John Molyneux

Desde la muerte de Marx hemos visto surgir innumerables “marxismos” divergentes y contradictorios entre sí. La imagen de la URSS y del estalinismo ha llevado a que mucha gente vea el marxismo como lo opuesto a un proceso de liberación. Es por esto que la pregunta de “Cuál es la auténtica tradición marxista” continúa teniendo relevancia hoy. Si bien la URSS cayó hace dos décadas, continúa influyendo en los debates. La identificación del socialismo básicamente con planificación y propuedad estatal forma parte del imaginario de gran parte de la izquierda.

Este folleto analiza las ideas de Marx distanciándose del rumbo seguido tanto por los partidos socialdemócratas como por el estalinismo. El marxismo es una teoría viva que se nutre de las experiencias y que tiene como objetivo la revolución de lo trabajadores y trabajadoras. Este folleto recupera el socialismo entendido como la autoemancipación de la clase trabajadora que, al liberarse a sí misma, se transforma y se hace capaz de transformar la sociedad.

Introducción

Primera parte:

Segunda parte:

Notas

Título del original inglés: What is the real Marxist tradition? Este ensayo se publicó por primera vez en la revista International Socialism 2:20, julio de 1983. Se publicó como libro en 1985. Publicado por Socialismo Internacional (después En lucha): julio 1994.

Introducción

¿Cuál es la auténtica tradición marxista? Esta pregunta adquirió una nueva importancia a la luz de los dramáticos acontecimientos de 1989 y 1990, con el colapso de la URSS, la RDA y otras repúblicas del este. Una serie de problemas se planteaban de forma ineludible para la izquierda en el mundo occidental.

En Europa del Este, unas estructuras monolíticas unipartidarias aparentemente invencibles se habían desmoronado ante masivas revueltas populares. Solidarnosc participaba en el gobierno de Polonia. Las masas habían destruido el Muro de Berlín y exigían la reunificación alemana. En Rumanía, Ceausescu era derribado y ajusticiado por la revolución. En la URSS la crisis empeoraba día a día, a pesar del glasnost y la perestroika. El régimen cubano, supuestamente el más radical y progresista, apoyaba a las fuerzas más reaccionarias del bloque ‘comunista’.

Los problemas planteados, y las redefiniciones necesarias, no se limitaban al bloque soviético. La cuna del maoísmo, supuestamente un comunismo más radical que el ruso y fuente de tantas ilusiones para la intelectualidad occidental, había demostrado ser una vil tiranía que masacraba a manifestantes desarmados. En Nicaragua, los sandinistas eran derrotados electoralmente por una coalición de la derecha en la que también participaban, para más datos, el partido comunista y el partido socialista nicaragüenses.

Sostener que estos países eran socialistas, o Estados obreros, o sociedades más progresistas que las del capitalismo occidental era en aquellos momentos problemático; hoy en día es absurdo.

A ambos lados de la ‘cortina de hierro’, los partidos comunistas se despojaban de su nombre. Identificarse como comunista podía resultar indeseable tanto en Italia como en Bulgaria. La derecha (y, por supuesto, la prensa ‘imparcial’) en el ‘mundo libre’ no se cansaba de repetir que el marxismo estaba muerto; que ya no podía caber la menor duda de que el capitalismo era infinitamente superior al comunismo y la forma más perfecta de organizar la sociedad.

Casi toda la izquierda se encontraba desarmada ante esta nueva situación. Para algunos, las revueltas en Europa del Este representaban la anhelada ‘revolución política’ pronosticada por Trotsky, el único paso necesario para restituir lo que el estalinismo degeneró o deformó. Pero estas revoluciones políticas no estaban desembocando en una democracia basada en soviets, con la clase obrera controlando los medios de producción y las estructuras de poder, sino que se estaban desarrollando en dirección a una economía de mercado, con privatización de empresas estatales. Las economías de Europa del Este se fueron pareciendo cada vez más al capitalismo occidental, en el cual parte (en algunos casos gran parte) del capital era estatal. El ejemplo más claro era el de Alemania oriental, que se fusionó con Alemania occidental.

Otros socialistas, en vez de celebrar la caída de tantas dictaduras gracias a la acción de las masas, consideraron que las revueltas en Europa del Este eran reaccionarias. Para ellos, la economía de mercado era menos progresista que la ‘economía planificada’ de los ‘Estados obreros’. Algunos iban más lejos, condenando la lucha de las masas por libertades democráticas como un retroceso, porque habían sido siempre aspiraciones burguesas –parte de la ‘restauración capitalista’.

Y una tercera variante de socialistas, la más numerosa, ha llegado a la conclusión de que, después de todo, ellos mismos estaban equivocados; los ‘países socialistas’ no son sociedades mejores, sino que son peores que el capitalismo, al cual debemos aferrarnos porque es el ‘mal menor’.

Quince años antes de la caída del Muro de Berlín, Felipe González del PSOE proclamaba su fe en el marxismo y en la lucha de clases, y reformistas no marxistas como Mitterrand del Partido Socialista francés hablaban de una ruptura revolucionaria con el capitalismo. Pero, en realidad, los partidos de la socialdemocracia tratan continuamente de ampliar su base electoral, apelando a todas las clases e incluyendo a sectores de la burguesía. En los años 80 y 90 fueron abrazando el neoliberalismo. Esta tendencia se ha pronunciado tras el estallido de la crisis económica en 2008. La gestión que han hecho la mayoría de gobiernos socialdemócratas ha sido claramente pragmática, de plegarse ante las exigencias de los mercados financieros con recortes sociales y privatizaciones. Si en algún momento plantearon una mejora del sistema capitalista a través de las reformas, hoy sirven para aplicar con dureza las recetas que dan marcha atrás a las conquistas sociales. El socialismo prometido por los partidos reformistas durante gran parte de su existencia siempre fue bien distinto al socialismo de Marx, condicionado a la destrucción del Estado capitalista por parte de la clase trabajadora, que crea su propio Estado y controla los medios de producción. Los partidos socialdemócratas han abandonado incluso su propia visión del socialismo. El cambio, acelerado durante las dos últimas décadas, ha ocurrido no sólo a nivel de propuestas políticas, sino también en muchos casos a nivel simbólico. Por ejemplo, el emblema del Partido Laborista británico era una antorcha, una pala y una pluma, alusión a “los trabajadores manuales y cerebrales” para quienes el partido habría de conseguir, según su Constitución de 1918, “la totalidad de los frutos de su trabajo (…) a través de la propiedad en común de los medios de producción”. Hace unos años este emblema fue reemplazado por una rosa, la flor nacional inglesa.

¿Cómo explicar el aparente fracaso del marxismo, del socialismo, del comunismo? Si socialismo es lo mismo que propiedad nacionalizada, y si el estalinismo (y postestalinismo) es la continuación del leninismo y por lo tanto del marxismo, no es sorprendente que gran parte de la izquierda se sienta desorientada o reniegue del marxismo. Afortunadamente, muchos socialistas han decidido ‘volver a las raíces’: replantearse si los ‘países socialistas’ eran y son socialistas en la acepción de Marx; qué es lo que define al marxismo; cuál es su relación con el leninismo; y qué nos permite afirmar que no es necesariamente marxista todo individuo, partido o gobierno que se reivindique como tal.

¿Cuál es la tradición marxista?, escrito en 1983, desenmaraña todos estos nudos. John Molyneux demuestra que el marxismo no se reduce a una cuestión de método, sino que es la historia desde la perspectiva de la clase trabajadora; la teoría de la revolución proletaria. Y que la esencia del marxismo no es la propiedad estatal, sino la autoemancipación de la clase trabajadora, que al liberarse a sí misma se transforma a sí misma y se torna capaz de transformar la sociedad y el modo de producción y apropiación. Como dice Molyneux, “Para los marxistas la emancipación de la clase obrera es la meta, y la propiedad estatal es el medio”. Para muchos socialistas es todo lo contrario: la propiedad estatal es la meta, y la clase obrera el medio, o mejor dicho uno de los medios. La clase obrera deja de ser esencial: en varios países el medio fue el Ejército Rojo de Stalin; en otros, el campesinado o la guerrilla. Incluso en los debates actuales en América Latina sobre el “socialismo en el siglo XXI” plana la idea de la propiedad y planificación estatal como el camino para avanzar hacia el socialismo.

Los diversos regímenes donde no existía o existe la propiedad privada, pero donde la clase obrera no controla ni los medios de producción ni el Estado, no son Estados obreros, ni socialistas, ni marxistas. Son capitalismos de Estado, donde la burocracia juega un papel similar al de la burguesía en el capitalismo tradicional: explotar a la clase obrera para acumular, para competir. El capitalismo es un sistema mundial que obliga a la competencia, tanto comercial como militar. Ésta última es la que predominó entre la URSS y EEUU.

El capitalismo contiene todavía todas las contradicciones e injusticias descritas por Marx. Ni los economistas más brillantes ni las computadoras más sofisticadas han logrado evitar la crisis económica, que arrasa en cada llegada, cada vez con mayor dureza, las conquistas sociales conseguidas con anterioridad. Aunque la riqueza creada es cada vez mayor, también lo es el contraste entre los ricos y los pobres, incluso en los países más desarrollados. En Gran Bretaña, por ejemplo, la tasa de mortalidad infantil es cinco veces mayor para los hijos de trabajadores no cualificados que para los hijos de burgueses y profesionales; y cada invierno miles de jubilados se mueren de hipotermia (o sea, de frío). La situación no es mejor en aquellos países que hoy se denominan comunistas. La glasnost, la revolución rumana, etc., permitieron en su momento confirmar que las mismas desigualdades existían en la URSS y sus satélites.

El mundo entero, regido por la necesidad de acumular para competir, y por lo tanto por la búsqueda de lucro a toda costa, se ve torturado no sólo por el hambre, la crisis económica y la amenaza de guerras y accidentes nucleares, sino también por daños irreparables al medio ambiente: el planeta puede tornarse inhabitable si no nos libramos del capitalismo. El socialismo revolucionario es más necesario que nunca. Realmente tenemos que elegir entre socialismo o barbarie.

El capitalismo se encuentra hoy día en cuestionamiento por parte de millones de personas en todo el mundo. El estalinismo logró durante décadas desvirtuar al marxismo, y ya fue derribado política e ideológicamente, haciendo posible un renacimiento del pensamiento revolucionario marxista. Queremos ofrecer esta traducción como aporte a este proceso.

En lucha, enero de 2011


Primera parte

¿Qué es el marxismo?

Así como en la vida privada se distingue entre lo que un hombre piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace, en las luchas históricas hay que distinguir todavía más entre las frases y las figuraciones de los partidos y su organismo efectivo y sus intereses efectivos, entre lo que se imaginan ser y lo que en realidad son.

Carlos Marx: El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. 1a

“Lo único que sé,” dijo Marx, “es que no soy marxista”. Esta broma dialéctica de 1870 se ha transformado en un importante problema político. Desde la muerte de Marx hemos visto surgir innumerables “marxismos” divergentes y contradictorios entre sí. A un siglo de su muerte, es oportuno tratar de desenmarañar este nudo, y de establecer criterios para juzgar las pretensiones al título de marxista y así responder a la pregunta, “¿Cuál es la auténtica tradición marxista?” Pero antes aclaremos las dimensiones del problema.

No se trata simplemente de que personas autotituladas marxistas tengan diversos puntos de vista sobre ciertas cuestiones (por ejemplo la “baja tendencial de la tasa de ganancia”, o la naturaleza de clase de la URSS): estas divergencias son normales en un movimiento vivo y democrático. El verdadero problema es que frecuentemente vemos a “marxistas” encarcelando, matando, y librando guerras contra otros “marxistas”; más aún, en todos los grandes conflictos sociales de nuestra era, encontramos “marxistas” a ambos lados de las barricadas revolucionarias. Pensemos por ejemplo en Plejánov y Lenin en 1917, en Kautsky y Luxemburgo en 1919, en el Partido comunista y el POUM en Barcelona en 1936, en Hungría en 1956, y Polonia en 1981. Es esto lo que nos obliga a plantear la pregunta de qué es lo que define al marxismo.

Habrá sin duda algunos que rechacen la validez de la pregunta, contentándose con aceptar como marxista a todo aquél que elija llamarse así. Por un lado esta respuesta le conviene a la burguesía y a sus ideólogos más crasos, ya que les permite condenar a todo el marxismo y a todos los marxistas por asociación con Stalin y Pol Pot, el carnicero de Camboya. Por otra parte, también le conviene a los marxólogos académicos, ya que les permite producir numerosas y lucrativas “guías a los marxistas” ofreciendo resúmenes de todas las escuelas de pensamiento desde los austro-marxistas hasta los althusserianos.

Tal actitud es esencialmente contemplativa. La acción, especialmente la acción política, requiere decisión en la teoría, y no sólo en la práctica. Los marxistas que aspiran a cambiar el mundo, y no sólo a ganarse la vida interpretándolo, se ven obligados a afrontar el problema, y a trazar una línea divisoria entre lo genuino y lo falso.

Una manera de trazar tal línea divisoria podría ser identificar al marxismo con las obras de Marx y medir a sus sucesores simplemente por su fidelidad a las palabras del maestro. Esta actitud es escolástica, casi religiosa. No toma en cuenta que el marxismo es, como dijo Engels, “no un dogma sino una guía para la acción”, y que por ende debe ser una teoría viva, capaz de continuo crecimiento y desarrollo, que tiene que analizar y responder a una realidad cambiante una realidad que de hecho ha cambiado enormemente desde la época de Marx. Si bien por razones históricas damos a la teoría el nombre de su fundador, no podemos limitarla a lo que Marx mismo escribió. Como bien dijera Trotsky, “El marxismo es sobre todo un método de análisis no del análisis de textos sino del de las relaciones sociales”.1b

Esta cita de Trotsky se acerca a otra solución al problema aquélla propuesta por el marxista húngaro Lukács. En su obra Historia y conciencia de clase Lukács pregunta “¿Qué es el marxismo ortodoxo?” y responde así:

El marxismo ortodoxo… no implica aceptar acríticamente los resultados de las investigaciones de Marx. No es la “creencia” en esta o aquella tesis, ni la exégesis de un texto “sagrado”. Por el contrario, la ortodoxia se refiere únicamente al método.2

Esta propuesta es mucho más seria ya que toma en cuenta la necesidad de desarrollar la teoría, y contiene una importante verdad, ya que el método dialéctico es indudablemente fundamental para el marxismo. Sin embargo, no es una respuesta adecuada a nuestro planteamiento. No es posible establecer una línea tan rígida entre el método de Marx y sus otros análisis, ni tampoco reducir los contenidos esenciales del marxismo a una mera cuestión de método.3 Esto se comprueba en el ejemplo que Lukács mismo da para ilustrar su posición:

Supongamos que investigaciones recientes comprueben más allá de toda duda que todos los postulados de Marx son falsos. Aun si esto se comprobase, todo marxista “ortodoxo” serio podría aceptar tales pruebas sin reserva alguna y por lo tanto descartar la totalidad de las tesis marxistas sin tener que renunciar a su ortodoxia en absoluto.4

Pensamos todo lo contrario. Si, por ejemplo, el capitalismo se transformase en una nueva forma de sociedad burocrática mundial sin contradicciones ni competencia interna, que excluyese las posibilidades tanto de socialismo como de barbarie, entonces el análisis de Marx de la dinámica del desarrollo capitalista se vería claramente refutado, y quedaría demostrado que los que sostenían esta perspectiva Max Weber, Bruno Rizzi, y James Burnham habían tenido razón. Como dijo Trotsky al considerar esta hipotética perspectiva, “sólo restaría reconocer que el programa socialista, basado en las contradicciones internas del sistema capitalista, terminó siendo una Utopía”5.

De lo anterior podría concluirse que el marxismo debe definirse como un método junto con ciertos análisis y propuestas esenciales. Sin embargo, esto no resolvería el interrogante. Después de todo, ¿qué criterio usaríamos para decidir qué análisis y propuestas teóricas son fundamentales, y cuáles no lo son? Además, tal planteamiento contiene el peligro del sectarismo teórico, de definir al marxismo como “la línea correcta sobre todas la cuestiones”, y llegar así a decir, por ejemplo, que Luxemburgo no era marxista cuando no aceptaba las posiciones leninistas sobre el partido, o que Lenin no era marxista cuando sostenía que la revolución rusa sería burguesa, etc. ¿Cómo resolverlo entonces? No comenzaremos por extraer ciertas tesis de la obra de Marx, sino que usaremos la teoría de Marx para examinar al marxismo como totalidad.

La base de clase del marxismo

Para Marx, “No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”.6 Por lo tanto, para comprender y definir cualquier teoría, filosofía o ideología, debemos en primer lugar descubrir el “ser social” en el que se basa.

Así, para Marx la religión es “la conciencia de sí mismo y el conocimiento de sí mismo del hombre que no se ha realizado todavía, o que ya se ha vuelto a perder”.7 “Este Estado, esta sociedad, producen la actitud invertida de la religión hacia el mundo, porque ellos mismos son un mundo invertido.”8 Marx muestra cómo la familia terrenal es el secreto de la Sagrada Familia.9 De igual modo, para Engels el cristianismo de las primeras épocas es “la religión de los esclavos, y de los esclavos emancipados… de los pueblos sojuzgados o dispersados por Roma”.10

En el Manifiesto comunista Marx define a las diversas escuelas contemporáneas de “socialismo” refiriéndose directamente a los intereses de clase que representan. Describe así un socialismo feudal, un socialismo pequeñoburgués, un socialismo burgués, etc. Mucho más tarde, Trotsky demostró que la clave de la ideología fascista, y no sólo del movimiento fascista, yacía en la posición de clase de la pequeña burguesía, aplastada entre el capital y el proletariado. Podríamos dar infinitos ejemplos más; lo fundamental es que debemos aplicar el mismo método de análisis al marxismo y éste fue el método seguido por Marx y Engels.

Engels comienza el Anti-Dühring afirmando que “El socialismo moderno es fundamentalmente el producto del reconocimiento, por un lado, de los antagonismos de clase que imperan en la sociedad moderna entre propietarios y no propietarios, entre capitalistas y trabajadores asalariados, y por otra parte de la anarquía que reina en la producción”.11 Podemos completar la formulación de Engels agregando que el marxismo es el reconocimiento de estas contradicciones desde la perspectiva del proletariado, la clase obrera industrial. En las palabras de Marx en La pobreza de la filosofía, “Así como los economistas son los representantes científicos de la clase burguesa, los comunistas y socialistas son los teóricos de la clase proletaria”.12 Y en el Manifiesto comunista, “Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos.”13

También está en el Manifiesto comunista el siguiente pasaje fundamental:

Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto.14

Esto amplía y aclara la definición del marxismo como la teoría de la clase trabajadora, estableciendo que lo que está en juego es la articulación de los intereses no de este o aquel sector de la clase, sino de la clase obrera en su totalidad, sin reparar en nacionalidad y hoy en día podríamos agregar raza o sexo. Sirve así como punto de partida para identificar y criticar al oportunismo, en cuyas raíces se sitúa el sacrificio de los intereses globales de la clase a los intereses temporáneos de determinados grupos nacionales, o locales, o de ciertos gremios, por ejemplo.

