos desde el punto de vista de la historia que la infalibilidad del mejor «comité central».” ( PO , p130).

Colocando tal énfasis (muy acertadamente) sobre el poder creativo de la clase trabajadora, Rosa estaba, no obstante, inclinada a subestimar el efecto retardatario y perjudicial que una organización conservadora podía tener sobre la lucha de masas. Creía que el repentino ascenso de las masas barrería con tal liderazgo, sin que el movimiento mismo sufriera serios daños. En 1906 escribió: “Si por cualquier motivo y en cualquier momento, se producen en Alemania grandes luchas políticas y huelgas de masas, se iniciará, al mismo tiempo, una era de gigantescas luchas sindicales, sin que los acontecimientos se pregunten si los dirigentes sindicales aprueban o no el movimiento. Si se mantuvieran apartados o trataran de oponerse a la lucha, la consecuencia sería simplemente que los dirigentes del sindicato, al igual que los dirigentes del partido, en caso análogo, serían marginados por el desarrollo de los acontecimientos, y las luchas, tanto las económicas como las políticas, serían llevadas adelante por las masas, se prescindirían de ellos.” ( HM , p189).

Este era el tema que Rosa reiteraba una y otra vez.

Raíces históricas de los criterios de Rosa Luxemburg

Para alcanzar las raíces de la posible subestimación de Rosa respecto del rol de la organización y de su posible sobreestimación del papel de la espontaneidad, es necesario observar la situación en que ella trabajaba. En primer lugar, debía luchar contra la oportunista dirección del Partido Social Demócrata Alemán. Esta dirección privilegiaba desproporcionadamente el factor organizativo, y no tenía en cuenta la espontaneidad de las masas. Aún allí donde aceptaba, por ejemplo, la posibilidad de una huelga de masas, la dirección reformista razonaba así: las condiciones en que se encarará la huelga, y también el momento adecuado -cuando las arcas del sindicato estén repletas, por ejemplo- serán determinados únicamente por el partido y por la dirección del sindicato, y también ellos fijarán la fecha. Además se arrogaban la tarea de determinar las metas de la huelga, que eran, según Bebel, Kautsky, Hilferding, Bernstein y otros, lograr alguna concesión o defender al Parlamento. Sobre todo, una regla era inviolable: los trabajadores no debían hacer nada que no fuera ordenado por el partido y su dirección. Fue con esta idea del partido poderoso y de las masas impotentes que Rosa libró la batalla. Pero al hacerlo quizá inclinó demasiado la balanza.

Otra ala del movimiento obrero con la que Rosa tuvo que lidiar era el PPS polaco. El PPS tenía una organización chauvinista, siendo su fin reconocido la independencia nacional de Polonia. Pero no había una base social de masas para su lucha: los terratenientes y la burguesía permanecían apartados de la lucha nacional, en tanto que el proletariado polaco -que consideraba a los trabajadores rusos sus aliados- no sentía ningún deseo de luchar por un estado nacional (véase el Capítulo 6, Rosa Luxemburg y la cuestión nacional). Bajo estas condiciones, el PPS adoptaba actividades de carácter aventurero, tales como la organización de grupos terroristas y cosas semejantes. La acción no se basaba en la clase trabajadora como una totalidad, sino únicamente en las organizaciones del partido. Aquí tampoco contaba para nada el proceso social, sino la dirección. Aquí también -en su larga lucha contra el voluntarismo del PPS- Rosa puso el acento en el factor de espontaneidad.

Una tercera corriente del movimiento obrero contra la que Rosa luchó fue el anarcosindicalismo 10 . La base principal de esta tendencia estaba en Francia, donde echó sus raíces en el fértil terreno del atraso industrial y la falta de concentración. Cobró fuerzas después de la serie de derrotas sufridas por el movimiento obrero francés en 1848 y 1871, y de la traición de Millerand y del partido de Jaurés, que despertaron la suspicacia entre los trabajadores de todas las actividades y organizaciones políticas. El anarcosindicalismo, fuertemente influido por tendencias anarquistas, identificaba la huelga general con la revolución social, en lugar de considerarla sólo como un elemento fundamental de la revolución proletaria moderna. Estaban convencidos de que la huelga general podía empezar mediante una simple orden, y que a ella le seguiría la derrota del gobierno de la burguesía. Una vez más acentuaban y al mismo tiempo simplificaban el factor revolucionario: es decir, que la voluntaria y libre decisión de los líderes, independiente de la compulsión del ascenso repentino de las masas, podría iniciar acciones decisivas. Los reformistas alemanes, al mismo tiempo que rechazaban este voluntarismo, desarrollaban una tendencia similar. Mientras los sindicalistas franceses hacían una caricatura de la huelga de masas y de la revolución, los oportunistas alemanes, al reírse de ella, excluían la idea general de las huelgas de masas y de las revoluciones. Rosa batallaba al mismo tiempo contra la rama alemana del voluntarismo y contra la edición francesa en su forma sindicalista; ambas mostraban ser, esencialmente, una negativa burocrática de la iniciativa de los trabajadores y de la automovilización.