La definición que proponemos no es sólo social sino también histórica. Tal definición también explica por qué el marxismo surgió en su época y no en otra. La explotación y la opresión existieron durante milenios y el capitalismo en sus formas primitivas durante siglos, pero el marxismo sólo pudo surgir cuando el capitalismo ya había desarrollado suficientemente las fuerzas productivas, incluyendo el proletariado, para que éste pudiese ser percibido como el agente con la capacidad de derrocar al capitalismo. Recordemos que Marx llegó al marxismo solamente gracias a sus contactos con círculos de obreros revolucionarios en París a fines de 1843. Fue entonces que Marx descubrió “la formación de una clase con cadenas revolucionarias”, y que declaró por vez primera su lealtad al proletariado. Cuando el proletariado “proclama la disolución del orden mundial existente hasta ahora,” escribió Marx entonces, “no hace más que declarar el secreto de su propia existencia, ya que el proletariado es de hecho la disolución de este orden”.15

Este enfoque sobre los orígenes del marxismo es muy distinto del que nos ofrece Kautsky (y también Lenin en el ¿Qué hacer? donde postula que el socialismo deberá ser introducido en la clase obrera “desde afuera”). Para Kautsky, “el socialismo y la lucha de clases surgen paralelamente, y no se derive el uno de la otra… el portador de la ciencia no es el proletariado, sino la intelectualidad burguesa”.16 Según Lenin, “la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en Rusia independientemente en absoluto del ascenso espontáneo del movimiento obrero, ha surgido como resultado natural e inevitable del desarrollo de pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas”.17 He tratado en otros escritos18 de refutar esta idea, de mostrar cuán nociva ha sido, y de demostrar que caracterizó al pensamiento de Lenin hasta 1905 únicamente; su perspectiva cambió gracias a su experiencia con la clase obrera revolucionaria en 1905. Baste con decir aquí que esta teoría de Kautsky y Lenin es un ejemplo del materialismo contemplativo criticado por Marx en sus Tesis sobre Feuerbach, y que en el Manifiesto comunista Marx nos ofrece su propia explicación del papel de los intelectuales socialistas. Un sector de la clase dominante, “particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado hasta la comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico” se separa del resto y “se pasa al proletariado”.19 Desde ya que uno no puede “pasarse a” una clase que todavía no existe y que todavía no ha hecho sentir su presencia en el campo de batalla. Tal era el caso, por ejemplo, de la clase obrera rusa antes de 1905.

Por último, al estudiar la base de clase del marxismo, debemos subrayar que el marxismo no es solamente la teoría de la resistencia del proletariado al capitalismo, y de su lucha contra éste. Es también, primordialmente, la teoría de la victoria del proletariado. Como explicó Marx, al negar haber descubierto las clases o la lucha de clases,

Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el transito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases.20

Lenin lo dice con mayor fuerza aún, cuando en El Estado y la revolución insiste que “Marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado… En esta piedra de toque es en la que hay que contrastar la comprensión y el reconocimiento real del marxismo.”21 Esta declaración de Lenin estaba dirigida en primer lugar contra Kautsky, quien durante décadas se había presentado ante el mundo como la última palabra en ortodoxia marxista, pero que, cuando ocurrió una verdadera revolución obrera en Rusia, no la apoyó. Sin embargo, esta descripción de Lenin sigue vigente hoy en día, cuando no faltan intelectuales “interesados en” o “adherentes al” marxismo como método de interpretar a la sociedad, pero que no demuestran ningún interés en la teoría, y menos aún en la práctica, de la lucha por el poder obrero.

Hasta aquí, el análisis del marxismo como la teoría del proletariado consta de tres elementos: el marxismo como la teoría de los intereses compartidos de la clase obrera internacional; el marxismo como producto del nacimiento del proletariado moderno y del desarrollo de su lucha contra el capitalismo; y el marxismo como la teoría de la victoria del proletariado. En resumen, el marxismo es la teoría de la revolución proletaria internacional.

El status científico del marxismo

Para muchos, definir al marxismo como la teoría de una determinada clase social implica que no pueda ser considerado como ciencia. Este argumento corre en ambas direcciones. Por un lado están aquéllos que reconocen que el marxismo está basado en un determinado grupo social y por ende niegan su status como ciencia. El principal representante de esta posición es el sociólogo Karl Mannheim.22 Otros en cambio proclaman que el marxismo es una ciencia y por ende niegan que derive de una perspectiva específicamente proletaria. El más importante defensor contemporáneo de esta teoría es Althusser, para quien tal definición del marxismo lo reduce “al nivel de ideología”. Estos argumentos son producto de una doble confusión: en primer lugar en cuanto a lo que es la ciencia natural, y en segundo lugar en cuanto a la relación entre ciencia natural y ciencia social.

Las ciencias naturales supuestamente proveen conocimientos exactos, “objetivos”, y no determinados socialmente. Por ende, se toma a las ciencias naturales como modelo para la ciencia social “objetiva”. Pero esta percepción de lo que es la ciencia natural es un producto social. En última instancia deriva de la alianza entre la ciencia y la burguesía que fue necesaria para la batalla contra el feudalismo y para el desarrollo de la industria moderna. Así como la burguesía pinta las leyes del capitalismo como naturales y eternas, también pinta los logros de la ciencia como verdades absolutas. La historia de la ciencia, sin embargo, nos muestra que ésta consiste en una serie de verdades relativas provisorias que se van produciendo, estimuladas por el desarrollo de necesidades humanas prácticas, y que a su vez demuestran su verdad en la práctica, al posibilitar la ejecución de tareas determinadas.23 Por lo tanto la ciencia natural no es absoluta, sino que es un producto de su época, y está en continua evolución.

Toda ciencia social, el marxismo inclusive, está sujeta a estas mismas limitaciones, pero además hay una diferencia fundamental entre la ciencia natural y la ciencia social. La primera posee una objetividad24 que la ciencia social no puede lograr, por dos razones principales.

En primer lugar, el conocimiento es siempre una relación entre el conocedor y lo conocido, o sea entre sujeto y objeto. En la ciencia natural el objeto del conocimiento, la naturaleza, existe afuera de los seres humanos. Pero la sociedad es los seres humanos, el conjunto de relaciones humanas.25 La naturaleza y sus leyes no son creaciones de la humanidad, pero la sociedad y sus leyes sí lo son. El mundo de la naturaleza puede ser alterado por hombres y mujeres pero sólo a base de leyes naturales inalterables. Las leyes sociales, sin embargo, no son inalterables.

La consecuencia de estas diferencias es que todos los seres humanos tienen aproximadamente el mismo tipo de relación con las leyes naturales, pero muy diversos tipos de relación con las leyes sociales. Así, un obrero y un capitalista que caigan de la Torre de Pisa llegarán al suelo a la misma velocidad, y con iguales consecuencias. Pero la ley del valor no tiene las mismas consecuencias para ambos produce miseria para uno, y riqueza para el otro. Es por ello que la idea de una ciencia natural “proletaria” distinta de la ciencia natural “burguesa” es una estúpido absurdo estalinista.26 Pero “esperar una ciencia [social] imparcial en una sociedad de esclavitud asalariada, sería la misma pueril ingenuidad que esperar de los fabricantes imparcialidad en cuanto a la conveniencia de aumentar los salarios de los obreros, en detrimento de las ganancias del capital”.27

En segundo lugar, el conocimiento sirve para ayudar a transformar la realidad. Esto es cierto tanto para las ciencias sociales como para las naturales. La burguesía está interesada en transformar es más, se ve continuamente obligada a transformar el mundo natural para acumular capital. Por eso necesita de la ciencia natural. Pero el interés predominante de la burguesía en relación a la sociedad no es transformarla sino preservar el status quo. Por lo tanto la necesidad esencial de la burguesía no es conocimiento social sino apología social, o sea ideología.28

Así es que gran parte de lo que se considera ciencia social burguesa no es científica en absoluto. No resulta ni práctica ni operativa para los mismos burgueses; no es más que justificación y mistificación. Dos buenos ejemplos son: en economía, la teoría de la utilidad marginal, y en política la teoría pluralista del poder. Por supuesto que la burguesía necesita producir ciertos cambios sociales dentro de límites definidos los límites del modo de producción capitalista. Es por ello que la ciencia social burguesa rinde una cantidad limitada de verdadero conocimiento conocimiento que puede también ser usado en la lucha contra el capitalismo. Pero este conocimiento está siempre encuadrado, restringido y distorsionado por una estructura teórica que es un obstáculo para una verdadera comprensión de la sociedad como totalidad. La única clase interesada en, y capaz de, lograr una comprensión totalizadora de la sociedad, es la clase que está interesada en, y es capaz de, transformarla en su totalidad, o sea el proletariado. Como dijo Marx, “La existencia de ideas revolucionarias en una época determinada, presupone la existencia de una clase revolucionaria”.29

Así, la base de clase del marxismo, lejos de dificultar su status como ciencia, es precisamente lo que permite que sea verdaderamente científico.

Otros argumentan que definirlo como la ciencia del proletariado disminuye y limita la aplicabilidad del marxismo. Esto es lo que postula Lukács en sus últimos años. En su estudio sobre Lenin escrito en 1924, Lukács comienza afirmando que “El materialismo histórico es la teoría de la revolución proletaria”30 pero en su Posdata de 1967 declara que tal afirmación no era más que un producto de “los prejuicios de la época”, y protesta contra su propia tentativa “de reducir a una sola dimensión, y de disminuir la verdadera riqueza metodológica la universalidad social del materialismo histórico, a través de tal definición”.31

Esta objeción es falsa, ya que definir al marxismo como teoría de clase no tiene por qué limitarlo al análisis de la lucha proletaria, ni de la sociedad capitalista (aunque por supuesto ésta es su tarea principal). Es perfectamente posible analizar toda la historia de la humanidad, desde sus comienzos hasta el presente, desde el punto de vista del proletariado. Véase, por ejemplo, el artículo de Engels El papel del trabajo en la transición del mono en hombre. La idea central de este artículo es que el trabajo “es la condición básica y fundamental de toda la vida humana y… que, hasta cierto punto… el trabajo ha creado al propio hombre”.32 Sólo se puede llegar a esta conclusión a base de una comprensión del trabajo de la clase obrera moderna33, y de hecho así fue como se llegó a ella, ya que está presente en forma embrionaria en los Manuscritos de 1844 y en La ideología alemana34, antes de que Marx y Engels hubiesen leído investigaciones antropológicas, y antes de Darwin.

Es más, en ese mismo artículo Engels subraya la conclusión política que surge de su hipótesis la necesidad de “una revolución que transforme por completo el modo de producción existente hasta hoy día”.35 La “universalidad social” a la que se refiere Lukács pertenece al marxismo precisamente porque está basado en los intereses del proletariado, la clase universal universal porque es la portadora del futuro y de la liberación de la humanidad entera, y porque puede convertirse en la humanidad entera, ya que no necesita ni una clase por encima que lo gobierne, ni una clase por debajo para explotar. El Lukács maduro no reniega de sus ideas anteriores porque su concepción del marxismo se haya ampliado y profundizado, sino porque ha sido absorbido por el estalinismo, y ha abandonado su política revolucionaria de clase.

De la práctica a la teoría: La unidad del marxismo

Para completar el argumento de que el marxismo es esencialmente la expresión teórica de la revolución proletaria, debemos demostrar los vínculos que unen las condiciones de existencia del proletariado y las tareas que debe afrontar en su lucha (la práctica social que es el proletariado) con los principales postulados de la teoría marxista. Hacerlo completa y rigurosamente está más allá del alcance de este pequeño texto; sólo podemos esbozar algunas de las conexiones más importantes.

Comencemos con aquellos aspectos del marxismo que podríamos denominar su programa y principios políticos. En primer lugar, el internacionalismo. No cabe la menor duda de que el internacionalismo tuvo un papel central en el pensamiento de Marx. El internacionalismo marxista no está basado en una devoción moral abstracta (mejor dicho, liberal y burguesa) a “la fraternización internacional de los pueblos”,36a sino que está basado en la existencia del proletariado como clase internacional, creada por el mercado mundial capitalista, e involucrada en una lucha internacional contra el sistema.

El párrafo del Manifiesto comunista que declara que “los obreros no tienen patria”, y que “el aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial, con la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden”36b ha sido criticado a menudo como una exageración o un error, dado que el proletariado sigue aferrado a ideologías nacionalistas. Sin embargo, la afirmación es correcta a dos niveles. En primer lugar, como descripción no de una situación estática y ya establecida, sino de una tendencia. En segundo lugar, como una afirmación sobre el proletariado en comparación con otras clases sociales. Los modos de producción (y las culturas) del Japón, del Brasil, y de Gran Bretaña tienen infinitamente más en común hoy en día que hace un siglo. En relación al campesinado era imposible contemplar siquiera una organización o conciencia internacional. El internacionalismo de la burguesía, a pesar de su creación de una economía mundial y de una multitud de organizaciones internacionales, es cualitativamente inferior al potencial internacional del proletariado. El nivel más alto al que puede aspirar el internacionalismo burgués es la alianza o el bloque internacional en contra de bloques internacionales rivales, y aun éstos tienden a desbaratarse cada tanto debido a antagonismos entre las diversas burguesías.

La característica básica del internacionalismo marxista es, como hemos notado, la prioridad del conjunto (o sea, de los intereses de la clase obrera mundial) sobre la parte. Concretamente: un obrero revolucionario que nunca ha viajado fuera de su ciudad natal, y habla solamente su propio idioma, pero que se opone a “su” gobierno durante una guerra, es mucho más internacionalista que un erudito catedrático que ha viajado por todo el mundo, habla seis idiomas, y tiene un profundo conocimiento de diversas culturas, pero apoya a su gobierno durante una guerra. Al mismo tiempo, dada la prioridad del conjunto, el internacionalismo marxista es perfectamente compatible con el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de los pueblos, y con el apoyo a movimientos de liberación nacional, si los intereses del proletariado internacional lo requieren.37

En segundo lugar, el principio de la propiedad estatal de los medios de producción. Muchos (especialmente burgueses, pero también supuestos “marxistas”) lo han considerado como el principio fundamental del marxismo, y del socialismo en general. Generalmente, cuando los que así opinan son socialistas, hacen el siguiente razonamiento: “el capitalismo, que es lo mismo que la propiedad privada, es irracional e injusto, produce crisis económicas, miseria, guerra, etc. Si la producción estuviese en manos del Estado y hubiese planificación estatal de la economía, todo funcionaría mejor y más racionalmente, y se acabarían esos males.” La lucha del proletariado es vista entonces como un medio para lograr este fin. Si se presenta otro medio para lograr el mismo fin, por ejemplo una guerrilla campesina, o leyes parlamentarias, pues da lo mismo.

El razonamiento marxista es bien distinto. El proletariado está envuelto en una lucha de clases contra la burguesía que lo explota y oprime. La única manera de ganar esta batalla y emanciparse es derrotar políticamente a la burguesía y tomar posesión de los medios de producción. Sólo puede hacerlo creando su propio Estado. El Manifiesto comunista presenta así la cuestión:

…el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.

Para los “socialistas estatales” la propiedad estatal es la meta, y la clase obrera el medio por la cual ésta se logra. Para los marxistas la emancipación de la clase obrera es la meta, y la propiedad estatal el medio. Esta diferencia lo que Hal Draper llama “las dos almas del socialismo” ha tenido una inmensa importancia este siglo; volveremos a hacer referencia a ella muchas veces en este escrito.

La sociedad sin clases no es una meta exclusivamente marxista ha sido anhelada durante milenios. Lo que distingue al marxismo es que descubre que la sociedad sin clases es una posibilidad real y lograble, debido a la creación y al desarrollo del proletariado, “una clase que, por toda su situación dentro de la sociedad, sólo puede emanciparse acabando en absoluto con toda dominación de clase, todo avasallamiento y toda explotación”.38 Citemos otra vez al Manifiesto comunista:

Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales, sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente.

En términos teóricos, entonces, el Manifiesto comunista consideraba que la transición del capitalismo al comunismo o sea, la dictadura del proletariado no sería más que la continuación de la lucha de clases del proletariado hasta la victoria. Sin embargo, la forma específica de esta dictadura no fue descubierta por Marx ni por ningún otro teórico marxista, sino por trabajadores revolucionarios durante sus propias luchas.

En primer lugar los trabajadores de la Comuna de París en 1871 demostraron que no era posible apropiarse del aparato estatal existente y utilizarlo para sus propios fines, sino que era necesario destruirlo. También descubrieron en la práctica los principios elementales de la democracia obrera: el salario de todo funcionario público equivalía al de un trabajador; todos los delegados eran elegidos, y con mandato revocable; el ejército permanente fue reemplazado por la clase obrera armada, etc.

En segundo lugar la forma específica de la dictadura del proletariado fue redescubierta por los obreros de Petrogrado (y más tarde de toda Rusia), quienes crearon la forma orgánica más adecuada a la expresión del poder obrero el Soviet o consejo obrero. Subrayemos que el gran mérito del soviet es que está basado no en el obrero como ciudadano individual en un distrito geográfico, sino en el obrero como parte de una organización colectiva en el lugar de trabajo, la unidad de producción; y que surge dentro del capitalismo como un desarrollo natural de las luchas obreras contra el capitalismo su origen histórico fue un comité de huelga ampliado. Subrayemos también que la teoría marxista sobre esta cuestión (La guerra civil en Francia de Marx, El Estado y la revolución de Lenin, y los artículos de Gramsci en L’Ordine Nuovo son una generalización directa de la experiencia más avanzada de la clase.

Pasemos ahora a las bases teóricas del marxismo: el concepto materialista de la historia y el análisis crítico del capitalismo.

¿Cuál es la base del materialismo histórico? Esta cuestión puede abordarse analíticamente, examinando sus conceptos y postulados; o bien históricamente, trazando sus orígenes y su desarrollo en la obra de Marx. Nos parece más importante abordar la cuestión analíticamente, ya que la génesis histórica de una teoría podría incluir diversos rodeos y factores accidentales.

Comencemos con la cuestión del materialismo contra el idealismo.

El idealismo es la creencia de que la mente (“espíritu”, “ideales”, “Dios”, etc.) tiene prioridad sobre la materia; la concepción idealista de la historia considera que ésta está determinada por el desarrollo de ideas, conciencia, etc. La base material de esta creencia es la división entre el trabajo mental y el trabajo manual, y la existencia de una clase dominante liberada del trabajo manual, es decir viviendo a costa del trabajo de otros.

La división del trabajo sólo cobra realidad cuando aparece una división entre el trabajo material y el trabajo mental. (Los primeros ideólogos, los sacerdotes, hacen su aparición al mismo tiempo.) A partir de ese momento la conciencia puede halagarse de que es algo más que la conciencia de la práctica existente, que realmente representa algo sin representar algo real; de ahí en adelante la conciencia puede emanciparse del mundo y pasar a crear “pura” teoría, teología, filosofía, ética, etc.39

Por otra parte, el materialismo es la teoría “natural” de una clase productora que lucha por su emancipación.40 Pero por supuesto que no es lo mismo el materialismo que el materialismo histórico. El materialismo surgió más de dos milenios antes que el marxismo, y en el siglo XVIII la burguesía naciente era filosóficamente materialista. ¿Qué distingue al materialismo marxista del materialismo burgués? Marx lo expresó así:

El defecto fundamental de todo el materialismo anterior incluido el de Feuerbach es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo.41

En otras palabras, el materialismo burgués es mecanicista. Considera a los seres humanos como pasivos, como meros productos o resultados de circunstancias materiales o sea, como objetos. Al hacerlo refleja efectivamente la posición de los individuos en la sociedad capitalista el trabajador como apéndice de la máquina, el trabajo humano como un “factor” de producción equivalente a los otros factores (tierra, máquinas, etc.); el trabajo vivo subordinado a, y “parte del”, trabajo muerto. El materialismo mecanicista, sin embargo, es incapaz de ser realmente consecuente; si lo fuese, sería un determinismo y fatalismo completo, y sería imposible actuar en el mundo a base de ello. Por lo tanto siempre contiene tendencias contrarias más o menos tácitas, donde el idealismo que salió por la puerta vuelve a entrar por la ventana, como “conocimiento”, “ciencia”, o a veces como la “voluntad” de la élite:

La doctrina materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la división de la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad.42

Marx superó esta antinomia a través del concepto de la práctica. “La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.”43 El modelo para este concepto de práctica es el trabajo humano el medio a través del cual la humanidad moldea y transforma a la naturaleza, y se crea a sí misma. El logro más importante de Hegel, según Marx,…

es, en primer lugar, que Hegel pudo concebir la autocreación del hombre como un proceso… y que por lo tanto logra comprender la naturaleza del trabajo, y concibe al hombre objetivo (hombre verdadero porque es real) como producto de su propio trabajo.44

Pero, Marx prosigue, “El trabajo que Hegel reconoce y comprende es trabajo abstracto mental”.45 Marx pudo superar a Hegel, reconociendo al trabajo como actividad práctica concreta como base de la humanidad y de la historia (“el hecho, tan sencillo, pero oculto hasta él bajo la maleza ideologica”46). Marx fue capaz de comprenderlo porque ya existía el proletariado la primera clase de productores inmediatos capaces de transformar a la sociedad y de adueñarse de ella. Esta concepción sobre el papel primordial del trabajo y de la producción es el punto de partida metodológico y empírico de la teoría marxista de la historia. De ella derivan los conceptos clave de “fuerzas productivas”, “relaciones de la producción”, y “modo de producción”, que a su vez culminan en la teoría de la revolución social:

En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social… Al llegar a una determinada fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social.47

Aquí se hace necesario aclarar una importante fuente de confusión. El materialismo histórico ha sido sometido frecuentemente a distorsiones materialistas mecanicistas según las cuales la dialéctica de las fuerzas productivas y relaciones de la producción se interpreta como un mero antagonismo entre los instrumentos técnicos de la producción (“fuerzas”) y el sistema de propiedad (“relaciones”), como si éstos operasen independientemente de la actividad humana. Se llega así a una teoría de determinismo tecnológico. Esta interpretación disminuye el sentido de ambos conceptos fundamentales. Para Marx, las fuerzas productivas significaban no solamente los instrumentos en el sentido de herramientas, maquinaria, etc., sino el conjunto de la capacidad productiva de la sociedad incluyendo la actividad productiva de la clase obrera. “De todos los instrumentos de la producción, el de mayor poder productivo es la propia clase revolucionaria.”48 Las relaciones de propiedad, por otra parte, “no son más que la expresión legal de las relaciones de la producción”. Por lo tanto, la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de la producción no es algo separado de la lucha de clases sino la tierra de la cual ésta brota.

Esta demostración teórica de que el materialismo histórico es la historia desde el punto de vista del proletariado es, como hemos notado, más importante que la elucidación precisa de cómo Marx fue desarrollando su teoría, pero de hecho su génesis histórica es casi paralela a su lógica teórica. Encontramos la primera exposición detallada del materialismo histórico en La ideología alemana de 1845. Los predecesores inmediatos de esta obra fueron dos textos fundamentales, los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, y la Introducción a una crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Los Manuscritos de 1844 no comienzan con “filosofía” ni con “alienación”, sino con la lucha de clases. La primera oración es: “Los salarios están determinados por la amarga lucha entre capitalistas y obreros”.49 El análisis económico que sigue relativamente primitivo comparado con la obra posterior de Marx está hecho explícitamente desde el punto de vista de la clase obrera. Trata de mostrar, “a partir de la economía política, y las palabras propias de esa ciencia” que:

el obrero pasa a no ser más que una simple mercancía, y una mercancía bien miserable; que la miseria del obrero aumenta a medida que aumentan el poder y el volumen de lo que éste produce; que el resultado inevitable de la competencia es la acumulación de capital en pocas manos, y por lo tanto una restauración del monopolio bajo formas más terribles; y finalmente que la distinción entre capitalista y terrateniente, y entre trabajador rural y trabajador industrial, desaparecerá indudablemente, quedando la sociedad dividida en sólo dos clases: los dueños de la propiedad, y los trabajadores sin propiedad.50

La búsqueda de explicaciones sobre las causas de esta situación lleva a Marx a analizar la naturaleza del trabajo obrero. Los trabajadores producen la riqueza de los capitalistas, y su propia miseria, debido a la alienación de su trabajo. Marx llega así al concepto del doble carácter social del trabajo. El trabajo es el medio a través del cual los individuos crean su vida y su mundo; y el trabajo alienado es el medio a través del cual arruinan su vida y crean un mundo que está por encima de ellos y contra ellos. Este doble rol implica que la eliminación del trabajo alienado puede conducir a la liberación de la humanidad, y anticipa así tanto el punto de partida como la conclusión de la concepción materialista de la historia.

Sin embargo, si retrocedemos un poco más, en la Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel (principios de 1844) ya encontramos lo que aparece posteriormente como el resultado del análisis del trabajo alienado y del materialismo histórico: el papel revolucionario del proletariado. “Cuando el proletariado anuncia la disolución del orden social existente, no hace más que declarar el secreto de su propia existencia, pues el proletariado es efectivamente la disolución de ese orden.”51 Y, como hemos visto, el reconocimiento por Marx de este papel histórico del proletariado fue una consecuencia de su propia experiencia con grupos de obreros revolucionarios en París. Así es que podemos trazar los orígenes tanto teóricos como biográficos de la concepción general de la historia y la sociedad en Marx a partir de su base material la lucha proletaria.

El objetivo del análisis marxista del capitalismo (comúnmente denominado “economía marxista” aunque es más bien en realidad una “crítica de la economía política”) era descubrir las leyes que rigen el modo de producción capitalista, proveyendo así fundamentos firmemente científicos al movimiento obrero. Es evidente que todo este análisis está hecho desde el punto de vista de la clase obrera revolucionaria, ya que sus temas principales incluyen una explicación sobre cómo son explotados los trabajadores; una demostración de que el sistema capitalista en sí está basado en esta explotación; un pronóstico de que el sistema necesariamente sufre profundas crisis, justamente porque está basado en esta explotación.52 Sin embargo, este aspecto del marxismo es el que más frecuentemente se nos presenta como “objetivo”, “libre de valores”, “sin perspectiva de clase”, etc. Por ello, cabe hacer aquí algunas observaciones sobre la lógica, y los orígenes, de la crítica de la economía política hecha por Marx.

La crítica de Marx es, por supuesto, una aplicación de la teoría del materialismo histórico al modo de producción capitalista. Está basada (al igual que el materialismo histórico) en un análisis del trabajo53 o sea de aquel trabajo que el trabajador se ve obligado a entregar (venderle) a otro. El trabajo alienado es trabajo asalariado; no es un estado mental sino “un hecho económico”.54 Sin embargo, también es cierto que este hecho económico sólo puede percibirse si se mira al trabajo desde la perspectiva del trabajador. De hecho, Marx fue el primer “filósofo” y el primer “economista” en la historia que analizó el proceso de trabajo desde la perspectiva del trabajador. La teoría del trabajo alienado es absolutamente central al análisis marxista del capitalismo. Esto se ve en dos de los postulados de Marx. En primer lugar, “aunque la propiedad privada parece ser la base y la causa del trabajo alienado, en realidad es una consecuencia de éste”.55 En segundo lugar, la diferencia específica del modo de producción capitalista es que solamente en él la fuerza de trabajo se transforma en mercancía.

Hay un largo camino teórico entre el trabajo alienado de los Manuscritos de 1844 y la teoría de la plusvalía del Capital. En este camino, la crítica generalizada del capitalismo se va transformando minuciosamente en un instrumento de precisión para analizar y descubrir el funcionamiento de todos los aspectos de la economía capitalista. Pero durante este proceso, el concepto original no es “olvidado” ni “rechazado”. Sigue estando en el corazón mismo del análisis. Consideremos los siguientes pasajes:

1) Todas estas consecuencias se deben a que el obrero se relaciona con el producto de su trabajo como si éste fuese un objeto extraño, ajeno a él. De esto se deduce claramente que cuanto más se gaste el obrero trabajando, más poderoso se vuelve el mundo de los objetos que crea frente a sí, más pobre se vuelve su vida interior, y menos se pertenece a sí mismo. Es igual con la religión. Cuanto más le atribuye el hombre a Dios, menos le queda para sí mismo.56

2) No puede ser de otra manera en un modo de producción donde el trabajador existe para satisfacer las necesidades de la expansión de valores existentes, en vez de existir la riqueza material para satisfacer las necesidades del desarrollo del trabajador. Así como en la religión el hombre está gobernado por los productos de su propio cerebro, en la producción capitalista está gobernado por los productos de sus propias manos.57

3) La alienación del trabajador en su objeto está expresada del siguiente modo en las leyes de la economía política: cuanto más produce el obrero, menos tiene para consumir; cuanto más valor crea, más se ve desvalorizado; cuanto más refinado el producto, más tosco y deformado el obrero; cuanto más civilizado el producto, más bárbaro el obrero; cuanto más poderoso el trabajo, más impotente el obrero; cuanto más sea el trabajo una muestra de lo que puede la inteligencia humana, menos inteligente y más esclavo de la naturaleza es el obrero.58

4)… en el sistema capitalista todos los métodos para aumentar la productividad social del trabajo se aplican a costa del trabajador individual; todos los medios para desarrollar la producción se transforman en medios de dominación sobre, y explotación de, los productores; mutilan al trabajador, transformándolo en un fragmento de hombre; lo degradan al nivel de apéndice de una máquina, destruyen todo encanto que pueda tener el trabajo y lo transforman en una faena odiada; enajenan del trabajador las potencialidades intelectuales del proceso de trabajo a medida que la ciencia se incorpora en éste como poder independiente; empeoran sus condiciones de trabajo, lo someten durante el proceso de trabajo a un despotismo aún más odioso por lo mezquino; transforman su tiempo de vida en tiempo de trabajo; su esposa e hijo también son aplastados por el monstruo Capital.59

Los pasajes 1) y 3) están en los Manuscritos de 1844, y los pasajes 2) y 4) están en el Capital; hay veintitrés años entre ambas obras, pero vemos la misma idea esencial, y a veces hasta el mismo lenguaje. Y podríamos citar muchos otros pasajes de todas las principales obras teóricas de Marx, desde La ideología alemana hasta Teorías de la plusvalía.60

Por último, haremos algunas observaciones en relación a la teoría marxista de crisis económicas, especialmente su componente más importante, la baja tendencial de la tasa de ganancia. Esta tendencia descrita por Marx no es una tesis individual, un postulado que pueda existir independientemente del resto de su pensamiento, sino que es un punto de convergencia de todas sus principales teorías. Deriva directamente por un lado de su teoría de la plusvalía, según la cual la fuente de ganancia es el tiempo de trabajo no pagado (el tiempo de plustrabajo), y por otro lado de su teoría de que a medida que se desarrolla el sistema capitalista, el trabajo vivo disminuye y el trabajo muerto aumenta (un tema ya presente en 1844). Al mismo tiempo la baja tendencial de la tasa de ganancia es la expresión económica concreta del conflicto entre las fuerzas productivas y las relaciones de la producción la prueba de que las relaciones capitalistas de la producción se han convertido en un obstáculo al desarrollo de las fuerzas productivas, “la verdadera barrera a la producción capitalista es el propio capital”.61 Es más y con esto volvemos al punto de partida esta teoría sólo puede ser formulada desde la perspectiva del proletariado. Los economistas burgueses clásicos observaron el fenómeno de la baja tendencial de la tasa de ganancia, pero no fueron capaces de teorizarlo, ya que para hacerlo hubiesen tenido que reconocer la naturaleza transitoria, históricamente limitada, del capitalismo.62

Algunos “marxistas” sostienen que el análisis que hizo Marx de las contradicciones del capitalismo es algo separado y distinto de su compromiso con la revolución proletaria. Lucio Colletti63 es un exponente moderno de esta teoría, pero la idea nace en la Segunda Internacional. Hilferding dice: “Reconocer una necesidad es una cosa; ponerse al servicio de esa necesidad es otra”,64 y concluye que para pasar del “es” del malfuncionamento del capitalismo al “debiera ser” del socialismo hace falta un compromiso ético adicional (usualmente tomado de los principios éticos “eternos” de Kant). Pero aquí Hilferding invierte la verdadera lógica del marxismo. Fue su compromiso con el proletariado lo que hizo posible el descubrimiento por parte de Marx de las contradicciones del capitalismo, y el “debiera ser” de este compromiso deriva por su parte de la existencia previa de un proletariado de carne y hueso, que ya había comenzado la lucha por su emancipación.

Resumiendo todo lo anterior: teóricamente la revolución proletaria aparece como la consecuencia de las teorías del materialismo histórico, de la plusvalía, etc., pero en realidad es también su causa y fundamento. La comprobación empírica de esto es el hecho de que por lo general las revoluciones obreras comienzan espontáneamente París 1848 y 1871, Petrogrado 1905 y 1917, Alemania 1918, España 1936, Hungría 1956, Francia 1968, etc. El papel del marxismo no es crear ni inaugurar revoluciones, sino guiarlas a la victoria.

Así, podemos comprobar tanto la unidad esencial del marxismo, como su constante evolución, basados en la lucha del proletariado contra el capital. Estas dos grandes fuerzas sociales, en perpetua lucha, cambian y se desarrollan continuamente, así como va cambiando la correlación de fuerzas entre ellas, y sus interacciones con otras clases. Por lo tanto, el marxismo también debe cambiar y desarrollarse, pero debe hacerlo siempre desde la perspectiva de la revolución proletaria. Si abandona esta perspectiva deja de ser marxismo. Lenin dijo una vez que el marxismo era “un bloque de acero”. Esta metáfora nos parece incorrecta, pero es infinitamente preferible a la muy difundida opinión según la cual el marxismo consiste de una serie de partes desmontables que pueden descartarse y reemplazarse libremente. Concordamos con Lenin cuando dice que Marx sentó “las piedras angulares de la ciencia que los socialistas deben impulsar en todos los sentidos, siempre que no quieran quedar rezagados de la vida”.65 El revisionismo justamente trata de desplazar a las piedras angulares (que no son arbitrarias, sino expresiones teóricas del ser social del proletariado), y al hacerlo abandona la perspectiva del proletariado, adoptando la perspectiva de otra clase.


Segunda parte

Las transformaciones del marxismo

Según los criterios arriba enunciados, está claro que muchos de los ideólogos y sistemas teóricos que se han autotitulado “marxistas” en los últimos cien años no son marxistas en absoluto. Antes de pasar a demostrarlo en relación a casos específicos son necesarias algunas observaciones sobre la conciencia y posición social del proletariado bajo el capitalismo.

El proletariado potencialmente puede trascender al capitalismo, pero mientras el capitalismo siga existiendo, el proletariado seguirá siendo una clase oprimida y explotada. Por lo tanto, en épocas normales, no revolucionarias, la conciencia de la mayoría de la clase obrera está dominada por ideología burguesa (“Las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante”). Pero al mismo tiempo la posición económica de los obreros los impulsa a resistir los embates del capital, y a luchar por mejorar sus condiciones de vida y de trabajo, aun cuando no estén dispuestos a desafiar al sistema en su conjunto. De esta contradicción han surgido ideologías híbridas que combinan elementos de ideología burguesa y de ideología socialista: un ejemplo muy claro es el Partido Laborista británico.

Sin embargo, estas ideologías híbridas tienen su propia base material característica en la clase cuya posición social es también parte burguesa y parte proletaria, o sea el estrato intermedio que Marx denomina pequeña burguesía. Esta categoría tiene una validez general, pero no debemos olvidar que en el mundo moderno incluye diversos estratos sociales, cada uno de los cuales tiene condiciones de vida muy distintas. Los más importantes son: la “antigua” pequeña burguesía de pequeños comerciantes y otros pequeños patrones; la “nueva” clase media de empleados asalariados, cuyos puestos los ponen en posiciones de autoridad hacia la clase obrera; la burocracia sindical; y, en gran parte del mundo, el campesinado. El conjunto de estos grupos “rodean” al proletariado con el que tienen mucho mayor contacto diario que la burguesía y ejercen influencia sobre su conciencia. Cada uno de los grupos, por otra parte, tiende a generar su propia versión de ideología pequeñoburguesa, y tiende a ejercer su propio tipo de presiones sobre la clase obrera. Así, la conciencia del proletariado, y con ella la teoría marxista, están permanentemente “sitiadas”. La historia del marxismo es una historia de batallas libradas contra las ideologías híbridas de la pequeña burguesía: véanse por ejemplo las polémicas de Marx contra Proudhon y Bakunin; la de Engels contra Dühring; Plejánov y Lenin contra los Narodniks, etc.

Pero lo que aquí nos concierne son los conflictos dentro del marxismo, o mejor dicho entre tendencias teóricas y políticas que dicen ser marxistas. Debemos preguntarnos si los más importantes de estos conflictos son también luchas entre el punto de vista del proletariado y el de la pequeña burguesía u otras clases. Si establecemos la existencia de este fenómeno también debemos explicarlo. Lenin sugirió que “La dialéctica de la historia es tal, que el triunfo teórico del marxismo obliga a sus enemigos a disfrazarse de marxistas”.66 Pero, aunque esta explicación contiene una importante verdad, sugiere demasiados complots premeditados. Es más acertado históricamente postular que el proceso ocurre usualmente así: dirigentes o movimientos llegan a una perspectiva proletaria revolucionaria y adoptan al marxismo; luego por diversas razones (en última instancia debido a presiones ejercidas por el capitalismo) se alejan de esta perspectiva pero retienen la etiqueta y el lenguaje del marxismo (a través del auto-engaño y/o por querer seguir siendo considerados revolucionarios) pero transforman su verdadero contenido. Una vez ocurrido este proceso, este marxismo “transformado” puede ser adoptado por otros movimientos o líderes que nunca han tenido una perspectiva de revolución proletaria.67 Pero esto es anticipar consecuencias que primero deben comprobarse a través del análisis histórico.

Dentro del “marxismo después de Marx”, existen tres tendencias dominantes (en el sentido tanto de poderío material como de número de adherentes): en primer lugar, la socialdemocracia de la Segunda Internacional; en segundo lugar el estalinismo; y por último el nacionalismo tercermundista. Evidentemente es imposible en este pequeño escrito presentar un análisis exhaustivo de una de estas tendencias, y menos aún de las tres. Me limitaré a abordarlas en términos de las características más importantes de sus principales representantes.

El kautskismo

El partido más importante de la Segunda Internacional era el Partido Social Demócrata Alemán, el SPD. Este partido fue fundado en 1875 en el Congreso de Gotha, donde se unieron los partidarios de Marx en Alemania con los partidarios de Lassalle.68 El partido pasó por una época de semi-legalidad (leyes antisocialistas de Bismarck), pero creció y se desarrolló, adquiriendo una posición importante dentro del Estado alemán alrededor del 1900. Durante este período el capitalismo alemán avanzaba continuamente, y al joven movimiento obrero le era fácil lograr concesiones y mejoras en sus condiciones de trabajo y de vida. Por supuesto que hubo que luchar para obtenerlas, ya que el capitalismo nunca entrega nada sin una lucha. Pero no hizo falta un enfrentamiento total, ni enfrentamientos de clase mortales. (De hecho, el nivel de huelgas en Alemania era muy bajo.)69 En general fue una época de relativa paz social, y la clase obrera alemana la aprovechó para construir el partido socialista más grande y mejor organizado del mundo un partido con centenas de miles de miembros, miles de agrupaciones locales, más de ochenta diarios, y numerosas organizaciones sociales y culturales.

Desde fines de la década de 1890 el partido estaba dividido en dos alas una mayoritaria, “marxista ortodoxa” y una minoritaria (en continuo ascenso), “revisionista”. Ésta última, cuya figura principal era Eduard Bernstein, sostenía que el capitalismo, contrariamente a lo que postulaba la teoría marxista, poco a poco iba superando sus contradicciones; por lo tanto el SPD sólo podía, y sólo debía, ser un partido que luchara por reformas sociales democráticas. Ya que los “revisionistas” eran abiertamente anti-marxistas no hace falta ocuparnos de ellos en este artículo; nos interesa más el ala “ortodoxa”.

El SPD se declaró oficialmente marxista en su congreso de Erfurt en 1891. Allí se adoptó el Programa de Erfurt elaborado por el “Papa del marxismo”, Karl Kautsky. Hasta la Primera guerra mundial, Kautsky era indiscutiblemente el principal teórico de la Segunda Internacional; y el Programa de Erfurt, y su comentario alusivo (también escrito por Kautsky)70 constituyeron las perspectivas básicas y globales del movimiento. Indudablemente el Programa de Erfurt quiso ser una afirmación y exposición de marxismo completamente ortodoxo, y fue aceptado como tal por la Segunda Internacional. Su primera parte es “un análisis de la sociedad contemporánea y de su desarrollo”;71 consta de una explicación resumida y simplificada de la teoría del desarrollo capitalista esbozada por Marx en el Manifiesto comunista. Termina diciendo que “la propiedad privada de los medios de producción se ha vuelto una barrera al uso eficaz y al pleno desarrollo de los mismos”.72 La segunda parte llama a resolver esta contradicción a través de “la transformación de la propiedad privada en propiedad social, y la transformación de la producción de mercancías en producción socialista llevada a cabo por, y para el bien de, la sociedad”.73 La tercera parte se refiere a “los medios que conducirán al logro de estas metas,”74 o sea la lucha del proletariado contra el capital. En cuanto a la naturaleza de esta lucha el programa dice:

La lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista es necesariamente una lucha política. La clase trabajadora no puede desarrollar sus organizaciones económicas, ni librar sus batallas económicas, sin derechos políticos. No puede lograr la apropiación de los medios de producción por la comunidad en general sin antes adquirir poder político.75

Hasta aquí, ortodoxia marxista. Marx insistía incansablemente que “la lucha de clase contra clase es una lucha política”; que “por lo tanto la conquista del poder es ahora la gran tarea de las clases trabajadoras”.76 ¿Pero, cuál habría de ser el contenido de esta “lucha política”, de esta “conquista del poder político”? Para Marx, como hemos visto, era primordialmente la destrucción del Estado burgués y la inauguración de la dictadura del proletariado cuyo ejemplo concreto fue la Comuna de París. Pero para Kautsky y el SPD esta lucha es exclusivamente parlamentaria. Para demostrarlo, es indispensable incluir una larga cita del Comentario sobre el programa, escrito por Kautsky.