Juicio crítico de los criterios de Rosa acerca de las relaciones entre la clase y el partido

La principal razón de la sobreestimación que hacía Rosa del factor espontaneísta y de la subestimación que hacía del factor organizativo, reside probablemente en la necesidad, en la lucha inmediata contra el reformismo, de poner el acento sobre la espontaneidad como primer paso de toda revolución. A partir de este primer paso en la lucha del proletariado, Rosa hizo una generalización demasiado amplia como para abarcar la lucha en su totalidad.

Verdaderamente, las revoluciones comienzan con hechos espontáneos sin la dirección de un partido. La Revolución Francesa empezó con la toma de la Bastilla. Nadie la había organizado. ¿Había un partido a la cabeza del pueblo en rebelión? No. Ni siquiera los futuros líderes del jacobinismo, por ejemplo Robespierre, se habían opuesto aún a la monarquía, ni se habían organizado como partido. El 14 de Julio de 1789 la revolución fue un acto espontáneo de las masas. La misma verdad se aplica a la revolución rusa de 1905 y a la de febrero de 1917. La de 1905 comenzó a raíz de un choque sangriento entre los ejércitos del Zar y la policía por un lado, y la masa de trabajadores, hombres, mujeres y niños por el otro, dirigidos por el cura Gapón (quien era en realidad un agente provocador al servicio del Zar). ¿Estaban los trabajadores organizados por una dirección clara y decisiva con una política socialista propia? Por cierto que no. Arrastrando iconos, fueron a rogar a su amado “Padrecito” -el Zar- que les ayudara contra sus explotadores. Este fue el primer paso de una gran revolución. Doce años más tarde, en febrero de 1917, las masas -esta vez más experimentadas y con mayor número de socialistas que en la revolución anterior- nuevamente se levantaron espontáneamente. Ningún historiador ha sido capaz de señalar al organizador de la revolución de febrero, sencillamente porque no había sido organizada.

Sin embargo las revoluciones, después de haber sido impulsadas por un levantamiento espontáneo, se desarrollan de distintas maneras. En Francia, la transición entre el gobierno semirrepublicano de la Gironda y el gobierno revolucionario, que aniquiló por completo las relaciones feudales de propiedad, no fue llevada a cabo por masas desorganizadas sin ninguna dirección de partido, sino bajo la decisiva dirección del Partido Jacobino. Sin tal partido en el timón, este importante paso que exige una lucha sin tregua contra los girondinos, hubiera resultado imposible. El pueblo de París podía, espontáneamente, sin líderes, después de décadas de opresión, levantarse contra el rey; pero la mayor parte del pueblo era demasiado conservadora, demasiado carente de experiencia histórica y conocimientos como para distinguir, después de dos o tres años de revolución, entre quienes deseaban conducirla hasta sus últimas instancias y quienes apuntaban a alguna componenda. La situación histórica requería un esfuerzo sin tregua contra el partido pactador, que había sido aliado. La conducción consciente de esta gran empresa fue cumplida por el Partido Jacobino, que fijó la fecha y organizó la caída de la Gironda hasta el último detalle, para el 10 de agosto de 1792. De la misma manera, la revolución de octubre no fue un acto espontáneo, sino organizado por los bolcheviques prácticamente en todos sus detalles de importancia, incluso la fecha. Durante los zigzags de la revolución entre febrero y octubre -la demostración de junio, los días de julio y su consecuente retirada, el rechazo del putsch del derechista Kornilov, etc.- los trabajadores y soldados fueron aceptando cada vez más la influencia y guía del Partido bolchevique. Y este partido fue esencial para elevar a la revolución desde sus primeros pasos hasta la victoria final.