La clase obrera, al igual que todas las otras clases, debe tratar de ejercer influencia sobre las autoridades estatales, para que éstas tengan que actuar a favor de ella.

Los grandes capitalistas pueden ejercer influencia directa sobre gobernantes y legisladores, pero los obreros pueden tener influencia solamente a través de la actividad parlamentaria… Por lo tanto, a través de la elección de representantes parlamentarios la clase obrera puede ejercer influencia sobre los poderes gubernamentales.

La lucha por parte de todas las clases que dependen de la acción legislativa para tener influencia política está dirigida, en el Estado moderno, por un lado a aumentar el poder del parlamento o congreso, y por otro a aumentar su propia influencia dentro de ese parlamento.

El poder del parlamento depende de la energía y del coraje de las clases que representa, y de la energía y del coraje de las clases sobre las cuales ha de imponer su voluntad. La influencia de una clase dentro del parlamento depende, en primer lugar, del tipo de ley electoral vigente. Depende además de la influencia de esa clase entre el público votante; y depende por último de su aptitud para el trabajo parlamentario…

El proletariado, no obstante, está… en situación favorable en lo que a actividad parlamentaria se refiere… Sus sindicatos son una excelente escuela de preparación para esta actividad; ofrecen oportunidades para aprender las leyes parlamentarias y para aprender oratoria… Más aún, encuentra entre sus filas un número cada vez mayor de individuos muy aptos para representar a su clase en las salas legislativas.

Cuando el proletariado se dedica, como clase consciente de sí, a la actividad parlamentaria, el parlamentarismo comienza a cambiar de carácter. Deja de ser un mero instrumento en manos de la burguesía. Esta participación por parte del proletariado se convierte en el medio más eficaz de sacudir y entusiasmar al hasta entonces indiferente proletariado, y de inspirar en él esperanza, y confianza en sí mismo. Es la palanca más poderosa para liberar al proletariado de su degradación económica, social y moral.

Por lo tanto, el proletariado no tiene por qué desconfiar de la acción parlamentaria[mi énfasis, JM].77

El SPD ganó muchísimo terreno electoralmente de 550.000 votos (9,7%) en 1884 a 1.427.000 (19,7%) en 1890. La perspectiva parlamentaria, un indudable viraje a la derecha, fue adoptada a causa de estos avances. En 1881 Kautsky había escrito que “La social democracia no tiene ilusiones de que se puedan lograr sus metas directamente a través de elecciones, por la vía parlamentaria” y que “la primera tarea de la revolución futura” sería “la destrucción del Estado burgués”.78 Pero a partir de 1891 la vía parlamentaria se convirtió en la estrategia principal de Kautsky y del SPD. Así es que cuando Kautsky aparece como el defensor de la “revolución” contra los revisionistas de su propio partido, lo que está defendiendo es un concepto de “revolución parlamentaria”: o sea que el partido de los trabajadores estará siempre en la oposición parlamentaria, sin participar en gobiernos burgueses ni en coalición alguna; sólo después de obtener una mayoría absoluta en el parlamento entrará a formar el gobierno, usando su poder político para legislar la inauguración del socialismo.79 Kautsky subrayó, en su polémica contra Pannekoek en 1912, que esta estrategia involucraba la toma del Estado capitalista, y no su destrucción:

La meta de nuestra lucha política sigue siendo lo que siempre fue: conquistar el poder estatal a través de la conquista de una mayoría parlamentaria, y elevar al parlamento a una posición de mando dentro del aparato estatal. Definitivamente no se trata de destruir el poder estatal.80

El fundamento teórico de esta estrategia parlamentaria era la noción de que la transición al socialismo era más o menos inevitable, como consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas. El crecimiento del capitalismo significaba el crecimiento del proletariado. A medida que creciera numéricamente el proletariado, crecería también su conciencia de clase, y esto significaría más votos para la social democracia, hasta tanto existiese una abrumadora mayoría a favor del socialismo. “El desarrollo económico”, escribió Kautsky, “conducirá naturalmente al logro de esta meta”.81 Este proceso tendría lugar tranquilamente, inevitablemente, sin luchas a muerte, siempre y cuando los dirigentes del partido supiesen evitar las aventuras irresponsables y las batallas prematuras. Las únicas actividades necesarias eran la organización y la educación:

Fortalecer la organización, ganar todas las posiciones de poder que podamos conquistar y mantener por nuestros propios medios, estudiar al Estado y a la sociedad, y educar a las masas: no podemos proponernos consciente y sistemáticamente ninguna otra meta, ni para nosotros ni para nuestras organizaciones.82

Siguiendo la metodología adoptada en la primera parte de este escrito, debemos preguntarnos: ¿cuál era la base social de esta ideología de espera pasiva? En cierto sentido, evidentemente, la base social fue el período de distensión entre la burguesía y el proletariado que acompañó la prosperidad y el progreso del capital alemán a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Dentro de esta situación general, sin embargo, esta ideología expresaba los intereses no de la clase obrera sino del estrato social cuya existencia misma era el producto de esta tregua social: o sea la enorme burocracia de los sindicatos y del Partido Social Demócrata, la multitud de funcionarios privilegiados que había surgido para administrar sus preciadas organizaciones.

Para ilustrar lo antedicho basta mirar la actitud de estos dirigentes del SPD y de los sindicatos hacia esa cuestión tan fundamental de la lucha de clases la huelga de masas. Esta cuestión se puso a la orden del día en Alemania dado el papel que la huelga de masas jugó en la revolución rusa de 1905.83 Los dirigentes sindicales alemanes estaban implacablemente en contra de la huelga de masas y, en el Congreso sindical de Colonia en mayo de 1905, aprobaron una moción que censuraba esta táctica. El SPD, en septiembre de 1905 en Jena, aprobó una moción que “aceptaba” en principio la huelga de masas, pero no especificaba qué debía hacerse al respecto. Meses más tarde, cuando estalló en Sajonia un movimiento de masas que luchaba por la ampliación del sufragio, esta contradicción tuvo que resolverse en la práctica:

El primero de febrero de 1906 tuvo lugar un congreso secreto de altos funcionarios del partido y de los sindicatos. Esta reunión no tardó en poner al descubierto el verdadero balance de fuerzas entre ambas organizaciones. El partido se rindió ante los sindicatos, comprometiéndose a tratar por todos los medios de evitar una huelga de masas.84

Luego, en el Congreso del SPD en Mannheim en septiembre de 1906, los sindicatos y el partido lograron un acuerdo a base de “la aceptación teórica por ambas partes de la posibilidad de recurrir a la huelga de masas en un futuro indeterminado,” pero sólo si se contase con “la adherencia de los dirigentes y de los miembros de los sindicatos”.85 En este proceso Kautsky hizo las veces de crítico “de izquierda” de los dirigentes sindicales. Los acusó de tener una perspectiva meramente economicista, y subrayó que el espíritu Social Democrático tenía que ser hegemónico en los sindicatos, pero se negó a romper con los dirigentes sindicales, y atacó a quienes abogaban realmente por la huelga de masas (como Rosa Luxemburgo), acusándolos de “falseadores de revolución”.86 Cuando tuvo que definirse, Kautsky prefirió mantener la unidad de las organizaciones sindicales y del partido, sacrificando las exigencias de la lucha de clases.

La burocracia del movimiento obrero es parte de la pequeña burguesía. Está situada entre el trabajo y el capital, y su papel objetivo es el de mediador entre las clases. En relación a la masa de trabajadores tiene privilegios en lo que se refiere a salario, seguridad de empleo, condiciones de trabajo, y estilo de vida. Sin embargo, su situación, y por lo tanto su comportamiento político, no es igual que los de la pequeña burguesía tradicional de pequeños comerciantes, cuentapropistas, autónomos, etc. Éstos, en cuanto tienen propiedad privada, en épocas “normales” están completamente hegemonizados por la gran burguesía. En épocas de crisis, cuando se ven apretados entre el capital y el trabajo, pueden seguir a la clase obrera si existe un poderoso movimiento revolucionario resuelto a, y capaz de, resolver la crisis del capitalismo. De no existir tal movimiento, en épocas de crisis pueden virar a la derecha y formar la base de masas del fascismo.

La burocracia sindical, por el contrario, esta ligada orgánicamente a la clase trabajadora y por lo tanto, como estrato social, no puede virar tanto a la derecha (por eso es tan ridícula la teoría del “social-fascismo”). Pero por otra parte tiene una relación mucho más estrecha con la clase dominante que la que tiene el pequeño patrón. Su rol de “representante” (parlamentario o sindical) le ofrece un contacto diario con los patrones y el Estado, y las concesiones que logra extraer de ellos garantiza su apoyo por parte de las masas. Se sienten amenazados tanto por el fascismo, que destruiría sus organizaciones, como por la revolución, que eliminaría su rol de negociador. De modo que este estrato social es profundamente conservador. Lo que más teme son acciones de masas que puedan “descontrolarse”, desbaratando sus organizaciones, provocando una ofensiva por parte de la clase dominante, y socavando el delicado equilibrio que mantiene entre las clases. Políticamente necesita una ideología que combine retórica socialista con pasividad y transigencia en la acción. Necesita que la clase obrera esté organizada, para que pueda mantener las organizaciones que aseguran sus salarios, y de vez en cuando lograr concesiones que a su vez sirvan para mantener la lealtad obrera a sus organizaciones. Pero también necesita que la clase obrera se quede “en su lugar”, y que no se descontrole. La ideología de la social democracia alemana era, pues, ideal. El “marxismo” de Kautsky es un sistema teórico perfectamente adaptado a las necesidades de esta burocracia.

Esto era cierto incluso a nivel filosófico, pues el materialismo mecanicista orientación filosófica de Kautsky y de la Segunda Internacional en general es, como hemos demostrado, una posición esencialmente burguesa. Trata a la clase obrera como producto meramente pasivo de circunstancias materiales, y por lo tanto excluye el papel activo y revolucionario de los trabajadores, particularmente de aquéllos organizados en el Partido.87

La traición chauvinista de los dirigentes de la social democracia de casi todos los países en 1914 resulta perfectamente comprensible, una vez aclarada la base social del marxismo de la Segunda Internacional. (El caso de Kautsky y el SPD no era único, sino que la misma base social se daba en la mayoría de los otros partidos socialistas en algunos casos con mayor claridad). Por un lado a cada burocracia le convenía la prosperidad y el poder imperial de su capital nacional respectivo cuanta más prosperidad, más fácil es negociar concesiones. Por otra parte, no podían arriesgarse a no ser populares, no podían hacer peligrar su status legal, sus organizaciones, y sus adherentes. De modo que el 4 de agosto de 1914, el SPD votó en el Congreso a favor de préstamos para la guerra. Esto era una traición a sus declaraciones internacionalistas y antibelicistas de otrora; pero también era la continuación y la culminación de una práctica política bien arraigada.88

Para concluir: considerar al kautskismo como una variante de marxismo, o como un aspecto de la tradición marxista, es confundir forma con contenido. Su contenido no es de la clase obrera, sino de otra clase. El contenido de la teoría “ortodoxa” marxista de Kautsky es mucho más parecida a la del antimarxista Bernstein que a la teoría revolucionaria de Marx. La diferencia entre Kautsky y Bernstein no era sobre cuál debía ser la práctica política, sino solamente sobre cómo describirla. Daremos la última palabra a Kautsky mismo, en su obituario sobre Bernstein, cuando éste falleció en 1932. Escribió en esa ocasión que sus polémicas treinta años atrás habían sido “un mero episodio”, que habían vuelto a cerrar filas “durante la guerra mundial” y que después, en todas las cuestiones guerra, revolución, la evolución de Alemania y del mundo “hemos adoptado siempre el mismo punto de vista”.89

El estalinismo

La cuna del estalinismo fue muy distinta de la del kautskismo. El estalinismo surgió como una tendencia dentro del Partido bolchevique después de la guerra civil en la Unión Soviética, y logró la hegemonía dentro del partido a través de una serie de amargas luchas internas. Consigue la victoria, y el control absoluto, en 1928-29. Teóricamente, entonces, parece una evolución del leninismo. El leninismo es el marxismo que expresó, y condujo a la victoria, a la revolución rusa de octubre de 1917. Sus características principales son: intransigencia revolucionaria; internacionalismo a toda prueba; su análisis del, y oposición al, imperialismo; su convicción de que el Estado burgués tendría que ser destruido y reemplazado por el poder obrero basado en soviets; y su concepción del partido como organización de vanguardia que interviene en la lucha de clases.

El leninismo fue la expresión de una clase obrera creciente y cada vez más conscientizada, mientras que el estalinismo surgió en condiciones completamente diferentes; por ende su “evolución” a partir del leninismo es sólo aparente. La clase obrera rusa en 1917 había logrado el mayor nivel de conciencia y de lucha revolucionaria jamás visto en el mundo hasta entonces. En 1921 esta misma clase ya casi no existía. Durante la guerra civil la inmensa mayoría de los obreros más combativos y politizados lucharon y murieron en el campo de batalla, o fueron promovidos a funcionarios estatales. Bajo el impacto de la guerra civil, la revolución, y la guerra mundial, la economía rusa estaba en ruinas. El Producto Industrial Bruto en 1921 fue sólo el 31% de lo que había sido en 1913; la industria pesada el 21%, la producción de acero el 4,7%; el sistema de transportes estaba en ruinas; cundían las epidemias y el hambre. El total de obreros industriales disminuyó de tres millones aproximadamente en 1917, a 1.250.000 en 1921, y éstos estaban políticamente agotados. Como dijo Lenin en 1921:

El proletariado industrial… en nuestro país, debido a la guerra y a la terrible miseria y ruina, se ha desclasado, o sea se ha salido de su surco de clase y ha dejado de existir como proletariado.90

El Partido bolchevique se encontró suspendido en un vacío. Para poder administrar el país, tuvo que hacer uso de una multitud de funcionarios zaristas y, sin quererlo, el Partido mismo comenzó a burocratizarse. Una burocracia es esencialmente una jerarquía de funcionarios que no está sujeta al control popular por parte de su base. En Rusia, la fuerza social con la cual los marxistas (especialmente Lenin) habían contado para evitar la burocratización, o sea una clase obrera revolucionaria activa, había desaparecido. En esta situación, era imposible llevar a cabo un programa marxista puro. Durante un tiempo fue posible mantener un equilibrio inestable, mientras esperaban que la revolución internacional (sobre todo alemana) viniese en su ayuda. La vieja guardia bolchevique tenía suficiente compromiso revolucionario como para seguir manteniendo sus aspiraciones socialistas esenciales, aun durante las transigencias prácticas que fueron necesarias (por ejemplo la Nueva Política Económica). Pero, finalmente, la revolución internacional no ocurrió, y los bolcheviques tuvieron que elegir entre dos alternativas: mantenerse fieles a la teoría y a los objetivos de la revolución proletaria internacional, arriesgando perder el poder estatal en Rusia; o aferrarse al poder y abandonar tanto la teoría como los objetivos. La situación era complejísima, y los protagonistas no percibían claramente las alternativas en estos términos, pero esencialmente el trotskismo fue el producto de la elección de la primera alternativa, y el estalinismo de la segunda.91

Por supuesto que el estalinismo no se deshizo abiertamente del leninismo ni del marxismo. El estalinismo necesitaba retener para sí el prestigio del leninismo, y ser visto como su sucesor. Para esto, tuvo que ejecutar dos maniobras interconectadas.

En primer lugar tuvo que transformar al marxismo-leninismo una doctrina en permanente evolución, y orientada hacia la práctica revolucionaria en un dogma fijo, el equivalente de una religión estatal. Esta meta de Stalin es evidente en su “Juramento a Lenin”, pronunciado poco después de la muerte de éste:

Al dejarnos, el Camarada Lenin nos ordenó enaltecer y mantener la pureza del gran título de Miembro del Partido. Te juramos, Camarada Lenin, que cumpliremos honorablemente tu mandato… Al dejarnos, el Camarada Lenin nos ordenó resguardar la unidad del Partido como a la niña de nuestros ojos. Te juramos, Camarada Lenin, que también cumpliremos honorablemente este mandato tuyo… Al dejarnos, el Camarada Lenin nos ordenó que guardáramos y fortaleciésemos la dictadura del proletariado. Te juramos, Camarada Lenin, que con todas nuestras fuerzas también cumpliremos honorablemente este mandato tuyo…92

Otras expresiones de esta tendencia son los Fundamentos del leninismo de Stalin una codificación rígida y esquemática de los principios leninistas y la multitud de textos “marxistas” y comentarios académicos que las imprentas del Partido comunista de la Unión Soviética sigue produciendo hasta hoy en día. Así, el marxismo estalinista se divorció completamente de la práctica de la clase obrera, y por lo tanto perdió toda vitalidad. (No es casual que, salvo disidentes, no haya surgido un solo pensador marxista importante en la Rusia estalinista y pos-estalinista.) La función de este “marxismo” no es cambiar la realidad, sino disfrazarla. Se trata de ideología en el pleno sentido de la palabra.

Aunque Stalin hubiese querido preservar intacto al leninismo, embalsamado como el cuerpo de Lenin en el mausoleo, no pudo hacerlo. El abismo entre la teoría y la realidad se volvió tan grande que “ciertas enmiendas” a la teoría se tornaron inevitables, para mantener por lo menos la apariencia de una correspondencia entre teoría y realidad.93 Como consecuencia de la primera maniobra, hizo falta una segunda la revisión del leninismo y del marxismo para que se pareciesen a la práctica estalinista. Este es el proceso que debemos examinar para comprender a fondo la verdadera estructura del marxismo estalinista, y los intereses que éste representa.

Indudablemente la enmienda más importante es la teoría del “socialismo en un solo país” (que niega la necesidad de una revolución internacional). Esta teoría fue introducida por Stalin en el tercer trimestre de 1924. La introducción de esta doctrina debe estudiarse desde diversos ángulos: ¿cómo fue introducida? por qué fue introducida? a qué intereses sociales respondía? y ¿qué consecuencias tuvo?

Examinemos en primer lugar el método de Stalin. El “socialismo en un solo país” marcó una dramática ruptura con la posición internacionalista formulada por Marx y Engels en 1845 y 1847,94 y repetida incansablemente por Lenin en relación a la revolución rusa.95 Contradice también lo que Stalin mismo había escrito en Los fundamentos del leninismo pocos meses antes, en abril de 1924:

Todavía queda por emprender la tarea principal del socialismo la organización de la producción socialista. ¿Será posible lograrlo, o sea lograr la victoria final del socialismo en un solo país, sin el esfuerzo conjunto del proletariado de varios países avanzados? No, no es posible.96

Stalin “resolvió” esta contradicción sacando de circulación la primera edición de su libro, y escribiendo otra versión del pasaje citado: “Luego de consolidar su poder, y de conseguir el apoyo del campesinado, el proletariado del país victorioso puede y debe construir una sociedad socialista”.97 No ofreció un nuevo análisis; simplemente afirmó una nueva ortodoxia (injertada póstumamente en las ideas de Lenin). Éste es el único pasaje que consideró necesario cambiar en su libro; varios pasajes que aún reflejaban el análisis anterior quedaron intactos.98 Con el pasar del tiempo, se fabricaron otros “análisis” para justificar la nueva línea.

Este procedimiento no es un ejemplo aislado, sino que es típico. Cuando la social democracia, según Stalin, dejó de ser un aliado (1925-27) para convertirse en “el enemigo principal” (1928-33); y más tarde otra vez en un aliado (1934-39), el cambio de línea no se basó en un nuevo análisis de la social democracia. Era un nuevo dogma, para el que había que encontrar a posteriori un análisis que cupiera. No es que Stalin no haya tenido ningún análisis, sino que su análisis no podía discutirse en voz alta, porque sus verdaderos criterios, y verdaderos objetivos, habían dejado de ser los que correspondían a la teoría cuyo lenguaje seguía usando.

¿Qué razones tuvo entonces Stalin para introducir la doctrina del socialismo en un solo país, en 1924? Evidentemente fue una reacción derrotista por cierto al fracaso de la revolución Alemana en 1923 y a la posterior estabilización relativa del capitalismo. Stalin nunca se había interesado demasiado en la revolución mundial (era indudablemente el dirigente bolchevique de miras más estrechas), y en 1924 descontó toda posibilidad de que aconteciera. Pero esto por sí solo no explica por qué no siguió siendo internacionalista de la boca para afuera. Es que la doctrina del socialismo en un solo país se adecuaba exactamente a las necesidades y aspiraciones de los burócratas que ahora controlaban el país. Éstos querían una vuelta a la normalidad, sin crearse complicaciones con aventuras revolucionarias en otros países. Al mismo tiempo, necesitaban una bandera alrededor de la cual agruparse, una consigna que definiera sus objetivos. En las palabras de Trotsky, la doctrina del socialismo en un solo país “traducía exactamente el sentimiento de la burocracia que, al hablar de la victoria del socialismo se refería a su propia victoria”.99 El “socialismo en un solo país” fue para la burocracia lo que “Todo el poder a los soviets” fue para la clase obrera en 1917.

Como hemos visto, Stalin introdujo su nueva teoría lo más discretamente posible, justamente para disimular cuán distinta era del marxismo y del leninismo. En realidad, esta nueva doctrina marcó un viraje decisivo con inmensas repercusiones. La Unión Soviética se encontraba aislada, frente a un mundo capitalista hostil un mundo que, a través de su intervención en la guerra civil rusa, ya había demostrado que quería sofocar a la revolución; un mundo que, como recalcaba Lenin, era mucho más fuerte económica y militarmente que el joven Estado obrero. La estrategia durante los primeros años de la revolución la estrategia de Lenin y de Trotsky había incluido, por supuesto, la defensa militar más enérgica y resuelta, pero en última instancia estaba basada en tratar de estimular la revolución internacional, para derrocar al capitalismo desde adentro. Este énfasis cambió a partir de la doctrina del socialismo en un solo país. Dejó de depender de la lucha de clases internacional, y pasó a depender del poderío de la Unión Soviética como Estado nacional. Esta decisión tuvo su propia lógica implacable.

La defensa del Estado soviético exigía fuerzas armadas equivalentes a las de sus enemigos, y en el mundo moderno esto significa una industria equivalente, y un excedente económico equivalente. Engels ya en 1892 había comprendido este hecho decisivo de la economía y la política del siglo XX:

Desde el momento en que en la guerra se comenzaron a utilizar los productos de la grande industrie (acorazados, fusiles, cañones de repetición, rifles de repetición, balas cubiertas de acero, pólvora sin humo, etc.), se convirtió en una necesidad política para un país tener una industria pesada, sin la cual no pueden fabricarse estas cosas. Para todas ellas es indispensable una industria metalúrgica altamente desarrollada. Y esta industria no puede existir sin un desarrollo correspondiente de las otras ramas industriales, especialmente la rama textil.100

Stalin lo comprendió con la misma claridad:

No, camaradas… no debemos aflojar el paso! Por el contrario, debemos apurarlo todo lo posible. Aflojar el paso significaría quedar a la zaga; y los que quedan a la zaga son derrotados. No queremos ser derrotados. No, no queremos serlo. En la historia, la antigua Rusia… fue derrotada repetidas veces a causa de su atraso… su atraso militar, su atraso cultural, su atraso político, su atraso industrial, su atraso agrícola… Los países avanzados nos llevan cincuenta o cien años. Tenemos diez años para alcanzarlos. O lo logramos, o nos aplastan.101

Pero, comparada con sus rivales, Rusia era un país paupérrimo, y de baja productividad laboral. Industrializar al país exigiría inversiones masivas, y sin ayuda internacional la única fuente de recursos era la plusvalía extraída del trabajo de sus obreros y campesinos. Para industrializar a la Unión Soviética, hubo que extraer, y reinvertir, una plusvalía masiva. Pero, dado que la mayoría de la población apenas si tenía para vivir, no había manera de extraer este excedente por una decisión voluntaria colectiva del conjunto de los productores. Sólo se podía lograr tal nivel de explotación a la fuerza, y para esto hacía falta un agente que aplicara esta fuerza una clase social que no sufriese las pesadas cargas del proceso de acumulación de capital, sino que se beneficiase gracias a él una clase que jugase el mismo rol histórico que la burguesía había jugado en Europa occidental. Así fue como la consecuencia, en la práctica, del “socialismo en un solo país” fue el capitalismo de Estado.

El socialismo en un solo país también tuvo consecuencias teóricas. No pudo limitarse, aunque Stalin lo hubiese deseado, a una pequeña enmienda a la ortodoxia. En Rusia la inmensa mayoría de la población no eran obreros sino campesinos. Marx y Lenin, si bien habían reconocido la posibilidad de una alianza revolucionaria entre los obreros y los campesinos para derrocar a los capitalistas y a los terratenientes, insistieron siempre que el campesinado no era una clase socialista. “El movimiento campesino… no lucha para destruir las bases del capitalismo sino que lucha para despojarlas de residuos feudales.”102 Si Rusia tenía que lograr, por sí sola, la transición al socialismo, había que cambiar esta actitud hacia el campesinado. Así, durante un tiempo Stalin y su aliado Bujárin sostuvieron que el campesinado “evolucionaría” hacia el socialismo. En la práctica, por supuesto, el campesinado fue aniquilado por la colectivización forzada en 1929-33, ya que representaba un obstáculo no solamente para el socialismo, sino también para el capitalismo de Estado. Pero esta falta de precisión entre los papeles históricos del proletariado y del campesinado ya había pasado a formar parte de la ideología estalinista.

Otra víctima fue la teoría del imperialismo. Ésta había sido desarrollada por Luxemburgo, Bujárin y Lenin para analizar la última etapa del capitalismo mundial, y reafirmaba, sobre todo, la primacía de la economía mundial en relación a cualquiera de sus partes constituyentes. La doctrina del socialismo en un solo país necesariamente tenía que negar esta teoría. Es más, al tratar de defender su teoría contra las objeciones de la Oposición de Izquierda, que señalaba que Marx y Engels habían rechazado explícitamente al socialismo “nacional”, Stalin sostuvo que si bien el socialismo en un solo país no había sido posible en la época de capitalismo industrial descrita por Marx, sí era posible en la época del imperialismo, caracterizada por la “ley de desarrollo desigual”103 De este modo, Stalin despojó a la teoría leninista de su auténtico contenido analítico, reduciéndola a un simple anticolonialismo, que poco tiene que ver con el marxismo.

Por último, la lógica del socialismo en un solo país hizo estragos en la teoría marxista sobre el Estado. En 1934 Stalin ya proclamaba que Rusia era un país socialista dado que los campesinos eran ahora empleados estatales, y la sociedad ya no estaba dividida en clases. (Para Stalin, por supuesto, la burocracia no constituía una clase). Según Marx, el Estado, que es un instrumento de dominación de clase, se marchitaría y desaparecería bajo el socialismo. El Estado estalinista no tenía la menor intención de marchitarse, y este hecho era indisimulable, aun por la propaganda soviética.

Stalin “resolvió” esta contradicción afirmando que Marx y Engels pensaron que el Estado se marchitaría porque concebían al socialismo como un fenómeno internacional, mientras que ahora, ya que el socialismo existía en un solo país, era necesario fortalecer al Estado.104 Este argumento era circular, pero utilizable, ya que cualquiera que señalase su circularidad corría el riesgo de ser fusilado.

Este argumento justificaba la existencia del Estado, pero dejaba sin resolver la cuestión de su naturaleza de clase. No podía definirse como Estado específicamente obrero, ya que Rusia era supuestamente una sociedad sin clases y por lo tanto socialista. La única solución era la noción de que el Estado soviético se había vuelto un Estado de “todo el pueblo”, una noción completamente burguesa, atacada vigorosamente por Marx en su Crítica al programa de Gotha, y por Lenin en El Estado y la revolución. Es más, la burocracia estalinista tuvo exactamente la misma razón que la burguesía para adoptar esta definición ideológica del Estado o sea que tanto una como la otra se niegan a reconocer su propia existencia como clase dominante, en cuyo beneficio opera el Estado.

Vale la pena señalar aquí las similitudes y las diferencias entre el estalinismo y el kautskismo. Ambos involucran una separación sistemática entre la teoría y la práctica, mientras que el marxismo apunta siempre a la unidad entre ambas. Ambos tienen gran apego al Estado (mientras que Marx y Lenin le son siempre hostiles). Ambos pasaron de ser internacionalistas a ser nacionalistas. Pero las diferencias entre ambos son igualmente notables. El kautskismo cercenó al marxismo en su teoría, y lo cercenó aún más en la práctica; hablaba de revolución social (por medios parlamentarios) y practicaba la conciliación con la burguesía. El estalinismo retuvo una retórica revolucionaria hablaba de insurrección, y de la dictadura del proletariado pero en la práctica reprimió a la clase obrera. El kautskismo se sentía pasmado y atraído por el poder del Estado, y por lo tanto no quería contemplar su destrucción. El estalinismo desarrolló un verdadero culto de adoración al Estado. Mientras que para Marx y Lenin la dictadura del proletariado ya era un “semi-Estado”, o “ya no un Estado propiamente dicho”,105 para Stalin la vía al socialismo, e incluso al comunismo, pasaba por el fortalecimiento del Estado ad infinitum. El kautskismo capituló al nacionalismo en 1914, avergonzadamente y disimulándolo con consignas de “paz”. El estalinismo, a través de su doctrina del socialismo en un solo país, injertó formalmente al nacionalismo en el marxismo, degenerando luego en el crudo chauvinismo de la Gran Rusia, llegando incluso a exaltar las glorias imperiales zaristas.106

Estas similitudes y diferencias reflejan las similitudes y diferencias entre las bases sociales de ambas ideologías. Ambas son ideologías de burocracias que surgieron del movimiento obrero, pero la burocracia kautskista ocupaba una posición intermedia entre el proletariado y la burguesía, mientras que la burocracia estalinista era la clase dirigente, ya que la antigua burguesía había sido aniquilada y efectivamente desclasada. Por lo tanto, el kautskismo se presenta como un “marxismo” moderado y cauteloso, que pone siempre en primer plano aquellos aspectos del marxismo “aceptables para la burguesía”107. El estalinismo, por el contrario, aparece como un “marxismo” soberbio y sin escrúpulos, a quien no le interesa la opinión de la burguesía, pero en cuya práctica el contenido de la teoría marxista se transforma en su extremo opuesto. Sin embargo, así como el kautskismo tenía más en común con las ideas de Bernstein que con las de Marx, también en el fondo el estalinismo, a pesar de todas sus denuncias verbales contra el kautskismo, se parece mucho más a éste que a la teoría revolucionaria de Marx y de Lenin.

Las semejanzas con la social democracia son aún más evidentes si estudiamos al estalinismo como fenómeno internacional. Hasta ahora hemos enfocado al estalinismo en Rusia, pero también tuvo un impacto inmenso más allá de las fronteras soviéticas, especialmente a través de los partidos de la Internacional comunista (el Comintern); todos ellos pronto hicieron suya la perspectiva mundial del estalinismo. Este impacto de por sí merece una explicación.

El Partido ruso fue hegemónico en el Comintern desde sus comienzos. Esto no es sorprendente, dado que era el fundador, y dada la autoridad que le confería haber llevado a cabo una revolución victoriosa. Pero durante los primeros años del Comintern existió el debate libre y franco, y los dirigentes de los otros partidos comunistas se sentían capaces de contradecir a los rusos, aun cuando el punto de vista de éstos últimos tendía a prevalecer. Sin embargo, la derrota de la oleada revolucionaria en Europa socavó la confianza de los partidos occidentales, y los hizo sentirse más inferiores aún a los rusos aparentemente victoriosos. Esta situación, junto al uso cada vez mayor de presiones burocráticas y de ayuda material por parte de los rusos, confirmó e intensificó la dominación de éstos sobre el Comintern a tal punto que éste logró que los partidos que formaban la Internacional olvidasen su propósito original de llevar a cabo la revolución proletaria mundial.

El medio ideológico a través del cual se logró este viraje fue una vez más la doctrina del socialismo en un solo país. Si la tarea principal la creación del socialismo puede lograrse en un país, independientemente del resto del mundo, entonces la revolución internacional deja de ser una necesidad inmediata que guía la práctica política, para tornarse una especie de suplemento extra, enteramente optativo, una meta lejana a la que de tanto en tanto se le rinde homenaje. Una consecuencia de esto fue la tendencia a reducir el papel de los partidos comunistas en el resto del mundo al de “patrullas fronterizas” para el Estado soviético. Su deber primordial era evitar cualquier posibilidad de intervención militar contra Rusia. Con ese fin se los indujo a limitar su rol al de reformistas que actuaban como grupo de presión, cabildeando a sus respectivas burguesías, minimizando su actividad revolucionaria para no alienar a posibles amigos y aliados.

Los primeros frutos de esta orientación fueron la subordinación del Partido comunista chino al Kuomintang (partido burgués nacionalista “progresista”), cuyo resultado fue la aplastante derrota de la revolución China de 1925-27 por parte del mismo Kuomintang; y la subordinación del Partido comunista de Gran Bretaña a los dirigentes “izquierdistas” del Consejo General de la TUC (Confederación General Sindical), quienes al mismo tiempo que posaban como “Amigos de la Unión Soviética” en el Comité Sindical Anglo-soviético, estaban traicionando y entregando la huelga general de 1926. Más tarde, otros frutos incluyeron los Frentes populares de mediados de la década de 1930, y el sacrificio de la revolución Española (y por lo tanto de la República española) a Franco, en aras de una posible alianza soviética con las democracias burguesas de Gran Bretaña y de Francia; y eventualmente la disolución del propio Comintern en 1943 para demostrar buena voluntad hacia los Aliados durante la segunda guerra mundial.

Pero para someter a los partidos del Comintern a tales manejos hubo que transformarlos no solo ideológicamente sino también orgánicamente. La inmensa mayoría de sus militantes eran sin duda trabajadores sinceros que entraron a militar en los partidos comunistas para derrocar al capitalismo. Aceptaron la teoría del socialismo en un solo país justamente porque no comprendieron lo que ella implicaba. Por otra parte, su posición de clase los empujaba continuamente a actuar contra su propia burguesía, abandonando su papel de “guardias fronterizos” de la Unión Soviética. Para imponerles este rol, hubo que cambiar la naturaleza de los partidos, para que ya no existiese la democracia interna, ni el control por parte de la mayoría de los militantes. Hubo que burocratizarlos, dotándolos de una jerarquía de funcionarios cuya lealtad primordial era a la clase dirigente de la Unión Soviética, y no a sus propios militantes, ni a la clase obrera. Esto no fue difícil para el estalinismo, dado su poder, su prestigio, y sus fondos. A fines de la década de 1920, el Comintern y sus partidos ya estaban completamente controlados por funcionarios leales a Stalin.

Pero este proceso tenía límites intrínsecos. Para funcionar eficazmente como patrulla de frontera para la Unión Soviética, más eficazmente que el cuerpo diplomático soviético, los partidos comunistas tenían que disponer de ciertas fuerzas, tenían que tener apoyo de masas, y por razones históricas ese apoyo provendría principalmente de la clase obrera. Para conseguir y conservar ese apoyo, los partidos deberían responder, por lo menos hasta cierto punto, a las necesidades de la clase obrera. Así como la burocracia social-democrática actúa de mediador entre el proletariado y la burguesía, en beneficio de ésta, las burocracias de los partidos comunistas median entre los intereses de su propio proletariado y los del capitalismo de Estado ruso, en beneficio de éste.

Simultáneamente, sin embargo, la doctrina del socialismo en un solo país generó en el seno del comunismo internacional una segunda, y contradictoria, tendencia. Esta doctrina, nacionalista en lo que se refiere a Rusia, abrió las puertas al nacionalismo dentro de todos los partidos comunistas. Trotsky comprendió claramente lo que significaría la nueva doctrina:

Si existe la posibilidad de lograr el socialismo en un solo país, entonces se puede creer en esta teoría no sólo después sino también antes de la conquista del poder. Si el socialismo puede lograrse dentro de las fronteras de la tan atrasada Rusia, ¿cómo no habría de lograrse en un país avanzado como Alemania?… El Comintern comenzará a desintegrarse; lo reemplazará una ideología social-patriótica.108

Durante un tiempo, la lealtad a la Unión Soviética eclipsó esta tendencia nacionalista. Pero el propio rol de guardias fronterizos de Rusia hizo que los partidos comunistas se relacionasen con la burguesía nacionalista en países subdesarrollados (como en China), o con los dirigentes sindicales reformistas (como en Gran Bretaña), o con la burguesía “democrática” (los Frentes Populares en Francia y en España), y esto favoreció la contaminación nacionalista. La tendencia a actuar como guardias fronterizos predominó hasta la Segunda guerra mundial; la prueba es que en general los partidos del Comintern aceptaron la línea soviética (durante la alianza de Hitler y Stalin) de que la guerra era “imperialista”. Cuando Alemania invadió a Rusia en 1941, la línea rusa cambió la guerra mundial se convirtió en una “guerra popular anti-fascista” que exigía la suspensión inmediata de toda lucha independiente por parte de los trabajadores, la subordinación de toda reivindicación obrera a la victoria de los Aliados, y la conversión de comunistas en super-patriotas. Evidentemente, la tendencia nacionalista pasó a primer plano.

Después de la Guerra esta tendencia creció rápidamente. En aquellos países donde partidos comunistas llegaron al poder por sus propios esfuerzos (China, Yugoslavia, Albania) el nacionalismo triunfó completamente, y la consecuencia lógica fue una ruptura abierta con Moscú. En los partidos comunistas que fueron instalados en el poder por el Ejército Rojo (Polonia, Hungría, Alemania oriental, etc.), y en partidos pequeños, perseguidos o exiliados, y por lo tanto dependientes de Moscú (por ejemplo el griego y el portugués), la tendencia al nacionalismo permaneció muy débil. Pero pasó a dominar en aquellos partidos con base obrera masiva que podían aspirar al poder (sobre todo el caso italiano).109 El fenómeno eurocomunista es el reflejo ideológico de este proceso.

Pasemos a considerar los elementos que hemos esbozado en la evolución del estalinismo europeo occidental: política reformista y de cabildeo, dependencia de los dirigentes sindicales, alianzas con la burguesía “de izquierda” o “progresista”, nacionalismo, y organización burocrática. ¿Acaso no son éstos los mismos elementos que constituyen la social democracia? No es sorprendente, entonces, que las posiciones ideológicas del estalinismo occidental vías parlamentarias nacionales al socialismo, rechazo explícito de la dictadura del proletariado, etc. sean cada vez más indistinguibles de las de la social democracia. La semejanza se refleja incluso en la división entre el eurocomunismo de izquierda y el de derecha. El Eurocomunismo de izquierda es una especie de vuelta al kautskismo su perspectiva es de una transición (más o menos rápida) al socialismo por la vía parlamentaria, aunque por supuesto que apoyada por movimientos de masas.110 El eurocomunismo de derecha equivale aproximadamente a las posiciones de Bernstein, ya que prevé a lo sumo coaliciones (como el “compromiso histórico” italiano), y por lo tanto está más a la derecha que el ala izquierda de la social democracia tradicional. (En Gran Bretaña, por ejemplo, el “marxista” Eric Hobsbawm miembro del Partido comunista está claramente a la derecha de Tony Benn, una importante figura de la izquierda laborista.)

Para concluir: el “marxismo” estalinista ha adoptado dos formas. La primera, en Rusia, fue la ideología de la burocracia contrarrevolucionaria que se instaló como clase dirigente de un capitalismo de Estado, pero en nombre del socialismo. La segunda, que se ve principalmente en Europa, comenzó siendo la ideología de los títeres burocráticos de Rusia, pero hoy en día es la ideología de un sector de la burocracia del movimiento obrero, que ya tiene intereses independientes. Estas dos formas son distintas entre sí y no pueden equipararse. Pero en relación a la cuestión fundamental del marxismo la revolución obrera internacional, la autoemancipación de la clase trabajadora mundial ambas están en contra de ella. Por eso, ninguna de las formas del estalinismo es parte de la auténtica tradición marxista.