Al aceptar que quizá subestimó la importancia del partido, no debemos ignorar el verdadero mérito histórico de Rosa Luxemburg al luchar contra el reformismo reinante, poniendo el acento en la más importante fuerza que podía quebrar la corteza conservadora: la espontaneidad de los trabajadores. La constante pujanza de Rosa residía en su absoluta confianza en la iniciativa histórica de los trabajadores.

Al señalar algunas de las deficiencias en la posición de Rosa, con respecto a los vínculos entre espontaneidad y dirección en la revolución, debemos cuidarnos de no llegar a la conclusión de que sus críticos en el movimiento revolucionario -sobre todo Lenin- estaban en todo sentido más próximos a un análisis marxista correcto y equilibrado.

La concepción de Lenin

En tanto Rosa había trabajado en un ambiente en el que el principal enemigo del socialismo revolucionario era el centralismo burocrático, con el resultado de que ella constantemente acentuaba la actividad primaria de las masas, Lenin había tenido que lidiar con la calidad amorfa del movimiento obrero en Rusia, donde el mayor peligro era la subestimación del elemento organizativo. De la misma manera que no se pueden comprender los criterios de Rosa si se los aísla de las condiciones de los países y de los movimientos obreros en que ella trabajó, es difícil entender la posición de Lenin sin la debida referencia a las concretas condiciones históricas del movimiento obrero en Rusia.

Lenin vuelca su concepción de la relación entre espontaneidad y organización principalmente en dos obras: ¿Qué hacer? (1902) y Un paso adelante, dos pasos atrás (1904). En el momento en que fueron escritas, el movimiento obrero ruso no podía compararse en potencia con el de Europa Occidental, especialmente con el de Alemania. Se integró con grupos aislados, pequeños, más o menos autónomos, sin una política convenida en común, y sólo bajo la influencia tangencial de líderes marxistas que estaban en el exterior: Plejanov, Lenin, Martov, Trotsky. Estos grupos, por debilidad y aislamiento, apuntaban bajo. Mientras los trabajadores rusos se elevaban a un alto nivel de combatividad en las huelgas de masas y manifestaciones, los grupos socialistas sólo propugnaban demandas económicas inmediatas viables; la llamada tendencia “economicista” era la predominante en dos grupos socialistas. El ¿Qué hacer? era un ataque despiadado al “economicismo” o al sindicalismo puro. Lenin argüía que la espontaneidad de la lucha de masas -tan obvia en Rusia en ese momento- debía complementarse con la conciencia y organización de un partido. Decía que debía crearse un partido a nivel estatal con un diario propio, a fin de unificar las agrupaciones locales e infundir en el movimiento obrero una conciencia política. Sostenía que la teoría socialista debía llevarse al proletariado desde afuera: ése era el único camino por el que el movimiento obrero podía encaminarse a la lucha por el socialismo. El proyectado partido debía estar formado, en su mayoría, por revolucionarios profesionales, que trabajaran bajo una dirección centralizada al máximo. La dirección política del partido debía formar el comité editorial del diario. La dirección tendría autoridad para organizar o reorganizar las ramas del partido en el interior del país, admitir o rechazar miembros, y designar comités locales. En 1904, Lenin escribió, criticando a los mencheviques: “La idea básica del camarada Martov… es justamente falso «democratismo», la idea de la construcción del partido de abajo hacia arriba. Mi idea, por el contrario, es el «burocratismo», en el sentido de que el partido debe construirse de arriba hacia abajo, del Congreso a la organización del partido individual.” (Lenin, Obras [en ruso], VII, pp365-366).

¡Cuántas veces los estalinistas, y muchos de los llamados no-estalinistas, los tantos epígonos de Lenin, citan a ¿Qué hacer? y a Un paso adelante, dos pasos atrás , como si fueran aplicables in toto, en todos los países y movimientos, cualesquiera que sea su estado de desarrollo!