En el tercer mundo, el “marxismo” estalinista ha tenido una evolución bastante diferente.

El nacionalismo tercermundista

El primer marxista que reconoció la trascendencia de los movimientos de liberación nacional en el tercer mundo fue Lenin. Su análisis del imperialismo demostró la “esclavitud colonial y financiera a la que está sometida la inmensa mayoría de la humanidad, cuyos amos son una insignificante minoría de los países capitalistas más ricos y avanzados,”111 y mostró que esta esclavitud provocaría inevitablemente una oleada de revueltas y guerras de liberación. Lenin imaginaba una futura alianza mundial entre la revolución proletaria, principalmente en Occidente, y los movimientos de liberación nacional, principalmente en Oriente, que derrotaría al imperialismo, aplastándolo en un movimiento de pinzas. Por eso Lenin insistía que era sumamente importante para los comunistas apoyar a estos movimientos nacionalistas, sobre todo cuando éstos se hallasen luchando contra su “propio” imperialismo.

Pero al mismo tiempo Lenin era consciente del riesgo de esta estrategia para quienes la siguiesen perder la claridad de la diferencia marxista “entre los intereses por un lado de las clases oprimidas, de los trabajadores y explotados, y por el otro el concepto general de los intereses del conjunto de la nación, que implica en realidad los intereses de la clase dominante”.112 Por lo tanto, las tesis de Lenin sobre esta cuestión, presentadas al Segundo Congreso de la Internacional comunista, recalcaban

… la necesidad de resistir resueltamente la tendencia a atribuirles un colorido comunista a los movimientos de liberación democrático-burgueses en los países atrasados… La Internacional comunista debe formar una alianza temporal con la burguesía democrática en los países coloniales y atrasados, pero no debe fusionarse con ella, y debe en toda circunstancia defender la independencia del movimiento obrero, por embriónico que éste sea.113

Lenin advirtió también contra “el engaño que practican sistemáticamente las potencias imperialistas” que a menudo crean Estados independientes políticamente, pero completamente dependientes económica y militarmente. Llegó así a la siguiente conclusión:

Dadas las condiciones internacionales que existen hoy en día, no hay salvación posible para las naciones débiles y dependientes salvo en una unión de repúblicas soviéticas… No se logrará la derrota final del capitalismo a menos que el proletariado, y luego las masas trabajadoras en todos los países y naciones del mundo, se afanen voluntariamente por aliarse y unirse.114

Sin embargo, la política de la Internacional comunista bajo Stalin, dictaminada por la necesidad de ganar amigos para la Unión Soviética, cayó en todos los errores contra los cuales Lenin había advertido. El caso clásico fue por supuesto China, donde el Partido comunista chino no solamente entró al Kuomintang (partido burgués nacionalista), sino que además aceptó la prohibición a toda crítica a los principios de su fundador Sun Yat-sen, y hasta entregó la lista de sus militantes a los dirigentes del Kuomintang. Chiang Kai-shek, principal dirigente del Kuomintang, fue nombrado miembro honorario de la Internacional comunista.

La atribución de “colorido comunista” a movimientos nacionalistas burgueses, y la fusión de los partidos comunistas con nacionalismos burgueses, se intensificaron después de la Segunda guerra mundial, cuando el apoyo selectivo a movimientos de liberación nacional en colonias del imperialismo enemigo pasó a ser un elemento importante en la lucha por el poder global entre la Unión Soviética y los Estados Unidos.115 En las décadas de 1950 y 1960 se había llegado a una curiosa situación: casi todos los movimientos y regímenes nacionalistas en el tercer mundo se autotitulaban “marxistas”; mientras que gran parte de la izquierda en los países avanzados, incluyendo la izquierda no estalinista, y parte del linaje trotskista, consideraban ahora a los movimientos de liberación nacional y a la revolución socialista como prácticamente sinónimos.

Prácticamente todos los partidos de la Segunda Internacional habían sido cortados con la misma tijera, así que pudimos tomar al SPD alemán como modelo para nuestro análisis. Pero los movimientos de liberación, justamente porque son nacionalistas, son tan diversos entre sí, tanto en su práctica como en su teoría, que ninguno de ellos puede servir como “representante” de los demás para este análisis. Al mismo tiempo dar cuenta de todos o incluso de varios de los sistemas ideológicos que surgieron de estos movimientos es imposible aquí por razones de espacio. Lo que haremos, entonces, será estudiar el tema central de casi todas las encarnaciones del “marxismo” tercermundista: la independencia nacional a través de la guerrilla. Nos referiremos especialmente a China y a Cuba, porque son los dos casos más “puros” de este tipo de revolución, y porque además poseen otras cualidades interesantes. El maoísmo nació en el seno del estalinismo, luego desarrolló su propia estrategia independiente, y más tarde, una vez que hubo conquistado el poder, rompió con la Unión Soviética. El castrismo, por otra parte, en sus comienzos no era ni marxista ni comunista, y entró al campo soviético, adoptando una ideología “marxista”, solamente después de llegar al poder. Pensamos que este breve examen de este tipo de “marxismo” alcanzará para revelar su esencia, su base de clase.

La guerra de guerrillas involucra, primordialmente, ubicar el centro de la lucha revolucionaria no en la ciudad sino en el campo. El primer “marxista” que dio este paso fue Mao, y lo hizo porque la clase obrera china había sido aplastada por el Kuomintang en 1927. Su objetivo era salvar a los vestigios del Partido comunista chino del reino de terror instaurado por Chiang Kai-Shek en las ciudades.116 Mao fue en primer lugar a Kiangsi, y más tarde, cuando ésta fue atacada por las fuerzas del Kuomintang, emprendió la increíble Gran Marcha a Yenan en el noroeste, una de las regiones más atrasadas y remotas del país. Es más difícil para el ejército y la policía rastrear revolucionarios en el campo que en la ciudad. Esta consideración práctica es todavía muy importante para los defensores de la guerrilla como estrategia revolucionaria. El Che Guevara, por ejemplo, tras comentar que “los movimientos obreros deben hacerse clandestinos, sin armas, en la ilegalidad y arrostrando peligros enormes,” agrega: “no es tan difícil la situación en campo abierto, apoyados los habitantes por la guerrilla armada y en lugares donde las fuerzas represivas no pueden llegar”.117

Sin embargo, la estrategia de la guerrilla involucra no solamente una reubicación geográfica de la lucha, sino también un cambio fundamental en su contenido social. El obrero no puede hacerse guerrillero sin dejar de ser obrero, y la guerrilla no es una posibilidad realista para el conjunto de la clase obrera. ¿Qué clase social habrá de reemplazar entonces a la clase obrera como agente revolucionario? La principal respuesta de los teóricos de la guerrilla es: el campesinado.118

Bastante nos hemos extendido en la primera parte de este escrito sobre cuán incompatible con el marxismo es esta sustitución del proletariado por el campesinado. Recalquemos, sin embargo, que esto no es así solamente porque los teóricos guerrilleros contradicen las opiniones expresas de Marx y de Lenin sobre las capacidades revolucionarias del campesinado. Para el marxismo, como hemos demostrado, el proletariado es fundamental. La clase obrera no es el instrumento de la revolución, sino que la revolución es el instrumento de la clase obrera, ya que sólo ésta encarna, y está ligada a, las fuerzas productivas y las relaciones de la producción capaces de elevar a la humanidad a una nueva etapa de desarrollo social, donde ya no exista la opresión de clase.

Fue imposible insertar en el marxismo la doctrina del socialismo en un solo país sin hacer al mismo tiempo varias otras revisiones teóricas. De igual modo, la teoría de la revolución socialista campesina demuele por completo al materialismo histórico. El campesino no es el producto de relaciones de producción capitalistas, sino pre-capitalistas. Si el campesinado fuese la clase socialista, la revolución socialista hubiese sido posible desde hace más de mil años; el capitalismo y la revolución industrial habrían sido etapas innecesarias en la historia de la humanidad, y el papel determinante del desarrollo de las fuerzas productivas desaparecería por completo. Sería cuestión solamente de tener fuerza de voluntad, e ideas correctas.

Esta es precisamente la noción que se manifiesta en los argumentos de los maoístas y de intelectuales simpatizantes como Charles Bettelheim es decir que el socialismo puede construirse en China o cualquier otro país, por pobre y atrasado que sea; basta que exista un liderazgo político correcto.119 Esta noción también aparece en la posición de Castro, Guevara y Debray, según la cual no es necesario esperar que existan condiciones revolucionarias objetivas, ya que los revolucionarios (léase guerrilleros) pueden crearlas ellos mismos.120 El resultado no es materialismo marxista, sino un idealismo desenfrenado.

Este abandono de la centralidad del proletariado resultaba problemático para quienes, como Mao, aún sentían cierta lealtad ideológica a la tradición marxista (filtrada por un prisma estalinista). Por lo tanto, Mao aludía siempre a la “dirección proletaria” del campesinado.121 Pero, dado que el proletariado no jugó el menor papel en la revolución China (en 1949 Mao escribió “Esperemos que los obreros y empleados de todos los oficios sigan trabajando y que la vida comercial continúe normalmente”122), esto sólo podía significar dirección por parte del Partido “proletario”. Y, dado que el Partido comunista chino casi no tenía militantes obreros123, esto sólo podía significar dirección “proletaria” ideológica. Otra vez el idealismo! La ideología, desvinculada de su base social, es transferida a otra clase social, a la que supuestamente transforma.

De hecho, el maoísmo está impregnado de un idealismo extremo, cuya versión vulgar es la teoría del “prohombre”. Ejemplos incluyen la noción de que la Unión Soviética se transformó de dictadura del proletariado en dictadura de la burguesía cuando Jruschov reemplazó a Stalin; el uso de terminología de clase (“burgués”, “terrateniente”, etc.) como calificaciones morales;124 el absurdo culto al “pensamiento de Mao Tse-tung” y el culto al propio Mao (“el Gran Timonel”, “el sol que nunca se pone”).125

Es importante subrayar que el culto a Stalin sólo surgió una vez que éste llegó al poder, mientras que el culto a Mao comenzó antes de su conquista del poder. Esto es porque la clase obrera revolucionaria no tolera cultos a líderes místicos; por eso Stalin tuvo que aplastarla para poder gobernarla. En cambio, es típico de revueltas campesinas considerar a sus jefes como semidioses. Si pensamos en los cultos a Kim Il Sung, Ho Chi Minh, Fidel Castro, Che Guevara, etcétera, notamos que este burdo idealismo es una característica compartida no sólo por los varios “marxismos” de liberación nacional, sino también por movimientos nacionalistas abiertamente no-marxistas (por ejemplo Mahatma Gandhi, y el culto a Sun Yat-sen en el Kuomintang).

Esto es exactamente opuesto al marxismo. Ya no es el ser social el que determina la conciencia, sino la conciencia social (o sea la dirección) quien determina el ser social. Si los teóricos de la guerrilla campesina fuesen coherentes, renegarían del marxismo. Es más, si lo que pretenden estos teóricos fuese cierto o sea, si la guerrilla fuese la vía al socialismo los postulados más esenciales del marxismo se verían refutados. No consideramos que China, Cuba, Vietnam, etc. sean socialistas. Pero dejemos de lado esta cuestión por el momento. El carácter idealista de las teorías guerrilleristas sugiere inmediatamente que la relación entre el ejército guerrillero y el campesinado no es en absoluto lo que parece ser. Porque el idealismo en sí tiene raíces sociales la existencia de clases o estratos sociales que viven a costa del trabajo de otros, y por ello terminan creyendo que sus propias ideas son la clave a la sociedad.

Para elucidar este problema, hace falta volver al análisis del campesinado francés hecho por Marx en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte:

Los campesinos parcelarios forman una masa inmensa, cuyos individuos viven en idéntica situación, pero sin que entre ellos existan muchas relaciones. Su modo de producción los aísla a unos de otros, en vez de establecer relaciones mutuas entre ellos… En la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, por sus intereses y por su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo hostil, aquéllas forman una clase. Por cuanto existe entre los campesinos parcelarios una articulación puramente local y la identidad de sus intereses no engendra entre ellos… ninguna organización política no forman una clase. Son, por tanto, incapaces de hacer valer su interés de clase en su propio nombre… No pueden representarse, sino que tienen que ser representados. Su representante tiene que aparecer al mismo tiempo como su señor, como una autoridad por encima de ellos, como un poder ilimitado de Gobierno que les proteja de las demás clases y les envíe desde lo alto la lluvia y el sol.126

Marx define aquí la característica fundamental del campesinado, determinada por las condiciones sociales de su existencia: su incapacidad de autoemanciparse. El campesinado puede luchar a menudo ferozmente pero no puede convertirse en clase dirigente. El campo puede derrotar a la ciudad en muchas batallas, pero no puede ganar la guerra, ya que el campo no puede dirigir a la ciudad, y es en ésta donde están ubicadas las principales fuerzas productivas. Por eso fracasaron la revuelta campesina de Wat Tyler en Inglaterra en 1381, Emiliano Zapata en Méjico, y un sinnúmero de revueltas campesinas que se repiten a través de la historia china.127 Para adquirir cohesión como fuerza política nacional, el campesinado necesita que lo dirija una clase, o parte de una clase, de origen urbano. Para Lenin, Marx y Trotsky, esta dirección sería provista por el proletariado, no “yendo al campo” sino luchando para derrocar al Estado en las ciudades. Para Mao, Castro, Guevara, etc. esta dirección no la suministraría el proletariado sino los cuadros del ejército guerrillero, que provenían (y sólo podían provenir) casi exclusivamente de la intelectualidad urbana.

¿Qué tipo de relación existe entre los líderes guerrilleros y el campesinado? En primer lugar, el grueso del ejército guerrillero consiste de campesinos, pero sólo una pequeñísima minoría del campesinado participa en el ejército guerrillero (en Cuba las fuerzas armadas castristas fueron a lo sumo un par de miles; en China los números fueron muchísimo mayores 300.000 al comienzo de la Gran Marcha, 20.000 a su fin, y varios millones durante el apogeo de la guerra pero aun así sólo una minúscula fracción de los 500 millones de campesinos chinos.) Esto es inevitable, dado que la esencia de la táctica guerrillera es la agilidad, y el poder desaparecer rápidamente después de atacar.

Dada esta táctica, inevitablemente el guerrillero campesino deja de ser campesino, para convertirse en un soldado profesional; sus acciones y su ideología se desvinculan de su origen de clase, y se transforman bajo la disciplina militar de jefes militares de clase media. Esta relación es por lo tanto muy distinta de la que se da entre obreros e intelectuales en un partido leninista, donde los militantes obreros siguen siendo obreros, y donde la participación de los intelectuales, aunque necesaria, es siempre condicional a su aceptación de la perspectiva y de la disciplina de la lucha proletaria.128

La relación entre el ejército guerrillero y el conjunto del campesinado es también muy diferente de la relación entre el partido leninista y la clase obrera. La meta del partido leninista es conducir al conjunto de la clase obrera en su lucha por los intereses de ésta. En cambio el ejército guerrillero lucha en nombre de la masa campesina. Por supuesto que los guerrilleros necesitan el apoyo del campesinado, y le ofrecen a cambio ayuda, protección, y el aliciente de la reforma agraria. Guevara, sin proponérselo, expresa en forma purísima el elitismo idealista inherente en la estrategia guerrillera:

Ya habíamos identificado al guerrillero como un hombre que hace suya el ansia de liberación del pueblo y, agotados los medios pacíficos de lograrla, inicia la lucha, se convierte en la vanguardia armada de la población combatiente. Al comenzar la lucha, lo hace ya con la intención de destruir un orden injusto y, por lo tanto, más o menos veladamente con la intención de colocar algo nuevo en lugar de lo viejo. Habíamos dicho también que… de casi todos los países poco desarrollados económicamente, los lugares que ofrecían condiciones ideales para la lucha eran campestres y por lo tanto la base de las reivindicaciones sociales que levantará el guerrillero será el cambio de la estructura de la propiedad agraria.129

Tenemos así, en primer lugar, al guerrillero con sus ideales de un orden social justo, “un verdadero sacerdote de reformas” como lo llama Guevara; en segundo lugar la elección de la zona rural como campo de batalla porque aparece ventajoso militarmente; en tercer lugar el programa de reforma agraria. Guevara prosigue:

Al campesino siempre hay que ayudarlo técnica, económica, moral y culturalmente. El guerrillero será una especie de ángel tutelar caído sobre la zona para ayudar siempre al pobre y para molestar lo menos posible al rico, en los primeros momentos del desarrollo de la guerra.130

Mao también da instrucciones estrictas al Ejército Rojo sobre cómo deben comportarse con el campesinado: “Sean corteses y ayuden cuando puedan. Devuelvan todos los artículos que tomen prestado. Repongan artículos dañados… No compren nada sin pagar, etc.”131 La relación de poder que existe entre el campesino y el guerrillero hace que estos mandatos morales sean necesarios; en realidad es una continua tentación comportarse de otro modo. En cambio, es impensable que una organización obrera al enviar a sus militantes a puertas de fábrica tenga que dar órdenes de ” No asalten a obreros! No los obliguen a comprar nuestro periódico!”

La verdadera base de este elitismo no es la cultura superior del comando guerrillero, ni tampoco siquiera el hecho de que posean armas, sino que es primordialmente la divergencia en sus objetivos de clase. El objetivo de clase fundamental del campesinado es la posesión de la tierra. El objetivo fundamental de los intelectuales revolucionarios que dirigen la guerrilla es la toma del poder estatal para lograr la liberación nacional. La guerrilla no lucha por llevar al campesinado al poder, sino que utiliza al campesinado en su lucha por conquistar ellos mismos el poder. El ejército y el partido de Mao lo ejemplifican bien. El Partido comunista chino continuamente frenaba la lucha espontánea de los campesinos por la tierra, para no poner en peligro la coalición nacional en la guerra contra el Japón.132

La lucha de los países oprimidos por su liberación nacional contra un status colonial como en Argelia, o contra un régimen títere del imperialismo, como en Cuba, es progresista, y como tal debe ser apoyada; pero no deja de ser esencialmente una tarea democrático-burguesa. El Estado-nación es producto del capitalismo, y la tarea histórica del proletariado es superar esta división del mundo en distintos Estados. Por lo tanto, el apoyo marxista a la liberación nacional difiere del apoyo burgués y pequeñoburgués, tanto en su motivación como en su método. Para la burguesía y pequeña burguesía, la liberación nacional es una lucha por establecer su territorio, por poder gobernar ellos mismos su propio rincón del globo. Como tal, la liberación nacional es para ellos el objetivo primordial, cuyo logro debe unir a todas las clases “nacionales”. Para los marxistas, en cambio, la liberación nacional no es el fin sino un medio; la lucha contra la opresión nacional es necesaria porque ésta constituye un obstáculo a la eventual unificación voluntaria de la clase obrera internacional en una “unión de repúblicas obreras”. Por lo tanto, cuando el proletariado participa en la lucha, debe conservar su independencia de clase, para así poder llevar la revolución más allá de la liberación nacional con la que se contentarían la burguesía y pequeña burguesía en un proceso de revolución permanente.

De esto se deduce que la estrategia de guerrillas (salvo como complemento secundario a una revolución obrera) es incompatible con la perspectiva proletaria internacionalista. Resulta evidente también que ninguno de los “marxistas” nacionalistas en el tercer mundo ha logrado trascender la posición nacionalista. Este hecho, amén de todos los otros argumentos, indica que la base de clase de su “marxismo” no es el proletariado sino la pequeña burguesía.133

Nos falta aún considerar otro aspecto del problema. Una vez lograda la liberación nacional (si ésta no se transforma en revolución internacional), se hace necesario consolidarla y conservarla, en un mundo capitalista ferozmente competitivo. La élite guerrillera pequeñoburguesa que llega al poder impulsada por la guerra campesina, se halla entonces en una situación similar a la de los dirigentes bolcheviques después de la destrucción de la clase obrera durante la guerra civil. La diferencia principal es que, al no tener vínculos orgánicos con la clase obrera mundial a través de un partido revolucionario internacional,134 su única opción posible es la vía estalinista tratar de lograr el crecimiento económico a través de la acumulación de capital, basada en la explotación de los obreros y campesinos. Esto a su vez significa que esta élite necesita consolidarse como la nueva clase dominante.135

En esta situación ocurren dos cosas. En primer lugar el culto del noble guerrillero que se sacrifica por su pueblo se transforma en una ideología de obreros (y campesinos) que deben sacrificarse por la nación. El socialismo pasa a ser una doctrina de ascetismo (ensalzado en el mundo desarrollado por Bettelheim y otros, como crítica al “economismo”). En segundo lugar, las estructuras aparentemente fluidas y radicalmente nuevas de la revolución nacionalista acaban por solidificarse en un Estado burocrático unipartidario, de corte estalinista. Vemos así que los paralelos que existen entre el nacionalismo tercermundista y el estalinismo soviético no se deben simplemente a un común origen ideológico y orgánico (que se da en China pero no en Cuba), ni a la dependencia de ayuda material rusa (que se da en Cuba pero no en China desde principios de la década de 1960), sino que provienen fundamentalmente de una situación de clase parecida, y tareas económicas parecidas.