Lenin estaba muy lejos de estos llamados leninistas. Ya en 1903, en el Segundo Congreso del Partido Social Demócrata Ruso señaló algunas exageraciones aparecidas en ¿Qué hacer? : “Hoy todos sabemos que los «economistas» han torcido la barra de un lado. Para enderezar la barra, alguien tenía que torcerla del otro, y eso fue lo que yo hice.” (Lenin, Obras Completas [en castellano], Tomo VII, p288). Dos años después en un proyecto de resolución escrito para el Tercer Congreso, puso de relieve que sus puntos de vista organizativos no eran aplicables universalmente: “En condiciones políticas de libertad, nuestro partido puede y debe rehacer enteramente las leyes electorales. Bajo el absolutismo, esto es irrealizable…”. Durante la revolución de 1905, con el gran aumento de miembros en el partido, Lenin dejó de hablar de revolucionarios profesionales. El partido había dejado de ser una organización elitista: “En el III Congreso del Partido expresé el deseo de que en los comités del Partido hubiera aproximadamente ocho trabajadores por cada dos intelectuales. ¡Cómo ha envejecido esta sugerencia! Hoy sería de desear que en las nuevas organizaciones del Partido, por cada miembro procedente de la intelectualidad socialdemócrata correspondieran varios centenares de obreros socialdemócratas.” (Lenin, Obras Completas [en castellano], Tomo XII, p91n).

En ¿Qué hacer? Lenin escribió que los trabajadores, mediante su propio esfuerzo, alcanzarían únicamente una conciencia trade-unionista; luego escribe: “La clase obrera es instintiva y espontáneamente socialdemócrata”. (Lenin, Obras Completas [en castellano], Tomo XII, p86). “La especial condición del proletariado en la sociedad capitalista conduce a un esfuerzo de los trabajadores hacia el socialismo; en los primeros estadios del movimiento creció espontáneamente su unión con el partido Socialista.” Mientras en 1902 quería que el partido fuera un pequeño grupo cerrado, con miembros de un nivel exclusivo, en 1905 escribió que los trabajadores debían incorporarse “de a cientos de miles a las filas de las organizaciones del partido.” (Obras). En 1917, en una introducción de la colección Doce años dijo nuevamente: “El error básico de aquellos que polemizan hoy con ¿Qué hacer? , es que separan este trabajo del contexto de un determinado medio histórico, de un largo período de desarrollo del partido, hoy ya superado… El ¿Qué hacer? rectificó, por medio de la polémica, al economismo, y es falso considerar el contenido del folleto fuera de su conexión con esta tarea.” ( Obras ). No deseando que ¿Qué hacer? fuera mal interpretado, Lenin vio con disgusto, en 1921, la traducción a idiomas no rusos. Dijo a Max Levien: “no es deseable; la traducción debería editarse por lo menos con buenos comentarios, que tendrían que ser escritos por un camarada ruso muy enterado de la historia del Partido Comunista Ruso, con el fin de evitar su mal empleo.” 11

Cuando la Internacional Comunista discutía sus estatutos, Lenin se oponía a los propuestos, porque decía que eran “demasiado rusos” y sobreacentuaban la centralización, aunque proveyeran libertad de crítica dentro de los partidos, y control de la dirección del partido desde abajo. Lenin argüía que el exceso de centralización no se adaptaba a las condiciones de Europa Occidental. (Es cierto que en el propio partido de Lenin, la organización era en ese momento de alta centralización, casi semimilitar, pero esta situación estaba forzada por las horrendas condiciones de la guerra civil).

Los criterios de Lenin acerca de la organización, su inclinación al centralismo, deben considerarse en el marco de las condiciones imperantes en Rusia.

En la retrógrada Rusia zarista, donde la clase obrera era una pequeña minoría, la idea de que pudiera liberarse a sí misma podía dejarse de lado con mucha facilidad; tanto más teniendo en cuenta que Rusia tenía una larga tradición de organizaciones minoritarias que trataban de ser reemplazadas por la actividad primaria de las masas. En Francia fue el pueblo quien derrotó a la monarquía y al feudalismo; en Rusia los decembristas y los terroristas de Narodnik tomaron a su cargo esta tarea. 12

La aseveración de Marx acerca de la naturaleza democrática del movimiento socialista, citada anteriormente, y la de Lenin de que la socialdemocracia revolucionaria representa “el jacobinismo indisolublemente conectado con la organización del proletariado”, son decididamente contradictorias. Una minoría consciente, organizada, a la cabeza de una masa del pueblo desorganizada, se adapta a la revolución burguesa, que es, después de todo, una revolución en interés de la minoría. Pero la separación entre una minoría consciente y una mayoría inconsciente, la separación entre el trabajo manual y el trabajo mental, la existencia de directores y regentes por un lado y de una masa de trabajadores obedientes por el otro, sólo puede implantarse en el “socialismo” si se mata su verdadera esencia: el control colectivo de los trabajadores frente a su destino.

Sólo mediante la yuxtaposición de los conceptos de Rosa y los de Lenin podemos intentar evaluar las limitaciones históricas de ambos, que se adaptaban inevitablemente al ambiente en que cada uno de ellos trabajó.

Contra el sectarismo

Categórica como era al afirmar que la liberación de los trabajadores sólo podría llevarse a cabo por la propia clase trabajadora, Rosa se impacientaba con todas las tendencias sectarias, que se expresaban mediante desprendimiento de los movimientos de masas y de las organizaciones de masas.

Aunque en desacuerdo durante años con la dirección mayoritaria del Partido Social Demócrata Alemán, seguía insistiendo que la obligación de los socialistas revolucionarios era permanecer en la organización. Aún después que el SPD se colocó del lado de la guerra imperialista, después que Karl Liebknecht fuera expulsado del grupo parlamentario del SPD (12 de enero de 1916), Rosa y Liebknecht seguían adhiriendo al partido, sustentando la teoría de que un desprendimiento convertiría al grupo revolucionario en una secta. Ella mantuvo este punto de vista no sólo cuando era líder de un reducido e insignificante grupo revolucionario; por el contrario, se mantuvo fiel a este pensamiento cuando la Liga Espartaco cobró influencia llegando a ser una fuerza bastante reconocida, a medida que la guerra se prolongaba.

Como hemos visto, el 2 de diciembre de 1914, un solo diputado, Liebknecht, votó contra los créditos de guerra. En marzo de 1915, se le unió otro, Otto Rühle. En junio de 1915, unos mil funcionarios del partido firmaron un manifiesto de oposición a la política de colaboración de clases, y en diciembre del mismo año, veinte diputados votaron en contra de los créditos de guerra en el Reichstag. En marzo de 1916, el grupo parlamentario del SPD expulsó de su seno a la creciente oposición, pero no tuvo poder para expulsarla del partido.

Lo que ocurría en el Parlamento era reflejo de lo que estaba ocurriendo fuera, en las fábricas, en las calles, en las ramificaciones del partido y en la organización de la Juventud Socialista.

El periódico antibélico Die Internationale , dirigido por Rosa y Franz Mehring, distribuyó en sólo un día 5.000 ejemplares de su primer y único número (fue inmediatamente cerrado por la policía) ( Dokumente II, p135). La Juventud Socialista, en una conferencia secreta celebrada en semana santa de 1916, se declaró fervientemente a favor de la Liga Espartaco. El 1 de Mayo de 1916, alrededor de diez mil trabajadores realizaron una manifestación antibélica en la Postdamer Platz, en Berlín. En otras ciudades, como Dresden, Jena y Hanau, también se hicieron manifestaciones con el mismo sentido. El 28 de junio de 1916, el mismo día que Liebknecht era condenado a dos años y medio de trabajos forzados, cincuenta y cinco mil trabajadores de fábricas de municiones de Berlín se declararon en huelga en un acto de solidaridad con él. Ese mismo día se cumplieron manifestaciones y huelgas en Stuttgart, Bremen, Braunschweig y otras ciudades. En abril de 1917, bajo la influencia de la Revolución Rusa, se desató una gran ola de huelgas en las fábricas de pertrechos de guerra de todo el país; solamente en Berlín, se plegaron alrededor de trescientos mil trabajadores. Otra ola de huelgas similares que englobó un millón y medio de trabajadores se desató en febrero de 1918.

Estas huelgas eran, en gran medida, de naturaleza política. La huelga de alrededor de medio millón de trabajadores en Berlín exigía la paz inmediata sin anexiones ni indemnizaciones, y el derecho a la autodeterminación de las naciones; como slogan principal surgió el grito revolucionario de “Paz, libertad, pan”. Seis trabajadores fueron asesinados durante la huelga, y muchos de ellos heridos. Miles de huelguistas fueron reclutados forzosamente por el ejército.