En conclusión el “marxismo” nacionalista tercermundista, al igual que el kautskismo y el estalinismo, no es en su origen una ideología de revolución proletaria sino de un sector de la pequeña burguesía situada entre el trabajo y el capital. El kautskismo y el estalinismo son ideologías de burocracias que se han elevado por encima de sus bases obreras. El nacionalismo tercermundista es la ideología de la clase media intelectual oprimida por el imperialismo. A diferencia del kautskismo y del estalinismo, tiene un cierto contenido “revolucionario” en aquellos países que no han logrado aún su liberación nacional. Al igual que el estalinismo en Rusia y Europa oriental (pero no el kautskismo, ni el estalinismo en Occidente), es capaz en ciertas circunstancias136 de convertirse en la ideología de la clase dominante. Es una ideología que formalmente está aun más distante del marxismo que el kautskismo o el estalinismo. Sólo se la acepta como marxismo, o como una versión del marxismo, gracias al trabajo previo del estalinismo, que consiguió enterrar la auténtica tradición marxista bajo una montaña de distorsiones, y debido a la extrema debilidad del marxismo proletario durante las décadas de 1950 y 1960.

De modo que el kautskismo, el estalinismo y el nacionalismo tercermundista, a pesar de las diversas diferencias que tienen entre sí, tienen mucho en común. Primordialmente están comprometidos con el Estado nacional (nacionalismo y nacionalización de la propiedad), y rechazan la autoemancipación de la clase trabajadora. Ya Engels en el Del socialismo utópico al socialismo científico había descubierto por otra vía que estas características son típicas de la última etapa del desarrollo capitalista:

El Estado moderno, cualquiera sea su forma, es una maquina esencialmente capitalista, es el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo ideal. Y cuantas más fuerzas productivas asuma en propiedad, tanto más se convertirá en capitalista colectivo y tanta mayor cantidad de ciudadanos explotará. Los obreros siguen siendo obreros asalariados, proletarios. La relación capitalista, lejos de abolirse con estas medidas, se agudiza.137

Estos “marxismos”, porque abandonaron las posiciones de clase del proletariado, terminan apoyando la próxima etapa del capitalismo.

Con esto hemos completado nuestro examen de las principales138 transformaciones del marxismo desde la muerte de Marx, y podemos volver a nuestro punto de partida la auténtica tradición marxista.

La auténtica tradición marxista

La auténtica tradición marxista no es difícil de identificar. Comienza con Marx y Engels, pasa por el ala izquierda revolucionaria de la Segunda Internacional (especialmente Lenin y los bolcheviques en Rusia, y Rosa Luxemburgo y la Liga Espartaco en Alemania), llega a su apogeo en la revolución rusa y los primeros años de la Tercera Internacional (Comintern), y se mantiene viva, en dificilísimas circunstancias, en la Oposición de Izquierda y en el movimiento trotskista de la década de 1930. La historia y la teoría de esta tradición han sido copiosamente analizadas, defendidas, y en ciertos aspectos criticadas, por militantes de nuestra tendencia política.139 Aquí, por razones de espacio, sólo podemos mencionar algunos aspectos.

Los principales protagonistas de la auténtica tradición de Marx y Engels son, evidentemente, Lenin, Luxemburgo y Trotsky, pero existieron además muchas otras figuras importantes Mehring, Clara Zetkin, el joven Bujárin, James Connolly, John McLean, Victor Serge, Alfred Rosmer, etc., además de centenas de millares de luchadores obreros.

Esta tradición ha luchado siempre por unir la teoría y la práctica, y por lo tanto nunca se ha contentado con repetir catecismos, ni con aceptar dogmas acríticamente, sino que se ha esforzado siempre por aplicar el marxismo a un mundo en continua transformación. Los principales aportes incluyen teorías sobre el partido (Lenin), la huelga de masas (Luxemburgo), la revolución permanente (Trotsky), el imperialismo y la economía mundial (Luxemburgo, Bujárin, Lenin y Trotsky), el papel contrarrevolucionario del estalinismo (Trotsky), el fascismo (Trotsky), y la restauración del elemento dialéctico, activista, a la filosofía marxista (Lenin, Gramsci y Lukács).

Durante casi toda su existencia exceptuando solamente el período revolucionario de 1917 a 1923 ha sido la tradición de una muy pequeña minoría. Esto es una pena, pero es inevitable. Las ideas dominantes en cada sociedad son las ideas de la clase dominante, y para la inmensa mayoría de los trabajadores la conciencia revolucionaria sólo se logra en el transcurso de la lucha revolucionaria. Por lo tanto, es imposible la permanente coexistencia de un movimiento de masas auténticamente marxista con el capitalismo. Su sola presencia constituye una amenaza al orden capitalista, y a menos que la amenaza se haga realidad, será eliminada por la clase dominante. Por lo tanto es una tradición cuyos avances y retrocesos reflejan, en última instancia, los avances y retrocesos de la clase obrera.

Esta tradición no es monolítica, sino que está caracterizada por vigorosos debates. Pensemos, por ejemplo, en Lenin y Luxemburgo sobre el partido y sobre la “cuestión nacional”; en Lenin y Trotsky sobre el tipo de revolución que tendría lugar en Rusia; en los debates internos del Partido bolchevique antes y después de 1917. Tampoco es una tradición libre de errores por ejemplo Trotsky en 1938 opinaba que el capitalismo era incapaz de seguir desarrollándose, y consideraba que la Rusia estalinista seguía siendo un Estado obrero. Pero esta tradición está unida por su base de clase la clase obrera mundial140 y por lo tanto en un sentido importante es una tradición cumulativa, donde cada generación de marxistas agrega al edificio teórico construido por sus predecesores.

También es nuestra tradición la tradición que el Socialist Workers Party de Gran Bretaña, y los representantes de nuestra tendencia en diversos países, han tratado de continuar y desarrollar durante más de treinta años. No hemos afrontado todavía coyunturas históricas de guerra, revolución y contrarrevolución. Estas condiciones son la prueba de fuego para teorías y movimientos, ya que demuestran claramente sus insuficiencias, pero también permiten su pleno florecimiento, con mayor visibilidad. Por ello, nuestros logros teóricos y prácticos parecen poca cosa comparados con los de nuestros predecesores. Sin embargo, nuestros aportes teóricos más importantes, y las posiciones políticas que nos distinguen el análisis del capitalismo de Estado en los Estados estalinistas, la teoría de la “revolución permanente desviada” en el tercer mundo, la teoría de la “economía de armamento permanente” y el análisis de la nueva crisis económica, la crítica a la burocracia sindical141 tienen dos cosas en común: surgieron como respuestas a cuestiones problemáticas para el movimiento obrero en su lucha por transformar a la sociedad, y tomaron como punto de partida y subrayaron como conclusión el principio fundamental del marxismo la autoemancipación de la clase trabajadora. En La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo Lenin escribió: “la teoría revolucionaria… sólo se forma de manera definitiva en estrecha conexión con la experiencia práctica de un movimiento verdaderamente revolucionario y verdaderamente de masas”. Lograr esta unidad es, por supuesto, la principal tarea que afrontamos.

Posdata a la primera edición en castellano

Este ensayo fue escrito en 1983 para International Socialism, la revista teórica trimestral del Socialist Workers Party (Gran Bretaña), o sea para un público lector ya familiarizado con la teoría del SWP. Esto nos permitió referirnos tan brevemente en el capítulo anterior a “nuestros aportes teóricos más importantes y las posiciones políticas que nos distinguen”. Dado que los lectores de habla hispana no han tenido oportunidad hasta ahora de leer nuestra teoría, es necesario agregar unas páginas para explicar y ampliar lo anterior.

Los fundadores de nuestra tendencia142 rompieron con la Cuarta Internacional en 1950. Durante las décadas funestas de 1930 y 1940, cuando el fascismo y el estalinismo lograron borrar casi completamente al marxismo auténtico, el movimiento trotskista, a pesar de sus muchos defectos y errores, mantuvo la tradición. En gran medida esto fue gracias a la obra de Trotsky, quien defendió, amplió y generalizó la herencia revolucionaria del leninismo. Las tres posiciones fundamentales para ello fueron: su oposición a la teoría del socialismo en un solo país;143 su oposición a los Frentes Populares, o sea a la colaboración con la burguesía “democrática” (o “progresista” o “nacional”); y su insistencia siempre en la necesidad de construir partidos revolucionarios leninistas, y una Internacional leninista, lo cual surgía de su rechazo a la idea de que el estalinismo fuese la continuación o culminación del leninismo.144

Nuestra tendencia reivindica esta tradición. Pero en un mundo en continua transformación no es posible mantener una tradición a través de la simple repetición de dogmas recibidos; además la herencia política de Trotsky contiene errores y contradicciones que ayudaron a sumir a sus discípulos en profundas crisis teóricas a fines de la década de 1940.

En primer lugar, su análisis del estalinismo. Durante sus últimos años, Trotsky sostuvo que: 1) la burocracia estalinista se había vuelto contrarrevolucionaria tanto dentro de la Unión Soviética como internacionalmente, pero que, a pesar de ello, 2) la Unión Soviética seguía siendo un Estado obrero (aunque gravemente degenerado) dado que no existía la propiedad privada.

Cuando, después de la Segunda guerra mundial, el estalinismo estableció varios “países satélites” cuya economía y relaciones de la propiedad eran idénticas a las de la URSS, estas dos posiciones se volvieron incompatibles. Si Hungría, Polonia, etc. eran Estados obreros porque la propiedad había sido nacionalizada, entonces ya no podía decirse que el estalinismo era contrarrevolucionario. Por otra parte, si se consideraba que el estalinismo era contrarrevolucionario, y que los “países satélites” no eran más que un producto de éste, entonces el criterio de la propiedad nacionalizada no puede servir para definir a un Estado obrero, y eso tendría consecuencias para el análisis de la URSS.

Había que elegir, y no era sólo cuestión de etiquetas teóricas. La razón de ser del trotskismo era la naturaleza contrarrevolucionaria del estalinismo. Si éste había logrado derrocar al capitalismo y establecer Estados obreros en varios países, las magras fuerzas del trotskismo no tenían nada que aportar al proceso histórico. Más aún, una vez que se acepta la noción de que se pueden establecer Estados obreros gracias al Ejército Rojo, sin revoluciones obreras, es fácil aceptar que otras fuerzas sociales pueden substituir a la clase obrera, lo cual socava los cimientos del marxismo.

Finalmente, tras muchos cismas y vacilaciones, se tomó partido. La mayoría de la Cuarta Internacional prefirió aferrarse a la letra de las formulaciones de Trotsky, a costa de su espíritu revolucionario. Así se inició un largo proceso de seguidismo, e incluso capitulación, al estalinismo. Pero la elección no fue unánime por ejemplo Natalia Sedova, la viuda de Trotsky, no siguió este camino.

Los fundadores de nuestra tendencia política, especialmente Tony Cliff, resolvieron el dilema desarrollando la teoría del capitalismo de Estado. Cliff no fue el primer marxista que definió a la Unión Soviética como capitalista de Estado, pero su obra más importante, escrita en 1947,145 fue la primera que combinó un minucioso estudio empírico de las relaciones de la producción y de la estructura del Estado en la URSS con una teorización del fenómeno del capitalismo de Estado a partir de las ideas del marxismo clásico.

La teoría del capitalismo de Estado brindó una descripción científica del Estado y de la economía en la URSS, reconociendo que la clase obrera no controlaba ni a uno ni a la otra. Pero un mérito aún mayor fue su reafirmación del papel indispensable de la clase obrera, y de la democracia obrera, en la construcción del socialismo. Con el pasar de los años, la cuestión del capitalismo de Estado se volvió cada vez más importante. China, Cuba, Vietnam, etc. adoptaron una retórica socialista, pero ninguno de ellos encarnaba el poder obrero. Para los adherentes a la teoría del capitalismo de Estado, estos regímenes no representaban ningún misterio, pero para aquéllos que se aferraban a la fórmula “propiedad estatal = socialismo” estas experiencias fueron una fuente de repetidas ilusiones y desilusiones, mientras que la idea de la autoemancipación obrera se hacía cada vez menos importante.

Hubo que explicar, sin embargo, la dinámica de clase de las revoluciones en China, Cuba, etc. En 1960 Cliff escribió un artículo fundamental, en el que caracterizó a estos procesos (basándose en la “teoría de la revolución permanente” de Trotsky) como “revolución permanente desviada”. Al no existir un movimiento obrero revolucionario independiente, la lucha anti-imperialista fue realizada por un sector de la clase media intelectual con el apoyo del campesinado. A esta clase le convenía nacionalizar la propiedad, pero no le convenía el poder obrero.

La segunda dificultad teórica importante que Trotsky legó fue una perspectiva económica incorrecta. En el Programa de Transición, documento que elaboró al fundar la Cuarta Internacional, adujo que el capitalismo había llegado a su última crisis, su agonía mortal ni el desarrollo de las fuerzas productivas, ni mejoras en el nivel de vida de la clase obrera, serían ya posibles. En 1938 este análisis era creíble, pero diez años más tarde era evidente que el capitalismo ya no estaba en crisis: había comenzado su auge más prolongado, que habría de durar casi treinta años.

La mayoría de los trotskistas, especialmente Ernest Mandel, su economista más destacado, prefirieron una vez más seguir recitando viejas fórmulas, y se negaron a aceptar la existencia del “boom” económico. Nuestra tendencia, en cambio,146 estudió el “boom”, llegando a comprender tanto sus causas como sus limitaciones.

Según nuestra teoría de la “economía de armamento permanente”, el masivo y permanente presupuesto bélico durante la Guerra Fría consumía una fracción importante de la plusvalía, que de otro modo hubiese sido reinvertida para aumentar la composición orgánica del capital. Esto logró amortiguar durante un tiempo la causa esencial de las crisis capitalistas, o sea la baja tendencial de la tasa de ganancia. Este fenómeno no podía durar para siempre, y contenía sus propias contradicciones. A los Estados Unidos y a Inglaterra les resultó cada vez más difícil competir con Alemania y Japón (que no gastaban en armamentos); cuando trataron de reducir su presupuesto militar, la tasa de ganancia disminuyó, y comenzó un nuevo período de crisis.147

Este análisis fue importantísimo para nosotros. Durante las décadas de 1950 y 1960 nos permitió trabajar con expectativas realistas, en vez de pensar, como los reformistas y algunos aspirantes a revolucionarios como Marcuse, que el capitalismo había superado sus contradicciones económicas fundamentales. Durante las décadas de 1970 y 1980 nos ha permitido comprender que, si bien la crisis no es una repetición mecánica de la catastrófica crisis de la década de 1930, es profunda y orgánica, y no tiene solución gradual, reformista ni nacional. En otras palabras esta crisis, aunque no produce automáticamente una situación revolucionaria, sí crea las condiciones objetivas para que ocurra una revolución internacional.

Otra deficiencia de la teoría marxista clásica era la cuestión de la burocracia sindical. Ésta se consolidó solamente después de la muerte de Marx. Trotsky describió con gran perspicacia a la burocracia sindical inglesa en la década de 1920, pero no llegó a elaborar una teoría general. Esta cuestión es fundamental para todo revolucionario relacionarse seriamente con la clase obrera implica también relacionarse con sus organizaciones de masas, los sindicatos.

Muchos grupos de izquierda consideran que lo fundamental es tener dirigentes sindicales “de izquierda” y no “de derecha”; por lo tanto su estrategia se orienta a ganar elecciones sindicales para conquistar el aparato. Nuestra tendencia, en cambio, sostiene que los funcionarios sindicales constituyen un estrato social con características e intereses propios. Por lo tanto, los revolucionarios tienen que organizarse dentro de los sindicatos a nivel de base, reconociendo que los trabajadores tienen que poder actuar independientemente de sus dirigentes.148

Esta breve e incompleta lista de nuestros aportes muestra que nuestra tendencia ha tratado seriamente de desarrollar la teoría marxista en todos los sentidos, afrontando el desafío del mundo contemporáneo. Con el pasar de los años probablemente descubriremos deficiencias y errores en nuestras teorías, pero éstas tienen por lo menos el importante mérito de no ser un ejercicio académico. Por el contrario, constituyen un aspecto de la tarea absolutamente fundamental: construir partidos obreros revolucionarios independientes de la socialdemocracia y del estalinismo: dos inmensos obstáculos a la revolución obrera en el mundo entero.

John Molyneux, octubre de 1986


Notas

MEOE: Marx y Engels, Obras escogidas (Editorial Progreso, Moscú, sin fecha)

LOE: Lenin, Obras escogidas (Editorial Progreso, Moscú, 1980)

LTT: Lenin, Obras escogidas en tres tomos, tomo I (Editorial Progreso, Moscú, 1969)

KMSW: Karl Marx: Selected Writings, ed. D. McLellan (Oxford, 1978)

1a MEOE, p117.

1b Trotsky, Resultados y perspectivas, en 1905 tomo 2 (Ruedo ibérico, Paris, 1971), p172.

2 Lukacs, History and Class Consciousness (Londres, 1971), p1.

3 Resulta irónico que esta reducción del marxismo a una simple cuestión de método haya resurgido recientemente en los escritos y discursos de la tendencia Militant en el Partido Laborista británico (ver por ejemplo Laurence Coates en Socialist Worker, Londres, 8 de enero de 1983). Por supuesto que para el grupo Militant no se trata de una posición teórica, sino de un mecanismo político para evitar tener que definirse en relación a cuestiones tan embarazosas (para este grupo ‘trotskista’ entrista) como la revolución, la dictadura del proletariado, etc.

4 Lukacs, op. cit. p1.

5 Trotsky, In Defence of Marxism (Londres 1966), p11.

6 Marx, Prologo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política, MEOE, p182.

7 KMSW, p63.

8 Ibid, p63.

9 Ver las Tesis sobre Feuerbach, MEOE, p25.

10 Engels, “On the History of Early Christianity”, en Marx y Engels, Basic Writings on Politics and Philosophy (Nueva York, 1978) p209.

11 Engels, Anti-Dühring (Pekín, 1976), p18.

12 KMSW, p212.

13 MEOE, pp43-4.

14 Ibid, p43.

15 Towards a Critique of Hegel’s Philosophy of Right: Introduction (1844), ibid, p73. Recordemos tambien el importante papel que jugó Engels en esa época, basándose en su experiencia con la clase obrera inglesa en Manchester.

16 Citado en ¿Qué hacer?, LTT, p149.

17 Ibid, p142.

18 Ver J. Molyneux, Marxism and the Party (Londres, 1978), pp46-50.

19 MEOE, p41.

20 Marx a Weydemeyer, 5 de marzo de 1852, MEOE, pp703-4.

21 LEO, p297.

22 Ver K. Mannheim, Ideology and Utopia (Londres, 1976). Para Mannheim, los intelectuales independientes son el grupo más capaz de trascender su propia posición social, y llegar a una síntesis de todas las perspectivas socialmente determinadas. Nigel Harris ha señalado las semejanzas entre esta noción y el “elitismo explícitamente intelectual de Kautsky (copiado por el joven Lenin)”, Beliefs in Society (Londres, 1971) p222.

23 Ver la segunda Tesis sobre Feuerbach de Marx. Para una versión ampliada de este argumento, con ejemplos tomados de la historia de la ciencia, ver P Binns, “What are the tasks of Marxism in philosophy?”, en International Socialism, segunda serie, número 17.

24 Siempre y cuando entendamos por “objetivo” lo que Gramsci llama “humanamente objetivo”, y no “una objetividad extrahistórica ni extrahumana”. Ver Gramsci, Selections from the Prison Notebooks (Londres, 1971) pp445-6.