En esta situación Rosa Luxemburg seguía argumentando quedarse dentro del SPD, hasta abril de 1917, cuando el Centro, dirigido por Kautsky, Bernstein y Hasse, se escindió de la Derecha y formó un nuevo partido, el Partido Social Demócrata Independiente (USPD). El USPD fue un partido puramente parlamentario, que no quería incitar a los trabajadores a hacer huelgas de masas y manifestaciones contra la guerra, sino que se planteaba presionar a los Gobiernos de los países beligerantes para que negociasen la paz. La Liga Espartaco, formada en enero de 1916 como fracción dentro del SPD, ahora se vinculó tenuemente al USPD, manteniendo su propia organización y su derecho de actividad independiente. Sería sólo después del estallido de la revolución alemana -el 29 de diciembre de 1918- que la Liga Espartaco, por fin, rompería sus lazos con el USPD para establecer un partido independiente, el Partido Comunista de Alemania (Espartaco).

Entre los revolucionarios de rango hubo constantes presiones para abandonar el SPD y más tarde el USPD. Pero Rosa se oponía. Hubo un precedente; un conato de rompimiento en 1891, cuando un grupo bastante amplio de revolucionarios se separó del SPD acusándolo de reformismo, y fundó un Partido Socialista Independiente, de muy corta vida antes de su completa desaparición.

El 6 de enero de 1917, Rosa expuso sus argumentos contra los revolucionarios que deseaban separarse del SPD:

“Aunque sea loable y comprensible la impaciencia y amargura que lleva a tantos de los mejores elementos a abandonar al partido ahora, una huida es siempre una huida. Es una traición de las masas que, vencidas a la burguesía, se retuercen y ahogan por el avasallador dominio de Scheidemann y Legien. Uno puede apartarse de pequeñas sectas cuando ya no le satisfacen, con el fin de fundar nuevas sectas. Desear liberar a las masas proletarias del terrible y pesado yugo de la burguesía mediante una simple ruptura, y dar así un ejemplo de valentía, no es más que una fantasía inmadura. Quitarse de encima el carnet como una ilusión de liberación, es nada más que el reflejo de la ilusión mental, de que el poder es inherente al carnet. Ambos son diferentes polos del cretinismo organizativo, de la enfermedad constitucional de la vieja social democracia alemana. El colapso de la social democracia alemana es un proceso histórico de enormes dimensiones, una lucha general entre la clase trabajadora y la burguesía, y no debemos abandonar este campo de batalla con el fin de respirar aire más puro detrás de un arbusto protector. Esta batalla de gigantes debe librarse hasta el fin. La lucha contra la influencia paralizadora de la social democracia oficial y de los sindicatos libres oficiales, que fue impuesta por la clase dominante a la despistada y traicionada clase trabajadora, debe hacerse hasta el final y con todo esfuerzo. Debemos permanecer hasta el fin, al lado de las masas, aún en las más terribles luchas. La liquidación de este «montón de corrupción organizada» que hoy se llama a sí misma social democracia, no es una cuestión privada de unos pocos, o de unos pocos grupos… El destino decisivo de la lucha de clases en Alemania, será durante décadas la lucha contra las autoridades de la social democracia y de los sindicatos, así que estas palabras se aplican a cada uno de nosotros hasta el final: «Aquí estoy, no puedo hacer otra cosa».” ( Dokumente , II, p525)

Su oposición a abandonar al partido de las masas trabajadoras no hacía ninguna concesión al reformismo. Así fue como en una conferencia de Espartaco, celebrada el 7 de enero de 1917, se aprobó la siguiente resolución, inspirada por ella: “La oposición permanece en el partido con el objeto de desbaratar y luchar en contra de la política de la mayoría a cada paso, para defender a las masas de una política imperialista disfrazada bajo el manto de la social democracia, y para usar al partido como campo de nucleamiento de la lucha de clases proletaria y antimilitar.” ( Dokumente , II, p528).

La renuncia de Rosa a formar un partido revolucionario independiente era consecuencia lógica de su lentitud para reaccionar frente a circunstancias de cambio. Este era un elemento central en la tardanza en construir un partido revolucionario en Alemania. En esto, de todos modos, no era la única. Lenin no fue más veloz que ella en romper con Kautsky. No hay fundamento en la historia estalinista que hace suponer que Lenin se opusiera a la adhesión de la izquierda revolucionaria al SPD y a continuar la asociación con Kautsky. En realidad, Rosa hizo una crítica más clara de Kautsky y Cía., y rompió con ellos mucho antes que Lenin. Durante alrededor de dos décadas, Lenin consideró a Kautsky como al más grande marxista viviente. Unos pocos ejemplos: en el que ¿Qué hacer? cita a Kautsky como la mayor autoridad en su tema central, y ensalza al Partido Social Demócrata Alemán como modelo para el movimiento ruso. En diciembre de 1906 Lenin escribió: “Los obreros avanzados de Rusia conocen desde hace tiempo a K. Kautsky como a su escritor”; describe a Kautsky como “el dirigente de los socialdemócratas revolucionarios alemanes.” (Lenin, Obras Completas [en castellano], Tomo XIV, p232, p184). En agosto de 1908, señala a Kautsky como la máxima autoridad en cuestiones de guerra y militarismo. En 1910, mientras Rosa discutía con Kautsky la cuestión de la vía hacia el poder, Lenin estaba de su lado en contra de Rosa. Y todavía en febrero de 1914, Lenin invocaba la autoridad de Kautsky como marxista en su disputa con Rosa sobre la cuestión nacional. Sólo el estallido de la guerra y la traición de Kautsky al internacionalismo, quebraron su confianza en él. Entonces Lenin admitió: “Rosa Luxemburg tenía razón; hace tiempo que ella se dio cuenta de que Kautsky era un teórico contemporizador, al servicio de la mayoría del partido, en una palabra, al servicio del oportunismo.” (Carta a Shliapnikov, 27 de octubre de 1914).

En conclusión

La forma de organización del movimiento de trabajadores socialistas, en todas partes y en cualquier grado de desarrollo de la lucha por el poder, tiene importante influencia en la formación del propio poder de los trabajadores. Por lo tanto, un debate sobre la forma de organización del partido revolucionario tiene una importancia que va más allá del grado en que se aplica una cierta forma de organización aceptada. El debate sobre el problema de la organización no adquirió en ningún país un tono tan agudo como en el movimiento obrero ruso. Gran parte de ello se debió a la enorme distancia existente entre la meta final del movimiento y la autocrática realidad semifeudal de que procedía, una realidad que impedía la libre organización de los trabajadores.

Donde la posición de Rosa relativa a la relación existente entre la espontaneidad y la organización era reflejo de las necesidades inmediatas que enfrentaban los revolucionarios en un movimiento obrero controlado por una burocracia conservadora, la posición original de Lenin -la de 1902 a 1904- era reflejo de la ausencia de organización de un movimiento revolucionario vital y luchador, en el primer estadio de su desarrollo bajo un régimen retrógrado, semifeudal y autocrático.

No obstante, cualesquiera que fueran las circunstancias históricas que moldearon el pensamiento de Rosa con respecto a la organización, tal pensamiento evidenció gran debilidad en la revolución alemana de 1918-1919.

Notas

8 . Manifiesto Comunista en Marx y Engels Obras Escogidas en tres tomos , Moscú 1973, Tomo I p121.

9 . F Engels, en la Introducción de 1895 a La lucha de clases en Francia , de Marx, en Marx y Engels Obras Escogidas en tres tomos , Moscú 1973, Tomo I p204.

10 . En el inglés, se utiliza la palabra “sindicalism” a secas, para referirse a la política de enfocar exclusivamente en cuestiones del lugar de trabajo, excluyendo a todo asunto más general y “político”. En las obras de Lenin en castellano se utilizan los términos “tradeunionismo” y “economismo” para criticar la misma tendencia. Ni Lenin ni Luxemburg se oponían a la actividad sindical como tal, sólo a la idea de que la lucha obrera debiera limitarse a subidas salariales y cosas por el estilo. (N. del T.)

11 . De hecho, el folleto fue traducido a muchos idiomas sin los comentarios que Lenin consideraba necesarios.

12 . No es accidental que los social revolucionarios rusos, futuros enemigos de los bolcheviques, aprobaran calurosamente los conceptos de Lenin acerca de la organización del partido. (I. Deutscher, El Profeta Armado , Ediciones Era, México, 1968.)

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