25 La sociedad capitalista, porque está basada en el trabajo enajenado, tiene la apariencia de una entidad independiente de los individuos, y más allá de su control. Tanto el sociólogo burgués Emile Durkheim, que consideraba que la sociedad es una realidad moral externa a las personas que la constituyen, y que aconsejaba “tratar a los hechos sociales como cosas”, como el filósofo estalinista Louis Althusser, quien sostenía que “la historia es un proceso que no tiene sujeto”, cometen el mismo error de reificación un proceso intelectual que no es más que un reflejo de la realidad material de la alienación.

26 Aunque en el futuro quizás sea posible distinguir a grosso modo entre la ciencia de la época burguesa y la ciencia de la época socialista.

27 Lenin, Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo, LOE, p15.

28 No siempre fue así. Cuando la burguesía todavía luchaba por imponerse como la nueva clase dirigente, sí necesitaba poder transformar a la sociedad. De allí surgen los grandes logros de sus teóricos en filosofía (de Descartes a Hegel), política (de Maquiavelo a Rousseau) y economía (Smith y Ricardo). De allí surge la famosa distinción que hace Marx entre los economistas políticos clásicos, que hicieron auténticos descubrimientos científicos, y los “pugilistas contratados” de la burguesía que les siguieron.

29 Marx, The German Ideology (Nueva York, 1947) p40.

30 Lukacs, Lenin (Londres, 1970) p9.

31 Ibid, p90.

32 MEOE, p371.

33 Marx hace referencia a este mismo punto metodológico cuando escribe que “La anatomía humana contiene la clave a la anatomía del mono”. Marx, Grundrisse (Harmondsworth, 1973), p105.

34 Por ejemplo: “(Los hombres) comienzan a diferenciarse de los animales en el instante en que comienzan a producir sus medios de subsistencia”. KMSW, p160.

35 MEOE, p381.

36a Ver Marx, Crítica del programa de Gotha, MEOE, pp337-8.

36b MEOE, p48.

37 Por esta misma razón, el apoyo a la autodeterminación nacional no es un principio automático. Hay situaciones en que ésta contradice los intereses del conjunto de la clase obrera, y por eso es objetivamente reaccionaria. Por ejemplo: el nacionalismo eslavo durante el siglo XIX (según Marx); la autodeterminación del pueblo servio durante la Primera guerra mundial; el nacionalismo escocés y el galés hoy en día.

38 Engels, Carlos Marx, en MEOE, p390. .

39 KMSW, pp167-8.

40 “No hace falta ser especialmente agudo para deducir de las enseñanzas del materialismo acerca de la bondad original y la igualdad de dotes intelectuales de los hombres, la omnipotencia de la experiencia… la influencia del medio ambiente sobre el hombre… etc., la necesaria conexión entre el materialismo y el comunismo y socialismo.” KMSW., p154.

41 1 Tesis sobre Feuerbach, MEOE, p24.

42 3 Tesis sobre Feuerbach, MEOE, pp24-5.

43 Ibid.

44 Karl Marx, Early Writings, ed. T. B. Bottomore (Londres, 1963) p202.

45 Ibid, p203.

46 Engels, Discurso frente a la sepultura de Marx, MEOE, p451.

47 Marx, Prologo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política, MEOE, pp182-3.

48 KMSW, p214.

49 Marx, Early Writings, op. cit., p69.

50 Ibid, p120.

51 Ibid, p59.

52 Estas crisis inevitables no implican que el capitalismo vaya a disolverse por sí solo, aunque la crisis profunda crea la posibilidad de su derrocamiento.

53 No es casual, ni una mera minucia técnica, que El Capital esté basado en la teoría del valor trabajo, ni que el doble carácter social de la mercancía se derive del doble carácter social del trabajo (trabajo abstracto y trabajo concreto).

54 Marx, Early Writings, op. cit., p129.

55 Ibid, p132.

56 Ibid, p122.

57 Marx, Capital (Londres, 1974) p582..

58 Marx, Early Writings, op. cit., p604.

59 Marx, Capital vol. I, op. cit., p604.

60 Muchos de estos pasajes, y una refutación tajante de la tesis “joven Marx versus viejo Marx”, están en Istvan Meszaros, Marx’s Theory of Alienation (Londres 1975), pp217-253. Un análisis brillante, aunque no sin errores, de lo indispensable que es el trabajo alienado para la estructura y lógica del Capital, está en Raya Dunayevskaya, Marxism and Freedom (Nueva York, 1964).

61 Marx, Capital vol. III (Moscú 1966) p250.

62 Lukacs, History and Class Consciousness, op. cit., pp53-4 y 63-4 y Dunayevskaya, op. cit., p143.

63 Ver Lucio Colletti, “Marxism: Science or Revolution” en From Rousseau to Lenin.

64 Hilferding, Prefacio a Finance Capital, citado en P Binns, op. cit. p123.

65 Nuestro Programa, LEO, p29.

66 El Destino Histórico de las Enseñanzas de Carlos Marx, LOE, p12.

67 Este argumento, y otros que expondré posteriormente, están basados en el relato de las transformaciones del marxismo que hace Nigel Harris en Beliefs in Society, op. cit.

68 Las simientes del reformismo existieron desde los comienzos del SPD. Ver la “Crítica al Programa de Gotha” de Marx, y la “Carta Circular” de Marx y Engels, Selected Correspondence (Moscú 1965) p327.

69 Entre 1900 y 1905 hubo un promedio de sólo 1.171 huelgas por año, en las que tomaron parte un promedio de 122.606 huelguistas por año. (Cifras calculadas del Sozialgeschichtliches Arbeitsbuch, Materialien zur Statistik der Kaiserreichs 1870-1914, Munich 1975), p132.

70 Kautsky, The Class Struggle (el programa de Erfurt) (Nueva York, 1971).

71 Ibid, p7.

72 Ibid, p8.

73 Ibid, p88.

74 Ibid, p7.

75 Ibid, p159.

76 Marx, The First International and After (Harmondsworth 1974) p80.

77 Kautsky, The Class Struggle, op. cit. Los subrayados son míos. .

78 Citado en M. Salvadori, Karl Kautsky and the Socialist Revolution (Londres 1979) p22.

79 Hay una notable semejanza entre esto y la estrategia de la tendencia Militant en el Partido Laborista Británico, que preconiza un Acta del Parlamento que permita la rápida nacionalización de los “200 monopolios más importantes”. La diferencia es que el partido de Kautsky ya tenía por lo menos un programa socialista, mientras que Militant necesita primero conseguir que el Partido Laborista adopte tal programa.

80 Citado en M. Salvadori, op. cit., p162.

81 Kautsky, The Class Struggle, op. cit., p189.

82 Kautsky, citado en Lenin, Marxism on the State (Moscú 1976) p78.

83 Ver el brillante análisis de Rosa Luxemburgo, La Huelga de Masas, el Partido Político y los Sindicatos.

84 M Salvadori, op. cit., p108.

85 Ibid, p111. De igual manera, Kautsky pensaba que “el problema de la dictadura del proletariado puede tranquilamente dejarse para el futuro”.

86 Ibid, p110.

87 Para un desarrollo de estos temas ver John Molyneux, Leon Trotsky’s Theory of Revolution (Brighton, 1981), Introducción.

88 La ausencia de una burocracia sindical en Rusia es un factor importante para una explicación materialista sobre por qué se dieron de distinto modo las cosas en Rusia (no nos referimos simplemente a la posición individual de Lenin, sino más bien a por qué su posición tuvo tanto apoyo mientras que sus camaradas internacionalistas Luxemburgo y Liebknecht se vieron tan aislados).

89 Citado en M. Salvadori, op. cit., p324.

90 Lenin, Collected Works (Moscú 1962) vol. 33, p65.

91 Me refiero a una elección entre dos alternativas porque los cuadros bolcheviques tuvieron que elegir efectivamente entre sus principios y el poder (aquéllos que vacilaron se quedaron sin nada). Sin embargo, dadas las circunstancias, era inevitable que la inmensa mayoría elegiría el poder, siempre y cuando no se diese una revolución en otro país, lo cual hubiese cambiado completamente los términos de la ecuación.

92 Citado en Isaac Deutscher, Stalin (Harmondsworth 1976) p272.

93 Stalin era un individuo perfectamente adaptado a esta tarea, ya que la hipocresía, la mentira y el engaño parecen haber sido, o haberse vuelto, una necesidad orgánica de su personalidad.

94 Ver la afirmación de Marx en La ideología alemana: “el comunismo solamente es posible como acto de los pueblos dominantes `todos a la vez’ y simultáneamente, lo cual presupone que el desarrollo universal de las fuerzas productivas y las relaciones entre las naciones a nivel global están estrechamente ligados al comunismo”, KMSW, p171. Ver también Engels, The Principles of Communism (Londres, sin fecha) p15.

95 “La victoria final del socialismo en un solo país es por supuesto imposible. Nuestro contingente de obreros y campesinos que está defendiendo el poder soviético es uno de los contingentes de un gran ejército internacional.” Lenin, Collected Works, op. cit., vol. 26, pp470-1. La mayoría de las afirmaciones de Lenin sobre el socialismo en un solo país fueron recopiladas por Trotsky en The History of the Russian Revolution (Londres, 1977), Apéndice II, pp1219-57.

96 Citado en Trotsky, The Third International After Lenin (Nueva York, 1970) p36.

97 Stalin, The Foundations of Leninism (Pekín 1975) p212.

98 Ibid, pp28-9.

99 Trotsky, La revolución traicionada (Madrid 1991) p248.

100 Carta de Engels a Danielson, septiembre de 1892, citada en N. Harris, Of Bread and Guns (Harmondsworth 1983) p168.

101 Stalin, discurso a ejecutivos de empresas, 1931, citado en Isaac Deutscher, op. cit., p328.

102 Lenin, Collected Works, op. cit., vol. 10, p411.

103 J. Stalin, On the Opposition (Pekín 1974) pp595-619.

104 J. Stalin, Marxism and Problems of Linguistics (Pekín 1976), p48.

105 Engels, citado por Lenin en El Estado y la revolución, LOE, p321.

106 Deutscher, op. cit., pp472-9.

107 El Estado y la revolución, LOE, p274.

108 Trotsky, The Third International After Lenin, op. cit., p72.

109 Otros factores influyeron en este proceso: cuando el estalinismo ruso logró desarrollar sus propias armas nucleares tuvo menos necesidad del estalinismo occidental; la pérdida de autoridad ideológica por parte de la Unión Soviética después de las denuncias de Stalin hechas por Jruschov en 1956; y los efectos cumulativos de los cismas yugoeslavo y chino, la revolución húngara en 1956, y la revuelta checoeslovaca en 1968.

110 Algunos (casi todos ellos críticos de izquierda fuera de los partidos comunistas) han resuscitado la noción centrista de combinar consejos obreros con democracia parlamentaria. Esta fue la política, debido a presión por sus bases, tanto de los mencheviques en 1917 como del USPD (Social Demócratas de izquierda) en la revolución Alemana de 1919. En ambas ocasiones esta táctica sirvió para debilitar a los soviets y desmovilizar a la clase obrera.

111 Lenin, “Tesis sobre la Cuestión Nacional y Colonial,” en Theses, Resolutions and Manifestos of the First Four Congresses of the Third International (Londres, 1980), p77.

112 Ibid, p77.

113 Ibid, p80.

114 Ibid, pp80-1.

115 Por supuesto que el estalinismo adoptó una posición muy distinta hacia las naciones oprimidas en su propio campo. Los movimientos nacionalistas dentro de la Unión Soviética, o en Europa del Este, o en su “esfera de influencia” (Afganistán) han sido ferozmente reprimidos.

116 A las dificultades propias del Partido comunista chino se agregaba la línea ultra-izquierdista del Comintern en esa coyuntura (el “tercer período”), que exigía la preparación inmediata de insurrecciones armadas. Ver N Harris, The Mandate of Heaven (Londres 1978), pp16-18.

117 Che Guevara, La guerra de guerrillas (MINFAR, La Habana, sin fecha) p13. Además “el guerrillero ejercerá su acción en lugares agrestes y poco poblados” (p. 16).

118 Aunque a menudo esta identificación del campesinado se esconde tras el término “el pueblo”, usado también por los Narodniks y los Socialistas Revolucionarios en la Rusia zarista.

119 “Lo que está ocurriendo en China de­muestra que un bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas no constituye un obstáculo a la transformación socialista de las relaciones sociales.” C Bettelheim, Class Struggles in the USSR, 1917‑1923 (Hassocks 1976), p42. Para críticas a Bettelheim ver N Harris, “Mao and Marx”, International Socialism (primera serie) 89, y A Callinicos, “Maoism, Stalinism and the USSR” International Socialism (segunda serie) 2:5.

120 “No siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolu­ción; el foco in­surreccional puede crearlas.” Guevara, op. cit., p11.

121 A diferencia de otros partidarios de revo­lucio­nes campesinas como Frantz Fanon o Malcolm Caldwell, cuyas teorías son abier­tamente anti‑proletarias. Ver F Fanon, The Wretched of the Earth (Harmondsworth 1970) especialmente p86; y M Caldwell, “The Revolutionary Role of the Peasants” en International Socialism 1ª serie: 41.

122 New China News Agency, 11 de enero de 1949, citado en T Cliff, Marxismo y Revolución en el “Tercer Mundo” (Socialismo Internacional, 1997).

123 “El Partido admitió que los obreros constituían solamente un 10% en 1928, 3% en 1929, 2,5% en marzo de 1930… y prácti­camente cero al fi­nal. Desde ese momento hasta la victoria final de Mao el partido casi no tuvo obreros industriales,” ibid, p20.

124 Por ejemplo, en 1976 se acusó a la fac­ción de Deng Xiao Ping de ser “dirigentes del partido ligados a la burguesía de nuestra sociedad, terratenientes, campesi­nos ricos, contrarrevolucionarios, malos elementos, y burgueses de derecha mal reeducados”. En 1977 los integrantes de la “Banda de los Cuatro” fueron acusados de ser “dentro del partido, representantes típicos de terrate­nientes, campesinos ricos, contrarrevolucio­narios, malos elementos, ade­más de otros elementos de la antigua y nueva burguesía.” Citado en David Buxton, “Another Goodbye to all that” en Radical Philosophy, Verano 1979, p32.

125 Ver Y Gluckstein, Mao’s China (Londres 1957) p378.

126 MEOE, pp171‑2.

127 Para más detalles ver Y Gluckstein, op. cit., pp174‑8.

128 Ésta fue una de las principales causas de la ruptura entre Lenin y los menchevi­ques en 1903. Ver Lenin, Un paso adelan­te, dos pa­sos atrás, LTT, p337, y J. Molyneux, Marxism and the Party, op. cit., p53.

129 Guevara, op. cit., p59.

130 Ibid, pp60‑1.

131 Parte de los “Ocho Puntos” que todos los soldados del Ejército Rojo tenían que me­morizar y repetir a diario. Los demás puntos tienen un carácter parecido.

132 Ver Y Gluckstein, op. cit., pp180‑84, y N. Harris, The Mandate of Heaven, op. cit., pp24‑28.

133 Para un análisis sobre cómo y por qué la pequeña burguesía pudo jugar este papel en algunos países subdesarrollados (contrariamente a lo previsto por Trotsky en su teoría de “revolución permanente”) ver T Cliff, Marxismo y Revolución en el “Tercer Mundo”, op. cit., y N Harris, “Perspectives for the Third World”, en International Socialism (primera serie) 42.

134 Otra diferencia es que la élite guerri­llera pequeñoburguesa no llega al poder en una situación de poder obrero institucio­nalizado, y por lo tanto no tiene que afrontar una opo­sición como la que tuvo que afrontar Stalin; tampoco necesita llevar a cabo una contra­rrevolución. De allí que estos regímenes no necesiten ni las purgas ni los campos de tra­bajo forzado que existieron en Rusia en la década de 1930; aparecen por lo tanto como relativamente be­nignos.

135 Ver el comentario de Lenin sobre estos dos as­pectos de la liberación nacional. “La lucha contra toda opresión nacional, y por la soberanía nacional, es progresista, y des­pierta a las masas de su letargo feudal. Por lo tanto es el deber de todo marxista de­fen­der la democracia más resuelta y consecuen­te en todo lo que se refiere a la cuestión na­cional. Ésta es una tarea principalmente ne­gativa. Pero el proleta­riado no puede ir más allá en su apoyo al na­cionalismo, pues más allá comienza la actividad ‘positiva’ de la burguesía, que lucha por fortalecer al nacio­nalismo.” Lenin, Comentarios críticos sobre la Cuestión Nacional, Octubre‑Diciembre de 1913.

136 La extrema debilidad y desintegración de la burguesía propiamente dicha, y la pasivi­dad de la clase obrera.

137 MEOE, p444.

138 Mi intención era incluir un análisis del “marxismo occidental” identificado por Perry Anderson, pero este ensayo resultó más largo de lo que me esperaba. Baste con decir que, salvo Gramsci y el joven Lukacs (que surgieron de la tradición bolchevique), todas las figuras principales del “marxismo occidental” (Marcuse y la Escuela de Frankfurt, della Volpe y Colletti, Althusser, Poulantzas, etc.), a pesar de sus diversas diferencias filosófi­cas, tienen mucho en co­mún: rechazan la re­volución proletaria inter­nacional; no son revolucio­narios profesiona­les, sino académicos bien conside­rados en medios intelectuales; y casi todos simpati­zan con una u otra versión del estalinismo.

139 Por ejemplo, T Cliff, Rosa Luxemburg (Ediciones En lucha, Barcelona 1999); T Cliff, Lenin, 4 tomos (Londres, 1975‑79); D Hallas, Trotsky’s Marxism (Londres 1980), A. Callinicos, The Revolutionary Ideas of Karl Marx (Londres 1983). Estos autores, y el autor del presente ensayo, son militantes del Socialist Workers Party (Gran Bretaña).

140 Podríamos quizás decir que aquellos errores cuyas consecuencias prácticas fueron importantes (por ejemplo Luxemburgo en relación al partido, o Trotsky en relación a la Unión Soviética) constituyeron una tenden­cia al abandono de una perspectiva proleta­ria. Sin embar­go, lo fundamental es que es­tos errores no son una característica funda­mental sino secundaria de la perspectiva global de estos marxistas.

141 Ver la Posdata a la Primera Edición en castellano de este ensayo.

142 Socialist Review Group, International Socialists, y Socialist Workers Party son los nombres que nuestra tendencia ha adoptado sucesivamente en las distintas etapas de su evolución. El pequeño círculo de discusión de 30 o 40 personas en 1950 es hoy un par­tido de 4.500 militantes; hoy en día somos la principal alternativa revolucionaria al Partido la­borista en Gran Bretaña. [N de la T: Esto se escribió en 1986: el SWP ha crecido desde la caída del muro de Berlín en 1989, y en 1998 tenía unos 10.000 militantes].

143 Gracias a su amplia perspectiva internacionalista, Trotsky —a diferencia de tantos opositores como Zinoviev, Kamenev y Preobrazhensky— no capituló a Stalin en 1928, cuando éste lanzó su masivo programa de industrialización.

144 Esto a su vez se debió a su análisis ma­terialista de la degeneración burocrá­tica de la revolución. Trotsky comenzó esta tarea en El Nuevo Curso en 1923; su versión más acabada (pero todavía insuficiente) está en La revolución traicionada de 1936.

145 Con el título The Nature of Stalinist Russia. Esta obra se ha publicado desde en­tonces con diversos títulos; a partir de 1974 como State Capitalism in Russia. Edición caste­llana: Capitalismo de Estado en la URSS, Ediciones En lucha, 2000.

146 Ver el artículo escrito en 1947, “All that glitters is not gold”, en T Cliff, Neither Washington nor Moscow (Londres 1982).

147 Esto es, por supuesto, un brevísimo re­sumen de una compleja teoría. La exposi­ción más completa de estas ideas, y de lo que ha ocurrido desde principios de la década de 1970, está en C Harman, Explaining the Crisis (Londres 1983).

148 Nuestra teoría sobre la burocracia sindi­cal ha sido desarrollada a lo largo de muchos años. La exposición más completa está en T Cliff y D Gluckstein, Marxism and Trade Union Struggle: The General Strike of 1926 (Londres 1986).